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Under the Skin

23 Feb

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Año: 2013.

Director: Jonathan Glazer.

Reparto: Scarlett Johansson, Jeremy McWilliams, Michael Moreland, Adam Pearson, Paul Brannigan, Krystof Hádek, Joe Szula, Dave Acton.

Tráiler

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         Under the Skin es un perfecto ejemplo de ese concepto tan difuso como es el de la obra de culto. Presentada en el festival de Venecia en 2013 y recibida con más reproches que aplausos, la película no conseguiría lograr su distribución entre los exhibidores de España. Sin embargo, el interés que suscitaba fue convirtiéndola en una cinta reivindicada subterráneamente, al otro lado de la cadena oficial, y con un creciente prestigio crítico. Hasta tal punto que, en 2020, tendría un inesperado estreno en varias salas españolas.

         Under the Skin es ciencia ficción abstracta y existencialista, en la que desde el punto de vista de una figura exógena -lo que parece ser un extraterrestre o un ultracuerpo- se ofrece una mirada desde el exterior al ser humano. La distancia que favorece la contemplación de un conjunto. Una mirada cósmica, por así decirlo, o como así sugiere esa misteriosa escena introductoria en la que se va componiendo un ojo a partir de lo que se asemejaba a un ‘big bang’ o a una alineación astral -de la misma manera que, a continuación, el reflejo de un casco de moto dentro de un túnel parecerá una nave espacial que circula camuflada-.

Esta presentación expone la estética que caracterizará el hábitat y las acciones de ese ser sobrehumano: elusiva, sintética, conceptual, apenas definida a través de formas, luces, colores y sonidos que componen un espacio onírico, hipnótico. Su confrontación con el resto del escenario es abrupta, puesto que este relato fantástico se enclava en un lugar atípico dentro del género, como es una Escocia urbana retratada en su cotidianeidad con riguroso verismo; si bien, en un término intermedio entre ambos, Jonathan Glazer busca notas líricas a través del paisaje y los elementos -la noche, la lluvia, la niebla, la nieve-.

La criatura recorre las calles al volante de una furgoneta de transporte, rastreando tipos solitarios, corrientes. Sus interacciones con ellos son estrictamente naturales, puesto que implican a transeúntes con los que se cruzaba el equipo de rodaje, disimulado dentro del vehículo. Primero se grababa su improvisada conversación con la actriz y, luego, si se consideraba buena o adecuada la toma, se les pedía permiso para reproducirla. Scarlett Johansson, pues, funciona igualmente como un elemento extraño y perturbador dentro de este contexto. Y es que, empalmando con las referencias cósmicas, ella es una estrella que de repente se aparece entre mortales y, en paralelo, en una producción de cine relativamente modesta.

         Under the Skin gira en buena medida en torno a la interpretación de Johansson. En torno a ella, la obra también desarrolla cierta reflexión acerca de la condición de la mujer dentro de la sociedad. La criatura que encarna viste un disfraz, equiparado de inicio a la sesión de vestuario, peluquería y maquillaje que observa en las mujeres del centro comercial. En la primera mitad del metraje -que puede llegar a ser algo repetitiva-, está destinada a representar un rol de vampiresa, de femme fatale, que como una mantis religiosa atrae a sus presas bajo una promesa de sexualidad. Hasta que el traje se le agrieta, hasta que explora su rostro humano en el reflejo. En la segunda mitad, aflorada por empatía y emociones -siempre dentro de ese tono introspectivo y sinuoso de baja intensidad-, se explora su dimensión como víctima. Hay una presencia amenazadora en sus pares masculinos -que visto lo visto podrían pasar perfectamente por proxenetas- y ella se reduce de predadora a presa. Siguiendo esta línea, en el desenlace, la banda sonora -desde la que Mica Levi refuerza esa atmósfera narcotizada- sirve para trazar una inquitante identificación del extraterrestre con otro monstruo en el fondo igual de terrible, aunque más común, más grotesco.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 7,5.

