Archivo | noviembre, 2016

Sieranevada

29 Nov

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Año: 2016.

Director: Cristi Puiu.

Reparto: Mimi Branescu, Catalina Moga, Dana Dogaru, Judith StateAna Ciontea, Marin Grigore, Rolando Matsangos, Bogdan Dumitrache, Ilona Brezoianu, Tatiana Iekel, Sorin Medeleni, Simona Ghita, Marian Râlea, Ioana Cracionescu, Valer Dellakeza.

Tráiler

         Parece citar Sieranevada al teatro del absurdo, puesto que, tal y como ocurría con el icónico Godot, estamos ante una comida familiar que se diría no va a llegar nunca, incluso después de cerca de tres horas de metraje. De este modo, a la espera de un buen plato de sarmale, Sieranevada -título coherentemente incoherente- es una película donde la tensión en el seno de la familia reunida se incrementa de forma paralela al hambre que se percibe en los comensales, desquiciados por interrupciones que perturban su comodidad sentados a la mesa, dinamitan la jerarquía de relaciones que existe entre ellos y, al fin, trastornan su propia situación interior.

          Cristi Puiu se limita a autoinvitarse a esta ceremonia en recuerdo del patriarca fallecido. Aposta el objetivo en un rincón de la estancia y observa el comportamiento de los personajes que hablan, discuten, cocinan y pasean en los pasillos y habitaciones del apartamento. Prácticamente sin cortes dentro de una misma escena, solo con movimientos equivalentes al barrido de una mirada y tolerando con naturalidad las limitaciones visuales que impone la arquitectura y el mobiliario. La cámara -y con ella el espectador- se convierte así en uno de ellos, silencioso aunque atento a como evoluciona el crescendo de incomodidad que aflora por entre las grietas de este colectivo humano que padece las disfuncionalidades propias de cualquier familia común, de cualquier país con una historia reciente problemática, de cualquier sociedad repleta de impunes desequilibrios, de un mundo donde cada vez las certezas son menores y los temores más pronunciados a pesar -o por culpa- de la era de la sobreinformación.

En medio de todas estas criaturas desamparadas y humanas, el protagonista, un médico cuarentón, es consciente del absurdo que le rodea y trata de reírse de él a carcajadas cínicas, casi como forma de autoprotección frente a ese mismo patetismo que también a él le atropella.

          Sieranevada resulta un filme a ratos fascinante en su cruda, cruel y descabellada cotidianeidad, donde, a imitación de la vida, la comedia convive sin solución de continuidad con la tragedia, y la ternura con la repulsión.

La potencia de los trabajados retratos psicológicos y la vivacidad de los diálogos confieren un notable dinamismo a la obra, capaz de engrasar el pulso de la abultada narración. Es un relato caleidoscópico, en el que confluyen las pequeñas historias de cada uno de los personajes y las innumerables combinaciones que surgen de la mezcla de los unos con los otros: la memoria histórica, la memoria personal, los roles impuestos por la comunidad, el fracaso de las convenciones sociales y familiares; la ficción y los rituales sobre la que se sostienen estas estructuras supraindividuales; las fracturas generacionales, las decepciones burguesas, la desidia existencial… La vida y la muerte que transcurren.

          Pero en el mismo plano, cabe decir, se percibe en ella cierta autocomplacencia autoral, porque 173 minutos son muchos minutos para aguardar pacientemente a que le sirvan un plato de comida.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 7,5.

Una vida

28 Nov

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Año: 2016.

Director: Stéphane Brizé.

Reparto: Judith Chemla, Jean-Pierre Darroussin, Yolande Moreau, Swann Arlaud, Nina Meurisse, Clotilde Hesme, Alan Beigel, Finnegan Oldfield

Tráiler

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           Es tentador trazar un paralelismo a través de casi dos siglos al enfrentar los argumentos de las dos últimas obras de Stéphane Brizé, La ley del mercado y Una vida, para constatar con ello la infinita prueba de resistencia que el individuo afronta contra las circunstancias y contra las imposiciones de la sociedad a la que pertenece. Si en el primer caso el protagonista desarrolla una lucha para mantener su dignidad humana frente a un sistema contemporáneo que lo reduce a simple cifra o pieza de reemplazo, en el segundo la protagonista trata de prevalecer frente a las exigencias conservadoras que definen a la sociedad del siglo XIX, en especial en lo referente al rol femenino.

