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Rebelde sin causa

9 Feb

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Año: 1955.

Director: Nicholas Ray.

Reparto: James Dean, Natalie Wood, Sal Mineo, Jim Backus, Ann Doran, Edward Platt, Wiliam Hopper, Rochelle Hudson, Marietta Canty, Corey Allen, Frank Mazzola, Dennis Hopper, Jack Grinnage, Virginia Brissac.

Tráiler

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         «Este va a ser un día fantástico. Aprovéchalo porque quizás mañana no vivirás», reflexiona el atormentado Jim Stark. Una latencia de muerte entre la profunda angustia adolescente. Desde este desgarro existencial, embebido del pesimismo propio de una edad que suele afrontarse como el melodrama de un incomprendido, Rebelde sin causa terminará mirando directamente a los ojos a sus protagonistas. Estrellas fugaces cuyo fulgor se consumirá en apenas un instante, James Dean, Sal Mineo y Natalie Wood fallecerán en desgraciadas circunstancias. El primero, Dean, un mes antes del estreno del filme, al volante del ‘Little Bastard’, encumbrándose de inmediato a la categoría de mito. El segundo, a puñaladas a los 37 años, tras una vida de frecuentes escándalos. La tercera, a los 43, ahogada en el mar en un turbio suceso todavía sin esclarecer.

         Nicholas Ray también se había adentrado en la delincuencia juvenil con Llamad a cualquier puerta, donde se investigaba en las raíces sociales de un fenómeno que se había convertido en una preocupación de primero orden en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, reflejado por el cine también en otras cintas del periodo como Salvaje o Semilla de maldad. Los rebeldes con causa. Pero, antes, ya había sumergido en el fatalismo y la tragedia adolescente con Los amantes de la noche, sublimación romántica de los amantes exiliados. Y es esa impronta romántica, lírica, desde la que Rebelde sin causa trasciente el potencial amarillismo de su argumento, que traslada a un relato de ficción los trabajos de Robert M. Lindner para aportar un cierto enfoque psicologista a este catálogo de conflictos paternofiliales -la sobreprotección, el rechazo durante el problemático paso a la edad adulta, el abandono- que, a estas alturas, está bastante desfasado -como esas pullas al «hombre blandengue», que diría El Fary-.

Siguiendo el curso de este día extraordinario en el que todo ocurre, Jim y Judy encuentran su refugio, su propio mundo, en la oscuridad de la noche, en una mansión abandonada, apartada de toda las presiones, las hipocresías y las luchas generacionales. Incluso, en cierto plano, su situación en el encuadre replica la Keechie y Bowie, sus antecesores en Los amantes de la noche. Un oasis marginal, como ellos mismos, a pesar de su procedencia social y familiar.

En este contexto, consigue reforzarse el conmovedor dramatismo del vulnerable Platón, víctima propiciatoria en un universo cruel donde, no obstante, ni siquiera los presuntos machos alfa, como el líder de los macarras, se libran de esa fragilidad tan humana, por mucho que traten de esconderla tras tupés, chupas de cuero, desafíos de virilidad y peleas a navaja. Platón y su pistola, que en su desesperación de apaleado recuerda pavorosamente a los muchachos del instituto de Columbine y otras masacres adolescentes.

         En Rebelde sin causa, las pulsiones sexuales se hallan a flor de piel. La manera en la que Platón escruta a Jim -hay expertos que aseguran que el libreto contenía inicialmente un beso homosexual-; las insinuaciones incestuosas de Judy y su padre; los coqueteos de ella delante de su pareja, la sugerencia de la escapada a una habitación recóndita. Quizás es una materialización de la atmósfera de rodaje, en el que Ray mantuvo una breve relación con Woods -de apenas 16 años y vinculada a la par a Dennis Hopper, presente en el reparto- y, según algunos, también con Mineo.

