“El cine es aquello que deslumbra la conciencia colectiva hasta el punto de considerar héroes a los más mortales.”
Javier Bardem
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El francotirador
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Año: 2014.
Director: Clint Eastwood.
Reparto: Bradley Cooper, Sienna Miller, Jake McDorman, Luke Grimes, Cory Hardrict, Sammy Sheik, Mido Hamada.
Tráiler
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En el prólogo de El francotirador, Chris Kyle, todavía niño, recibe el sermón de su padre, cristiano ferviente, acerca de las diferencias que dividen a las personas entre corderos –aquellos que sufren abusos y no son capaces de reaccionar ante ellos-, lobos –los abusadores- y perros guardianes –la especie excepcional que tiene los arrestos morales y las agallas suficientes para enfrentarse a los lobos y proteger a los corderos-. En paralelo, Eastwood sintetiza la lección mostrando cómo Kyle derriba y vence al matón del colegio que le estaba propinando una paliza a su hermano pequeño. Al ver por televisión los atentados contra las embajadas estadounidenses en Kenia y Tanzania, Kyle acelera la respiración y decide servir a su país alistándose en las fuerzas de operaciones especiales. Minutos más tarde, la escena se repite, esta vez con el World Trade Center desplomándose ante sus ojos inyectados en sangre y rabia, deseosos de acudir a la primera línea de batalla.
El francotirador rinde homenaje a un héroe americano. Aquel que, por puro coraje y nobleza, está dispuesto a sacrificarse por su prójimo desvalido, acosado por las mil y una amenazas que acechan al hombre bueno en los valles tenebrosos del Señor. Como Tom Doniphon cuando obligaba al pérfido Liberty Valance a recoger el filete que se le había caído al suelo a Ramson Stoddard, un romántico abogado que había peregrinado al otro lado de la frontera con el fin de predicar la ley y que, por entonces, solo había conseguido ser un camarero torpe. El asunto es que, después de Doniphon -un héroe definitorio de una era hostil y que se perdía en los refinados entresijos de la civilización moderna-, el camino restante hacia el presente debía ser y era andado por el idealista Stoddard, dueño de una decisión exactamente igual de poderosa que Doniphon y al que, en comparación, solo le faltaba su atronadora presencia física, si bien compensada por su ímpetu intelectual y por el respaldo objetivo e inapelable de sus libros de legislación. El certificado de defunción del Salvaje Oeste, en definitiva, y la confirmación del país de la Justicia y la Libertad.
El francotirador dictamina que los tiempos de Chris Kyle son los mismos que los del esplendor de Tom Doniphon, como si el mundo no hubiese avanzado en absoluto o hubiese experimentado una regresión a la anomia propia de los territorios indómitos del siglo XIX. Los tiempos del hombre fuerte que se mantiene firme mientras el resto, pese a sus buenas intenciones, termina por convertirse en corderos, intimidados por la violencia implacable de un Mal que no admite cuestionamiento alguno. Y es que la resistencia mental de Kyle proviene de la consciencia inalterable de que su obligación existencial es combatir al Mal, dentro de un mundo de blancos, negros y otros colores a punto de caer de parte de uno de los dos, sea de forma voluntaria o sea impuesta. Su determinación monomaníaca es, por tanto, la de un superhombre o la de un psicópata. De hecho, el filme sería prácticamente igual si estuviese protagonizado por el francotirador de la guerrilla iraquí con el que se bate en un duelo que, a la postre, llega a rayar lo obsesivo –fijación que tampoco será explotada con demasiada contundencia crítica, no obstante-. En este sentido, cabe decir que Kyle, a quien un marine califica de “ángel de la guarda” en cierta escena, era conocido por los iraquíes con el nada celestial apodo de ‘el demonio de Ramadi’.
Eastwood, un cineasta siempre interesado en la dimensión íntima de sus personajes, demuestra una inusual falta de garra en la disección psicológica del personaje, que posee el historial suficiente para poder encarnar a una versión juvenil y libre de humor del sargento de artillería Highway de El sargento de hierro, dada su condición de leyenda militar a la que las campañas van sustituyendo la sangre por queroseno y desactivando su vida civil a golpe de movilizaciones inoportunas. Así, El francotirador resulta una película bastante plana donde los esfuerzos por conferir aristas a la necesaria huella traumática que imprime semejante tarea, heroica o no, resultan superficiales en su proyección personal y familiar. Fuera del par de reacciones de Kyle ante ruidos inquietantes, las alusiones al síndrome del ex combatiente son sobre todo verbales, lo cual suele ser mala señal. Parte de la culpa recae asimismo en la escasa entidad como actor de Bradley Cooper, ese extra que miraba con arrobo a Clint durante una entrevista concedida para Inside Actor’s Studio. La vertiente afectiva no pasa por tanto de una consistencia mínima para, más tarde, acabar diluyéndose del todo en el desenlace.
Pero volviendo a asuntos estrictamente bélicos, Eastwood no plantea un filme inocente que escarbe en los posibles conflictos que pueda arrastrar su protagonista. De acuerdo con su visión, el discurso de El francotirador escoge una posición concreta. En sus sucesivos retornos al frente, Kyle se encuentra con compañeros desmoralizados que comienzan a realizarse la pregunta esencial de toda guerra: por qué combatimos. El guion ofrece la réplica por boca del propio el enemigo, sublimado en una figura, ‘El carnicero’, que no duda en taladrar el cráneo a un pobre crío si es menester para sus propósitos rebeldes. O también mediante un local de reunión de las milicias insurgentes donde, detrás de un cadáver torturado al que sostienen terribles cadenas y ganchos, yace congelada una copiosa colección de cabezas humanas.
La opción de que, de tanto matar, Kyle se esté transformando en lobo, se desvanece. Y con ella el conflicto dramático del filme.
Hay preguntas en El francotirador, como hay respuestas rotundas –que no irrefutables, puesto que se asientan y exponen su argumento sobre la emoción más tribal, primaria y manipuladora y no sobre la razón lógica, que es la que se extraería de observar el conflicto desde una altura mayor, ubicándolo en un contexto que en la película será obviado-. Pero uno echa en falta otros cuantos interrogantes, principalmente el de qué serie de circunstancias, justificadas o no –no entro en ello, puesto que es una cuestión compleja y en parte muy privada-, llevan a una sociedad contemporánea a considerar como un inmaculado héroe nacional al autor de 160 muertes confirmadas -hombres, mujeres y niños-, guadañadas con la relativa sangre fría que impone el disparo lejano y solitario.
Sea como fuere, Eastwood alega que aún faltan veinte, treinta o cuarenta años para que alguien escriba correctamente la crónica de estos tiempos confusos. Es decir, el lapso indispensable para tomar la debida distancia respecto del calor y la ofuscación del momento. Aquella distancia que, acaso, permitiría a Kyle adquirir el desengaño con el que el sargento Highway contemplaba una guerra solo anhelada por los altos mandos borrachos de cruces de hierro e incluso el desencanto con el que el curtido veterano paladea la inesperada primera victoria. Esa que, por muy gloriosa que fuese, seguía sabiendo a mierda de trinchera.
Nota IMDB: 7,5.
Nota FilmAffinity: 6,3.
Nota del blog: 5.
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Etiquetas: 10's, Aceptable, Biopic, Ejército, Guerra de Irak, Irak, Posguerra, Próximo y Medio Oriente, Texas
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