           En Una vida, una joven francesa se pregunta sobre el sentido de la existencia mientras encadena una incesante serie de contrariedades, infortunios y sinsabores derivados todos de los férreos códigos sociales que coartan sin piedad los anhelos, instintos y emociones de las personas sometidas a su monstruosa falacia -la tragedia sentimental y vital es, de hecho, una infamia que se hereda y transmite de generación en generación-.

           Encajonada en unos fotogramas de formato prácticamente cuadrado, la biografía de Jeanne (Judith Chemla) se narra desde su florecimiento primaveral -su retorno del convento donde ha pasado su infancia recibiendo educación- hasta el otoño de sus días. El filme, que adapta un texto de Guy de Maupassant, captura como se marchita su vitalidad juvenil a lo largo de un matrimonio desgraciado, una maternidad turbulenta y una decadencia física inexorable.

Brizé recorre los capítulos de su vida empleando con maestría las elipsis y reflejando apropiadamente los estados de ánimo de la mujer por medio del juego con la luminosidad del escenario, el uso de localizaciones interiores o exteriores, y la ubicación de la acción en una determinada estación del año. Gracias a estos recursos estéticos, el realizador y coadaptador articula una narración fluida en la que se percibe con expresividad y lirismo el sufrimiento y la ocasional alegría que experimenta Jeanne, toda recuerdos soleados y porvenires tormentosos.

           Pero, como le suele sucede a los dramones decimonónicos, sean victorianos o franceses -al menos en mi caso particular, admito que me resulta un periodo un tanto repelente en su estética y sus recurrentes angustias aristocráticas-, el tremendismo, por innecesariamente redundante y empachoso, termina ahogando la película en su tramo final, enredada en el regodeo con la desgracia familiar de la desdichada Jeanne.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 6,5.

La llegada

27 Nov

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Año: 2016.

Director: Denis Villeneuve.

Reparto: Amy Adams, Jeremy Renner, Forest Whitaker, Michael Stuhlbarg, Mark O’Brien, Tzi Ma

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           Resulta curioso que en La llegada las naves alienígenas parezcan emular el enigmático monolito de 2001: Una odisea del espacio -el punto de inflexión de la ciencia ficción cinematográfica debido a su adentramiento en el universo filosófico posible- y, sin embargo, su utilización dramática se asemeja en mayor medida a la del planeta que era capaz de destripar la mente de los astronautas en Solaris -la contestación humanística y metafísica del soviético Andrei Tarkovski a este género que, en manos de los americanos, consideraba que se reducía a imágenes vistosas aunque vacías de alma-.

           La odisea que propone La llegada, pues, se orienta de nuevo hacia el interior del ser humano, y no hacia el exterior del cosmos. Protagonizada por una lingüista a la que se encarga establecer contacto con los extraterrestes, a partir de un armazón espectacular -la intriga acerca de las intenciones de los viajeros cósmicos, la tensión política que provoca su presencia extraña-, el filme explora una cuestión existencialista con toques místicos -la asunción estoica del Destino ligada al carpe diem, al aprovechamiento del camino a pesar del fatalismo inexorable que implica vivir-.

           Así las cosas, el libreto -tomado del relato corto La historia de tu vida, de Ted Chiangno se decide a reducir a los extraterrestres a lo que son, un mcguffin -trascendente en todas sus acepciones, pero mcguffin al fin y al cabo-, y monta alrededor de ellos un circo de tres pistas. El problema es que la viga maestra que sostiene las carpas de este circo es una paradoja tremendamente frágil porque depende de una dudosísima transgresión de las leyes espaciotemporales -elemento siempre propenso a crear contradicciones lógicas- y por la incoherencia que, a la postre, infunde a las acciones de los heptápodos -es difícil encontrar congruente su inteligencia precognitiva con sus procedimientos de contacto con la humanidad, o darle sentido último a su misión-.

Además, en el recorrido quedan subtextos interesantes, caso de la sempiterna y problemática relación entre el Nosotros y el Otro -los recurrentes términos de corte belicista o heterófobo, la igualación entre el helicóptero militar y la nave espacial, las referencias históricas y actuales al colonialismo…- o de la reflexión filológica a propósito la conexión entre lenguaje, comunicación y esquemas socioculturales -articulado primero mediante conceptos expuestos a las bravas, con crudos discursos teóricos, y luego finiquitado a salto de mata-.

           A uno le queda la sensación de presenciar un conjunto desequilibrado. De que el despliegue de medios técnicos y argumentales es exageradamente aparatoso para que, finalmente, el mensaje se reduzca a unas conclusiones filosóficas e intimistas abordadas con tanta superficialidad -y hasta cursilería-. De que son muchas alforjas para tan poco camino. De que La llegada es más Contact o Interstellar que Solaris.

