Archivo | agosto, 2019

Érase una vez en… Hollywood

19 Ago

.

Año: 2019.

Director: Quentin Tarantino.

Reparto: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Margaret Qualley, Emile Hirsch, Julia Butters, Al Pacino, Bruce Dern, Dakota Fanning, Austin Butler, Mikey Madison, Lena Dunham, Maya Hawke, Damon Herriman, Timothy Olyphant, Luke Perry, Rafal Zawierucha, Mike Moh, Damian Lewis, Lorenza Izzo, Kurt Russell, Zoe Bell, Michael Madsen, Scoot McNairy, Clifton Collins Jr., James Remar, Clu Gulager.

Tráiler

.

         Érase una vez en… Hollywood es en efecto, tal y como sugiere el título, un cuento ambientado en la fábrica de sueños, en el lugar donde todo puede ocurrir. Esto es, en la industria del cine, una realidad alternativa, superior en belleza y emociones a la que existe fuera de las salas, y en la que hasta es posible arreglar la Historia y reventar la Segunda Guerra Mundial a golpe de ucronía y metralleta, como demostró el propio Quentin Tarantino en Malditos bastardos.

         Pero Érase una vez en… Hollywood es, principalmente, un viaje fabuloso a una era mitológica, poblada por dioses que celebran bacanales en sus mansiones del olimpo de Los Ángeles y que, incluso, descienden a los bulevares de la ciudad para convivir con los humanos, aparte de su invocación a través de las carteleras y de las pantallas de cine, omnipresentes.

Hay, por supuesto, una atmósfera elegíaca en esta dorada edad de la inocencia a punto de ser destrozada a puñaladas y malos viajes de ácido por la trasnochada Familia liderada por Charles Manson. Un despertar paralelo al del resto de unos Estados Unidos embarrados en una guerra absurda y propensos al magnicidio de figuras de progreso, aunque todo ello apenas se menciona en esta película que es una memoria sentimental, no un registro documental. Porque son cosas que no pertenecen al mundo de Tarantino, el cual se concentra en ese espacio confortable y maravilloso del cine, como parecen indicar asimismo esas escenas donde la realidad a uno y otro lado de la claqueta queda perfectamente fundida. En consonancia con esta noción, el de Érase una vez en… Hollywood es un eco elegíaco que procede de la incurable nostalgia de un creador criado y alimentado por la cultura popular y que, en esta ocasión, rinde tributo fascinado a los maratones de televisión que construyeron su infancia.

         Tarantino manifiesta esta decadencia también a través de los protagonistas: un actor de seriales del Oeste que parece enfilar la cuesta abajo de su carrera y su doble de acción, reducido a chico de los recados; ambos con problemas además para entender a una juventud de rebeldes ácratas, melenudos y sin depilar. Desde luego más tragicomedia que thriller, el relato sigue sus desventuras por los márgenes de este escenario de leyenda, con un tono que parece heredar esa mezcolanza de homenaje y caricatura propio del spaghetti western, abundantemente referenciado en la cinta. Hay patetismo y humor negro marca de la casa para retratar a este par de amigos que tratan de orientarse en medio de este apocalipsis lujoso y soleado. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt derrochan carisma y química a expuertas, convirtiéndose en uno de los grandes baluartes de una obra que, narrativamente, se muestra descompensada e irregular.

En determinados momentos, da la sensación de que el montaje de Érase una vez en… Hollywood es bastante pedestre en su intención de enhebrar las historias de los personajes de forma paralela, de igual manera que flashbacks como el de Bruce Lee durante el rodaje de El avispón verde que no funcionan bien y entorpecen la progresión y el ritmo del filme -quizás sea la entrega del cineasta donde más se aprecia la falta de la fallecida Sally Menke-. Algo semejante ocurre con las fugas, fantasías y retales de películas posibles que Tarantino va sembrando a su paso, en especial durante la introducción, si bien es necesario reconocer su soberbio talento para aprender y reproducir lenguas perdidas del cine -estilos propios de la serie B de los que, por otra parte, también podría repescar su concreción y concisión a la hora de contar las cosas, pues es fácil hallar secuencias perfectamente prescindibles entre los 260 minutos de metraje de la cinta-.

         En cualquier caso, Tarantino logra terminar la función en alto, con un desparramante clímax de violencia satírica en la que se podría leer una maniobra de autodefensa contra aquellos que censuran, precisamente, su querencia por una sanguinolenta crueldad de grand gignol. Es la constatación de que, decididamente, Érase una vez en… Hollywood, su filmografía y el cine en general son un juguete con el que disfrutar. Y mejor que la realidad.

.

Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 6,5.

Matrix Revolutions

17 Ago

.

Año: 2003.

Directoras: Lilly Wachowski, Lana Wachowski.

Reparto: Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss, Hugo Weaving, Harold Perrineau, Jada Pinkett-Smith, Harry Lennix, Clayton Watson, Nona Gaye, David Roberts, Nathaniel Lees, Ian Bliss, Anthony Zerbe, Mary Alice, Helmut Bakaitis, Collin Chou, Tanveer K. Atwal, Bernard White, Tharini Mudaliar, Lambert Wilson, Monica Bellucci, Bruce Spence.

Tráiler

.

         Todo lo que tiene un principio tiene un final -mientras no lancen una nueva secuela o un reboot-, y el de la trilogía Matrix fue de ruido y furia. Lanzada apenas seis meses después de Matrix Reloaded, Matrix Revolutions se estrenó simultáneamente en más de 20.000 salas de 50 países, entre ellos, por primera vez en un evento semejante, China. Aparte de suscitar una espectación de por sí desaforada, el objetivo era evitar el pirateo informático de la película, una auténtica curiosidad para un relato protagonizado por un hacker devenido en salvador de la humanidad.

         A partir de lo sembrado en la anterior entrega, Matrix Revolutions se ve obligada a saldar la saga en un enfrentamiento épico que, a la postre, reduce su apelotonado repaso filosófico-espiritual a un duelo entre el mesías y su némesis, entre el yin y el yang, entre el bien y el mal. Un cuello de botella que, con no pocas contradicciones, filtra el conflicto entre la máquina y el ser humano acercando las posturas entre ambos -los sentimientos compartidos, como el amor, la solidaridad o la esperanza-.

Si algo destaca en el discurso de Matrix Revolutions como elemento esencial de la existencia humana es la fe. Depositar ciegamente toda esperanza de futuro en algo ajeno a uno de lo que no hay prueba empírica. A golpe de pura insistencia, el concepto alcanza su cima en este desenlace, con cotas de verdadero anuncio religioso. Como en Matrix Reloaded, Neo sigue vistiendo negra sotana mientras sus acólitos le profesan reverencia. Brazos en cruz, el Elegido, que ya encarnaba el universal anhelo del tipo corriente de descubrir que en realidad es un ser providencial llamado a grandes hazañas, inspira definitivamente a los habitantes de Zion para que cumplar su destino legendario -al que llegan paradójicamente por su elección particular, si atendemos al mensaje del filme-. Venida la hora, todos pueden ser héroes. Todos somos Neo, una vez más.

         Matrix Revolutions es una película narrativamente poco consistente y, sobre todo, escasamente imaginativa -cabría rescatar acaso la estación de metro o detalles como la lluvia sobre fondo verde que remite al código de la simulación-. La mitología de la serie, que a fin de cuentas es bastante sencilla, no da para más. Su argumento es el preámbulo, desarrollo y resolución de la batalla definitiva -mil veces vista-, la cual se libra desde lo cósmico -Neo contra Smith- hasta lo común y colectivo -Zion contra la invasión de las máquinas-. No es de extrañar que el relato continuase a través del videojuego, que después de esta conclusión semejaba su prolongación natural. Como si la hubiese contaminado el agente Smith, Matrix era ya mero espectáculo visual. Una pantalla en verde, vacía realmente de sustancia alguna.

.

Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 4.

Matrix Reloaded

15 Ago

.

Año: 2003.

Directoras: Lilly Wachowski, Lana Wachowski.

Reparto: Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss, Hugo Weaving, Harold Perrineau, Jada Pinkett-Smith, Anthony Zerbe, Lambert Wilson, Monica Bellucci, Adrian Rayment, Neil Rayment, Harry Lennix, Helmut Bakaitis, Gloria Foster, Collin Chou, Randall Duk Kim, Clayton Watson, Nona Gaye, David Roberts, Nathaniel Lees, Ian Bliss.

Tráiler

.

          El boom de Matrix había sacudido inesperadamente a todo el globo, dejando una profunda huella en la manera de abordar y entender la relación entre los ciudadanos e incluso las entidades colectivas con el proceso de expansión de las tecnologias de la comunicación y la información, que colonizaban la vida privada y los espacios públicos. El fenómeno se había plasmado asimismo en los más de 450 millones de dólares de recaudación cosechados en todo el mundo. De ahí que, cuatro años después de la primera entrega, el estreno de Matrix Reloaded supusiera un auténtico acontecimiento internacional, además de una enorme presión para las hermanas Wachowski y su decisión sobre hacia dónde conducir una saga tan influyente en lo cinematográfico y lo sociológico.

