Tag Archives: Cine social

Haz lo que debas

9 Mar

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Año: 1989.

Director: Spike Lee.

Reparto: Spike Lee, Danny Aiello, John Turturro, Rosie Perez, Ossie Davis, Ruby Dee, Bill Nunn, Giancarlo Exposito, Samuel L. Jackson, Richard Edson, Roger Guenveur Smith, Joie Lee, Steve White, Martin Lawrence, Leonard L. Thomas, Christa Rivers, Robin Harris, Paul Benajmin, Frankie Faison, Steve Park, Ginny Yang, Luis Antonio Ramos, Miguel Sandoval, Rick Aiello, John Savage.

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         Haz lo que debas está dedicada a las familias de seis afroamericanos víctimas de la brutalidad policial: Eleanor Bumpurs, Michael Griffith, Arthur Miller Jr., Edmund Perry, Yvonne Smallwood y Michael Stewart. También hay referencias a la violación de Tawana Brawley por cuatro hombres blancos. Eran sucesos recientes que impulsaron a Spike Lee a movilizarse y escribir el guion de un filme que, por tanto, hace crónica en tiempo presente de la explosiva tensión racial en los Estados Unidos. Pero es también crónica en tiempo pasado y, además, en tiempo futuro. Casi literal, vistas las similutudes entre la mecha que prende definitivamente el polvorín del barrio multiétnico de Brooklyn donde se ambienta la historia y el caso real de George Floyd, desencadenante tres décadas después de una oleada de protestas, manifestaciones y disturbios en todo el país. Entre medias, Rodney King y tantos otros nombres que van trazando una tragedia estructural que se perpetúa, con sutiles variaciones, a lo largo de los siglos.

         Haz lo que debas toma su título de una admonición de Malcolm X -referente en la defensa de los derechos de los afroamericanos a quien precisamente Lee dedicará un biopic tres años después-, de una llamada a tomar parte, posicionarse y actuar. La película se cerrará con dos citas, una de Martin Luther King en la que rechaza la violencia como método de lucha, abogando por conquistar las mentes y los corazones de los contrarios, y otra de Malcolm X en la que justifica el recurso a la violencia en base a determinados contextos, entre ellos una consideración de autodefensa. Una divergencia dentro de un mismo movimiento, una discusión entre vías de acción, sobre la que también gravita parte de la tensión dramática del relato. La eterna historia del amor y del odio, que recueda Radio Raheem emulando al sórdido predicador de La noche del cazador.

         Como hiciera Charles Burnett en el barrio de Watts en Los Ángeles en Killer of Sheep, Lee utiliza al repartidor de pizzas Mookie -interpretado por él mismo- como hilo conductor a través del cual dibujar una serie de viñetas cotidianas que van componiendo un fresco urbano y coral con el que se recoge una realidad tan variopinta como las personas que la habitan. Aunque, frente al naturalismo de trinchera de Burnett, Lee escribe con una caligrafía elaborada que se podría acercar incluso a los videoclips de la época, repletos de perspectivas y angulaciones forzadas, llamativas e impresionistas. Fight the Power atruena omnipresente, emblema de un hip hop que había asaltado a mano armada, con poderosa rebeldía y lengua agresiva, las listas de éxitos para escándalo de la burguesía caucásica. Es esta una expresión formal que en cierta manera resulta acorde a esa visión un tanto mitológica del barrio, con sus grandes personajes y sus pequeñas leyendas.

         A diferencia de algunas obras posteriores, Haz lo que debas no entra en lo panfletario, ya que explora un paisaje humano con sus correspondientes complejidades y contradicciones, lo que lleva a unas conclusiones que, dentro de su virulencia, no dan un mensaje mascado, idéntico a esa reconciliación, por su parte sucinta y tácita, que le sucede como un apunte ligeramente optimista, pues se combina con la actitud de las fuerzas políticas que manifiestan su preocupación por la seguridad de la propiedad privada. Siguiendo esta idea, en Haz lo que debas no hay una denuncia concreta, una proclama contra una injusticia, sino un reflejo que pretende ser fiel a una realidad para, a partir de ahí, tratar de leer las situaciones que se dan en ella. Dentro de este contexto, el locutor de radio encarnado por Samuel L. Jackson es el elemento más explícito, en su función de coro griego, a la hora de aportar una línea discursiva a una narración que concluye, decíamos, con una imagen de Martin Luther King y Malcolm X estrechándose la mano, unidos en su diferencia, diferentes en su unión, víctimas fatales ambos de un profundo conflicto que aún les sobrevive.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 8.