En lo profesional, explotaría la afinidad entre el cineasta y el rutilante astro emergente, que emplearía esa energía irrefrenable para alzarse en el corazón mismo de la obra. Su interpretación, poseíada por el Método, es igualmente rompedora, insurgente. Dean puede ser el más duro, pero también el más torturado y el más tierno. Jim insiste en dar calor a los desamparados, sea un juguete abandonado, al que arropa, o un niño de ojos grandes, al que ofrece su chaqueta. Arrebatado por esta naturaleza bullente, enfundado en la icónica chaqueta de rojo ardiente, Dean se retuerce ante la cámara, exalta la gestualidad, eleva exponencialmente la temperatura de su intensidad. Todo gira en torno a su influjo. El fotograma se revierte con él, se disloca con él. Revela la leyenda atrapada en esa tragedia que terminaría dándole alcance también fuera del escenario.

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Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 8.

El último gran héroe

23 Ene

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Año: 1993.

Director: John McTiernan.

Reparto: Arnold Schwarzenegger, Austin O’Brien, Charles Dance, Robert Prosky, Anthony Quinn, Tom Noonan, Bridgette Wilson-Sampras, Frank McRae, F. Murray Abraham, Art Carney, Mercedes Ruehl, Toru Tanaka, Danny DeVito, Ian McKellen.

Tráiler

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          En El moderno Sherlock Holmes, Buster Keaton encarnaba a un desdichado proyeccionista que, milagros del surrealismo, conseguía adentrarse en la pantalla de cine para materializar sus fantasías mientras que luego, de vuelta a la realidad exterior, utilizaba los códigos aprendidos del cine como guía para actuar en ella. Aunque sin plasmarlo con esta literalidad -que volverá a tener gloriosos y emocionantes ejemplos como La rosa púrpura de El Cairo-, son los cineastas cinéfilos de la Nouvelle Vague quienes considerarían que el espectador podía elevarse a la categoría de protagonista de unas películas con las que lograba abandonar, por un mágico instante, su anodina vida cotidiana. Un salto cualitativo en el cine que reflexiona sobre sí mismo. La puerta abierta para una posmodernidad en la que ver y hacer cine son, en ocasiones, vertientes de un mismo juego. Quentin Tarantino es probablemente el autor que recogería esta herencia con mayor entusiasmo, con una apuesta todavía más decidida por los géneros populares, recombinándolos y recomponiéndolos a su antojo en su particular mesa de mezclas.

El último gran héroe también se adscribe a este territorio, donde al devoto se le concede el deseo de sumergirse de lleno en la experiencia a la que hasta ahora solo accedía de una forma delegada, a través de compartir las emociones de los personajes, e incluso, gracias a su condición de iniciado, tener en su mano la llave para resolver los entuertos y peligros que se le proponen en este juego en primera persona.

Y esta carta de amor al cine de evasión, en su categoría de películas de acción ochenteras y noventeras -podrían añadírsele gotas de las aventuras juveniles de la Amblin y de juegos de rol como Dragones y mazmorras-, está plasmada con las mismas técnicas y premisas que se homenajean, satirizan y analizan, llevadas a cabo, con plenitud de poderes, por sus propios artífices, como un Arnold Schwarzenegger que se metería a fondo en la producción y un John McTiernan que dirige con ironía pero sin cinismo, ambos dando una lección de cómo reirse de uno mismo y, a la vez, reivindicar un oficio que tampoco es capaz de hacer cualquiera con el éxito que ellos logran alcanzar. El tributo prima sobre la vocación y la agudeza ensayística, obviamente.

          Es decir, que El último gran hombre es una metaficción que se adentra en la entraña del cine popular sin mirarlo por encima del hombro, sin traicionarlo falsariamente desde la pedantería artística o las ínfulas ególatras que, por ejemplo, podría aplicar un presuntuoso onanista como Jean-Luc Godard, quien, por mucho que declare su pasión por él en algunos títulos de crédito, se ama a sí mismo por delante y a costa de cualquier otra cosa. En cambio, El último gran héroe eviscera las fantasmadas de este universo con sus propias leyes físicas y dramáticas pero guardándole el respeto que se merece, encomiando su poder para extraernos de nuestras penurias cotidianas y regalarnos un viaje a lo asombroso, por chusca que, en verdad, sea esta maravilla. Sin la profundidad humana y sentimental de las obras de Buster Keaton o Woody Allen, pero sin asomo de esnobismo y con un festival de guiños y cameos muy simpáticos de encontrar.

