Archivo | enero, 2019

La casa de Jack

31 Ene

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Año: 2018.

Director: Lars von Trier.

Reparto: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Riley Keough, Siobhan Fallon, Sofie Gråbøl, Rocco Day, Cohen Day, Emil Tholstrup, Jeremy Davies, David Bailie, Osy Ikhile, Yu Ji-tae.

Tráiler

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         Lars von Trier, a quien le encanta mostrarse como un autor maldito y atormentado, acostumbra a emplear el cine como terapia o, cuanto menos, como diván de psicoanálisis en el que volcar las pulsiones de su mente autodestructiva y -entiende- corrompida por inclinaciones difícilmente aceptables en los marcos morales de la sociedad contemporánea.

Provocador contumaz en su enfrentamiento a pecho descubierto contra estos límites impuestos y coercitivos, con La casa de Jack regresaba de hecho a los salones del festival de Cannes, que lo había declarado persona ‘non grata’ debido a unas incendiarias opiniones acerca de Adolf Hitler durante la presentación de Melancolía en la edición de 2011. Curiosamente, en una circunstancia que el cineasta quizás podría anotarse como una victoria, el filme contiene un buen puñado de alusiones al nazismo dentro de sus abundantes referencias hacia la historia y la cultura alemana, a partir de la cual también se pregunta a propósito de la relación, de haberla, entre la moralidad y el arte, y si este conforma una entidad sublime e independiente de estas consideraciones y convenciones de la ética que rige a la civilización occidental.

         Este es uno de los prolijos interrogantes que va arrojando tras de sí La casa de Jack, narrada no tanto a través de cinco episodios que recogen cinco macabros crímenes de un asesino en serie, sino por medio del diálogo y los comentarios al respecto que entablan el macabro protagonista y una personificación del poeta Virgilio, quien, al igual que hiciera con Dante en la Divina comedia -y también con algunas gotas del caminar que comparten Fausto y Mefistófeles de la obra de Goethe, citada en el filme-, guía al primero a través de los círculos del infierno.

De este modo, además de poner bajo el foco la naturaleza del arte y de la creación humana en un sentido tan amplio que abarca incluso el asesinato como performance expresiva -parcela donde el cineasta autoanaliza literalmente su filmografía-, a lo largo de esta discusión Von Trier somete a juicio también a la sociedad en su conjunto, donde el Jack del título se integra como una representación mimética -en la gestualización de las emociones, burdamente fingidas, y en sus actos de relación con el prójimo-. Y en ella expone un punto de vista aceradamente pesimista, con un diagnóstico que brota desde el absoluto desencanto con, asimismo, cierto punto de cínico nihilismo.

         En La casa de Jack la ausencia de empatía del psicópata parece igualarse a la de una sociedad que no presta ninguna ayuda a su semejante en apuros o que, si acaso, finge realizar algún servicio tan solo aparente -el herrero ineficiente, el policía que se escabulle-. Es más, se trata de una sociedad que hasta se deleita con actividades como la caza de seres indefensos o que crea poderosos iconos de destrucción. 

En consecuencia, los parajes que habita y donde se mueve Jack son por lo general escenarios vacíos y desangelados -carreteras perdidas, poblachos dejados de la mano de Dios, inmensidades boscosas, calles sin nombre, bloques de apartamentos en los que no hay ni un alma…- que encuentran su máxima expresión en la cámara frigorífica que parece ser el único domicilio consistente del asesino. La fotografía, que se remite a una ambientación de la década de los setenta, luce colores desvaídos, de saturación rebajada. La cámara mira inquieta como si fuese otra persona que comparte plano.

         Como puede colegirse de esta dimensión psicoanalítica antes aludida, el narcisismo de Von Trier está presente en la película, y no solo en la reflexión metalingüística y en la autoexploración de sus propias neurosis. Bien se le puede imputar igualmente a esta raíz la voluntad de generar incomodidad que se manifiesta ostentosamente una violencia muy gráfica, impúdica e incontenida, y en otros elementos que desafían la paz o la pasividad del espectador, caso de la desatada crueldad conceptual del guion, el evidente patetismo los hechos y del personaje -notables matices de Matt Dillon mediante-; la férreamente sostenida duración y tempo narrativo de las mismas, o las constantes fugas estilísticas e intelectuales. Son elementos que, en paralelo, ponen en cuestión con honesta severidad la complicidad del público hacia el protagonista, un rasgo prototípico de la ficción cinematográfica en tantas ocasiones ajeno a la catadura de este.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7.

