Tag Archives: Colonialismo

Las cuatro plumas

20 Nov

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Año: 1939.

Director: Zoltan Korda.

Reparto: John Clements, June Duprez, Ralph Richardson, C. Aubrey Smith, Allan Jeayes, Frederick Culley, Jack Allen, Donald Gray, John Laurie, Henry Oscar.

Filme

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         Hay un gag recurrente en Las cuatro plumas. Con sus aires de patriarca antiguo, el general Burroughs rememora su actuación durante la célebre carga de la brigada ligera británica en la Batalla de Balaclava, episodio de la Guerra de Crimea. Narra con tono épico su audaz liderazgo, aunque utilizando siempre nueces, manzanas, frutas y un dedo de vino para reconstruir el sangriento campo de batalla; una disposición que, combinada con su obcecada insistencia en el tema, ya traza unos rasgos irónicos sobre unos hechos que, no obstante, pocos años atrás habían servido como material legendario y heroico para el cine con, precisamente, La carga de la Brigada Ligera. Pero lo que el general Burroughs cuenta reiteradamente con tanta solemnidad es, en realidad, un desastre bélico en el que se perdería a la mitad del contingente. Al respecto, la Historia especula sobre los motivos que hay detrás de esta acción militar, desde rivalidades entre los aristrócratas al mando de los diferentes cuerpos hasta un intento de revertir, con un alto coste humano, las acusaciones de cobardía que, al parecer, se lanzaban contra la División de Caballería.

         Este último es, precisamente, el tema sobre el que gira Las cuatro plumas, basada en la popular novela del escritor, militar y político A.E.W. Mason y que, por aquel 1939, ya contaba con tres adaptaciones previas a la gran pantalla -y aún tendrá otro par posteriores a esta-. Como se comprueba con la ridiculización del general Burroughs, el filme pone en tela de juicio las hazañas militares que conforman parte esencial de la mitología del Imperio británico. De hecho, terminará por revelarse que tal muestra de arrojo de Burroughs no fue sino la carrera espantada de un caballo asustadizo que, a la postre, arrastró consigo a todo el regimiento. Desde ese sarcasmo, quedarán definitivamente desactivadas las severas advertencias de ese arrogante grupo de vejestorios que trata de amedrentar con cruentas anécdotas a un adolescente sensible para que prosiga la tradición familiar de entregar su vida al Ejército mientras, además, se lamentan por las comodidades que debilitan a las nuevas generaciones.

A diferencia del Lord Jim de Joseph Conrad, Las cuatro plumas no someterá al protagonista a un viaje íntimo y torturado hacia la raíz de su presunta flaqueza, hacia sus tormentos tanto impuestos como autoinfligidos. En lugar de eso, esta aparente cobardía del oficial que renuncia a su rango a fin de priorizar su deber familiar supone la espita que hace explosionar una aventura prodigiosa, rodada a todo color, con impresionantes escenario naturales en Sudán el auténtico tablero de la Guerra Mahdista que enmarca la ordalía de Harry Faversham- y entre amenazadores nativos que, para mayor realismo, a diferencia de los usos habituales de la época, no son occidentales burdamente maquillados -cosa que, a día de hoy, se agradece bastante-.

         Esta espectacularidad de la producción da una primera muestra de la ambigüedad que, en parte, condiciona el relato. Porque, a pesar de que se mantiene esa tendencia al retrato patético de las glorias militares -la alusión al «gran trabajo» de un capitán que amanece en un campo sembrado de cadáveres tras una derrota devenida por una serie de catastróficas desdichas-, la prueba de redención del protagonista, en la que este debe hacer un alarde de valor prácticamente suicida, también se encuentra estrechamente vinculada a la redención de un imperio que pugna por recuperar un terreno dejado de la mano de Dios pero que, en cualquier caso, considera que le pertenece y que, para más inri, le ha sido arrebatado por un tirano degenerado que se deleita contemplando torturas.

