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Año: 2016.
Director: David Mackenzie.
Reparto: Chris Pine, Jeff Bridges, Ben Foster, Gil Birmingham, Marin Ireland, John-Paul Howard.
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Existe una cierta consciencia catastrófica a propósito de los efectos que, sobre los Estados Unidos, ha tenido la crisis económica oficializada en 2008; probablemente el acontecimiento más grave sufrido por el país norteamericano -y el mundo por extensión- durante el siglo en curso. En el cine, la Nueva Orleans arrasada por el huracán Katrina de Mátalos suavemente sería la representación más literal de este fenómeno. El fin del sueño y el despertar de pesadilla, la degradación del país de las oportunidades; una constante recurrente, por otro lado, en la ficción estadounidense, de aparición tan cíclica como las sucesivas debacles del sistema capitalista y sus posteriores regeneraciones -de hecho, siguiendo con el ejemplo, el filme de Andrew Dominik se basa en una novela de George V. Higgins publicada en 1970, en pleno desencanto tras el fracaso del idealismo de los contraculturales años sesenta-.
El escenario de Comanchería es todo polvo y ruinas, agonía y humillación; poblado de cartelones de crédito fácil que, como aves carroñeras, rondan el cadáver putrefacto de un pueblo caído en desgracia. Arroja prácticamente un territorio posbélico, asolado por una derrota en la que, esta vez, el papel de los indios desterrados de su hogar lo encarnarán los lugareños blancos que desde entonces dominaban la pradera; mientras que el rol del invasor, ataviado ahora con traje ejecutivo y atildados modales comerciales, queda en manos de las entidades bancarias, quesaquean hasta el último terrón de tierra disponible a través de hipotecas inversas y otras artimañas equiparables al contrabando de alcohol y las mantas infectadas de viruela de aquellas viejas guerras contra el piel roja.
El título original del filme -conservado curiosamente para su distribución en España- explicita la filiación westerniana de la obra, que recorre en sus fotogramas la iconografía material -el forajido, el sheriff, el arma de fuego, la llanura libre, las manadas errantes- e inmaterial -los códigos éticos inquebrantables, la poética estoica, el duelo personal como forma de dirimir el conflicto- idiosincrásica del género.
En ocasiones, en su insistencia en la revisión y acumulación de símbolos de una época perdida, Comanchería se asemeja a un paseo melancólico por el museo de Historia del Oeste, en el que su aliento doloridamente terminal queda un tanto exagerado si se tiene en cuenta que el western asumió ya su propia crepuscularidad hace más de cincuenta años.
Es en este punto de nostalgia irreparable donde el argumento del filme se apoya para rebelarse contra el presente, proclamando así un mensaje de orgullo que sirve tanto para alzarse contra el ultraliberalismo convertido en bandolerismo de guante blanco, como para reclamar el ‘Make America Great Again’ que enarbolaba en su campaña por la presidencia de los Estados Unidos el republicano Donald Trump -percibido por muchos electores como el verdadero candidato antisistema frente a los protegidos de Wall Street-, y mediante el cual el magnate conservador invocaba a los valores fundacionales del país.
Ese credo que, en Comanchería, también representan los dos hermanos protagonistas, quienes deciden renunciar a las leyes de un sistema corrompido para, desde su iniciativa individual -la cual responde tan solo a su conciencia particular, su noción del Bien y el Mal y la relación de esta hacia su objetivo-, resolver la injusticia pagando al malhechor con su misma moneda. Esto es, asaltando bancos para saldar la deuda con los bancos. Combatir la anarquía amoral desde la anarquía presuntamente moral. Por ello, uno no sabe si se enfrenta a un círculo histórico irrompible, destinado a reproducirse una y otra vez, o a una espiral de constante depredación desregulada.
Comanchería propone en definitiva una relectura contemporánea del romántico Jesse James y su hermano Frank que, irreductibles, asaltaban a la compañía ferroviaria que extorsionaba sin piedad a los pioneros de los territorios vírgenes, de acuerdo con la escritura para la leyenda que efectuaban dípticos como Tierra de audaces y La venganza de Frank James -un ente expoliador supraindividual, no lo olvidemos, tras la que se guarecía el Estado, la gran figura opresiva en el imaginario colectivo estadounidense-. “La pistola es la única ley que protege a los pobres”, sentenciaban en la segunda.
