Tag Archives: Enfermedad

Pánico en las calles

16 Ene

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Año: 1950.

Director: Elia Kazan.

Reparto: Richard Widmark, Paul Douglas, Jack Palance, Barbara Bel Geddes, Zero Mostel, Tommy Cook, Dan Riss.

Tráiler

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            Los años cincuenta, o cuanto menos su primera mitad, es la década del miedo. Un miedo de profundo color rojo que, tamizado por la imaginería popular de la serie B, se metamorfoseaba en mil y una amenazas, como criaturas mutadas por la radioactividad que marchan arrasando con todo a su paso o visitantes de otro planeta que llegan para invadirnos. Frecuentemente, se ciernen sobre esos pequeños pueblos de interior que, según la tradición sociológica de los Estados Unidos, vienen a encarnar el corazón mismo del país, su esencia más pura.

Curiosidades del idioma, la misma palabra ‘alien’, internacionalizada como sinónimo de extraterrestre, sirve también en inglés para designar al extranjero. Y es un extranjero, y más concretamente un inmigrante ilegal de extraño acento europeo, el agente que desencadena la ola de terror que barre una Nueva Orleáns bajo la amenaza de la peste neumónica.

            Pánico en las calles aborda la epidemia desde un esquema elemental de cine negro, en el que prima la acción continua. En él, el reponsable de salud pública en la ciudad debe recorrer sus sórdidos rincones, acompañado del jefe de Policía, en busca del primer eslabón de la plaga. De hecho, este queda representado por un violento maleante que permite ponerle rostro a la muerte y, en un mensaje dudoso, equiparar la erradicación de la enfermedad con la del delincuente, persecución climática incluida. Es un villano que, no obstante, no alcanza una entidad del todo bien perfilada, a pesar de que el aquí debutante Jack Palance le entrega su angulosa presencia.

            Elia Kazan -que parece jugar con la ironía al dejar guiños a sus orígenes grecotomanos en el relato- se adscribe a la vertiente realista del noir y explora los callejones, escondrijos, localizaciones proletarias y multicidades étnicas de la urbe portuaria, complementadas por los efectos de sonido para realzar esta textura naturalista y con preferencia por los escenarios nocturnos y sombríos. Este rigor se traslada a la investigación a contrarreloj que emprenden, cada uno con sus métodos y procedimientos, estos dos servidores públicos. Los enfrentamientos y consensos entre ambos, interpretados con perfecta solvencia por Richard Widmark y Paul Douglas, aportan rasgos de tensión personal y dramática que puntean esa intriga médica y criminal sostenida con buen pulso.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7.

La espuma de los días

9 Sep

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Año: 2013.

Director: Michel Gondry.

Reparto: Romain Duris, Audrey Tautou, Gad Elmaleh, Omar Sy, Aïssa Maiga, Charlotte Le Bon, Sacha Bourdo, Michel Gondry, Philippe Torreton, Vincent Rottiers, Zinedine Soualem, Alain Chabat.

Tráiler

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         La espuma de los días es una exaltación de la sensibilidad romántica de Michel Gondry, que toma la novela epónima de Boris Vian para dar rienda suelta a su creativa imaginación, perfecta para capturar el surrealismo del texto.

El filme se abre con una explosión de colorido desbordado, texturas suaves, artesanal animación con stop motion y maquetas… Un torrente naif que invoca un París futurístico y surrealista en el que, enroscada en sí misma, la historia se compone al mismo tiempo que se narra, escrita además al estilo del cadáver exquisito.

         Como si Gondry regresara al mundo creado en La ciencia del sueño y lo diera rienda suelta sin cortapisa alguna, la introducción de La espuma de los días exhibe un diseño de producción con horror vacui, abigarrado de formas, cromatismos y criaturas fantásticas en sobreexcitado movimiento, hasta el punto que el romance de Colin y Chloé -encarnada además por Audrey Tatou, estandarte del amor fantabuloso y cándido desde su Amélie Poulainparece otro adorno más de este decorado sobresaturado. Los ingenios, criaturas y demás ocurrencias plásticas que conforman este microcosmos gondriano son más importantes que el amor, que el cuento. También que el fetichismo consumista al que se reduce la filosofía, que la religión mercantilizada, que la conversión del individuo en engranaje fabril… Ideas de fondo sepultadas en buena medida bajo el desbocado despliegue visual del cineasta francés.

