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Haz lo que debas

9 Mar

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Año: 1989.

Director: Spike Lee.

Reparto: Spike Lee, Danny Aiello, John Turturro, Rosie Perez, Ossie Davis, Ruby Dee, Bill Nunn, Giancarlo Exposito, Samuel L. Jackson, Richard Edson, Roger Guenveur Smith, Joie Lee, Steve White, Martin Lawrence, Leonard L. Thomas, Christa Rivers, Robin Harris, Paul Benajmin, Frankie Faison, Steve Park, Ginny Yang, Luis Antonio Ramos, Miguel Sandoval, Rick Aiello, John Savage.

Tráiler

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         Haz lo que debas está dedicada a las familias de seis afroamericanos víctimas de la brutalidad policial: Eleanor Bumpurs, Michael Griffith, Arthur Miller Jr., Edmund Perry, Yvonne Smallwood y Michael Stewart. También hay referencias a la violación de Tawana Brawley por cuatro hombres blancos. Eran sucesos recientes que impulsaron a Spike Lee a movilizarse y escribir el guion de un filme que, por tanto, hace crónica en tiempo presente de la explosiva tensión racial en los Estados Unidos. Pero es también crónica en tiempo pasado y, además, en tiempo futuro. Casi literal, vistas las similutudes entre la mecha que prende definitivamente el polvorín del barrio multiétnico de Brooklyn donde se ambienta la historia y el caso real de George Floyd, desencadenante tres décadas después de una oleada de protestas, manifestaciones y disturbios en todo el país. Entre medias, Rodney King y tantos otros nombres que van trazando una tragedia estructural que se perpetúa, con sutiles variaciones, a lo largo de los siglos.

         Haz lo que debas toma su título de una admonición de Malcolm X -referente en la defensa de los derechos de los afroamericanos a quien precisamente Lee dedicará un biopic tres años después-, de una llamada a tomar parte, posicionarse y actuar. La película se cerrará con dos citas, una de Martin Luther King en la que rechaza la violencia como método de lucha, abogando por conquistar las mentes y los corazones de los contrarios, y otra de Malcolm X en la que justifica el recurso a la violencia en base a determinados contextos, entre ellos una consideración de autodefensa. Una divergencia dentro de un mismo movimiento, una discusión entre vías de acción, sobre la que también gravita parte de la tensión dramática del relato. La eterna historia del amor y del odio, que recueda Radio Raheem emulando al sórdido predicador de La noche del cazador.

         Como hiciera Charles Burnett en el barrio de Watts en Los Ángeles en Killer of Sheep, Lee utiliza al repartidor de pizzas Mookie -interpretado por él mismo- como hilo conductor a través del cual dibujar una serie de viñetas cotidianas que van componiendo un fresco urbano y coral con el que se recoge una realidad tan variopinta como las personas que la habitan. Aunque, frente al naturalismo de trinchera de Burnett, Lee escribe con una caligrafía elaborada que se podría acercar incluso a los videoclips de la época, repletos de perspectivas y angulaciones forzadas, llamativas e impresionistas. Fight the Power atruena omnipresente, emblema de un hip hop que había asaltado a mano armada, con poderosa rebeldía y lengua agresiva, las listas de éxitos para escándalo de la burguesía caucásica. Es esta una expresión formal que en cierta manera resulta acorde a esa visión un tanto mitológica del barrio, con sus grandes personajes y sus pequeñas leyendas.

         A diferencia de algunas obras posteriores, Haz lo que debas no entra en lo panfletario, ya que explora un paisaje humano con sus correspondientes complejidades y contradicciones, lo que lleva a unas conclusiones que, dentro de su virulencia, no dan un mensaje mascado, idéntico a esa reconciliación, por su parte sucinta y tácita, que le sucede como un apunte ligeramente optimista, pues se combina con la actitud de las fuerzas políticas que manifiestan su preocupación por la seguridad de la propiedad privada. Siguiendo esta idea, en Haz lo que debas no hay una denuncia concreta, una proclama contra una injusticia, sino un reflejo que pretende ser fiel a una realidad para, a partir de ahí, tratar de leer las situaciones que se dan en ella. Dentro de este contexto, el locutor de radio encarnado por Samuel L. Jackson es el elemento más explícito, en su función de coro griego, a la hora de aportar una línea discursiva a una narración que concluye, decíamos, con una imagen de Martin Luther King y Malcolm X estrechándose la mano, unidos en su diferencia, diferentes en su unión, víctimas fatales ambos de un profundo conflicto que aún les sobrevive.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 8.