De igual manera, el obsoleto marshall que emprende la caza del hombre, botas en lo alto de la balaustrada y pesaroso fatalismo en la mirada, podría considerarse una reencarnación del pensativo Wyatt Earp de Pasión de los fuertes, con un toque de cinismo desencantado sustituyendo al taciturno ensimismamiento del original.
En cualquier caso, el guion de Comanchería es inteligente, y cuestiona constantemente a sus antihéroes, sus acciones e incluso la propia visión novelera del Viejo Oeste que plantea la obra, sin que ello perjudique la carga de lirismo elegíaco que baña un relato que se sabe herido de muerte.
Es más, consigue que se convierta en una película con sabor y personalidad autónoma, desarrollada por personajes con cuerpo y carisma, y que por tanto no quede reducida una simple y vacía imitación de unas constantes antiguas, en lamentable desuso.
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Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 7,5.
Nota del blog: 7,5.
Sí, apetece. Y leyendo tu texto más. Me gusta ese hilo que une esta película con las de Dominik, que además de Mátalos suavemente, también me cautivó con El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford.
Además yo tengo otro gancho… y es reencontrarme de nuevo con Jeff Bridges.
Beso
Hildy
La disfruté bastante, es un tipo de cine que suele gustarme. Además te adelanto, Bridges anda sonando con fuerza para los premios de la temporada por este papel.
Besos.
Magnífica película, armada en base a un sólido retrato de personajes, espléndidos diálogos, denuncia social, política y económica – solo lastrada por cierta reiteración o subrayado innecesario -, y brillante ritmo narrativo. Revisión casi de una novela de Steinbeck, con un duelo de western y una visión de esa otra América del Norte más que necesaria por árida, descarnada y triste. Así como un terrible duelo que sirve de excusa para mostrarnos un viaje sobre la amistad y la familia. Espléndida. Por cierto gran retrato el tuyo en tu crónica. Cambiando de tema, el otro día vi una pequeña joya no demasiado conocida y valorada llamada Nunca es demasiado tarde. Espero que la rescates y nos hables de ella. Un abrazo
Creo que es la película que concitó apoyos de manera más unánime el año pasado. A mí me parece una actualización del mito del forajido, de Jesse James, puede que sí con toques de Steinbeck. Procuraré buscar la que me comentas, que no la conozco. Un abrazo.
Magnífica película a todas luces. Ya sé que aquí no os gusta hablar de los Oscars, pero un guión tan espléndido debería de haberse llevado indiscutiblemente el premio a mejor guión en vez del libreto afectadísimo y empalagoso de «Manchester by the sea», película infladísima y de méritos algo más que dudosos.
«Comanchería» destaca por su crudo relato ya no de la América real, sino de los desheredados de la tierra. Todos los que vivimos con los pies en la tierra somos un poco como los hermanos protagonistas. Todos sufrimos y somos prisioneros de los bancos en mayor o menor medida. Todos tenemos que hacer frente a un mundo de precariedad económica que, no por vivir en países desarrollados no deja de aflorar en cualquier esquina de nuestras calles. De alguna manera, todos nos sentimos incómodos ante la presencia de mendigos, pero no por lo que nos separa de ellos, sino precisamente por lo que nos parecemos a ellos, y por el miedo o más bien el pánico de que algún día , por lo que fuera, pudiéramos vernos en su situación. Eso es una amenaza real que nos podría alcanzar de mil y una maneras. Todos los que no pisamos moquetas palaciegas, ni somos fotografiados en photocalls, ni somos asiduos a las alfombras rojas, somos, nos guste o no, white trash o basura blanca a ojos de los poderosos. A los amos del universo les da igual que la basura sea blanca caucasiana, roja comunista, verde ecologista, amarilla chino-japo-vietnamita, negra tizona afroamericana. o marrón arabe, o rosa de la prensa del corazón. Lo único que les importa es que no eres uno de ellos, Y si no estás con ellos ni con su concepción egoísta y ombliguista del mundo, es, claramente, porque, a ojos de ellos, estás contra ellos. Así de simple lo ven todo. Y así va el mundo. Altaica, el paralelismo que ves con Steinbeck está muy bien visto. La crisis económica fue en 2008 pero yo veo que todavía nos hacen falta políticas como el New Deal de Roosevelt o directores que nos eleven la moral como Capra. No creo que el talento político ni cinematográfico den hoy para tanto. Pero, en todo caso, ahí seguiremos todos en la lucha.
