Archivo | mayo, 2012

El huevo de la serpiente

31 May

“No os regocijéis en su derrota. Por más que el mundo se mantuvo en pie y paró al bastardo, la perra de la que nació está en celo otra vez.»

Bertolt Bretch

 

 

El huevo de la serpiente

 

Año: 1977.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: David Carradine, Liv Ullman, Heinz Bennet, Gert Fröbe.

Filme

 

 

             Ingmar Bergman, el introspectivo exégeta de la alienación, la culpa, la soledad, la humillación, la incomunicación, la desafección, la muerte y la ausencia de Dios, encontrará la excusa del misterio de unos asesinatos sin resolver en la joven y volátil República de Weimar para preguntarse sobre el origen del Mal, con mayúsculas. Un Mal incipiente que acabará por degenerar esta vez no solo la somatización de los terrores existenciales del individuo, objeto de constante análisis en su cine, sino una manifestación colectiva, irracional y barbárica sin precedentes: el nazismo.

             Por supuesto, la resolución del enigma o la creación de intriga no serán el objetivo del sueco. Desde el punto de vista de Abel (David Carradine) un artista de circo estadounidense en Berlín, incapaz de hablar alemán, judío en medio del creciente antisemitismo europeo, originario de una nación que ya no existe como país, Bergman nos descubre un mundo sumido en la más profunda devastación política, económica, social y moral. Es la Alemania a punto de sucumbir por agotamiento, arruinada tras la paz cartaginesa que sigue a la Primera Guerra Mundial, hundida por la hiperinflación, el desempleo, la inestabilidad política, el alarmismo mediático y el auge de los extremismos, el racismo y la xenofobia.

Un mundo corrompido en el que el ser humano opta por una huida desesperada del terror bajo diversas formas: la violencia (la acción en las calles del germen del Partido Nacionalsocialista), una actitud hedonista pareja a la degradación espiritual (las deformadas sombras nocturnas que recorren las mugrientas calles y los sórdidos garitos) o la obcecada entrega a la proverbial eficiencia germánica desde el orgullo herido y la desconfianza frente a lo foráneo (el inspector Bauer). En el caso del protagonista, el extraño desorientado en una ciudad hostil que lo rechaza, el individuo señalado sin culpa –“los problemas solo los tiene quien se los busca”, afirma ingenuamente-, herido afectivamente por el brutal suicidio de su hermano, la respuesta será el alcoholismo y una relación reprimida, enfermiza, posesiva y ambigua con la viuda de éste (Liv Ullman).

             La asolada Berlín como infierno sobre la Tierra, una podredumbre grisácea, envuelta en gélidas sombras, eternamente empapada por la lluvia y la niebla. El contexto perfecto para que medren monstruos sádicos sin aprecio o conciencia sobre la vida o la muerte como el científico Hans Bergerus (Heinz Bennet), escudado para el disfrute de sus tropelías en el discurso lógico y racional, el pensamiento ilustrado y la ciencia pura, despojada de sentimientos. Un demonio oculto bajo apariencia humana, liberado por la anomia y la amoralidad general, por la ausencia de un Dios tan distante que ni escucha ni perdona; un ser que se divierte desmembrando el alma humana, exprimiendo con curiosidad empírica su angustia, sus flaquezas, sus miedos y debilidades con el pretexto último de llevar al decrépito ser humano a un nuevo estadio de perfección.

             Pese a que el filme sufre una importante caída del ritmo en el nudo del relato, aspecto generalmente secundario para un Bergman que se muestra aquí extrañamente propenso a un poco elegante uso del zoom, El huevo de la serpiente funciona como plasmación de una opresiva pesadilla, sabe transmitir la claustrofobia de una situación insostenible, la consternación de saberse en un polvorín a punto de volar en mil pedazos en cuanto la cansada masa gris se rebele en la irracional inconsciencia de la rabia pura y el odio mamado y heredado por generaciones uncidas bajo el yugo de la desesperación, la humillante falta de futuro y la deshonrosa miseria del presente, y alce hasta la mecha a un loco iluminado y carismático dispuesto a prenderla.