         No obstante, la contrapartida que se plantea a partir de la extraña enfermedad de ella provoca que bajen las revoluciones, sobre todo porque la oscura y triste maldición impone, en consecuencia, una remodelación completa del escenario. En esta situación de mayor equilibrio, el estilo de Gondry luce expresivo en la plasmación del estado emocional en el que vive un protagonista que demuestra que nuestro propio relato nunca esta en nuestras manos, que el dolor de la existencia afecta irremediablemente a la necesaria capacidad de fantasear, que nuestra calidad de vida está directamente condicionada por nuestros sentimientos.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 7.

El séptimo sello

27 Jul

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Año: 1957.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: Max von Sydow, Beng Ekerot, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Gunnel Lindblom, Åke Fridell, Inga Gill, Bertil Anderberg, Inga Landgré, Maud Hansson.

Tráiler

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         Es inevitable entrar en contacto con la fragilidad humana, chocar de improviso con la muerte. Es parte de la propia vida. Pero, al mismo tiempo, es el último y más terrible misterio.

Antonius Block compara su existencia con una búsqueda constante. En gran medida, sus temores son los de su autor, Ingmar Bergman. Es él quien se bate en duelo con una muerte que, en el oscuro siglo XIV, es dueña y señora de un mundo arrasado por la guerra, el hambre y la peste. Con todo, puede apreciarse una vocación coral, polifónica, en El séptimo sello. Al lado del caballero, comparten su camino otras gentes que ofrecen distintas aproximaciones al asunto: un descreído escudero cuya única y vitalista devoción parece ser una lujuria muy terrenal; una pareja de cómicos en comunicación con lo divino y lo humano; un predicador a quien el idealismo delirante le ha mutado en nihilismo despiadado; un pintor que trata de capturar la verdad.

         El blanco y negro de la fotografía es imponente, al igual que la tajante sobriedad de la puesta de escena, semejante a los de los ‘jidaigeki‘ de Akira Kurosawa, y que se traslada a unos diálogos tan contundentes como cargados de contenido. La angustiada mirada del caballero, vacío, en tortuosa crisis de fe, contrasta de hecho con las escenas protagonizadas por estos actores itinerantes y su hijo. Bendecidas por el sol, estas poseen un aspecto bucólico, esperanzado incluso. Aunque tampoco se encuentran libres de la irrupción de esa sordidez apocalíptica con la que el cineasta sueco expresa la desesperación de la humanidad al verse cara a cara con la Parca, la cual deja escenas, como la llegada de la comitiva de penitentes, sacadas de una película de terror. Pero hasta ellos pasan, mientras que el recuerdo de un cuenco de leche recién ordeñada, unas fresas recién cortadas, una grata compañía y un cálido atardecer puede guardarse para siempre. El séptimo sello recorre, con rotunda expresividad, desde lo espantoso hasta lo reconfortante, desde la desolación hasta, por qué no, cierto optimismo que se abre camino con duro esfuerzo.

         En este viaje, en esta búsqueda constante, Bergman arroja preguntas existencialistas y se interroga -como era especialmente recurrente en este periodo de su obra- acerca del silencio de Dios, clamoroso ante el horror que asola la Tierra. También sobre los caminos del arte y sobre su función respecto de estas cuestiones trascendentes. Su capacidad para adentrarse en las profundidades de lo metafísico y lo filosófico, su fuerza para despertar reflexiones. La resignación del pintor por su obligación de realizar frescos divertidos puede sonar a autojustificación, prorrogada acaso por ese pequeño aunque disonante tramo de comedia matrimonal asumida por un ignorante cornudo. No obstante, Antonius Block se aflige por la futilidad de la vida, si bien descubre a la par el valor tanto de los pequeños placeres como de las grandes acciones. Hay maneras quizás no de vencer a la muerte, pero sí de aceptarla con paz de espíritu, de danzar con ella, compañera inevitable, comprendiendo el miedo.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 9,5.

El doctor Arrowsmith

10 Abr

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Año: 1931.

Director: John Ford.

