Archivo | mayo, 2015

Leviatán

31 May

El Leviatán se ha encontrado con la horma de su zapato, puesto que no hay monstruo, por kafkiano que sea, que se le resista a Ultramundo. Despejen la agenda, porque entre Iván Suárez, encargado del cómo se hizo, y un servidor, a los mandos del análisis cinematográfico, juntamos alrededor de 15 páginas con las que someter a la bestia. En este enlace, la lucha completa. Aquí, solo un extracto.

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El tercer hombre

29 May

“Orson Welles es un animal escénico. Cuando aparece ante la cámara, el resto del mundo deja de existir. Es un ciudadano de la pantalla.”

Jean Renoir

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El tercer hombre

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El tercer hombre

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Año: 1949.

Director: Carol Reed.

Reparto: Joseph Cotten, Alida Valli, Orson WellesTrevor Howard, Bernard Lee, Paul Hörbiger, Ernst Deutsch, Siegfried Breuer, Erich Ponto, Wilfrid Hyde-White.

Tráiler

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            Para homenajear el centenario del nacimiento de Orson Welles, un genio íntimamente ligado con la ciudad, uno de los dos cines de Ávila ha decido recuperar para la pantalla grande uno de los clásicos de su filmografía. A pesar de que podría haberse decantado por la opción lógica, Campanadas a medianoche, adaptación shakesperiana rodada al pie de la muralla, este cine ha preferido escoger otra de sus cintas más célebres y reconocidas… la cual paradójicamente no dirige y en la que apenas aparece durante alrededor de un cuarto de hora –eso sí, muy bien aprovechado-, motivado principalmente por la necesidad de financiación que exigía su proyecto personal en curso, Otelo -una producción conflictiva que tardaría tres años en materializarse-, y evadiendo constantemente a los asistentes de producción que debían asegurarse de su disponibilidad en Viena –de hecho, se emplearían dobles de cuerpo en unas cuantas escenas, entre ellos el propio realizador, Carol Reed-. Se trata, claro, de El tercer hombre. Obviamente, más allá de su pertinencia o no para el homenaje, tampoco nos vamos a quejar de tener la oportunidad de verla como Dios manda –por lo menos, un servidor y la otra señora presente en la proyección, a nuestras anchas en una sala con quinientas butacas de aforo-.

            El tercer hombre recoge buena parte de los códigos del ‘spiv film’ británico, el cine de estraperlistas ambientado en la cruda realidad de la miseria económica y humana posterior a la Segunda Guerra Mundial y del que Graham Greene, autor de la historia –con arreglos de Reed y, por supuesto, de Welles, incluido su famoso monólogo sobre Suiza y el reloj de cuco-, también había servido con sus textos uno de los mejores ejemplos del subgénero, Brighton Rock. Aquí, sin embargo, la acción se traslada a la igualmente arrasada Viena, dividida entre las cuatro potencias vencedoras, mientras que el protagonista no será el delincuente, sino Holly Martins, un escritor norteamericano de novelas del Oeste (inconmensurable Joseph Cotten) que acude a la capital austríaca para encontrarse con un viejo amigo, Harry Lime, quien le ha prometido un empleo de subsistencia.

            De un plumazo, Reed establece las líneas maestras de la película, con un escenario corrompido y corruptor a causa de la tragedia y que condiciona asimismo el retrato humano de sus moradores; un enigma por resolver –la muerte de Lime, atropellado momentos antes de la llegada de Martins-, y la seducción de una chica guapa, la actriz de teatro Anna Schmidt (Alida Valli), aparición hechizante en el entierro. Es decir, mimbres suficientes para incentivar la imaginación fabuladora del escritorzuelo y, de ahí, atraparle en una trama de misterios, romances y aventuras desarrollada en una localización que le es exótica y ajena. Pero, por desgracia, ni Viena es ni su idealizado Oeste americano, ni él uno de los viriles llaneros solitarios de sus historietas de cinco centavos.

            Poco restará del sarcástico lenguaje de la introducción a medida que avanza el metraje, de la misma manera que, con cierta ironía, el popular punteo de cítara de Anton Karas parece volverse en contra de este infortunado literato metido a investigador. Desfondado de pesimismo a propósito de la condición humana, El tercer hombre propone un filme en el que ese áspero realismo de posguerra queda ofuscado por un mar de planos angulosos y sombras expresionistas que, a la par de las dudas e incógnitas que siembra poco a poco el guion, crispan y confunden sin remedio las elucubraciones simplistas e inocentes de Martins, un presunto héroe que, impulsado por una vaga idea de conquista amorosa, naufraga en un hostil microcosmos que no comprende y unos bajos fondos despiadados en los que no hay hueco para el supuesto romanticismo del criminal -la naturaleza del protagonista, por tanto, es perfectamente reconocible: es la contradicción entre el héroe mítico que ansiamos ser y el tipo torpe, mediocre y desorientado que en realidad somos… y por eso mismo se hace querer-.

