Archivo | febrero, 2012

Revolución: El cruce de Los Andes

29 Feb

«Al Ejército de los Andes queda la gloria de decir: en 24 días hicimos la campaña, pasamos las cordilleras más elevadas, concluimos con los tiranos y dimos libertad a Chile.»

José de San Martín

 

 

Revolución: El cruce de Los Andes

 

Año: 2010.

Director: Leandro Ipiña.

Reparto: Rodrigo de la Serna, Juan Ciancio, Matías Marmorato, Víctor Hugo Carrizo, León Dogodny.

Tráiler

 

 

            Con motivo del segundo centenario de la República, la televisión pública argentina, con el respaldo institucional pertinente, escogió conmemorar uno de los episodios clave en el nacimiento del país: el cruce de la cordillera de los Andes por el libertador y padre de la patria argentina, José de San Martín –quien probablemente albergara por lógica histórica, y no lo oculta el filme, unas aspiraciones más panamericanistas que nacionalistas argentinas-.

            Revolución prioriza la epopeya sobre la etopeya, pese a la aparición de tímidos apuntes de retrato psicológico con la expresión de las dudas y temores del líder carismático, rasgos muchos de ellos adornados con tibios tintes oníricos que nunca llegan a despuntar.

De este modo, el filme ofrece una reconstrucción histórica que se pretende fiel –uno no es experto en los detalles de la época-, verosímil y fácil de seguir por el profano de las revoluciones románticas latinoamericanas –tampoco recoge, más bien al contrario, un número excesivo de acontecimientos-, a costa de sacrificar la profundización en los personajes que conducen la acción, divididos entre los actores reales de la Historia –San Martín, O’Higgins, Soler,…- y aquellos destinados a crear la identificación del público en el relato –el niño Manuel Corbalán, prácticamente un observador, como el propio espectador-, hecho que, por otro lado, convierte en relativamente intrascendentes las interpretaciones del elenco encabezado por un voluntarioso Rodrigo de la Serna que de nuevo, tras el Alberto Granado de Diarios de motocicleta, pone cuerpo a un personaje histórico.

             Todo ello es al mismo tiempo causa y efecto de un guion plano, destinado a cubrir los mínimos exigibles de este tipo de producciones y al que, al menos, hay que agradecer un ritmo aceptable que impide que la cinta se haga aburrida, también ayudado por una duración –alrededor de la hora y media- bastante inferior a la habitual en este género de épica histórica, además de algún acierto como las ciertas sombras de desmitificación o pesimismo que se filtran entre la recreación de acontecimientos –el abuso sobre los soldados negros, carne de cañón revolucionaria para la primera línea de combate; la antiépica y creíble participación de Corbalán en la decisiva batalla de Chacabuco-.

Un libreto que, por tanto, se antoja como simple instrumento cohesionador de la lustrosa reconstrucción histórica de la puesta en escena y su alarde de medios, que permite a la cinta superar su configuración telefilmera de clase alta para conseguir, sobre todo gracias a un acertado uso de la luz y la fotografía, un digno aspecto de película.  

             Pasable acercamiento, más sencillo de lo que cabría esperar en un individuo y una financiación de su categoría.

Aceptable.

 

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,5. 

Nota del blog: 5,5.

Perdición

28 Feb

«Nunca se fíen de algo que sangra durante cuatro días y no se muere.»

Antonio Gasset

 

 

Perdición

 

Año: 1944.

Director: Billy Wilder.

Reparto: Fred MacMurray, Barbara Stanwick, Edward G. Robinson, Jean Heather, Byron Barr.

Tráiler

 

 

            Billy Wilder, un tipo tan genial en la comedia como en el drama –no digamos ya en la tragicomedia-, entregaba en 1944 su cuarta película, la tercera desde su llegada a un Hollywood donde hasta entonces era más conocido como parte del equipo de guionistas del que considerará su maestro, Ernst Lubitsch. Una cinta esta que se erigirá como una las obras capitales de un cine negro ya en plena madurez: Perdición.

            Perdición es el relato de una caída. La historia del final del agente de seguros Walter Neff (Fred MacMurray), comenzada a narrar desde su punto más hondo y desesperado. Una confesión postrera presenta la desgracia inducida, como no podía ser de otra manera, por un asesinato, un puñado de dólares y una atractiva mujer. Mala combinación en un mundo poblado de sombras que ha perdido el norte.