La guerra de los mundos

7 Feb

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Año: 2005.

Director: Steven Spielberg.

Reparto: Tom Cruise, Dakota Fanning, Justin Chatwin, Miranda Otto, Tim Robbins, Morgan Freeman.

Tráiler

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         El 11 de septiembre de 2001, la realidad demostró al cine el verdadero rostro de la catástrofe colectiva, nacional. Después de la emisión en directo y a escala global de las impactantes imágenes de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York, cualquier película de catástrofes anterior a aquella fecha quedaba revocada. Desde entonces, sobre todo en la primera década tras el ataque, el cine emularía simbólicamente, bajo distintas capas de ficción, este trauma grabado a fuego en las retinas y las mentes de todo un planeta.

         Steven Spielberg recupera La guerra de los mundos para ponerla en conversación con la realidad del momento. La película comienza frente a una Manhattan mutilada. El padre de familia que encabeza esta lucha por la supervivencia se ve envuelto, de improviso, en una vorágine que no comprende y que supera ampliamente sus capacidades de ciudadano corriente. Escapa entre una masa aterrorizada mientras los edificios se desploman, con la cámara a la altura de la gente, con un limitado campo de visión. Queda cubierto por un polvo blanco. Y eso que no lo encarna un hombre cualquiera, sino el héroe arquetípico del país, Tom Cruise, el actor más taquillero por entonces -apunto, eso sí, de experimentar su declive precisamente con una desconcertante labor promocional de la cinta, carne de protomeme-. Pero incluso él vaga desorientado por las ruinas, asustado, sin saber qué decirle a sus hijos, incapaz de ofrecerles protección y seguridad entre la locura.

         Enlazando con este último conflicto, el guion opta por abordar la cuestión mediante un relato -bastante plano y conocido, aunque deja algún buen instante como el de la nana- sobre la redención de un padre ante su exmujer y sus hijos. Es decir, por esa óptica de ausencias y disfunciones familiares tan del gusto del cineasta estadounidense. Como lo son también, claro, los extreterrestres. De hecho, hay recursos -como esa manifestación de rayos y luces visto desde dentro de la casa- que recuerdan al rapto de Encuentros en la tercera fase -donde, por su parte, el cabeza de familia dejaba de lado a los suyos para encomendarse a la búsqueda de respuestas a las preguntas que le ardían en el interior-.

         Desde un inicio de vertiginoso espectáculo, esa carrera contra la sanguinaria amenaza del enemigo -tan acelerada que desatiende detalles de lógica como que funcione una cámara de vídeo en pleno apagón tecnológico, que no busquen cena en la nevera de una fastuosa mansión, que no sufran una hipotermia por nadar en invierno en el Hudson…- llega a estancarse a fuerza de la repetición. Y, en último término, contrasta con el bajón de intensidad con el que se resuelve la obra.

         Pocos meses después del estreno de La guerra de los mundos, Spielberg abundará en esta metáfora de la situación, en este caso de la subsecuente ‘guerra contra el terror’, a través de Munich, género de espías donde esta vez el enemigo no aparece tan palmario, a bordo de monstruosos trípodes, mientras que, a la par, las certezas políticas y morales se diluyen en un juego de sombras, ambiguedades y, en definitiva, cruento absurdo. En esta, el hijo del protagonista ya servía para introducir cierto elemento crítico sobre el belicismo impulsivo que, sin embargo, no termina de desarrollarse y queda colgado como un añadido sin mayor vuelo.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 6,5.

Megalodón

30 Ene

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Año: 2018.

Director: Jon Turteltaub.

Reparto: Jason Statham, Li Bingbing, Rainn Wilson, Ruby Rose, Winston Chao, Shuya Sophia Cai, Cliff Curtis, Jessica McNamee, Robert Taylor, Page Kennedy, Ólafur Darri Ólafsson, Masi Oka.

