“Orson Welles es un animal escénico. Cuando aparece ante la cámara, el resto del mundo deja de existir. Es un ciudadano de la pantalla.”
Jean Renoir
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El tercer hombre
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Año: 1949.
Director: Carol Reed.
Reparto: Joseph Cotten, Alida Valli, Orson Welles, Trevor Howard, Bernard Lee, Paul Hörbiger, Ernst Deutsch, Siegfried Breuer, Erich Ponto, Wilfrid Hyde-White.
Tráiler
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Para homenajear el centenario del nacimiento de Orson Welles, un genio íntimamente ligado con la ciudad, uno de los dos cines de Ávila ha decido recuperar para la pantalla grande uno de los clásicos de su filmografía. A pesar de que podría haberse decantado por la opción lógica, Campanadas a medianoche, adaptación shakesperiana rodada al pie de la muralla, este cine ha preferido escoger otra de sus cintas más célebres y reconocidas… la cual paradójicamente no dirige y en la que apenas aparece durante alrededor de un cuarto de hora –eso sí, muy bien aprovechado-, motivado principalmente por la necesidad de financiación que exigía su proyecto personal en curso, Otelo -una producción conflictiva que tardaría tres años en materializarse-, y evadiendo constantemente a los asistentes de producción que debían asegurarse de su disponibilidad en Viena –de hecho, se emplearían dobles de cuerpo en unas cuantas escenas, entre ellos el propio realizador, Carol Reed-. Se trata, claro, de El tercer hombre. Obviamente, más allá de su pertinencia o no para el homenaje, tampoco nos vamos a quejar de tener la oportunidad de verla como Dios manda –por lo menos, un servidor y la otra señora presente en la proyección, a nuestras anchas en una sala con quinientas butacas de aforo-.
El tercer hombre recoge buena parte de los códigos del ‘spiv film’ británico, el cine de estraperlistas ambientado en la cruda realidad de la miseria económica y humana posterior a la Segunda Guerra Mundial y del que Graham Greene, autor de la historia –con arreglos de Reed y, por supuesto, de Welles, incluido su famoso monólogo sobre Suiza y el reloj de cuco-, también había servido con sus textos uno de los mejores ejemplos del subgénero, Brighton Rock. Aquí, sin embargo, la acción se traslada a la igualmente arrasada Viena, dividida entre las cuatro potencias vencedoras, mientras que el protagonista no será el delincuente, sino Holly Martins, un escritor norteamericano de novelas del Oeste (inconmensurable Joseph Cotten) que acude a la capital austríaca para encontrarse con un viejo amigo, Harry Lime, quien le ha prometido un empleo de subsistencia.
De un plumazo, Reed establece las líneas maestras de la película, con un escenario corrompido y corruptor a causa de la tragedia y que condiciona asimismo el retrato humano de sus moradores; un enigma por resolver –la muerte de Lime, atropellado momentos antes de la llegada de Martins-, y la seducción de una chica guapa, la actriz de teatro Anna Schmidt (Alida Valli), aparición hechizante en el entierro. Es decir, mimbres suficientes para incentivar la imaginación fabuladora del escritorzuelo y, de ahí, atraparle en una trama de misterios, romances y aventuras desarrollada en una localización que le es exótica y ajena. Pero, por desgracia, ni Viena es ni su idealizado Oeste americano, ni él uno de los viriles llaneros solitarios de sus historietas de cinco centavos.
Poco restará del sarcástico lenguaje de la introducción a medida que avanza el metraje, de la misma manera que, con cierta ironía, el popular punteo de cítara de Anton Karas parece volverse en contra de este infortunado literato metido a investigador. Desfondado de pesimismo a propósito de la condición humana, El tercer hombre propone un filme en el que ese áspero realismo de posguerra queda ofuscado por un mar de planos angulosos y sombras expresionistas que, a la par de las dudas e incógnitas que siembra poco a poco el guion, crispan y confunden sin remedio las elucubraciones simplistas e inocentes de Martins, un presunto héroe que, impulsado por una vaga idea de conquista amorosa, naufraga en un hostil microcosmos que no comprende y unos bajos fondos despiadados en los que no hay hueco para el supuesto romanticismo del criminal -la naturaleza del protagonista, por tanto, es perfectamente reconocible: es la contradicción entre el héroe mítico que ansiamos ser y el tipo torpe, mediocre y desorientado que en realidad somos… y por eso mismo se hace querer-.
En paralelo a la gradual influencia en la narración de una penetrante sensación de vacío y desencanto, el libreto administra el suspense con atractivo pulso, gracias a lo cual, aun estando fuera de escena, se consigue dotar de una fascinante y magnética personalidad al desaparecido Lime –eso sí, sin perder nunca la honestidad hacia el espíritu del relato-.
La intriga y el drama describen así un crescendo conjunto que, en contraste, conduce a los personajes a un descenso hacia las sucias cloacas de la ciudad -reflejo sin disfraces de la vida de la superficie-, y en cuyos laberintos se firma, por medio de una secuencia arrolladora rematada con una conclusión descorazonadoramente lírica, la sentencia de este oscura perspectiva acerca de una guerra que continúa destrozando toda existencia con su mera huella, ponzoñosa e indeleble. La última secuencia de El tercer hombre –un paseo fingidamente indiferente y un cigarro cabizbajo-, ejecuta finalmente, sin concesiones, esta desolada condena.
Nota IMDB: 8,3.
Nota FilmAffinity: 8,3.
Nota del blog: 8,5.
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Etiquetas: 40's, Amistad, Austria, Delincuencia, Desencanto, Investigación, Muy buena, Pobreza, Posguerra, Reino Unido, Traición
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