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Pacto de honor

2 Mar

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Año: 1955.

Director: André de Toth.

Reparto: Kirk Douglas, Walter Matthau, Elsa Martinelli, Diana Douglas, Walter Abel, Lon Chaney Jr., Eduard Franz, Harry Landers, Michael Winkelman, Elisha Cook Jr., Alan Hale Jr., Ray Teal, Frank Cady, William Phipps, Hank Worden.

Filme

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          En unos años en los que Estados Unidos veía tambalearse los derechos civiles y democráticos bajo la presión del infame Comité de Actividades Antiamericanas, Kirk Douglas, estrella del Hollywood que había sido mirado con lupa como presunto nido de rojos, estrenaba su productora, Bryna Productions, con Pacto de honor, una película que, dentro de su adscripción al cine de género, muestra un decidido compromiso con los valores humanos.

          Pacto de honor es un western antirracista que, al igual que ocurría con la polarizaciónde la sociedad estadounidense coetánea y de la geopolítica en tiempos de Guerra Fría, refleja un mundo trágicamente divido. No solo por la desconfianza y hostilidad entre los colonos que buscan su camino hacia Oregón y los indios recluidos en pequeñas reservas a fuerza de masacres, sino también por un país que, pese a su juventud y sus promesas de esperanza, sale de un enfrentamiento fratricida, la Guerra de Secesión, cuyos ecos todavía se dejan sentir en conversaciones y actitudes. El cainismo frente al entendimiento -integrado en el relato también desde una perspectiva romántica, a lo Flecha rota, considerado uno de los principales western de serie A estrenados tras la Segunda Guerra Mundial en desarrollar una mirada comprensiva hacia el indio-.

De este modo, el argumento matiza la conquista del Oeste desde una mirada crítica que sitúa en plano de igualdad a los sioux y su forma de vida, la cual André de Toth filma con respeto y dignidad. La misma solemnidad que otorga a los paisajes vírgenes del territorio, que captura en toda su majestuosidad pero impregnada de una nota de melancolía, de sentimiento de pérdida frente al avance de una civilización no siempre positiva con todo aquello de lo que se apropia -los nativos, la naturaleza-. El cineasta húngaro también entrega poderosas escenas como la del asalto al fuerte, envuelto en polvo y fuego, que sobresale en su tarea de ajustarse al lucimiento personal de Douglas.

          Aunque todo sonrisa prieta, Douglas encarna un personaje de cierta rugosidad, ya que a pesar de transitar entre ambos mundos es un superviviente conocido por el justificado apelativo de «matador de indios». El posicionamiento que, desde su ambigüedad de partida, adopta este protagonista, navegando entre intolerancias, fundamentalismos y egoísmos de diverso pelaje, es lo que va conformando el discurso de Pacto de honor, una primera muestra de la andadura que pretendía seguir Douglas como hombre de cine. Un camino que, en los años posteriores, traería consigo obras mayores como Senderos de gloria o Espartaco -en la que, como es sabido, se recuperará a Dalton Trumbo de las listas negras del mccarthismo-.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 7.

Wind River

17 Jul

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Año: 2017.

Director: Taylor Sheridan.

Reparto: Jeremy Renner, Elizabeth Olsen, Graham Greene, Julia Jones, Kelsey Asbille, Gil Birmingham, Martin Sensmeier, Jon Bernthal, James Jordan, Hugh Dillon, Matthew Del Negro, Teo Briones.

Tráiler

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           A propósito de los disturbios derivados de la muerte de George Floyd a manos de la Policía, uno de los activistas más representativos en favor de la causa afroamericana, Cornel West, sostenía que los Estados Unidos son «un experimento social fallido» a causa de las profundas desigualdades que provoca o cuanto menos alienta el sistema socioeconómico sobre el que se levanta.

