Tag Archives: Canibalismo

Bone Tomahawk

30 Dic

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Año: 2015.

Director: S. Craig Zahler.

Reparto: Kurt Russell, Patrick Wilson, Matthew Fox, Richard Jenkins, Lili Simmons, David Arquette, Evan Jonigkeit, Kathryn Morris, Fred Melamed, Sean Young, Sid Haig, Geno Segers.

Tráiler

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         Hasta entonces músico de heavy metal y escritor, S. Craig Zahler arrancaba su filmografía a machete. Literalmente. Tras el zumbido sucio de una mosca que se agita en el negro primigenio, surge una ejecución criminal que se recrea en la agresividad visual y sonora, en la sordidez escatológica y en el sacrilegio barbárico para aglutinar un conjunto en el que la crueldad deshumanizada y el absurdo humano se tocan a través de una masa de humor negro, violencia desaforada y trivialidad cotidiana.

         El prólogo de Bone Tomahawk, con David Arquette y Sid Haig, advierte también de que este cineasta debutante es un adicto al cine de género que, sobre un decorado de western, va a componer una obra de terror con incisiones gore que puede verse perfectamente como una reinterpretación tan bruta como en el fondo gamberra del Devoradores de cadáveres de Michael Chrichton, llevada al cine -con remate final a la desesperada del propio literato- en El guerrero nº 13.

Quizás no esté de más comparar con el estilo de Quentin Tarantino esas largas escenas de conversaciones aparentemente azarosas que, en realidad, van componiendo con cuidado, paciencia y mala baba la naturaleza de los personajes y del escenario donde se sumergen en una aventura suicida y delirante, cuya cadencia calmosa se rompe en estallidos de atroz ferocidad. Es verdad también que, con ellas, Zahler parece caer en cierto ensimismamiento, sin perjuicio de que la obra se alargue ampliamente por encima de las dos horas.

         Las raíces cinéfilas de Bone Tomahawk -con premisas argumentales que podrían llevar el rastro hasta un Centauros del desierto o un Río Bravo pasados por el tamiz de la serie B, con sus tipos, arquetipos y espíritu- no son precisamente reverentes ni tratan con melancolía los territorios por los que transita, a juego con la esencia de la función. ¿Hay mayor sátira que, en pleno Oeste, los intrépidos buscadores tengan que desplazarse a pie?

De ahí la fuerte personalidad y la sabrosa autenticidad que destila Zahler ya en su ópera prima.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 7.

Hannibal: El origen del mal

1 Nov

«Las cicatrices nos recuerdan que el pasado es real. «

Hannibal Lecter (El dragón rojo)

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Hannibal: El origen del mal

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Hannibal, el origen del mal

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Año: 2007.

Director: Peter Weber.

Reparto: Gaspar Ulliel, Dominic West, Gong Li, Rhys Ifans, Kevin McKidd, Stephen Walters, Richard Brake, Goran Kostic, Ivan Marevich, Charles Maquignon, Aaran Thomas, Helena-Lia Tachovská.

Tráiler

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            Por lo visto, poco se podía avanzar en la historia del doctor Lecter una vez concluido su duelo con la agente Clarice Starling en Hannibal. De tal modo que el capítulo que consumará la tetralogía literaria y cinematográfica –si excluimos la precursora Hunter– es una mirada al pasado. Una precuela. La exploración del momento exacto en el que un hombre deja de ser un hombre para transformarse en monstruo. En este caso, Hannibal: El origen del mal sintetiza la idea ambientando esta génesis aberrante en un periodo histórico, la Segunda Guerra Mundial, donde la máxima de Thomas Hobbes del hombre como lobo para el hombre se hace literal, carne y metralla.