            Un Mal que permanece larvado, dispuesto a resurgir en cualquier momento, siempre que las circunstancias sean favorables.

Película y mensaje a tener en cuenta. 

 

Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 7,5.

La presa

30 May

“El infierno son los otros.”

Jean-Paul Sartre

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La presa

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Año: 1981.

Director: Walter Hill.

Reparto: Keith Carradine, Powers Boothe, Fred Ward, Lewis Smith, Les Lannom, T.K. Carter, Alan Autry, Franklyn Seales, Peter Coyote, Brion James.

Tráiler

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            En 1972, John Boorman proponía en la magistral Deliverance el enfrentamiento a muerte entre los enormes contrastes de los Estados Unidos: la América urbana, cosmopolita y (supuestamente) civilizada frente a la paupérrima, recóndita y salvaje América rural del Sur profundo.

Es el choque de las contradicciones de un país (y del mundo), al mismo tiempo que el despertar de un terror sepultado en el subconsciente colectivo: el retorno del todopoderoso ser humano, del orgulloso hombre blanco occidental, a su condición atávica de indefensa pieza de caza en medio de la abrumadora e ingobernable Naturaleza. En último caso, la premisa del hombre como lobo para el hombre en su sentido más literal, tema que en el Séptimo Arte remite al clásico inmortal de El malvado Zaroff, con todas sus múltiples revisiones, adaptaciones y variaciones ulteriores.

            Una década más tarde, si bien dentro un contexto cronológico tan solo un año posterior en su argumento, Walter Hill, por entonces ya guionista (La huida, El hombre de Mackintosh, Con el agua al cuello), director (El luchador, Driver, The Warriors, Forajidos de leyenda) y productor (Alien, el octavo pasajero) de cierta reputación, empleará estas mismas claves de Deliverance para trasladar la ferocidad de la guerra -principal producto de la condición irracional de ese hombre presuntamente ilustrado- a un entorno más reconocible que el del enfrentamiento bélico puro: una guerra minúscula, antiépica, cutre, desencadenada por una estupidez trivial producto de una absurda ilusión de superioridad, y en la que se revela la condición posible del hombre como depredador caníbal que caza a otra alimaña, el hombre como presa que se transforma en una bestia cegada por su instinto de supervivencia.

             Siguiendo una estructura similar al ya aplicado en The Warriors, icono del cine de tribus urbanas según la leyenda basado en la épica Anábasis de Jenofonte, Hill presenta a un desastroso cuerpo de la Guardia Nacional de Luisiana –cuerpo irregular de ciudadanos militarizados- en huida desesperada entre los impenetrables bayous del estado sureño frente al sádico acoso y hostigamiento de los aislados cajunes nativos –población francófona, incidiendo en la sensación de incomunicación y diferencia entre semejantes-, sedientos de sangre.

Desempeñando un gran ejercicio de dirección, patente sobre todo en la superlativa creación de atmósfera, apuntalado por el creíble trabajo del reparto y el inestimable acompañamiento de Ry Cooder, habitual colaborador de Hill, en la banda sonora, La presa expone el caso de unos ciudadanos corrientes –el tipo irónico e inteligente, el hombre de estudios, el paleto con aspiraciones de cowboy, el hombre de la comunidad, el inútil que juega a ser un comando,…- sumergidos hasta el cuello en una pesadilla agobiante, cautivos de un entorno natural colosal, indómito y adverso, un escenario descomunal que contagia permanente tensión y desasosiego, de luz mortecina, desvaída por la humedad del pantano, de sonidos estridentes y hostiles, todo barro, mugre y aguas estancadas que calan hasta los huesos, sonidos estridentes, siempre con la gélida presencia de la amenaza latente e invisible de un mal conocido, capaz de aflorar en el espíritu de toda persona según su capacidad de resistencia a la llamada de lo salvaje.

El mísero infierno del hombre sobre la inmunda Tierra.

 

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 8.

Le llamaban Bodhi

29 May

“Me sobran cojones para hacer surf en esta playa.”