The Old Man and the Gun

29 Ene

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Año: 2018.

Director: David Lowery.

Reparto: Robert Redford, Casey Affleck, Sissy Spacek, Danny Glover, Tom Waits, Tika SumpterAri Elizabeth Johnson, Teagan Johnson, Elisabeth Moss, John David Washington, Keith CarradineIsiah Whitlock Jr.

Tráiler

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          Forrest Tucker cometió su último robo en 1999, casi octogenario y con un cuádruple bypass en el corazón; una cicatriz insignificante en comparación con las muescas de su innumerable historial de antecedentes penales -labrado desde los 15 años y en el que se contabiliza un botín total que rondaría los 4 millones de dólares- y con sus consiguientes 30 intentos de evasión de la cárcel, 18 de ellos exitosos. Los viejos rockeros nunca mueren, el verdadero artista se desploma sobre las tablas solo cuando cae el último telón, el héroe ha de morir con las botas puestas. Da igual lo que quieras ser en la vida, pero asegúrate de que es algo que te apasiona, le aconseja a su hijo pequeño un policía desencantado, en plena crisis de los cuarenta. La realización vital es el mayor tesoro, el impulso que alimenta y del que se alimentan los días.

          The Old Man and the Gun es una película existencialista, más que de atracos. Por así decirlo, el protagonista ejerce de gurú de vitalidad contagiosa, sobre todo en su relación antagónica con el detective que sigue su rastro. El primero acostumbra a aparecer en planos de colorido crepuscular pero de tonos dorados; el segundo, en el que Casey Affleck abusa de su eterno registro de tipo entre cariacontecido y desubicado, se ve envuelto en gamas grises y apagadas.

De hecho, el tempo narrativo del filme, calmado y apacible, es equivalente a los procedimientos delictivos de Tucker, que prácticamente emplea artimañas de seducción en sus golpes. David Lowery, que también coescribe el libreto, no apura nunca el ritmo. Ni siquiera en escenas de persecución, desarrolladas al compás de una balada melancólica -una utilización atípica de la banda sonora que el cineasta mostraba también en A Ghost Story-. Quizás hasta se le vaya un poco la mano en esta dulce parsimonia.

Por otro lado, la estética abunda en la ambientación de la historia a comienzos de los años ochenta, principalmente a través de la fotografía de grano duro y de algún recurso estilístico puntual como el uso del teleobjetivo.

          «Creo que quería morir siendo una leyenda, como Bonnie y Clyde«, declararía el comisario de Florida que ofició el último arresto del ladrón impenitente. Ya presente en la anterior En un lugar sin ley, la cinta reconoce y reverencia la imaginaría a la que pertenece Tucker. El forajido del Salvaje Oeste, el gángster que recorre la Gran Depresión de pillaje en pillaje, de emoción en emoción, con la adrenalina como combustible. Como John Dillinger, un asaltador de bancos que, de tan cinematográfico, encontró el fin de sus aventuras a la salida de un cine. Figuras que, en la memoria colectiva de los Estados Unidos, representan una libertad sublimada que se contrapone a las vulgares ataduras de la vida en sociedad.

Y, en paralelo, The Old Man and the Gun homenajea a otro mito, este cinematográfico y viviente: Robert Redford, a quien se le ofrendan guiños a El golpe y Dos hombres y un destino, e incluso se le recupera en el esplendor de su glamour reutilizando fotogramas de La jauría humana.

          En este sentido, el relato tiene asimismo cierto barniz de idealización, como si este se tratase de la proyección que Tucker quería arrojar de sí mismo, más que una relación fidedigna de los hechos criminales que llevó a cabo. Se percibe un evidente cariño hacia el personaje, modelado con un tratamiento propio de un héroe. Su retrato es acorde a la elegancia y el carisma de Redford, a fin de cuentas no demasiado distinto al personaje encantador que se le regalaba a su sempiterno colega artístico Paul Newman en Donde esté el dinero, donde el lucimiento del viejo ídolo, la admiración que suscita su fotogenia inmortal, supone en definitiva un de los fundamentos de la obra.