La situación queda igualmente de manifiesto en las reservas indias, una pírrica concesión a los denominados pueblos originarios en forma de territorios restringidos donde estos pueden ejercer una soberanía que, en cualquier caso, se encuentra limitada hasta extremos kafkianos y que redunda en la degradada calidad de vida de sus habitantes. Así pues, el gobierno tribal tiene jurisdicción para sentenciar delitos menores cometidos en este espacio, pero no para aquellos perpetrados por personas que no sean indígenas o para los crímenes de especial gravedad, como los robos a mano armada, las violaciones o los homicidios, sobre los que la autoridad pasa a ser federal. Y algo semejante ocurre ya solo para practicar el arresto del sospechoso. Esto deriva en una maraña legal que, con gran frecuencia, tiene como resultado la impunidad de facto del delincuente.

           Actor reconvertido en guionista de creciente prestigio y que ya había explorado desde la escritura esa noción de frontera aún turbulenta en las celebradas Comanchería y Sicario, Taylor Sheridan explicaba que para alumbrar el libreto de Wind River se había inspirado en los ingentes casos sin resolver que había descubierto al indagar en el tema. De ahí la atmósfera agónica y doliente, de ira a duras penas contenida, que embarga el escenario congelado de la película, poblado por individuos lacerados por una herida que no sana, sino que se reabre constantemente. Una tierra hostil donde cada cual ha de valerse por sí mismo, donde la frivolidad de la sociedad contemporánea queda cáusticamente ridiculizada, como manifiesta un simple test de revista de moda.

           Sheridan traslada este conflicto al plano personal de la mano de un padre que carga con el remordimiento por la pérdida de su primogénita años atrás y que, desde su posición de cazador de depredadores, se implica en la investigación de la muerte de otra adolescente en similares circunstancias. El prototipo de cowboy fuerte y silencioso que se encuentra tan abandonado y nostálgico como el indio contra el que antes se enfrentaba sin cuartel. Es decir, que el cineasta abunda en esa concepción westerniana para dejar traslucir esa idea de duelo tan propia del género pero que sin embargo, por su maniqueísmo intrínseco y su consiguiente coartada para el ojo por ojo -aquí definitivamente sintetizado en un flashback revelador sin el cual este sería probablemente un filme más rugoso e interesante-, no suele maridar demasiado bien con una denuncia social seria y madura -que es a lo que parece aspirar el texto que cierra la obra-.

Con todo, sirve para trazar una sólida intriga que avanza más hacia los adentros de los personajes y del paisaje que hacia estímulos epidérmicos o efectistas, pero que, siguiendo esta línea, destaca más en su planteamiento y desarrollo que en su resolución.

           En otra muestra de este sistema donde todo está sometido a compra o venta, el lanzamiento de Wind River coincidió con el escándalo de los abusos del productor Harvey Weinstein. Sheridan reclamó y consiguió que el logo de su compañía no figurase en la promoción de la cinta, así como que se donase a fines sociales el dinero obtenido de su distribución.

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Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 6,5.

Bone Tomahawk

30 Dic

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Año: 2015.

Director: S. Craig Zahler.

Reparto: Kurt Russell, Patrick Wilson, Matthew Fox, Richard Jenkins, Lili Simmons, David Arquette, Evan Jonigkeit, Kathryn Morris, Fred Melamed, Sean Young, Sid Haig, Geno Segers.

Tráiler

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         Hasta entonces músico de heavy metal y escritor, S. Craig Zahler arrancaba su filmografía a machete. Literalmente. Tras el zumbido sucio de una mosca que se agita en el negro primigenio, surge una ejecución criminal que se recrea en la agresividad visual y sonora, en la sordidez escatológica y en el sacrilegio barbárico para aglutinar un conjunto en el que la crueldad deshumanizada y el absurdo humano se tocan a través de una masa de humor negro, violencia desaforada y trivialidad cotidiana.

         El prólogo de Bone Tomahawk, con David Arquette y Sid Haig, advierte también de que este cineasta debutante es un adicto al cine de género que, sobre un decorado de western, va a componer una obra de terror con incisiones gore que puede verse perfectamente como una reinterpretación tan bruta como en el fondo gamberra del Devoradores de cadáveres de Michael Chrichton, llevada al cine -con remate final a la desesperada del propio literato- en El guerrero nº 13.