Dilucidado de inicio el porqué, la intriga, aún más férrea si cabe, se trasladará al cómo.

            El paradigma del hombre común atrapado en la delicada, sutil y hermosa tela de araña tejida por la femme fatale (Barbara Stanwyck) que sabe explotar las pulsiones primigenias de sexualidad y codicia como oscura y seductora representación de las mismas, del pecado, del mal irrecusable. El individuo de a pie, decidido y de moral voluble, con una cara bondadosa y otra malvada, que se deja arrastrar al infierno por la promesa de una mirada insinuante desde lo alto de una escalera, un hombro desnudo y una pulsera en el tobillo. El tipo corriente que juega una partida de ajedrez en la que está derrotado de antemano, pese a la verborrea ingeniosa y sarcástica que pretende aparentar la seguridad de controlar un destino que ya no le pertenece.

            Wilder explora y desarrolla junto a Raymond Chandler la obra de otro de los autores clave de la novela negra, James M. Cain -basada a su vez en el caso real de Ruth Snyder, ajusticiada en el cadalso por el asesinato de su marido-, para elabora un guion de perfecta arquitectura, con una trama que funciona como el mecanismo de un reloj al mismo tiempo que exhibe la proverbial habilidad de ambos escritores para la composición de unas líneas de diálogo tan precisas como lacerantes, chispeantes, cáusticas y demoledoras, que desnudan sin piedad a sus personajes, con sus ambiciones desmedidas, el complejo juego de sus deseos, trampas y engaños, el conflicto de sus sentimientos, el terror sordo a una caída conscientemente irrefrenable.

Todo ello sabiamente dosificado en un escenario envuelto en tinieblas opresivas, lleno de recovecos y espacios donde se ocultan dudas y sospechas, sudores fríos en noches calurosas.

            MacMurray saca jugo a la apariencia anodina que no disimula su físico imponente, al igual que la Stanwyck, sin ser una belleza de relumbrón, hace creíbles sus artes de mujer a través de la expresividad de su mirada, los dos siempre ante la atenta vigilancia del eternamente impecable Edward G. Robinson.

Una de las cumbres del noir por derecho propio.

 

Nota IMDB: 8,5.

Nota FilmAffinity: 8,5.

Nota del blog: 9.

Código del hampa

27 Feb

“Hice algo malo en cierta ocasión.”

Ole ‘El Sueco’ Anderson (Forajidos)

 

 

Código del hampa

 

Año: 1964.

Director: Don Siegel.

Reparto: John Cassavetes, Angie Dickinson, Lee Marvin, Clu Gulager, Ronald Reagan.

Tráiler

 

 

            Anticipando, como ya había hecho años antes con Baby Face Nelson, la fiebre de Hollywood por recuperar el viejo cine negro y de gángsteres de los años treinta y cuarenta con los medios y la realización más gráfica en el tratamiento de la violencia y la sexualidad –el fin del código Hays– de los años sesenta y setenta, Don Siegel, miembro destacado de la denominada generación de la violencia, se hacía cargo del remake de una de las grandes cintas del género, Forajidos, película basada en The Killers, relato mínimo de Ernest Hemingway.

            Como en aquella, Código del hampa reconstruye el ocaso de un hombre defenestrado, el piloto de carreras Johnny North (John Cassavetes), asesinado sin ofrecer ninguna resistencia. Siguiendo también su mismo esquema, el filme se estructura a través de flashbacks aunque -y es un hecho significativo de esa nueva sensibilidad y de las intenciones del director- quien propicia el hilo conductor por medio de ese proceso de investigación serán, precisamente, los dos despiadados e imperturbables mercenarios, ávidos del dinero que pueden obtener por desentrañar una historia que, de nuevo, mezcla una atractiva mujer, una caída en desgracia, oscuros y equívocos personajes, un robo y un millón de dólares en paradero desconocido.

             La película exhibe el innegable buen pulso de Siegel, bien narrada, sin aspavientos, con el carisma de Lee Marvin como calmado y temible asesino a sueldo, unas logradas escenas de acción –excepto unos demasiado envejecidos primeros planos en las carreras de coches– y una impactante violencia, que brota de repente, cruda -sin necesidad siquiera de aparecer explícita en pantalla-, un signo más de ese mundo decadente y en descomposición, contrapuesto en cambio al colorismo de sus imágenes.