Apoyado en el aura extraordinaria de la estrella, las intervenciones de Tucker está tocadas de gracia y atractivo, de igual manera que sus compinches redondean su entorno con anécdotas con chispa, con exhibiciones de ingenio y de simpatía. Se arroja alguna sombra sobre su naturaleza, pero nada que empañe su magnetismo innato. The Old Man and the Gun es una película amable que, al mismo tiempo, sabe esquivar las tentaciones de regodearse en el lirismo crepuscular que irradia.

          Paradójicamente, The Old Man and the Gun marca el retiro de la interpretación de Redford, a quien no le interesa morir sobre las tablas. Al menos, como defiende su personaje, cabalga hacia el horizonte final con una sonrisa satisfecha en el rostro.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 7,5.

La favorita

28 Ene

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Año: 2018.

Director: Yorgos Lanthimos.

Reparto: Emma Stone, Rachel Weisz, Olivia Colman, Nicholas Hoult, Joe Alwyn, James Smith, Mark Gatiss.

Tráiler

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          Mientras la reina Ana de Gran Bretaña se atiborra a pasteles, un sirviente sostiene una lujosa copa de plata para que deposite sus regios vómitos. Su dama de compañía también hará lo propio en otra escena, esta vez empleando un jarrón de porcelana fina.

La favorita es un filme de época de fastuosa ambientación cortesana. No faltan los tapices, los pelucones ni las abigarradas estancias propias del palacio europeo de comienzos del siglo XVIII. Pero están ahí para constituir el decorado de un espectáculo de vulgaridad, de una carnavalada que examina desde la sátira cruel los resortes del poder y las tentaciones del arribismo. La opulencia material, la indigencia moral. Los lores británicos hacen la guerra contra el Francés de la misma manera que organizan carreras de patos; los habitantes de este microuniverso sórdido entre oropeles, alejado de toda realidad, lidian con los sentimientos como otro elemento propio de la política y de sus conspiraciones; la cabeza del Estado maneja el país como si se tratara de una finca particular.

          Los personajes de La favorita penan en el aislamiento dentro una trama psicológicamente opresiva; en una desesperación que lleva a la maldad; en la egoísta inmisericordia hacia el prójimo que se interpone en sus apetencias. Criaturas infantiles, lamentables, feroces, dignas de piedad. Yorgos Lanthimos, un autor a quien le fascina sumergirse y rebozarse en las entrañas podridas del ser humano, traslada este retrato grotesco a la imagen, donde se encuentran fotogramas deformados por grandes angulares y exagerados giros y movimientos de cámara. La combinación, que encuentra su naturaleza en el exceso, coquetea incluso con el surrealismo.

          En La favorita hay momentos de pavorosa hilaridad y espacios en los que brillan las contradicciones, en especial en esa reina encarnada con acierto por Olivia Colman y que inspira tanta lástima como repulsión, trágica por su vacío y por su condición que la aplasta; terrible por el poder que al fin y al cabo detenta, como demuestra el rotundo plano final. A pesar de ello, la marcadísima caricatura, la aparatosidad estilística y la estructura narrativa capitular provocan sin embargo que la película quede en conjunto demasiado sobrecargada.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 6,5.

Ghost in the Shell

23 Ene

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Año: 2017.

Director: Rupert Sanders.

Reparto: Scarlett JohanssonPilou Asbæk, Takeshi Kitano, Juliette Binoche, Michael Pitt, Peter Ferdinando, Kaori Momoi, Anamaria Marinca, Chin Han, Danusia Samal, Lasarus Ratuere, Yutaka Izumihara, Michael Wincott.

Tráiler

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          El fondo del propio filme ya sirve en bandeja la ironía: Ghost in the Shell, la versión estadounidense del manga de culto de Masamune Shirow -producida también con amplio capital chino-, es una película con poco alma.