Quizás no esté de más comparar con el estilo de Quentin Tarantino esas largas escenas de conversaciones aparentemente azarosas que, en realidad, van componiendo con cuidado, paciencia y mala baba la naturaleza de los personajes y del escenario donde se sumergen en una aventura suicida y delirante, cuya cadencia calmosa se rompe en estallidos de atroz ferocidad. Es verdad también que, con ellas, Zahler parece caer en cierto ensimismamiento, sin perjuicio de que la obra se alargue ampliamente por encima de las dos horas.

         Las raíces cinéfilas de Bone Tomahawk -con premisas argumentales que podrían llevar el rastro hasta un Centauros del desierto o un Río Bravo pasados por el tamiz de la serie B, con sus tipos, arquetipos y espíritu- no son precisamente reverentes ni tratan con melancolía los territorios por los que transita, a juego con la esencia de la función. ¿Hay mayor sátira que, en pleno Oeste, los intrépidos buscadores tengan que desplazarse a pie?

De ahí la fuerte personalidad y la sabrosa autenticidad que destila Zahler ya en su ópera prima.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 7.

El sargento negro

16 Dic

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Año: 1960.

Director: John Ford.

Reparto: Woody Strode, Jeffrey Hunter, Constance Towers, Willis Bouchey, Billie Burke, Carleton Young, Judson Pratt, Juano Hernández.

Tráiler

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         El western de John Ford no acostumbra a estar dominado por héroes tradicionales. Incluso antes de que congraciara la madurez del género con La diligencia, una obra en la que daba la vuelta a los arquetipos sociales y cinematográficos, piezas del periodo silente como Tres hombres malos demostraban ya que los prejuicios casaban poco y mal con el sentido de la humanidad del cineasta. O, al menos, evidenciaban que América, como nación recién conformada o en sempiterno proceso de construcción, es capaz de lavar y redimir hasta las más profundas condenaciones, sean estas merecidas o impuestas. El Ejército, constituido como una familia de aluvión, de hermanos en armas de distintos rostros y distintos acentos, desempeña en la filmografía de Ford un papel fundamental en este sentido, operando como elemento integrador e igualador.

         A hombros del tío Ethan, el cineasta ya había transitado en Centauros del desierto el racismo inveterado y obsesivo que yace enquistado contra el indio, avanzando así una incipiente vena revisionista y descreída que, en el caso de los ancestrales moradores del país, quedará definitivamente cristalizada en El gran combate, una película que cabalga entre el homenaje y la disculpa. Justo a mitad de ambas, Ford estrenará El sargento negro, que explora con idéntico sentido el racismo que sufre la población afroamericana, que a pesar de la abolición de la esclavitud y de participar del país de la libertad no disfruta de una emancipación plena, víctima de incontables injusticias legales, sociales y económicas. El mensaje, colocado en la década de 1880, no estaba exento de validez para aquella época. Quizás tampoco para la actualidad.

         Para El sargento negro -proyecto que antes había trabajado y abandonado André de Toth-, Ford se basaba en un relato de James Warner Bellah, escritor especializado en el western con componente castrense a quien Ford ya había adaptado en la Trilogía de la caballería, que enmarca Fort Apache, La legión invencible y Río Grande. Un par de años después de la aquí comentada, volverá a recurrir a él, otra vez emparejado con Willis Goldbeck, para filmar el acta de defunción cinematográfica del género -al menos para cualquier intento de clasicismo- con la angular El hombre que mató a Liberty Valance.

Regresando a El sargento negro, la función arranca con una canción en honor del «capitán Búfalo», es decir, la idealización del ‘buffalo soldier: los combatientes afroamericanos de la caballería y la infantería que se dieron a conocer en las guerras indias, admirados por sus contrincantes por su resistencia y ferocidad y denominados así por las similitudes que estos veían entre las cabelleras rizadas y azabache de los soldados y de los animales. Son, claro, aquellos a los que en 1983, póstumamente, cantaba Bob Marley en la que probablemente sea la manifestación cultural más conocida sobre este cuerpo militar.