            La producción -casi una manera residual de intentar repetir el éxito en taquilla de sus predecesoras-, ahonda en unas explicaciones psicologistas de la naturaleza humana de Lecter (el francés Gaspar Ulliel, componiendo por imitación) las cuales, en realidad, son por completo innecesarias e incluso improcedentes. Tanto o más cuando se fundan en premisas tan básicas como las que expone, semejantes en su tendencia al tópico de diván a las que daban forma al Francis Dolarhyde de El dragón rojo, y que se aderezan más tarde con un entrenamiento de héroe de acción, sección samurái letal, bastante ridículo, como si fuese un Kill Bill de saldo.

De ahí la necesidad de subrayar el acierto de la serie de televisión Hannibal al sublimar el personaje hasta tornarlo, con el inestimable apoyo del rostro de Mads Mikkelsen, en prácticamente abstracto, puramente conceptual: la tentación, el doble, el diablo, el Mal.

            El problema de Hannibal: El origen del mal seguramente proceda de la materia prima. Prosiguiendo el trasnochado camino que emprendía en su anterior novela, Hannibal, Thomas Harris -por primera vez también autor del libreto- cae bajo el hechizo seductor de Lecter y accede a convertirle en un antihéroe, justificando todas y cada una de sus masacres, hasta de la forma más artera.

Así, tan solo vigilado por el inspector Popil (Dominic West), un antagonista reducido a simple monigote carente de peso que apenas sirve para establecer una nueva confrontación al otro lado del espejo –dos individuos antitéticos equiparados por las pérdidas de la guerra-, Lecter se convierte, a lo largo de una trama elemental, en un cazador de nazis y gánsteres en busca de venganza y redención. Perfectamente digno por tanto de compasión y aliento por parte del espectador, siempre proclive a jalear a sus iconos, por censurables que sean; protegido moralmente por las barreras de la ficción.

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Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 4.

Cuando el destino nos alcance

8 Sep

“Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una fórmula segura para el desastre.”

Carl Sagan

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Cuando el destino nos alcance

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Cuando el destino nos alcance

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Año: 1974.

Director: Richard Fleischer.

Reparto: Charlton Heston, Edward G. Robinson, Leigh Taylor-Young, Chuck Connors, Brock Peters, Joseph Cotten.

Tráiler

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            Walter Seltzer lo tenía claro. Ya había observado cómo Charlton Heston podía dar debida cuenta del apocalipsis humano y de un mundo dominado por los primates en El planeta de los simios y Regreso al planeta de los simios. Y, sobre todo, había comprobado desde la silla de productor que el bueno de Charlton, solitario superviviente del holocausto biológico, tampoco se iba a achantar por la horda de mutantes luditas y fundamentalistas resultante de la devastadora catástrofe que sobrevenía en El último hombre… vivo. Por esta razón, no dudaría en contar con su quijada esculpida en mármol, su cuerpo tonificado de estatua clásica y su tupé cada vez más ralo para encarnar al protagonista de otro duelo frente a los funestos designios de la especie: Cuando el destino nos alcance.

Esta versión española del título original, Soylent Green, funciona como perfecta admonición y sintetiza las intenciones proféticas de una cinta de ciencia ficción ambientada en la Nueva York de 2022: un escenario distópico en el que sus moradores viven en su mayor parte hacinados en plena calle y bajo una nube de un insalubre color amarillento, víctimas de la superpoblación, la contaminación y la falta de recursos alimenticios y económicos. Un erial reseco donde las diferentes variaciones del ‘soylent’ ofrecen el único soporte vital para las masas al borde de la rebelión y el caos, sometidas por un frágil poder político y empresarial fundamentado en las corruptelas y una estratificación social que se define a través de la riqueza y hasta de la arquitectura de la hipertrofiada megalópolis americana, donde incluso parecen existir calles con el tránsito privatizado.

            Al igual que en El planeta de los simios el antagonista se encuentra identificado en una representación concreta: allí los primates dominantes, aquí los perpetradores en la sombra del turbio asesinato de un alto ejecutivo (nada menos que Joseph Cotten, concentrado a la perfección pese a la brevedad de su trabajo) de esta omnipresente compañía alimenticia, Soylent, único soporte en medio de una Tierra de naturaleza diezmada -uno diría que se erige prácticamente en Estado-. Pero también de idéntica manera a El planeta de los simios, el enemigo auténtico se encuentra en realidad difuminado y se refiere en último término a toda la raza humana, responsable directa de una destrucción que, en uno y otro caso, respectiva y contradictoriamente -dada la cronología en la que se ambienta cada relato-, se manifiesta en tiempo presente o se intuye en un futuro en absoluto lejano.

            Basada en la novela ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrison –quien aprobaría “al 50%” los resultados del filme-, la ambientación futurística de Cuando el destino nos alcance es producto de unos tiempos en los que el autoproclamado mundo libre veía con recelo la tumultuosa expansión demográfica del bloque comunista, aparejada a la República Popular China y a la extensión de la influencia soviética en países con elevados índices de natalidad; así como, por otro lado, a la populosidad de las naciones no alineadas surgidas del desmoronamiento del colonialismo occidental, tales como India, Indonesia y los Estados del África subsahariana, en su mayoría recelosos de nuevas injerencias políticas exteriores. De hecho, un año antes, la británica Edicto Siglo XXI: Prohibido tener hijos  ya indagaba en los terrores de esta pesadilla malthusiana. Y, aunque fallida a causa de su evidente descompensación, hasta se revela más valiente que la aquí comentada a la hora de señalar a los culpables: el descontrol empresarial, coaligado o enseñoreado de las autoridades políticas y religiosas. En cambio, la soflama del anciano y nostálgico Sol contra “los científicos” por la que apuesta Cuando el destino nos alcance, descerrajada así con trazo grueso, suena a idea mal vendida por los poderes fácticos y peor comprada por un pueblo llano ignorante o crédulo en el mejor de los casos. Bien es cierto que en Hollywood no imperan los mismos cánones de tolerancia pública que en la vieja y descreída Europa. Y que, por fortuna, el guion logrará salvarlo con una sentencia inclemente: “No, la gente siempre fue asquerosa”.

            No obstante, en sentido estricto, dejando de lado toda esta parafernalia futura –o más bien agregándola como factor potenciador de los códigos característicos del género-, la adscripción cinematográfica a la que más parece ajustarse Cuando el destino nos alcance es la del cine negro.

La gran urbe de hormigón y chatarra es más mugrienta y claustrofóbica que nunca, el campo se halla vedado como opción de futuro en libertad y los valores morales están licuados por un sistema enviciado, tramposo y opresivo que, como decíamos, propugna la deshonestidad y el sálvese quien pueda como medio inevitable de supervivencia en plena la jungla humana. El argumento desarrolla detalles de una encomiable sugerencia metafórica, caso del empleo de camiones de la basura para retirar los cadáveres, las palas excavadoras como principal herramienta antidisturbios o esas chicas reducidas a algo poco más elevado que las robotizadas mujeres de Stepford y a las que siempre se alude como “mobiliario”, parte de los artículos domésticos de las viviendas de lujo como la nevera, la ducha o los viedojuegos. Aparte, destacan asimismo otros detalles que reflejan un notable trabajo de diseño de producción y de creación de la atmósfera del filme, con ejemplos como el cuadro de pobreza medieval que dibujan las manadas de pobres hacinados o las citadas barreras arquitectónicas y las nieblas de polución ocre. Quizás hubiera podido ser aún más asfixiante, pero el resultado es cuanto menos realista y pegajoso. Se palpa el sudor, la hediondez del aire, el insoportable calor climatológico y humano. Su filmación es física y directa, como la década en la que se elabora.

            Así pues, el antihéroe protagonista, el detective Thorn (Heston), es un policía supernumerario que capea la carestía haciendo botín de las casas de los finados. Cínico, gorrón e insolente, apenas se vislumbran rasgos elogiables en su carácter, aunque estos luchan enconadamente por salir a la superficie en situaciones como la protección del serrallo propiedad de las comunidades pudientes y, en especial, a través de la entrañable amistad que mantiene con el anciano Sol. La excelente química entre Heston y el crepuscular coloso Edward G. Robinson exprime un jugoso partido a escenas improvisadas como la del almuerzo en común donde uno descubre y el otro rememora, presos de idéntica excitación.