Teniente coronel Kilgore (Apocalypse Now)

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Le llamaban Bodhi

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Año: 1991.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Keanu Reeves, Patrick Swayze, Lory Petty, Gary Busey, Jon C. McGinley.

Tráiler

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            A principios de los noventa, el thriller popular no gozaba de buena salud, contagiado por los vicios de un Hollywood con avidez por argumentos trasnochados propicios para chutes baratos de adrenalina bajo formas cada vez más próximas al videoclip. Esta película es ejemplo de ello.

            Le llamaban Bodhi es la recuperación de las viejas cintas de surferos de los setenta –su agotamiento quedaba demostrada en la reinvención y mezcla paródica con la nazisploitation de Los surfistas nazis deben morir, made in Troma– con aspiraciones nostálgicas e icónicas para las nuevas generaciones alejadas de las anteriores, pero con el debido lavado de cara, abultado presupuesto y duelo de asépticos e inexpresivos guapos mediante –el emergente Keanu Reeves y el más consagrado Patrick Swayze-, a fin de satisfacer sus objetivos de espectáculo para todos los públicos.

            Kathryn Bigelow, por entonces pareja de James Cameron, productor del filme, continuaba una carrera de realizadora que había comenzado a tomar cuerpo a través de la modernización de temáticas clásicas como la mitología del vampiro (Los viajeros de la noche) y por guiños a un cine de sensibilidad en principio poco femenina (el policíaco Acero azul, con escenas al ralentí herencia de su admirado Sam Peckinpah).

En esta ocasión, la clave de actualización pasa por transformar el enfrentamiento entre el policía y el ladrón en una competición lindante con la rivalidad/hermandad de patio de colegio con chica entre medias más propia del cine juvenil: el recién llegado Johnny Utah (Reeves), ambicioso agente del FBI con mucho que aprender sobre la vida, contra la temible banda de los ex presidentes, un grupo de joviales y bronceados surfistas californianos dirigidos por el experto jinete de las olas Bodhi (Swayze), todo un gurú new age alzado en firme lucha contra lo establecido desde el hedonismo militante propio de su gremio.

            Intrascendente hasta la médula, con un guion simple, disparatado de partida y tontorrón hasta el sonrojo en no pocas ocasiones –precisamente cuando suelta algún intento de frase reflexiva o, peor aún, reivindicativa e incluso mística-, Le llamaban Bodhi no pasa de ser una cinta convencional y previsible filmada con un buen manejo de los tiempos y un reseñable rodaje de la acción, destinada a mayor gloria del existencialismo del surfer y su consumo despreocupado y poco exigente en las multisalas de toda América y, por extensión, del Universo.

            Cumpliendo con sus pretensiones, conseguiría convertirse en todo un referente generacional –componente fuera del cual pierde casi todo su atractivo-. De hecho, se espera remake.

 

Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 4.

Los sustitutos

28 May

«Nuestro lema es ‘más humanos que los humanos’.»

Dr. Eldon Tyrell (Blade Runner)

Los sustitutos

Año: 2009.

Director: Jonathan Mostow.

Reparto: Bruce Willis, Radha Mitchell, Rosamund Pike, Ving Rhames, James Cromwell.

Tráiler

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            El futuro del ser humano es dejar de ser humano. El anhelo de eliminar todo lo que huela a perecedero, lo más prosaico de la cotidianeidad o lo analógico pasa irremediablemente por acabar también con nuestro propio cuerpo, sustituirlo por una estructura más perfecta, menos humana por definición. Así ocurre en el imaginario colectivo, con distopías vaticinadas desde la ciencia ficción de Isaac Asimov y Philip K. Dick hasta sus reiteradas traslaciones al cine; desde Metrópolis hasta los Terminators y los nuevos mundos y personalidades alternativas de la era digital plasmados en el celuloide.