Flesh Out (Il Corpo della Sposa)

19 Nov

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Año: 2019.

Directora: Michela Occhipinti.

Reparto: Verida Beitta Ahmed Deiche, Amal Saad Bouh Oumar, Sidi Mohamed Chinghaly, Aminetou Souleimane, Aichetou Abdallahi Najim.

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         A Verida la quieren gorda y con estrías, de ahí su obligación de hacer diez comidas al día. Documentalista italiana que estrena con Flesh Out su primer largometraje de ficción, Michela Occhipinti escoge la tradición mauritana del leblouh o gavage -la alimentación forzada de la futura esposa de un matrimonio concertado para que satisfaga los apetitos físicos de su marido- a fin de, por oposición, dar cuerpo a una denuncia de las servidumbres estéticas de la mujer. Es decir, una cuestión de belleza o de prestigio social que en Occidente puede identificarse, entre otros, con la delgadez -como también se le muestra a la protagonista en determinados elementos que aparecen en pantalla, como las muñecas o los reclamos publicitarios-, y que no es más que la manifestación autóctona y actual de un asunto universal, con sus rasgos particulares en cada lugar y cada tiempo -el corsé, los pies de loto, los cuellos de jirafa, el burka, el estrabismo, los lóbulos hiperextendidos…-.

         Flesh Out mira desde el comienzo a los ojos del espectador, a quien acerca literalmente a la cotidianeidad de Verida a través de planos cortos, instalados en sus espacios íntimos, en su expresión emocional. Este mismo recurso se adentra igualmente en las sensaciones que produce la comida que, constantemente, se le sirve a Verida. La insistencia de esos planos tan directos, tan físicos, con idéntica presencia del sonido, son útiles para sentir como propio el empacho de esa joven a la que atiborran sin piedad.

Occhipinti -que también coescribe el guion junto a Simona Coppini– traza un relato costumbrista en el cual, al mismo tiempo, trata de ser rigurosa alejándose de construcciones planas de personajes, juicios a priori y estereotipos propios de una mirada europea o, cuanto menos, condescenciente y paternalista -no por casualidad, la biografía de la directora la acredita como una persona de mundo por pleno derecho-. Dispuestas sobre este texto no excesivamente complejo o sorprendente pero sí solvente y honesto, son decisiones que le otorgan viveza y autenticidad al retrato femenino, logrando obtener una empatía natural sin recurrir a efectismos y manteniendo siempre de fondo, reconocible en su universalidad, ese conflicto entre hacerse aceptar y aceptase a uno mismo.

         Pero Occhipinti, más allá del realismo sobre el que se asienta la narración, cuida igualmente la elaboración de los fotogramas, lo que llega a su culmen en un fantástico plano de clausura donde la demostración de potencial estilístico permite a su vez rebajar el manido melodramatismo del desenlace.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: -.

Nota del blog: 6,5.

Ray y Liz

9 Sep

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Año: 2018.

Director: Richard Billingham.

Reparto: Patrick Romer, Justin Salinger, Ella Smith, Tony Way, Richard Ashton, Sam Gittings, Michelle Bonnard.

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         Richard Billingham considera que, probablemente, haya completado por fin la exploración de su familia con Ray y Liz, una película que sigue a su serie fotográfica Ray’s a Laugh, a su documental Fishtank y al cortometraje Ray, en los que mostraba la miseria, el alcoholismo y, por qué no, el delirante amor en el que había crecido en Birmingham, y en el que aún viven sus desastrosos padres.