          Claro que cuando Jack Slater tiene que desarrollar sus dotes de héroes en la ‘realidad’ fuera de los fotogramas no es esta una realidad cruda, antiépica, como la que vivimos día a día, que desactivaría por completo unas habilidades que un guionista de saldo y un jefe de efectos especiales ha convertido en sobrehumanas. Pero es que tampoco hace falta que Michael Haneke o Albert Serra desciendan de sus torres intelectuales para reprendernos -o provocarnos- acerca de que estamos divirtiéndonos con una violencia frívola o con personajes un poco ridículos. Porque todos somos como Danny Madigan, que a sus 12 años sabe perfectamente que las explosiones que revientan bloques enteros, los tiroteos a bordo de descapotables o los chistes lapidarios forman parte de unas convenciones que, evidentemente, nada tienen que ver con lo que nos puede ocurrir en una jornada de oficina, yendo al súper a hacer la compra o quedando con los amigos a tomar unas cañas. Es parte de un juego que disfrutamos en mayor o medida, según cada cual, pero en el que todos conocemos las normas.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 5,3.

Nota del blog: 8.

Gardenia azul

16 Oct

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Año: 1953.

Director: Fritz Lang.

Reparto: Anne Baxter, Richard Conte, Raymond Burr, Ann Sothern, Ruth Storey, Jeff Donnell, Richard Erdman, George Reeves, Ray Walker, Norman Leavitt.

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         En 1953, Gardenia azul pondría el primer pilar de esa especie de trilogía -completada por Más allá de la duda y Mientras Nueva York duerme– en la que Fritz Lang aborda una trama de cine negro otorgándole un papel protagonista a un periodismo de fuerte tendencia sensacionalista, donde la falta de escrúpulos de sus implicados termina, en ocasiones como esta, por ofrecer otro elemento de opresión contra el individuo acorralado, una constante que aparece de forma recurrente en su filmografía.

Aquí, este papel lo padecerá una joven telefonista atormentada por el remordimiento de ser la presunta autora del asesinato de un lascivo pintor. El relato la sitúa como una mujer inocente y sola en medio de un mundo de depredadores sexuales, traidores sentimentales y parejas desquiciadas, con potencial para convertirse de improviso en una sórdida novela detectivesca de Mickey Spillane, a quien se cita maliciosamente bajo el nombre de Mickey Mallet.

         Acompañando al sarcasmo desmitificador hacia el oficio periodístico, Gardenia azul arroja sobre todo una negra ironía contra el sexo masculino mientras la protagonista se ve envuelta en el torbellino de una intriga policíaca que se cierne sobre ella, análogo a su sentimiento de culpa. La investigación se enfoca desde un curioso punto de vista, el de la propia sospechosa, aunque para ello se ha de recurrir al conveniente cliché del episodio amnésico. El argumento y el fondo crítico, por tanto, recuerdan a Vorágine, en la que también participaba Richard Conte, quien debía probar tanto la inocencia como la virtud de su esposa, cuestionada asimismo por el espacio en blanco de su memoria. Incluso se diría que el remolino que Lang superpone sobre la desvanecida Anne Baxter -en un recurso visual un tanto pedestre y anticuado- guiña al título inglés de aquella, Whirpool.

De esta forma, en una hábil elipsis, la lluvia contra el parabrisas del descapotable, en una escena de que ya posee cierto cariz turbio por las intenciones ocultas del conductor, se torna tormenta sobre el ventanal de una casa para introducir un ambiente de película de miedo. Luego, lo mismo ocurre con el empleo de la luz, donde una situación de galanteo se vuelve acoso cuando de repente, a la par de un impulso libidinoso, se imponen las sombras. La suerte de una chica, junto a un desconocido, puede cambiar en un solo instante. El escenario que compone el cineasta alemán alcanza cotas verdaderamente siniestras, como un regreso al expresionismo que había cultivado en tiempos.

