Tag Archives: Hollywood

La condesa descalza

25 May

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Año: 1954.

Director: Joseph L. Mankiewicz.

Reparto: Ava Gardner, Humphrey Bogart, Edmond O’Brien, Warren Stevens, Marius Goring, Rossano Brazzi, Valentina Cortese, Elizabeth Sellars.

Tráiler

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         La condesa descalza ofrece una de las maneras más hermosas y elocuentes de expresar la fascinacion que posee una estrella, una de esas personas dotadas de un carisma sobrenatural capaz de imantar la mirada y las emociones de aquel que se encuentre en su presencia. Se trata de una escena de varios minutos en la que el personaje, la bailaora madrileña María Vargas, queda retratado no por sus actos o su imagen, sino por las reacciones del público que contempla su fulgor. La cámara va saltando de mesa en mesa, de rostro en rostro, registrando cada uno de los sentimientos que despierta su arte, su magnetismo, su aura… dentro de un crescendo que, en algunos casos, conduce al éxtasis. Es una presentación maravillosa.

         La condesa descalza es un punto de giro en la carrera de Joseph L. Mankiewicz. Es la primera película que llevará a cabo con su propia compañía, Figaro -respaldada financieramente y en la distribución por la United Artist, eso sí-, desempeñando los cargos de productor, director y guionista de la obra. Es, además, su estreno en el color, acompañado por la fotografía de todo un experto como Jack Cardiff, que imprimirá ese cromatismo exacerbado, completamente fabuloso, que había llevado a sus cotas más altas al servicio de The Archers: Michael Powell y Emeric Pressburger. No deja de ser paradójico el empleo de esta fotografía romántica, que recuerda al pintado a mano de los fotogramas, mientras que, en el guion, el veterano y decadente realizador que interpreta Humphrey Bogart insista a los insensibles productores que su nueva estrella ha aparecer en pantalla con la mayor limpieza posible, prácticamente sin maquillaje, con vestuario sencillo, sin nada que disfrace o nuble ese hechizo innato que posee. E igual ocurre con los emperifollados ropajes que luce Ava Gardner.

El asunto es que los contrastes forman parte del fondo de La condesa descalza. Es un filme que arroja oscuras sombras contra las deslumbrantes luces del éxito, que sirve perdices podridas al final del cuento de hadas. La Cenicienta se convierte en una referencia recurrente en los diálogos y la historia, pero La condesa descalza comienza in extremis. Y lo hace en un funeral, bajo una lluvia torrencial que, como observa el realizador, es la atmósfera adecuada para ilustrar la vida de una mujer transformada en estatua de mármol, como si se tratase de una condena mitológica que certifica su destino irreparable. Los episodios de su vida los narrarán tres hombres que creyeron conocerla -e incluso muy brevemente y con intermediario, en una sola escena clave, por ella misma-.

         La condensa descalza es un filme profundamente triste, protagonizado por criaturas asustadas y perdidas, a pesar del boato, el glamour y la riqueza que los rodea e ilumina. Apenas hay refugios íntimos y tranquilos, como ese delicado oasis que construyen el director y la actriz, y en el que Bogart y Gardner muestran química -a pesar de las críticas del primero hacia las cualidades de quien por entonces había puesto uno de sus múltiples finales a su inestabe relación con Frank Sinatra, amigo suyo-.

En el texto, Mankiewicz insiste hasta la saciedad en contraponer los caminos del cine más tópico y su divergencia frente a las decisiones de las personas «reales», pero al mismo tiempo no rehusa de aspectos melodramáticos e incluso tremendistas del cuento tradicional, aunque sea para subvertirlos. Como esa Cenicienta que se niega a que nadie le calce el zapatito de cristal. Y, sin embargo, conmueve comprender que, en este turbio y a veces tremendamente sarcástico paisaje que Mankiewicz dibuja desde el conocimiento y una inteligente y afilada escritura -es probable que esa conquista de la independencia le facilitase saldar cuentas con las frustraciones del negocio-, hay una sentida autenticidad en este retrato recurrente, que podría ser el de la propia Gardner -lo que redobla la emoción de su papel- como el de cualquier otra gran sex-symbol de la industria de los sueños.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 8.

Kiss Kiss Bang Bang

4 May

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Año: 2005.

Director: Shane Black.