         Artista multidisciplinar, Billingham se sumerge aquí por primera vez en el largometraje de ficción para realizar una memoria familiar que se expone en tres capítulos: una especie de hilo conductor -su padre confinado en una habitación, donde se despierta para beber licor, duerme y recuerda- más dos episodios de su infancia -un simplón tío suyo enredado para hacer de canguro de su hermano menor y los avatares de este último en medio de una convivencia negligente que avanza poco a poco hacia el precipicio terminal-.

         A pesar de retratar la pobreza sin salida que habitan, e incluso el patetismo y lo grotesco de su forma de vida, el británico no juzga a los personajes -esto es, a su familia-. Es más, en todo caso los refleja con una ternura piadosa, con una especie de delicada calidez que, en ocasiones, puede quedar incluso no muy lejos de cierta nostalgia difusa.

Porque, aunque padres e hijos aparecen encerrados en ambientes insalubres -y en fotogramas estrechos-, como luego expresará alegóricamente con la visita al zoo, Billingham desarrolla una mirada lírica a través del gusto y la atención por el detalle, por recorrer el paisaje humano y arquitectónico buscando su belleza insospechada, sus mínimos esplendores. Asimismo, los movimientos de cámara son suaves y elegantes, al igual que los encadenados, y hay una notable estilización en la composición del plano y la iluminación. Una estética cinematográfica que, además, se trabaja con la misma dedicación que la reconstrucción del decorado, la cual trata de reproducir con rigurosa fidelidad ese escenario de los recuerdos, parte esencial de los mismos.

         Estas decisiones formales, hermosas pero también muy elocuentes, contribuyen a realzar el dibujo de los personajes, sus relaciones, circunstancias y sentimientos, y las emociones que despierta observar sus vivencias. Así, Ray y Liz podría etiquetarse como cine social, aunque en realidad su interés es humanista, no de denuncia. Billingham deja como alejado telón de fondo el clima social en el que se mueven, con apenas menciones tangenciales -el racismo-, aunque no se reparten culpas entre cuestiones como las políticas de Margaret Thatcher y sus durísimos efectos sobre la clase trabajadora, centrales por ejemplo en la filmografía combativa de clásicos británicos del subgénero como Ken Loach. Está ahí, son parte de la etopeya, pero no hay victimismo, como tampoco espectáculo sensacionalista o efectismo dramático alguno. Ray y Liz prefiere enfocar la memoria, el retrato, la comprensión, la piedad.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 8.

El techo

22 May

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Año: 1956.

Director: Vittorio de Sica.

Reparto: Gabriella Pallotta, Giorgio Listuzzi, Luciano Pigozzi, Gastone Renzelli, Maria Di Rollo, Maria Di Fiori, Angelo Visentin, Maria Sittoro, Emilia Martini, Giuseppe Martini.

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          El tratamiento amarillista del fenómeno de la okupación en el debate público oculta que dicho problema no es la enfermedad en sí -valga la metáfora-, sino un síntoma de una afección mayor -un sistema socioeconómico desequilibrado- que, además, tiende a agravarse por la vía de las políticas ultraliberales que precisamente acostumbran a defender los especuladores inmobiliarios. No se acude tanto a la Constitución española para recordar que la vivienda digna es un derecho recogido en ella.

Algo semejante puede entreverse en El techo, una película estrenada hace más de sesenta años que narra las desventuras de un joven matrimonio que, a causa de motivos financieros primero y políticos después, carece de una de los cimientos principales que les permitiría construir un hogar: un domicilio propio. El asunto de la crisis habitacional como expresión de la crisis económica y moral de posguerra ya había sido abordado por Vittorio de Sica y Cesare Zavattini en Milagro en Milán y Umberto D., y se rastrea asimismo en otras cintas neorrealistas como La tierra tiembla. Exportada por el milanés Marco Ferreri, su manifestación trazará incluso un hermanamiento con otro país mediterráneo, España, en El pisito -aquí son curiosas las réplicas de cine de asuntos inmobiliarios producidas a partir de la crisis de 2008, como Cinco metros cuadrados o Techo y comida-. Pero en Italia poseerá incluso una dimensión politicocriminal a raíz de obras como Las manos sobre la ciudad, aunque esta pertenece ya a principios de la década de los sesenta, con el milagro económico plenamente asentado.