Reparto: Roger Colman, Helen Hayes, A.E. Anson, Richard Bennet, Russel Hopton, Claude King, Clarence Brooks, Myrna Loy.

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         Samuel Goldwyn siempre apostaba fuerte. Un texto ganador del Pulitzer firmado por un entonces reciente premio Nobel, Sinclair Lewis; un director de creciente prestigio comprado a la Fox, John Ford; un dramaturgo reconocido para adaptar la obra, Sidney Howard, y una estrella para protagonizarla, Ronald Colman. Mimbres de lujo para llevar a la gran pantalla una historia ejemplar, El doctor Arrowsmith, cargada de idealismo, romanticismo y superación.

         Pero lo cierto es que El doctor Arrowsmith no logra despegar y volar a gran altura. Convencional en su narración, el relato discurre a ritmo ligero, con una constante sucesión de acciones que desarrollan la vida del doctor, lo que resulta asimismo en una liviana profundad dramática pese al interés en el perfilado de los protagonistas -él, un hombre comprometido y sacrificado en el deber y el amor, aunque a veces deba escoger entre uno u otro; ella, impetuosa y decidida para ejercer de anclaje terrenal de su amado-. Cargado con sentido común, abnegación y afabilidad, sin caérsele los anillos para servir a los más necesitados ni con aires de grandeza que lo suman en la presuntuosidad, Ford promulga a Arrowsmith como referente moral de la comunidad, como una versión elegante del Doctor Bull que pondrá al servicio de la campechanía de Will Rogers poco después.

Con todo, ilustra el relato con una realización bastante funcional, más allá de la creatividad de alguna elipsis o del empequeñecimiento de Arrowsmith con los decorados y los planos del instituto neoyorkino, o la aparición de un genuino héroe fordiano como el doctor Sondelius, presto por igual a la aventura que a la borrachera, siempre desde una jocosa humildad.

         Sin embargo, andando los fotogramas, El doctor Arrowsmith concluye transformada en un cuento moral en el que se confronta la humanidad del doctor con la mercantilización de la ciencia y la frialdad analítica del investigador. Mientras arrecia la tragedia, Colman -hasta entonces un perfecto galán- congela el rostro a la vez que Ford muestra una mayor expresividad y saca a relucir su talante poético -la solemnidad de los cantos fúnebre en el fondo del escenario, la sombra de la tentación, el cigarrillo fatal, el brazo exánime-. Hay quien dice que había acelerado todo lo posible el rodaje después de que el todopoderoso Goldwyn le prohibiese beber en su transcurso.

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Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 6,1.

Nota del blog: 6,5.

La vida futura

20 Ene

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Año: 1936.

Director: William Cameron Menzies.

Reparto: Raymond Massey, Edward Chapman, Derrick de Marney, Maurice Braddell, Margaretta Scott, Ralph Richardson, Ann Todd, Cedric Hardwicke, Kenneth Villiers.

Filme

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         El porvenir no era nada halagüeño en la Europa de mediados de los años treinta, sumergida en los efectos de la crisis económica posterior a 1929 y el ascenso de regímenes totalitarios que amenazaban con incendiar los rescoldos que humeaban desde la Primera Guerra Mundial. La vida futura, que en su momento gozaría del mayor presupuesto jamás destinado para una producción británica, situaría el comienzo de un conflicto de apariencia inevitable en enero de 1940, siete años después de que H.G. Wells publicase su novela, cuatro tras el estreno del filme y, a la postre, cuatro meses más tarde de lo que ocurriría en realidad. Además, anticiparía el horror y la desolación de los bombardeos aéreos sobre las ciudades y la población civil que marcarán a fuego el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en suelo inglés. Es parte de la claridad analítica y literaria de Wells, que se encargaría también de adaptar el relato original al guion, auspiciado por el poderoso Alexander Korda.

         De hecho, dentro de esta historia ambientada en los años 1940, 1966, 1970 y 2036, probablemente sea este arranque el que mantenga una mayor fuerza, con un excelente empleo del montaje para insuflar la tensión, el miedo y finalmente el caos de la destrucción -los planos contraponiendo los carteles que anuncian la guerra combinados con los anuncios navideños, los rostros desencajados, las figuras que se agitan en el decorado, el ritmo de las imágenes…-, al que sigue una estremecedora, por creíble, situación de tablas bélicas que demuele todo hasta los cimientos.