            Los sustitutos, basada en el novela gráfica de Robert Venditti y Brett Weldele, y dirigida por Jonathan Mostow, precisamente realizador de la olvidable tercera película de la saga Terminator, recoge toda esta influencia: un mundo en el que las personas viven no a través de sus redes sociales, como ahora, sino de una especie de replicantes; unos robots todo cutis firme, sonrisas perfectas y músculos tonificados, infatigables, inmunes a daños físicos o emocionales.

Un punto de partida interesante que, sin embargo, no responde a ciertas preguntas básicas –al menos para un servidor-: ¿qué objetivo tiene estar horas tumbado en una sillón reclinable dirigiendo un cacharro sin siquiera poder estar en modo multitarea? ¿No es esto igual de trabajoso y pesado? ¿Acaso se ahorra siquiera esas largas horas muertas entre el trabajo y la vida cotidiana?

            Entrado ya en materia, Los sustitutos presenta una historia bien sabida: la premisa de que el error humano siempre prevalece y ha de ser otro imperfecto humano, debidamente descreído con la nueva religión, quien lo solucione. Nadie mejor para ello que Bruce Willis, el antihéroe predigital por excelencia, aquí detective de la policía de Boston con su inevitable tragedia sentimental y vida personal desastrosa a cuestas.

Un clásico de toda la vida contra una conspiración del futuro, prolija, no obstante, en lugares comunes y con olor a cómic en el mal sentido de la expresión, tal y como evidencian elementos como esa congregación minoritaria de luditas y su mesiánico líder de opereta, interpretado por un Ving Rhames caricaturesco, todo rastas y pose budista, y que, tras muchos años, vuelve a repetir duelo con Willis, esta vez  fuera del sórdido sótano de una dudosa casa de empeños.

             Así, las intrigas corporativas pasan justo el aprobado, estancándose en lo convencional en demasiadas ocasiones, mientras que el rodaje de la acción echa en falta una mayor garra y la parte ‘humana’ resulta plana e incluso ñoña, víctima de un mal llevado melodramatismo. Por otro lado, Bruce Willis cumple de sobra con un papel que conoce al dedillo y el maquillaje, garante de la lograda sensación de máquinas bien pulidas que desprenden esos sosias mecánicos, es digno de mención.

No obstante, estas contadas virtudes no evitan que perdure la sensación de que, de nuevo, se desaprovecha un planteamiento jugoso, con posibilidades de construir una crítica de rabiosa actualidad, porque ¿quién no ha visto con irritación como un compañero/amigo/pareja se abstrae con su iphone en medio de una actividad en grupo al aire libre?

Más interesante que entretenida.

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Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 5,6.

Nota del blog: 5.

No conoces a Jack

27 May

«Lo que yo quiero es obligar a la profesión médica a que acepte sus responsabilidades, y entre esas responsabilidades se halla ayudar a los pacientes también en su muerte.»

Jack Kevorkian

 

 

No conoces a Jack

 

Año: 2010.

Director: Barry Levinson.

Reparto: Al Pacino, Brenda Vaccaro, Danny Huston, John Goodman, Susan Sarandon, Cotter Smith.

Tráiler

 

 

            En uno de sus primeros guiones, Max’s Bar, en la que firma junto a Valerie Curtin la adaptación de la novela de Todd Walton Inside Moves, Barry Levinson proponía la amistad y el apoyo emocional entre iguales como solución frente al caso desesperado de un pobre hombre al límite de su resistencia física y mental, discapacitado tras un frustrado intento de suicidio, expresión definitiva de este hastío. De la misma manera, Levinson, acostumbrará a dejar en sus sucesivas películas un resquicio por el que se cuele la esperanza, un espacio para la consecución del sueño americano en sus múltiples variantes, la posibilidad de resurgir desde la nada, de que prevalezca el entusiasmo de vivir.

Quizás signo del pesimismo de la edad, No conoces a Jack, lustrosa producción televisiva de la HBO, presenta esta vez como consuelo de los desesperados la asistencia de un autodenominado obiatra, médico de la muerte: el controvertido Jack Kevorkian, elemento perturbador de la opinión y conciencia pública estadounidense en la década de los noventa por su reiterada práctica de la eutanasia.