No obstante, no deja de tener su lógica en la medida de que Harry Faversham significa una refundación -más que una ruptura revolucionaria- de esa tradición que trataba de imponerle su padre y sus vetustos compañeros de batallitas. Es decir, una actualización de los valores nacionales en la que el coraje, en definitiva, cobra mayor sentido cuando se emplea no por cuestiones abstractas por completo rancias -el cumplimiento de las órdenes de un superior, la pretensión de escribir una página en la Historia o en la mitología nacional, el alarde de virilidad-, sino por asuntos concretos con plena vigencia humana -la fidelidad a la pareja, la responsabilidad con los camaradas, el compromiso solidario-. De ahí que también se ensalce como último testimonio de valor, con estética grave y ensalzadora, la decisión de Durrance.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota Filmaffinity: 7.

Nota del blog: 7.

Ned Kelly

4 Nov

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Año: 1970.

Director: Tony Richardson.

Reparto: Mick Jagger, Clarissa Kaye-Mason, Mark McManus, Ken Goodlet, Diane Craig, Martyn Sanderson, David Copping, Bruce Barry, Tony Bazell, Frank Thring.

Tráiler

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         El forajido Ned Kelly constituye una figura principal en la mitología popular australiana, en cierta manera encarnación del espíritu forjador del país, en esta ocasión en alzamiento contra la autoridad colonial británica. Y es crucial no solo en su tradición histórica, sino también cultural, puesto que, en 1906, en The Story of the Kelly Gang, será el objeto de una de las películas fundacionales del cine de Australia, que curiosamente había obtenido su independencia cinco años antes, casi al mismo tiempo que el nacimiento del cinematógrafo.

         Equiparable en esencia a las leyendas del western estadounidense como Jesse James, enfrentadas enconadamente contra las injerencias de un poder opresor, Ned Kelly será recuperado a lo largo de los años en diversas producciones -la última, La verdadera historia de la banda Kelly, estrenada de prácticamente de soslayo este verano-. En el caso que aquí nos ocupa, se trata de una cinta dirigida por Tony Richardson, uno de los nombres propios del Free cinema británico que, después de encadenar una serie de fracasos, llegaba desde la metrópoli para releer el mito en clave pop y, además, coetánea, ya que la revuelta del fuera de la ley en el territorio de Victoria encuentra paralelismos -incluidas alusiones directas a los unionistas- con el comienzo de The Troubles en Irlanda del Norte.

En refuerzo de esta idea, será Mick Jagger quien encarne al bandido de ascendencia irlandesa, como equiparando esa rebeldía contra la Corona condenada de antemano a la horca -el filme comienza de hecho por el ‘The End’- al cautivador malditismo de la estrella rock. Los ídolos del pueblo. Hasta, de inicio, tenía cabida en el reparto Marianne Faithfull, por entonces pareja del ‘frontman’ de los Rolling Stones -quienes por lo visto renunciaron a participar en el festival de Woodstock a causa de este trabajo actoral de Jagger-, si bien hubo de ser reemplazada debido a sus problemas con la droga.

         Richardson, que en su día ya había entregado una relectura iconoclasta de Tom Jones, cuenta las andanzas de Kelly y su grupo desde un estilo cercano al western sucio que, por aquellas fechas, realizaban cineastas como Sam Peckinpah -hay un juego pretendidamente cómico con el ritmo de la imagen que se veía en La balada de Cabel Hogue, estrenada ese mismo 1970, aunque también con antecedentes precisamente en Tom Jones-. Una irreverencia que se traslada a una narración informal, de montaje anárquico, que a la postre sume el relato en un evidente caos en el que resulta desastrosamente complicado identificar qué ocurre, quiénes están implicados y qué es lo que se pretende.