Los viajeros de la noche

18 Feb

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Año: 1987.

Directora: Kathryn Bigelow.

Reparto: Adrian Pasdar, Jenny Wright, Lance Henriksen, Bill Paxton, Jenette Goldstein, Joshua John Miller, Tim Thomerson, Marcie Leeds.

Tráiler

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           Los viajeros de la noche es una película de mitologías mestizas, en la que la mística del vampiro, tanto en su vertiente violenta como en la romántica, se cruza con la del western estadounidense de los fueras de la ley, los rebeldes, los renegados y los forajidos que viven al margen de una sociedad cuyos códigos y convenciones no les atañen. Es decir, un microuniverso híbrido en el que una década después abundarán otras cintas, también de cierto culto cinéfago, como Abierto hasta el amanecer y Vampiros de John Carpenter.

           Dentro de esta reinvención, que acertadamente no se detiene a repasar todos los archiconocidos preceptos del canon vampírico -de hecho ni se cita el término-, el segundo largometraje de Kathryn Bigelow -quien rinde un pequeño tributo al Aliens: El regreso de su entonces pareja, James Cameron, de la que hereda buena parte del reparto- parece encontrar asimismo raigambre en el tema de los amantes a la fuga, con lo que dota de cierta poética melancólica a esa atmósfera nocturna y espectral que lo envuelve todo, a ese idilio amenazado de muerte -por el sol que pone fin a los sueños, por el precio de la noche, por la violencia de los compañeros, por la imposible conciliación de dos mundos-. En esta línea, juega con el componente sexual de la unión entre los dos enamorados. Primero, con esos equívocos iniciales, donde el comportamiento vampírico puede ser el de cualquiera de los dos, embelesados por el roce, por la tentación del cuello. Luego, con uno bebiendo del otro sensualmente, acercándose a la lujuria, mientras se escucha el pulso que se acelera.

Siguiendo en parte esta línea, Los viajeros de la noche puede leerse igualmente como una fábula moral en la que un joven arrogante e imprudente -un joven, en definitiva- se adentra en una crucial experiencia en la que coquetea con la perdición -los efectos de la conversión se reflejan como si se tratase de un síndrome de abstinencia, como de hecho llegan a sospechar algunos personajes-.

           En cualquier caso, el guion de Los viajeros de la noche no tiene mucho vuelo más allá de la iniciación del protagonista en esta nueva realidad y los dilemas que se le plantean. Y, cuando le conviene, fuerza a su antojo la lógica del relato en general y de la escena en particular. Por ello, la película va perdiendo poco a poco el colmillo hasta rematar en un desenlace cogido entre alfileres.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 4,5.

Tras el cristal

8 Ene

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Año: 1986.

Director: Agustí Villaronga.

Reparto: David Sust, Günter Meisner, Gisèla Echevarría, Marisa Paredes, Imma Colomer.

Filme

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          Günter Meisner, que había encarnado nada menos que a Adolf Hitler en las miniseries Winston Churchill: The Wilderness Years y Vientos de guerra, así como en la comedia As de ases, rechazó en primera instancia interpretar el papel que le ofrecía un joven director, Agustí Villaronga, para Tras el cristal, su debut en el largometraje. El guion acerca de un antiguo médico nazi de los campos de exterminio, refugiado en una mansión campestre del extranjero y atrapado en un pulmón de acero tras tratar de suicidarse en un infructuoso intento de atajar su sed de sangre infantil, le resultaba demasiado horrible. Finalmente, terminaría aceptando la propuesta. Según Villaronga, el actor alemán le confesó que no podía sacarse la historia de la cabeza.

