Tag Archives: Muerte

Fresas salvajes

16 Dic

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Año: 1957.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: Victor Sjöström, Ingrid Thulin, Bibi Andersson, Gunnar Björnstrand, Jullan Kindahl, Folke Sundquist, Björn Bjelvenstam, Naima Wifstrand, Gertrud Fridh, Gunnar Sjöberg, Gunnel Broström, Max von Sydow.

Tráiler

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         Al parecer, durante una etapa de mala salud motivada por el estrés, el médico de Ingmar Bergman, también amigo personal del director, le recomendaba asistir a sus charlas sobre los trastornos psicosomáticos. Pero lo cierto es que Bergman es un cineasta que vierte sus preocupaciones, su dolor físico y existencial, en su obra. En crisis personal a causa de la mala relación con sus padres y la deriva de sus relaciones amorosas -el ya irregular romance con Bibi Andersson que se compagina con un tercer matrimonio todavía no zanjado-, Bergman imagina en Fresas salvajes a un doctor que, al final del viaje de su vida, emprende un viaje en coche mientras que, en una tercera reflexión, impulsado por sus vivencias presentes -ese reconocimiento que prácticamente sabe a póstumo, la compañía de tres chavales enredados en un triángulo amoroso, el encontronazo con un matrimonio tóxico-, este emprende viajes mentales y oníricos en los que recorre puntos de inflexión de su vida -el presentimiento de la muerte, la frustración del amor de juventud, la infidelidad de su esposa como culmen de un enlace desdichado-.

         Berman entrega el personaje a un ídolo, Victor Sjöström, a quien ya había dirigido en Hacia la felicidad. Con el reloj ya sin manecillas que marquen el tiempo que le queda de prórroga, el doctor Borg abandona su refugio de ermitaño para exponer sus debilidades e inseguridades en la confrontación con su nuera, perteneciente a otra generación y dueña de otro aliento vital, con quien comparte odisea y duelos dialécticos marcados por unas confesiones tan aparentemente educadas como dolorosamente incisivas. Fuera de su aislamiento, los adentros del anciano galeno se remueven, saliendo a flote un remolino de dudas, remordimientos y miedos que se manifiestan a través de sueños y evocaciones que parecen tomar cuerpo en las incidencias de la ruta -como evidencia el doble papel de Bibi Andersson, en un detalle que llega a recalcarse incluso en las conversaciones-. La frialdad emocional y la insensibilidad hacia el otro; el egoísmo; los dilemas entre racionalidad y creencia; la angustia existencial como condición psicológica hereditaria, como si se tratase de un mal congénito -un retrato de familia que «no tiene valor», la paternidad como otro clavo para retenernos en el absurdo de la vida-.

         La fotografía se oscurece en torno al confuso y atribulado protagonista, perdido ya el soleado resplandor de la niñez y dejado atrás también ese bosque ligeramente tétrico en el que tienen lugar unos cuernos donde lo más terrible no es lo que se representa en escena, sino lo que sucederá fuera de pantalla y que se rememora mediante la voz y las correspondientes expresiones de reacción. Los diálogos son afilados y contundentes. La dirección del reparto, precisa. Las imágenes, tan aparentemente sencillas como expresivas; bien taciturnas, bien inquietantes, bien sensuales, bien hermosas.

         Precisamente, ese regreso del doctor Borg a las relaciones sociales -a la que había renunciado al considerarlas un mero sistema de enjuiciamiento de los unos a los otros- es uno de los motores dramáticos de Fresas salvajes; el proceso de autoexploración y de transformación que desencadena la confrontación frente al prójimo. En este caso, se traduce en un abandono del ensimismamiento que deja una puerta abierta al perdón, a la reconciliación con el presente fuera del permanente refugio en los recuerdos de la infancia.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 8,5.

Voices in the Wind

26 Nov

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Año: 2020.

Director: Nobuhiro Sawa.

Reparto: Serena Motola, Hidetoshi Nishijima, Tomokazu Miura, Mirai Yamamoto, Shoko Ikezu, Toshiyuki Nishida, Fusako Urabe, Makiko Watanabe.

Tráiler

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            En El león duerme esta noche, el regreso de Nobuhiro Suwa a la realización después de seis años de silencio, la vida y la muerte no se representaban como espacios estancos, sino como un todo que se comunica a través de reflejos, recuerdos y ensoñaciones, las cuales permitían que el actor decadente que protagonizaba la obra aceptara la presencia de esta última con naturalidad, sin tremendismos, preparado para recibirla con los ojos abiertos. Aunque este actor era, claro, de un hombre de edad que ha dejado atrás un largo camino existencial.