En paralelo a la gradual influencia en la narración de una penetrante sensación de vacío y desencanto, el libreto administra el suspense con atractivo pulso, gracias a lo cual, aun estando fuera de escena, se consigue dotar de una fascinante y magnética personalidad al desaparecido Lime –eso sí, sin perder nunca la honestidad hacia el espíritu del relato-.

            La intriga y el drama describen así un crescendo conjunto que, en contraste, conduce a los personajes a un descenso hacia las sucias cloacas de la ciudad -reflejo sin disfraces de la vida de la superficie-, y en cuyos laberintos se firma, por medio de una secuencia arrolladora rematada con una conclusión descorazonadoramente lírica, la sentencia de este oscura perspectiva acerca de una guerra que continúa destrozando toda existencia con su mera huella, ponzoñosa e indeleble. La última secuencia de El tercer hombre –un paseo fingidamente indiferente y un cigarro cabizbajo-, ejecuta finalmente, sin concesiones, esta desolada condena.

 

Nota IMDB: 8,3.

Nota FilmAffinity: 8,3.

Nota del blog: 8,5.

Elena

28 May

“Me he dado cuenta de que a menudo, los corazones de los hombres no son tan malos como sus actos, y casi nunca como la maldad de sus palabras.” 

J.R.R. Tolkien

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Elena

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Elena

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Año: 2011.

Director: Andréi Zvyagintsev.

Reparto: Nadezhda MarkinaAndrey SmirnovAleksey Rozin, Elena Lyadova, Evgeniya Konushkina, Igor Ogurtsov.

Tráiler

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            “Por mi hija mato. MA-TO”, proclamaba la heroína popular de la España del cambio de milenio, modelo de honradez y entereza para unos, vulgar espantajo de un populismo fascistoide para otros. La frase, como es natural, tiene adeptos. Sacrificarse por sus hijos es el deber moral de todo padre. Un imperativo biológico también, solo que reciclado en discurso afectivo. Las madres coraje son una herramienta de narración emocional de primer orden, dueñas de una empatía envidiable, en la mayoría de los casos éticamente justificada por el público sobrecogido al otro lado de la pantalla.

            Ahora bien, ¿qué sucede cuando vistos desde fuera, objetivamente, resulta difícil encontrar la justificación de sus actos impelidos por la pasión maternal? Un interrogante similar al que planteaba Madre e hijo para diagnosticar la putrefacción que gangrenaba a la élite social de la Rumanía contemporánea se abre en Elena, por su parte ambientada en la desigual y problemática Rusia de hoy. Si en la primera una acaudalada señorona iniciaba una cruzada contrarreloj para evitar la condena de su único hijo por el atropello de un niño, aquí la Elena epónima, una enfermera recién jubilada y casada en segundas nupcias con un hombre pudiente (estupenda Madezhda Markina), trata denodadamente de convencer a su marido para que, una vez más, le preste dinero al hijo de su matrimonio anterior y que, así, éste pueda enviar a la universidad a su nieto, desfavorecidos como están por una situación económica adversa, fruto del paro y la falta de oportunidades de este país descompuesto.

            En Madre e hijo el guion desacreditaba tanto la personalidad de la protagonista como la de su malcriado retoño y, de esta manera, cuestionaba la legitimidad de una operación que hacía palanca en la corruptibilidad de las instituciones rumanas. En Elena, la protagonista es una mujer que vive con honestidad y cariño una relación que, no obstante, parece abocarla a una rutina fría y sorda. En cambio, su hijo es un mastuerzo válido para nada y su nieto tiene visos de seguir sus pasos ceporriles con denodado esfuerzo y, más aún, con la apatía rencorosa que caracteriza la adolescencia. Como le advierte su segundo esposo, donarles otra remesa de dinero es desperdiciarlo. Pero claro, ¿cómo aclararle este dilema a una mujer cegada de amor maternofilial y empecinada en asegurar por todos los medios el futuro de su descendencia? De ahí que, en consecuencia, se le pregunte al espectador, ¿resiste incólume el heroísmo cuando al fin se le despoja de esa pretendida e idealizada dignidad?

