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Los viajeros de la noche

18 Feb

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Año: 1987.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Adrian Pasdar, Jenny Wright, Lance Henriksen, Bill Paxton, Jenette Goldstein, Joshua John Miller, Tim Thomerson, Marcie Leeds.

Tráiler

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           Los viajeros de la noche es una película de mitologías mestizas, en la que la mística del vampiro, tanto en su vertiente violenta como en la romántica, se cruza con la del western estadounidense de los fueras de la ley, los rebeldes, los renegados y los forajidos que viven al margen de una sociedad cuyos códigos y convenciones no les atañen. Es decir, un microuniverso híbrido en el que una década después abundarán otras cintas, también de cierto culto cinéfago, como Abierto hasta el amanecer y Vampiros de John Carpenter.

           Dentro de esta reinvención, que acertadamente no se detiene a repasar todos los archiconocidos preceptos del canon vampírico -de hecho ni se cita el término-, el segundo largometraje de Kathryn Bigelow -quien rinde un pequeño tributo al Aliens: El regreso de su entonces pareja, James Cameron, de la que hereda buena parte del reparto- parece encontrar asimismo raigambre en el tema de los amantes a la fuga, con lo que dota de cierta poética melancólica a esa atmósfera nocturna y espectral que lo envuelve todo, a ese idilio amenazado de muerte -por el sol que pone fin a los sueños, por el precio de la noche, por la violencia de los compañeros, por la imposible conciliación de dos mundos-. En esta línea, juega con el componente sexual de la unión entre los dos enamorados. Primero, con esos equívocos iniciales, donde el comportamiento vampírico puede ser el de cualquiera de los dos, embelesados por el roce, por la tentación del cuello. Luego, con uno bebiendo del otro sensualmente, acercándose a la lujuria, mientras se escucha el pulso que se acelera.

Siguiendo en parte esta línea, Los viajeros de la noche puede leerse igualmente como una fábula moral en la que un joven arrogante e imprudente -un joven, en definitiva- se adentra en una crucial experiencia en la que coquetea con la perdición -los efectos de la conversión se reflejan como si se tratase de un síndrome de abstinencia, como de hecho llegan a sospechar algunos personajes-.

           En cualquier caso, el guion de Los viajeros de la noche no tiene mucho vuelo más allá de la iniciación del protagonista en esta nueva realidad y los dilemas que se le plantean. Y, cuando le conviene, fuerza a su antojo la lógica del relato en general y de la escena en particular. Por ello, la película va perdiendo poco a poco el colmillo hasta rematar en un desenlace cogido entre alfileres.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 4,5.

Megalodón

30 Ene

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Año: 2018.

Director: Jon Turteltaub.

Reparto: Jason Statham, Li Bingbing, Rainn Wilson, Ruby Rose, Winston Chao, Shuya Sophia Cai, Cliff Curtis, Jessica McNamee, Robert Taylor, Page Kennedy, Ólafur Darri Ólafsson, Masi Oka.

Tráiler

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         Megalodón bien podría servir como ejemplo sobre cómo Hollywood lleva más de un lustro volcado hacia el mercado cinematográfico chino y viceversa. Los constantes guiños a través de actores y escenarios, además de la autocensura para adaptar las películas a las apetencias de la dictadura, son concesiones orientadas a la búsqueda del triunfo en unas taquillas que se mantienen fieles y provechosas frente a la concatenación de crisis económicas y decadencia de las salas occidentales registrada desde el comienzo del milenio. Y, dentro de esta carrera, la competencia es despiadada debido a las restricciones que pesan en el país asiático sobre las producciones extranjeras, fuertemente limitadas. Una sucesión de pasos que han ido fructificando incluso en costosas superproducciones como La gran muralla. Anhelo de estrellas, de blockbusters, que les hablen directamente a ellos, en lugar de mirarlos por encima del hombro como público -como ciudadanos- de segunda. El dinero proporciona dignidad.

