Archivo | octubre, 2012

Los bastardos

31 Oct

“En una sala somos cómplices y testigos de la acción, por ello me gusta que las historias sean lo más real posible.”

Amat Escalante

 

 

Los bastardos

 

Año: 2008.

Director: Amat Escalante.

Reparto: Jesús Moisés Rodríguez, Rubén Sosa, Nina Zavarin.

Tráiler

 

 

            El mexicano Amat Escalante, de origen catalán, surge al amparo de un denominado nuevo cine mexicano y, en especial, después de actuar como ayudante de dirección a sus órdenes, de la figura consagrada de Carlos Reygadas, un realizador con un estilo propio e innegociable y una trayectoria llena de triunfos internacionales, discutidos en muchas ocasiones, hasta el punto de aunar en el festival Cannes 2012 con Post Tenebras Lux abucheos después de la proyección del filme y el premio al mejor director del certamen.

            Como en toda nueva corriente, este nuevo cine mexicano aspira a romper, a refundar, a dar la vuelta o deformar hasta dejar irreconocible y, de este modo, dar paso a una nueva sensibilidad, a una nueva realidad cinematográfica. Es significativo que, a lo largo de la historia del cine, la mayoría de estas tendencias hayan buscado en el acercamiento en crudo a la realidad el ingrediente fundamental de la fórmula para reinventar la ficción, sea por principios morales, sea por falta de recursos.

Los bastardos, segunda película de Escalante tras Sangre, premio FIPRESCI en Cannes, expone una realidad sucia y fuertemente dramática teñida de rasgos que frisan con lo surrealista o, al menos, con lo onírico o absurdo. Esta historia mínima sobre una tragedia mayúscula –el asesinato por encargo de la madre de una familia desestructurada a cargo de dos paupérrimos inmigrantes mexicanos metidos a mercenarios- podría guardar cierto parentesco estilístico e intencional con aquel Elephant de Gust Van Sant en ese retrato de formas naturalistas de la descomposición y deshumanización de la sociedad desde el reflejo de una cotidianeidad en la que se oculta, agazapado en su interior, un sanguinario monstruo al acecho.

             Son muchos los temas que la cinta condensa en su parquedad espartana: el drama de la inmigración, las desigualdades y la depredación social, el fin del mito de la familia como núcleo y valor indestructible de la sociedad,…

Abundantes subtextos que aborda tan solo con un apunte ligero y bastante tópico –sobre todo en el retrato familiar-, entregado a ese estilo ascético como presunta fuente de lirismo hipnótico, en el que se percibe también la ascendencia de Reygadas como mentor. Señas como las tomas largas, el ritmo contemplativo, el realismo casi documental -sobre todo derivado del rechazo del uso habitual de las elipsis y la no omisión de la escatología más prosaica o la expresión brutal y descarnada de la violencia-, el estatismo de unos intérpretes totalmente amateurs y la férrea economía en el diálogo.

            Pero, como sucedía en la mencionada Elephant, y aun reconociendo detalles de interés –esa sutil y desesperada llamada a completar el encargo de un hombre que al mismo tiempo contempla reflejado en la televisión su negro futuro-, ni cala ese pretendido halo poético austero y subyugante, ni se alcanza el trance reflexivo e iluminador sobre los males de una humanidad degradada y decadente, en el que el asesinato se ha reducido a un trabajo sucio más, comprado por la gente de bien a individuos que se arrastran desesperados por debajo de ellos.

Los bastardos del título no lo son por su modo de vida, sino por su condición, marginados por la sociedad.

            Es curioso que dadas sus características y su fracaso a la de mantener la curiosidad que produce de inicio, Los bastardos debería haber resultado para un servidor más tediosa de lo que finalmente fue (tan solo aburrida a medias).

 

Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 5,6.

Nota del blog: 4.

Harry, el sucio

30 Oct

“Sé lo que estás pensando. Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo también yo he perdido la cuenta. Pero siendo este un Magnum .44, el mejor revólver del mundo, capaz de volarte los sesos de un tiro… ¿no crees que debieras pensar que eres afortunado? ¿Verdad que sí, vago?”

Harry Callahan (Harry, el sucio)

 

 

Harry, el sucio

 

Año: 1971.