En cambio, en Voices in the Wind, es una muchacha de 17 años la que afronta la omnipresencia de la muerte -en su especialmente trágica biografía, en sus compañeros de viaje, en la historia de los desastres de Japón- con las escasas herramientas que acumula en su juventud, una etapa en la que, a priori, no es común asimilar tal cantidad de duelo.

            Siguiendo esta referencia histórica, Haru emprende su odisea desde Hiroshima, víctima del holocausto nuclear, hasta su casa familiar en Iwate, prefectura arrasada por el tsunami de 2011 y donde, ocho años más tarde, comienza a reconstruirse su pueblo natal. Desde una escombrera que simboliza perfectamente el interior de la protagonista hasta una cabina de teléfono, ubicada en un hermoso rincón, en la que, según se cuenta, uno puede comunicarse con los difuntos. Se trata de un camino marcado por los encuentros y la a través del cual el cineasta japonés reflexiona, con serenidad y emoción, acerca de la pérdida mientras recorre unas cicatrices aún visibles en el paisaje.

De tomas sostenidas y contado uso de la banda sonora, la narración de Voices in the Wind es más naturalista que la de El león duerme esta noche, si bien no es óbice para destacar la belleza de algunas composiciones. Su universo conceptual, en cualquier caso, encuentra continuidad. Mediante una delicada elipsis, más devastadora si cabe por la sencillez con la que se introduce y se cierra, también se concede espacio a ese recuerdo que, de tan vívido, casi se materializa en lo tangible, lo sensitivo. Asimismo, mientras Haru recorre el país rastreando el espíritu de sus familiares, se topará con, e incluso encarnará, los fantasmas que poseen a la par otras personas con las que comparte historia y sentimientos -la hija de la anciana, la hija del trabajador de la central de Fukushima, la hija de la madre de su mejor amiga…-.

            Pero Suwa tampoco se regodea en una aflicción desesperanzada. Si los niños que jugaban a las películas encarnaban una renovada energía en El león duerme esta noche, en Voices in the Wind hay, por su parte, mujeres que portan en su seno una ilusión inesperada, adolescentes que sueñan con convertirse en enfermeras para poder echar una mano a sus semejantes en apuros y hombres que parecen abrir una puerta a concluir su autoimpuesto exilio del hogar. «Te irá bien, te irá bien», le dicen a Haru, más como deseo que como pronóstico. «Estás viva, tienes que comer», le insisten durante esta peregrinación en la que la vida se encuentra con la muerte; en la que la vida ha de aprender a asumir la muerte. A descubrir una primavera fragante.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 7,2.

Nota del blog: 8.

El séptimo sello

27 Jul

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Año: 1957.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: Max von Sydow, Beng Ekerot, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Gunnel Lindblom, Åke Fridell, Inga Gill, Bertil Anderberg, Inga Landgré, Maud Hansson.

Tráiler

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         Es inevitable entrar en contacto con la fragilidad humana, chocar de improviso con la muerte. Es parte de la propia vida. Pero, al mismo tiempo, es el último y más terrible misterio.

Antonius Block compara su existencia con una búsqueda constante. En gran medida, sus temores son los de su autor, Ingmar Bergman. Es él quien se bate en duelo con una muerte que, en el oscuro siglo XIV, es dueña y señora de un mundo arrasado por la guerra, el hambre y la peste. Con todo, puede apreciarse una vocación coral, polifónica, en El séptimo sello. Al lado del caballero, comparten su camino otras gentes que ofrecen distintas aproximaciones al asunto: un descreído escudero cuya única y vitalista devoción parece ser una lujuria muy terrenal; una pareja de cómicos en comunicación con lo divino y lo humano; un predicador a quien el idealismo delirante le ha mutado en nihilismo despiadado; un pintor que trata de capturar la verdad.

         El blanco y negro de la fotografía es imponente, al igual que la tajante sobriedad de la puesta de escena, semejante a los de los ‘jidaigeki‘ de Akira Kurosawa, y que se traslada a unos diálogos tan contundentes como cargados de contenido. La angustiada mirada del caballero, vacío, en tortuosa crisis de fe, contrasta de hecho con las escenas protagonizadas por estos actores itinerantes y su hijo. Bendecidas por el sol, estas poseen un aspecto bucólico, esperanzado incluso. Aunque tampoco se encuentran libres de la irrupción de esa sordidez apocalíptica con la que el cineasta sueco expresa la desesperación de la humanidad al verse cara a cara con la Parca, la cual deja escenas, como la llegada de la comitiva de penitentes, sacadas de una película de terror. Pero hasta ellos pasan, mientras que el recuerdo de un cuenco de leche recién ordeñada, unas fresas recién cortadas, una grata compañía y un cálido atardecer puede guardarse para siempre. El séptimo sello recorre, con rotunda expresividad, desde lo espantoso hasta lo reconfortante, desde la desolación hasta, por qué no, cierto optimismo que se abre camino con duro esfuerzo.