Sin embargo, ante la inevitable comparación con su precedente, Código del hampa pierde enteros sobre todo a causa de que John Cassavetes y Angie Dickinson no poseen el brutal magnetismo de unos monstruos de la pantalla como Burt Lancaster y Ava Gardner, especialmente en el caso del primero, incapaz de conseguir sentir tanta empatía como ese legendario ‘Sueco’ de Lancaster, con unas maneras demasiado altivas como para resultar tan empático y conmovedoramente trágico, víctima de las urdimbres de esa femme fatal que ha hecho suyo su cuerpo y su alma, su vida presente y, si acaso remotamente pudiera existir, futura.

Además, la presencia del tupé repeinado y la ceja enarcada de un actor deplorable como Ronald Reagan, en el que quizás sea su único papel de villano (en el cine), no ayuda en nada a mejorar las sensaciones.

             Con todo y ello, Código del hampa es una cinta muy entretenida, llena de intriga y con ese acertado tono amargo que suele desprender, en mayor o menos medida, la minusvalorada obra de Siegel.

 

Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7.

Mal gusto (Bad Taste)

26 Feb

“Tengo un sentido del humor bastante imbécil.”

Peter Jackson

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Mal gusto (Bad Taste)

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Año: 1987.

Director: Peter Jackson.

Reparto: Peter Jackson, Terry Potter, Peter O’Herne, Craig Smith, Mike Minett, Doug Wren.

Tráiler

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            Todo un mundo media entre Mal gusto, la opera prima del neozelandés Peter Jackson, y su opus magna, la adaptación cinematográfica de la trilogía de El Señor de los Anillos. Un mundo que, pese a las diferencias de aptitudes y recursos, en ningún momento parece pertenecer a este, encuadrado en el territorio de lo fantástico, sea en su temática, sea en el modo de entender la vida de sus personajes, en parte reflejo de sí mismo.

            Tomando como origen un cortometraje previo de 10 minutos, más tarde reescrito y rodado de nuevo hasta alcanzar casi la hora y media durante los fines de semana de entre 1983 y 1987, prácticamente con carácter de broma privada entre amigos, Mal gusto surge como un acto de gamberrismo sin más pretensiones que la de la diversión, si bien puede que más destinada a los propios realizadores que al público general.

El planteamiento de base ya era trasnochado: la invasión de empresarios de la alimentación alienígenas, la Crumbs delicias crujientes, que aspiran a diversificar su oferta de fast food intergaláctica con una nueva gama de productos 100% homo sapiens, y la feroz oposición al mismo de una división especial del gobierno neozelandés, el zarrapastroso Servicio de Información y Defensa Astral.

            Aires de Troma para una cinta que busca la gracia por medio del aplastamiento, a través del diseño de un brutal slapstick que favorece toda una exhibición de poderío gore con unos efectos especiales cutrecillos por su evidente escasez de medios pero resueltos con bastantes buenas maneras –hecho que se explica por la presencia detrás del que será un director con talento-, destinados a entretener y a irritar al espectador a partes iguales –ese “mal gusto” que proclama, al fin y al cabo-.

Es el gore como medio y casi como fin, como redundará el realizador austral, con su abuso concienciado y concienzudo, en su posterior Braindead (Tu madre se ha comido a mi perro).

            Por supuesto, estas irreverentes premisas producen que el guion, evidentemente alargado desde ese origen mínimo, sea lo de menos, simple marco para las ocurrencias y desvaríos de sus artífices en su faceta de creadores totales, desde la confección del libreto hasta la actuación –incluso con varios personajes, como un Jackson que termina combatiendo contra sí mismo-. Un hecho que responde más a poder desatar tropelías que satisfagan su locura destructiva que a atender al ritmo de la película, altamente irregular, con algunos gags acertados y otros no tanto, aderezados en el doblaje castellano con una buena ración de cheli (¡Son unos verdaderos mastuerzos!).

            A pesar de sus muchos defectos, al menos se aprecian las ganas y el ímpetu de su director. Efectivamente, serviría para que Jackson comenzara a obtener reconocimiento internacional.

 

Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 4.

Los descendientes

25 Feb

“Quizás haya un problema en el mundo si hacer películas pequeñas, simpáticas y humanas es considerado un logro. Debería ser la norma.”

Alexander Payne

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Los descendientes

Año: 2011.

Director: Alexander Payne.