          Matrix Reloaded aboga por el camino de la circunspección y la trascendencia -esto es, la pretenciosidad-, y amplía además el escenario mitológico de la serie mostrando los decorados y el funcionamiento de Zion -liderada, entre otros, por un consejero al que presta rostro Anthony Zerbe, quien ya había combatido con fuego a las máquinas en El último hombre… vivo-. Se insiste por tanto en ese existencialismo esencial que se planteaba en Matrix -el sentido de la propia vida, la discusión entre determinismo y libre albedrío, la naturaleza de la realidad-, al mismo tiempo que se consolida la configuración dual del conflicto místico -el Mesías y su Némesis; la eterna lucha entre el Bien y el Mal-, todo ello enredado en una maraña de referencias filosóficas que parecen aglomeradas de una forma un tanto difusa o arbitraria, dentro de un envoltorio de empalagosa espiritualidad cercana al new age -esa estética de la ciudad humana, la unión ecuménica de sus variopintas gentes, sus cuevas de estalactitas y estalagmitas y sus moradores vestidos con prendas de tejido orgánico y aficionados a la batukada-. Es paradigmática la conversación con el Arquitecto, donde el engolamiento y la sobreelaboración del diálogo trata de disimular la sencillez conceptual del asunto.

          En cualquier caso, este fondo trascendental aparece debidamente ribeteado, por supuesto, de un nuevo salto en la espectacularidad de una acción sustentada en buena medida en el impacto de los efectos especiales, que es la otra marca característica de la saga, a la misma altura que lo anterior y con un nivel de influencia idéntico.

Hay una evidente paradoja en la trilogía Matrix que ahora se extrema: su reflexión acerca de la progresiva virtualización de la experiencia colisiona con la intensiva digitalización de las escenas de acción y la dependencia del chroma y del ordenador para componer el fotograma. El efecto bala se redobla, las artes marciales tienen cada vez más vuelo, la persecución de la autovía sacrifica fisicidad artesanal en aras del más difícil todavía, sentando un precedente de referencia para los blockbusters de la década. Pero, ¿qué es una mierda de sicario incorpóreo al lado de la tangible rotundidad de Monica Bellucci? Ya no vale con un agente Smith, han de ser cientos. El espíritu de novelilla de ‘elige tu propia aventura’, que es lo que daba gracia al original, queda por el trayecto.

.

Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 5,5.

Matrix

13 Ago

.

Año: 1999.

Directoras: Lilly Wachowski, Lana Wachowski.

Reparto: Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss, Hugo Weaving, Joe Pantoliano, Gloria Foster, Marcus Chong, Matt Doran, Belinda McClory, Julian Arahanga, Anthony Ray Parker, Paul Goddard, Robert Taylor.

Tráiler

.

         Para convertirse en un auténtico fenómeno cinematográfico y sociológico, impreso a fuego en la cultura colectiva, Matrix supo rastrear y pulsar las fibras sensibles del cambio de siglo. La democratización y universalización de la tecnología; la expansión de la world wide web, las plataformas y videojuegos virtuales y el alumbramiento de una vida alternativa digital; el efecto 2000 y la amenaza del hacker en la sombra; el milenarismo, la fusión cultural en un mundo globalizado, las coreografías hongkonesas de artes marciales llevadas a un nivel poco o nunca visto anteriormente, la estética de discoteca techno que dominaba el periodo… Todo ello sobre la base de el tradicional y siempre efectivo esquema del aparente marginal -el tipo corriente de aburrida e incluso desazonadora existencia, en resumen- a quien se le revela su razón de ser como mesías providencial, lo cual entremezcla por tanto existencialismo con referencias bíblicas, filosofías orientales, clásicos literarios…

         Dos décadas después, Matrix sobrevive perfectamente como cuestionamiento del homo tecnologicus y de su experiencia de la realidad. Aunque aboga por la distopía tortuosa en lugar de por esa distopía de progreso ilusorio que parece ser la predominante –la sumisión mediante el placer superficial y no mediante la opresión brutal, como pronosticaba Aldous Huxley en Un mundo feliz-, su vigencia argumental puede considerarse reforzada incluso por el desarrollo y ampliación de la vida paralela y simulada por la vía de las redes sociales como nuevo opio en el que hasta se puede cuantificar objetivamente la gratificación obtenida -likes, matches, corazones…-; la ultraexposición de la privacidad también por el big data y los sistemas de espionaje disimulados o hasta relativamente voluntarios; la hiperconectividad y la hiperinformación como herramientas de control y confusión…

Peor fortuna corren todas las escenas que encajarían en un anuncio de batalla de djs, caso de la entrada en Matrix de la tripulación del Nabucodonosor o el imitado y parodiadísimo asalto del recibidor del rascacielos. Con todo, es imposible negar la influencia posterior de esos equilibrios coreográficos, ralentíes de cámara y trucajes visuales como el ‘efecto bala’. El catálogo de horrorosas gafas de sol no se mencionará porque volverán a estar de moda en algún momento de la próxima década.