          Se considera que De Sica cierra con El techo su periodo neorrealista, una corriente cinematográfica esencial en la historia del cine que, en cualquier caso, por aquel entonces agonizaba. Sus constantes, sin embargo, permanecen vigentes en la actualidad. El techo es un drama que quizás no alcance la apabullante intensidad emocional de Ladrón de bicicletas y Umberto D., pero su firmeza en su conciencia social y su sentimiento humano es innegable. De Sica y Zavattini desarrollan un sólido e íntimo retrato de los personajes y su entorno para, a partir de ahí, en su habitual rechazo de la frialdad argumental y expositiva aun a costa de sacrificar rigor naturalista, lograr que el espectador congenie con ellos y se sume a sus dificultades, así como que aprecie desde las entrañas tanto los obstáculos desplegados como las muestras de imprescindible solidaridad de clase.

Los avatares de Luisa y Natale se tornan de esta forma, en medio de una megalópoli que avanza hacia su progresiva deshumanización -el contraste con el pueblo de provincias, su paisaje urbano, los ruidos que la dominan-, en una auténtica cuestión de supervivencia, si no física al menos sí de la dignidad elemental. El desenlace, por lo engañoso de su apariencia, es contundente en este sentido.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 7,5.

La tierra tiembla

11 Ene

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Año: 1948.

Director: Luchino Visconti.

Reparto: Antonio Arcidiacono, Giuseppe Arcidiacono, Nelluccia Giammona, Agnese Giammona, Antonino Micaele, Salvatore Vicali, Maria Micaele, Rosario Galvagno, Lorenzo Valastro, Raimondo Valastro, Nicola Castorino, Rosa Costanzo.

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          «Pescatori siciliani», indican los créditos como toda relación del elenco. Gente sencilla que realiza ante la cámara sus tareas cotidianas, comunicándose entre ellos en su idioma, el siciliano, la lengua del pueblo en esta región del Mezzogiorno empobrecido y humillado. La tierra tiembla, emblema del Neorrealismo italiano, se asienta sobre el verismo, si bien para extraer de él una lírica de la miseria, una épica de la marginalidad, un manifiesto políticosocial. Hay escenarios austeros, penosas fatigas, jerseys raídos e inmersión en las profundidades del hogar, al igual que hay composición de imágenes, búsqueda de la plasticidad, de la epopeya humana y de la emoción. Las viudas prematuras que contemplan estremecidas la indiferencia de los farallones, del mar que no cesa, de la naturaleza soberbia e imperturbable.

Financiada en parte por el Partido Comunista italiano, La tierra tiembla es rabia en 24 fotogramas por segundo, la indignación por un grupo humano, los Valastro, a los que el libreto somete a un calvario tremendista, destinado a convertirlos en mártires que inspiren la compasión del espectador y les haga partícipe de su mensaje: los parias de la tierra han de unirse para hacer frente a la explotación de los privilegiados.

          La tierra tiembla nace en una alborada y concluye en un anochecer. Es una historia eterna, proclama la introducción. Los remos que siguen paleando el agua después del rótulo de ‘Fine’, sumergidos en la absoluta oscuridad, parecen dar continuidad a esta idea a priori fatalista. Envuelto en este realismo estético, se rastrea un sentido de tragedia mitológica: cíclopes tiránicos, castigos prometeicos. 

Director y coguionista, Luchino Visconti -de sangre aristocrática norteña pero en aquel entonces comprometido con la izquierda comunista y sobre todo con el cine, hasta el punto de empeñar posesiones familiares para sacar adelante esta obra-, acompaña al mar a los pescadores, casi con el interés antropológico de un Robert Flaherty en las remotas islas de Arán. Aunque ese realismo marinero también lo había ensayado, con una intención más orientada hacia el espectáculo que hacia el retrato social, Howard Hawks en Pasto de tiburones.