Reparto: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Robert Forster, Judy Greer, Matthew Lillard

Tráiler

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            Los continuos sinsabores de una existencia que promete lo sublime y en demasiadas entrega lo patético crean sobre el hombre una coraza de aislamiento, destinada a proteger la fragilidad de su espíritu, sedándolo en vida, convirtiéndole en mero espectador de su propio devenir. Sin embargo, ante las verdaderas tragedias de la vida, materializadas en la desorientadora viudez (A propósito de Schmidt), en la soledad desesperada por la continua frustración (Entre copas), en el infortunio imprevisible y devastador, el desengaño ante una felicidad ilusoria y no sentida y el desarraigo (Los descendientes), siempre definidas por el peso abrumador de la soledad, estas endebles defensas se desvanecen, se reactivan los resortes del individuo, devolviéndole, con cruel dureza, la consciencia de su propia vida.

En el caso de Matthew King (George Clooney), último de un linaje de terratenientes blancos de Hawaii, será la agonía de su esposa, en coma irreversible tras un accidente náutico. Un drama que propicia la posibilidad de viaje catárquico, salvaguardado por la excusa de encontrarse cara a cara con el hombre con el que ella le era infiel.

           El fin de una vida que acabó por tornarse en un misterio indescifrable fruto de esa barrera profiláctica contra la dura cotidianeidad, el fin de un narcotizado y aparente sueño, el fin imperdonable de una tierra idílica. Sobreponerse a la oscuridad, encontrar los rayos de luz que discurren entreverados en ella. Respirar hondo, retomar el timón y encontrar de nuevo el rumbo. Replantearse la odisea, trazar nuevos mapas, encontrar nuevos tesoros. Desentrañar el sentido de algo que parece no tenerlo, si es que acaso lo tiene.

            Payne observa, captura y reproduce la complejidad del sentir humano, con lucidez, sin falsedades, sin recursos melodramáticos baratos, con profundidad escondida tras una engañosa sencillez. Porque un grito de dolor no es más desgarrado por sonar más alto.

La grandeza de los pequeños detalles, que son los que sirven para dar forma y ensamblar la incomprensible y angustiosa realidad, trazada por miles de situaciones, sentimientos y reflejos, complementarios y contrapuestos entre sí. La evolución de la marea de emociones que embarga el corazón de quien no encuentra el camino o simplemente lo ha olvidado, ya siempre está ahí, empedrado de nuevas esperanzas que permanecían invisibles, ocultas, o no apreciadas en todo su valor.

Un trabajo de fina artesanía, de una delicadeza exquisita en la forma y en el fondo, acompasados a la perfección, con sutileza y elegancia; engrandecido por un reparto en estado de gracia encabezado por un Clooney que llena de matices a un personaje rico de por sí –perfección en el retrato de caracteres que se traslada también a los secundarios y accesorios, incluidos los que se presumían de inicio más extravagantes- en su búsqueda de algo a lo que aferrarse en su deriva, en su peregrinación por un paraíso sombrío –Hawaii como simple extrapolación de un universo contradictorio para un relato prácticamente atemporal y aespacial-.

             Un sensible canto existencialista sobre un segundo nacimiento, también marcado por las lágrimas y el llanto. Lidiar con lo malo, disfrutar con lo bueno. Decidir, sentir, vivir.

Payne consigue de nuevo una cinta que consigue calar en el sentimiento, que conmueve, que deja huella.

 

Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 8,5.

Confesiones de un comisario a un juez de instrucción

24 Feb

“Palermo se define por la contradicción. Antiguas penas y nuevos dolores, las piedras de los falansterios cimentadas con sangre, pero también con honrado sudor. La Mafia que distribuye por igual trabajo y muerte, supersticiones y protección.”

Leonardo Sciascia

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Confesiones de un comisario a un juez de instrucción

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Año: 1971.

Director: Damiano Damiani.

Reparto: Martin Balsam, Franco Nero, Luciano Catenacci, Marilù Toto, Michele Gammino, Claudio Gora.