A la par, de la mano de la presencia de un astro musical en el elenco y del empleo de cantantes a modo de bardos elegíacos en la banda sonora, Ned Kelly también se emparenta con esa sensibilidad contemporánea, pop como decíamos, que se abría paso en Dos hombres y un destino y que cuenta con ejemplos posteriores como Los vividores o, volviendo a Peckinpah, Pat Garrett y Billy the Kid, la cual tenía su propia estrella invitada, Bob Dylan. Sin embargo, la elección aquí de dos cantantes de country estadounidense, Shel Silverstein y Waylon Jennings, juega contra la idiosincrasia de la obra.

Asimismo, Ned Kelly asume ese aire lisérgico que flotaba en el ambiente de la época, desde la marciana interpretación de Jagger hasta, anclándose en la historia, ese desenlace alucinado donde el ‘bushranger’ y sus acompañantes combaten a la policía enfundados en armaduras metálicas de aspecto medieval, lo que al menos entrega una escena ciertamente singular.

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Nota IMDB: 5,1.

Nota FilmAffinity: 4,3.

Nota del blog: 4,5.

Pasaje a la India

2 Nov

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Año: 1984.

Director: David Lean.

Reparto: Judy Davis, Victor Banerjee, Peggy Ashcroft, James Fox, Alec Guinness, Nigel Havers, Richard Wilson, Antonia Pemberton, Saeed Jaffrey, Art Malik, Michael Culver, Roshan Seth, Clive Swift, Ann Firbank, Roshan Seth, Sandra Hotz.

Tráiler

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          David Lean llevaba catorce años asumiendo el duelo por las malas críticas de La hija de Ryan cuando estrenó Pasaje a la India, que a la postre se convertiría en el último jalón de su obra cinematográfica. Taciturno durante el rodaje, quizás ese contexto existencial se perciba a través del personaje de la señora Moore, una anciana en permanente contacto con la noción de muerte que la rodea, con el temor de ser una simple figura que transita en un universo sin Dios ni sentido.

          Pasaje a la India se basa en una novela de E.M. Forster, autor refractario a que sus textos se trasladaran al cine, cosa que no sucederá hasta después de su fallecimiento. Finalmente, James Ivory -quien también había tanteado este libro en particular- hará de su literatura una importante fuente de inspiración para su filmografía –Una habitación con vistas, Maurice, Regreso a Howards End-. El relato original es una profundización en la imposibilidad de entendimiento entre un imperio, el británico, y sus territorios colonizados. Lean plantea este choque por medio del contraste. No solo durante la llegada de la protagonista a Calcuta, con la aglomeración, los burkas y los olores que provocan que una dama se lleve el pañuelo a la nariz, sino, sobre todo, por la disposición clasista de los ocupadores, cuyas advertencias acerca de las mezclas se reforzarán en lo visual -el tren que atraviesa parajes portentosos y enigmáticos pero también espacios reducidos a la miseria; los planos alternos entre las barriadas coloniales y las nativas- y, por consiguiente, en lo conceptual -nada como un sandwich de pepino para echar el freno a las pretensiones de aventura exótica-, hasta confluir con el ascenso de los movimientos independentistas indios.

          Una vertiente del drama, pues, parte de esta disensión entre culturas. Pero, en cualquier caso, Lean prefiere otorgar preeminencia a los conflictos íntimos de los personajes que a su alegoría o su manifestación política. Pasaje a la India se abre en un Londres lluvioso que es un caos de paraguas de negro fúnebre. Frente a ellos, la maqueta de un barco en el escaparate de una agencia de viajes aparece como un estimulante espejismo a ojos de la señorita Quested (Judy Davis), una joven en busca de nuevos horizontes. Es esta exploración la que va activando los resortes de la tragedia, desencadenados por la violenta colisión entre los encarnizados apetitos y represiones de la mujer.