            Todo un experto en la revitalización de carreras decadentes –cosa que podría ya aplicarse a la suya propia-, Levinson contará con el protagonismo de un Al Pacino que vio días mejores. El neoyorkino se enfunda con su habitual voluntad compositiva en arrugas, canas, cuerpo contrahecho y olor a formol para encarnar al polémico matasanos, un hombre en abnegada lucha por un derecho civil inalienable: el de disponer de la propia vida y, como extensión del anterior, de la propia muerte.

Un derecho defendido desde los principios de la lógica más elemental, la moral más humana, la dignidad del individuo y, no menos importantes, los imperativos económicos derivados del abrasivo sistema sanitario estadounidense (y pronto español), que supedita al dólar las necesidades de la sociedad.

            Una producción artística aseada, un reparto con grandes nombres y un mensaje claro y firme, militante, que, no por acertado, convierte a No conoces a Jack en una buena película reivindicativa.

A pesar de sortear con garbo los dilemas éticos y morales que plantea su oficio al compasivo ‘doctor Muerte’, excusado por razones familiares, la película se hace eco de la declaración del teatrero y arribista abogado de Kevorkian: «Esta historia solo puede tener un ángulo, ¡el nuestro!».

Apenas hay segundas voces que permitan profundizar en el debate con seriedad, ya que estas aparecen, en todo caso, caricaturizadas en forma de políticos cínicos que protestan con poco fundamento o de manifestantes vociferando consignas huecas –si bien es posible que esto no difiera demasiado de la realidad-. Además, a ellos les corresponde el juego sucio en la disputa legal con un planteamiento un tanto traicionero: muestra de su hipocresía, no dudan en robar pruebas revolviendo entre la basura, ni tampoco en escamotear el factor humano a la hora de ponderar en público los hechos de ese buen, ilustrado y algo extravagante galeno.

            En cambio, y es aún una traba más costosa para No conoces a Jack como filme, Levinson, en vez de ejercitar el bisturí en cuestiones como la mediatización de la figura de Kevorkian o su descarado uso político, reducido a leves apuntes, opta por componer un guion reiterativo, redundante en las situaciones y excesivamente discursivo en sus planteamientos y justificaciones, hecho que socava el tempo narrativo de la obra.

Probable consecuencia de esto mismo y pese a centrarse más en el hombre que en el problema, es la escasa repercusión emocional de la cinta: fría, esterilizada, a excepción de puntuales momentos agrios en los que se contrapone lo prosaico de la labor del doctor y el trágico patetismo inherente a toda muerte, deseada o no.

Desaprovechada.

 

Nota IMDB: 7,8.

Nota FilmAffinity: 6,9.

Nota del blog: 4,5.

Sangre en Indochina

26 May

“Esta es la verdad… un huevo… lo blanco se va y lo amarillo se queda.”

Hubert de Marais (Apocalypse Now Redux)

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Sangre en Indochina

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Año: 1965.

Director: Pierre Schoendoerffer.

Reparto: Bruno Cremer, Jacques Perrin, Manuel Zarzo, Pierre Fabre, Boramy Tioulong.

Tráiler

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            Once años tuvieron que transcurrir desde la decisiva derrota de Dien Bien Phu hasta el primer acercamiento del cine francés –existe una cinta americana precedente, la poco conocida Jump Into Hella los estertores de su imperio colonial.

En unos tiempos en los que esa Guerra de Indochina había dejado ya paso a una Guerra de Vietnam en plena escalada militar estadounidense, será Pierre Schoendoerffer, partícipe de la batalla en el cuerpo cinematográfico del ejército colonial y más tarde cautivo del Viet Minh, quien abra la veda del revisionismo en su voluntaria condición de cronista del ocaso del imperio con Sangre en Indochina, producción franco-española en la que procede a adaptar su propia y exitosa novela, publicada en 1953, previa incluso al definitivo descalabro militar en el sureste asiático.