          En Tras el cristal, Villaronga expone una reflexión acerca de la mórbida fascinación por el mal y de la perpetuación del horror como si fuese una enfermedad transmisible o hereditaria, donde el componente nazi recuerda a obras precedentes y posteriores como El portero de noche o Verano de corrupción. De hecho, el filme se abre sin hacer prisioneros, reflejando una tortura con trazas de fetichismo sádico en una tenebrosa bodega. Pero se trata de una escena que se contempla también con el uso de un punto de vista subjetivo, implicando al espectador que, a la postre, parece materializarse en la extraña figura de un muchacho que se ofrece a cuidar al hombre, ya tetrapléjico después de ascender desde la bodega hasta la torre para, luego, lanzarse al vacío.

El director balear afronta el tema desde una sordidez que se va infiltrando desde el relato y la imagen. La crueldad de los hechos gana terreno progresivamente dentro de un siniestro juego de poder y dominación, sin ahorrar en escenas escabrosas que comparan abusos y agonías y que se muestran para desafiar esa fascinación de mirar que podría equipararse al ojo y la cámara igualados en los primeros fotogramas. En este camino, la fastuosa mansión y la estética verniega se van deformando en un escenario grotesco y agresivo, hasta que la estancia donde se encuentra encerrado el montruo acaba quedando aislada del tiempo y el espacio, de la realidad, envuelta en una pesadilla delirante, en una fábula de terror. Y, a la par, algo semejante sucede con el rostro de David Sust, de aspecto inocente pero cada vez más afilado por las sombras.

          Con todo, es cierto que la estética de Tras el cristal padece asimismo rasgos deudores de su época que no le sientan demasiado bien, subrayando los aspectos excesivos de una narración de retratos psicológicos extremos. Como es frecuente en la década de los ochenta, se detecta particularmente en determinadas decisiones del montaje y, en especial, en la banda sonora.

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Notaa IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota de blog: 7.

El resplandor

9 Dic

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Año: 1980.

Director: Stanley Kubrick.

Reparto: Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd, Scatman Crothers, Joe Turkel, Philip Stone, Barry Nelson.

Tráiler

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          A Stanley Kubrick puede considerársele un autor transformador de géneros. Es decir, que pone su sensibilidad, talento e intereses por encima de los códigos y las convenciones propias del terreno por donde escoge encaminar su filmografía. Por ello, a la hora de adaptar la novela El resplandor, de un escritor fundamental en el terror, Stephen King, el cineasta optaría por ahogar su dimensión sobrenatural en favor de una mayor ambigüedad, más vinculada a una exploración de la enajenación y los arrebatos de locura que pueden hacer en presa en una mente como la de Jack Torrance, arrasada por la frustración -su estancada carrera literaria-, el aislamiento absoluto -el hotel cerrado durante cinco meses de crudo invierno- y unos antecedentes que apuntaban a que el asunto se encontraba ya ahí latente -la alusión a un episodio de «exceso de fuerza» hacia su hijo-.

Pero, además, esta naturaleza maligna se enraiza a través del relato con el catálogo de depravaciones y atrocidades que se manifiestan a través de los espíritus del siniestro hotel -otro holocausto familiar, fantasmas con terribles heridas, grotescas escenas sexuales- y, de paso, con la cara B de la historia de la forja de la nación -el recuerdo de la expedición Donner, donde los pioneros hubieron de recurrir al canibalismo para sobrevivir en mitad de un territorio hostil-. Un conjunto a partir del cual se podría conformar una subrepticia mirada crítica hacia la sociedad estadounidense -la conminación a Jack para que pase a ser parte de los hombres que cumplen con su deber y que escarmientan a esposas e hijos-.

          De ahí que esos espectros no tengan entidad propia, como en el libro de King, sino que Kubrick los apunte como emanaciones de una psicología trastornada, bien la de un padre desequilibrado que vendería su alma por una cerveza, bien la de un niño con aparentes problemas de sociabilidad, bien la de una mujer al borde de un ataque de nervios. No obstante, esta premisa conduciría a ciertas contradicciones, como por ejemplo en la imposible apertura de la puerta de la despensa, o a momentos ridículos como el final del personaje de Scatman Crothers. Supongo que es complicado subvertir por completo el texto original.

          De igual manera, en el aspecto formal, Kubrick reemplaza los sustos, la impresión repentina, por una constante irritación sensorial -la estridente estética de los interiores, las desaforadas sobreactuaciones y la apariencia de los actores; la banda sonora deformada por el sintetizador y los registros sonoros que incluso convierten el rebotar aburrido de una pelota en metrónomo de lo que parecía música…-. El terror está en esa atmósfera antinatural, bajo la que se convoca la personalidad intangible y malsana del Overlook, prácticamente un estado mental. Mediante la steadycam, el objetivo se arrastra tras los pasos de los personajes en su agobiante recorrido de unos pasillos que son tan intrincados como ese laberinto de setos que les aguarda en el exterior congelado.

          En cualquier caso, esta superposición de Kubrick termina dando de sí todo y acaba siendo más divertido contemplar, mirándo desde fuera la historia al igual que él, qué recursos visuales desarrolla y aplica el cineasta, y no tanto el relato de terror y locura en sí mismo que se cuenta de fondo.

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Nota IMDB: 8,4.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 7.

Pasaje a la India

2 Nov

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Año: 1984.

Director: David Lean.

Reparto: Judy Davis, Victor Banerjee, Peggy Ashcroft, James Fox, Alec Guinness, Nigel Havers, Richard Wilson, Antonia Pemberton, Saeed Jaffrey, Art Malik, Michael Culver, Roshan Seth, Clive Swift, Ann Firbank, Roshan Seth, Sandra Hotz.

Tráiler

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          David Lean llevaba catorce años asumiendo el duelo por las malas críticas de La hija de Ryan cuando estrenó Pasaje a la India, que a la postre se convertiría en el último jalón de su obra cinematográfica. Taciturno durante el rodaje, quizás ese contexto existencial se perciba a través del personaje de la señora Moore, una anciana en permanente contacto con la noción de muerte que la rodea, con el temor de ser una simple figura que transita en un universo sin Dios ni sentido.

          Pasaje a la India se basa en una novela de E.M. Forster, autor refractario a que sus textos se trasladaran al cine, cosa que no sucederá hasta después de su fallecimiento. Finalmente, James Ivory -quien también había tanteado este libro en particular- hará de su literatura una importante fuente de inspiración para su filmografía –Una habitación con vistas, Maurice, Regreso a Howards End-. El relato original es una profundización en la imposibilidad de entendimiento entre un imperio, el británico, y sus territorios colonizados. Lean plantea este choque por medio del contraste. No solo durante la llegada de la protagonista a Calcuta, con la aglomeración, los burkas y los olores que provocan que una dama se lleve el pañuelo a la nariz, sino, sobre todo, por la disposición clasista de los ocupadores, cuyas advertencias acerca de las mezclas se reforzarán en lo visual -el tren que atraviesa parajes portentosos y enigmáticos pero también espacios reducidos a la miseria; los planos alternos entre las barriadas coloniales y las nativas- y, por consiguiente, en lo conceptual -nada como un sandwich de pepino para echar el freno a las pretensiones de aventura exótica-, hasta confluir con el ascenso de los movimientos independentistas indios.

          Una vertiente del drama, pues, parte de esta disensión entre culturas. Pero, en cualquier caso, Lean prefiere otorgar preeminencia a los conflictos íntimos de los personajes que a su alegoría o su manifestación política. Pasaje a la India se abre en un Londres lluvioso que es un caos de paraguas de negro fúnebre. Frente a ellos, la maqueta de un barco en el escaparate de una agencia de viajes aparece como un estimulante espejismo a ojos de la señorita Quested (Judy Davis), una joven en busca de nuevos horizontes. Es esta exploración la que va activando los resortes de la tragedia, desencadenados por la violenta colisión entre los encarnizados apetitos y represiones de la mujer.

Así pues, el subcontinente se abre paso como un nuevo mundo de excitación y sensualidad que obliga a ponerse a la protagonista delante del espejo, con traumáticas consecuencias. El deseo y el peligro, como ese magnífico y terrible Ganges en cuyas aguas flotan cadáveres y se esconden cocodrilos siempre al acecho. Lean lo desarrolla con escenas de alto voltaje, como la incursión en un templo abandonado repleto de esculturas eróticas, divinidades que observan e impulsos animales desatados, que luego encontrarán su anodida -y tranquilizadora- contraposición en esa figura del prometido inglés y, posteriormente, su resurgimiento en un paseillo hasta el juicio donde esa diosa perturbadora de ojos penetrantes aparece mutada en una estatua colosal de la reina Victoria.

          El cineasta es muy expresivo en la plasmación de las emociones de los personajes, aunque de vez en cuando caiga en recursos un tanto manidos -el viento penetrante que comunica las estancias del doctor y la joven; la tormenta que limpia la cargada atmósfera- o subrayados -la evocación del templo durante una noche tórrida-, e incluso algún personaje de fuerte contenido simbólico, como el inescrutable brahmán interpretado por Alec Guinness, no termine de funcionar. Sea como fuere, la excursión a las cuevas de Marabar marca el punto álgido de este misterio sobrecogedor, de esta llama que arde y que rebosa en las entrañas de la señorita Quested. También de esos ecos de muerte que convocan a la señora Moore, imbuidos ambos en una textura como ensoñada o alucinada. Lean es un artista filmando paisajes, imbricándolos en los procesos sentimentales de los protagonistas. Y aquí deja su muy estimable último ejemplo.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7,5.

Corazonada

26 Oct

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Año: 1981.

Director: Francis Ford Coppola.

Reparto: Frederic Forrest, Teri Garr, Raul Julia, Nastassja Kinski, Harry Dean Stanton, Lainie Kazan.

Tráiler

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         «Si me dieran un dólar por cada vez que me he arriesgado…«, canta Tom Waits en la apertura de Corazonada, el salto al vacío en forma de musical romántico con el que Francis Ford Coppola no solo no ganó un dólar, sino que se fue directamente a la ruina, llevándose por delante su estudio, Zoetrope, que había estrenado precisamente con este rodaje. El cineasta de impulsos, que aspiraba tanto a rodar colosales producciones como a ser un autor a la europeo, pagó cara su corazonada, que tuvo que saldar durante más de una década sometiéndose a las películas de encargo. Tras regresar de Vietnam con Apocalypse Now y El cazador, Coppola y Michael Cimino se estrellaron con la debacle de Nuevo Hollywood con esta y La puerta del cielo. El primero, para mayor ironía, con una obra que quería realizarse recordando en parte el sistema de estudios que su generación había contribuido a desmontar.

         Coppola, que ya conocía el musical de El valle del arco iris, escogía regresar al género más artificial del cine encavándolo en la ciudad más artificial de los Estados Unidos, Las Vegas, recreada además, sin disimulo, en un set de cine en el que dar rienda suelta a las posibilidades artísticas, libres de las limitaciones de la realidad, que ofrecen los decorados de Dean Tavoularis. El escenario se despliega en una luminosa y caótica magnificiencia, aunque en otras ocasiones semeja un imperio en ruinas, enterrado bajo la arena y el tiempo, decadente y melancólico.

La decisión es coherente con el espíritu de un filme que rechaza toda naturalidad, adentrándose en lo fabuloso. Es decir, como las sensaciones que producen las luces de neón, ajenas toda relación con la naturaleza, de sedosa textura onírica. Con Vittorio Storaro al frente, Corazonada es, en buena medida, una cinta fundamentada sobre el trabajo con la iluminación, que sirve para manifestar emociones e incluso introducir elipsis sin cambiar de plano, con un aire teatral. Ante el amor, todo resplandece. En su ausencia o en su conflicto, los tonos azules pugnan con los amarillos, los rojos con los verdes… subrayando todo. Pero bajo el influjo de estas luces cegadoras, nada es auténtico, se lamenta el hombre despechado.

         En contraste, los protagonistas son personas comunes interpretadas por dos actores, Frederic Forrest y Teri Garr, que no poseen aura de estrella. De hecho, él ni siquiera es un personaje agradable, con un comportamiento hipócrita, mezquino y agresivo. En un relato de este tipo, es arriesgado no sentir simpatía por el amante herido que debe reconquistar a su enamorada, preferir incluso que no triunfe y que se dé la puntilla a este romance de trazas tóxicas -quizás le afecte, pues, el paso de los años y la evolución de las sensibilidades-. Aunque puede que, en el fondo, se trate de eso mismo; de una vulgar derrota fantasiosamente travestida de victoria rutilante.

Desde la banda sonora, como si se tratase de un coro griego, Tom Waits y Crystal Gayle desnudan los sentimientos que no aparecen en pantalla. Pero, al final, la verdadera belleza de Corazonada, el hechizo, no se encuentra tanto en la historia que se cuenta como en las imágenes que la cuentan. Lo que, para suscitar emociones de una u otra manera, también puede jugar en su contra.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 6,5.

El bosque animado

25 Sep

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Año: 1987.

Director: José Luis Cuerda.

Reparto: Alfredo Landa, Tito Valverde, Alejandra Grepi, Miguel Rellán, Fernando Rey, Encarna Paso, Laura Cisneros, José Esteban Alenda, Luma Gómez, Amparo Baró, Alicia Hermida, María Isbert, Paca Gabaldón, Manuel Alexandre, Luis Ciges, Antonio Gamero.

Tráiler

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          Galicia es probablemente una de las regiones españolas que más se presta a la proximidad a cierto realismo mágico, el cual conectaría con unas raíces paganas fuertemente vinculadas a una naturaleza exhuberante y a unos modos de vida rurales vinculados a ella; a una concepción de ‘terra meiga’ apreciada como elemento definidor del «sitio distinto», como identidad propia en un mundo globalizado; pero también explotada desde el tópico amable e inocuo o incluso paternalista.

Sea como fuere, es una huella que puede apreciarse en la obra literaria de autores como Álvaro Cunqueiro o Wenceslao Fernández Flórez. En El bosque animado, este último plasmaba con sentido lírico, profunda ternura y melancólico humor ese sentimiento de un mundo que se agota, acorralado por el predatorio avance de la sociedad moderna. Las fragas de Cecebre se transformaban así en un microcosmos donde un grupo de personajes ponen en común sus quehaceres, preocupaciones y esperanzas cotidianos, participantes de un ciclo eterno donde la vida y la muerte se encuentran en fluida comunicación, con la naturaleza como hilo conductor.

          La adaptación de José Luis Cuerda y Rafael Azcona de El bosque animado comienza dedicándole varios minuto de metraje, en solemne y recogido tributo, al bosque atlántico que encuentra cerca del Cecebre original, en Sobrado dos Monxes. La localización, que ha de esmerarse en hallar un espacio libre de plantaciones de eucaliptos invasores, es en sí una muestra de estos apesadumbrados temores que, bajo la forma de un poste de la luz, expresaba Fernández Flórez, probablemente compartidos por dos cineastas de opuesto prisma político pero fuerte talante crítico contra los atropellos del mundo contemporáneo, algunos de ellos presentes en este rincón apartado en el que, como ocurre en todas partes, chocan los que se aprovechan contra los que solo les queda soñar -con la chica, con convertirse en un temible bandido capaz de asaltar la casa del cura, con dejar atrás el hambre-.

          Centrado el filme en los pasajes protagonizados por humanos, el cariño con el que el literato juntaba a sus personajes -casi nunca ejemplares- comparece aquí intacto, reforzado por el carisma que les imprimen actores como Alfredo Landa o Miguel Rellán. Y pueblan un escenario donde, dentro de esta atmósfera por momentos bucólica -el sol entre las ramas, el perenne canto de los pájaros- y misteriosa -la bruma que se extiende en las noches donde vagan las ánimas en pena-, las imágenes tampoco se recrean en un pintoresquismo de postal, una poesía de nostálgico sentimentalismo o un artificioso esoterismo folclórico, sino que todo está integrado con modesta, delicada y coherente naturalidad.

La escena del entierro, que es terrible pero a la vez dulce e incluso cómica, resume a la perfección el espíritu de esta obra y el complejo equilibrio que consigue el tono narrativo -cuyo camino, no obstante, es menos oscuro que a donde lo conducía el escritor-. No se comparte, por tanto, la mirada ignorante y espantada de las señoras de Madrid que buscan en la recóndita Galicia un remedio a sus problemas de nervios. Y esa misma naturalidad y coherencia se aprecia en la solidez y fluidez con la que Azcona condensa los relatos dentro de esa canción en la que se cantan las alegrías y las miserias de un rincón que es, a la par, particular y universal.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7,5.

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