Reparto: Robert Downey Jr., Michelle Monahan, Val Kilmer, Corbin Bernsen, Dash Mihok, Rockmond Dunbar, Shannyn Sossamon, Angela Lindvall, Larry Miller, Harrison Young.

Tráiler

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         «Lo único que se necesita para hacer una película es una chica y una pistola», decía Jean-Luc Godard. «Beso beso, bang bang», le replica Shane Black, igual de conceptual, todavía más gamberro, bastante más divertido y desde luego menos pedante.

La metarreferencialidad de Kiss Kiss Bang Bang no está demasiado alejada de la cinefilia compulsiva de los autores de la Nouvelle Vague. El relato está construido precisamente a partir de una serie de noveluchas pulp, con sus propias versiones cinematográficas de saldo, que son las que determinan la existencia de los personajes de un filme cuyo libreto, sarcásticamente, insiste en asegurarles que lo que viven ni es un filme ni una novela. Pero el narrador, que es el protagonista en primera persona, no está del todo de acuerdo. Recita sus desventuras como si fuera una trama propia de Raymond Chandler, enrevesada y sórdida como mandan los cánones -asesinatos, dinero, violencia, incesto…-, e incluso estructura sus capítulos con homenajes a títulos de su bibliografía. Sin embargo, lo hace consciente de sus limitaciones; es solo un aficionado. Su narración es por momentos caótica y la cuarta pared no existe para él. No es un creador con ínfulas, sino un chorizo de poca monta. Y le está contando una historia a personas que considera sus iguales. A espectadores que esperan un argumento de emoción e intriga para entretenerse. Un punto de vista frontalmente subjetivo, ostentado además por un hombre dudoso, que ya de primeras pone en cuestión que todo esté, o deba estar, necesariamente ajustado a una verosimilitud estricta. Y además, quien está detrás de este individuo, escribiéndole las ideas, es un cineasta mordaz y posmoderno que debutaba como director tras labrarse un nombre en los guiones de cintas tan cañeras como coñeras.

         Casi por necesidad, Kiss Kiss Bang Bang está ambientada en el entorno de Hollywood, la fábrica de sueños, el lugar donde cualquier cosa, por descabellada que parezca, es posible. Black lo sintetizará años después en la introducción de otra historia de detectives, Dos buenos tipos, bajo la mirada de un chaval al que la playmate que desea con fervor adolescente se le aparece de repente, en la misma postura que en la revista que sostiene, en el patio trasero de su casa. Pero es un sueño, efectivamente. Un espejismo que espantará un humor negro que no hace prisioneros: la playmate ha aterrizado allí víctima de un accidente mortal. La crueldad de Black es hoy extemporánea, en tiempos donde la universalidad del comentario que proporcionan las redes sociales somete a estricta revisión cada coqueteo con los límites del humor. Aquí el coqueteo es, directamente, metida de mano. La violencia y el sexo son incluso menos brutos que la comedia que los enmarca. Hasta el punto de que no siempre consigue desactivar su truculencia mediante esa pátina de fantasía frívola.

         En cualquier caso, regresando al concepto de fábrica de los sueños, el verdadero leit motiv de Kiss Kiss Bang Bang no es tanto la conspiración criminal como otro de los grandes temas del cine y de la literatura de tres al cuarto: la chica de los sueños y cómo conseguirla. Su formulación -el chico que se reencuentra con el amor platónico del instituto en el momento y el lugar más insólito- es tan delirante como la investigación que desarrollan a medida que capean con la atracción y sus problemas.

         Por todo ello, Kiss Kiss Bang Bang es tan enloquecida como inevitablemente irregular. El protagonista está en lo cierto cuando advierte de que es un poco desastroso hilando argumentos. A veces es una película pasada de revoluciones en su acción y su ironía, en otras decae y no termina de calibrar del todo bien ese juego con la colisión entre la realidad y la ficción entendidos como vasos comunicantes. Pero es sin duda una obra con personalidad y encanto propios.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 6.

Érase una vez en… Hollywood

19 Ago

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Año: 2019.

Director: Quentin Tarantino.

Reparto: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Margaret Qualley, Emile Hirsch, Julia Butters, Al Pacino, Bruce Dern, Dakota Fanning, Austin Butler, Mikey Madison, Lena Dunham, Maya Hawke, Damon Herriman, Timothy Olyphant, Luke Perry, Rafal Zawierucha, Mike Moh, Damian Lewis, Lorenza Izzo, Kurt Russell, Zoe Bell, Michael Madsen, Scoot McNairy, Clifton Collins Jr., James Remar, Clu Gulager.