         Así pues, la ambigüedad de la protagonista es menor que la del obsesivo profesor de La mujer del cuadro, otro ciudadano corriente que atraviesa circunstancias en cierta manera similares, y su desenlace, a pesar de lo forzado que es también el giro, no es tan tramposo. De hecho, se han dejado suficientes pistas como para averiguarlo sin necesidad de ser Perry Mason, a quien Raymond Burr estaba a punto de interpretar por aquel entonces. Aquí, de momento, encarna al verdadero villano de la función, el lobo feroz que representa el máximo ejemplo de esta sociedad que odia o como mínimo acecha sin piedad a las mujeres. No por casualidad, Gardenia azul adapta el texto de una escritora, Vera Caspary. Su obra más celebre en la gran pantalla, Laura, ya había sintetizado los apuros que supone para una mujer estar sometida a los fantasiosos ideales que los hombres pueden proyectar sobre ella.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7.

Días extraños

10 Jun

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Año: 1995.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Ralph Fiennes, Angela Bassett, Juliette Lewis, Tom Sizemore, Michael Wincott, Glenn Plummer, Vincent D’Onofrio, William Fichtner, Brigitte Bako, Richard Edson, Josef Sommer, Louise LeCavalier.

Tráiler

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         Cuando redacté el borrador sobre Días extraños comenzaba aludiendo al «nos están cazando» con el que Lebron James denunciaba el asesinato a tiros en Georgia del joven afroamericano Ahmaud Arbery mientras hacía footing, un ejemplo de lo difícil que es esconder en un periodo de sobreexposición informativa como el actual el veneno racista que rezuman determinadas acciones no solo policiales, sino civiles. Un episodio menor ocurrido días después, en el que una mujer amagaba con denunciar falsamente por amenazas a un hombre negro que le había instado a ponerle la correa al perro en el Central Park neoyorkino, ofrecía una nueva muestra. Pero será definitivamente el caso de brutalidad policial que condujo a la muerte de George Floyd en Minneapolis la que terminaría de prender la mecha del polvorín que son unos Estados Unidos lastrados, a pesar de toda su propaganda fundacional, por una profunda desigualdad social que se somatiza en racismo, aporofobia y violencia.

Los disturbios consecuentes recordaron de inmediato a los relacionados con la difusión del video de la paliza de un grupo de agentes a Rodney King en 1991. Un año después de este terrible suceso, la exculpación de cuatro policías implicados desembocó en una serie de revueltas ciudadanas en Los Ángeles que se saldaron con 63 fallecidos y más de 2.000 heridos, lo que derivaría la imposición de un estado de sitio en la segunda ciudad más poblada del presunto país de la libertad. Y, precisamente, Días extraños es una distopía que da continuidad a este traumático sentir colectivo. Una distopía entonces inmediata, ambientada en el ahora pretérito cambio de milenio pero que, sin embargo, se convierte hoy en actualidad. Pasado, presente y futuro, todo encadenado, todo uno, sin solución de continuidad, sin evolución.

         La primera escena de Días extraños parece sacada de un videojuego tipo ‘shooter’. Esta sensación de caos y de cambio inminente y revolucionario se canaliza a través de una tecnología destinada a proporcionar experiencias extremas en primera persona. El disfrute de la ultraviolencia, de lo prohibido, sin salir del salón de casa mientras se desmorona todo alrededor. Experimentada en el cine de acción agresivo, Katrhyn Bigelow lo plasma en una atmósfera hiperexcitada, repleta de movimiento dentro y fuera del plano, de la que forman parte esencial unos fotogramas crispados por colores estridentes y secuenciados a través de cortes raudos. Lenny Nero vive al límite, y nosotros con él. No es casual que, en una cinta nocturna y atormentada, la única escena soleada y romántica proceda de un recuerdo. Un momento irrecuperable y por ende falso, como insiste Mace, quien jamás renuncia a tener los pies en la tierra.