Director: Don Siegel.

Reparto: Clint Eastwood, Andrew Robinson, Reni Santoni, Harry Guardino, John Vernon.

Tráiler

 

 

            El espejismo de los años de la paz universal y el amor libre proclamados por los hippies se desvanecían a pasos agigantados a principios de los setenta, una década que nacía ya cansada. La escalada de violencia en un Vietnam que desde 1968 comenzaba a plantearse en el salón de cada casa, vía televisión, como una guerra perdida; el asesinato de Martin Luther King como respuesta a las acciones antisegregacionistas y sociales, la irrupción de Charles Manson y La Familia como perversión satanizada del movimiento hippie, la inseguridad ciudadana, la decepción y la pervivencia inexpugnable del mismo sistema anquilosado e ineficaz que se quiso derribar,…

Harry, el sucio se incardina dentro de un contexto de desesperanza. Incluso el villano adopta rasgos del famoso asesino del zodíaco, que había actuado en San Francisco durante finales de la década precedente. El sufrido inspector Harry Callahan constituye así el paradigma de antihéroe producto de las circunstancias, una de las mayores figuras del cine policíaco, una de las cimas en la trayectoria de Don Siegel y la consagración en la cumbre del star-system de su actor fetiche y alumno Clint Eastwood en un papel que pese a que su versión novelesca estaba concebida a partir de John Wayne -quien trataría más tarde de remendar con torpeza la oportunidad perdida en Brannigan– y a haber sido rechazado por diversos motivos por Sinatra, Lancaster o Newman, siempre se ligará a la silueta del californiano, adusta y tiesa como la mojama.

            Siegel, realizador directo, conciso y habilidoso, presenta de un plumazo contexto y personajes. De la lista de oficiales de policía fallecidos –el sacrificio, el peligro de la época-, a la mira telescópica del rifle del asesino en serie -reflejo de esos tiempos de desconcierto y anarquía- y de ahí a un policía intuitivo, sagaz, implacable y encomendado a una justicia que parece emanar tan solo de su percepción, sin admisión de intercesiones políticas –el alcalde-, de rango –el comisario- o de convenciones profesionales y civiles –la resolución de un atraco en el que Callahan aparece casi como fuerza del caos dados los destrozos que provoca con sus métodos, o la celebérrima escena con el atracador-. Sin embargo, es también la viva imagen de la entrega, acometiendo con eficacia, aunque con procedimientos más que cuestionables, las tareas más sucias que las impolutas gentes de bien del cuerpo y la ciudad no aciertan o quieren resolver desde sus altas torres de marfil.

            Así pues, Callahan es la solución antisistema para mantener el sistema. Un policía de métodos expeditivos, equiparables al crimen. Observa, juzga (no precisamente con misericordia) y actúa, es decir, ejecuta, más que detiene. Unos rasgos de donde surge para muchos un poso de reminiscencias fascistas –concretado a lo largo de la década con la glorificación del justiciero, con Bronson como rostro arquetípico-, con la acción y la apología de la violencia como seña de identidad pero que, repetimos, se inscriben en un contexto histórico determinado -con todo y ello, menos justificada aparece la escena en la que aborda con chantajes emocionales efectistas y simples los matices y las aparentes contradicciones de la Ley-.

Callahan es, en definitiva, un parche temporal autoconsciente –de ahí las frecuentes alusiones al sacrificio crístico, resueltas en el cierre-, decepcionado por el sistema, pero firme defensor del mismo, escudo de los inocentes, más desvalidos que nunca, y azote de los malhechores. No por nada, es él el primer damnificado por su injusticia y deformidad a causa de la muerte de su mujer, atropellada por un alcohólico, hecho que, no por mencionarse continuamente o de forma melodramática, no deja de imprimir su peso en la configuración de la personalidad del policía. Siegel, fiel a su estilo, plantea y apunta motivaciones dramáticas pero no se regodea en ellas, no las discute o analiza pretenciosa o ampulosamente, sino que las identifica como elementos que juegan en favor de la coherencia narrativa, de la acción que se desencadena en el transcurso del relato.

Callahan es, por si fuera poco, el demócrata total: odia a todas las razas, credos e ideologías de la misma manera, sin distinciones.