Así pues, Megalodón es un buen ejemplo de ello porque, además de contar con fondos de compañías chinas, fijar localizaciones en el país -la popular playa de Sanya- y de incorporar a celebridades nativas a la cabeza del cartel -Li Bingbing-, también simboliza las pretensiones de este tipo de filmes: más grande todavía, aún más espectacular. O, como diría el jefe de policía Martin Brody en Tiburón, «vamos a necesitar un barco más grande», frase homenajeada en cualquier cinta que emule el referencial éxito de Steven Spielberg. Porque si el especimen de aquella ya era monstruoso, en Megalodón, como su propio título indica, se resucita a un extinto pariente prehistórico cuyos mayores especímenes, según estima la ciencia -es decir, excluyendo las fantasiosas licencias de la ficción-, podían alcanzar entre los 16 y los 20 metros de longitud.

         Siguiendo estas premisas, Megalodón se ajusta a las convenciones del género desde una realización, a cargo de Jon Turteltaub, que es pura funcionalidad sin huella, intercambiable prácticamente con la de cualquier producción análoga y tan solo interesada en mantener la historia en movimiento. Pura cadena de montaje.

Para la coartada dramática, el argumento se organiza a través de un típico arco de redención con tintes de venganza personal en la que el héroe atormentado ha de hacer las paces consigo mismo derrotando al mal que lo había dejado profundamente herido. Y, para reforzarlo, se añaden postizos tan tópicos como improbables -la presencia de la exmujer de uno y de la hija de otra-, así como otros clichés tan sobados -el empresario ambicioso hasta lo criminal- que sorprende la falta de esa ironía autoconsciente, como disculpatoria, con la que se rebozan muchos de los blockbusters actuales. Mientras, por su parte, la criatura surge con ecos de El mundo perdido para devolver al ser humano a un estado de vulnerabilidad ante lo desconocido, lo salvaje y primigenio -la sugerencia de la neblina de la fosa-.

         Se trata, por tanto, de mimbres de serie z -el megalodón es de hecho un villano recurrente en el infracine del SciFi Channel y similares- para servir la excusa del duelo entre el monstruo y un rival a su altura, Jason Statham, probablemente el único actor de acción contemporánea del que, con su apariencia granítica, su voz cazallera de rufián cockney y en definitiva su carisma rocoso, nos creemos que podría derrotar a semejante bicho tan solo raspándolo con la lija que, en vez de barba, le brota en la quijada.

         En China, Megalodón recaudó más de 50 millones de dólares en su primer fin de semana, logrando el tercer puesto en la taquilla. Lo suficiente para que se anunciara poco después la intención de rodar una secuela. Misión cumplida.

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Nota IMDB: 5,6.

Nota FilmAffinity: 4,5.

Nota del blog: 4,5.

El despertar de una nación

21 Ene

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Año: 1933.

Director: Gregory La Cava.

Reparto: Walter Huston, Franchot Tone, Karen Morley, C. Henry Gordon, David Landau, Arthur Byron, Dickie Moore.

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          A comienzos del milenio, el escritor Harold Bloom, uno de los intelectuales más influyentes de su país, sostenía que los Estados Unidos se habían convertido en «una teocracia emergente» en la que cada presidente, y cada candidato presidencial, defiende su creencia religiosa como una virtud impepinable que, luego, se ve recompensada por un electorado con sorprendentes niveles de credulidad. El siempre afilado y concienciado Aaron Sorkin lo sintetizaba en la escena inaugural de The Newsroom, en la que el periodista interpretado por Jeff Daniels, adalid del pensamiento crítico, rebatía la idea de que Estados Unidos «es el mejor país del mundo» argumentando que solo lidera tres ránkings globales, entre ellos el de «número de adultos que creen que los ángeles son reales» -los otros son el porcentaje de población encarcelada y el de gasto militar, por cierto-. En la misma línea, Margaret Atwood consideraba que, si el país norteamericano derivaba en una dictadura, la religión constituiría su piedra angular, como de hecho refleja en su serie literaria El cuento de la criada. «Fue un despertar”, declaraba tras la victoria electoral de Donald Trump en 2016 Richard B. Spencer, una de las cabezas de esa denominada ‘derecha alternativa’ que reciclaba el ultraconservadurismo de raíz machista, xenófoba y supremacista en un movimiento en cierta manera ‘chic’, moderno y revitalizado, admitido en el juego político y social contemporáneo.

          La imagen utilizada por Spencer coincide con el título en español de El despertar de una nación, en la que, tras sufrir un accidente automovilístico que lo deja en coma, un presidente recién elegido experimenta una conversión trascendental comparable a la de San Pablo y su caída del caballo. Cambiará así su frivolidad pretérita, rayana en una indiferencia criminal, por una actitud de liderazgo encaminada a resolver con enconada determinación los males que asaltan el país -el desempleo, el crimen mafioso, el hambre y la miseria-. Y, más aún, el mundo entero -la escalada belicista internacional-. Hay un detalle de realización mediante el cual se plasma sensorialmente esta milagrosa transformación: entre música de pífanos, una suave corriente entra por la ventana, meciendo las cortinas y cambiando la luz de la estancia, que se proyecta sobre el rostro del protagonista convaleciente, iluminándolo. El título original del filme es Gabriel Over the White House. La secretaria del presidente lo explicitará en un diálogo en el que describe este cambio providencial comparándolo con el encuentro del Arcángel Gabriel y el profeta Daniel.

Al personaje lo interpreta nada menos que Walter Huston, un actor con una presencia tan presidencial que ya había encarnado en dos ocasiones anteriores a Abraham Lincoln, cuyo busto y cuya pluma la película sitúa en el Despacho Oval. ‘Abe el Honesto’, uno de los mantras que dominan la política estadounidense. El hombre sencillo y honesto. El que no recurre a palabrería para aportar soluciones, el que no engaña con trucos arteros de burócrata. Una utopía fantasiosa que confunde sinceridad con simplonería.

          El despertar de una nación se estrena en 1933, con la Gran Depresión azotando los Estados Unidos y provocando un efecto en cadena en el resto del planeta que tensionará la política del Periodo de Entreguerras. Ese mismo año, Adolf Hitler es elegido canciller imperial. Es un tiempo con hambre de cirujanos de hierro que extirpen los tumores de la nación. Cuando el presidente de El despertar de una nación declara el estado de crisis y anula los poderes de un parlamento corrompido, apelando a los espíritus y principios fundacionales de la nación, sus detractores advierten de que está dando paso a una dictadura. Pero Jud Hammond tiene a Dios con él, y bajo el impulso de su «locura divina» corregirá los renglones torcidos de la política de «los cuerdos» que han propicidado «la catástrofe», el colapso de la democracia americana. Alcanzar un acuerdo con el proletariado arrasado por la falta de oportunidades a través de la creación de un ejército patriótico, acabar con la opresión del hampa sacando los tanques a las calles, negociar con puño firme las deudas suscritas por los países europeos. Francisco Franco también proclamaba ser caudillo por la gracia de Dios. In God we trust. Gott mit uns.

Vista desde el presente, El despertar de una nación aparece como una idealizada y enérgica curiosidad. Pero, por todo lo anterior, es una curiosidad tremendamente siniestra. Ambigua en el mejor de los casos.

Para ello, pongamos una analogía más actual. De apariencia campechana e ignorantona, George W. Bush llevaba una vida disoluta, marcada por el alcohol, hasta que, a los 40 años, gracias a la influencia de su esposa y del reverendo evangélico Billy Graham, vio la luz y, según explicaba un amigo suyo, «dijo adiós al Jack Daniels para dar la bienvenida a Jesucristo». Llegó a asegurar que Dios era su filósofo de cabecera mientras hablaba del «eje del mal» y de «cruzada» contra el terrorismo, rodeado de un personal con las mismas convicciones religiosas que él y abriendo la puerta de la Casa Blanca a los grupos de estudio de la Biblia. También afirmaba haber leído más de una decena de biografías de Abraham Lincoln. «Me conduce una misión de Dios. Dios me dijo ‘George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán’. Y lo hice. Y luego Dios me dijo ‘George, ve y termina con la tiranía en Irak’. Y lo hice», declaraba en una entrevista a The Guardian.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 4.

Renacimiento (Renaissance)

28 Dic

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Año: 2006.

Director: Christian Volckman.

Reparto (V.O.): Patrick Floersheim, Laura Blanc, Virginie Mery, Gabriel Le Doze, Marc Cassot, Marc Alfos, Bruno Choel, Jerome Causse.