Quizás sea por esta ascendencia hollywoodiense, pero esta es la adaptación que más recuerda a las premisas de Robocop -aunque en la versión de su desvaído relanzamiento de 2014, pretendidamente trágico y nada subversivamente satírico-. La mayor Mira Keller -apropiación de la Motoko Kusanagi japonesa- es mitad mujer, mitad máquina, todo policía de la futurística Sección 9. La prolija indagación existencialista en la que se adentraban los animes de 1995 y 2004, que incluso recaían en verborreicas disputas filosóficas, queda aquí demasiado aligerada en el cuerpo de un ciborg que, en un drama de tópico desarraigo, no sabe dónde encaja en esta sociedad a la que no se siente pertenecer y que la hace sentir que no pertenece a ella, combinado con la pesada ascendencia de un pasado traumático.

          Esta esencia autorreflexiva en un mundo de información desbordada, nuclear en el manga visionario y en el anime, marida aquí a duras penas con una búsqueda de la espectacularidad visual y de la acción en la que el director Rupert Sanders se muestra reverente con sus referencias, hasta el punto de que por momentos su Ghost in the Shell parece una réplica en imagen real de las películas firmadas por Mamoru Oshii, casi al estilo de la nueva corriente de remakes de la Disney con protagonistas de carne y hueso -o de hiperrealista animación digital-. La cinta entremezcla en sus imágenes abundantes viñetas preexistentes en ambas, envueltas eso sí en una barroca ambientación en la que la sobresaturación de elementos tecnológicos del fotograma destruye todo intento de evocar una atmósfera.

Algo semejante ocurre en el guion, que por su parte deja la compleja relación entre la mayor y su némesis/doppelgänger del Ghost in the Shell de 1995 en una simplificada correspondencia orientada a un despertar de la consciencia, vinculado al descubrimiento de la naturaleza de Keller/Kusanagi. Pero es esta una identidad que se resuelve al encontrar una pieza perdida, no tras arrojarse contra un mar embravecido de preguntas metafísicas.

          La de Ghost in the Shell es una falta de atrevimiento que se podría trasladar a dos aspectos a priori menos relevantes: la occidentalización de la protagonista y la tramposa supresión de su impudicia a la desnudez, propia de quien nace ajena al pecado original humano.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 5.

Ghost in the Shell 2: Innocence

21 Ene

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Año: 2004.

Director: Mamoru Oshii.

Reparto (V.O.): Akio Ôtsuka, Kôichi Yamadera, Yutaka Nakano, Tamio Ohki, Naoto Takenaka, Atsuko Tanaka.

Tráiler

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         Casi una década tardaría Mamoru Oshii en volver a adentrarse en el universo de Ghost in the Shell, creado por el mangaka Masamune Shirow. Y aunque toma el argumento de uno de sus volúmenes, también apuesta por hibridar su propia sensibilidad filosófica con la vasta base que plantea el autor del original. Su estreno, con un futuro tecnológico que no paraba de aproximarse, podría ofrecer nuevos matices a este microcosmos visionario, que sin embargo redunda en unos conceptos muy semejantes, casi calcados a la de su precursora -de hecho se menciona la similitud entre la situación de Batou y la de la mayor Kusanagi-.

         Elaborada con animación digital, que a pesar de la mayor frialdad de sus formas extrae personalidad a partir de sus excesos, Ghost in the Shell 2: Innocence profundiza en la exploración en la frontera de lo humano que ya acometía la entrega inaugural. La secuela, cuyos hechos arrancan cierto tiempo después de los acontecimientos de Ghost in the Shell, comienza como un relato detectivesco en el que el enemigo a priori muestra, en principio, una dimensión más material que el anterior Marionetista, pues surge de una cadena de asesinatos vinculado al malfuncionamiento de un modelo de robot femenino ideado para el placer y que, además de homicida, desarrolla una conducta suicida.

De este modo, la trama se construye desde unos códigos que se asientan con mayor firmeza en el policiaco, al mismo tiempo que la atmósfera, por su nocturnidad y su paleta de colores, se aproxima aún más a Blade Runner, una obra que ya era clara referencia de la anterior. La turbiedad y el pesimismo existencial del tono completa el conjunto para componer una introducción densa, absorbente e intrigante, que deja tras de sí cuestiones de interés como el robot despechado. El desencanto cyborg.