            En el otro rincón, Scorpio (Andy Robinson, buen contraste por su mezcla de inocencia infantil, perversidad y capacidad irritante) supone la sublimación todos los males de la sociedad post-Woodstock. Viste como un hippie, con una hebilla con el símbolo de la paz inclusive, pero representa la irracionalidad del odio sin motivo, la anarquía más pura que, como culmen de su depravación, emplea como escudo la misma ley que debería mantenerlo a raya. Si Callahan combate hombre a hombre, frontalmente y con un código propio e inquebrantable, Scorpio es una amenaza mutante y sibilina que no duda en abusar del indefenso, especialmente niños, retorciendo la bondad hasta usarla como arma. Es por tanto una alimaña –tiene la mirada perdida o que, en ocasiones, acecha desde las sombras, aúlla, ríe ante la muerte-, un loco a eliminar (con fuego).

No obstante, Scorpio, por exagerado y excepcional, representa desde luego un ejemplo con escasa validez para construir a partir de él una denuncia de los fallos de justicia del sistema pero, de nuevo, es el latido de unos años de desorientación, desilusión y furia.

            Una decepción que hace mella hasta en el más tajante servidor de la ley. Como punto máximo del proceso, estará el acto de desesperación que da lugar a una nueva muestra de habilidad en la dirección de Siegel: el primer cara a cara con un Scorpio herido, en el que Callahan, con el gesto desencajado, ya abocado a dejar de lado cualquier norma legal o moral e igualarse al asesino, hostiga y tortura al psicópata, acercándose a él retratado por una cámara que tiembla de tensión y rabia, entre imágenes nebulosas y alucinadas, al son de una música enfebrecida hasta que, cuando estalla la violencia criminal por parte del defensor de la ley, la cámara se aleja aterrada. Y todo en vano.

            Como sucedía en otro icono como Bullitt, y será norma común en el cine policíaco de la época, Harry, el sucio se vuelca a las calles de San Francisco en aras de una mayor verosimilitud, sin escatimar en revolver todos los bajos fondos –prostitutas, homosexuales, drogadictos, atracadores,…- paridos por una ciudad decadente y que se desmorona, todo ello acompañado de unos diálogos afilados y una violencia tan dura y seca como su protagonista, en la que tanto Siegel tras las cámaras, controlando los tiempos con mano de hierro, como Eastwood delante de ellas, con carisma de acero, dando cuerpo a un personaje destinado a formar parte de la cultura popular, se encuentran como pez en el agua.

Harry, el sucio funciona como un tiro a bocajarro: repentino, contundente, brutal. La película fluye llena de energía, acompasada a la perfección por la acertada banda sonora de Lalo Schifrin, avanzando con una colérica determinación que no impide sin embargo que se filtre e impregne por las fisuras y resquicios de la acción ese mencionado poso melancólico y contrariado de su tiempo.

            Tras este intenso impacto, sus posteriores secuelas se dedicarían a suavizar tontamente o reducir a su propio tópico el icono del inspector Callahan. Quizás los únicos matices interesantes sobre los principios de acción del personaje los arrojará la continuación inmediata, Harry, el fuerte, basada en un borrador escrito por Terrence Malick y desestimado para este primer encuentro.

 

Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 9.

El bazar de las sorpresas

29 Oct

“Ninguno de nosotros creía que lo que hacíamos fuera más que una efímera forma de entretenimiento. Sólo Ernst Lubitsch sabía que estábamos haciendo arte.”

John Ford

 

 

El bazar de las sorpresas

 

Año: 1940.

Director: Ernst Lubitsch.

Reparto: James Stewart, Margaret Sullavan, Frank Morgan, Felix Bressart, Joseph Schildkraut, William Tracy, Sara Haden, Inez Courtney.

Tráiler

 

 

            Parece mentira, visto desde la actualidad, que un género devastado por la cursilería, el conservadurismo, la obviedad, la gratuidad, la prefabricación y la mediocridad, en definitiva, como la comedia romántica pueda haber sido en algún tiempo pasado un prodigio de gusto, sutileza y emociones al mismo tiempo veladas y explosivas. Claro, que hablamos de Ernst Lubitsch, palabras mayores, considerado padre de la comedia sofisticada, firmante de películas con un fondo de una riqueza y complejidad inabarcable, dibujado con pinceladas tan imperceptibles como intensas.