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Nota IMDB: 8,4.

Nota FilmAffinity: 7,7.

Nota del blog: 5.

Los malvados de Firecreek

26 Nov

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Año: 1968.

Director: Vincent McEveety.

Reparto: James Stewart, Henry Fonda, Inger Stevens, Gary Lockwood, Dean Jagger, Ed Begley, Jay C. Flippen, Jack Elam, James Best, Barbara Luna, Brooke Bundy, Robert Porter, Jacqueline Scott.

Tráiler

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            Si una cinta merecía que los distribuidores españoles la renombrasen como Infierno de cobardes, esa era Los malvados de Firecreek. Seña de identidad del western psicológico donde se adscribe, el filme podría pasar por otra variación de Solo ante el peligro -quintaesencia del subgénero- en su exposición de una violencia que no se produce tanto de forma física, sino sobre todo moral; más terrible en sus consecuencias y más perceptible por un espectador que, despojado de la ficticia fantasía del cine del Oeste, corre el riesgo de encontrarse en los fotogramas con su propio y crudo reflejo.

            Este nuevo antisheriff que protagoniza la obra –un ‘shariff’ de hecho, debido a un expresivo error ortográfico- profundiza en el enfrentamiento del estereotipo y del constructo histórico contra sus naturales flaquezas humanas. En consecuencia, el apacible pueblecito donde transcurre la acción se revela como un pudridero de cobardes y tullidos emocionales, y en el que la irrupción de un grupo de villanos tan solo es la excusa que destapa la miseria del lugar. Desde los más apocados hasta los más terribles, todos los personajes que concurren en Los malvados de Firecreek ocultan algo, ya sea una sombra del pasado, desencanto rampante, melancolía terminal, remordimientos insospechados, vicios inconfesables, codicia corruptora o simple estupidez.

Paradójicamente, las dos caras de esta dudosa moneda, encargados de personificar el enfrentamiento entre opuestos semejantes, son una pareja de actores ejemplares, cada uno a su manera encarnación de los valores ideales del país: James Stewart, representación del estadounidense medio que interpreta a un sheriff honorario atormentado por la disyuntiva entre la obligación y el temor, y Henry Fonda, sublimación del idealismo comprometido que aborda aquí a un pistolero a sueldo que atraviesa un doloroso vacío existencial, consciente de su anacronismo y de su caducidad en marcha –balazo incluido en forma de anticipo-.

            Afín al carácter de ambos, y a pesar de puntuales pero significativas intromisiones –la estética descuidada de los forajidos, la presencia de Jack Elam entre ellos, algún rasgo de agresiva fisicidad en la violencia-, el estilo visual de la producción parece procedente de otra época, ignorante bien por incapacidad, bien por testarudez de los cambios que había atravesado ya el western hasta quedar irreconocible por la vía de la crepuscularidad visceral, el realismo contestatario o la caricatura exótica.

            La violencia y la tensión del argumento, decíamos, es implosiva y palpita a través de estos sentimientos exacerbados, donde atruena el combate entre el deber ético y la pusilanimidad de superviviente. La humillación y la dignidad, la renuncia y la culpa; tan reconocibles y paladeables para cualquier ser humano. No hay aquí un John Wayne que tenga claro a quién disparar para arrancar de raíz el presunto o el potencial Mal que acecha a las buenas gentes, como tampoco aparece un Lee Marvin que materialice esta iniquidad abstracta que merece ser aniquilada sin perder el sueño.

Los malvados de Firecreek padece otro de los rasgos idiosincrásicos del western psicológico: la tendencia discursiva del relato, evidente en algunos diálogos que caen en la verbalización evidente de unos conceptos que ya retumbaban con descomunal fuerza en el interior del espectador. Mensajes que, además, siempre ofrecen la tentación de medirlos con el contexto histórico exterior a la sala de cine, en este caso a unos Estados Unidos envueltos en una tremebunda crisis de identidad donde el comienzo del fin del verano del amor anunciaba una turbia pesadilla que amenazaba la salud de las libertades sociales y democráticas de la nación, hundida además en una guerra en Vietnam cada vez más sanguinolenta e inexcusable. ¿Es así la obra una llamada en contra de esa inacción bélica, disfrazada de pacifismo, frente a los despiadados malvados que amenazan este mundo antagónico de la Guerra Fría? Quizás pudiera leerse de esta manera.

            De un modo u otro, la película conserva pasajes dotados de una intensidad admirable, hasta la explosión de unos personajes que tratan con ira de sacudirse su patetismo, probablemente en vano y con independencia del desenlace al que conduzcan sus decisiones.

