Año: 2005.
Director: Shane Black.
Reparto: Robert Downey Jr., Michelle Monahan, Val Kilmer, Corbin Bernsen, Dash Mihok, Rockmond Dunbar, Shannyn Sossamon, Angela Lindvall, Larry Miller, Harrison Young.
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«Lo único que se necesita para hacer una película es una chica y una pistola», decía Jean-Luc Godard. «Beso beso, bang bang», le replica Shane Black, igual de conceptual, todavía más gamberro, bastante más divertido y desde luego menos pedante.
La metarreferencialidad de Kiss Kiss Bang Bang no está demasiado alejada de la cinefilia compulsiva de los autores de la Nouvelle Vague. El relato está construido precisamente a partir de una serie de noveluchas pulp, con sus propias versiones cinematográficas de saldo, que son las que determinan la existencia de los personajes de un filme cuyo libreto, sarcásticamente, insiste en asegurarles que lo que viven ni es un filme ni una novela. Pero el narrador, que es el protagonista en primera persona, no está del todo de acuerdo. Recita sus desventuras como si fuera una trama propia de Raymond Chandler, enrevesada y sórdida como mandan los cánones -asesinatos, dinero, violencia, incesto…-, e incluso estructura sus capítulos con homenajes a títulos de su bibliografía. Sin embargo, lo hace consciente de sus limitaciones; es solo un aficionado. Su narración es por momentos caótica y la cuarta pared no existe para él. No es un creador con ínfulas, sino un chorizo de poca monta. Y le está contando una historia a personas que considera sus iguales. A espectadores que esperan un argumento de emoción e intriga para entretenerse. Un punto de vista frontalmente subjetivo, ostentado además por un hombre dudoso, que ya de primeras pone en cuestión que todo esté, o deba estar, necesariamente ajustado a una verosimilitud estricta. Y además, quien está detrás de este individuo, escribiéndole las ideas, es un cineasta mordaz y posmoderno que debutaba como director tras labrarse un nombre en los guiones de cintas tan cañeras como coñeras.
Casi por necesidad, Kiss Kiss Bang Bang está ambientada en el entorno de Hollywood, la fábrica de sueños, el lugar donde cualquier cosa, por descabellada que parezca, es posible. Black lo sintetizará años después en la introducción de otra historia de detectives, Dos buenos tipos, bajo la mirada de un chaval al que la playmate que desea con fervor adolescente se le aparece de repente, en la misma postura que en la revista que sostiene, en el patio trasero de su casa. Pero es un sueño, efectivamente. Un espejismo que espantará un humor negro que no hace prisioneros: la playmate ha aterrizado allí víctima de un accidente mortal. La crueldad de Black es hoy extemporánea, en tiempos donde la universalidad del comentario que proporcionan las redes sociales somete a estricta revisión cada coqueteo con los límites del humor. Aquí el coqueteo es, directamente, metida de mano. La violencia y el sexo son incluso menos brutos que la comedia que los enmarca. Hasta el punto de que no siempre consigue desactivar su truculencia mediante esa pátina de fantasía frívola.
En cualquier caso, regresando al concepto de fábrica de los sueños, el verdadero leit motiv de Kiss Kiss Bang Bang no es tanto la conspiración criminal como otro de los grandes temas del cine y de la literatura de tres al cuarto: la chica de los sueños y cómo conseguirla. Su formulación -el chico que se reencuentra con el amor platónico del instituto en el momento y el lugar más insólito- es tan delirante como la investigación que desarrollan a medida que capean con la atracción y sus problemas.
Por todo ello, Kiss Kiss Bang Bang es tan enloquecida como inevitablemente irregular. El protagonista está en lo cierto cuando advierte de que es un poco desastroso hilando argumentos. A veces es una película pasada de revoluciones en su acción y su ironía, en otras decae y no termina de calibrar del todo bien ese juego con la colisión entre la realidad y la ficción entendidos como vasos comunicantes. Pero es sin duda una obra con personalidad y encanto propios.
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Nota IMDB: 7,5.
Nota FilmAffinity: 6,6.
Nota del blog: 6.
Contracrítica