Por lo demás, «Comanchería» es una gran película. Lo dicho.
Besos y abrazos.
No soy muy de hablar de los Óscar porque me parecen premios muy poco representativos. Bueno, como todos los premios en general. No me interesan demasiado, aunque pueden dejar ver ciertas tendencias que existen entre quienes ven películas. Y son tendencias incluso más sociológicas que cinematográficas, algunas veces.
Un abrazo, Deckard.
Estoy de acuerdo contigo. Lo que ocurre es que yo reconozco que, en no pocas ocasiones han premiado a grandísimas películas. Es curioso, pero a mi siempre me ha parecido divertido como una persona un poco avisada es muy capaz de adivinar esos premios en un altísimo porcentaje. Siempre hay varios indicios. Uno casi infalible es el de los Globos de Oro. Hasta hace poco las categorías principales coincidian ambos galardones casi de manera calcada. Y lo que más gracia me hace es cuando actúan como por acumulación o por una especie de sentido de justicia dudoso. Por ejemplo cuando dicen: «A este le han nominado 14 veces y nunca se lo han dado. Le ha llegado el momento….» independientemente de si verdaderamente lo merece o no. O cuando dicen: «Este hombre lleva medio siglo de carrera y nunca ha recibido ni medio reconocimiento. Sería bonito que su sueño se hiciera realidad….» Y claro, como América es la «tierra de las oportunidades», «la tierra de los sueños», casi siempre cuando hay un caso así se suele llevar el gato al agua. Todo funciona como por esos mecanismos mentales un tanto cómicos. Aunque yo he de reconocerte que, siempre que tengo oportunidad los veo. Pero no tanto por la alfombra roja sino porque en Hollywood son los reyes del espectáculo, y yo suelo disfrutar mucho de los chistecitos, los sarcasmos, las anécdotas entre bambalinas, los números musicales y todas esas pequeñas cosas que son como la espuma de la cerveza o la sal de la tierra, que no parecen importarle a nadie pero que dan alegría a la vida. Por ejemplo, uno de las ocurrencias que más gracia me hizo en los últimos años fue cuando este año o el pasado salió Jared Leto a anunciar el premio a mejor actriz y dijo: «Y ahora vamos a presentar el premio a la mejor actriz. Y antes que nada hay que decir que, tal y como dictan las leyes del Estado de California, Meryl Streep vuelve una vez más a estar nominada. » Llámame simple, pero a mi este tipo de chorradas me vuelven loco. A mi ya solo con una gracieta así ya me justifican toda esa noche en vela. Lo de los premios casi siempre es lo de menos, aunque a veces se dan injusticias lamentables o se premia a películas muy mediocres (este mismo año, la cosecha ha sido muy pobre….) Nada más. Una reflexión sin mas.
Saludos.
Los Óscar tratan de ser, en sí mismos, una película de Hollywood.
Estoy con Deckar que “Manchester by the sea” no es más que un telefilme de fin de semana con más cuerpo. Su exceso dramático es incompatible con la calidad. Personalmente la veo una película vulgar.
Yo a Manchester frente al mar le encuentro un puñado majo de virtudes, y de hecho creo que gracias a alguna de ellas supera esa posible base telefilmera, aunque tampoco me entusiasmó tanto como a otra gente.
No sé. A mi me pareció la típica obra concebida con grandilocuencia para epatar dramáticamente, pero de la que se podría decir que «mucho ruido y pocas nueces» Tenía un afán de trascendencia un tanto antípático, y se habló mucho de la interpretación de Casey Affleck pero durante todo el metraje se limitaba a poner cara de estreñido y a mostrar como que tenía mucho «sufrimiento interior», pero no creo que la expresividad sea, francamente, su fuerte. Y por eso yo pienso que la película, al final se convirtió en eso que algunos llaman cínica pero apropiadamente como un «clásico coyuntural de temporada»
Un abrazo.
A mí me pareció que se manejaba con sobriedad. Affleck no es que ponga cara de estreñido, es que el muchacho es así. O al menos no varía mucho de película a película.