Tráiler

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            Paralelo al boom del giallo, afloraban dentro del poliziesco italiano películas con un contenido que, dentro del atractivo de su componente de intriga, abundaban en el análisis de una sociedad que vivían tiempos inciertos, con un momento álgido de inestabilidad entre los años 1968 y 1972, en los que se experimenta una honda decepción contra el, en la práctica, inmutable gobierno de centro-sinistra, el surgimiento de numerosos movimientos obreros y sindicales, la conformación de grupos activos de extrema izquierda y terrorismo como las Brigadas Rojas, fundadas en 1970, y una corrupción estatal endémica, generalizada y galopante que sangraba sobre todo, de manera metafórica pero también literal, las regiones del tradicionalmente deprimido mezzogiorno italiano, en especial la isla de Sicilia, históricamente regulada por poderes fácticos paralelos al Estado o disfrazados en él.

            Con una menor consideración que otros como Pontecorvo, Petri o Rosi, el cine de Damiano Damiani no renuncia a dotar de un firme compromiso político de izquierdas a sus obras, presidiendo un fondo revestido por unos modos y formas de rasgo más popular que los anteriores, acaso menos refinados, –de ahí, posiblemente su infravaloración-, ya desde el spaghetti western Yo soy la revolución, protagonizada por Gian Maria Volontè, el actor más representativo de este cine de denuncia, o El día de la lechuza, adaptación de la novela homónima de Leonardo Sciascia, donde ya abordaba esa problemática de la omnipotencia de la mafia y su profunda incardinación en el sistema político y económico de la isla mediterránea.

            Confesiones de un comisario retoma este mismo tema de la mafia omnipresente y todopoderosa en la capital insular, la hermosa Palermo, donde, en demasiadas ocasiones, su tan especial belleza otoñal de tonos ocres, de dorada decadencia, se confunde con la ruina atroz y el desmantelamiento desclasado de nuevo cuño.

Es allí donde el comisario Bonavia (Martin Balsam, clásico y eficiente secundario en la industria norteamericana) lucha por sus propios medios contra un sistema mafioso que se ríe de él, inexpugnable y de comprada respetabilidad, blindado en plomo y dinero, siempre unido a una falsa prosperidad económica, entonces ligada, como no hace tanto en España, al auge sin freno de la especulación inmobiliaria.

El último agente bueno e incorruptible que se ha visto obligado a practicar, desde su posición anárquica y solitaria, la guerra sucia como única salida, fruto de la irreparable desconfianza en una ley impotente e inoperativa. Una falsa justicia que defiende la injusticia, puesto que el mayor poder de esa corrupción amoral es hacer que la propia ética sea cuestionada, que se dude de las intenciones o de la propia existencia de la Ley y de la Justicia, garantes de la igualdad y la libertad.

Ante él aparece la figura de Traini (Franco Nero), el nuevo juez de instrucción -el representante judicial del Estado-, con fe inquebrantable en un sistema cuya eficacia ha de derivar de su cumplimiento estricto. Una tenaz postura idealista cargada de motivos pero demasiado asida a la teoría, cuyo origen ingenuo choca con la oscura realidad de la calle. Es quizás la propia imagen de la naturaleza pasada de ese mismo Bonavia al que abrieron los ojos, hace ya tiempo, la sangre y el miedo irrespirable que ha reducido a la sociedad a podredumbre y desesperación –he ahí las claves de una pequeña delincuencia que no es causa sino producto, y por tanto, no el enemigo a combatir-.

De nuevo una colaboración imposible entre iguales, derivada de esa sospecha continua, de la corrupción ubicua y eterna de la que emana el poder de la mafia.

            Damiani rueda seco, directo, sin las florituras y extravagancias que acostumbraba a derrochar el policíaco del momento, ateniéndose al suficientemente poderoso fondo, a transmitir de manera efectiva, desde su aguerrida sencillez, el mensaje del relato. Por su parte, Balsam dota a ese inolvidable comisario desencantado de un furioso temple, de una profunda indignación contenida, mientras que Nero ofrece una perfecta réplica con su gesto grave y su impasible mirada de acero, sus modales correctos, su aspecto atildado; el tipo duro por excelencia del cine italiano cuya exhuberancia física será aquí del todo inútil en un personaje que se revela prácticamente superado por los acontecimientos.

            Confesiones de un comisario es una película tan valiente y decidida como amarga y pesimista, cuya validez se extiende hasta la no menos lóbrega actualidad.

 

Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 8,5.

Encontré al diablo (I Saw the Devil)

18 Feb

“Dime una cosa amigo mío, ¿has bailado con el demonio a la luz de la luna?”

El Joker (Batman)

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Encontré al diablo (I Saw the Devil)

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Año: 2010.