Pero resultan hoy igualmente curiosas las formulaciones estéticas en el vestuario, como el que lucen los fundadores del nuevo orden mundial basado en el progreso científico -un concepto que quedaría seriamente perjudicado en su popularidad tras el desarrollo de las armas nucleares-, quienes aparecen enfundados en un uniforme luctuoso ciertamente siniestro, como lo serán asimismo sus métodos de explotación de los recursos naturales.

         No por nada, el mañana que imagina Welles se acerca a la utopía a través de lo que semeja la dictadura de una élite intelectual, opuesta diametralmente, eso sí, al caudillismo que dibuja para el periodo inmediatamente posbélico, donde una figura con un histrionismo que recuerda al de Benito Mussolini se erige en fuerza dominante -y en un escenario devastado por una pestilencia probablemente inspirada en lo que se vino a conocer como la gripe española-. Con todo, hay determinadas dudas, determinada noción de eterno retorno entre barbarie y civilización. El uso del reparto -con idénticos actores en uno y otro periodo- contribuye a reforzar esta sensación.

Sin embargo, esta dimensión sociopolítica se encuentra expuesta de forma un tanto superficial en el filme, más concentrado en el último tercio en tratar de deslumbrar al espectador con las maquetas de la ciudad del futuro. Un factor visual de inevitable envejecimiento a pesar del trabajado diseño de producción, como lo es también la grandilocuencia de un texto que los actores declaman mediante interpretaciones de engolada teatralidad. Más rotundo y evocador es ese factor espiritual, el del ser humano como una criatura cuya naturaleza se halla en la exploración y el descubrimiento del universo y de sí mismo, que cierra las conclusiones de Wells.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 5,5.

Hannah y sus hermanas

15 Ene

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Año: 1986.

Director: Woody Allen.

Reparto: Mia Farrow, Michael Caine, Barbara Hershey, Dianne Wiest, Woody Allen, Max von Sydow, Carrie Fisher, Maureen O’Sullivan, Lloyd Nolan, Sam Waterston, Tony Roberts, Julie Kavner, Daniel Stern, Richard Jenkins, Julia Louis-Dreyfuss, John Turturro.

Tráiler

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         En Hannah y sus hermanas la vida parece dar círculos y círculos entre cena de Acción de Gracias y cena de Acción de Gracias. Una espiral de rituales, convenciones y repeticiones entre las que se escurren los días, hasta que a uno le diagnostican un cáncer y se queda mirándole de frente a la eternidad. Woody Allen toma como lejano punto de partida la obra teatral Las tres hermanas, de Antón Chéjov; se deja influir por su admirado Ingmar Bergman con la estructura narrativa de Fanny y Alexander o el intelectual emocionalmente miope de Max von Sydow, y liga todo desde esa perspectiva particular donde las tribulaciones de la existencia se evisceran desde el humor, incluso con la añoranza por el absurdo de los hermanos Marx.

         El cineasta neoyorkino contrapone distintos puntos de vista -y hasta las reflexiones interiores frente a las acciones físicas- para ensayar un nuevo acercamiento a las relaciones sentimentales de un grupo de personajes que se concentra alrededor de una figura clave, Hannah (Mia Farrow), a quien la cierta idealización de su retrato no le garantiza tampoco una recompensa cierta, tales son las inconstancias de la vida y, en especial, de los afectos humanos. De hecho, transposición de la propia actriz y por entonces pareja de Allen, el apartamento de Farrow ofrece parte de los decorados de la producción, de igual modo que su madre, Maureen O’Sullivan, encarna a su madre en la ficción y sus hijos adoptivos deambulan por la escena como extras.

         Manejada con coherencia y desde una sencillez que le aporta una encomiable naturalidad al argumento, esta óptica múltiple va enriqueciendo distintas facetas de esta exploración de los inciertos caminos del amor y el desamor, del éxito y el fracaso, de la realización y de la infelicidad; al mismo tiempo que resulta una arquitectura ligera, acorde a la equilibrada combinación de drama y comedia con la que se desarrolla el relato, análogo a esos matices con los que se dibuja el día a día. La reflexión, la intimidad y la angustia vital no riñen con la carcajada y la fluidez.