El carisma de Heston se combina con las explosiones de talento de Robinson, quien rodaría la cinta con grandes dificultades debido a su avanzada sordera. Precisamente, su pobre estado de salud le había impedido someterse a las extenuantes sesiones de maquillaje de El planeta de los simios. Sin embargo, profesional hasta sus últimas consecuencias, Robinson volcaría sus propios sentimientos ante cáncer terminal que padecía en una de las más recordadas secuencias del filme: la de la eutanasia, el único reducto donde, precedido por angelicales señoritas y celestiales estancias de un blanco refulgente, se advierte amabilidad y cercanía humana. Amabilidad, por supuesto, diseñada estratégicamente por la Soylent. De este modo, summum de la interpretación del actor de origen rumano, esta escena de ‘vuelta a casa’ se convierte en una excepcional y conmovedora confluencia entre una muerte de ficción y una muerte auténtica. Cuenta la leyenda que incluso Heston no pudo contener las lágrimas al intuir tal circunstancia durante en la filmación. Robinson fallecería apenas 12 días después de concluir la película.

            Volviendo a la atribución genérica del filme, opinaba el propio Richard Fleischer que poco había de ciencia en Cuando el destino nos alcance. Que era una película en la que se denuncia sin tapujos que el mundo del futuro está totalmente corrompido. Que la corrupción es tan grande que se da por supuesta y que, por tanto, no se considera como tal. Escarmentado por la idiosincrasia humana, el cineasta no aventuraba mal sus disparos. Fleischer, un aplicado narrador de historias, mantiene con solvencia el pulso del relato durante su zambullida en las repulsivas entrañas de un mundo de por sí agónico, a medio pudrir, en un estadio de descomposición tan solo ligeramente más avanzado que el actual. No conviene olvidar que la función está al servicio del entretenimiento, tampoco reñida con ese terror filosófico tan típico de tiempos de la Guerra Fría acerca de la supresión de la esencia humana a causa de la desbordada tecnificación y/o la burocratización de la sociedad –otras lo analizarán en mayor profundidad, también es cierto-.

De ahí que el despertar del protagonista a (y no de) la pesadilla, su toma de conciencia lúcida y definitiva de encontrarse sumido en una horripilante distopía, juegue con la última y definitiva barrera moral del ser humano. Aunque plasmada de manera un tanto abrupta a mi parecer –sensación que aparecía ya en su inmediato “descubrimiento” por el consejo de sabios del Intercambiador-, destaca como remate la desencantada sugerencia irónica que aporta una banda sonora en contraste con el desagarrado alarido de Heston, hundido hasta el fondo en las siniestras tinieblas de ese mal sueño del que acaba de tener conocimiento.

            A modo de colofón, merece la pena apuntar que, según ha aparecido recientemente en medios de comunicación, el soylent ya existe: en forma de bebida con los 35 nutrientes esenciales para una dieta sana, desarrollada por tres tipos de San Francisco a finales de 2012. Los artífices lo presentan como el producto “más sencillo con el que podemos sobrevivir” en comparación con un sistema de alimentación convencional “demasiado complejo, demasiado caro y demasiado frágil”. El destino nos alcanza.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

Caníbal

19 Nov

El cine español sí muerde… y devora carne humana con amantísima devoción. En El Peliculista.

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El libro de Eli

10 Ene

“El hombre concede premios, pero Dios concede recompensas.”

Denzel Washington

 

 

El libro de Eli

 

Año: 2010.

Directores: Albert Hughes, Allen Hughes.

Reparto: Denzel Washington, Mila Kunis, Gary Oldman, Ray Stevenson, Jennifer Beals.