Tráiler

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         Érase una vez en… Hollywood es en efecto, tal y como sugiere el título, un cuento ambientado en la fábrica de sueños, en el lugar donde todo puede ocurrir. Esto es, en la industria del cine, una realidad alternativa, superior en belleza y emociones a la que existe fuera de las salas, y en la que hasta es posible arreglar la Historia y reventar la Segunda Guerra Mundial a golpe de ucronía y metralleta, como demostró el propio Quentin Tarantino en Malditos bastardos.

         Pero Érase una vez en… Hollywood es, principalmente, un viaje fabuloso a una era mitológica, poblada por dioses que celebran bacanales en sus mansiones del olimpo de Los Ángeles y que, incluso, descienden a los bulevares de la ciudad para convivir con los humanos, aparte de su invocación a través de las carteleras y de las pantallas de cine, omnipresentes.

Hay, por supuesto, una atmósfera elegíaca en esta dorada edad de la inocencia a punto de ser destrozada a puñaladas y malos viajes de ácido por la trasnochada Familia liderada por Charles Manson. Un despertar paralelo al del resto de unos Estados Unidos embarrados en una guerra absurda y propensos al magnicidio de figuras de progreso, aunque todo ello apenas se menciona en esta película que es una memoria sentimental, no un registro documental. Porque son cosas que no pertenecen al mundo de Tarantino, el cual se concentra en ese espacio confortable y maravilloso del cine, como parecen indicar asimismo esas escenas donde la realidad a uno y otro lado de la claqueta queda perfectamente fundida. En consonancia con esta noción, el de Érase una vez en… Hollywood es un eco elegíaco que procede de la incurable nostalgia de un creador criado y alimentado por la cultura popular y que, en esta ocasión, rinde tributo fascinado a los maratones de televisión que construyeron su infancia.

         Tarantino manifiesta esta decadencia también a través de los protagonistas: un actor de seriales del Oeste que parece enfilar la cuesta abajo de su carrera y su doble de acción, reducido a chico de los recados; ambos con problemas además para entender a una juventud de rebeldes ácratas, melenudos y sin depilar. Desde luego más tragicomedia que thriller, el relato sigue sus desventuras por los márgenes de este escenario de leyenda, con un tono que parece heredar esa mezcolanza de homenaje y caricatura propio del spaghetti western, abundantemente referenciado en la cinta. Hay patetismo y humor negro marca de la casa para retratar a este par de amigos que tratan de orientarse en medio de este apocalipsis lujoso y soleado. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt derrochan carisma y química a expuertas, convirtiéndose en uno de los grandes baluartes de una obra que, narrativamente, se muestra descompensada e irregular.

En determinados momentos, da la sensación de que el montaje de Érase una vez en… Hollywood es bastante pedestre en su intención de enhebrar las historias de los personajes de forma paralela, de igual manera que flashbacks como el de Bruce Lee durante el rodaje de El avispón verde que no funcionan bien y entorpecen la progresión y el ritmo del filme -quizás sea la entrega del cineasta donde más se aprecia la falta de la fallecida Sally Menke-. Algo semejante ocurre con las fugas, fantasías y retales de películas posibles que Tarantino va sembrando a su paso, en especial durante la introducción, si bien es necesario reconocer su soberbio talento para aprender y reproducir lenguas perdidas del cine -estilos propios de la serie B de los que, por otra parte, también podría repescar su concreción y concisión a la hora de contar las cosas, pues es fácil hallar secuencias perfectamente prescindibles entre los 260 minutos de metraje de la cinta-.

         En cualquier caso, Tarantino logra terminar la función en alto, con un desparramante clímax de violencia satírica en la que se podría leer una maniobra de autodefensa contra aquellos que censuran, precisamente, su querencia por una sanguinolenta crueldad de grand gignol. Es la constatación de que, decididamente, Érase una vez en… Hollywood, su filmografía y el cine en general son un juguete con el que disfrutar. Y mejor que la realidad.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 6,5.

Perro blanco

22 Ene

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Año: 1982.

Director: Samuel Fuller.

Reparto: Kristy McNichol, Paul Winfield, Burl Ives, Jameson Parker, Parley Baer.