Los entusiastas versos de la apertura condicionan pues el transcurso de un juicio en el que, por medio de un encadenamiento de flashbacks por parte de los testigos llamados a declarar, se reconstruye la presunta implicación del acusado, el sargento Braxton Rutledge (Woody Strode), en la violación y asesinato de la hija adolescente de un mayor y en la muerte a tiros de este. Lo defenderá un abogado de fuertes escrúpulos y respeto por la normativa, independientemente de a quien atañase, que encarna Jeffrey Hunter, quien precisamente había ofrecido el contrapunto de inocencia, empatía y amor incondicional frente al envenenado tío Ethan de Centauros del desierto -en esta línea irá también el guiño de la alusión al rancho de los Jorgensen-.

         Las intenciones humanísticas del discurso de El sargento negro son, pues, bastante explícitas, lo que no es óbice para que propine rotundos, sentidos y valientes puñetazos a la conciencia colectiva estadounidense. Sus persistentes aguijonazos -iguales a los que el defenestrado sargento Rutledge padece en sus carnes y en su moral a costa de esos prejuicios que, como denunciaba Spike Lee en Infiltrado en el KKKlan, el cine también ha contribuido a perpetuar-, se extienden hasta un desenlace en el que, como punto y final, parece que va a entregar al pueblo ese eterno y redentor voto de confianza de saber reconocer las bondades del prójimo. Pero, en cambio, lo apuntilla con una confesión que, aunque de forzado efectismo en términos expositivos, no deja de resultar tremendamente agresiva, en especial habida cuenta de la truculencia del caso criminal que se aborda, inusual en este tipo de ambientes.

         En constante juego entre el presente y el pasado -este último plasmado con mayor intriga y dramatismo-, la estructura narrativa parece por momentos algo tosca todavía, si bien no resulta pesada gracias al dominio del ritmo de Ford, cuya labor, a pesar de las limitaciones de la producción, no está exenta de expresivos detalles estéticos -el empleo de la sombra, el escenario de terror de la estación de tren, la ascendencia mitológica de Monument Valley, la estampa heroica del sargento recortada contra el horizonte-.

Además, el libreto incorpora los típicos alivios cómicos del autor -humor a cargo de secundarios pintorescos de solemnidad satíricamente en entredicho, descreído descaro, afición por el alcohol o atrevimiento rompedor-, por desgracia impensable en el cine de aspiraciones serias contemporáneo. También gotas de romance a raíz de la tensión entre el letrado y una de las declarantes, en deuda de vida con el encausado -o viceversa, atendiendo a la resolución de la escena-, y que arroja otro personaje tan fuerte, íntegro y épico como el objeto principal del elogio.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 7,5.

Oro Negro

16 Jul

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Año: 1947.

Director: Phil Karlson.

Reparto: Anthony Quinn, ‘Ducky’ Louie, Katherine DeMille, Raymond Hatton, Elyse Knox, Thurston Hall, Moroni Olsen.

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          El prólogo de Oro Negro le pone a uno incondicionalmente a favor del filme. La voz en off informa al espectador de que el filme es una historia sobre purasangres para, a continuación, señalar como protagonistas a un chinoamericano y a un indio hermanados por la voluntad homicida del hombre blanco, autor del asesinato de los padres de ambos. El del primero, acribillado por la espalda ante la pantalla, en una plasmación de una ferocidad atroz.

Posteriormente se irá matizando esta imagen tremebundamente crítica del estadounidense anglosajón, concediéndole el perdón en su condición de garante de la justicia y de aliado amigable. Al fin y al cabo, son los años cuarenta y aún restan un par de décadas para que Hollywood comience a desacreditar sistemáticamente las idealizaciones del pasado de conquista del territorio. De hecho, este maquillaje no es óbice para perseverar en la idea de que lo que mueve a Charlie Eagle y al joven Davey en pos de la victoria es, respectivamente, una reivindicación de la dignidad del auténtico nativo y de la venganza contra el sustrato racista y xenófobo que anida en una sociedad que lo margina sin reparo.

