Archivo | octubre, 2020

Las vacaciones del señor Hulot

30 Oct

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Año: 1953.

Director: Jacques Tati.

Reparto: Jacques Tati, Nathalie Pascaud, Micheline Rolla, Valentine Camax, Louis Perrault, André Dubois, Lucien Frégis, Raymond Carl, René Lacourt, Marguerite Gérard.

Tráiler

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         La naturaleza del señor Hulot va contracorriente. No como forma de protesta voluntaria, es cierto, pero bien vale como posición frente a la locura del mundo, que abarca desde su terrible violencia bélica hasta sus tóxicas convenciones cotidianas.

El señor Hulot, decíamos, se estrena en el trabajo cinematográfico yéndose de vacaciones a la playa. Toda una paradoja. Unas vacaciones en las que, además, no se relajará junto al resto de huéspedes del hotel, sino que se dedicará a sembrar el caos y a propagar la tensión nerviosa. Para ello se vale de su despiste consustancial, de su genuina torpeza y de la franquza de sus sentimientos. No por nada, los personajes de corazón puro, como por ejemplo los niños, se identifican rápidamente con él y lo convierten en impagable compañero de aventuras y modelo para lidiar con la sociedad sin perder la inocencia y, por tanto, la esperanza.

         El humor que despliega Jacques Tati es conceptualmente sencillo, a veces algún gag queda incluso un tanto anticuado, pero en conjunto es muy eficaz. Nace del slapstick del cine mudo, del que hereda también esa posición marginal desde la que enfrentarse a la vida que poseían Charles Chaplin y Buster Keaton, que encarnaban antihéroes que, a diferencia de los protagonistas convencionales de las películas, de los héroes y de los galanes, deben hacer frente al doble de obstáculos para conseguir satisfacer cualquier anhelo, por pequeño que sea. Justo como cualquiera de nosotros.

Así pues, la coreografía del movimiento, combinado con un exagerado y estrambótico empleo del sonido, se acompaña de una atmósfera tierna y dulcemente melancólica en su seguimiento de los andares del señor Hulot. Su viaje en un desvencijado coche sirve, ya de primeras, como perfecta presentación del personaje: un tipo en clara desventaja frente a los arrogantes privilegiados pero perseverante en sus intenciones y, a pesar de las penurias, siempre amable con sus pares, como prueba su caricia al chucho que se resistía a renunciar a la siesta para cederle el paso.

         Las vacaciones del señor Hulot recopila una serie de escenas cómicas, amables, absurdas, plácidas… donde el costumbrismo, de la mano de esta subversiva presencia, llega por momentos a tener trazas de surrealismo solo por la simple exposición de la banalidad rutinaria, que se deforma y pierde sentido tan solo por representarla fuera de la realidad en sus múltiples formas, tan disparatada es en el fondo. La capacidad revolucionaria de Hulot es tal que puede transformar el duelo en carcajada. Porque, como decíamos, allá afuera el mundo es feo. La radio habla de problemas incomprensibles entre los que permanece el recuerdo de las últimas «tres» guerra mundiales. Pero esto no es nada si se compara con un baile con una joven guapa y agradable.

La sencillez de Tati es también una muestra de delicadeza. A partir de ella, consigue extraer lirismo. Ni siquiera se puede decir que su sátira es despiadada o cínica, o que trate de arremeter contra el espectador con maliciosa agresividad. En la torpeza y el despiste de Hulot descansa también una honda e inspiradora hermosura.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7,5.

Rutas infernales

28 Oct

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Año: 1940.

Director: Bernard Vorhaus.

Reparto: John Wayne, Sigrid Gurie, Charles Coburn, Spencer Charters, Trevor Bardette, Russell Simpson, Roland Varno.

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           Se cuenta que, en 1936, rodando Dusty Ermine en la frontera alpina entre Austria y Alemania, Bernard Vorhaus y su equipo tuvieron un enfrentamiento con soldados germanos que, a tiro limpio, le exigieron que entregaran a su autoridad a unos guías que los acompañaban y a los que acusaban de actividades contrarias al régimen nazi. Aunque consiguieron salir bien parados del trance, el violento episodio impulsaría la convicción del director para embarcarse él mismo en círculos antifascistas. Rutas infernales puede considerarse parte de esta militancia.

