Año: 1992.
Director: Hayao Miyazaki.
Reparto (V.O.): Shūichiro Moriyama, Akemi Okamura, Tokiko Kato, Akio Ōtsuka, Bunshi Katsura Vi, Tsunehiko Kamijoe, Hiroko Seki.
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Hayao Miyazaki, un creador fascinado por los cerdos, convirtió a uno de ellos en el centro de su única película que, podría decirse, está protagonizada en exclusiva por un personaje masculino: Porco Rosso. Ese cerdo -en realidad un hombre hechizado por un misterio que se deja estimulantemente a la imaginación de cada cual- da, en el fondo, la medida de la humanidad. «Son cosas de hombres», reflexiona ante una cabalgata fascista en la Italia de Entreguerras en la que se ambienta el filme, deslizando una amarga referencia a asuntos como el belicismo y la opresión totalitaria. En cambio, él muestra su fidelidad a una copa de vino, a la amistad con la bella viuda de un compañero y, sobre todo, a surcar las nubes a bordo de su hidroavión, libre.
Pero, además, Porco Rosso encarna la capacidad del ser humano de soñar, de alcanzar las más altas metas, incluido el cielo, como manifiesta la aviación, otro de los elementos recurrentes en las fantasías del autor japonés, cuya fascinación se manifiesta en la hipnótica belleza de los movimientos aéreos, de la pasión por los diseños de las aeronaves. «Un cerdo que no vuela es solo un cerdo», explica desde su aguzado laconismo. Ese es, en último término, su duelo definitivo. Romper barreras y convenciones. Volar más alto que nadie por el puro placer de hacerlo, no por el botín -como los piratas-, la fama -como esa especie de Errol Flynn que contratan para batirlo- o el poder sobre los demás -como la aviación militar-.
Porco Rosso podría considerarse la película de mayor influjo europeo del Studio Ghibli, en la que el gusto por el paisaje y la arquitectura de Miyazaki se plasma en un canto de amor al mar Adriático. Este es el hogar de un antihéroe crepuscular y melancólico, el último aventurero en el advenimiento del fascismo y que, ante el devenir de un mundo enloquecido, vive prácticamente aislado del mundo en una pequeña y hermosa isla, prácticamente como Humphrey Bogart en su bar de Casablanca, aceptando con estoicismo la maldición -impuesta tanto por ese enigma fantástico de su transformación en cerdo como por la deriva de la sociedad en tiempos de crisis- que parece empujarlo a una existencia solitaria, pensativo y enigmático con su gabardina, su cigarrillo y su mirada escondida tras las gafas de sol. «Prefiero ser un cerdo que un fascista», espeta Porco Rosso para rechazar la invitación a unirse a la aviación militar italiana. Hay un trasfondo oscuro tras su condición marginal. El cine, dentro de esta lógica social interna, lo dibuja ya como el malo de la película.
No obstante, dentro de este carácter sentimental, Porco Rosso también mira la aventura con entusiasta espíritu inocente, lo que no deja de ser parte de su romanticismo. Los piratas parecen ser herederos de sus ancestros de Astérix y Obélix y perseveran ante la constante pérdida de sus embarcaciones; las niñas que secuestran los traen por el camino de la amargura y todos ellos se sonrojan ante la presencia de una dama. Es decir, que también ellos son críos que juegan. Y que nos invitan a jugar.
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Nota IMDB: 7,7.
Nota FilmAffinity: 7,4.
Nota del blog: 7,5.
Contracrítica