            Schoendoerffer echa mano de sus recuerdos bélicos para imponer una disciplina  marcial en el equipo de rodaje, adentrándose en la selva camboyana con la ayuda de un cuerpo militar –luego también parte del reparto-, cedido generosamente por el monarca local, Norodom Sihanouk, para lograr una recreación naturalista de la huida desesperada de un desarrapado y aislado pelotón francés y sus colaboradores laosianos en los días previos y posteriores al fin de la Indochina francesa.

Las implicaciones políticas del asunto permanecen en un discreto segundo plano cediendo protagonismo a la penosa epopeya del soldado tras las líneas enemigas, hostigado por las tropas invisibles, esquivas, itinerantes e irregulares de un oponente mimetizado con la jungla. Se diría que es ésta quien los rechaza, un territorio donde el hombre blanco poco ha de decir.

            Es a partir del pesimismo desde donde se realiza la aproximación histórica.

Más que la defensa a ultranza del imperio y una tibia visión negativa del enemigo comunista, queda la nostalgia de una tierra maravillosa abandonada, por la que el sacrificio estaba justificado.

Ideas que se expresan a través del sargento Willsdorf (Bruno Cremer), alter ego del escritor-director, un alsaciano como él –con los problemas de identidad nacional que ello supone-, veterano de la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial, que goza de la practicidad del desengañado, emparentado con combatientes individualistas como el sargento Zack de Casco de acero –con la que presenta ciertos elementos de coincidencia- o el sargento Wells de El ataque duró siete días, tipos con amplia visión de la realidad más cruda de la batalla y conocimiento del verdadero triunfo de la simple supervivencia.

            Es lo inútil y, por tanto, lo trágico del sacrificio en una guerra que se sabe perdida lo que incide en el componente político: el desinterés por sostener decididamente la lucha por la colonia, la impopularidad del ejército colonial en la propia metrópolis. Ante ello, Schoendoerffer propone un relato sencillo -galardonado como mejor guión en Cannes– sobre el recorrido emocional y las relaciones humanas del soldado, una víctima más del conflicto, inmerso a la fuerza en un recorrido físico y espiritual nada glorioso y poco melodramático; sensación de desolación en la que ahonda esa realización austera en medios pero muy acertada en una puesta en escena que explota al máximo la credibilidad de la cinta.

Una cuestión esta de la sangre desperdiciada que Schoendoerffer retomará, esta vez aislándola en su carácter de drama humano, en su posterior Diên Biên Phú.

            La influencia de Sangre en Indochina será palpable en futuros estudios de la ya entonces en curso Guerra de Vietnam como en Apocalypse Now -que en su versión Redux toma prestada incluso la metáfora del huevo: “lo blanco se va, lo amarillo se queda”-, o Platoon.

 

Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7.

Días del cielo

25 May

“La tierra a la cual pasáis para poseerla, es tierra de montes y de vegas; de la lluvia del cielo ha de beber las aguas; tierra de la cual Jehová tu Dios cuida: siempre están sobre ella los ojos de Jehová tu Dios, desde el principio del año hasta el fin de él. Y será que, si obedeciereis cuidadosamente mis mandamientos que yo os prescribo hoy, amando a Jehová vuestro Dios, y sirviéndolo con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma, yo daré la lluvia de vuestra tierra en su tiempo, la temprana y la tardía; y cogerás tu grano, y tu vino, y tu aceite. Daré también hierba en tu campo para tus bestias; y comerás, y te hartarás. Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os apartéis, y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y así se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto, y perezcáis presto de la buena tierra que os da Jehová. Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y las ataréis por señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas, ora sentado en tu casa, o andando por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes: Y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portadas: Para que sean aumentados vuestros días, y los días de vuestros hijos, sobre la tierra que juró Jehová a vuestros padres que les había de dar, como los días de los cielos sobre la Tierra.”

Deuteronomio 11:11-21

 

 

Días del cielo

 

Año: 1978.

Director: Terrence Malick.

Reparto: Linda Manz, Richard Gere, Brooke Adams, Sam Shepard.