         En este viaje, en esta búsqueda constante, Bergman arroja preguntas existencialistas y se interroga -como era especialmente recurrente en este periodo de su obra- acerca del silencio de Dios, clamoroso ante el horror que asola la Tierra. También sobre los caminos del arte y sobre su función respecto de estas cuestiones trascendentes. Su capacidad para adentrarse en las profundidades de lo metafísico y lo filosófico, su fuerza para despertar reflexiones. La resignación del pintor por su obligación de realizar frescos divertidos puede sonar a autojustificación, prorrogada acaso por ese pequeño aunque disonante tramo de comedia matrimonal asumida por un ignorante cornudo. No obstante, Antonius Block se aflige por la futilidad de la vida, si bien descubre a la par el valor tanto de los pequeños placeres como de las grandes acciones. Hay maneras quizás no de vencer a la muerte, pero sí de aceptarla con paz de espíritu, de danzar con ella, compañera inevitable, comprendiendo el miedo.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 9,5.

Un blanco, blanco día

1 Jun

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Año: 2019.

Director: Hlynur Palmason.

Reparto: Ingvar Eggert Sigurdsson, Ída Mekkín Hlynsdóttir, Hilmir Snær Guðnason, Björn Ingi Hilmarsson, Elma Stefania Agustsdottir, Haraldur Ari Stefánsson, Þór Hrafnsson Tulinius, Sara Dögg Ásgeirsdóttir.

Tráiler

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         Una escultura sobre la mesa del salón, una piedra en un prado, un guardarraíles arrancado, un paisaje nebuloso, un parabrisas con los vidrios reventados, un cristal de roca. Hlynur Palmason desliza un puñado de disgresiones mientras Ingimundur, el protagonista de Un blanco, blanco día lidia con el duelo por su esposa fallecida y, en paralelo, investiga la corazonada sobre una posible infidelidad suya. El director islandés dedica un buen tiempo a capturar el recorrido de un peñasco que, tras atravesarse en el camino, rueda ladera abajo hasta reposar en el fondo del mar. También a fugarse a un programa presuntamente infantil que lanza advertencias sobre la muerte y el desastre por venir desde una realización tan patética como estridente y profundamente inquietante. Tras el plano introductorio de un accidente en mitad de la nada, entrega imágenes fijas de una casa en construcción, sobre la que pasan los días y las estaciones. Son escenas que bien parecen adentrarse en los revueltos interiores de Ingimundur -también se recurrirá el zoom para acercarse a instantes desasosegantes-, bien parecen distanciarse de su drama y abandonarlo en la indiferencia de un paisaje y un mundo sobrecogedores, que prosiguen su curso al margen de las cuitas humanas. Esto último puede generar igualmente cierto desapego hacia lo que le pueda ocurrir al personaje.

         Ingimundur es un hombre, un padre, un abuelo, un policía, un viudo. Y pocas palabras más arranca para autodefinirse mientras el psicólogo trata de hurgar en su herida íntima. En ello, Ingimundur es tan impenetrable como la piedra que se despeña. Hlynur monitoriza su evolución a través de un argumento prácticamente anecdótico -probablemente demasiado, con independencia de la calma con la que se le aborde- que da lugar a una indagación de la que apenas se van concediendo pistas a cuentagotas. Este es el hilo a partir del cual rastrea cómo, por determinadas circunstancias y en medio de un cúmulo de dolor, ese autorretrato se descompone y termina de llevárselo por delante, por más que trate de marcar territorio embistiendo como un carnero.

         Es significativo que este pretendido paradigma de héroe silencioso -aquel por el que clamaba Tony Soprano después de derrumbarse ante los patos que emigraban cumpliendo con el ciclo de las migraciones y de la vida- llegue a una especie de catársis a través del grito. El primero, visceral, que acontece en un punto climático del relato, queda seccionado por el cinesta, en contraste con esas mencionadas disgresiones a las que dedica tanta atención. El segundo, voluntario, muestra cierto carácter terapéutico, también relacionado con que, en el fondo, se trate de un grito compartido. La compañía cuenta, sobre todo estando ante un drama de ausencias, ante una película de fantasmas.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 6,5.

Vértigo (De entre los muertos)

3 Abr

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Año: 1958.