Tráiler

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            El noir es un mundo de sombras cuya ambigüedad se manifiesta en la lucha entre la luz y las tinieblas que concita su fotografía. De ahí el poder que tiene el blanco y negro para invocar este universo que parece tan característico de las décadas de los cuarenta y cincuenta, turbulentos y dudosos. La animación de Renacimiento (Renaissance) bebe de estas fuentes al transformar una estética propia del cómic, con un entintado que en efecto es todo contraste entre el blanco y el negro, en imágenes en movimiento bajo las que se concita un París futurístico, fechado en el año 2054, donde un detective desengañado y solitario, que se mueve al margen de la sociedad, se convierte en la salvaguarda de los últimos resquicios de la humanidad durante la investigación del secuestro de la joven y eminente científica de una todopoderosa y omnipresente compañía.

            Una megalópolis claustrofóbica, tortuosa y desigual en la que yacen atrapados unos habitantes que viven en dos niveles de realidad -la prosperidad y la miseria absoluta, la superficie y lo subterráneo-; un protagonista de dualidad atormentada -nacido en la casbah de los malhechores, reconvertido en bastión de la justicia-; una trama criminal que recorre la retorcida estructura de una sociedad en la que nada es lo que parece, donde lo que está arriba es en verdad lo más bajo; una dama rubia y otra morena. Es decir, la forma expresa un fondo donde comparecen todos los ingredientes -y todos los clichés- tradicionales del género.

Al mismo tiempo, la convergencia de Renacimiento con la ciencia ficción permite deslizar determinadas reflexiones críticas -la gran corporación como poder sustitutivo del Estado, la decantación de una sociedad a dos velocidades- y existenciales -la pérdida de valor de la vida frente a una inmortalidad que pasaría a ser otra potestad de los privilegiados-, las cuales sin embargo, sobre todo en el caso de esta última, quedan en simple excusas sin especial desarrollo.

            Porque, a fin de cuentas, recargada hasta alcanzar un punto de exceso, la estética termina devorándolo prácticamente todo, en buena medida porque ese cimiento argumental sobre el que se alzan las imágenes es más bien esquemático dentro de su también tradicional enrevesamiento noir. Y es además una estética que entrega alguna composición visualmente poderosa pero cuya ascendencia de papel queda finalmente deslucida por la fealdad de los trazos y la pedestre cinética de la animación digital, pobre en comparación con la de Sin City, estrenada un año antes, o la de otras traslaciones de novela gráfica posteriores como Alois Nebel.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 4,5.

Aquaman

25 Dic

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Año: 2018.

Director: James Wan.

Reparto: Jason Momoa, Amber Heard, Patrick Wilson, Willem Dafoe, Nicole Kidman, Yahya Abdul-Mateen II, Temuera Morrison, Michael Beach, Dolph Lundgren, Sophia Forrest, Graham McTavish, John Rhys-Davies, Djimon Hounsou, Julie Andrews.

Tráiler

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         Aquaman, mestizo entre humano y atlante, está llamado a ser el puente de unión entre dos mundos -el marino y el terrestre- que en realidad son uno solo -el planeta Tierra-. También se lo podría reclamar como punto de acercamiento en esa disyuntiva entre DC -el tormento interior aparejado a la oscuridad exterior- y Marvel -el superhéroe desenfadado y autoconsciente-, porque sus chascarrillos macarras de descastado, opuestos a los delirios genocidas de su hermanastro de sangre pura, priman sobre sus remordimientos por la desaparicion de su madre, divinidad trágicamente encadenada a las servidumbres de su condición superior.

         Los ingredientes dramáticos de Aquaman, así como su trasfondo crítico -ecologismo, multietnicidad, belicismo- son apenas alusiones que se encuentran por completo licuadas dentro de una vorágine de tópicas intrigas palaciegas -con una estrategia tremendamente cuestionable por parte de los pacifistas, en vista de la cruenta guerra que llevan a cabo para dar un golpe de Estado que establezca cierta concordia-. En su transcurso, siguiendo una de las ramas tradicionales del viaje del héroe, el marginal debe descubrir y revelar su inesperada naturaleza mayestática.

         La narración avanza sin tregua y sin dejar poso alguno en una sucesión de imágenes orgullosamente horteras, hasta lo confuso o lo ininteligible por esa falta de textura tangible, de difuminación por chroma del diseño de producción. Por momentos, entre coloridos imposibles, efectos cuestionables y ritmos intrépidos, Aquaman se acerca a un videoclip de música techno de principios de los dosmiles. Cuando la acción parece desarrollarse de manera más física, como el duelo en un patio siciliano entre Aquaman y Black Manta -un pobre villano de relleno-, se percibe cierto feísmo o cutrez próxima al tokusatsu -es decir, ese género fantástico japonés del que nacen cosas como Power Rangers-.