Tráiler

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-Y ese hombre… ¿cómo lo convirtió en un perro racista?

-Es muy fácil. Encuentre a un negro que necesita desesperadamente una copa, o a un negro drogadicto que haría cualquier cosa por una dosis, y páguele para que pegue a ese perro desde que es un cachorro, cuanto más joven, mejor. A medida que crece, todos esos golpes de negro, plantan en el animal la semilla del miedo. Y ese miedo se convierte en odio, y ese odio lo condiciona a atacar luego a cualquier negro antes…

-Antes de que el negro lo ataque a él.

         Basado en una novela del guionista Romain Gary, que a su vez, se inspiraba en un artículo propio acerca de un extraño suceso que afirmaba le había ocurrido a su esposa, la actriz Jean Seberg, Perro blanco expone en su relato una ruda y extravagante -aunque contundente y quizás hasta efectiva- inmersión en el racismo subyacente en la sociedad estadounidense. Si bien originario de los sesenta y forjado de forma definitiva en los convulsos setenta, la pervivencia del texto se mantiene vigente, pues se trata de un conflicto aún sin resolver.

No obstante, la esencia del filme parecía adaptarse mejor a la tumultuosidad del agrio Nuevo Hollywood de aquellos setenta que a una recién estrenada década en la que, como señala uno de los protagonistas, hay un nuevo enemigo: la fantasía rompetaquillas de robots y extraterrestres de La guerra de la galaxias. O, como expondría Michael Eisner, entonces mandamás de la Paramount, había de rodarse un «Tiburón con zarpas». La era del taquillazo reducía así la historia a una cinta aguerrida con un gancho fundamentado en la excentricidad de su premisa, acorde a la falta de complejos artísticos de la época, que cuenta con cintas coetáneas de terror canino como El perro del infiernoCujo, novela publicada ese mismo 1982 y llevada a la gran pantalla apenas un año después.

         Enrolado para facturar un producto seco y urgente, de presupuesto pírrico y fecha de entrega casi inmediata, el veterano Samuel Fuller, auxiliado en la remodelación del guion por Curtis Hanson, plantea el argumento prácticamente como un duelo de western entre el can transformado en monstruo por unas ideas ajenas implantadas en su cerebro y el antihéroe de nuevo comprometido con la redención de la sociedad aunque esta sea únicamente simbólica e incluso, con un punto obsesivo, suponga literalmente un sacrificio personal -su perfil comporta una reversión total del personaje del libro, de menor protagonismo y motivado por atroces deseos de ansia-.

De ahí que las fases de este reto personal queden marcadas por los cruces de miradas entre hombre y bestia, condenados a entenderse, o no; por el puro contacto físico, por compartir el espacio como comparten la escena, como comparten el plano.

         Desde la austeridad, Fuller filma con una aspereza que hasta es brusquedad en ciertas escenas de acción -incluido el tosco aunque sugerentemente fatalista desenlace-, con todo dominadas con agresividad desde el montaje. La narración avanza con ferocidad y sin tapujos acerca de su condición de producto B de género, dejando a su paso algunos detalles de curiosa y violenta sordidez, marca de la casa, como la profanación de una iglesia consagrada a San Francisco de Asís, cénit del reverso oscuro del perro albino, que en sus insólitas andanzas mixtura el thriller y el terror al estilo, efectivamente, de Tiburón, un slasher en agua salada, tal y como , anhelaban los productores -si bien con unos resultados bastante más correosos-.

         Sin embargo, su exposición argumental, con un punto abiertamente grotesco y claramente proclive a la polémica, despertaría el temor de la controversia en los estudios, alimentada por malinterpretaciones moralistas hechas a priori y por amenazas de boicot por parte de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color. Ese escándalo antes del escándalo condenaría a la cinta a unos escasos pases en festivales, al circuito del videoclub y a la televisión, sumiendo en el desconsuelo a un Fuller que ya venía tocado por las pérdida del control sobre su anterior Uno rojo: división de choque, película que llamativamente había supuesto su primera participación en Hollywood. Ahora, tras una afrenta que no se repararía hasta 1991, cuando Perro blanco se estrenase en salas, el cineasta se retiraría a lamerse las heridas a la entregada Francia.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 6.

Jerry Calamidad

29 Sep

Como representante de la vulgar realidad, el individuo común es un cuerpo extraño que, al no respetar los glamourosos códigos y convenciones del cine, siembra el caos en Hollywood. Para el especial póstumo en honor de Jerry Lewis en Cinearchivo.