         Esa relación entre Lenny y Mace, atípico antihéroe y atípico escudero, es uno de los puntos fuertes de Días extraños. Lenny es un expolicía de antivicios que a pesar de la sordidez de su trabajo no tiene media hostia y que se hunde en el fango a pesar de que su alma conserva todavía destellos de lucidez -ahí está el regalo al vigilante tullido-. Es un hombre que, por lo tanto, ruega en silencio por una redención que, en paralelo, devolvería a su cauce a la errática sociedad, puesto que esta es el reflejo magnificado de su propio cinismo. Ella, en cambio, es el Sancho Panza destinado a ejercer de brújula terrenal, en su caso imponiéndose también por la fuerza. Ralph Fiennes y Angela Bassett encarnan con propiedad sus roles, al igual que Juliette Lewis despliega su difusa e inexplicable atracción física, con ese encanto suyo que no atiende a la lógica.

Los tres son imprescindibles para llevar a buen puerto un argumento que bien podría descabalgar en lo exagerado. Sin embargo, su exploración de un mundo más concentrado en la vida virtual, delegada y exhibicionista que en disfrutar, entender y asumir la propia experiencia, aguanta con renovada solvencia el paso del tiempo y la evolución de la tecnología. James Cameron, fascinado por la ciencia ficción, colaboraba con su expareja para sacar adelante este relato, tanto desde su concepción como operando desde el montaje.

         Días extraños consigue otorgar entidad, verosimilitud y sensaciones a su universo, que no deja de ser similar a ese concepto de entretenimiento de evasión y a la vez sensación extrema que mercantiliza el protagonista. El sucedáneo de realidad que es más auténtico que la realidad misma. El siguiente paso. Una anticipación del mundo milimétricamente omniconectado de las redes sociales que en este caso, entronca además con ese pálpito milenarista de la época. El principio y el fin del mundo por la tecnología.

A pesar de que el efecto 2000 quedó en la anécdota, Días extraños posee miedos que perduran; habla de una sociedad que ha cumplido fielmente una distopía previsible -formulada además casi a tiempo real, con tan solo cinco años de anticipación respecto de su fecha de estreno y, como antes se señalaba, replicada una y otra vez-. Enraizada en su trama de violencia y muerte, su herramienta de análisis, al igual que en los turbios años cuarenta y cincuenta, será el cine negro, con su megalópolis opresiva, su femme fatale y su desencanto existencial. Y la esperanza reside en que uno mismo decida dar un paso al frente y plantarse ante un sistema amañado.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 8.

Collateral

13 May

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Año: 2004.

Director: Michael Mann.

Reparto: Michael Foxx, Tom Cruise, Jada Pinkett Smith, Mark Ruffalo, Javier Bardem, Barry Shabaka Henley, Bruce McGill, Peter Berg, Jason Statham.

Tráiler

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         Por momentos, Collateral es un viaje casi fantasmagórico y abstracto. El diablo, la muerte, en el asiento de atrás. Hay una seducción esencial en el sicario que interpreta Tom Cruise, enzarzado en un duelo dialéctico con el taxista al que ha obligado a conducirlo en su sangriento recorrido. Las conversaciones, más extensas y violentas que las ejecuciones -resueltas con una extraordinaria precisión expositiva cuando aparecen en pantalla-, dan vueltas en torno a la naturaleza de una ciudad, una sociedad y un mundo indiferentes, deshumanizados, que corren hacia el precipicio enloquecidos por una prisa y una ambición sin cuento. Desde un argumentado nihilismo, el diablo trata de someter al hombre justo.

         El taxi era hasta entonces prácticamente un santuario. Un santuario, no obstante, mancillado por el hecho de ser compartido con otros trabajadores con menos respeto con esa burbuja de aislamiento que, contradictoriamente, sirve para transportar, prácticamente hombro con hombro, a otras personas. El asunto es que, cuando aparece la chica, la atmósfera cambia. La música, la iluminación y el color se tornan cálidas, la noche da amparo y la intimidad se extiende suavemente por el interior del vehículo. El contraste con la entrada de Cruise es evidente. A él se le refleja con una luz dura, fría, con colores verdosos, incluso con la fealdad de la fotografía digital acentuada. Su posición en el plano puede situarse incluso detrás del conductor, fuera del alcance de su vista y de su retrovisor. Al fondo, la ciudad parece incluso difuminarse, concentrándolo todo, la vida y la muerte, la esperanza y el fatalismo, en la cabina del taxi.

