«A las mujeres nos hacen sentir que en el momento en que aceptamos nuestra sexualidad nos convertimos en unas tontas o unas cabezas huecas, así que tenemos que intentar ser más masculinas. ¿Pero por qué deberíamos hacer algo así? Las mujeres somos atractivas, pero también muy inteligentes, y algunas de nosotras somos también increíblemente fuertes.»
Megan Fox
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Paulina
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Año: 2015.
Director: Santiago Mitre.
Reparto: Dolores Fonzi, Oscar Martínez, Esteban Lamothe, Cristian Salguero, Laura López Moyano, Ezequiel Díaz, Verónica Llinás.
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Si algo aprendí durante mis estudios de Historia es que todo hallazgo, todo dato y toda afirmación están ligados indisociablemente a un contexto sin el cual quedan, sino invalidados, como mínimo sí cojos o incompletos. Los números, por ejemplo, no mienten, pero tampoco tienen por qué decir la verdad por sí mismos; y esta idea sirve tanto para poner en tela de juicio los análisis futbolísticos como las interpretaciones sobre modelos económicos. También, yendo más allá, las lecturas aplicadas a conceptos abstractos como la Justicia. La incapacidad de la víctima para despegarse de un delito traumático sufrido en carne propia y, desde esta distancia, observar con objetividad el contexto que rodea a los hechos, es uno de los conceptos que impulsan al sistema jurídico a impedir que, en aras de una buena justicia, la víctima pueda ser juez y parte de un juicio. Esta traba es un proceso natural de la psicología humana, comprensible e inevitable. Hay excepciones, empero.
Recuerdo el caso de una mujer citada por el etarra arrepentido Iñaki Rekarte en su célebre y escalofriante entrevista con Jordi Évole en Salvados. Rekarte aludía conmovido a cómo esta víctima se había apiadado del camino escogido por los asesinos de su marido, a quienes comprendía y compadecía con desarmante honestidad incluso a pesar de que, luego, otros individuos afectos al terrorismo independentista continuaron teniendo la inenarrable crueldad de llenar de pintadas ofensivas el portal de su vivienda. Era el testimonio de una heroicidad. Una heroicidad que no respondía a un acto pusilánime ni ingenuo de poner la otra mejilla, sino esgrimida como declaración de guerra. De guerra contra lo que entendía contexto irracional que, por la fuerza del odio heredado y la ignorancia presente, empujaba a unos “pobres jóvenes” a alienarse hasta el punto de considerar legítimo arrebatarle la vida a una persona en el nombre de un difuso objetivo político nacionalista. Su lucidez, incomprendida en buena medida por ambas partes, era el fragmento más luminoso y por tanto más inspirador de todo el cuestionado programa.
Esta voluntad de sobreponerse a la emoción en carne viva y mirar por encima de los hechos, tratando de buscar la verdad, discriminando entre ley punitiva y verdadera justicia, es el tema central sobre el que orbita Paulina. Hay quien, exaltado por el maniqueísmo al que invitan con saña contextos afines como las atrocidades del yihadismo islamista y movido asimismo por la dificultad de encontrar certezas sólidas en un mundo de confusión, desprecia esta voluntad de averiguar hasta los posos la siempre compleja y esquiva realidad censurándola con el epíteto simplificador de “buenista”. De ahí la difícil, valiente y reivindicable postura en la que se ancla la película del argentino Santiago Mitre –remake de La patota (Ultraje), de 1961-, donde la víctima de una injustificable violación persigue la verdad de este horrendo delito desde una perspectiva innegociablemente idealista –otro concepto frecuentemente menospreciado por la tendencia materialista, acrítica y acomodada en la cifra presuntamente objetiva e irrefutable que promueve el sistema sociocultural capitalista imperante-, capaz de diferenciar entre causas y consecuencias.
Al idealismo suicida de Paulina (Dolores Fonzi), en ocasiones a punto de pasarse de rosca, se contrapone por tanto el compromiso de su padre (Oscar Martínez), institucionalizado y adocenado en conceptos estancos de Justicia que prevé el sistema pero sin considerar la flexibilidad que, en cualquier caso, estos dejan al marco de la interpretación humana. También se enfrentan a la visión terrena de su amiga oriunda de la zona (Laura López Moyano), que conoce que esa provincia de Misiones a donde ha llegado la chica de la capital armada de nobles intenciones no es tierra de utopías democráticas, sino de impulsos primarios como la supervivencia entre la carestía o la propiedad sexual; coyuntura que expresa por otro lado otra variante de relación elemental de dominio entre el fuerte –el hombre- y el débil –la mujer-. Son, en resumen, reacciones tan primitivas, viscerales y cognoscibles como, cabe decir, el impulso de venganza definido como concepto de justicia.
El guion de Paulina no convierte por tanto a estas posiciones antagónicas en figuras de atrezzo, puesto que sus perspectivas son razonables y argumentadas. Sin embargo, a diferencia de la testaruda Paulina, les falta esa visión de conjunto. El necesario contexto. Aquel que ya a comienzos del metraje se manifestaba en la supuestamente cándida y probablemente inútil pretensión de la joven de abandonar una carrera prometedora en la judicatura, donde influir éticamente desde el manejo del poder real, para en cambio reconducir su obstinado quijotismo hacia la base de la sociedad, desempeñando un papel profesora de escuela en un programa de educación política en la Argentina recóndita y paupérrima.
El retrato que ofrece el filme tampoco es ingenuo, sino que sabe dibujar con dureza la realidad antirromántica a la que ha de hacer frente, en esta primera instancia, la activista social, factor que se explicita en que ni siquiera hable el mismo idioma que aquellos chavales a los que intenta educar en valores desconocidos en esa tierra dejada de la mano de Dios –y de los Derechos humanos-; como si se tratase de un Semilla de maldad –o sus incontables descendientes- embadurnado de desencantador verismo.
De este modo, Paulina ofrece una obra madura y necesaria, determinada por su profundo idealismo y convicción moral –que es el de la protagonista que le da nombre-, lo que pesa un tanto en el tono discursivo de su desenlace, sin empañar no obstante la firmeza de su exposición.
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Nota IMDB: 6,8.
Nota FilmAffinity: 6,8.
Nota del blog: 8.
Contracrítica