         No terminará de concretarse esta original idea en un relato que, en su segunda mitad, se avalanza hacia un giro surrealista de estética recargadísima y ‘horror vacui’ de símbolos y citas filosóficas.

El cambio no termina de funcionar, por brusca y desopilantemente ambicioso en contraste con un argumento inicial que desde su modestia de género ya se bastaba para armarse de contenido reflexivo. Y en adelante el problema se irá agravando, con un ritmo narrativo renqueante, debido a que el guion se enzarzará sin reparo en peroratas y disputas de desmedida intensidad verbal.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 6.

Ghost in the Shell

18 Ene

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Año: 1995.

Director: Mamoru Oshii.

Reparto (V.O.): Atsuko Tanaka, Akio Ôtsuka, Kôichi Yamadera, Yutaka Nakano, Tamio Ohki, Tesshô Genda, Namaki MasakazuIemasa Kayumi.

Tráiler

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          Vista desde el presente, Ghost in the Shell, la primera adaptación al cine del manga de culto de Masamune Shirow, deja un argumento tan vigente como interesante. No es tanto la indagación en el alma de la máquina y en la definición de qué es lo que hace humano al ser humano, cuestión ya largamente abordada -en el cine- por robots que toman consciencia de sí mismos en 2001: una odisea del espacio, Blade Runner, A.I. Inteligencia Artificial, Yo, robot o Ex Machina, entre otros ejemplos. Es, más bien, la posibilidad de ‘piratear’ al homo tecnologicus, tan relacionado con la tecnología que avanza hasta aproximarse al ciborg hasta ahora exclusivo de la ciencia ficción. El concepto podía rastrearse en distopías como Desafío total, y explotará definitivamente en Matrixtrilogía que bebe mucho de la obra aquí comentada-, si bien puede recuperarse asimismo, con otras variaciones, en cintas como Origen. La realidad como concepto difuso, el qué soy y qué vivo aplicado a un nivel que trasciende la propia carcasa.

          A diferencia de otras miradas al futuro, Ghost in the Shell no presenta un universo tiranizado por las máquinas, capaces de someter al perecedero ser humano. Más aún, de ser así estas se extinguirían sin remedio, carentes de la imprevisible originalidad que presenta cada individuo orgánico, garantía para la adaptación de los más sobresalientes y la supresión de los fallidos. Una fusión simbiótica es, a falta de soluciones mejores, el patrón dominante. A él pertenece, en una forma avanzada, la mayor Matoko Kusanagi, agente de élite a cargo de las operaciones encubiertas de la Sección Policial de Seguridad Pública 9, que en este caso investiga la aparición de un hacker que, bajo el nombre de El Marionetista, se adueña de los sistemas informáticos de los ciborgs, y por tanto de sus acciones y pensamientos.

De este modo, el enemigo ejerce de resorte para una búsqueda no policíaca, sino interior y universal, en el que la protagonista bucea en su consciencia formulándose preguntas existenciales. El Marionetista, pues, poco a poco se configura como un antagonista que, en el virar de las pesquisas íntimas y judiciales, asoma como un gurú revelador al final del camino. Un punto de evolución personal, en definitiva.

          Ghost in the Shell destaca por su atrayente ambientación ciberpunk, en la cual, sumido en la prisión de cemento de una megalópolis titánica, la definición del ciudadano se entremezcla y confunde con la máquina, con el maniquí despersonalizado. Los sueños, simple información química del cerebro, susceptible por tanto de ser manipulada, son una gota en un cubo de agua, afirma el compañero de investigaciones, tan cano como aquel Nexus 6 que, más poético, se lamentaba de que todo recuerdo estaba condenado a perderse como lágrimas en la lluvia, tal es la terrible transitoriedad de la vida. Pero en comparación con Blade Runner, Ghost in the Shell es menos lírica y está aquejada de algún vicio recurrente en el anime japonés, como su querencia por la palabrería y el soliloquio explicativo.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,5.

Nota del blog: 7.

Invasión en Birmania

16 Ene

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Año: 1962.

Director: Samuel Fuller.