         En definitiva, en mitad de este universo confuso e inaprensible que conspira contra él, Thomas Anderson, un perdedor cualquiera, se pregunta quién es y qué hace aquí, en un cuchitril nauseabundo, sin amigos y con cara pasmada de estar esperando no se sabe qué. Hasta que, de la nada, el conejo blanco otorga carta de validez a su alter ego Neo y le guía hasta su destino manifiesto, con una épica entre apocalíptica y salvífica a la altura de las más elevadas expectativas de su ego desencantado y doliente con la insulsa vida de todo hijo de vecino. Una alucinación en tonos verdosos o azules, según se esté a uno u otro lado de la ilusión.

Vista desde esta distancia de 20 años -y del paso de la adolescencia a la edad adulta-, se percibe con claridad, en la escena de presentación del protagonista, la construcción trascendental que configuran alrededor de él las hermanas Wachowski -por entonces eran los hermanos Wachowski, como es sabido; un conflicto de identidad que ahora puede añadir un elemento más desde el que interpretar esta temática acerca de personalidades ocultas bajo la piel impuesta a priori por la naturaleza o la sociedad, y acerca de la capacidad de decisión del individuo para conquistar su propio y espectacular sino-. «Eres mi Jesucristo personal», «necesitas desconectarte», «no distingo sueño de realidad»… Las claves en la primera conversación.

El fondo es menos intrincado de lo que asemeja, y es probable que las propias directoras y guionistas fueran bien conscientes de ello, porque en esta entrega inaugural de Matrix se hallan infiltrados pequeños detalles de humor y un agradecido regusto de serie B en parte de su imaginería -las torres chisporroteantes del criadero, el gancho de rescate, los enormes enchufes cerebrales, el kung fu, los guiños cinéfagos…-. Son rasgos que casan con ese espíritu de novela juvenil de ‘elige tu propia aventura’ que domina la trama del neófito Neo -arrastrado de improviso a una epopeya inesperada en la que debe ir dilucidando qué pastilla escoge o no, qué camino sigue o no, qué debe creer o no…- y que, en cierto modo, invita a participar al espectador y que resulta bastante entretenido.

.

Nota IMDB: 8,7.

Nota FilmAffinity: 7,9.

Nota del blog: 7,5.

La lengua de las mariposas

2 Ago

.

Año: 1999.

Director: José Luis Cuerda.

Reparto: Manuel Lozano, Fernando Fernán Gómez, Uxía Blanco, Gonzalo Uriarte, Alexis de los Santos, Jesús Castejón, Guillermo Toledo, Elena Fernández, Tamar Novas, Tatán, Lara López, Celso Bugallo, Xosé Manuel Olveira ‘Pico’, Antonio Lagares, Milagros Jiménez, Eduardo Gómez.

Tráiler

.

         Hablando sobre La lengua de las mariposas, se sorprendía su director, José Luis Cuerda, de que escenas como la del pasillo de los presos republicanos despertaban todavía una gran emoción entre los mayores de Allariz, el pueblo ourensano donde rodó esta adaptación de una serie de cuentos del coruñés Manuel Rivas. El cineasta lo interpretaba como una prueba de que la Guerra Civil española no era un conflicto adecuadamente sanado en Galicia. No es, por supuesto, una situación exclusiva de esta comunidad, pero en octubre de 2018 se produjo una nueva evidencia de este cierre en falso de la guerra fratricida y los posteriores cuarenta años de dictadura nacionalcatólica. Fue en la inauguración de la muestra en la que se exhibía por primera vez en España el óleo de Castelao A derradeira leición do mestre, «La última (o definitiva, tal es el sentido del término) lección del maestro», considerado el Guernika gallego por su simbolismo furibundo y doliente en denuncia de la represión del nacionalismo galleguista y las libertades republicanas promovida por el alzamiento militar de 1936 y el régimen franquista. En su interpretación de la obra durante el discurso de apertura, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, loó los valores democráticos en oposición a unos fanatismos ideológicos que conduce al totalitarismo, «presentes en el mundo actual bajo diferentes etiquetas», si bien su advertencia contra la polarización política internacional, que atribuyó a lo que entiende como corrientes políticas populistas -pese a que su partido es capaz de avalar a un alcalde como Senén Pousa en Beade, cerca de Allariz-, también incluyó una invitación a pasar página mientras se contempla un cuadro ante el que “los más viejos sentirán los ecos de aquella barbarie, y los más nuevos se preguntarán asombrados si realmente fue aquí en Galicia donde sucedió”.