Director: Alfred Hitchcock.

Reparto: James Sewart, Kim Novak, Barbara Bel Geddes, Tom Helmore.

Tráiler

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         Uno, que sigue amando el cine como vehículo para contar historias, detecta en Alfred Hitchcock una tendencia que resulta irritante: su confesada indiferencia a caer en trampas de guion. Vértigo (De entre los muertos) es un ejemplo flagrante de ello. Pero, aun así, es una de mis películas favoritas del maestro británico.

         En Vértigo, la capacidad de Hitchcock para transformar el trauma psicológico del protagonista en una pesadilla recurrente otorga validez a una obra que induce un profundo estado de hipnosis mientras John ‘Scottie’ Ferguson persigue fantasmas por San Francisco, una ciudad fascinante de por sí, laberíntica y alucinada ya todavía antes de la primavera hippie. Primero voyeur, luego ser encantado, por último obseso enfermizo, los ojos de James Stewart -el actor que encarnaba la idealización del ciudadano medio- son los del propio espectador, también voyeur, ser encantado y obseso enfermizo. De tan exagerados, el color y la iluminación dinamitan cualquier ilusión de naturalidad e invocan el misterio. Trasladado el relato al otro lado del espejo, Scottie queda atrapado en una espiral en rojo y verde, de luz y oscuridad, de deseo y peligro, de romanticismo y obsesión, de vida y muerte. Antagonismos como el contrazoom mirando al vacío que sirve para expresar su mente asediada.

         A Stewart, como personaje de ética inmaculada, ya lo había trastocado Anthony Mann en una serie de westerns que exhacerbaban esa turbia sombra que se le había quedado en la mirada después de la Segunda Guerra Mundial. Aquí, interpreta a un personaje que, pese a su apariencia afable, es verdaderamente dudoso. La escena introductoria, que lo presentaba como persona de autoridad -un detective de la policía con brillante porvenir- lo deja impotente o, como mínimo, antiheroico. Su estrecha relación con una amiga de los años de universidad, antigua prometida y esposa presumiblemente perfecta -por lo convencional-, encierra una serie de miradas, anhelos y rechazos que acrecientan ese perfil resbaladizo del bueno de Scottie. La tortura a la que se le somete después agravará las consecuencias de esta base con la que, cruel y sarcástico, trabaja Hitchcock.

De hecho, la trama criminal, el suspense paradigmático del autor, es mucho menos interesante que el tercer acto, donde explota ese cóctel, cada vez más fuerte, más intenso, de aguijonazos eróticos, subversiones y coqueteos, con un abismo que siempre parece estar ahí, aguardando la caída. Con Scottie sacado directamente del psiquiátrico, sin escenas intermedias que acomoden o expliquen su nuevo estado, Vértigo se adentra entonces, descosiendo el progresivo cambio de tornas en este juego entre personajes, en un patológico y monomaníaco tour de force. En él, los valores que impulsaban la existencia del personaje/espectador -la belleza y el amor sublimados- se terminan por desquiciar hasta desbocarse en pulsiones desesperadas, frustrantes, tóxicas. Irreales. Scottie ansía a Madeleine, no a Judy, y no digamos ya a Midge. Y la persigue no en una ensoñación, sino en una pesadilla. Una pesadilla recuerrente.

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Nota IMDB: 8,3.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 9.

Hannah y sus hermanas

15 Ene

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Año: 1986.

Director: Woody Allen.

Reparto: Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey, Dianne Wiest, Woody Allen, Max von Sydow, Carrie Fisher, Maureen O’Sullivan, Lloyd Nolan, Sam Waterston, Tony Roberts, Julie Kavner, Daniel Stern, Richard Jenkins, Julia Louis-Dreyfuss, John Turturro.

Tráiler

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         En Hannah y sus hermanas la vida parece dar círculos y círculos entre cena de Acción de Gracias y cena de Acción de Gracias. Una espiral de rituales, convenciones y repeticiones entre las que se escurren los días, hasta que a uno le diagnostican un cáncer y se queda mirándole de frente a la eternidad. Woody Allen toma como lejano punto de partida la obra teatral Las tres hermanas, de Antón Chéjov; se deja influir por su admirado Ingmar Bergman con la estructura narrativa de Fanny y Alexander o el intelectual emocionalmente miope de Max von Sydow, y liga todo desde esa perspectiva particular donde las tribulaciones de la existencia se evisceran desde el humor, incluso con la añoranza por el absurdo de los hermanos Marx.