Reparto: Jeff Chandler, Ty Hardin, Andrew Duggan, Claude Akins, Peter Brown, Will Hutchkins, Pancho Magalona, Vaughan Wilson, John Hoyt.

Tráiler

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         “Sobrevivir es la única gloria en la guerra», confesaba Samuel Fuller en cierta ocasión. Hay desengaño en el cine bélico de un cineasta que había participado en la campaña de África en la Segunda Guerra Mundial y que sentía una evidente fascinación por el universo militar, recurrente en su filmografía. Influido por su condición de excombatiente, Fuller acostumbra a enfocar el conflicto desde el punto de vista individual del soldado, cuyo arrojo guerrero -de acreditarlo- puede entremezclarse también con un riguroso y desengañado escepticismo. Curiosamente, otra película ambientada en el mismo escenario y periodo que esta, Objetivo: Birmania, también escogía esta perspectiva para recrear una situación que, aunque venga exigida por la lucha contra un enemigo insoslayable, no deja de ser aterradora.

         Esa antiépica del heroismo, por así decirlo, es la que también acompaña al pelotón de Invasión en Birmania en su penosa travesía por las junglas y montañas del país del sureste asiático, ocupado por las fuerzas del Imperio japonés. Desde un prólogo que recupera imágenes de las proyecciones de propaganda de la Segunda Guerra Mundial, la producción se presenta como un homenaje a este contingente de voluntarios implicados, más bien por una serie de engaños, en una hazaña bélica que, del mismo modo, también se honrará en el cierre con grabaciones de desfiles auténticos en su honor.

La primera incursión parece confirmar esta intención glorificadora, pues se trata de una acción llevada a cabo de forma impecable, entre estruendosas fanfarrias y movimientos grupales que, si bien escenificados al aire libre en las Filipinas, con la participación de auténticos miembros de las fuerzas armadas, vistos hoy tampoco logran tener mayor realismo que los clásicos rodados en plató -no obstante, dentro de la continuidad de rasgos tópicos como los barrocos escorzos de los enemigos abatidos, otras ofensivas posteriores sí lograrán tener más nervio y también una puesta en escena llamativa, como ese bruscamente introducido asalto a las líneas férreas que parece tener lugar entre siniestros ataúdes, o hasta la batalla radiada, recurso que sirve igualmente para disimular la carencia de medios-. No será esta la tónica del filme. El resto del metraje se desarrollará con unos tipos al límite de la resistencia física y psicológica, o al borde del infarto, en el caso de quien los lidera. 

         Invasión en Birmania abunda también en la soledad -e incluso la traición- que implica el mando. El sacrificio de las decisiones en favor del bien común, del fin trascendente. De ahí procede también buena parte del drama de la función, a partir de la relación entre un general de brigada y un teniente que, en su presentación, encarnaban a un líder paternal y a un líder natural, respectivamente. Ambos son parte de una familia -en su caso prácticamente literal- que es el Ejército, punto de unión de las gentes de un país tan heterogéneo como los Estados Unidos -un concepto muy grato para otro cineasta de querencia castrense como John Ford– y, aquí, hasta de una comunidad de naciones vinculadas por la ascendencia angloparlante y por unos valores y unas libertades compartidos.

Así, los merodeadores de Merrill tratan apenas de sobrevivir en el horror. Su único deseo explícito es regresar al hogar, no caer en el pantano, conseguir dar un paso tras otro mientras sufren el miedo extremo de un mundo donde el hombre es lobo para el hombre, y camina en manadas. Hay una escena preciosa para resaltar este espíritu humanístico que Fuller imprime a Invasión en Birmania: la incontenible reacción de un exhausto sargento ante la sonrisa de un niño y una anciana.

         Con todo, Invasión en Birmania no deja de exponer este pesimismo en aras de, en último término, resaltar la proeza conquistada. La voz objetiva del doctor, que es la que hace un diagnóstico de la locura que contiene todo este operativo, está ahí para ser contradicha por unos hechos extraordinarios -si bien estos, en otra decisión de nuevo aparejada a pobreza de la producción, ni siquiera se mostrarán en pantalla impresos en eufóricos y enardecedores fotogramas-. Invasión en Birmania, pues, es un drama humano sobre un esfuerzo sobrehumano.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7.