           El filme se aproxima a la figura de un prestigioso podólogo vienés y su hija en su búsqueda de refugio político en los Estados Unidos, lo que les llevará a ejercer la medicina en un recóndito y abandonado pueblecito de Dakota del Norte. En su discurso, Rutas infernales hace un recordatorio de la historia del país como tierra de promisión para los exiliados de toda causa, iguala las circunstancias de los recién llegados con las de los pioneros que pasaron calamidades para conquistar su anhelada libertad y prosperidad, y advierte a los ciudadanos contemporáneos, aún ajenos a la guerra en marcha en Europa, de que esta es una situación que bien puede repetirse en cualquier momento debido a las vicisitudes políticas, económicas o cualquier otra adversidad imprevista.

En su camino, a pesar de romper con ironía la postal idealizada -las esperanzas traicionadas con el paisaje, el tren que nunca llega puntual, el revisor borrachín, la inhóspita bienvenida…-, Vorhaus también traza un retrato épico del país a partir de sus esforzados agricultores, recortados en contrapicado contra el cielo sudando la gota gorda u organizados en coreografías colectivas para tratar de someter bajo su arado a la tierra hostil. Porque, en realidad, los protagonistas huyen de una guerra solo para toparse con otra, esta vez librada contra la naturaleza salvaje, que se manifiesta en fenómenos tan aterradores como el Dust Bowl que inundó de polvo y miseria las grandes llanuras norteamericanas.

           En línea con su fondo, Rutas infernales recupera el tema esencial del western como relato en el que el ser humano se impone sobre el territorio indómito. De hecho, llegará a equipararse la columna de automóviles, emulación modernizada de las caravanas de carretas que antes que ellos se abrieron paso por el Oregon Trail, con los movimientos de un ejército. Pero este ejército tan solo pretende proporcionar un lugar donde vivir a unas familias de expatriados en su propio país, liderados por un tipo comprometido en lograr el bien común. Un contexto social, argumental y geográfico que serviría para emparentar la cinta con una obra maestra estrenada ese 1940, Las uvas de la ira -a lo que cabe añadir además la presencia en el reparto de un fordiano actor de carácter como Russell Simpson-.

Dentro de su concienciado mensaje, toda la historia de Rutas infernales, con sus constantes reveses del destino cruel, posee un aire folletinesco que resta relieve a los personajes, en especial al de la joven. Por momentos, sus intensas pasiones parecen trasladarse a los arrebatos de la naturaleza, lo que, en el caso de las tormentas de arena, remite a la magnífica El viento, de Victor Sjöström. Con todo, la dignidad que transmite Charles Coburn desde su personaje, y lo certero de sus diagnósticos acerca de la ideología del odio, hacen buenas las intenciones.

           Pero Vorhaus no sería tan visionario como el viejo doctor. El advenimiento del mccarthismo terminaría dando con su nombre entre las listas negras de Hollywood como sospechoso de afiliaciones comunistas. Efectivamente, el destino podía ser cruel y sarcástico. El cineasta habría de exiliarse a Reino Unido, donde podría prolongar su carrera en el cine.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 6,5.

Corazonada

26 Oct

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Año: 1981.

Director: Francis Ford Coppola.

Reparto: Frederic Forrest, Teri Garr, Raul Julia, Nastassja Kinski, Harry Dean Stanton, Lainie Kazan.

Tráiler

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         «Si me dieran un dólar por cada vez que me he arriesgado…«, canta Tom Waits en la apertura de Corazonada, el salto al vacío en forma de musical romántico con el que Francis Ford Coppola no solo no ganó un dólar, sino que se fue directamente a la ruina, llevándose por delante su estudio, Zoetrope, que había estrenado precisamente con este rodaje. El cineasta de impulsos, que aspiraba tanto a rodar colosales producciones como a ser un autor a la europeo, pagó cara su corazonada, que tuvo que saldar durante más de una década sometiéndose a las películas de encargo. Tras regresar de Vietnam con Apocalypse Now y El cazador, Coppola y Michael Cimino se estrellaron con la debacle de Nuevo Hollywood con esta y La puerta del cielo. El primero, para mayor ironía, con una obra que quería realizarse recordando en parte el sistema de estudios que su generación había contribuido a desmontar.

