«Ardería en el infierno para asegurarme que mis hijos están a salvo.»
Michael Corleone (El padrino. Parte II)
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El padrino. Parte II
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Año: 1974.
Director: Francis Ford Coppola.
Reparto: Al Pacino, Robert de Niro, Robert Duvall, Diane Keaton, Lee Strasberg, John Cazale, Michael V. Gazzo, G.D. Spradlin, Richard Bright, Talia Shire, Bruno Kirby, Frank Siviero, Gastone Moschin.
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La última imagen de El padrino es una conclusión inmejorable. Redonda en el sentido de que arroja una composición inmaculada, repleta de significados perfectamente expresados, y de que, con la mayor rotundidad posible, cierra el círculo de esa noción de destino inapelable que componía una de las columnas principales de la obra. Dada su precisión estética y argumental, este desenlace se justificaría por sí mismo como colofón definitivo de una de las grandes y más populares películas del séptimo arte, haciendo caso omiso a los deseos insaciables y en demasiadas ocasiones inmaduros de productores y público.
Sea como fuere, Francis Ford Coppola cedería a las presiones y obligaciones contraídas por el impacto de semejante hito cinéfilo y aceptaría producir, dirigir y escribir de nuevo junto a Mario Puzo una continuación del filme. Con honradez, también estimulado por las posibilidades que ofrecía este épico relato familiar, mafioso e histórico, Coppola no reduciría el proyecto a la categoría de encargo alimenticio, sino que lo abordaría con ambiciones renovadas para ensayar un nuevo salto hacia adelante. Zanjando el sempiterno e inútil debate sobre el favoritismo hacia una u otra parte, situadas prácticamente a la par en calidad y disfrute, reconozco con poca originalidad mi ligera preferencia por la continuación. El padrino. Parte II conserva intacto el monumental rigor artístico de El padrino para, además, proseguir su exploración por los entresijos de sus negros dilemas morales, de las dobleces político-sociales americanas, del íntimo y operístico drama familiar y de la atrayente trama mafiosa.
Precuela y secuela al mismo tiempo, El padrino. Parte II amplía el corpus mitológico de la familia Corleone, ahora bajo el firme patriarcado de Michael (Al Pacino), mientras que en paralelo escribe la cosmogonía de la saga a partir de sus raíces genéticas sicilianas –cuya virulenta complejidad parece marcarse a fuego en los protagonistas y su devenir- y del consecuente arribo del patriarca (con el renovado rostro de Robert de Niro) a la isla de Ellis.
De este modo, a través del diálogo entre ambas vertientes ligadas por la sangre y el destino, El padrino. Parte II abunda en la crónica de la construcción de un país que encuentra sus cimientos en la iniciativa particular y la voluntad de enriquecimiento por medio del sacrificio personal. Un concepto de meritocracia y esfuerzo no siempre bien entendido y que provoca que el gángster se convirtiera en el odioso negativo de este denominado Sueño americano, tal y como ejemplifica el cine criminal posterior al Crack de 1929 o, en tiempos más recientes, la estupenda Boardwalk Empire. En efecto, algunos de los personajes reales de la prestigiosa serie de la HBO dan aquí testimonio de sus determinantes iniciativas delictivas y legales encubiertos bajo distintos seudónimos. Si ‘Bugsy’ Siegel aparecía en El padrino con las gafas de Moe Greene, en El padrino. Parte II será Meyer Lansky, compañero de promoción gangsteril y estrecho asociado suyo, quien sea invocado aquí bajo la forma del anciano, astuto y despiadado Hyman Roth (el referencial Lee Strasberg en su más conocida actuación en pantalla). De un episodio cultural interno –el germen de Las Vegas como materialización de la ambigüedad moral y económica de Estados Unidos- a uno exterior –el también ambiguo neocolonialismo estadounidense en el continente, especialmente en el Caribe y Centroamérica-.
Estamos ante una película más oscura que su antecesora, donde los negocios de los Corleone se encuentran ya desprovistos de cualquier tipo de romanticismo en su dudosa carrera hacia la legitimación social y judicial. De ahí el ensanchamiento de la fractura con la mafia tradicional que representaba su padre y que se materializará en un tenso juego de traiciones con Frankie Pentangeli (Michael V. Gazzo), encargado de cumplir las funciones del viejo Peter Clemenza, desaparecido por las elevadas pretensiones económicas de su intérprete original, Richard Castellano. La tumultuosa trayectoria de Michael como pater familias mafioso desgrana, al igual que le sucedía a su progenitor, un intenso debate entre intenciones y consecuencias, entre decisiones y remordimientos y entre códigos ideales de conducta y su traducción real a hechos prosaicos. Feroces e irreconciliables antagonismos condensados en un combate a muerte entre el Bien y el Mal y en cuyo violento transcurso se asiste a la pérdida de perspectiva del personaje; el cual transmuta los fundamentos morales –la familia como prioridad ineludible- en atroz hipocresía –los daños infligidos a la misma-, la existencia, en una trágica farsa.
Así, paulatinamente, en delicado contraste, Coppola contrapone el drama de Michael con la recomposición del nacimiento de los Corleone en América y de su consolidación en la hostil Nueva York de comienzos del siglo XX con el recurso a esa aciaga válvula de escape social que ofrecen los bajos fondos, constituidos como un próspero oasis alegal y amoral. Una opción que se manifiesta inevitable a causa del contexto imperante en una nación heterogénea y en incesante evolución y que, por tanto, sirve para trazar las diferencias entre Vito y Michael, equiparados en su situación familiar, dueños de semejantes virtudes y defectos, pero consecuencia el uno del otro dentro de una línea marginal en la historia del país que, irreparablemente, tiende a estar cada vez más torcida.
Entonces, cuando el nostálgico pasado en tonos ocres de los Corleone devuelve la mirada a su herencia directa en el presente, El padrino. Parte II ratifica y recrudece el hondo fatalismo que embargaba ya al primer episodio de esta epopeya que se erige en sinónimo de cine.
Nota IMDB: 9,1.
Nota FilmAffinity: 8,9.
Nota del blog: 10.
Contracrítica