Así pues, el subcontinente se abre paso como un nuevo mundo de excitación y sensualidad que obliga a ponerse a la protagonista delante del espejo, con traumáticas consecuencias. El deseo y el peligro, como ese magnífico y terrible Ganges en cuyas aguas flotan cadáveres y se esconden cocodrilos siempre al acecho. Lean lo desarrolla con escenas de alto voltaje, como la incursión en un templo abandonado repleto de esculturas eróticas, divinidades que observan e impulsos animales desatados, que luego encontrarán su anodida -y tranquilizadora- contraposición en esa figura del prometido inglés y, posteriormente, su resurgimiento en un paseillo hasta el juicio donde esa diosa perturbadora de ojos penetrantes aparece mutada en una estatua colosal de la reina Victoria.

          El cineasta es muy expresivo en la plasmación de las emociones de los personajes, aunque de vez en cuando caiga en recursos un tanto manidos -el viento penetrante que comunica las estancias del doctor y la joven; la tormenta que limpia la cargada atmósfera- o subrayados -la evocación del templo durante una noche tórrida-, e incluso algún personaje de fuerte contenido simbólico, como el inescrutable brahmán interpretado por Alec Guinness, no termine de funcionar. Sea como fuere, la excursión a las cuevas de Marabar marca el punto álgido de este misterio sobrecogedor, de esta llama que arde y que rebosa en las entrañas de la señorita Quested. También de esos ecos de muerte que convocan a la señora Moore, imbuidos ambos en una textura como ensoñada o alucinada. Lean es un artista filmando paisajes, imbricándolos en los procesos sentimentales de los protagonistas. Y aquí deja su muy estimable último ejemplo.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7,5.

La presa desnuda

8 Jul

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Año: 1965.

Director: Cornel Wilde.

Reparto: Cornel Wilde, Ken Gampu, Bella Randles, Gert van den Bergh, Morrison Gampu, Eric Mkanyana, Sandy Nkomo, Franklyn Mdhluli, John Marcus, Richard Mashiya, Fusi Zazayowke, Joe Dlamini, Jose Sithole, Horace Gilman.

Tráiler

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         Escasos aderezos requieren los relatos que se levantan sobre la premisa de la caza del hombre, capaces de desmontar de un plumazo el orgullo del ser humano como presunto dominador del mundo y, en función de la criatura que ejerza el papel de depredador implacable, de sintetizar con profunda abstracción que el hombre es lobo para el hombre.

En origen, La presa desnuda se basa en una aventura real que, al parecer, le ocurrió al explorador John Colter con los indios blackfoot en la Montana indómita, pero por motivos de producción esta será trasladada a la sabana sudafricana a duras penas englobada en los mapas del Imperio británico. Es decir, que la esencia colonial -el orgulloso hombre blanco enfrentado a un mundo de primigenio salvajismo que apenas domina y que lo puede dejar en inferioridad de condiciones a la primeras de cambio- es intercambiable -aquí incluso con semejante periodo histórico, el siglo XIX-. De hecho, es esa arrogancia colonial la que desencadena la ordalía a la que se someterá el protagonista.

         Obviamente, para que la película no se agote enseguida, La presa desnuda debe hacer concesiones al perseguido, en evidente inferioridad de condiciones ante unos guerreros que conocen el terreno y que lo superan en número y armamento. Pero el filme no es una fantasía del gran cazador blanco reivindicándose en lo más alto de la cadena trófica. En todo caso, la igualación viene por lo bajo, tal es el pesimismo que desprende una obra que denuncia el imposible entendimiento del ser humano con sus congéneres y su equiparación a las bestias salvajes, identificación que se trazará además a través de la recurrente inserción de planos de enfrentamientos a vida o muerte entre animales. Una naturaleza terrible y despiadada.