             Poco importa que El bazar de las sorpresas supere los 80 años de edad. El Budapest que trata de sacar la cabeza y recuperar la dignidad tras la crisis de 1929 es un mundo reconocible, especialmente a día de hoy. Es este el marco en el que se encuadra, como una parte más de un conjunto que registra la vida cotidiana y el sentir de la sociedad del momento, el romance entre Alfred Kralik (James Stewart, impecable como siempre) honesto y un tanto estirado jefe de ventas, y la recién llegada Klara Novak (una acertada Margaret Sullavan), una chica atractiva, chispeante y altanera.

             El relato confluyente de amor secreto y odio declarado entre ambos -mil veces imitada y por ello algo predecible, sin que aún así merme su calidad- transcurre pleno de encanto, ternura, sensibilidad y elegancia, sin caer nunca en lo ñoño o en excesos melodramáticos baratos, sin carcajadas pero con una sonrisa perpetua y con unos tiempos perfectamente calibrados por el realizador germano, integrado a la perfección en ese contexto dramático en el que el libreto de Samson Raphaelson (uno de los guionistas de confianza del berlinés, con nueve colaboraciones en total, adaptando la pieza teatral de Miklós László) dosifica con tino, inteligencia y mesura unas dosis de acidez y amargura que aportan una sutil y soterrada complejidad a ese aspecto engañosamente leve y delicado del filme.

Una negra sombra, en este caso, que crea un verdadero impacto subconsciente, oculto en el trasfondo, derivado del reflejo de una sociedad a la que la desesperación económica logra sacar lo peor de sí misma –la hipocresía y el arribismo, personificada en el personaje de Varnas (Joseph Schildkraut); la desconfianza, la deshumanización de personajes esencialmente positivos pero arrollados y confusos por las circunstancias, como el caso del entrañable señor Matuschek (enorme Frank Morgan)-. Una tendencia negativa a la que se ha de combatir con el tesón de una humanidad firme e incólume como la del honrado y paciente hasta lo testarudo Kralik o Pirovitch (Felix Bressart, adorable robaplanos que completa una plana principal que ofrece unas interpretaciones de auténtico lujo).

             Volviendo a tiempos contemporáneos, los insulsos Tom Hanks y Meg Ryan protagonizarán la presunta modernización de El bazar de las sorpresas en Tienes un e-mail. Pero, inevitablemente, es el remake el que parece avejentado en comparación con su precedente.

Un indicativo: para Lubitsch es la película favorita de entre las que dirigió.

 

Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 9.

Airbag

28 Oct

“A lo largo de mi trayectoria laboral me ha tocado hacer buenos, malos, cómicos y dramáticos. Siempre estoy abierto a participar en una comedia. Ojalá otra como Airbag.”

Karra Elejalde

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Airbag

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Año: 1996.

Director: Juanma Bajo Ulloa.

Reparto: Karra Elejalde, Fernando Guillén Cuervo, Alberto San Juan, Manuel Manquiña, María de MedeirosFrancisco Rabal, Luis Cuenca, Vicenta N’Dongo, Rosa María Sardá, Karlos Arguiñano, Albert Pla, Pilar Bardem, Santiago Segura, Raquel Meroño.

Tráiler

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             Después de conseguir la aprobación de la crítica como uno de los valores emergentes del panorama cinematográfico español gracias a los desgarradores dramas Alas de mariposa y La madre muerta, caracterizados por su violenta soterrada, Juanma Bajo Ulloa cambiaba de registro para realizar una obra de amiguetes en la que, en compañía de Karra Elejalde -partícipe en sus anteriores proyectos y principal instigador del asunto- y Fernando Guillén Cuervo, iba a dar rienda suelta a dos horas de gamberrismo desfasado.

             Airbag es lo que es: tres compadres haciendo el cafre; tanto en la pantalla como detrás de las cámaras. La diversión es el medio y el fin de un producto que pasa por el filtro de la Iberia plurinacional una comedia enloquecida y coral llena de excesos -para bien y para mal- y en la que el “concepto” en sí tiene forma de suntuoso anillo de bodas extraviado en el culo de una exuberante profesional del sexo.