A ello contribuye asimismo la matizada construcción de los personajes y las interpretaciones de un reparto a la altura, con sendos premios Óscar para Michael Caine y Dianne Wiest -aparte del de guion original para Allen, que también estaba nominado como director-.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 8.

Magnolia

29 Jul

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Año: 1999.

Director: Paul Thomas Anderson.

Reparto: Tom Cruise, John C. ReillyMelora Walters, Philip Baker Hall, William H. Macy, Jeremy Blackman, Jason Robards, Julianne Moore, Philip Seymour Hoffman, Emmanuel Johnson, Melinda Dillon, April Grace, Henry Gibson, Michael Bowen, Alfred Molina, Michael Murphy, Luis Guzmán, Ricky Jay.

Tráiler

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          Si Lawrence de Arabia es el ejemplo del cine épico convertido en cine intimista, se podría situar a Magnolia como ejemplo de cine intimista resuelto a escala épica, plagas bíblicas -la lluvia, las ranas- incluidas. Y citas tomadas de las sagradas escrituras acerca de castigos heredados y el mal compartido en la sangre.

En Boogie Nights, Paul Thomas Anderson ya había demostrado su talento para desplegar el fresco social de todo un periodo a través de una intrincada galería de personajes y situaciones entrelazadas, tanto en el fondo como en la forma -los movimientos de cámara ejemplificados en poderosos planos secuencias, el uso de la steady cam para seguir sus recorridos cruzados-. Magnolia eleva este entremado a la enésima potencia para retratar el desgarro de la sociedad del cambio de siglo, concentrada en Los Ángeles -y en buena medida en torno al Magnolia Boulevard-, y sintetizada en un ramillete historias que parecen encadenadas entre sí por el azar, cuando en realidad poseen mimbres comunes a partir de un concepto problemático de la familia, así como de la culpa, de la frustración y de los trastornos del afecto asociados, con sus múltiples manifestaciones. El cáncer que extiende su metástasis en las entrañas de la comunidad, pudriendo su interior oculto con escasas opciones de esperanza -el perdón, el amor-.

Es de suponer que el cineasta, que tenía a su padre postrado en el lecho mortuorio por esta enfermedad -al igual que ocurre con el patriarca alrededor del cual se diría que orbita todo pese a la inmovilidad de este-, vuelca una importante carga personal en la concepción de un drama que mira tanto desde la perspectiva del hijo como de la de aquel que salda su balance existencial al término del camino.

          Tres ejemplos sobre terribles o sarcásticas coincidencias abren el filme para asentar las bases de la narración por venir, del tono de la función y, por qué no, para contribuir a la suspensión de la incredulidad, dado el ejercicio de equilibrismo que entraña la composición del libreto, armado igualmente por Anderson. Pero, luego, es realmente la gramática visual la trabaja para proporcionar cohesión, coherencia y credibilidad a esta coralidad de ramales -más allá de señales, signos y detalles que aparecen dispersos, y por fortuna sin caer en el subrayado-.

Además del soberbio montaje y de la fluidez de los planos y del tempo de las escenas -ajustadas en su aceleración o reposo a la naturaleza del personaje y su estado psicológico-, la música cobra una importancia capital. La banda sonora -y en ocasiones también el silencio, en un recurso de oposición- ejerce de hilo conductor de los relatos, enhebrándolos entre sí, incluso superpuesta a la música diegética –la comunión literal con el Wise Up de Aimee Mann quizás ya sea rizar el rizo, aunque no desentona dentro de este relato donde puntean notas que, desde esa discusión entre casualidad y predestinación, juegan con una nota sobrenatural-.

Esta conjunción de narración textual y visual -el cine, en definitiva- ubica a los protagonistas al borde del desastre, compartiendo un contexto de enorme tensión emocional. El estrés creciente del concurso también puja en esta dirección, guiando el drama al completo incluso hacia una auténtica tragedia en directo -donde brilla la extraordinaria interpretación de Philip Baker Hall-.

          El más difícil todavía, pues, encumbraría a Anderson.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 9.

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