            Tercera película de Andréi Zvyagintsev, esta vez producto de un encargo y dotada de un cariz más social que sus anteriores introspecciones psicológicas y familiares, el cineasta ruso, que remozaría a su gusto la historia original en colaboración con su habitual Oleg Negin, dibuja con precisión el perfil humano de Elena y el pulso desfallecido de su vida cotidiana, así como los espacios y los caracteres que componen su realidad y su conflicto dramático. A partir de ahí, desarrolla un juego de contradicciones y oposiciones entre los conceptos de amor y las imágenes de justicia que cada uno de los personajes reserva para sí mismo y para su relación con el resto, desentrañando con ello el cinismo del hombre común y desarrollando una visión agria y pesimista de la sociedad actual.

            Un poco al estilo de Claude Chabrol, con naturalista parsimonia, trágica, satírica y patética a partes iguales, rica en silencios y momentos vacíos –y con una narración un tanto laxa-, Elena insiste en que convertirse en un sórdido personaje de cine negro se encuentra al alcance de cualquier hijo de vecino. Una tarea cotidiana, universal, eterna y, por supuesto, en absoluto glamourosa, simplemente irresponsable o inconsciente incluso, más en dependencia del egoísmo, la hipocresía y la defensa cínica de un sentido errado o egocéntrico de la justicia y la moral que de una voluntad manifiesta de hacer el mal. ¿Quién no haría lo que fuese por la felicidad y el porvenir de su desdichado hijo?

 

Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7.

Mad Max: Furia en la carretera

27 May

“¡Max, estás hecho una pena!”, le cantaba Siniestro Total. Después de treinta años perdido entre las arenas posatómicas, Mad Max vuelve más loco que nunca para sembrar Furia en la carretera. Y arranca motores en Ultramundo: ¡Sed testigos!

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The Banishment

26 May

“Fascina y aterra: todo lo que decimos deviene en verdad.”

Thomas Vinterberg

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The Banishment

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The Banishment

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Año: 2007.

Director: Andréi Zvyagintsev.

Reparto: Konstantin Lavronenko, Maria Bonnevie, Aleksandr Baluev, Dmitriy Ulyanov, Vitaliy Kishchenko, Maksim Shibayev, Yekaterina Kulkina, Aleksey Vertkov, Igor Sergeev, Elizabet Dantsinger.

Tráiler

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           Después de sorprender y levantar comparaciones con el gigante Andréi Tarkovsky gracias a El regreso, además de coronarse con el León de oro de la Mostra de Venecia, el joven director ruso Andréi Zvyagintsev prolongaba con The Banishment –“el destierro”- su indagación grave y tortuosa en la psicología de la familia y de la paternidad, núcleos humanos que como en la citada opera prima, estallan por los aires a causa de una perturbación determinante –la reaparición del padre ausente en aquella, la confesión de un embarazo fruto de una supuesta infidelidad en la presente-.

           Con una trama ascética en su concepción, su expresión y su resolución, suspendida en el tiempo y el espacio –las localizaciones del escenario y la ambientación material no se corresponden con un lugar o un periodo concreto-, The Banishment habla del peso de la herencia en la sangre, el perdón, la culpa y la relación de divergencia y sometimiento entre sexos. Un conflicto introspectivo que deriva en una sublimación los desequilibrios de la pareja que, por una parte, se manifiesta a través de las sombras que envuelven al padre y sus negocios y, por la otra, por medio de la soledad extrema de la madre y las motivaciones e implicaciones morales de sus actos –planteados de forma un tanto más tosca en comparación con la delicadeza con la que el guion entreteje sus hilos temáticos y distribuye la información y el suspense a lo largo del argumento-.

           La realización impone desde la introducción un tono solemne y trágico, delimitado por una banda sonora tenebrosa que, junto con la irrupción puntual del trueno y, en general,  de una serie de detalles dramáticos –el ejemplo del hermano como posible anticipo de un destino escrito de antemano-, reafirman esa sensación de trascendencia o de proyección religiosa que parece albergar el discurso moral del filme.

Aunque sólida y menos fría que El regreso, la narración de The Banishment adolece de un exceso de metraje y de cierta reconcentración que se compensa por el refinamiento estético de las composiciones de Zvyagintsev.

 

Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7,5.