Tráiler

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         Megalodón bien podría servir como ejemplo sobre cómo Hollywood lleva más de un lustro volcado hacia el mercado cinematográfico chino y viceversa. Los constantes guiños a través de actores y escenarios, además de la autocensura para adaptar las películas a las apetencias de la dictadura, son concesiones orientadas a la búsqueda del triunfo en unas taquillas que se mantienen fieles y provechosas frente a la concatenación de crisis económicas y decadencia de las salas occidentales registrada desde el comienzo del milenio. Y, dentro de esta carrera, la competencia es despiadada debido a las restricciones que pesan en el país asiático sobre las producciones extranjeras, fuertemente limitadas. Una sucesión de pasos que han ido fructificando incluso en costosas superproducciones como La gran muralla. Anhelo de estrellas, de blockbusters, que les hablen directamente a ellos, en lugar de mirarlos por encima del hombro como público -como ciudadanos- de segunda. El dinero proporciona dignidad.

Así pues, Megalodón es un buen ejemplo de ello porque, además de contar con fondos de compañías chinas, fijar localizaciones en el país -la popular playa de Sanya- y de incorporar a celebridades nativas a la cabeza del cartel -Li Bingbing-, también simboliza las pretensiones de este tipo de filmes: más grande todavía, aún más espectacular. O, como diría el jefe de policía Martin Brody en Tiburón, «vamos a necesitar un barco más grande», frase homenajeada en cualquier cinta que emule el referencial éxito de Steven Spielberg. Porque si el especimen de aquella ya era monstruoso, en Megalodón, como su propio título indica, se resucita a un extinto pariente prehistórico cuyos mayores especímenes, según estima la ciencia -es decir, excluyendo las fantasiosas licencias de la ficción-, podían alcanzar entre los 16 y los 20 metros de longitud.

         Siguiendo estas premisas, Megalodón se ajusta a las convenciones del género desde una realización, a cargo de Jon Turteltaub, que es pura funcionalidad sin huella, intercambiable prácticamente con la de cualquier producción análoga y tan solo interesada en mantener la historia en movimiento. Pura cadena de montaje.

Para la coartada dramática, el argumento se organiza a través de un típico arco de redención con tintes de venganza personal en la que el héroe atormentado ha de hacer las paces consigo mismo derrotando al mal que lo había dejado profundamente herido. Y, para reforzarlo, se añaden postizos tan tópicos como improbables -la presencia de la exmujer de uno y de la hija de otra-, así como otros clichés tan sobados -el empresario ambicioso hasta lo criminal- que sorprende la falta de esa ironía autoconsciente, como disculpatoria, con la que se rebozan muchos de los blockbusters actuales. Mientras, por su parte, la criatura surge con ecos de El mundo perdido para devolver al ser humano a un estado de vulnerabilidad ante lo desconocido, lo salvaje y primigenio -la sugerencia de la neblina de la fosa-.

         Se trata, por tanto, de mimbres de serie z -el megalodón es de hecho un villano recurrente en el infracine del SciFi Channel y similares- para servir la excusa del duelo entre el monstruo y un rival a su altura, Jason Statham, probablemente el único actor de acción contemporánea del que, con su apariencia granítica, su voz cazallera de rufián cockney y en definitiva su carisma rocoso, nos creemos que podría derrotar a semejante bicho tan solo raspándolo con la lija que, en vez de barba, le brota en la quijada.

         En China, Megalodón recaudó más de 50 millones de dólares en su primer fin de semana, logrando el tercer puesto en la taquilla. Lo suficiente para que se anunciara poco después la intención de rodar una secuela. Misión cumplida.

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Nota IMDB: 5,6.

Nota FilmAffinity: 4,5.

Nota del blog: 4,5.

Renacimiento (Renaissance)

28 Dic

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Año: 2006.

Director: Christian Volckman.

Reparto (V.O.): Patrick Floersheim, Laura Blanc, Virginie Mery, Gabriel Le Doze, Marc Cassot, Marc Alfos, Bruno Choel, Jerome Causse.

