“¿Qué se puede hacer con un niño, si no bebe?”
Humphrey Bogart
.
.
A las nueve, cada noche
.
Año: 1967.
Director: Jack Clayton.
Reparto: Margaret Brooks, Pamela Franklyn, Louis Sheldon Williams, John Gugolka, Mark Lester, Phoebe Nicholls, Gustav Henry, Dirk Bogarde, Yootha Joyce, Anette Carell.
.
En el Reino Unido del desmoronamiento imperial, las tribus urbanas, la desestructuración industrial y los Angry Young Men donde se cuestionaba absolutamente todo, de arriba abajo, la intocable inocencia infantil no iba a ser menos. Si no se desmontaba de raíz, al menos sí se pondría en entredicho la influencia benéfica y redentora de su candidez a partir de su tumultuosa convivencia y comparación con el cínico y descreído mundo adulto. Ahí están obras como Cuando el viento silba, aventuras iniciáticas como Sammy, huida hacia el sur y Viento en las velas de Alexander Mackendrick o la trilogía que Jack Clayton desarrollará acerca de este choque despiadado en Suspense, A las nueve, cada noche y El carnaval de las tinieblas.
Si en Suspense era la institutriz adulta quien resultaba contaminada por una presunta influencia infantil turbadora –aunque en realidad se intuye que esa ascendencia perniciosa procede en gran medida de la propia infancia de la mujer, ejercida por supuesto por otro adulto-, en A las nueve, cada noche Jack Clayton indagará en el decisivo influjo que ejercen los progenitores sobre el devenir psicológico y emocional de sus criaturas.
En este sentido, el filme describe primero el severo sustrato de rectitud religiosa impuesto por la madre fallecida en el comienzo del metraje para, más tarde, confrontarlo con la picaresca y la relajación moral del padre (Dirk Bogarde), recién llegado al hogar con dudosas intenciones, tan bribón y seductor como el tío lejano que abandonaba a los hermanos a su suerte en la citada Suspense.
Como se verá en esta dicotomía, cada injerencia paterna no representa sino una sucia treta para ocultar finalidades poco legítimas por cada una de las partes. Sin distinción, ambas corrientes venenosas encuentran en los siete hijos de la pareja las víctimas reales de un relato de miseria y maltrato infantil casi heredero de la tradición dickensiana –precisamente, Carol Reed estrenaría al siguiente año su versión de Oliver Twist, protagonizada por el aquí presente Mark Lester-.
En la mitad inicial del relato, en la que los chavales tratan de mantener de manera autónoma la casa familiar, el libreto sacrifica la naturalidad del comportamiento de los críos en aras de individualizar su carácter y ejemplificar los efectos nocivos impresos por las obsesiones expiatorias de la difunta madre, lo que conduce el transcurso de la obra hacia una mezcla entre la futura Nadie sabe –trocando los aires de cuento por el crudo realismo de la japonesa- y El señor de las moscas. Siguiendo esta idea, el cadáver enterrado en su jardín -y sus dictámenes traducidos por una médium- ejerce un similar papel totémico al de la cabeza de jabalí clavada en una estaca de la novela de William Golding, una década anterior y ya adaptada al cine en 1963 por la industria británica.
Esta cierta artificiosidad penaliza en especial a aquellos chavales más fanatizados por la fundamentalista educación recibida, que a su vez serán luego los más permeables al nuevo horizonte antagónico de diversión y atención -incluso con truculentos destellos de complejo de Electra en el caso de ella-, que ofrecerá el enigmático y atractivo padre, lo que valdría para situar a la cinta como un antecedente lúgubre de la más luminosa y reciente Un mundo perfecto.
A pesar de que Clayton domina de forma notable las pulsiones siniestras que despierta la narración durante su tormentoso crescendo trágico, A las nueve, cada noche reencuentra ese tono poco natural y ligeramente tremendista en su desenlace.
Nota IMDB: 7,6.
Nota FilmAffinity: 7,1.
Nota del blog: 6.
Contracrítica