En esta línea, hay detalles que consiguen revestir de verosimilitud a la acción. Los milagros de los que es capaz este guía de safari que solo quería regresar a su granja son limitados: es muy hábil para burlar el acoso de sus perseguidores, pero las pasa canutas porque, entre otras cosas, y a pesar de sus recursos de superviviente, es tremendamente complicado apresar a un humilde lagarto o una torpe gallina de Guinea. Cornel Wilde, director y protagonista, sufre retortijones e intoxicaciones, y lo trata hasta con dosis de ironía, como el sorprendente deleite ante un caracol seco. Ese humor esquivo mediante el cual ya se había anticipado, por boca del entusiasmado traficante de marfil, que el safari iba a acabar en matanza.

         Siguiendo esta noción igualatoria, que concluirá con un elemental reconocimiento mutuo, ni el protagonista ni sus perseguidores poseen nombre. La mirada de La presa desnuda hacia la tribu africana no es reverente -su fiereza se expresa a través de tres ejemplos de tortura realmente atroces-, pero no se la puede considerar paternalista incluso en este reflejo de la crueldad innata de la especie humana. Transgrediendo algunos tópicos y convenciones, las conversaciones de los nativos, en un dialecto del bantú, están subtitulados -al menos en la edición española-, un elemento imprescindible para alumbrar, al menos, una mínima comprensión que se acompaña de la curiosa naturalidad que luce la vida en el poblado -lo que hace todavía más terrible ese festivo sadismo-.

En este sentido, los guerreros también demuestran sentimientos, sufrir dolor por la pérdida de sus seres queridos. Y, principalmente, no son simple carne de cañón que caen de pura imbecilidad barbárica -lo que podría reforzarse además por detalles de producción como la primacía de sus intérpretes en los títulos de crédito-. Por su lado, aparte de la mencionada soberbia de unos colonizadores que se jactan de la prosperidad que les puede traer el comercio de esclavos, la masacre de elefantes que acometen los europeos no se plasma con menor brutalidad. El protagonista estallará en carcajadas maníacas deseando que sus rivales ardan en el fuego.

         El propio Wilde bien valdría para representar esta película huesuda y fibrosa, huérfana prácticamente de diálogo. La agresiva realización -que pone de relieve lo físico, lo sensorial- mantiene con enorme tensión, dosificando el agobio y la variada angustia, el ritmo de esta carrera de la muerte, impulsada por la percusión tribal desde la magra banda sonora.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.

Bacurau

15 Jun

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Año: 2019.

Directores: Kleber Mendonça Filho, Juliano Dornelles.

Reparto: Bárbara Colen, Thomas Aquino, Sônia Braga, Udo Kier, Silvero Pereira, Wilson Rabelo, Rubens Santos, Carlos Francisco, Black Jr., Jamila Facury, Karine Teles, Antonio Saboia, Brian Townes, Alli Willow, Jonny Mars, Julia Marie Peterson, James Turpin, Charles Hodges, Chris Doubek, Thardelly Lima, Lia de Itamaracá.

Tráiler

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         Escondida en una colección de escenas cotidianas de una calle de Recife, Sonidos de barrio recuperaba a dos fantasmas del pasado para ajustar las cuentas en el presente con un rico potentado, dueño literal del lugar. En Bacurau, los fantasmas hablan desde el futuro, aunque estableciendo asimismo un juego de espejos con el pasado, para ajustar las cuentas con el neocolonialismo actual que depreda el país y atenta contra sus ciudadanos más vulnerables. En la primera, se relata la historia de una mujer anónima a la que el tráfico de una autopista reduce a una mancha en el suelo. En la segunda, es una aldea entera del noreste brasileño -tierra hostil y turbulenta, de profetas y de bandidos- a la que se trata de borrar del mapa. Y, entremedias de ambas, una plaga de termitas trataba de devorar hasta los cimientos un apartamento cargado de recuerdos, sentimientos y vida en Doña Clara.