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El terror de las chicas

27 Sep

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Año: 1961.

Director: Jerry Lewis.

Reparto: Jerry Lewis, Helen Traubel, Pat Stanley, Kathleen Freeman, Buddy Lester, Harry James, George Raft.

Tráiler

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           El frenesí de los personajes de Jerry Lewis acostumbraba a imbricarse en la esencia de las obras que dirigía, de una creatividad desaforada y, en ocasiones, fuera de todo control.

El terror de las chicas es una película donde la comicidad gestual del actor se encauza en un argumento delirante que, en su camino, arrolla también, con atrevida intención experimental, con los códigos y convenciones del séptimo arte. Una vertiente metalingüística que se manifiesta en la parodia y, en especial, en el descubrimiento del artificio de la propia producción, escenificada en una mansión que es al mismo tiempo casa de muñecas e indisimulado plató de rodaje.

           La excusa: un joven traumatizado por un desengaño amoroso renuncia a mantener relaciones románticas con mujeres e incluso contacto físico con ellas, por más que el destino le haya conducido a convertirse en mozo de servicio de una residencia de bellas aspirantes a actrices de Hollywood.

El relato se desarrolla a golpe de sketch, sin una gran profundización dramática en los personajes. Como una forma de dar rienda suelta a las ocurrencias de Lewis, que en algunos casos son verdaderamente divertidas y originales en su intromisión en el absurdo y el surrealismo, rematadas además con unos movimientos de cámara y una coreografía muy elaborada y precisa, que hacen un gran aprovechamiento del espacio y el tempo, demostración de la ambición de Lewis como cineasta -que aquí incluye un pionero uso de la video asistencia con una cámara de 35 milímetros pegada a la principal-. En otras, los menos, quizás se percibe menos inspiración, cierto uso del calzador o un mayor envejecimiento, algunas de ellas ejecutadas tan pobremente como el episodio con el técnico de sonido.

El fuerte colorido, herencia de las colaboraciones del actor con Frank Tashlin, inunda los fotogramas realzando la sensación de encontrarse ante un cartoon de la Warner Brothers interpretado por personajes de carne y hueso, con su delirio, su desbarre y su irregularidad.

           Con El terror de las chicas nacería el tópico sobre la reivindicación de Lewis como genio mayor por parte de la siempre singular e influyente crítica francesa. De hecho, el siempre pedante Jean-Luc Godard tomará luego esta idea del escenario como casa de muñecas para Todo va bien.

tomará la idea de .

Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7.

Knight of Cups

28 Ago

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Año: 2015.

Director: Terrence Malick.

Reparto: Christian Bale, Cate Blanchett, Natalie Portman, Wes Bentley, Brian Dennehy, Imogen Poots, Antonio Banderas, Freida Pinto, Teresa Palmer, Isabel Lucas, Jason Clarke, Armin Mueller-Stahl, Clifton Collins Jr., Ryan O’Neal, Joe Manganiello, Ben Kingsley.

Tráiler

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         Ser uno de los directores más influyentes del presente siglo no le garantiza a Terrence Malick la distribución internacional de sus producciones, al menos en España. Y, más aún, uno diría que esta capacidad inspiradora de su estilo -marcado por una personal e irrenunciable manera de narrar y de entender el relato cinematográfico- está haciendo mella en un prestigio puesto ahora en tela de juicio con creciente frecuencia. La voz de un autor en entredicho.

Por ello, valoro la fidelidad hacia sí mismo, hacia su cosmovisión y su sensibilidad, que el texano mantiene en Knight of Cups, indiferente hacia el cuestionamiento o incluso hacia la ridiculización, elemento altisonante cada vez más habitual en una crítica ávida de atención dentro de un mundo con la concentración limitada a unos 140 caracteres. Ni me fatiga ni me molesta reencontrarme con los ecos recurrentes de su personalidad, ya que creo que pocos cineastas han sabido mirar como él la naturaleza, trazar con su precisión y su lirismo un mapa de recuerdos.

         Precisamente los recuerdos componen una etapa más de Knight of Cups, pues el filme trata de componer, con evidente ambición, el viaje existencial de un individuo en pos quién sabe si de la felicidad, del destino, de la trascendencia, del sentido de la propia vida o de qué cosa.