No pocos la etiquetaron como la Pulp Fiction española, hecho en el que incidía la presencia icónica de la actriz portuguesa María de Medeiros. Acertada o no la comparación, Airbag representaría en cualquier caso una Pulp Fiction cañí que se regodea en el cutrerío del Spain is different, el tópico antropológico ibérico y una retranca que abarca desde la casposidad de la despedida de soltero con putas previa al bodorrio de alta alcurnia hasta el imperecedero catetismo provinciano y los (escasos) goles de Renaldo con el Deportivo de La Coruña.

Se trata así de un spanish criminal que, en un acto de modernidad desprejuiciada, se cala la boina de lado y la complementa con modernas gafas de sol de colores para hacer sorna de todo lo que se ponga por delante –Iglesia, buena sociedad, política, diferencias autonómicas, sexo, amor, violencia, drogas,…- en un recorrido con ritmo de irregular frenesí –el metraje pierde bastante fuelle por sus extremos-, poco espacio para la finura y marcado por un componente fuertemente generacional. El protagonismo absoluto recae en esos adolescentes con DNI de adulto tan de moda en el cine del nuevo milenio que miran con desilusión en qué se ha convertido su vida y lo que aún les depara el futuro reflejado en sus propios padres, unos calzonazos dados al juego y a los prostíbulos.

             Claro que tanto descuidar el cálculo, chivo expiatorio del jolgorio, tiene sus contras y no todo funciona. No es que los personajes protagonistas de Karra Elejalde y Alberto San Juan sean el súmmum de la originalidad, pero son efectivos y se adaptan como un guante a las características de sus intérpretes, mientras que, en cambio, el personaje de Fernando Guillén Cuervo queda bastante desaborido.

No obstante, la cinta se ve con agrado, sobre todo porque sabe hacer partícipe de su desenfreno al espectador gracias a no pocos golpes humorísticos afortunados –algunas de sus frases forman parte de la educación popular de generaciones, sin ir más lejos el lema “la culpa es de los padres, que las visten como putas”-, además de por la buena exposición de los mismos merced a la firme dirección de Bajo Ulloa y la presencia de secundarios impagables, como el siempre adorable Luis Cuenca, el cocinero Karlos Arguiñano, también productor del filme y absolutamente impecable en su labor de actor; ese cura de lucidez turbia abandonado a la anarquía del inimitable y genial Albert Pla, a su vez firmante de algún tema de la banda sonora, o el inolvidable y entregado Pazos,  un ejemplo meridiano y un maestro de retórica postmoderna encarnado para la posteridad por Manuel Manquiña.

              A la postre sería el mayor éxito de taquilla de Bajo Ulloa, si bien le granjearía numerosas enemistades en la industria debido a sus poco ortodoxos métodos de financiación.

 

Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 7,5.

El rostro impenetrable

27 Oct

“Brando fue un genio que comenzó y terminó su propia revolución.”

Jack Nicholson

 

 

El rostro impenetrable

 

Año: 1961.

Director: Marlon Brando.

Reparto: Marlon Brando, Kart Malden, Pina Pellicer, Ben Johnson, Katy Jurado, Larry Duran, Slim Pickens, Sam Gilman.

Tráiler

 

 

             La renuncia del prometedor Stanley Kubrick a dirigir El rostro impenetrable propició que Marlon Brando –señalado como detonante de la espantada del neoyorkino- siguiera construyendo su icono mediante su única incursión en la realización.

              El rostro impenetrable es un filme señalado y perseguido por la etiqueta de megalómana oda cantada por Brando a sí mismo. Como todas las etiquetas, tiene una parte de verdad y otra de mito. Obviamente, Brando se concede jugosos planos en los que lucir con total libertad (y un tanto excesiva, vistos los resultados de su composición) su rostro permanentemente torturado.

Pero, salvando esta concesión generosa a su propia estrella, El rostro impenetrable presenta un western sólido, repleto de intensidad y que disfruta de un guion muy bien trabajado que Brando, a fin de cuentas, plasma con eficacia y extrema dedicación en pantalla, en el que destaca el aprovechamiento dramático y operístico del mar (siempre embravecido y atormentado, como la mente del protagonista), cuya furia anuncia la telúrica entrada del protagonista en el pueblo en el que ha de llevar a cabo su venganza.