         De nuevo, Kleber Mendonça Filho -que firma aquí la obra con Juliano Dornelles, encargado del diseño de producción de sus dos anteriores largometrajes y de otro corto- establece el escenario a través de cierto costumbrismo en el que, poco a poco, se van infiltrando detalles próximos al surrealismo que desvelan la verdadera naturaleza de la función como un western futurista de serie B, guiño a John Carpenter incluido -esa espectral escuela ‘João Carpinteiro’-. Con todo, es una de esas inmersiones en el cine de género que acostumbra a realizar un tipo de películas atentas a su exhibición en los certámenes internacionales de postín, es decir, sin demasiado respeto en el fondo.

En Bacurau, la denuncia posee un fuerte tono satírico que colisiona con el grafismo de la violencia, que hasta encuentra algun momento de crudeza gore. Esa tendencia a la farsa, en la que ganan peso unos caricaturescos villanos, termina por quitarle filo a la crítica y equilibrio a la narración, a la que le falta eficiencia en su progresiva tendencia al exceso. Al final, resulta más interesante impregnarse de los ritmos y la idiosincrasia del pueblo que unirse a la resistencia que, sin siete samuráis ni siete pistoleros que los secunden, deben armar contra un atajo de bandoleros que, pertinentes papeles mediante, vienen avalados por la autoridad constituida: un ridículo, vocinglero y parasitario cacique. En cualquier caso, esa heterodoxa y por momentos suicida combinación de realismo, lisergia, humor, política y agresividad nunca deja de ser sorprendente y estimulante.

         Premio del Jurado en el festival de Cannes, compartido con otra cinta de resistencia, Los miserables.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 6,5.

Los confines del mundo

26 Feb

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Año: 2018.

Director: Guillaume Nicloux.

Reparto: Gaspard Ulliel, Lang Khê Tran, Guillaume Gouix, Gérard Depardieu, Vi Minh Paul, Hiep Nguyen, Anthony Paliotti, Jonathan Couzinié, Kevin Janssens.

Tráiler

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         Clint Eastwood logró sacarle mucho partido al personaje del vengador de ultratumba, muy explotado por la ficción pulp. Lo había conocido de la mano de Sergio Leone en Por un puñado de dólares y lo había vuelto a encarnar en su regreso a los Estados Unidos con la italianizada Cometieron dos errores. Luego, lo aprovecharía como director en Infierno de cobardes, El fuera de la ley y El jinete pálido. Incluso el desenlace de Sin perdón, puro terror gótico, lo retomaba.

El soldado Robert Tassen vuelve a la vida desde la fosa común donde los japoneses apiñan cadáveres vietnamitas y galos durante los estertores de la Segunda Guerra Mundial, que es también la génesis de otra agonía, la del Imperio francés en una Indochina que se subleva ante los colonizadores. Renace entre sangre y vísceras, dejando tras de sí su identidad, inscrita en su chapa identificativa y su documentación. Los confines del mundo narra la odisea de un hombre vaciado, simple carcasa en la que ya solo alberga rencor y sed de venganza.

         Guillaume Nicloux sumerge la Guerra de Indochina en fotogramas húmedos, de colores deslavados entre el verde cegador de la jungla. A juego, los personajes parecen representar una historia de fantasmas, que es la que lleva desde ese hombre retornado del más allá hasta un enemigo sin rostro, sin cuerpo y prácticamente sin presencia alguna. En contraste se expone la explicitud de la violencia y del sexo, expresados de forma gráfica.

         Hay múltiples imágenes e ideas en el fondo de Los confines del mundo -el declive colonial, el entendimiento imposible tanto entre extraños como entre propios-, pero no terminan de concretarse. El soldado Tassen se diluye en una atmósfera que no consigue manifestar con la suficiente expresividad su interior obsesivo y atormentado, en el que la mujer y el padre herido se apuntan como un verdadero renacimiento como ser humano, como resarcimiento de una deuda de vida.

El relato muestra el absurdo de su odisea circular. Pero esa tendencia a la abstracción queda desvaída desde una cierta frialdad, desde una distancia antipática y no exactamente efectiva.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 5,5.

El americano impasible

24 Feb

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Año: 2002.

Director: Phillip Noyce.