Tráiler

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            El noir es un mundo de sombras cuya ambigüedad se manifiesta en la lucha entre la luz y las tinieblas que concita su fotografía. De ahí el poder que tiene el blanco y negro para invocar este universo que parece tan característico de las décadas de los cuarenta y cincuenta, turbulentos y dudosos. La animación de Renacimiento (Renaissance) bebe de estas fuentes al transformar una estética propia del cómic, con un entintado que en efecto es todo contraste entre el blanco y el negro, en imágenes en movimiento bajo las que se concita un París futurístico, fechado en el año 2054, donde un detective desengañado y solitario, que se mueve al margen de la sociedad, se convierte en la salvaguarda de los últimos resquicios de la humanidad durante la investigación del secuestro de la joven y eminente científica de una todopoderosa y omnipresente compañía.

            Una megalópolis claustrofóbica, tortuosa y desigual en la que yacen atrapados unos habitantes que viven en dos niveles de realidad -la prosperidad y la miseria absoluta, la superficie y lo subterráneo-; un protagonista de dualidad atormentada -nacido en la casbah de los malhechores, reconvertido en bastión de la justicia-; una trama criminal que recorre la retorcida estructura de una sociedad en la que nada es lo que parece, donde lo que está arriba es en verdad lo más bajo; una dama rubia y otra morena. Es decir, la forma expresa un fondo donde comparecen todos los ingredientes -y todos los clichés- tradicionales del género.

Al mismo tiempo, la convergencia de Renacimiento con la ciencia ficción permite deslizar determinadas reflexiones críticas -la gran corporación como poder sustitutivo del Estado, la decantación de una sociedad a dos velocidades- y existenciales -la pérdida de valor de la vida frente a una inmortalidad que pasaría a ser otra potestad de los privilegiados-, las cuales sin embargo, sobre todo en el caso de esta última, quedan en simple excusas sin especial desarrollo.

            Porque, a fin de cuentas, recargada hasta alcanzar un punto de exceso, la estética termina devorándolo prácticamente todo, en buena medida porque ese cimiento argumental sobre el que se alzan las imágenes es más bien esquemático dentro de su también tradicional enrevesamiento noir. Y es además una estética que entrega alguna composición visualmente poderosa pero cuya ascendencia de papel queda finalmente deslucida por la fealdad de los trazos y la pedestre cinética de la animación digital, pobre en comparación con la de Sin City, estrenada un año antes, o la de otras traslaciones de novela gráfica posteriores como Alois Nebel.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 4,5.

IKARIE XB 1 (Viaje al fin del universo)

27 Nov

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Año: 1963:

Director: Jindřich Polák.

Reparto: Zdeněk Štěpánek, Radovan Lukavský, Otto Lackovic, Dana Medřická, Miroslav Macháček, Irena Kacírková, František Smolík, Jiří Vrštála, Rudolf Deyl, Martin Tapák, Marcela Martínková, Jaroslav Rozsíval.

Tráiler

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          Los astronautas de la Ikarie poseen variadas edades, conversan apaciblemente entre ellos, se ejercitan en el gimnasio, se gastan bromas, observan curiosos las evoluciones de un amor naciente, se entretienen con sus juguetes, celebran bailes… Hasta se ríen de las convenciones fantasiosas de sus antepasados acerca de la exploración cósmica, con ejemplos como un pedestre robot que resulta grotesco en comparación con sus autómatas discretamente integrados en los mecanismos de la nave o la pastilla alimenticia que uno de ellos obtiene, escarmentado, por trastear con el ordenador de a bordo. Los astronautas también comienzan a ponerse nerviosos después de meses de encierro, se hartan de las muletillas de cada uno, añoran a sus seres queridos y su hogar a medida que se alejan de la Tierra, temen por una misión que va creciendo exponencialmente en riesgo según avanza. Son, en definitiva, personas normales. Ikarie XB 1 es, probablemente, una de las películas que exponen con mayor naturalidad y veracidad lo que puede ser la vida en un viaje por el universo adelante.

