“Soy un director encasillado. Si hiciera Cenicienta, el público se podría enseguida a buscar un cadáver por todo el escenario.”
Alfred Hitchcock
Rebeca
Año: 1940.
Director: Alfred Hitchcock.
Reparto: Joan Fontaine, Laurence Olivier, Judith Anderson, George Sanders, Reginald Denny, C. Aubrey Smith.
Alfred Hitchcock aterrizaba en Hollywood. Una sólida trayectoria británica y el respaldo de David O. Selznick, uno de los mandamases (en sentido amplio) de la producción, bien lo valía.
Y, como Hitchcock era muy suyo, iba a ambientar su primera película americana en el recién abandonado Reino Unido, basándose en una novela de la inglesa Daphne du Maurier y contando con el protagonismo de dos intérpretes ingleses, Joan Fontaine -nacida en Tokio por circunstancias familiares, nacionalizada estadounidense en 1943- y Laurence Olivier, actor shakesperiano por excelencia.
De hecho, la temática de la obra puede considerarse también fuertemente británica. Porque la terrorífica pesadilla que vive en sus carnes la joven anónima interpretada por Fontaine, crudo despertar del cuento de hadas que le supone su repentino y sorprendente matrimonio con el aristócrata recién enviudado Maxim de Winter (Olivier), no es sino la materialización de uno de los grandes tabúes de la sociedad inglesa: la trasgresión de los rígidos estamentos sociales.
Es decir, el coste de escalar en una sociedad poco tolerante hacia la permeabilidad de clases, una consideración de intrusión que es independiente de las cualidades humanas del individuo –prácticamente beatíficas en esta ocasión, acentuando la flagrante injusticia que sufrirá la muchacha-.
Esta presión propia y ajena por sustituir (o suplantar) en la fastuosa mansión Manderley a Rebecca de Winter, un dechado de virtudes nobiliares, físicas y morales y fallecida en extrañas circunstancias, queda simbolizada así en el acoso incorpóreo que ejerce sobre ella la presencia palpable hasta casi lo físico de la llorada señora de la casa, intermediada además por el perenne gesto de reproche y desaprobación de su abnegada persona de confianza, un ama de llaves (perfecta Judith Anderson) pavorosamente intimidante y gélida como un autómata, uno de los factores de excelencia del filme.
Un servidor reconoce que el carácter bondadoso, apocado, vulnerable e inocente hasta el extremo de la protagonista supone un freno para su identificación y, en ocasiones, llega a exasperarle, y eso que la interpretación de Fontaine es ‘como debe ser’, exprimida con crueldad por Hitchcock durante el rodaje sacando partido al amedrentamiento que le provocaba el manifiesto desprecio que por ella sentía Olivier, airado porque el papel no hubiera recaído en la que por entonces era su pareja, Vivien Leigh.
Sin embargo, esto no es óbice para poder ‘disfrutar’ del tormento psicológico que ese asfixiante entorno, gobernado por la vívida presencia de esa presencia incorpórea tiránica y despiadada, ejerce sobre la desamparada jovencita.
Hitchcock domina la atmósfera con mano de maestro, cierne la amenaza imperceptible y al mismo tiempo pegajosa y helada sobre la dulce figura de Fontaine y saca el máximo partido a la intensidad con la que establece sus relaciones con el resto de personajes –la misteriosa ambivalencia y contradicción emocional de Olivier, la perturbadora y fría agresividad de la patrona, la evidente tensión sexual con alguno de los secundarios, la desconfianza que producen otros y, sobre todo, como mayor muestra de genialidad, el acoso implacable de la sombra de Rebecca- y con el propio escenario -la inmensidad de la mansión y sus habitaciones, que reducen a un ser insignificante a la chica-; aunque para mi gusto, y teniendo en cuenta que forma parte de los cánones de la época, le sobre banda sonora, omnipresente a excepción de un momento clave de la trama –aquí juega, por supuesto, la habilidad del cineasta inglés-.
No obstante, el guion fuerza un giro un tanto tramposete hacia el último tercio de metraje que convierte al relato en una intriga criminal y agiliza el ritmo desde ese ambiente onírico y sutil hacia otro más mundano y tangible, a la vez que desplaza el protagonismo desde la joven señora de Winter hacia su esposo y otros personajes hasta entonces secundarios.
Un desenlace menos sugerente, menos intenso aunque quizás algo más entretenido (acaso por su carácter más sencillo y convencional) pero que, con todo y ello, se resuelve con la eficacia que merecía el conjunto.
Único Oscar a la mejor película para un filme de Hitchcock y primera nominación a mejor director para el cineasta británico por uno de sus títulos más celebrados. Todo sea dicho, jamás lograría la estatuilla a lo largo de su carrera.
Nota IMDB: 8,3.
Nota FilmAffinity: 8,3.
Nota del blog: 7,5.
Contracrítica