El jinete eléctrico

25 May

El jinete eléctrico es una cinta típicamente pollackiana, dueño de una reivindicación sensible de la dignidad de un mundo que se marcha -el del salvaje Oeste- y con un romance entre caracteres contrapuestos -una estrella del rodeo desahuciada y una ambiciosa reportera-. Para la segunda parte del especial Sydney Pollack en Cine Archivo.

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Mandarinas

24 May

“Cuando haces una película nunca hay que dejar de lado la ética. Pero ética no en un sentido político, sino en el sentido de que nadie es una mierda con el que no merezca la pena hablar.”

James Gray

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Mandarinas

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Mandarinas

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Año: 2013.

Director: Zaza Urushadze.

Reparto: Lembit Ulfsak, Giorgi Nakashidze, Mikheil Meskhi, Elmo Nüganen.

Tráiler

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           Qué difícil es construir una identidad nacional. Aparte de las fantasías pseudohistóricas procedentes del exaltado siglo XIX, uno tiene poco donde agarrarse en esta aldea global para identificarse y abrigarse bajo el multitudinario cobijo de un colectivo determinado. A estas alturas, quién puede decir si uno es español o estadounidense con acento raro, castellano o madrileño, de la marca España o del Barça. Etiquetas absurdas que, en este comienzo de siglo XXI desorientado y caníbal, parecen servir solo para sentirse agraviado sin perder en tiempo en reflexionar sobre el asunto y retwittear hastags coléricos y oportunistas.

           El Ivo de Mandarinas (Lembit Ulfsak) nada tiene y nada le pertenece. Descendiente de los colonos estonios asentados en la Abjasia desde hace dos centurias, Ivo habita una tierra que ama y que odia, que produce mandarinas y que siembra misiles, que le ha dado la vida y que le ha despojado de aquello que confiere sentido a su existencia. Una mota montañosa que, en medio de las disputas fratricidas de 1992 -aún sin resolver de forma terminante-, ni es Georgia, ni es la Unión Soviética, ni es Rusia, ni es la Abjasia. Una tierra de nadie que, sí, se llama Abjasia, pero que podría ser cualquier otra, en cualquier momento, en cualquier lugar. Ivo es un hombre para el que ninguna diferencia supone quedarse en su hogar o retornar a ese país que sus vecinos llaman “casa”. Ivo, en definitiva, posee la sabiduría de quien sabe que su única adscripción y pertenencia es al ser humano.

           La mentalidad del protagonista marca el ritmo al que se narra Mandarinas. Con el sosiego de quien observa el mundo desde insobornable el sentido común que da el desengaño, depurándose de lo accesorio para potenciar lo esencial, Mandarinas desarrolla un alegato humanístico a propósito de la historia particular de una tierra. O, mejor dicho, de la Tierra, en general.

La coproducción estonio-georgiana, escrita y dirigida por Zaza Urushadze, propone un planteamiento alegórico semejante al que planteaba Danis Tanovic en su oscarizada En tierra de nadie, donde antagónicos combatientes de las Guerras Yugoslavas dirimían las descomunales implicaciones del conflicto en un escenario concentrado, ínfimo, en torno a un artefacto explosivo a punto de reventar, literal y metafóricamente. Aquí, el anciano Ivo acoge en su parca vivienda -abandonada en el agro entre dos facciones irreconciliables, con sus antiguos moradores retornados al país báltico y ahora tan solo poblada por fantasmas y ausencias-, a un mercenario checheno que lucha por el bando caucásico independentista y a un guerrillero georgiano que reclama para su nación, recién nacida de las cenizas del gigante soviético, la propiedad del territorio. Un limbo donde, gracias a esta visión microscópica del asunto, reducida a su mínima expresión, comprobar la dolorosa sinrazón de las guerras del hombre. Un remanso de paz ajeno al mundanal ruido donde reencontrarse con la esencia solidaria y empática que define a esta especie caída en desgracia.

           Como es moneda habitual en este tipo de discursos cinematográficos de fuerte contenido simbólico, la trama no deja de estar compuesta de forma un tanto forzada de cara a ilustrar una serie de conclusiones morales que, en cierta manera, también se ven venir con anticipación. Sin embargo, la calidad y el calor humano que aun con todo y ello logra transmitir Mandarinas hace que esos cálculos evidentes de guion merezcan la pena. Su pertinencia, por desgracia, no cesa.

           Primera nominación de Estonia al Óscar a mejor película de habla no inglesa, donde caería derrotada por la polaca Ida.

 

Nota IMDB: 8,6.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 7,5.

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