Director: Kim Ji-woon.

Reparto: Lee Byung-hun, Choi Min-sik, Gook-hwan Jeon, Ho-Jin Jeon, San-ha Oh, Yoon-Seo Kim.

Tráiler

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            La invasión masiva a principios de milenio del anodino cine de terror japonés trajo como contrapartida una mayor apertura del mercado cinematográfico occidental a las películas asiáticas, en especial aquellas relacionadas también con temáticas morbosas o, cuanto menos, con un tratamiento crudo y original de la violencia.

A pesar de las malas perspectivas iniciales que parecían prometer estas premisas, el espectador europeo pudo asistir a una de las formas de hacer y concebir cine más activas, atractivas e innovadoras de la actualidad, la industria de Corea del Sur, donde refulgía, entre otras cintas más propias de circuitos festivaleros, una serie de autores que asumía, remodelaba y renovaba el cine negro en clave asiática.

Es aquí donde surgen verdaderas joyas del thriller contemporáneo como Memories of Murder de Bong Joon-Ho –que precisamente ponía patas arriba muchos de sus paradigmas- o la emblemática trilogía de la venganza de uno de los directores más interesantes de la actualidad, Park Chan-woon, compuesta por Sympathy for Mr. Vengeance, Oldboy y Sympathy for Lady Vengeance.

            El nombre de Kim Ji-woon comienza a sonar, precisamente, dentro de este auge del terror oriental con Dos hermanas, una irregular película de apariciones fantasmagóricas donde se apreciaba un nada desdeñable atrevimiento pero, al mismo tiempo, una tendencia preocupante a la desmesura, como más tarde evidenciaría el exhibicionistamente desinhibido spaghetti western El bueno, el feo y el raro.

En Encontré al diablo, Ji-woon compone un corpulento thriller que entremezcla las claves del cine de venganzas implacables y sangrientas con otras características del enfrentamiento cara a cara -batalla épica y juego del ratón y el gato al mismo tiempo- entre el detective y el serial killer, imagen sobredimensionada del monstruo de obsesiones e irracionalidad que todo hombre oculta en su interior.

            En cierto modo, Encontré al diablo supone otra nueva mirada sobre el arte de la venganza que Chan-woon había explorado en la colosal Oldboy, filme que exhibía una intrincadísima y diabólica doble persecución conducida por el arrollador ritmo en espiral que marcaba, obsesivo, un vals en extasiante crescendo. Curiosamente, es aquí el inolvidable Oh Dae-su de aquella, el genial Choi Min-sik –que parece querer conceder un homenaje inicial a su icónica imagen, prosaico martillo en ristre- quien sufrirá la ira, terrible por antinaturalmente contenida y sistemática, del agente de los servicios de inteligencia (un acertadísimo Lee Byung-hun, actor fetiche de Ji-woon) a cuya mujer ha asesinado y desmembrado con su cruel modus operandi habitual, monstruo entre los monstruos.

El cazador cazado, el hombre corriente al que el dolor inconsolable empuja al abismo, que le conmina a dar rienda suelta a su propio monstruo, incontrolable, maléfico, destructor por vía directa o indirecta de todo lo bueno que hay en uno.

            Ji-woon depura su estilo y evita caer en las redundancias que aparecían en Dos hermanas. Dosifica y explota a su antojo, con pulso de cirujano y mediante la sólida arquitectura de su guion, la tensión que supura ese constante tira y afloja, ese duelo de tortura y liberación que implica un macabro juego de estímulos y frustraciones, así como a su vez una peligrosa condena sisífica. Por su parte, la intensidad progresiva de la película queda garantizada gracias a la soberbia puesta en escena, donde Ji-woon se deja las entrañas siempre desde un control detallista, sin caer en el exceso pero con una potencia y agresividad arrebatada.

Sin embargo, si la causticidad de Oldboy, la que lo hacía escalofriantemente espantosa, era de carácter psicológico –la naturaleza de la vendetta, su origen y su final-, la de Encontré al diablo procede en demasiadas ocasiones de su grafismo incontenido, del feroz impacto visual de su desatada violencia, de su visceralidad desaforada, hecho que provoca que, aunque sea una cinta fervientemente recomendable, no consiga alcanzar la categoría de la obra maestra de Park Chan-wook.

 

Nota IMDB: 7,8.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 8,5.