         Como elemento de suspense, incluso mediante amenazas veladas -la mención a los sucesos de Oakland-, Collateral también explora esa vertiente del thriller de supervivencia que consiste en arrojar al ciudadano corriente contra una trama de película que, a priori, supera en buena medida sus capacidades. Ahí se incluye la cuestión de la suerte, de lo incontrolable, como factor determinante en la vida. Y también se aborda -de forma no demasiado convincente- la mímesis o la contaminación entre el tipo común y el asesino despiadado -el convencional careo con el mafioso, la apropiación de sus sentencias-. Por su parte, aunque concentrado, Cruise no termina de dar el pego en un rol tan contundente, por más que se le tiñan el pelo y las cejas para darle cierta rotundidad. El enfrentamiento directo entre el taxista y el sicario se antoja igualmente algo más trillado, si bien Michael Mann, especialista en duelos, lo resuelve con una tensión y firmeza marca de la casa.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

Kiss Kiss Bang Bang

4 May

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Año: 2005.

Director: Shane Black.

Reparto: Robert Downey Jr., Michelle Monahan, Val Kilmer, Corbin Bernsen, Dash Mihok, Rockmond Dunbar, Shannyn Sossamon, Angela Lindvall, Larry Miller, Harrison Young.

Tráiler

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         «Lo único que se necesita para hacer una película es una chica y una pistola», decía Jean-Luc Godard. «Beso beso, bang bang», le replica Shane Black, igual de conceptual, todavía más gamberro, bastante más divertido y desde luego menos pedante.

La metarreferencialidad de Kiss Kiss Bang Bang no está demasiado alejada de la cinefilia compulsiva de los autores de la Nouvelle Vague. El relato está construido precisamente a partir de una serie de noveluchas pulp, con sus propias versiones cinematográficas de saldo, que son las que determinan la existencia de los personajes de un filme cuyo libreto, sarcásticamente, insiste en asegurarles que lo que viven ni es un filme ni una novela. Pero el narrador, que es el protagonista en primera persona, no está del todo de acuerdo. Recita sus desventuras como si fuera una trama propia de Raymond Chandler, enrevesada y sórdida como mandan los cánones -asesinatos, dinero, violencia, incesto…-, e incluso estructura sus capítulos con homenajes a títulos de su bibliografía. Sin embargo, lo hace consciente de sus limitaciones; es solo un aficionado. Su narración es por momentos caótica y la cuarta pared no existe para él. No es un creador con ínfulas, sino un chorizo de poca monta. Y le está contando una historia a personas que considera sus iguales. A espectadores que esperan un argumento de emoción e intriga para entretenerse. Un punto de vista frontalmente subjetivo, ostentado además por un hombre dudoso, que ya de primeras pone en cuestión que todo esté, o deba estar, necesariamente ajustado a una verosimilitud estricta. Y además, quien está detrás de este individuo, escribiéndole las ideas, es un cineasta mordaz y posmoderno que debutaba como director tras labrarse un nombre en los guiones de cintas tan cañeras como coñeras.

         Casi por necesidad, Kiss Kiss Bang Bang está ambientada en el entorno de Hollywood, la fábrica de sueños, el lugar donde cualquier cosa, por descabellada que parezca, es posible. Black lo sintetizará años después en la introducción de otra historia de detectives, Dos buenos tipos, bajo la mirada de un chaval al que la playmate que desea con fervor adolescente se le aparece de repente, en la misma postura que en la revista que sostiene, en el patio trasero de su casa. Pero es un sueño, efectivamente. Un espejismo que espantará un humor negro que no hace prisioneros: la playmate ha aterrizado allí víctima de un accidente mortal. La crueldad de Black es hoy extemporánea, en tiempos donde la universalidad del comentario que proporcionan las redes sociales somete a estricta revisión cada coqueteo con los límites del humor. Aquí el coqueteo es, directamente, metida de mano. La violencia y el sexo son incluso menos brutos que la comedia que los enmarca. Hasta el punto de que no siempre consigue desactivar su truculencia mediante esa pátina de fantasía frívola.

