“Cuando hay un gran director, el guionista es claramente subsidiario de su personalidad y su punto de vista. El guionista se convierte entonces en un artesano, como el director de fotografía o el director artístico. Pueden aportar contribuciones, pero siempre a través de los ojos del director.”
Peter Bogdanovich
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Doctor Bull
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Año: 1933.
Director: John Ford.
Reparto: Will Rogers, Vera Allen, Marian Nixon, Howard Lally, Berton Churchill, Louise Desser, Andy Devine, Effie Ellser.
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El concepto de ‘sabiduría campesina’ compone uno de los paradigmas fundamentales del cine de John Ford. Es el homenaje y la reivindicación del sentido común y los valores humanos residentes en el pueblo llano, definidos, propugnados y protegidos por virtudes tradicionales como la sencillez, la honestidad, la entrega generosa al prójimo y el distanciamiento prudente hacia las fugaces modas imperantes en cada momento.
Sería por su parte el popular cómico Will Rogers quien mejor personalizase este principio a lo largo de tres capítulos elaborados en colaboración con Ford y que parecen conformar una pequeña trilogía nostálgica y costumbrista: Doctor Bull, El juez Priest y Barco a la deriva.
En este primer episodio, desde su modesto papel de médico rural -el doctor Bull del título-, Rogers se erige como auténtico pilar de una comunidad situada en el corazón mismo de los Estados Unidos. Una sociedad por tanto prototípica del país a la que, desde su estatus de eje vertebrador del relato, el buen matasanos sostiene y retrata con disimulo pero con clarividencia y profundidad gracias a su función activa como desprestigiada autoridad sanitaria, veterinario vacuno, psicólogo, consultor sentimental, mecánico improvisado,….
La mirada cariñosa y sabia del doctor desvela con lucidez las manías y enfermedades que comenzaban a contagiar a una América abalanzada al progreso sin medida: la ganancia capitalista a cualquier precio, la modernización sin rostro humano, el elitismo excluyente y tiránico del acaudalado, la falsa, hipócrita y deformada moralidad o la hipocondría incurable e histérica y la dependencia de placebos que basen su efecto en el simple mantenimiento en marcha del motor del consumo, anticipo agrio y descarnado de los despiadados negocios farmacéuticos contemporáneos, inventores insaciables de patologías de nuevo cuño y remedios asociados tan cotidianos como cuantiosos e innecesarios.
Por ello mismo, la figura humilde, racional y desenfadada de Bull, experto conocedor de los resortes que realmente importan en la vida, actúa todavía más a día de hoy con un agradecido y cálido efecto reconfortante, al mismo tiempo que decepciona y entristece su naturaleza irremediablemente crepuscular, vilipendiado injustamente por el sospechoso desinterés de su sacrificio diario y su desfasada llaneza, mesura y buena lógica –hecho similar a lo que sucede con el juez Priest de la siguiente, si bien ésta acabará por ser al final algo más complaciente con su protagonista-.
En definitiva, la relegación de la sensatez una condición marginal; otro de los despreciables síntomas de una nación cuyas decadentes males pertenecen más al ámbito de lo moral que al de lo físico.
La finura, simpatía y humanidad del toque humorístico, apoyado en el peculiar genio y arrebatadora empatía de Rogers, favorecen por su parte la conservación de una película que constituye un saludable y atinado ejercicio de comedia y crítica social.
Nota IMDB: 6,5.
Nota FilmAffinity: 6,7.
Nota del blog: 7,5.
Contracrítica