         Coppola, que ya conocía el musical de El valle del arco iris, escogía regresar al género más artificial del cine encavándolo en la ciudad más artificial de los Estados Unidos, Las Vegas, recreada además, sin disimulo, en un set de cine en el que dar rienda suelta a las posibilidades artísticas, libres de las limitaciones de la realidad, que ofrecen los decorados de Dean Tavoularis. El escenario se despliega en una luminosa y caótica magnificiencia, aunque en otras ocasiones semeja un imperio en ruinas, enterrado bajo la arena y el tiempo, decadente y melancólico.

La decisión es coherente con el espíritu de un filme que rechaza toda naturalidad, adentrándose en lo fabuloso. Es decir, como las sensaciones que producen las luces de neón, ajenas toda relación con la naturaleza, de sedosa textura onírica. Con Vittorio Storaro al frente, Corazonada es, en buena medida, una cinta fundamentada sobre el trabajo con la iluminación, que sirve para manifestar emociones e incluso introducir elipsis sin cambiar de plano, con un aire teatral. Ante el amor, todo resplandece. En su ausencia o en su conflicto, los tonos azules pugnan con los amarillos, los rojos con los verdes… subrayando todo. Pero bajo el influjo de estas luces cegadoras, nada es auténtico, se lamenta el hombre despechado.

         En contraste, los protagonistas son personas comunes interpretadas por dos actores, Frederic Forrest y Teri Garr, que no poseen aura de estrella. De hecho, él ni siquiera es un personaje agradable, con un comportamiento hipócrita, mezquino y agresivo. En un relato de este tipo, es arriesgado no sentir simpatía por el amante herido que debe reconquistar a su enamorada, preferir incluso que no triunfe y que se dé la puntilla a este romance de trazas tóxicas -quizás le afecte, pues, el paso de los años y la evolución de las sensibilidades-. Aunque puede que, en el fondo, se trate de eso mismo; de una vulgar derrota fantasiosamente travestida de victoria rutilante.

Desde la banda sonora, como si se tratase de un coro griego, Tom Waits y Crystal Gayle desnudan los sentimientos que no aparecen en pantalla. Pero, al final, la verdadera belleza de Corazonada, el hechizo, no se encuentra tanto en la historia que se cuenta como en las imágenes que la cuentan. Lo que, para suscitar emociones de una u otra manera, también puede jugar en su contra.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 6,5.

Nunca, casi nunca, a veces, siempre

23 Oct

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Año: 2020.

Directora: Eliza Hittman.

Reparto: Sidney Flanigan, Talia Ryder, Théodore Pellerin, Ryan Eggold, Sharon Van Etten, Kelly Chapman, Mia Dillon, Brian Altemus, Drew Seltzer.

Tráiler

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          No es casual que en cierto plano de Nunca, casi nunca, a veces, siempre, mientras un joven hace avances amorosos hacia la prima de la protagonista, en el encuadre se infiltre, como disimulado, un muñeco caricaturesco de Donald Trump. A través del tour de force de una joven de Pensilvania que acude a Nueva York para que le practiquen un aborto, Eliza Hittman conecta con el turbulento sustrato social de los Estados Unidos contemporáneos, presididos por un hombre orgullosamente maleducado y envuelto en polémicos antecedentes y declaraciones sexuales que parecen revelar una visión cosificadora y denigrante de la mujer.

En este contexto, Nunca, casi nunca, a veces, siempre rodea a la adolescente Autumn -quizás un poco a lo bruto- de una recopilación de personajes masculinos invasivos o, directamente, agresivos hasta lo delictuoso. Es un retrato desolador de la masculinidad; un elemento tóxico que agrava la sensación de claustrofobia de esta chica encerrada en un pueblo que podría considerarse representativo de esa Norteamérica rural en la que, precisamente, Trump cuenta con un importante granero de apoyos.

          Hittman expone este viaje a lo largo del tunel desde un estilo naturalista, con una fotografía de textura basta, una cámara que se sitúa a la altura de los personajes para seguir sus movimientos y un objetivo propenso a detenerse en los rostros, a observar los pequeños cambios que se filtran de entre unas interpretaciones austeras, ajustadas a esa verosimilitud cruda que caracteriza el relato. En esta línea, la narración posee un tono sobrio, alejada de efectismos y de la exaltación de unas emociones que, no obstante, vibran con virulencia bajo la superficie -y que, de hecho, se desbordan en una escena ubicada en un entorno paradójicamente protegido: esa consulta con la trabajadora social en la que, con la toma fija en ella, Autumn lidia y se desmorona bajo una batería de preguntas tan punzantes como imprecisas y desasosegantes, formuladas con actitud dolorosamente compasiva-.