          En La tierra tiembla, desde esta apariencia de documental se plantea un relato de ficción abiertamente maniqueo. La suya es una lucha entre dos bandos bien definidos, incluso estereotipados en su constitución para dar cabida a la patente crueldad de los mayoristas, dueños del capital y, por ende, de todo. La austeridad de la casa centenaria de los pescadores, la fastuosidad del banquete de los patrones; la natural belleza de los primeros, los rostros torcidos de los segundos; la generosa y abnegada voluntad de los trabajadores; la arrogancia ociosa de los fascistas apenas disimulados. 

La voz en off, en diáfano y culto italiano, es la que puntúa el discurso de la obra, aportando una dimensión poética a las acciones y subrayando su significado políticosocial. La tierra tiembla sangra las consecuencias de la mentalidad resignada y conformista de los apaleados, de la iniciativa individual y solitaria del emprendedor, de la de una clase sin conciencia de clase, de la dignidad como última e inexpugnable posesión.

          Subtitulado Episodio del mare, a la película deberían seguir otros dos capítulos, sobre la minería y sobre la agricultura, que nunca llegarían a realizarse.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 8.

Nota del blog: 7,5.

The Florida Project

19 Feb

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Año: 2017.

Director: Sean Baker.

Reparto: Brooklynn Prince, Bria Vinaite, Willem Dafoe, Christopher Rivera, Valeria Cotto, Mela Murder, Josie Olivo, Caleb Landry Jones, Aiden Malick, Edward Pagan.

Tráiler

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         Los protagonistas de The Florida Project residen en un castillo medieval de estridente color morado, a unos pasos de un desopilante mercado de fruta con forma de media naranja o de una tienda de regalos con la colosal efigie de un mago. Sean Baker ubica la historia en un escenario de fantasía, pero esta es una fantasía cutre, el reverso low-cost del Disneyworld cuya sombra domina todo este artificioso paraje. Incluso la fantasía, pues, esta restringida para los marginales. Las princesas pobres no comen perdices.

         The Florida Project emplea una ambientación cercana a la irrealidad -la arquitectura alucinada, el cromatismo desaforado, la luz exultante- con el objetivo de, paradójicamente, reflejar un pedazo crudo de realidad social. Amante de las criaturas a las que la sociedad ‘de bien’ procura dar de lado y ocultar en guetos de todo tipo, Baker escoge el punto de vista de una niña que crece, libre y salvaje, bajo el sol del verano, que es la época en la cual, en la vida y en el cine, los críos queman sus etapas evolutivas. Las imágenes surgen inmediatas, luminosas, anárquicas; moviéndose al ritmo infatigable de los chavales y dando forma así, en un relato que casi es un encadenado de viñetas, a la perspectiva hiperactiva y eufórica desde la que observan el mundo y se lo comen por los pies.

Es una mirada infantil que, por tanto, tiene todo el idilismo del verano -las vacaciones, las aventuras, el buen tiempo, las nuevas amistades…-, lo que resulta en un desbordante vitalismo. Pero, al mismo tiempo, esta mirada contrasta con la consciencia adulta de la situación que la rodea, cuyas amenazas se van manifestando a medida que el argumento se torna más narrativo para encaminarse a un desenlace dramático.

En consecuencia, tampoco quiere decir esto que el de Baker sea un retrato idealizado de la niñez, sino que goza de bastante naturalidad y frescura, amparado por unas interpretaciones infantiles perfectamente dirigidas. Es decir, como si no hubiesen recibido ninguna instrucción previa, sino que estuviesen jugando en el barrio, obedeciendo a aquella máxima que decía Clint Eastwood sobre que los niños son actores natos, pues viven interpretando o imitando roles constantemente. Y al frente de ellos está la sorprendente Brooklyn Prince, cabeza de un reparto marcado, en su mayor parte, por la falta de experiencia en el medio. Así, decíamos, Moonee no es una niña encantadora, por más que sea una muchacha con un tremendo encanto. Escupe y eructa por afición, tiene la boca como una cloaca y perpetra trastadas que coquetean con el delito. Con la debida distancia entre ambas, su tratamiento personal, afectivo y circunstancial no me parece demasiado diferente al de la protagonista de la reciente Verano 1993. Son, a su manera, otras lágrimas que están ahí y que, por unas razones determinadas, no brotan.