Reparto: Michael Caine, Brendan Fraser, Do Thi Hai Yen, Tzi Ma, Pham Thi Mai Hoa, Holmes Osborne, Robert Stanton, Quang Hai, Ferdinand Hoang, Rade Serbedzija, Mathias Mlekuz.

Tráiler

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         La llegada a las salas de El americano impasible se retrasó varios meses, e incluso estuvo cerca de pasar directamente al mercado doméstico, debido a que la productora, Miramax, temía que su argumento pudiera percibirse como «antipatriótico» en unos Estados Unidos traumatizados por los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Azares de la política internacional, su lanzamiento, finalmente, también estuvo a meses de coincidir con la invasión de Irak. No fueron pocos los que se trazaron comparaciones entre las estrategias del agente de la CIA de la película y las operaciones del país en Oriente Medio.

El americano tranquilo, un hombre de modales educados que pasea por el mundo con la bandera de su idealismo por delante, aparece en la plaza de Saigón donde se acaba de producir una terrible masacre. Observa los resultados de las bombas, detecta la huella de la sangre en sus zapatos y en su impecable traje blanco, se limpia y comienza a dar instrucciones a un subordinado. En la siguiente escena, la mancha de sangre permanece, indeleble, en la pernera de su pantalón. Daños colaterales. La versión de Phillip Noyce, con Christopher Hampton en el guion, devuelve la dimensión política al personaje diseñado por Graham Greene en su novela, y del que había sido lamentablemente despojado en la discreta adaptación que en 1958, apenas tres años después de su publicación, había estrenado Joseph L. Mankiewicz. Asimismo, la fidelidad al texto original no está reñida con la ampliación de su arco de acontecimientos casi una década más allá, puesto que, con ello, se plasma el devenir de los acontecimientos que ya podía vislumbrarse en ella.

         Así las cosas, el relato recobra la turbiedad moral propia del mundo del espionaje que retrata Greene, siempre con el peso de su bagaje personal. No solo por ese individuo de dos caras que pugna por abrir una tercera vía en Indochina entre la decadente Francia colonial y el emergente nacionalismo con injerencias comunistas que lideraba Ho Chi Minh desde el norte. También por la figura llena de arrugas y dobleces del reportero británico que, huido de Inglaterra quién sabe por qué motivos, se encuentra afincado en la capital asiática amancebado con una muchacha local. Cínico y descreído, representa en cierta manera una metáfora de ese viejo mundo imperialista que parasita los placeres exóticos y la juventud de allí donde para. Michael Caine hace maravillas con este periodista que, cuando decide dejar de mantenerse cómodamente al margen de todo, lo hace por motivos y con procedimientos en absoluto limpios.

         Es, por tanto, un duelo complejo el que se establece entre ambos caracteres, así como el que mantienen ellos mismos con sus luces y sus sombras. Noyce lo plasma con una formulación clasicista -incluso con algún tópico, como la forma en la que se expone la conspiración-, quizás por la influencia que podrían tener desde la producción Sydney Pollack y Anthony Minghella, que como directores habían firmado sendas cintas de aventuras, Memorias de África y El paciente inglés, que cumplían con este mismo patrón estético y estilístico.

La decisión, que también es capaz de entregar escenas de una tensión muy bien construida, permite que la narración desarrolle en todo momento los dilemas y resoluciones de los personajes -que, siguiendo con las lecturas alegóricas, emparejan hábil y poderosamente lo político con lo íntimo; el opio, el amor y la guerra que aparece en la presentación-; parte directa de un contexto histórico igual de convulso y tortuoso. La fotografía de Christopher Doyle, experto en filmar escenarios asiáticos con romanticismo, con Deseando Amar como cumbre, dota de textura a los fotogramas e invoca esa atmósfera colorista y sabrosa, pero brumosa y trágica, del Vietnam en dramática transformación de los años cincuenta y sesenta.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 7,5.

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