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Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.

Hasta que llegó su hora

25 Nov

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Año: 1968.

Director: Sergio Leone.

Reparto: Charles Bronson, Claudia Cardinale, Henry Fonda, Jason Robards, Gabriele Ferzetti, Frank Wolff, Jack Elam, Woody Strode, Al Mulock.

Tráiler

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           Más colosal, más barroca, con más estrellas, con (parte del) rodaje en pleno corazón del Oeste norteamericano. Con el western enterrado junto a Tom Doniphon en Shinbone, Sergio Leone posa sus abultadas maletas en Monument Valley, levanta la vista y contempla la casa de John Ford ultrajada por raíles de ferrocarril, signo inequívoco del fin de una época. Sin embargo, en la primera secuencia de Hasta que llegó su hora, un cuatrero malencarado declara la rebeldía anacrónica del filme arrancando de un tirón el cable del telégrafo, otro de los elementos que se emplean habitualmente para delimitar el crepúsculo del género… aunque, tal y como se verá a continuación, solo simboliza un acto postrero -el que, en paralelo, pretende cerrar una etapa personal para el creador de este microcosmos-.

           Contratado por la Paramount para rodar otro spaghetti western a la estela de su Trilogía del dólar antes de embarcarse en su anhelado proyecto Érase una vez en América, Leone despliega a gran escala a sus vaqueros mugrientos, barbados y pobretones. El cineasta, de tendencia natural a la megalomanía, extrema la patentada idiosincrasia de esta reinterpretación, mezcla de homenaje y caricatura, de un universo popular al que, entreverada con la épica y la ironía puntual, agrega asimismo una generosa dosis de melancolía, representada especialmente por el forajido Cheyenne, perteneciente a una raza antiquísima, el hombre, que se extingue. Los tiroteos, que se percibían cada vez más elaborados a lo largo de sus cintas previas, se enmarcan ahora dentro de una ópera desaforada en la que poderosos detalles como el uso de la armónica a modo de presentación del protagonista solo tienen sentido dentro de este contexto excesivo y fascinante, al igual que las frases lapidarias de resonancias bíblicas. De otra forma resultarían ridículas.

Todo es contraste. Chirridos de óxido como banda sonora de una epopeya grandilocuente.

           Hasta que llegó su hora repite numerosas constantes, de hecho, de la Trilogía del dólar. Precisamente, el sonido de la armónica es preludio de muerte, tanto en el sentido de que anuncia la venida de un vengador fantasmagórico, anónimo y parco en palabras, semejante al personaje de Clint Eastwood sobre todo en Por un puñado de dólares –una figura que a su vez el actor californiano se apropiará como director en Infierno de cobardes, El fuera de la ley y El jinete pálido-, como, por supuesto, por el reguero de cuerpos que el pistolero deja a su paso. De igual manera, la participación de este personaje en la trama plantea un misterio que se debe resolver mediante una catarsis sangrienta, a la manera del coronel Mortimer de La muerte tenía un precio. Y, como en El bueno, el feo y el malo, convergen sobre el relato tres protagonistas que encarnan arquetipos muy parecidos, aunque con la añadidura de una mujer (¡y qué mujer!): la superviviente interpretada por Claudia Cardinale. Ella es la ruptura frente al entorno exclusivamente masculino de la terna precedente, y aporta un contrapunto interesante con un personaje sólido y atractivo, de influencia arrolladora y determinante.

El correspondiente villano queda aquí en propiedad de Henry Fonda: el comprometido de izquierdas, los ojos azules del idealismo, el pensativo Wyatt Earp de Pasión de los fuertes que, no obstante, en la década anterior ya había ensayado amoldar a sus andares felinos a algún tirador turbio, como el del western psicológico El hombre de las pistolas de oro, o, en ese mismo 1968, el de Los malvados de Firecreek –aparte del ambiguo coronel Thursday de Fort Apache, trasunto del coronel Custer-. Sin contemplaciones hacia el astro ni hacia los espectadores desprevenidos, Leone, que hubiera sido capaz de prohibir que John Wayne se calzase su peluquín para rodar sus escenas, enfanga la imagen inmaculada de Fonda para transmutarla en psicópata despiadado e incluso osa exhibir la vulgar pelambrera de su espalda, acorde a los principios estéticos de este nuevo Oeste. Su irrupción es sobrenatural y terrible, un rayo que restalla entre el polvo y el silencio, para asentarlo igualdad de condiciones respecto de su antagonista, y a continuación fulmina de un disparo a un crío inocente mientras blande una sonrisa de perfección mitológica, para fijar sin lugar a dudas su esencia malvada.