En parte, esta suicida desinhibición kitsch le aporta un punto entrañable -ese combate gladiatorio de serie B con un pulpo a los timbales, medusas por focos y cartas de presentación propias de la MMA- que se combina con la presencia carismática de Jason Momoa.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 4.

Da 5 Bloods: Hermanos de armas

21 Dic

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Año: 2020.

Director: Spike Lee.

Reparto: Clarke Peters, Delroy Lindo, Jonathan Majors, Chadwick Boseman, Isiah Whitlock Jr., Norm Lewis, Mélanie Thierry, Paul Walter Hauser, Jasper Pääkkönen, Johnny Trí Nguyễn, Lê Y Lan, Lam Ngyen, Jean Reno.

Tráiler

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         Da 5 Bloods: Hermanos de armas comienza como terminaba Infiltrado en el KKKlan, con imágenes documentales que revelan, como un jarro de agua fría, la realidad que sirve de transfondo de la obra de ficción. Son recortes que hablan de la Guerra de Vietnam desde la perspectiva militante de Spike Lee, metiendo el dedo en la llaga de una lucha en la que se empleó a las clases bajas como carne de cañón reemplazable y que se combatió en paralelo -o a espaldas, según se mire- de los profundos conflictos raciales que se manifestaron en forma de disturbios urbanos en aquel turbulento periodo de la historia de los Estados Unidos. Problemas cuyo carácter endémico se traza, de nuevo como en Infiltrado en el KKKlan, a través de una constante referencia y emparentamiento con a la convulsa actualidad bajo el mandato de Donald Trump y las reivindicaciones del Black Lives Matter.

         Desde este punto de partida, Da 5 Bloods: Hermanos de armas embarca a Otis, Melvin, Eddie, Paul y su hijo David -es decir, como los miembros de The Temptations– en un regreso a Vietnam sarcásticamente transformado en parque temático para acometer la misión de recuperar los restos de su compañero y líder espiritual caído en combate, así como el tesoro que escondieron cerca de su cuerpo. El planteamiento se lee por tanto como una búsqueda de sanación de las heridas sin cerrar del veterano del guerra -el trastorno de estrés postraumtático vinculado a unos profundos remordimientos, la huella dejada en el país asiático, aparejada además a otras formas de racismo- y una victoria postrera e imposible -el oro destinado a reparar los agravios de siglos- que, en un guiño irónico, se contrapone al cine revanchista de la era Reagan, capitaneado por John Rambo y el coronel James Braddock, «falsos héroes» frente al compromiso y la solidaridad de auténticos soldados cuyos méritos, quizás también debido al racismo, caen en el olvido.

         La premisa argumental parece acercar el filme a ese género bélico contaminado de picaresca de Doce del patíbulo, Mercenarios sin gloria, Los violentos de Kelly, Tres reyes o incluso la reciente Triple frontera, mientras se deja caer el velo de fatalismo pesimista de El tesoro de Sierra Madre para dotar de intriga trágica la aventura de estos cinco ancianos que cargan, cada uno, con su pesada mochila a cuestas. Pero estos dramas particulares -el choque paternofilial, las deudas con el pasado, el fracaso existencial… a lo que se añade una postiza tensión amorosa- no pasarán de ser apenas un esbozo manido que, a la postre, contribuye a que el relato resulte excesivo y desequilibrado.

         En la dirección, Lee utiliza el formato y la textura del fotograma para diferenciar presente y recuerdos del pasado, y alterna tramos de estilo clásico -en los que, no obstante, la acción bélica está rodada sin nervio- con rupturas formales marca de la casa, como las declamaciones mirando a cámara, las cuales no funcionan bien en parte por un montaje tan poco afinado que a veces las deja como un pegote. Algo parecido ocurre con la banda sonora de su habitual Terence Blanchard, demasiado presente y que no acaba de maridar con las imágenes. Puede rescatarse la intensidad que aporta Delroy Lindo en su interpretación pero, en cualquier caso, el cineasta no consigue encontrar una armonía, una entonación natural entre la narración y la protesta.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 5,4.

Nota del blog: 4,5.