         Combinada con la personalidad de la madre -stripper y superviviente, abordada sin frivolizar con el morbo emocional o sexual de la situación-, esta composición del personajes -cariñosa, entregada pero sin concesiones- le sirve a Baker, realizador y guionista junto a su habitual compañero Chris Bergoch, para abundar en reflexiones acerca de los modelos de paternidad, de familia e incluso de vida que impone una sociedad estrictamente coercitiva -la omnipresencia del helicóptero policial, la intensidad de su zumbido en secuencias climáticas de estrés- para aquellos que no pueden, o no quieren, alcanzar los estrechos márgenes que marcan sus convenciones.

La figura del manager del motel (Willem Dafoe), que ejerce de una especie de sheriff solitario venido de algún lugar exterior a este reducto a saber por qué causas -se sugiere el conflicto familiar- y asimilado ya al entorno, devotamente entregado a las necesidades de esta pequeña comunidad que lo atormenta y aprecia a partes iguales, ofrece una muestra de entrañable dignidad a través de su trato íntimo, directo y comprensivo con los habitantes de esta pensión dejada de la mano de dios.

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Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota de blog: 7,5.

El silencio de Lorna

25 Mar

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Año: 2008.

Directores: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne.

Reparto: Arta Dobroshi, Jérémie Renier, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj, Morgan Marinne, Olivier Gourmet.

Tráiler

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          En apenas tres minutos de metraje, se suceden en El silencio de Lorna tres intercambios de moneda, a través de los que además se establecen las relaciones de la protagonista con el país -el acceso al capital mediante una adquisición de derechos también relacionada con el dinero- y con sus habitantes -la frialdad con la que convive con su marido de conveniencia, un adicto a la heroína que representa al único nativo ‘puro’ con peso en la función-.

El filme de los hermanos Dardenne dibuja con sutileza, sin recurrir a énfasis, un escenario -Occidente- donde todo se encuentra mercantilizado, desde el matrimonio hasta la nacionalidad, desde el estatus de ciudadano legal hasta la muerte del prójimo. Este es el decorado de fondo donde se narra la historia de la inmigrante albanesa Lorna (Arta Dobroshi) y de sus dilemas internos, su adquisición de conciencia y su rebeldía moral, que se alza contra las desesperantes imposiciones de unas circunstancias adversas y contra la disolución de los valores éticos en una comunidad materialista e individualista.

          Un elemento de género como la mafia relacionada con la trata de blancas se convierte en manos de los autores en un elemento de rotunda verosimilitud, auspiciada por la humana complejidad de sus integrantes. en este caso un taxista con iniciativa empresarial y que no posee ningún rasgo particular o cinematográfico que lo pueda identificar como un potencial villano. Igual ocurre con el crudo patetismo y la triste ternura que inspira el yonki encarnado por Jérémie Renier.

          Envuelto en una estética hosca aunque cercana a sus personajes, más clásica que en anteriores ejemplos y no exenta de talento expresivo -la elipsis con la que se parte en dos el filme-, El silencio de Lorna expone así una narración moral a propósito de los remordimientos -e intentos de redención, quizás menos natural y menos logrado en esta ocasión- del ser humano como víctima de una sociedad inmoral y despiadada; cuestión que acecha con mayor fiereza en aquellos colectivos que no cuentan con el amparo general y el adormecimiento de conciencia que proporciona la riqueza, y que son los protagonistas habituales de la firme filmografía de los Dardenne.

Premio en Cannes al mejor guion.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7.