Y es que el temperamental actor interpreta a un ladrón de bancos lejanamente inspirado en Billy el Niño obstinado en la revancha contra su antiguo amigo y traidor compañero de fatigas (Karl Malden, siempre una garantía), reciclado en sheriff de Monterrey.

Es la venganza como deber inapelable, casi irracional –más allá de una idea de justicia o, incluso, de necesidad emocional-, que se contrapone a la posibilidad de redención, de la sanación del alma a través del amor, en este caso con las delicadas formas de Luisa (la debutante Pina Pellicer).

            Más dos horas de metraje sostenidas por un libreto soberbio, que combina con eficacia la trama del asalto al banco con los conflictos emocionales de unos personajes que gozan de una psicología pulida: bullentes de ambiciones, remordimientos, requiebros y dudas, nobleza y mezquindad; contradicciones representadas en pantalla con gran sutileza y expresividad por Brando, atento hasta el menor detalle en la puesta en escena.

Son individuos complejos y ambiguos, lejos de ser héroes y villanos por definición. La lealtad existe entre los participantes del robo al banco de Monterrey –el mexicano Chico Modesto-; el mismo Río hace del embaucamiento una de sus señas de identidad, compartida con la abnegada fidelidad a aquel que considera que la merece (la escena introductoria del sorteo amañado en la huida y asedio), capaz de reconocer y respetar la bondad, personificada en la joven Luisa.

             Un contraste interior también presente en las formas externas del filme, en ese choque entre el leve aire onírico que sobrevuela la escena y la explosividad y crudeza de la violencia, repentina, seca y despiadada, con víctimas colaterales como en el asalto al banco, anuncio del fiero western venidero a lo largo de la década.

Película infravalorada.

 

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 8.

Game Change

26 Oct

“Son diez semanas de campaña condensadas en dos horas de película, pero Game Change cuenta la verdad sobre esa campaña. Es la historia de lo que realmente sucedió.”

Steve Schmidt

 

 

Game Change

 

Año: 2012.

Director: Jay Roach.

Reparto: Julianne Moore, Woody Harrelson, Ed Harris, Sarah Paulson, Peter MacNicol.

Tráiler

 

 

            Ahora que coincide una nueva pugna electoral en Estados Unidos con En campaña todo vale, una sátira sobre el espectáculo de los comicios norteamericanos,  último estreno de Jay Roach –que ya se había metido en berengenales democráticos con Recuento, sobre la polémica de los votos en el estado de Florida en el año 2000, que encumbrarían a George W. Bush en detrimento de Al Gore-, no está de más remontarse unos cuantos meses hasta encontrar la penúltima obra del director, Game Change, un telefilme producido por la prestigiosa HBO en el que reconstruye el auge y la caída del aterrador fenómeno Sarah Palin.

             Game Change puede abordarse desde dos ópticas diferentes: la historia de un gran error de cálculo por parte de los asesores políticos republicanos y que, afortunadamente para el mundo, salió mal; o como la inmersión a la fuerza de un ciudadano medio en algo que supera en mucho sus capacidades.

             En la primera opción, el filme de Roach -un tipo mucho más ligado a terrenos cómicos como firmante de las sagas de Austin Powers y Los padres de elladescribe con acierto, desde el punto de vista de Steve Schmidt (Woody Harrelson, uno de los hombres destacados de la izquierda de Hollywood), estratega en jefe de la campaña republicana –muy crítico con la gobernadora de Alaska en lo posteriorlos pasos que transcurren desde una ilusión y esperanza casi autoinducida como tabla de salvación ante una situación desesperada –el ciclón Obama, amenazando con arrasar el tenderete del mesurado y moderado héroe de guerra John McCainhasta el progresivo descubrimiento de un monstruo con innegable carisma y una extraordinaria capacidad de empatía pero orgullosamente inculto, ególatra, despótico y mediocre en definitiva –imagen de una parte bastante representativa del país, esa reivindicada como la ‘auténtica América’ por la propia Palin-.