Climax

16 Nov

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Año: 2018.

Director: Gaspar Noé.

Reparto: Sofia Boutella, Romain Guillermic, Souheila Yacoub, Kiddy Smile, Claude Gajan Maull, Giselle Palmer, Taylor Kastle, Thea Carla Schott, Sharleen Temple, Lea Vlamos, Alaia Alsafir, Kendall Mugler, Lakdhar Dridi, Adrien Sissoko, Mamadou Bathily.

Tráiler

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          En tiempos mozos, había una amiga punky que me invitaba a ir a las raves de sus colegas. A pesar de lo que me gustaba la chica, yo le razonaba que no era buena idea porque ellos podían pasarse una semana de jarana, drogopropulsados, mientras que yo, que utilizaría kalimotxo como combustible, para el primer amanecer ya iba a entrarme el hartazgo y las ganas de irme a casa. No hay nada más enervante que estar plantado en una fiesta funcionando a distinto ritmo que el resto de la gente. Lo que en sus cabezas se percibe como un momento genial y divertido, en la mirada del sobrio -o peor, del protoresacoso- se convierte en actitudes irritantes e inaguantables. Climax es algo parecido. Gaspar Noé reutiliza la historia de un grupo de danza al que le drogaron la bebida a mediados de los noventa para construir su nuevo acto de provocación.

          Después de una presentación por medio de entrevistas y de la explicitación de referencias cinematográficas, Noé prepara tres ambientes: un número de despedida del curso que da comienzo a la fiesta, una serie de conversaciones en las que se comienza a cuestionar conceptos sociales -la patria, Dios, las relaciones, el sexo-, revelando en parte el polvorín sobre el que están todos asentados, y una posfiesta lisérgica donde la perspectiva se encuentra ya completamente desquiciada.

La realización y el empleo de la banda sonora va alterándose de una a otra. La primera se organiza mediante un plano secuencia a través del que se exhiben las habilidades del elenco como bailarines -solo Sofia Boutella y Souheila Yacoub poseían además experiencia interpretativa-, con una coreografía que va más allá de la danza para trasladarse orgánicamente a los movimientos de la cámara y de los actores sobre el escenario, que es el inquietante interior de un colegio.

La gramática del segundo tramo ofrece una ruptura con lo anterior, elaborada con planos fijos sobre parejas o grupos de personajes que conversan íntimamente y que saltan de unos a otros con pronunciados cortes de edición que funcionan prácticamente como flashes, mientras que la música electrónica decae o se torna machacona, maquinal.

Un plano cenital sostenido y la anómala irrupción de los títulos de crédito -Noé es un cineasta al que le gusta exhibir su presencia, la cual se manifiesta también en las agresivas consignas que se sobreimpresionan en pantalla apuntalando las desasosegantes evoluciones de la trama- dan paso a ese estado de trance que ocupa toda la segunda mitad del metraje. De nuevo, está rodado en plano secuencia -esto es, el recurso que equipara la visión del espectador a la de un personaje dentro del escenario-, esta vez entre colores fuertes que manan de una iluminación artificial, signo de esa percepción alterada a la que también se puede asociar la distorsión de los temas que suenan de fondo. La medida coreografía del tercio inicial queda transformada ahora en caos, ruidos y comportamientos animalizados; planos que llegan a voltear el fotograma para revelar el infierno que se ha magnificado por los estupefacientes y el encierro de este grupo humano junto a sus violentas pulsiones, primarias, retorcidas o dislocadas.

          Es decir, que la forma es, en sí misma, la narrativa de Climax, calculadísima, marcada y evidente dentro de esa aparente anarquía del delirio. Una forma que busca narcotizar, que se comparta la experiencia extrema junto con los protagonistas de esta alucinación colectiva, que camina hechizada hacia la abstracción.

La hipnosis, en definitiva, es esencial para participar de este estado mental y moral alterado. El riesgo es que, si uno queda fuera, sobrio, va a pasar hora y media junto a unos notas haciendo el indio entre luces estroboscópicas y de colores, lo que termina siendo exasperante -y un poco ridículo-. Aun así, sigue habiendo detalles inquietantes, como ese bailarín cuya flexibilidad impide saber a ciencia cierta si está de frente o de espaldas, o los gritos de un niño perdido en medio de este arrebato psicótico.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 4,5.

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