Tráiler

 

 

              La irrupción de Terrence Malick en el panorama cinematográfico se enmarca dentro de la segunda generación de directores del Nuevo Hollywood, creadores más jóvenes, académicos y de profunda cinefilia como Martin Scorsese, Brian de Palma, William Friedkin o Steven Spielberg. Sin embargo, su particular forma de entender el Séptimo Arte, las características de su intermitente pero homogénea obra y su actitud independiente respecto de los medios de comunicación, la industria, y el mundo del cine en general, le convierten en una figura única, especial e irrepetible.

Profesor de filosofía, explorador de la condición humana, Malick buscará siempre, desde su labor compartida de director y guionista de sus películas, la confrontación del ser humano con lo trascendente: Dios, la Naturaleza, la muerte.

Su debut como director propone ya un indicio significativo: la reinterpretación de la mitología de la pareja de forajidos-amantes, uno de los elementos fundacionales y de mayor popularidad de ese Nuevo Hollywood tras el Bonnie & Clyde de Arthur Penn por el surgimiento de una nueva espectacularización de la violencia y el sexo.

El realizador tejano traducirá el desafío del rebelde en un relato en clave lírica sobre el desarraigo de una generación perdida y la pérdida de la inocencia.

            Su segunda obra, Días del cielo, muestra aún con mayor claridad estas constantes. De nuevo, la narración queda fijada por la mirada pura, inocente y, por tanto, limpia y lúcida de una niña. Un arquetipo que conforma el principal centro gravitatorio de los filmes de Malick, donde tampoco está de más señalar incluso el sorprendente pero nada casual parecido físico entre la joven Linda Manz en esta, Jim Caviezel en La delgada línea roja y el niño Hunter McCraken en El árbol de la vida. Personajes que son sabedores, desde esa ingenuidad y “desconocimiento” de la realidad equiparable al del buen salvaje, de lo verdaderamente valioso de la vida: el juego como modo de relación con el mundo, el sentimiento comunicado, la intimidad compartida.

Individuos que se mantienen positivos, símbolos de la esperanza futura pese a los embates de esa realidad emponzoñada por el hombre adulto, de moral deteriorada, incapaces de comprender la maldad, aptos para sobreponerse a ella.

Es ante sus ojos, ante su mente en perpetua reflexión, aprendizaje y duda –esa voz en off empleada de forma magistral como uno de los signos estilísticos distintivos de su obra- donde aparece lo prosaico de la existencia del hombre, el engaño, los celos, la decepción, la desigualdad, la injusticia, la traición, la muerte: la ambigua relación de su hermano Bill (Richard Gere) con su pareja (Brooke Adams), un romance disfrazado casi de incesto por egoísmo; la utilización de ella como amante del moribundo patrón de la vasta granja (Sam Shepard) para sobrevivir a un mundo feroz y unos tiempos desesperados por medio de un viciado y obligatoriamente trágico triángulo amoroso.

            Una corrupción que no parece consustancial a la Naturaleza, siempre presente en unos campos infinitos, bullentes de vida y belleza a modo de Edén redivivo donde se concitan mil lenguas y razas –opuesto a la ciudad, sucia y enferma, que condena al hombre a un trabajo industrial contaminante e ingrato-, o a un Dios al que se puede sentir en el crecimiento de las fértiles cosechas, en el castigo con la plaga de langostas como respuesta al mal producido por el ser humano.

Es el hombre el que, con sus pecados, desencadena el flameante Infierno en el Paraíso.

            Días del cielo es una historia narrada con suma delicadeza a través de conversaciones y escenas intimistas y sustanciosas –Malick sobresale además como excelente director de actores, capaz de sacar jugo y sentimiento a intérpretes tan sosos como Gere o Brooke Adams- y un ritmo lindante con lo contemplativo, dispuesto a saborear el milagro imperceptible y cotidiano, con la atención al detalle como fuente de poesía y a lo majestuoso del bucólico escenario natural como imagen de magnificencia, captado en todo su esplendor por la sublime fotografía de Néstor Almendros, acompañado de la buena partitura de un Morricone contenido, clásico.

Otra gran obra de un cineasta incomparable.

 

Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 9.

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