Así pues, ante un argumento tan conflictivo, esta apuesta por la contención resulta en la potenciación de la capacidad perturbadora de la sugerencia de los abusos y, también, de lo conmovedora que es la complicidad de Autumn y su prima, parca en palabras y efusividad pero incondicional y gloriosamente libre de juicios.

          Pero, por entrar en comparativas entre historias relativamente relacionadas, Nunca, casi nunca, a veces, siempre no es tan lacerantemente gélida como 4 meses, 3 semanas, 2 días. Esa proximidad demuestra una delicada atención por lo que viven y lo que sienten estas dos mujeres desamparadas. Y, además, permite transmitir una sensación muy física del drama. Los detalles de dolor corporal, contundente o incisivo, como manifestaciones de ese dolor psicológico. La incomodidad constante pareja a esa pesada maleta que se arrastra a todas partes. El hambre y el vacío existencial. El frío de deambular por la calle sin cobijo y las carencias afectivas. El contacto invasivo y la inquietud ante la omnipresente amenaza sexual. El proceso del aborto como sanación de una herida infligida en lo más profundo.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,9.

Nota del blog: 7,5.

39 escalones

21 Oct

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Año: 1935.

Director: Alfred Hitchcock.

Reparto: Robert Donat, Madeleine Carroll, Lucie Mannheim, Godfrey Tearle, Peggy Ashcroft, John Laurie, Helen Haye, Frank Cellier, Wylie Watson.

Filme

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         39 escalones comienza en un vodevil y termina en un vodevil. Porque, en realidad, el filme puede considerarse un número de un espectáculo de variedades en el que el espectador queda absorbido por una representación trufada de peligros, emociones y romanticismo. Un regalo para que uno pueda evadirse de la realidad cotidiana.

De hecho, el protagonista de 39 escalones es un tipo corriente que, en un giro clásico en el cine de Alfred Hitchcock, se ve envuelto por los caprichos del azar en una épica trama de espionaje que le llama a convertirse en héroe inesperado en defensa de la nación, sumida en un inquietante ambiente prebélico e infestada de perniciosos quintacolumnistas. Las apariencias siempre engañan. En otro rasgo recurrente del inglés, el protagonista de 39 escalones es también un falso culpable que ha de escapar de las acusaciones de asesinato que pesan sobre él.

La amenaza viene por múltiples frentes. Sin embargo, la fortuna sigue siendo juguetona y arroja a sus brazos a una hermosa muchacha que le ofrece además un objetivo amoroso. Héroe y galán. No falta de nada. El arranque, con enredos imposibles e interpretaciones exageradas, provoca incluso que pueda enarcarse la ceja en señal de excepticismo hacia esta historia en la que el tipo común, en vez de fugarse en su Canadá natal, decide seguir las pistas de esta aventura peligrosa. Pero el gesto muda hasta la sonrisa complacida en cuanto se entra en el juego. El humor es clave en ello.

         No sé cuántas películas de esta época, e incluso de tiempos posteriores, arrancan mostrando la suciedad que se acumula en el suelo de un music hall. Los niños lloran y el público es entrometido y respondón. Hitchcock, un as de la mala baba, despliega un arsenal de golpes satíricos a lo largo de 39 escalones. Este tono también anida en la composición de personajes, desde la carismática pareja esposada a la fuerza hasta los pintorescos secundarios -un villano familiar, un santurrón codicioso, un fenómeno de la memoria condenado a responder a lo que se le pregunta-.

Son mecanismos para conseguir la adhesión y engrasar este relato en el que se suceden vertiginosamente las situaciones de riesgo, motivadas por ese macguffin que es el secreto capaz de comprometer la seguridad de todo un país. Cuando mira por la ventana de su apartamento, el protagonista aparece simbólicamente encerrado entre líneas crispadas, atrapado en una realidad alternativa en la que la realización de Hitchcock convierte cada elemento cotidiano, cada figura, en un elemento sospechoso. Una realidad alternativa que es estimulante, divertida y emocionante.

         El éxito de El hombre que sabía demasiado y 39 escalones convertirían a Hitchcock en un director de renombre internacional.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7,5.

Encuentros en la tercera fase

19 Oct

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Año: 1977.

Director: Steven Spielberg.

Reparto: Richard Dreyfuss, Melinda Dillon, François Truffaut, Cary Guffey, Teri Garr, Bob Balaban, Roberts Blossom, Warren J. Kemmerling, J. Patrick McNamara, Lance Henriksen, Shawn Bishop, Justin Dreyfuss, Adrienne Campbell.

Tráiler

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         La obsesión del protagonista de Encuentros en la tercera fase tiene algo de experiencia religiosa. No creo que sea casual que, justo antes de ser literalmente iluminado desde el cielo por una nave alienígena, estuviese viendo en su casa Los diez mandamientos, ya que él, al igual que Moisés, deberá adentrarse en la montaña para hallar respuestas a sus inquietudes. Roy Neary se somete a una prueba de fe que desafía las convenciones de los incrédulos, de quienes no han sido ungidos y dotados con el don de la visión. Las escenas en el norte de la India muestran a multitudes entregadas a la plegaria; en México un anciano explica que el Sol, elemento divino desde el nacimiento de la humanidad, salió en plena noche y le cantó en privado. «Simplemente lo sé», responde este técnico de líneas eléctricas cuando debe argumentar el porqué de lo que condiciona sus actos, aparentemente irracionales. «Esto significa algo, es importante», cavila obcecado con el misterio.

         Desde este punto de vista, siento curiosidad sobre qué podría haber contenido y cuánto sobrevive del primer libreto de Paul Schrader, experto en tormentos íntimos con la influencia religiosa como clave de la encrucijada. No obstante, Steven Spielberg terminaría cambiando tanto la historia que este renunciaría a firmar cualquier acreditación como guionista. El de los seres de otro planeta era un asunto que a Spielberg le interesaba de siempre, como demuestra esa obra de adolescencia, Firelight, en la que, al igual que aquí, mostraba su presencia a través de unas inquietantes e intensas luces que, en cambio, revelaban unas intenciones amenazadoras. Sin embargo, el relato de Encuentros en la tercera fase ofrece un contrapunto curioso dentro de su corpus, puesto que, en lugar de esa ausencia paterna que marcará muchas de sus obras, en este caso es la familia la que deserta y él quien ha de emprender la aventura en solitario. Una aventura que, en este caso, busca algo que trasciende la simple realidad cotidiana de un operario que vive una vida corriente, con su casa de vallas blancas, su esposa y sus tres hijos que hacen deberes de matemáticas, rompen juguetes, protestan por las verduras y corren hacia adelante tratando de hacerse adultos sin fantasía antes de tiempo.

En el fondo, Spielberg hace que la aparición de naves espaciales no desentone con el mundo que retrata. La furgoneta del protagonista, perdida en mitad de la noche, la niebla y el vastísimo territorio rural de los Estados Unidos -corazón del país en el que también aterrizará E.T. pocos años después-, circulaba como si fuese un platillo volante en las profundidades de un espacio que es cercano y extraño al mismo tiempo. El manejo del paisaje es una de las muestras del soberbio trabajo que se realiza con la iluminación y la fotografía, que entrega imágenes de gran fuerza estética. Lo mismo ocurre con los vehículos que se cruza en el camino hasta que uno de ellos, en efecto, es un ovni. En paralelo, la irrupción de helicópteros y todoterrenos en el desierto de Gobi está planteada también como si se tratase de una aparición extraterrestre, de tan repentina y extraña. No digamos ya los helicópteros militares que, actuando como auténticos invasores, acosan a los acampados a la espera de un nuevo encuentro con lo desconocido.

         Frente a esta hostilidad que puede corresponderse con tiempos de Guerra Fría, y a diferencia de los parámetros generales de la ciencia ficción -que no obstante también se habían deslizado antes, dejando tras de sí una inquietante ambigüedad, en la poderosa escena de abducción-, el contacto definitivo con los alienígenas se revela como una secuencia en la que los puntuales momentos de inquietud dejan paso a una sensación de armonía y concordia. De hecho es, en cierta manera, un reencuentro. Dentro de este trasfondo místico, avanza una noción de entendimiento, de aceptación de lo extraño, de plenitud fraternal. De emoción casi eufórica. La idea la ha ido sembrando un mito, François Truffaut, que aceptó interpretar al ufólogo francés que lidera las investigaciones, llevadas a cabo por un grupo de gente que parecen críos jugando con el entusiasmo desatado. El sistema de luz y sonido con el que tratan de comunicarse con los extraterrestres no deja de asemejarse al xilófono de colores que utilizaba antes un niño pequeño que, precisamente, nos presentaba a los visitantes a través de su sonrisa.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7.

Gardenia azul

16 Oct

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Año: 1953.

Director: Fritz Lang.

Reparto: Anne Baxter, Richard Conte, Raymond Burr, Ann Sothern, Ruth Storey, Jeff Donnell, Richard Erdman, George Reeves, Ray Walker, Norman Leavitt.

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         En 1953, Gardenia azul pondría el primer pilar de esa especie de trilogía -completada por Más allá de la duda y Mientras Nueva York duerme– en la que Fritz Lang aborda una trama de cine negro otorgándole un papel protagonista a un periodismo de fuerte tendencia sensacionalista, donde la falta de escrúpulos de sus implicados termina, en ocasiones como esta, por ofrecer otro elemento de opresión contra el individuo acorralado, una constante que aparece de forma recurrente en su filmografía.

Aquí, este papel lo padecerá una joven telefonista atormentada por el remordimiento de ser la presunta autora del asesinato de un lascivo pintor. El relato la sitúa como una mujer inocente y sola en medio de un mundo de depredadores sexuales, traidores sentimentales y parejas desquiciadas, con potencial para convertirse de improviso en una sórdida novela detectivesca de Mickey Spillane, a quien se cita maliciosamente bajo el nombre de Mickey Mallet.

         Acompañando al sarcasmo desmitificador hacia el oficio periodístico, Gardenia azul arroja sobre todo una negra ironía contra el sexo masculino mientras la protagonista se ve envuelta en el torbellino de una intriga policíaca que se cierne sobre ella, análogo a su sentimiento de culpa. La investigación se enfoca desde un curioso punto de vista, el de la propia sospechosa, aunque para ello se ha de recurrir al conveniente cliché del episodio amnésico. El argumento y el fondo crítico, por tanto, recuerdan a Vorágine, en la que también participaba Richard Conte, quien debía probar tanto la inocencia como la virtud de su esposa, cuestionada asimismo por el espacio en blanco de su memoria. Incluso se diría que el remolino que Lang superpone sobre la desvanecida Anne Baxter -en un recurso visual un tanto pedestre y anticuado- guiña al título inglés de aquella, Whirpool.

De esta forma, en una hábil elipsis, la lluvia contra el parabrisas del descapotable, en una escena de que ya posee cierto cariz turbio por las intenciones ocultas del conductor, se torna tormenta sobre el ventanal de una casa para introducir un ambiente de película de miedo. Luego, lo mismo ocurre con el empleo de la luz, donde una situación de galanteo se vuelve acoso cuando de repente, a la par de un impulso libidinoso, se imponen las sombras. La suerte de una chica, junto a un desconocido, puede cambiar en un solo instante. El escenario que compone el cineasta alemán alcanza cotas verdaderamente siniestras, como un regreso al expresionismo que había cultivado en tiempos.

         Así pues, la ambigüedad de la protagonista es menor que la del obsesivo profesor de La mujer del cuadro, otro ciudadano corriente que atraviesa circunstancias en cierta manera similares, y su desenlace, a pesar de lo forzado que es también el giro, no es tan tramposo. De hecho, se han dejado suficientes pistas como para averiguarlo sin necesidad de ser Perry Mason, a quien Raymond Burr estaba a punto de interpretar por aquel entonces. Aquí, de momento, encarna al verdadero villano de la función, el lobo feroz que representa el máximo ejemplo de esta sociedad que odia o como mínimo acecha sin piedad a las mujeres. No por casualidad, Gardenia azul adapta el texto de una escritora, Vera Caspary. Su obra más celebre en la gran pantalla, Laura, ya había sintetizado los apuros que supone para una mujer estar sometida a los fantasiosos ideales que los hombres pueden proyectar sobre ella.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7.

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