          A pesar de que su construcción termina siendo excesivamente caricaturesca, con interpretación a juego de Anthony Quinn, Charley Eagle también ostenta otra mirada crítica hacia las convenciones culturales e ideológicas de la nación. Su manifiesta indiferencia hacia el dinero y hacia los bienes materiales es un atentado directo contra los principios socioeconómicos del país, y se expone en contraste con la estima que obtiene dentro de la comunidad a raíz de la explotación del petróleo en su exigua propiedad, perdida en la frontera entre Texas y México. No en vano, también hay una noción de muerte -que llega a ser literal- en la instalación de la torre de perforación, símbolo de un progreso que atropella a un hombre que vive y siente de acuerdo con las viejas y perdidas constumbres del indio. Porque qué importan en definitiva un millón de dólares en comparación con el poderoso galope de un hermoso caballo, con poder compartir ilusiones y sentimientos con aquellos a quien se quiere.

          Pero Oro Negro, inspirado en las aventuras del corcel del mismo nombre, campeón del derby de Kentucky de 1924, también contiene un puñado de efectismos que buscan la lágrima de forma demasiado sentimentalista, lo que echa a perder otros momentos donde la emotividad se logra desde maneras más elegantes y honestas, como las pacientes enseñanzas del padre adoptivo.

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Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: -.

Nota del blog: 6,5.

La gran jornada

10 May

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Año: 1930.

Director: Raoul Walsh.

Reparto: John Wayne, Marguerite Churchill, Tyrone Power Sr., Ian Keith, Charles Stevens, Tully Marshall, David Rollins, Frederick Burton, El Brendel, Louise Carver, Russ Powell, Ward Bond.

Filme

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         Después de que la Paramount se negara a ceder a Gary Cooper para que protagonizase la producción, Raoul Walsh atravesaba ciertas dificultades para completar el casting de La gran jornada, una cinta de dimensiones épicas en honor de los pioneros que culminaron la senda de Oregón hacia el extremo Oeste del territorio. Fue en ese momento cuando descubrió a un joven de hombros anchos y caminar bamboleante que, empleado por el estudio Fox en el departamento de atrezzo, descargaba muebles de un camión como si pesasen como una pluma. El chaval había obtenido el trabajo gracias a la estrella de los westerns silentes Tom Mix, quien pagaba con ello el favor que debía a su entrenador de fútbol americano universitario por conseguirle entradas para los partidos. Además, ya había participado en una veintena películas como extra y en papeles ínfimos, algunas veces dirigido por un director, John Ford, con el que había trabado amistad. No obstante, figuraba acreditado en una sola de estas cintas, bajo el nombre de Duke Morrison, un seudónimo con el que encubría la ambigüedad unisex de su nombre de pila, Marion. Walsh le sugeriría cambiárselo por uno más viril y sonoro, como Anthony Wayne, nombre de general revolucionario. Pero a los jefes de la Fox les parecía que tenía unas reminiscencias demasiado italianas. La siguiente propuesta, ‘John Wayne’, resultaría la definitiva. Liderando el amplio reparto de esta recreación de la conquista del Destino Manifiesto, quedaría materializada así el nacimiento de la mayor estrella del género. Del hombre que calzará el sombrero vaquero y encarnará la moral del western en el cine como ningún otro lo hará. Aunque el proceso no se confirmaría definitivamente hasta nueve años más tarde, con La diligencia.

         La escala de La gran jornada es monumental. Los movimientos humanos e incluso animales que acontecen ante la cámara de Walsh son vastísimos, encuadrados en escenarios naturales imponentes y fotogramas trascendentes -el cielo iluminando el camino hacia el horizonte- para expresar la magnitud de una epopeya que, al mismo tiempo, el cineasta recoge con un poderoso realismo, como ejemplifica la escena del tortuoso cruce del río. La expresión de la muerte, en su crudeza y solemnidad, se encuentra a idéntica altura.

Son en definitiva elementos estéticos que otorgan sentido de la aventura al filme. También le confieren modernidad, acompañados de otros detalles de la producción como es el uso de auténticos nativos americanos en el reparto. Y, siguiendo esta línea hasta entrar en el argumento, destaca asimismo que no son estos, sino el propio hombre blanco, quien representa una de las mayores amenazas en este relato histórico, a pesar del clímax bélico que, hacia el final, parece responder más a unas tópicas imposiciones del espectáculo cinematográfico que a la naturaleza misma de la narración.