         El cineasta neoyorkino contrapone distintos puntos de vista -y hasta las reflexiones interiores frente a las acciones físicas- para ensayar un nuevo acercamiento a las relaciones sentimentales de un grupo de personajes que se concentra alrededor de una figura clave, Hannah (Mia Farrow), a quien la cierta idealización de su retrato no le garantiza tampoco una recompensa cierta, tales son las inconstancias de la vida y, en especial, de los afectos humanos. De hecho, transposición de la propia actriz y por entonces pareja de Allen, el apartamento de Farrow ofrece parte de los decorados de la producción, de igual modo que su madre, Maureen O’Sullivan, encarna a su madre en la ficción y sus hijos adoptivos deambulan por la escena como extras.

         Manejada con coherencia y desde una sencillez que le aporta una encomiable naturalidad al argumento, esta óptica múltiple va enriqueciendo distintas facetas de esta exploración de los inciertos caminos del amor y el desamor, del éxito y el fracaso, de la realización y de la infelicidad; al mismo tiempo que resulta una arquitectura ligera, acorde a la equilibrada combinación de drama y comedia con la que se desarrolla el relato, análogo a esos matices con los que se dibuja el día a día. La reflexión, la intimidad y la angustia vital no riñen con la carcajada y la fluidez.

A ello contribuye asimismo la matizada construcción de los personajes y las interpretaciones de un reparto a la altura, con sendos premios Óscar para Michael Caine y Dianne Wiest -aparte del de guion original para Allen, que también estaba nominado como director-.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 8.

Omagh

2 Dic

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Año: 2004.

Director: Pete Travis.

Reparto: Gerard McSorley, Michèle Forbes, Pauline Hutton, Fionna Glascott, Ian McElhinney, Alan Devlin, Stuart Graham, Kathy Kiera Clarke, Peter Ballance, Frankie McCafferty, Michael Liebmann, Brendan Coyle, Lorcan Cranitch, Brenda Fricker, Jonathan Ryan, Paul James Kelly.

Tráiler

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         Realizador más bien desapercibido hasta entonces, Paul Greengrass catapultaría su carrera después de que el docudrama Bloody Sunday (Domingo sangriento) cosechase el Oso de oro en Berlín, compartido con El viaje de Chihiro. Antiguo periodista, siempre interesado por la tragedia que se rastrea en turbulencias reales, Omagh es una película para televisión que bien podría componer un díptico con la anterior, pues registra, como indica su título, el atentado más sangriento del conflicto norirlandés, con el añadido de que ocurrió tras el Acuerdo del Viernes Santo, los cimientos de la paz en Irlanda del Norte -eso sí, en caso de que no se reaviven las hostilidades al calor del regreso del ultranacionalismo, manifestado a través del Brexit y el Nuevo Ira-.

         Aunque aquí firma el guion junto a Guy Hibbert, mientras que la dirección queda en manos de Pete Travis, la impronta del estilo de Greengrass es evidente en un dispositivo visual que posee la estética urgente y sin filtrar del documental, mediante la cual se capturan los hechos desde una aproximación a pie de calle en la que la cámara, como si se tratase de un personaje más sorprendido en el escenario, observa lo cotidiano -que puede ser tanto preparar un coche bomba como acercarse al centro de la ciudad a comprarse unos vaqueros-.

En consecuencia, predominan las composiciones de apariencia inmediata, los planos trabados, los enfoques de teleobjetivo. Un aspecto, este último, que en cierto modo puede comprometer el naturalismo puro del planteamiento, porque, al fin y al cabo, no deja de ser una huella de que hay detrás alguien presente, grabando, interfiriendo. Con todo, el manejo del ritmo del montaje, en aceleración progresiva, pausa y caos, resuelve con fuerza la plasmación del atentado, al mismo tiempo que las reacciones posteriores de los personajes, zarandeados por ese desconcierto, quedan cargadas de emoción.

         No obstante, estas formas dejarán de ser eficientes después de la transición de Omagh hacia un drama de estructura más tradicional. De hecho, el lenguaje empleado por Travis terminará por ser híbrido, contaminado por la progresiva utilización de una gramática más clásica, que incorpora incluso elipsis explicadas con intertítulos -es decir, recursos por completo artificiales-.

La mezcolanza no funciona demasiado bien en ese retrato de un trauma imposible de borrar, de las dificultades de pasar página, de la indefensión del ciudadano común frente a los intereses estatales y de la imposibilidad de la justicia en la barbarie -temas que recuerdan al cine de entornos bélicos de Senderos de gloria, Rey y patria o Consejo de guerra-. En cualquier caso no dejan de ser facetas interesantes e ilustrativas acerca de la turbiedad de las cloacas del Estado.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 6,5.

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