“¡Joey! ¿Has estado alguna vez en una prisión turca?”
Comandante Clarence Cambio (Aterriza como puedas)
El expreso de medianoche
Año: 1978.
Director: Alan Parker.
Reparto: Brad Davis, Paul L. Smith, John Hurt, Randy Quaid, Paolo Bonacelli, Norbert Weisser, Irene Miracle.
Soy un fugitivo, la película que asienta los fundamentos del género carcelario por completo, arrojaba sin paños calientes, ya en los años treinta, una tesis crítica y tremendamente pesimista frente al sistema penitenciario estadounidense en particular, occidental por extensión: las presuntas intenciones de rehabilitación promovidas desde una sociedad racional y humanitaria no son sino la mascarada tras la que se esconde un régimen destinado a ocultar los elementos incómodos de la misma relegándolos a un pequeño infierno -imagen última de la injusticia del sistema y sucio espejo de la vida dejada en el exterior- donde la redención, no digamos ya la deseable restitución de los valores éticos y morales, es del todo imposible.
Tan solo cabe la degradación del ser humano, sometido a la tortura del cuerpo y del espíritu en una desesperación sin fin.
Imitado, revisado, modificado y deformado hasta la saciedad, el género carcelario aún conservaba desafortunadamente vívido y creíble décadas después ese helado pavor hacia la caída en un infierno en la tierra cercano y real, destinado, para mayor crueldad e inquietud, a falsos culpables o individuos que, inmersos en la deriva de su existencia, toman temporalmente un camino errado.
El éxito reciente de su libro de memorias, así como la sugestión de encuadrar la prisión en un terreno desconocido para el público donde sea posible imaginar pérfidos y originales horrores recreándose en el todavía mayor desamparo del protagonista –como Papillon, pero además contemporánea- y con la comodidad añadida de no volcar la culpa hacia la propia sociedad, convertían a El expreso de medianoche, el relato de las experiencias en una prisión turca del norteamericano Billy Hayes producto de una condena por tráfico de drogas, en un diamante en bruto para el cine.
El británico Alan Parker tomaba las riendas de la adaptación en un intento de dejar atrás el cine centrado en la infancia que hasta entonces había realizado. Y el cambio, por supuesto, no podía ser más radical.
Rodada por motivos obvios en escenarios malteses y con reparto fundamentalmente angloparlante e italiano, El expreso de medianoche viaja a la descomposición absoluta de un individuo atrapado entre la propia estupidez e inconsciencia –derivada de la atracción por el dinero y el placer fácil al que daría acceso el nimio contrabando de dos kilos de grifa-, los daños colaterales de las estrategias de alta política y, sobre todo, por un país corrupto y carente de toda moral, retrato flagrantemente deformado –tal y como reconocería el mismo Hayes- del pueblo turco.
Feos, guarros y mezquinos, Parker muestra con delectación el truculento barbarismo que campa a sus anchas en el microcosmos de la prisión de Sağmalcilar, dura prueba para la resistencia de la humanidad de su protagonista, apoyado a modo de frágiles muletas en la amistad y la escasa esperanza que emana de una improbable opción de fuga, ‘el expreso de medianoche’ en el argot carcelario.
No obstante, este burdo, malintencionado y cobarde escenario –repetimos, es bastante más fácil apuntar hacia otro que hacia uno mismo- no es óbice para que el realizador londinense ofrezca un filme que sabe mantener la atmósfera, la tensión y el ritmo siguiendo los patrones tradicionales del género, manejando con soltura los sentimientos del protagonista (buen trabajo de Brad Davis, en la línea de un acoplado reparto) y del espectador identificado con él, adscrito incluso a su extremo sentimiento de furia, del todo justificado desde los resortes dispuestos por ese planteamiento maniqueo de base que ofrece el libreto de un joven Oliver Stone, mitigado o directamente inexistente en el relato original de Hayes.
La película transmite con notable intensidad el miedo del convicto, su angustia, sus tibias ilusiones y su desesperanza, y uno logra sentir compasión hacia este niño bonito americano encerrado en el agujero más oscuro y pestilente de un país abyecto y brutal, víctima un calvario insoportable para cualquier humano.
Lo malo es que, como demuestra la cita del legendario Comandante Cambio y otras mil y una referencias en literatura, cine y televisión, esta imagen de Turquía tuvo un enorme calado en la cultura popular. De hecho, a pesar de que Billy Hayes regresó recientemente a Estambul para disculparse por los daños causados, el temor al sistema judicial y las cárceles otomanas todavía sigue figurando entre los principales motivos de preocupación para el turista estadounidense que visita el país euroasiático.
Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 7,8.
Nota del blog: 7.
Coincido plenamente con tu análisis y con la valoración del blog. Una película mucho mejor de lo que algunos dijeron en su época, menos lastrada por sus supuestas trampas y estética, de la que muchos han bebido tanto en plasticidad como el engaño.
Siempre con pulso firme, muy bien contada, sin altibajos narrativos y que evidentemente recarga las tintas con más de un golpe de efecto y dibujando un escenario carcelario excesivamente orquestado.
Es bastante poderosa, tiene una dirección bastante buena y, pese a las incontables imitaciones, conserva bastante bien el tipo a día de hoy. Pero también es cierto que trata de epatar demasiado con el componente exótico de Turquía, exagerado y facilón.