         Pese a estrenarse en 1930, Walsh rechaza por tanto anclarse en la simplificación estilística que podía percibirse en este periodo donde el sonido continuaba asentándose en detrimento de la antigua narración puramente visual del cine mudo -del que conserva aspectos estéticos como la estrambótica caracterización de un villano con el que Tyrone Power Senior acometía su única interpretación hablada-. El director aprovecha este avance técnico -a veces de manera sorprendente, como la introducción de humor acústico por medio de las habilidades bucales de Russ Powell, utilizadas para desmontar el falso romanticismo de uno de los antagonistas-, pero elabora igualmente el lenguaje formal avanzando en el empleo de la profundidad de campo. Contrasta en cambio el escaso empleo de los planos cortos, y eso que las tramas melodramáticas -la venganza y el romance como estímulos humanos que contribuyen a impulsar la conquista- tienen una notable incidencia en el libreto.

Son estos retazos más ingenuos, parejos a los chistes de suegras que se dejan caer de vez en cuando -aunque por parte de un personaje verdaderamente curioso, que parece traspasar el estereotipo de extranjero cómicamente corto de luces para cobrar unos determinados y disfrazados rasgos de bufón pícaro-.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7,5.

Keoma

1 May

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Año: 1976.

Director: Enzo G. Castellari.

Reparto: Franco Nero, Olga Karlatos, William Berger, Woody Strode, Orso Maria Guerrini, Joshua Sinclair, Antonio Marsina, Donald O´Brien, Leonardo Scavino, Gabriella Giacobbe.

Tráiler

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          Keoma es un western, pero podría estar ambientada indistintamente en un poblado europeo del año 1348 o en una comunidad de un mundo posapocalíptico. Su escenario, dominado por las ruinas y la desolación -material y moral-, se encuentra envuelto en una permanente nube de polvo donde las sombras del pasado se extienden hasta el presente y, más aún, marcan la ruta que se ha de seguir hacia un destino inapelable.

Una bruja shakesperiana lanza admoniciones al protagonista basándose en su turbulenta naturaleza, en el conflicto que cabalga siempre junto a él, tanto en su interior -la necesidad de encontrar un sentido a su existencia, las vías del amor y de la redención que se le insinúan- como en el exterior -su condición errante y marginal, manifestada en último término en el desprecio que le profesan sus tres hermanastros a causa de su origen mestizo-. La banda sonora, como si de un coro griego se tratase, comenta los avatares del héroe revelando su psicología.

          Keoma es un spaghetti western con notas de una trascendencia bíblica y alucinada, fronteriza incluso con el surrealismo en su empleo de los símbolos en contraste con la sordidez terrenal. Un Cristo que, tras llamar a revelarse contra el codicioso poder temporal, termina su calvario crucificado en una rueda de carromato -reminiscencias cristianas que, sumadas al protagonismo de Franco Nero, podrían trazar puntos de conexión con el célebre Django-.

Enclavando la acción en un escenario terminal, donde un cacique terrible somete al territorio mediante una muerte enfermiza que de nuevo es tanto física como moral, Enzo G. Castellari desarrolla un relato áspero en el que, no obstante, irrumpen sonoros detalles visuales propios de esta libertina apropiación mediterránea del género -la comunión con el padre mediante balazos que descubren su figura, el emparejamiento de proyectiles y objetivos antes del duelo a muerte-, que se suman a otros sorprendentes recursos estilísticos como las elipsis que funden el ayer con el hoy sin solución de continuidad o un montaje que, en algunos momentos, es delirante hasta lo irreal.

          Inevitablemente irregular, a través de todo ello Keoma dibuja un círculo irrompible y viciado; un eterno retorno marcado por la ignominia y la masacre del débil que comprende tanto al mestizo en sí -la repetición de su historia particular, su envejecimiento aparente debido a la polvareda- como a una visión extremadamente agria de la historia de los Estados Unidos.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 7.