Ambos, de naturaleza abstracta, trazan con su enfrentamiento una línea divisoria frente a los otros dos vértices del cuadrado principal, de naturaleza terrenal, más humana.

           La ambición le funciona bien a Leone, aunque también, cierto es, algunos pasajes se recargan en demasía y ahogan un tanto el ritmo bajo su peso. El italiano crea escenas tan poderosas como la de la apertura, donde el alargamiento del tempo redunda en el incremento de la tensión dramática a la vez que sienta genialmente el ambiente de este postwestern sobre el fin del western. Gracias a ello, elabora una obra a la que con frecuencia se sitúa en la cumbre de este subgénero que lleva impreso con letras de oro el nombre del director romano.

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Nota IMDB: 8,6.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 8,5.

El cielo y la tierra

24 Nov

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Año: 1993.

Director: Oliver Stone.

Reparto: Hiep Thi Le, Tommy Lee Jones, Haing S. Ngor, Joan Chen, Thuan Le, Dustin Nguyen.

Tráiler

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           El cielo y la tierra es una película que parece encontrarse en medio de dos corrientes del cine hollywoodiense: la reivindicación de los combatientes de la Guerra de Vietnam desplegada desde el belicista mandato de Ronald Reagan –a la que Oliver Stone contesta desde su antiimperialismo militante- y la admiración por el misticismo budista y oriental que se diría aflora cinematográficamente en la década de los noventa –Pequeño Buda, Kundun, Siete años en el Tíbet-. El controvertido cineasta neoyorkino, que completaba con ella su trilogía crítica sobre el conflicto en el sureste asiático –le anteceden Platoon y Nacido el cuatro de julio-, desarrolla así una narración sobre la que convergen ambos vectores gracias al punto de vista del relato, que pertenecerá a Le Ly Hayslip, vietnamita afincada en los Estados Unidos y autora de dos libros de memoria sobre sus experiencias y sentimientos a uno y otro lado del océano Pacífico, del Este y Oeste.

           El filme indaga en la dificultad para cicatrizar las heridas abiertas por la guerra –el matrimonio intercultural, expresión última de esta voluntad de conciliación entre civilizaciones- y apuesta por la vía espiritual como manera de abordar este camino circular de sanación y regeneración de la protagonista.

Pero lo hace con una cursilería atroz, que parte desde un primer momento desde las tópicas estampas bucólicas con las que se pretende reflejar la milenaria idiosincrasia superviviente del oprimido Vietnam rural –presuntamente auténtico por su costumbrismo y esoterismo de manual occidental de autoculpabilidad- y prosigue luego a lo largo de un melodrama que adopta las formas de un cuento de princesas destrozado por los embates de una realidad inmisericorde hacia los inocentes, desprovista de finales felices. Y donde, además, la pastelosa banda sonora no deja nunca de sonar y subrayar un pretendido lirismo y trascendencia que nunca es tal.

           Incluso su visión antimaniquea del enfrentamiento –dos monstruos que con crueldad se esfuerzan en poblar cementerios donde ya no habrá enemigos- se antoja incluso ingenua, o simplemente burda, a causa del tono del relato, que hace hincapié en la humillación de un pueblo y la noción kármica de la vida individual y la Historia universal. Su vergüenza es nuestra vergüenza.

En consecuencia, el sentimentalismo ahoga las emociones y siembra el desapego hacia las desgarradoras vivencias sufridas por la mujer, que son las de dos países al mismo tiempo, enfrentados y encontrados, íntimos y extraños, heridos y culpables.

         Con todo, El cielo y la tierra aporta encolerizados apuntes, de abundante moralismo por otro lado, que denuncian el papel de los Estados Unidos en la lucha y, sobre todo, siguiendo la línea emprendida por Nacido el cuatro de julio –donde el antagonista que llevaba al desastre al soldado Kovic era precisamente era la América de postal rockwelliana- cuestionan a la sociedad norteamericana en general, presentada a ojos de Le Ly, mediante un potente juego de contraste conceptuales y gramáticos, como una nación de gordos infantiloides dueños de neveras obscenamente inmensas.

          Fuera de categoría queda el ridículo recurso, inexplicable ya en el momento del estreno, de hacer que los nativos se comuniquen entre ellos en inglés con acento local.

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Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 3.

Vorágine

22 Nov

Otto Preminger bajo el retrato de Laura Hunt. Vorágine, ordalía de una esposa alienada para el especial del terrible austríaco en Cinearchivo.

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