          En 1963, la realidad empezaba a despojar a los filmes de aventuras en el espacio la coda de «ficción» para dejar su categoría solo en «ciencia». Dos años atrás, Yuri Gagarin se había convertido en el primer ser humano en abandonar el planeta para salir al espacio exterior. A la par, la serie B de trajes de papel de aluminio, extraterrestres de goma y pistolas de rayos láser comenzaba a perder sentido bajo el empuje de los avances tecnológicos que apuntillaban su de por sí cuestionable sentido de la verosimilitud.

Como suele recordarse con la mención a la influencia que tuvo en obras como 2001: Una odisea del espacio o Solaris -es decir, la consagración de la ciencia ficción como género mayor y trascendente-, Ikarie XB 1 es, en cierta forma, una pionera en dirigir el rumbo de la expedición hacia la condición humana, alejándose del sensacionalista adentramiento en el peligro de descubrir mundos extraños. No por nada, el libreto se inspira en una novela de Stanislaw Lem, un clásico del género que también entregará el texto que sirve de base para la cinta de Andrei Tarkovski, una introspección psicológica concebida como reacción a la frívola espectacularidad hollywoodiense, de acuerdo con sus palabras.

Siguiendo esta idea, Ikarie XB 1 habla del siglo XX de la barbarie. Su visión del presente posee un rotundo sentido crítico, aunque no se deja llevar por el pesimismo, puesto que, en cambio, su mirada hacia el futuro es esperanzada. Ikarie XB 1 apuesta por la vida. El siglo XX generó desastres como el Holocausto, pero también emocionantes muestras del genio humano.

          Paradójicamente, el metraje arranca con el grito desesperado de un hombre que sufre un insólito mal mientras el resto de la tripulación comparece consternada ante la grave situación en la que se encuentran. Es un punto de partida casi in extremis, tras el cual el director, Jindřich Polák, y el guionista, Pavel Jurácek, retrotraen la narración hasta los comienzos del periplo para, a partir de ahí, mantener el orden cronológico natural del viaje de investigación al misterioso Planeta Blanco de Alfa Centauri, potencial granero de vida. Aliado con este equipo pluridisciplinar de científicos, el relato es coral, una diferencia que entra dentro de la confrontación entre esta ficción checoslovaca, de la órbita soviética, frente al tradicional héroe individual estadounidense -un antagonismo que vuelve a encontrarse con la nave a la deriva, repleta de misiles nucleares y vestigios de excesos degradantes-.

          Con la excitación del inicio, las escenas son relativamente cortas, con un montaje que encadena transiciones rápidas en el que se nos presenta la convivencia de este grupo, su adaptación a los llamativos diseños de interiores -acordes a la música de toques electrónicos y atonales que compone la banda sonora- y sus actitudes y pensamientos acerca de estas vivencias particulares. Luego, cuando la tensión vaya in crescendo, el tempo se dilata y la cámara deja incluso algún movimiento más errático, como si fuera uno de los personajes trastornados por el influjo de una inquietante estrella oscura. En consonancia con su espíritu, Ikarie XB 1 no se enfrenta a estas extraordinarias dificultades espoleando las posibilidades de provocar impresiones en el espectador, sino que mantiene -sea por voluntad propia o, como posibilidad en absoluto descartable, por no lograr cambiarlo de manera efectiva- ese tono pausado que, bien pensado, se mantiene próximo a un realismo reflexivo, filosófico si se prefiere.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.

Gattaca

11 Nov

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Año: 1997.

Director: Andrew Niccol.

Reparto: Ethan Hawke, Uma Thurman, Jude Law, Loren Dean, Alan Arkin, Xander Berkeley, Gore Vidal, Tony Shalhoub, Ernest Borgnine, Jayne Brook, Elias Koteas.

Tráiler

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           Gattaca arranca haciendo alusión a los renglones torcidos de Dios y a la capacidad del ser humano para enmendarlos. Su protagonista es un hombre perfecto, pero este es tan solo un elaborado disfraz que oculta su naturaleza imperfecta, producto de un pasado lejano que Andrew Niccol representa, en una ambientación con ecos estilísticos de los años cincuenta estadounidenses, mediante el amor -un polvo en el coche ensalzado con música romántica- y la creencia -el crucifijo de la madre-. Lo sentimental, lo instintivo, lo intangible.

Frente a ello, están los encorsetados escenarios del futuro distópico donde todo se mide en función de los genes, acentuando el determinismo social que en tiempos anteriores quedaba condicionado en buena medida por la extracción económica o, en ámbitos más semejantes a los aquí empleados, por la cuestión racial. Reforzando la sensación de irrealidad de una atmósfera que muestra un notable cuidado por la localización de exteriores y el diseño de interiores, los colores están saturados y se juega con los contrastes, desde las tonalidades azules hasta las doradas, los rojos chocando con los verdes.

           Desde el título de la película, Gattaca, compuesto a partir de una secuencia de ADN, Niccol, director y guionista, va sembrando el terreno de referencias y pistas, trabajando a veces a lo bruto. En antítesis al defectuoso Vincent, llama Eugene -«el bien nacido»- al semidiós caído en desgracia que le entrega su cuerpo y separa a ambos, en distintas alturas, por medio de una escalera helicoidal, como las cadenas de ADN.

La de Vincent, en cualquier caso, es otra historia de superación personal, otro sueño americano. Esforzarse por encima de los límites para conseguir conquistarlos, como sugiere su mismo nombre. A ello va aparejado que la crítica social no sea punzante, ya que el relato prefiere focalizar la llamada a rebelarse contra el conformismo, a luchar por los sueños individuales. A compartir el sueño de Vincent, a hacerlo propio. Al fin y al cabo, es uno de nosotros, uno de los seres imperfectos que poblamos la Tierra, aunque a veces nos sintamos de otro planeta viendo los inalcanzables -y tóxicos- modelos de éxito con los que se nos bombardea.

           Podría decirse que, en el fondo, Gattaca es más emocional que reflexiva. El drama queda montado sobre una estructura de cine negro, desencadenada por un asesinato que pone en jaque la identidad del protagonista. La intriga policíaca queda así imbricada con la íntima, a la que espolea en cierta manera hacia el melodrama -en ocasiones un tanto forzado, como la resolución de la relación con el hermano-. A pesar del cuidadoso cálculo de su dispositivo, el filme pretende acercarse más a ese pasado intuitivo que a ese futuro estrictamente medido. Para tal objetivo, le viene bien la química del reparto -es el rodaje en el que se enamoraron Ethan Hawke y Uma Thurman-, un componente precisamente imposible de manejar con exactitud y que hace viables las emociones que se exponen -el romance, la amistad, el anhelo de triunfo-. Es decir, que funcione todo el mecanismo.

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Nota IMDB: 7,8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7.

Encuentros en la tercera fase

19 Oct

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Año: 1977.

Director: Steven Spielberg.

Reparto: Richard Dreyfuss, Melinda Dillon, François Truffaut, Cary Guffey, Teri Garr, Bob Balaban, Roberts Blossom, Warren J. Kemmerling, J. Patrick McNamara, Lance Henriksen, Shawn Bishop, Justin Dreyfuss, Adrienne Campbell.