         En cualquier caso, regresando al concepto de fábrica de los sueños, el verdadero leit motiv de Kiss Kiss Bang Bang no es tanto la conspiración criminal como otro de los grandes temas del cine y de la literatura de tres al cuarto: la chica de los sueños y cómo conseguirla. Su formulación -el chico que se reencuentra con el amor platónico del instituto en el momento y el lugar más insólito- es tan delirante como la investigación que desarrollan a medida que capean con la atracción y sus problemas.

         Por todo ello, Kiss Kiss Bang Bang es tan enloquecida como inevitablemente irregular. El protagonista está en lo cierto cuando advierte de que es un poco desastroso hilando argumentos. A veces es una película pasada de revoluciones en su acción y su ironía, en otras decae y no termina de calibrar del todo bien ese juego con la colisión entre la realidad y la ficción entendidos como vasos comunicantes. Pero es sin duda una obra con personalidad y encanto propios.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 6.

Killer of Sheep

13 Mar

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Año: 1978.

Director: Charles Burnett.

Reparto: Henry G. Sanders, Kaycee Moore, Charles Bracy, Angela Burnett, Eugene Cherry, Jack Drummond.

Tráiler

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         Charles Burnett, que con Killer of Sheep estaba entregando su trabajo de fin de carrera en la UCLA, emplea la mirada de Henry G. Sanders para expresar el sentir de un colectivo al completo: la población afroamericana y su estado de exclusión en el presunto país de las oportunidades y de la libertad, en el cual apenas trataban de salir de la esclavitud primero, de la segregación después, y de la desigualdad todavía. La mirada de Henry G. Sanders, decíamos, es una mirada soñadora a la que ha hundido una gruesa pátina de frustración, desencanto y tristeza, huérfana de paz espiritual, todo preocupaciones y angustias. Con ella recorre el barrio angelino de Watts, precisamente aquel que pocos años antes, en 1965, había protagonizado seis violentas jornadas de disturbios de transfondo racial.

         Burnett pertenecía a una hornada de jóvenes cineastas afroamericanos que, agrupados bajo la denominación Los Angeles School of Black Filmmakers y apodados con el más subversivo L.A. Rebellion, levantaron sus cámaras para enfrentarse a la imagen estereotipada e incluso degradante que el cine transmitía del ciudadano negro, bien como secundario, bien como protagonista de su propio género de explotación, la blackxploitation. En oposición, Burnett entrega una opera prima que, desde un estilo crudo, documental, semejante al de ese neorrealismo que defendía la dignidad y la reparación moral del pueblo italiano, sigue la pista de unos personajes sensibles y complejos, sumidos en unas circunstancias muy determinadas.

La pobreza de la producción parece asimilarse a la de aquellos a quienes retrata. Desde los descampados hasta las cocinas, con el matadero como eje central, son escenarios y ambientes deprimidos, donde los sueños, hasta los que apenas cuestan 15 dólares, ni siquiera tienen visos de poder cumplirse. Mucho menos los que persiguen un golpe de fortuna o de dinero fácil en una apuesta contra el destino. La banda sonora, en cambio, despliega piezas solemnes, donde las voces negras poseen una rotundidad trascendente.

         Burnett narra desde fotogramas naturalistas para buscar una íntegra verosimilitud. La película no posee un relato lineal, sino que expone retazos y situaciones para componer un collage amplio. Facturada con absoluta independencia, fiándose del instinto, el debutante renuncia a convenciones para mostrar una serie de profundos dramas, a los que no obstante no aplica énfasis alguno. Tampoco emite juicios o valoraciones.

Killer of Sheep es una obra áspera, sin desbastar -puede que por momentos en exceso-. En ella, la rabia fluye subrepticia, está contenida pero aún así es palpable. Y, a pesar de todo, de vez en cuando logran infiltrarse ramalazos líricos, íntimos, de donde el realizador extrae una parca sensación de esperanza.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7.