Tráiler

 

 

            El futuro postapocaliptico en el cine tiene como principal característica el ofrecer una mirada al presente desde una parábola futura que fija el punto de no retorno al que este se dirige. Ese carácter ejemplificante exagera los males contemporáneos, en ocasiones a modo de farsa, voluntaria o no, y los sitúa en ese mundo de posibles con el objetivo de brindar una advertencia moral al espectador.

He ahí que siempre se puedan extraer lecturas del cine fantástico postapocalíptico, que siempre posea un mensaje escondido o explícito tras del mayor o menor espectáculo asociado.

En el caso de El libro de Eli, el mensaje es obvio y, además, tiende a subrayarse.

             La película, ambientada en un mundo reducido a desierto ecológico, ético y cultural por una guerra nuclear creada por y para la destrucción de libros, muy concretamente de la Biblia, presenta a un héroe de western transmutado –el forastero enigmático e invencible que llega de la nada para transformar todo a su paso- con el rostro de un Denzel Washington terco y geniudo pero mesiánico y bonachón, como a él le gusta.  Un personaje de rasgos mosaicos también ducho en artes marciales samuráis -por si los paganos impíos no atienden a la palabra de Dios- en travesía obsesiva por los yermos páramos con la misión divina de llegar al Oeste y proteger su carga: la última Biblia, versión autorizada del rey Jacobo (o Jaime, o Santiago).

El discurso, firmado por el hasta entonces diseñador de videojuegos Gary Whitta, defiende el poder redentor de las Sagradas Escrituras para el individuo y para toda la humanidad desde su uso honrado, virtuoso y recogido, opuesto a la instrumentalización estatal que pretende el pequeño sátrapa de provincias interpretado por un poco inspirado Gary Oldman, precisamente la figura que representa esa advertencia ejemplarizante: la del mundo que ha perdido el sentido humano y cálido de las enseñanzas de la fe cristiana, que vive hundido en la violencia, la lujuria, la falta de moralidad, justicia y libertad y, casi, el canibalismo –aún le quedan rescoldos de un civismo que apenas se limita a lo aparente o casual-.

El barbarismo que sojuzga las sombras no iluminadas por la religión.

             Un mensaje en buena parte cuestionable, plagado de simbolismo de rebajas, decorado por los hermanos Hughes con la estética cercana al cómic que ya habían aplicado en su acercamiento al legendario Jack el Destripador en Desde el infierno, con una fotografía de colores lavados hasta reducirlos a tonalidades desvaídas, luminosamente cruda, de visión deslumbrada, con alguna imagen rescatable de una puesta en escena que en ciertos tramos se les escapa totalmente de las manos –el tiroteo en casa de los ancianos es más risible que genial-, al igual que el propio argumento.

Ideal para aprovechar una bolsa de palomitas en el JMJ.

 

Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 5,5.

Nota del blog: 3.

Nobi (Fuego en la llanura)

1 Nov

“Yo simplemente hago las películas que me apetecen y las que la productora me encarga.”

Kon Ichikawa

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Nobi (Fuego en la llanura)

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Año: 1959.

Director: Kon Ichikawa.

Reparto: Eiji Funakoshi, Mickey Curtis, Osamu Takizawa, Mantaro Ushirô.

Tráiler

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             El León de Oro y el Oscar de Rashomon en 1951 abrirían las puertas de Occidente al entonces desconocido cine japonés, que a partir de ese momento poblaría de manera recurrente festivales y filmotecas de Europa y América. El mundo conocería la obra de Kurosawa, Mizoguchi y Ozu, los considerados clásicos del país del Sol naciente, pero también la de autores que con el tiempo quedarían injustamente a la sombra de estos. Gente como Mikio Naruse, de películas preciosas pero trágicas, Hiroshi Inagaki, de una espectacularidad que le llevaría a recibir el sobrenombre del David Lean japonés, o Kon Ichikawa, experto en la adaptación literaria y hábil diseccionador de la condición humana que en las décadas de los cuarenta y cincuenta inicia, a la par que otros directores nipones como Kinoshita, Kobayashi o el propio Kurosawa, un cine caracterizado por el humanismo en la representación de los valores éticos y la sociedad, la defensa del carácter individual de la persona y la búsqueda de un realismo de influencia casi neorrealista.