Tráiler

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         La obsesión del protagonista de Encuentros en la tercera fase tiene algo de experiencia religiosa. No creo que sea casual que, justo antes de ser literalmente iluminado desde el cielo por una nave alienígena, estuviese viendo en su casa Los diez mandamientos, ya que él, al igual que Moisés, deberá adentrarse en la montaña para hallar respuestas a sus inquietudes. Roy Neary se somete a una prueba de fe que desafía las convenciones de los incrédulos, de quienes no han sido ungidos y dotados con el don de la visión. Las escenas en el norte de la India muestran a multitudes entregadas a la plegaria; en México un anciano explica que el Sol, elemento divino desde el nacimiento de la humanidad, salió en plena noche y le cantó en privado. «Simplemente lo sé», responde este técnico de líneas eléctricas cuando debe argumentar el porqué de lo que condiciona sus actos, aparentemente irracionales. «Esto significa algo, es importante», cavila obcecado con el misterio.

         Desde este punto de vista, siento curiosidad sobre qué podría haber contenido y cuánto sobrevive del primer libreto de Paul Schrader, experto en tormentos íntimos con la influencia religiosa como clave de la encrucijada. No obstante, Steven Spielberg terminaría cambiando tanto la historia que este renunciaría a firmar cualquier acreditación como guionista. El de los seres de otro planeta era un asunto que a Spielberg le interesaba de siempre, como demuestra esa obra de adolescencia, Firelight, en la que, al igual que aquí, mostraba su presencia a través de unas inquietantes e intensas luces que, en cambio, revelaban unas intenciones amenazadoras. Sin embargo, el relato de Encuentros en la tercera fase ofrece un contrapunto curioso dentro de su corpus, puesto que, en lugar de esa ausencia paterna que marcará muchas de sus obras, en este caso es la familia la que deserta y él quien ha de emprender la aventura en solitario. Una aventura que, en este caso, busca algo que trasciende la simple realidad cotidiana de un operario que vive una vida corriente, con su casa de vallas blancas, su esposa y sus tres hijos que hacen deberes de matemáticas, rompen juguetes, protestan por las verduras y corren hacia adelante tratando de hacerse adultos sin fantasía antes de tiempo.

En el fondo, Spielberg hace que la aparición de naves espaciales no desentone con el mundo que retrata. La furgoneta del protagonista, perdida en mitad de la noche, la niebla y el vastísimo territorio rural de los Estados Unidos -corazón del país en el que también aterrizará E.T. pocos años después-, circulaba como si fuese un platillo volante en las profundidades de un espacio que es cercano y extraño al mismo tiempo. El manejo del paisaje es una de las muestras del soberbio trabajo que se realiza con la iluminación y la fotografía, que entrega imágenes de gran fuerza estética. Lo mismo ocurre con los vehículos que se cruza en el camino hasta que uno de ellos, en efecto, es un ovni. En paralelo, la irrupción de helicópteros y todoterrenos en el desierto de Gobi está planteada también como si se tratase de una aparición extraterrestre, de tan repentina y extraña. No digamos ya los helicópteros militares que, actuando como auténticos invasores, acosan a los acampados a la espera de un nuevo encuentro con lo desconocido.

         Frente a esta hostilidad que puede corresponderse con tiempos de Guerra Fría, y a diferencia de los parámetros generales de la ciencia ficción -que no obstante también se habían deslizado antes, dejando tras de sí una inquietante ambigüedad, en la poderosa escena de abducción-, el contacto definitivo con los alienígenas se revela como una secuencia en la que los puntuales momentos de inquietud dejan paso a una sensación de armonía y concordia. De hecho es, en cierta manera, un reencuentro. Dentro de este trasfondo místico, avanza una noción de entendimiento, de aceptación de lo extraño, de plenitud fraternal. De emoción casi eufórica. La idea la ha ido sembrando un mito, François Truffaut, que aceptó interpretar al ufólogo francés que lidera las investigaciones, llevadas a cabo por un grupo de gente que parecen críos jugando con el entusiasmo desatado. El sistema de luz y sonido con el que tratan de comunicarse con los extraterrestres no deja de asemejarse al xilófono de colores que utilizaba antes un niño pequeño que, precisamente, nos presentaba a los visitantes a través de su sonrisa.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7.

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