Parejo a ella aparecen los entresijos de la alta política, el periodismo de casquería alejado de toda pretensión de cuarto poder, la diferencia entre lo adecuado para el país y lo correcto para la victoria electoral y la imposición del populismo más barato y la imagen personal frente a las propuestas y el sentido de Estado, así como las inquietantes consecuencias posibles de ello –un futuro en el que alguien tan poco recomendable como Palin con el botón rojo en su mesa-.

            En su segunda faceta, la atmósfera de tensión de esta tragicomedia consigue alcanzar cotas de tensión pavorosas. La portentosa interpretación de Julianne Moore –premiada con un Emmy- imprime en el rostro de su Palin la osadía, la presión, el terror, la inestabilidad, el alivio y la soberbia a lo largo de un relato de superación personal que recuerda a la estructura de una película de Disney –presentación de las cualidades del protagonista, surgimiento del reto a vencer, superación con sudor, lágrimas y ayuda de los compañeros, caída en la vanidad- aunque sin final feliz (para Palin y sus allegados, se entiende).

            Aunque desde luego no es una mirada positiva, no se trata sin embargo de un relato cruel, sino que el personaje aparece compensado, con los suficientes matices como para resultar una aproximación creíble y ajustada al mismo a la vez que arroja un halo bastante pesimista sobre el estado de la política de la nación más poderosa del orbe, el único con unas elecciones que atañe a todo el mundo casi por igual.

Game change resulta espeluznante en ambos casos.

 

Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 7,5.

La canción de Carla

25 Oct

“El público ve en la televisión a Clinton hablando, como antes lo hizo Bush o Reagan, y nadie les contradice, quizás un grupo de gente sepa que son criminales de guerra quienes hablan, pero la mayoría de la gente no lo sabe.”

Ken Loach

 

 

La canción de Carla

 

Año: 1996.

Director: Ken Loach.

Reparto: Robert Carlyle, Oyanka Cabezas, Scott Glenn, Gary Lewis, Salvador Espinoza.

Tráiler

 

 

             Ken Loach, el gran nombre del siempre combativo cine social británico desde los años setenta, prolongador del agotado Free Cinema, continuaba expandiendo las fronteras de su cine social internacionalizándolo desde una óptica británica y militante socialista, sin engañar a nadie.

             En La canción de Carla –primera colaboración con el guionista Paul Laverty, debutante entonces-, será un representante del trabajador medio de Glasgow -un conductor de autobuses hastiado de una rutina destinada a maquillar la ausencia de estímulos y futuro encarnado por Robert Carlyle, que repite con Loach tras Riff-Raff– quien conozca de primera mano el conflicto perdido de un país que probablemente no sepa ubicar en un mapa –la Nicaragua post Tachito Somoza, dictador títere de los Estados Unidos- a causa de su romance con una bella guerrillera con profundas y dolorosas cicatrices sin cerrar, inmigrada a la gris y brumosa Escocia –Oyanka Cabezas, estableciendo una buena química con el actor británico-.

Al contrario que en Tierra y libertad, el joven escocés se alistará en la lucha por amor, sin ninguna implicación ideológica aparte de la que le va sirviendo el conocimiento directo de la misma y que despierta su adormecida pero latente solidaridad proletaria.

              La siempre agradecida fábula romántica de la aventura de salvación de una chica guapa, exótica y torturada se entremezcla con la indagación de un conflicto casi a través de un esquema de road movie en el que el protagonista, desde su postura inicial ajena el problema–transposición del propio espectador, el occidental relativamente acomodado y relativamente ignorante- descubre la realidad a través de impactos de gradual intensidad; una progresiva apertura de ojos al horror que mutila la belleza de un país idílico –personalizado en Carla- tan solo debido al capricho sádico de la política exterior del Imperio, del ultracapitalismo egoísta –la acusación hacia los tejemanejes de la CIA es literalísima; el proselitismo hacia el otro bando, también-.

              Aunque el complejo conflicto centroamericano se simplifica para facilitar su comprensión para el extranjero, Loach no pierde nunca la cara al realismo y la verosimilitud, sus formas y el respeto hacia la dura verdad tras el relato -objetivo siempre presente en su trayectoria- gracias a una bonita historia que combina con suma eficacia emoción, didactismo y cruda denuncia.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.