Malick aborda el asunto desde una espiritualidad humanista. El punto de vista es el del príncipe que ha partido al encuentro de un tesoro pero que, en el curso de la aventura, ha perdido la memoria sobre su meta, sobre su propósito. A pesar de las parábolas recurrentes y de la invocación de una voz paterna trascendente, la religiosidad del discurso está algo menos acentuada que en anteriores obras. Malick tampoco abunda en profundidad en sus impresiones ni, desde luego, pretende formular respuestas a semejantes interrogantes, más allá de una sentida preferencia por la esencia realizadora del amor correspondido o compartido -un universo en sí mismo con gran ascendencia sobre el corpus del autor-.

         Las intenciones y las palpitaciones de Knight of Cups, por tanto, no están demasiado alejadas de El árbol de la vida. De hecho, la presente podría complementarse con el documental Voyage of Time: Life’s Journey para completar la inmensidad abordada por aquella. Es decir, otra muestra de que el autor no renuncia a sus constantes existenciales y cinematográficas, a las inquietudes que desvelan su mente y su arte. Aunque, por otro lado, la abstracción de su exposición cinematográfica va en aumento y el largometraje renuncia a la narración aristotélica para sumergirse en cambio en un cúmulo de retazos tan enmarañados como el camino recorrido y por recorrer; en los bosquejos de una búsqueda a tientas. La lectura que efectúa, no obstante, tampoco es enconadamente críptica.

El personalismo radical de Malick no es elitismo. No voluntariamente, en todo caso.

         Knight of Cups parte de un autodesconcimiento, de una situación de desorientación absoluta, de una llamada al despertar de la autoconsciencia -el terremoto-, para emprender una odisea que atraviesa los capítulos de una vida. Un nuevo comienzo donde todo es posible, en referencia a uno de los mitos fundacionales de los Estados Unidos.

Knight of Cups escudriña en rincones íntimos -vacíos interiores, traumas familiares sin cicatrizar, el vínculo familiar y la enseñanza transmitida, fracasos afectivos, aventuras incompletas, banales exploraciones hedonistas, frustraciones románticas, conexiones emocionales puras, resonancias místicas…- y también en circunstancias o escenarios externos -la sociedad del aislamiento a través de la hiperexhibición, el caos de la megalópolis, el culto a la estética, los disfraces del individuo, el materialismo, la comercialización de todo, las necesidades que acucian hasta en la vida del anacoreta que ha logrado contemplar la vida contemporánea desde fuera, como si se tratase de una maqueta a escala; la confusión entre realidad y representación en el juego social, manifiesta en encadenamiento de paisajes urbanos con decorados de cine…-. La inasible abundancia de temas, de piezas de este puzle irresoluble, deja cierta sensación de que se pasa de soslayo por muchos de ellos.

         Malick acompaña el periplo con su tradicional steadicam, liberada a un movimiento constante cuyo ritmo queda modulado por el estado emocional, muy próxima a los personajes y a su línea de mirada -a escasa altura, por ejemplo, en las evocaciones infantiles-. Son planos personales y casi cerrados por momentos, pero al mismo tiempo elaborados con gran angular, que genera un efecto de ojo de pez en los fotogramas. Siempre dotados de contenido, más allá de la belleza.

En concordancia con el soliloquio inicial acerca del viaje del peregrino hasta alcanzar el Paraíso, desarrollado bajo la apariencia de un sueño, el elemento onírico se infiltra en las escenas para sublimar los encuentros que experimenta el protagonista, perceptible en la constitución contemplativa de las escenas, en la cadencia amortiguada de las conversaciones, reducidas a su esencia, aisladas del entorno, potenciadas por la voz interior que se manifiesta a través de la voz en off, otro de los elementos característicos del director norteamericano. Esta recitación interna es preponderante sobre el diálogo -abandonado a la improvisación de los actores, según la información del rodaje- y su expresión es más poética o metafísica que explícita o explicativa, con la pretenciosidad y el riesgo que ello conlleva.

         Malick no engaña a nadie, ni quiere hacerlo. Él invita a quien lo desee a sumarse a su búsqueda, que es eterna e inagotable. A echar un vistazo sin guía y sin facilidades; pero con tesón y con sentimiento. Con la honestidad de quien es respetuoso consigo mismo, independiente frente a las consideraciones del resto.

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Nota IMDB: 5,7.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 7,5.

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