Con estas palabras, y tal como le reprocharon posteriormente, entre otros, los grupos de la oposición parlamentaria, el dirigente del PP se cuidó de condenar expresamente a los golpistas que fueron directamente responsables de la ejecución el 17 de agosto de 1936 de Alexandre Bóveda, el intelectual y político galleguista a quien Castelao, que entrega su rostro al del maestro que yace fusilado ante sus alumnos, rinde homenaje en esta pintura creada en el exilio y que amplía una de las estampas de su libro Galicia mártir. Ante estas medias tintas de Feijóo, una constante en el discurso y la acción política de la formación conservadora, fundada por un ministro de Francisco Franco, las declaraciones del resto de partidos incidieron en la necesidad de completar adecuadamente la labor de la memoria histórica para saldar definitivamente las cuentas con un pasado negrísimo y aún reciente y palpable, incluida la exhumación e identificación de los cuerpos de los ajusticiados, la reparación de su recuerdo y su dignidad y la supresión de los privilegios que todavía detentan los herederos del dictador como, sin salir de Galicia, ocurre por ejemplo con el expolio de bienes patrimoniales como el pazo de Meirás o las esculturas de Abraham e Isaac del Pórtico de la Gloria. 

         A derradeira leición do mestre era además la joya de la corona de una exposición en la que se profundizaba en la labor de Castelao como maestro de escuela y en la que se reflejaba el papel de la educación pública para, a pesar de la precariedad rampante, erigirse en una herramienta esencial contra la intolerancia y en favor de la igualdad y de la libertad moral e intelectual del individuo, dentro de un proyecto cercenado a sangre y fuego por una rebelión militar de filiaciones fascistas que tuvo precisamente en los docentes una de sus presas predilectas, como recordaba la abultada lista de ajusticiamientos recogidos por la muestra.

La lengua de las mariposas es una aproximación primero literaria y después cinematográfica a estos hechos, a cómo este aprendizaje humanista queda truncado literalmente a pedradas y espumarajos, símbolo de una generación que ha de vender su alma para sobrevivir en medio de la ignorancia, el clasismo y la brutalidad. Cuerda, encargado tanto de la realización como de ayudar a Rafael Azcona a traducir a libreto los textos de Rivas, establece esta escisión desde la mirada infantil, aterrada en su sensiblidad por la violencia que se adivina en el mundo adulto -«la letra que con sangre entra» y la Guerra del Rif como figuras equivalentes-. Y, en contraposición, sitúa a un mentor luminoso, que a través de las lecciones y de la amistad abre sus ojos a la vida pese a las nubes tormentosas que van oscureciendo el escenario. Las enseñanzas del maestro versan sobre las maravillas que el mundo alberga, pero asimismo sobre el infierno que pueden ser los otros.

         La película consigue manifestar con hermosura, lirismo y crudeza esa colisión entre las miradas soñadoras de dos iguales, el pequeño Gorrión y el veterano don Gregorio, frente a una realidad enferma y enajenada que conspira contra ellos, amenazando los valores que definen las esencias más elevadas del ser humano -el entusiasmo, la solidaridad, la comprensión, la lealtad, la libertad, el amor-. Hay una notable delicadeza y precisión para construir, plasmar y entrecruzar ese retrato de la ilusión del niño que descubre la vida con el espíritu curtido aunque irreductible contra desencantos del anciano profesor. Ayuda el emotivo contraste entre la frescura de Manuel Lozano y la rotundidad -sutil rotundidad- de un tótem viviente como Fernando Fernán Gómez. Al mismo tiempo, no se regodea en subrayar la sinrazón presente y la muerte que se avecina, intermediada por personajes que compone de un par de pinceladas para dar cuerpo con ellas a una atmósfera de fondo inquietante y cada vez más tangible. No se abusa por tanto de personajes monolíticos como el del cacique, que funcionan prácticamente como estereotipos.

         Azcona ensambla con naturalidad los tres relatos cortos de los que se compone el filme, apoyado fundamentalmente en la veracidad y la emoción de ese registro humano e histórico, de lo que obtiene pasajes conmovedores como el clímax final, donde se condensa esta lucha insoportable y eterna entre la libertad y la barbarie, el odio y el amor, entre un hermano y otro.

.

Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,5.

Nota del blog: 8.

A %d blogueros les gusta esto: