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Haz lo que debas

9 Mar

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Año: 1989.

Director: Spike Lee.

Reparto: Spike Lee, Danny Aiello, John Turturro, Rosie Perez, Ossie Davis, Ruby Dee, Bill Nunn, Giancarlo Exposito, Samuel L. Jackson, Richard Edson, Roger Guenveur Smith, Joie Lee, Steve White, Martin Lawrence, Leonard L. Thomas, Christa Rivers, Robin Harris, Paul Benajmin, Frankie Faison, Steve Park, Ginny Yang, Luis Antonio Ramos, Miguel Sandoval, Rick Aiello, John Savage.

Tráiler

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         Haz lo que debas está dedicada a las familias de seis afroamericanos víctimas de la brutalidad policial: Eleanor Bumpurs, Michael Griffith, Arthur Miller Jr., Edmund Perry, Yvonne Smallwood y Michael Stewart. También hay referencias a la violación de Tawana Brawley por cuatro hombres blancos. Eran sucesos recientes que impulsaron a Spike Lee a movilizarse y escribir el guion de un filme que, por tanto, hace crónica en tiempo presente de la explosiva tensión racial en los Estados Unidos. Pero es también crónica en tiempo pasado y, además, en tiempo futuro. Casi literal, vistas las similutudes entre la mecha que prende definitivamente el polvorín del barrio multiétnico de Brooklyn donde se ambienta la historia y el caso real de George Floyd, desencadenante tres décadas después de una oleada de protestas, manifestaciones y disturbios en todo el país. Entre medias, Rodney King y tantos otros nombres que van trazando una tragedia estructural que se perpetúa, con sutiles variaciones, a lo largo de los siglos.

         Haz lo que debas toma su título de una admonición de Malcolm X -referente en la defensa de los derechos de los afroamericanos a quien precisamente Lee dedicará un biopic tres años después-, de una llamada a tomar parte, posicionarse y actuar. La película se cerrará con dos citas, una de Martin Luther King en la que rechaza la violencia como método de lucha, abogando por conquistar las mentes y los corazones de los contrarios, y otra de Malcolm X en la que justifica el recurso a la violencia en base a determinados contextos, entre ellos una consideración de autodefensa. Una divergencia dentro de un mismo movimiento, una discusión entre vías de acción, sobre la que también gravita parte de la tensión dramática del relato. La eterna historia del amor y del odio, que recueda Radio Raheem emulando al sórdido predicador de La noche del cazador.

         Como hiciera Charles Burnett en el barrio de Watts en Los Ángeles en Killer of Sheep, Lee utiliza al repartidor de pizzas Mookie -interpretado por él mismo- como hilo conductor a través del cual dibujar una serie de viñetas cotidianas que van componiendo un fresco urbano y coral con el que se recoge una realidad tan variopinta como las personas que la habitan. Aunque, frente al naturalismo de trinchera de Burnett, Lee escribe con una caligrafía elaborada que se podría acercar incluso a los videoclips de la época, repletos de perspectivas y angulaciones forzadas, llamativas e impresionistas. Fight the Power atruena omnipresente, emblema de un hip hop que había asaltado a mano armada, con poderosa rebeldía y lengua agresiva, las listas de éxitos para escándalo de la burguesía caucásica. Es esta una expresión formal que en cierta manera resulta acorde a esa visión un tanto mitológica del barrio, con sus grandes personajes y sus pequeñas leyendas.

         A diferencia de algunas obras posteriores, Haz lo que debas no entra en lo panfletario, ya que explora un paisaje humano con sus correspondientes complejidades y contradicciones, lo que lleva a unas conclusiones que, dentro de su virulencia, no dan un mensaje mascado, idéntico a esa reconciliación, por su parte sucinta y tácita, que le sucede como un apunte ligeramente optimista, pues se combina con la actitud de las fuerzas políticas que manifiestan su preocupación por la seguridad de la propiedad privada. Siguiendo esta idea, en Haz lo que debas no hay una denuncia concreta, una proclama contra una injusticia, sino un reflejo que pretende ser fiel a una realidad para, a partir de ahí, tratar de leer las situaciones que se dan en ella. Dentro de este contexto, el locutor de radio encarnado por Samuel L. Jackson es el elemento más explícito, en su función de coro griego, a la hora de aportar una línea discursiva a una narración que concluye, decíamos, con una imagen de Martin Luther King y Malcolm X estrechándose la mano, unidos en su diferencia, diferentes en su unión, víctimas fatales ambos de un profundo conflicto que aún les sobrevive.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 8.

La semilla del diablo

12 Feb

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Año: 1968.

Director: Roman Polanski.

Reparto: Mia Farrow, John Cassavetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer, Maurice Evan, Ralph Bellamy, Patsy Kelly, Elisha Cook Jr., Victoria Vetri.

Tráiler

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           Roman Polanski desembarcaría en Estados Unidos con sus obsesiones. Los personajes atrapados en situaciones claustrofóbicas -a veces expresadas en localizaciones mínimas- que se podían apreciar en El cuchillo en el agua, Repulsión o Callejón sin salida, enredados en turbias relaciones de poder, humillación y peligro -al igual que ocurrirá en las posteriores El quimérico inquilino, Luna de hiel, La muerte y la doncella, Un dios salvaje o La venus de las pieles-, tendrán su prolongación en la que se convertirá, también en parte fruto de la desgracia –la sangrienta materialización del ocultismo de los sesenta hippies en las masacres de La Familia, el asesinato de John Lennon-, en una de sus obras más célebres: La semilla del diablo.

           A pesar de la libertad con la que contaba, Polanski adapta al parecer con bastante fidelidad la novela homónima de Ira Levin, un escritor que acostumbrara a ver conspiraciones que luego terminan trasladadas al cine, como son Las mujeres de Stepford, Los chicos del Brasil, La trampa de la muerte, Sliver (Acosada) -otro relato en el que una mujer es víctima de los oscuros y mortales misterios del lujoso edificio neoyorkino al que se acaba de mudar- o Un beso antes de morir -donde otra sufre por las ambiciones desmedidas de su pareja-. Desde el punto de vista de un director, La semilla del diablo bien podría leerse como una diatriba contra los actores y su completa falta de escrúpulos a la hora de tratar de lograr sus propósitos.

           El cineasta polaco se muestra hábil para sembrar la sospecha desde la toma de contacto con el edificio Bramford. Los interiores del inmueble poseen ya un aspecto pútrido, aderezado con miradas de suspicacia, que lo establecen como un territorio hostil que, no obstante, tiene su contrapunto en la luminosidad de la vivienda donde se instala Rosemary y su esposo, Guy, un actor de tres al cuarto .

Engarzado sobre el patrón de coincidencias que va entretejiendo la trama, ese juego de contrastes es uno de los principales ejes que utiliza Polanski para crear una duda y una inquietud capaces de deformar la realidad de manera subrepticia -como ese pequeño Nacimiento de figuras desasosegantemente indescifrables- o, incluso, de forma más directa -la intromisión de la escena onírica sobre la ascendencia católica de Rosemary, que anticipa el aquelarre alucinado-.

Esto se da no solo en el empleo del color -Rosemary destacando con su vestido rojo frente a los tonos grisáceos de su marido y de las estancias; los cromatismos mortecinos durante los dolores del embarazo frente a los optimistas amarillos de la primavera…- sino también en la caracterización de los personajes y la esencia misma de estos -esto es, los estrambóticos ancianos que surgen de la noche como una aparición grotesca, de estridente colorido y maquillaje, y que provocan desazón por ser solícitos hasta lo invasivo, con el añadido además de la embarazosa vulgaridad de la señora-. Algo parecido ocurre con la fragilidad que transmite Mia Farrow y la evidente irritación de John Cassavetes, con espasmos y tics propios del underground que pretendía aplicar a su interpretación, rechazados por un Polanski de convicciones más clásicas en este apartado.

           La semilla del diablo, en definitiva, no busca el susto, la impresión repentina, sino la incomodidad, el picor en la nuca, el agobio de saber que algo funciona mal y no ser quién de resolverlo mientras esa sensación va colonizando poco a poco toda la existencia.

Dentro de su trama sobrenatural, La semilla del diablo invoca, pues, un terror reconocible -no hay nada peor que un vecino molesto, pues destruye la paz que debería garantizar el lugar más íntimo- y hasta un terror con ciertas disrupciones satíricas -la congregación de vejestorios, la calamidad de esa señora encarnada por Ruth Gordon, actriz con talento para la comedia; la Victoria Vetri que no es Victoria Vetri-. Una doblez que tampoco es extraña teniendo en cuenta que Polanski venía de entregar la desmitificadora El baile de los vampiros.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity:

Nota del blog: 8.

Humanidad y globos de papel

11 Dic

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Año: 1937.

Director: Sadao Yamanaka.

Reparto: Chôjûrô Kawarasaki, Kan’emon Nakamura, Shizue Yamagishi, Kosaburô Tachibana, Takako Misaki, Kikunojo Segawa, Sukezô Sukedakaya, Emitaro Ichikawa, Daisuke Katô, Tsuruzô Nakamura.

Tráiler

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          El pesimismo mató a Sadao Yamanaka a los 28 años. En apenas un lustro de carrera, había firmado una veintena de filmes, convirtiéndose en uno de los grandes representantes del género histórico del país, el jidaigeki, y haciendo gala de un humanismo que permitía ponerlo a la altura de otros compañeros de generación como su amigo Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi o Mikio Naruse. Humanidad y globos de papel es la última pieza de su obra, de la que tan solo se conservan tres largometrajes. Y su derrotada sentencia acerca de la imposibilidad de revertir el injusto orden de las cosas trasladaría la tragedia también al otro lado de los fotogramas. Los censores, ofendidos en su vanidad nacionalista, le retiraron la exención del permiso militar y Yamanaka fue reclutado prácticamente a la par del estreno de la película, en 1937. Un año después, fallecería de disentería en Manchuria, donde estaba destinado para combatir en la Segunda Guerra Sinojaponesa, una de esas antesalas donde comenzaba a librarse la Segunda Guerra Mundial.

          Ambientada en el Japón feudal, Humanidad y globos de papel parece emparentarse con Los bajos fondos, de Maksim Gorki -que, precisamente, sería trasladada a ese periodo Edo por Akira Kurosawa en la cinta homónima, dos décadas posterior-. Abre sus fotogramas en el arroyo, a los pies de un vecindario miserable donde se junta todo tipo de gente, desde obreros manuales hasta samuráis sin amo. Todos ellos pugnan por sobrevivir en su día a día y, si pueden, correrse una juerga con sake y apuestas. Desde ese punto de partida, Yamanaka utiliza cierto aire y estética costumbrista con unas afiladas intenciones que se manifiestan en la indiferencia, e incluso en el humor negro, con el que los habitantes de este rincón depauperado abordan el suicidio de uno de los inquilinos del lugar, un viejo espadachín que ni espada tenía para cometer el seppuku como manda la tradición.

Pero la crueldad en la que el cineasta enmarca a los personajes encuentra su sentido dentro de una sociedad inmoral gobernada por unos poderosos que no reconocen ni la dignidad ni los méritos de los ciudadanos por debajo de ellos. Es un entorno opresivo e insalubre. El viejo samurái, se informará, es el tercer arrendatario que opta por quitarse la vida. La fatalidad que se barrunta en el relato apunta a tener que presenciar un cuarto suicidio.

En este contexto, Yamanaka se decanta por los puntos de vista de dos personajes que, a pesar de vivir puerta con puerta, muestran un origen y una personalidad antitética -o viceversa-. Son un pícaro peluquero aficionado al juego que, en un golpe de orgullo, lanza su último y arriesgado envite; y un decoroso ronin que persigue quedamente desesperado al antiguo amo de su padre para que le dé empleo. En torno a ellos, Yamanaka también dibuja las circunstancias de otros personajes secundarios, como la esposa del guerrero, que sabe y calla, o la hija del acaudalado propietario de la casa de empeños, a quien se trata de enlazar en un matrimonio concertado y a quien, en una imagen simbólica, se compara con una muñeca.

          De este conjunto de dramas parte la mirada entristecida de Yamakana, quien, con todo, expresa con delicado lirismo su dolor ante estas escenas de persecución, humillación, resignación e imposible rebeldía. Un fresco desesperanzado que, a la postre, le llevaría a compartir un destino funesto que, irónicamente, es análogo al de los personajes, cuya muerte es, en cierta manera, un amargo y postrero grito de reivindicación.

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Nota IMDB: 7,8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7,5.

Killer of Sheep

13 Mar

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Año: 1978.

Director: Charles Burnett.

Reparto: Henry G. Sanders, Kaycee Moore, Charles Bracy, Angela Burnett, Eugene Cherry, Jack Drummond.

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         Charles Burnett, que con Killer of Sheep estaba entregando su trabajo de fin de carrera en la UCLA, emplea la mirada de Henry G. Sanders para expresar el sentir de un colectivo al completo: la población afroamericana y su estado de exclusión en el presunto país de las oportunidades y de la libertad, en el cual apenas trataban de salir de la esclavitud primero, de la segregación después, y de la desigualdad todavía. La mirada de Henry G. Sanders, decíamos, es una mirada soñadora a la que ha hundido una gruesa pátina de frustración, desencanto y tristeza, huérfana de paz espiritual, todo preocupaciones y angustias. Con ella recorre el barrio angelino de Watts, precisamente aquel que pocos años antes, en 1965, había protagonizado seis violentas jornadas de disturbios de transfondo racial.

         Burnett pertenecía a una hornada de jóvenes cineastas afroamericanos que, agrupados bajo la denominación Los Angeles School of Black Filmmakers y apodados con el más subversivo L.A. Rebellion, levantaron sus cámaras para enfrentarse a la imagen estereotipada e incluso degradante que el cine transmitía del ciudadano negro, bien como secundario, bien como protagonista de su propio género de explotación, la blackxploitation. En oposición, Burnett entrega una opera prima que, desde un estilo crudo, documental, semejante al de ese neorrealismo que defendía la dignidad y la reparación moral del pueblo italiano, sigue la pista de unos personajes sensibles y complejos, sumidos en unas circunstancias muy determinadas.

La pobreza de la producción parece asimilarse a la de aquellos a quienes retrata. Desde los descampados hasta las cocinas, con el matadero como eje central, son escenarios y ambientes deprimidos, donde los sueños, hasta los que apenas cuestan 15 dólares, ni siquiera tienen visos de poder cumplirse. Mucho menos los que persiguen un golpe de fortuna o de dinero fácil en una apuesta contra el destino. La banda sonora, en cambio, despliega piezas solemnes, donde las voces negras poseen una rotundidad trascendente.

         Burnett narra desde fotogramas naturalistas para buscar una íntegra verosimilitud. La película no posee un relato lineal, sino que expone retazos y situaciones para componer un collage amplio. Facturada con absoluta independencia, fiándose del instinto, el debutante renuncia a convenciones para mostrar una serie de profundos dramas, a los que no obstante no aplica énfasis alguno. Tampoco emite juicios o valoraciones.

Killer of Sheep es una obra áspera, sin desbastar -puede que por momentos en exceso-. En ella, la rabia fluye subrepticia, está contenida pero aún así es palpable. Y, a pesar de todo, de vez en cuando logran infiltrarse ramalazos líricos, íntimos, de donde el realizador extrae una parca sensación de esperanza.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7.

La ciencia del sueño

11 Sep

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Año: 2006.

Director: Michel Gondry.

Reparto: Gael García Bernal, Charlotte Gainsbourg, Alain Chabat, Miou-Miou, Aurelia Petit, Sacha Bourdo, Pierre Vaneck, Emma de Caunes, Alain de Moyencourt.

Tráiler

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        Hay ocasiones en las que el cine, como cualquier otro arte, se convierte en una cuestión inevitablemente subjetiva, en una conexión personal encadenada a la sentimentalidad o las afecciones de quien lo contempla, de quien participa de la película, la cual a veces alcanza la categoría de experiencia paralela al universo real, consciente, empírico.

Quien aquí escribe llegó a enamorarse una vez a través de un sueño. Un romance irracional e imposible, construido solamente sobre las esencias evanescentes pero íntimamente perdurables de este mundo fascinante, que desafía los límites de la restrictiva vida cotidiana y del que apenas se puede explorar una mínima, vaporosa y misteriosa fracción, inaprensible aún por los métodos más avanzados de la tecnología humana. Era pues inevitable que una cinta como La ciencia del sueño me impactara profundamente. Las aventuras y desventuras de un chaval que habita los sueños con tanta intensidad como la vida consciente y a quien se le aparece en ellos el alma gemela, tan inalcanzable como esos sueños que se desvanecen si tratas de atraparlos.

        La ciencia del sueño recoge el arquetipo de niño-adulto del cine indie para trasladarlo a un escenario onírico que salvaguarda su sensibilidad extemporánea, incomprendida y traumatizada. Con todo y ello, este muñeco cándido pero imperfecto, vulnerable y con las costuras siempre a la vista, colisiona constantemente contra una realidad testarudamente prosaica y convencional, apegada con cinismo a los impulsos primarios -hacer dinero, tener sexo-.

Sin embargo, observado ya desde otra perspectiva, propia de una nueva etapa vital, el desdichado Stéphane aparece desde una mirada comprensiva pero que no evita que, en su irreparable inmadurez, prácticamente patológica, sea incapaz de materializar sus etéreos aunque radicales anhelos -la imaginación como motor de vida, el amor platónico como meta definitiva-. De hecho, la relación que establece con su vecina Stéphanie es dolorosamente desesperada, donde la desorientación bordea lo autodestructivo. Stéphane puede llegar a ser insoportable -e incluso perturbador y tóxico, cosa que no recordaba o que entonces no entendía así-; Sthépanie aguanta más de lo aceptable. El relato coquetea tanto con lo cursi como con lo obsesivo, en una extraña mezcolanza que cabalga así por la frontera en la que un sueño intenso deviene en asfixiante pesadilla.

        La ciencia del sueño es una historia de frustración eterna, de pérdida irremediable. La orfandad de Stéphane se hibrida con el deslumbramiento de su amor hacia Stéphanie, embarcado en un enredo donde los atisbos de comedia se van tornando progresivamente en melancolía, en amargura, en insondable desconsuelo. Podría interpretarse cierta lectura freudiana en ello. La cámara de Michel Gondry -que ya se había enfrentado a la hostilidad que el realismo reserva para los soñadores en ¡Olvídate de mí!se iguala a las tribulaciones de su protagonista. Aterriza nerviosa e inestable en su incierto piso parisino, en la áspera oficina adonde lo han tirado los rebotes de la vida. En cambio, se prenda de Charlotte Gainsbourg según aparece ante ella.

La elección de cásting es clave. Esa belleza amable, cercana y accesible, la mirada tierna de sus ojos achinados, el aire de soñadora distraída que se revuelve entre su melena despeinada, del vestuario cálido y suave que deja aparte sus formas para centrarse en su gestualidad dulce, benévola, cariñosa. La estrella que requería a gritos la televisión mental desde la que su vecino analiza el día a día, por desgracia con nula influencia sobre sus asuntos. El trágico conflicto entre lo soñado y lo real.

        La necesidad de -recibir, dar- amor de Stéphane deja tras de sí escenas incómodas que entran en contraste con el maravilloso diseño de producción de la obra. Sus decorados artesanales y decididamente naifs, al igual que sus entrañables efectos visuales con stop-motion, ofrecen un conmovedor canto a la creatividad y la fantasía, a una artesanía material, palpable, acogedora. Es, además, la cartografía íntima de los personajes y la manifestación épica de un imaginario incontenible pero cuya desaforada y honestísima expresividad no puede aplicarse en la realidad, pues en contacto con el aire verdadero se torna absurda y penosa. De ahí la imperiosa reivindicacion del sueño como parte primordial de la vida, como alternativa imprescindible para sostener la salud mental y emocional.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

Tiempo después

13 Ene

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Año: 2018.

Director: José Luis Cuerda.

Reparto: Roberto Álamo, Miguel Rellán, Blanca Suárez, Manolo Solo, Carlos Areces, Gabino Diego, Daniel Pérez Prada, Arturo Valls, Berto Romero, César Sarachu, Pepe Ocio, María Ballesteros, Antonio de la Torre, Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Miguel Herrán, Javier Bódalo, Nerea Camacho, Martín Caparrós, Secun De La Rosa, Saturnino García, Estefanía de los Santos, Iñaki Ardanaz, Joan Pera, Andreu Buenafuente, Eva Hache.

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         El arte debe de ser el único mundo donde es hermoso pagar las deudas. Según explicaba Berto Romero, fueron él y otros cómicos los que acudieron al rescate de José Luis Cuerda cuando este les confesó que no encontraba financiación suficiente para su nuevo proyecto, Tiempo después -adaptación de su propia novela homónima-, con el que pretendía seguir el universo en el que orbitan Total, Amanece, que no es poco y Así en el Cielo como en la Tierra, una trilogía que ha sido referencia para múltiples generaciones de humoristas por su inventiva, su carisma, su capacidad crítica y, por su puesto, su gracia desternillante. Se trata de un microcosmos de realismo mágico manchego, detenido en un paisaje social propio de los años cincuenta a modo fotografía congelada de las pulsiones inmutables de todo un país, ya sea de su pasado, de su futuro o de su vida ultraterrena, y en el que lo trascendente convive y colisiona con lo costumbrista, lo culterano con lo coloquial, la sátira con el absurdo. El elenco será también un fiel reflejo de esta devoción retribuida, así como los pequeños homenajes que contiene el guion.

         En Tiempo después, ambientada en el año 9177, milenio arriba, milenio abajo, este pueblecito interior se establece ya en el Edificio Representativo, un ciclópeo inmueble a las afueras que condensa al orbe entero, regido por unos rigurosos principios de eficiencia económica. Cuerda, un autor de firme posicionamiento ideológico, encuentra que la tiranía ya no se halla explícita bajo las formas de un totalitarismo nacionalcatólico, sino más bien bajo una apariencia ordenada y aparentemente accesible a todos: la del capitalismo como ideología rectora de la sociedad.

Sobre esta base crítica, el cineasta sirve una distopía esperpéntica en la que, de la misma manera que el presente, se mueve una sociedad a dos velocidades: la de los privilegiados y la de los no privilegiados. Cuerda las enfrenta desde ese estilo cómico marcado por una ilógica antinaturalidad -reflejada primordialmente en los diálogos, propios de un tratado económico, social, filosófico o religioso, e incluso de una obra literaria de la Generación del 27-, que, combinada con los reflejos cruelmente deformados de la actualidad, cargados sobre arquetipos ordinarios, es a partir de la cual brota el absurdo. A través de una observación y de una reflexión concienciadas, el autor albaceteño desnuda la realidad, sajándola con el afilado bisturí del humor.

         Los chistes estallan en cada plano, producto de un hábil manejo de las múltiples historias que, engarzadas con mayor o menor unidad en ese tronco satírico principal, quedan en manos de un reparto coral. Ante semejante bombardeo, es imposible pedir que todo funcione al mismo nivel, porque además hay puntos verdaderamente gloriosos, pero esta distribución contribuye a mantener a buena altura el tempo cómico y narrativo sin que las elevadas revoluciones del absurdo de Tiempo después agoten o se agoten.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 7,5.

Elle

12 Oct

elle

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Año: 2016.

Director: Paul Verhoeven.

Reparto: Isabelle Huppert, Laurent Laffite, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Judith Magre, Christian Berkel, Jonas Bloquet, Alice Isaaz, Vimala Pons, Raphaël Lenglet, Arthur Mazet, Lucas Prisor.

Tráiler

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           “Lust for life!”, exclama Paul Verhoeven desde la banda sonora de Elle, con la voz prestada de Iggy Pop. ‘Lust’: pasión, pero asimismo lujuria por la vida. Hay una escena clave en Los señores del acero que sintetiza una de las líneas argumentales del filme. En ella, el mercenario Martín tumba en el suelo a la doncella Agnes para, valiéndose de su fuerza brutal, violar su inocencia. Sin embargo, la virginal princesa entrelaza sus piernas entorno a su cintura y dirige con su pelvis los movimientos sexuales del encuentro, ante la mirada atónita de los secuaces del guerrero, que gritan jocosos “¡Es ella la que te folla a ti!”. El monstruo -figura alegórica de marcado contenido lúbrico en los relatos tradicionales- sometido paradójicamente por medio de aquello que lo hacía terrible: el sexo.

           También hay al menos un monstruo en Elle, y es el padre de la protagonista, que acecha como una sombra íntima, enquistada en las entrañas y las emociones de una mujer dominante y fría, acostumbrada a llevar las riendas desde el egoísmo hacia su entorno, con escasa sensibilidad sentimental. Su progenitor, convicto por un crimen atroz, prácticamente no aparece en pantalla, aunque su impronta es manifiesta en las acciones y las decisiones de su descendiente directa.

Y también hay sexo. Aún sin concluir los créditos iniciales, todavía en la oscuridad de la sala, irrumpe ya el escándalo de una violación. Pero Elle no es una película sobre la violencia sexual contra la mujer ni, en sentido estricto, sobre la huella psicológica que esta produce en ella. Siguiendo la estela de gran parte de la obra del cineasta holandés, la película explora la naturaleza del sexo como elemento capital en la vida humana, por más que quede apretujado en el armario, encerrado dentro de una persistente condición de tabú a reprimir. Frente a semejante temática, la mirada de la narración, parece explicar de inicio Verhoeven, será neutra y salvaje, como la del gato negro que observa impasible los hechos.

           Un pilar existencial pues que, a lo largo del relato, conforma una tupida maraña que atrapa, entrecruza y jerarquiza a todos los personajes, desde los principales a los más secundarios, hermanándolos con sus hilos y reduciéndolos a un patetismo primitivo donde no existe la moral, solo unas pulsiones atávicas e irrefrenables o, en el caso de los individuos menos activos –el hijo bobalicón-, unas reacciones inmediatas e irreflexivas que tampoco responden la lógica cotidiana. De este modo, su expresión visual está totalmente desprovista de ecos románticos y hasta eróticos. El sexo en Elle aparece como un impulso primario, una necesidad animal, un arrebato monstruoso en ciertos casos, incluso. Según la modulación de cada cual.

           Elle es un filme despiadado a la par que estimulante, del que se entresaca un contundente sarcasmo, patrimonio del director, a partir del provocador análisis de las relaciones humanas y sociales, fuertemente determinadas por este elefante en la habitación del que todavía, a estas alturas de siglo, tampoco son tantos los que hablan. Por otro lado, dentro de esta hipérbole satírica y tremebunda, queda igualmente la dificultad evidente –o el desafío espinoso- de poder encontrarse a uno mismo en la piel de esta galería de criaturas capitaneadas por una mujer de psicología tan retorcida y excepcional -o no-.

Lust for life.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7,5.