El cine de Ichikawa, caracterizado por la mezcla de negrura y destellos de profunda humanidad, cobrará relevancia internacional con el éxito en el Festival de Venecia y posterior nominación al Oscar de El arpa birmana, película ambientada en la Segunda Guerra Mundial. Al año siguiente, Ichikawa repite con Nobi (Fuego en la llanura), la temática antibélica en el contexto una nueva derrota japonesa en dicho enfrentamiento.

             La cinta sigue la penosa travesía del soldado Tamura, harapiento y enfermo de tuberculosis, en su intento de escapar con vida de la isla de Leyte, Filipinas, arrasada por la artillería estadounidense ante la impotencia e incapacidad del ejército japonés, razón para que Ichikawa refleje su visión crudísima, desoladora y tremendamente pesimista del descenso a los infiernos de un ser humano perdido en el absurdo más absoluto, el del conflicto bélico. Un viaje que se va adentrando más y más hondo en la degradación moral a través de diferentes etapas, con la muerte, más allá de unos individuos reducidos al escombro, muertos en vida, como única compañera fiel de viaje –en forma de suicidio posible, de ataque del enemigo norteamericano, de venganza de la guerrilla nativa, de depredación por sus antiguos colegas de pelotón, de debilidad extrema- hasta la última frontera, la del canibalismo. Una pesadilla en forma de odisea comparable a la que padecía el niño Florya Gaishun –su condición de inocencia infantil, factor aún si cabe más descorazonador-, en la excepcional Masacre: ven y mira.

El hombre convertido en animal salvaje, deshumanizado por la guerra, en un mundo en el que no hay lugar para la esperanza.

             Un filme sin concesiones en el que el buen hacer de Ichikawa en la factura artística le confiere además una veracidad sobrecogedora y una modernidad sorprendente.

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Nota IMDB: 8,1.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 8,5.

Tasmania

26 Nov

«El hombre es un lobo para el hombre.»

Thomas Hobbes

 

Tasmania

 

       Año: 2009.

      Director: Jonathan auf der Heide.

      Reparto: Oscar Redding, Arthur Angel, Paul Ashcroft, Mark Leonard Winter.

      Tráiler

        

 

          Producción australiana basada en la historia real de supervivencia extrema y canibalismo del convicto irlandés Alexander Pierce, en tiempos en que Tasmania era una isla-prisión de Inglaterra. Un tipo por lo visto bastante popular en las antípodas y del que se han rodado otras dos películas en los últimos dos años. Se ve que cae simpático.

          Tasmania es una película encabezada por el joven director Jonathan auf der Heide, también co-guionista junto con Oscar Redding, el actor que da vida a Pierce, y que ofrece una reflexión sobre la condición humana en situaciones extremas, como pasa un poco en la clásica ¡Viven! y, en parte, en la más reciente Ravenous; con mucha más violencia que la primera, alternando entre mostrarla con crudeza y omitirla con elipsis, y sin pizca del bizarrísimo humor de la segunda.

Destaca la ambientación sucia, sórdida, alucinada, casi propia de una novela de Cormac McCarthy, del infierno verde en el que transcurre la penosa huida -o descenso a los infiernos, según se vea- de los personajes, en una espiral de progresivo salvajismo y pérdida de toda humanidad de los mismos.

          Hay que decir que el resultado final, por interesante que pueda parecer la trama, queda un poco aburrido, extrañamente no se consigue mantener una tensión progresiva.

También que, después de verla, las ganas de poner más atención e incluso tomar apuntes de El último superviviente se incrementan exponencialmente.     

 

Nota IMDB: 5,9.

Nota FilmAffinity: 5,5.

Nota del blog: 4.

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