«El cine no es un arte que filma la vida. El cine está entre el arte y la vida.»
Jean-Luc Godard
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Boyhood (Momentos de una vida)
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Año: 2014.
Director: Richard Linklater.
Reparto: Ellar Coltrane, Patricia Arquette, Lorelei Linklater, Ethan Hawke, Marco Perella, Brad Hawkins, Jenni Tooley, Zoe Graham.
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En su vertiente autoral, Richard Linklater ya avanzaba esa vocación de cronista a través de testamentos generacionales como Slacker y Movida del 76 o trazando el nacimiento, desarrollo y agonía del romance platónico en su trilogía más célebre, compuesta por Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer. Son obras repletas de reflexiones acerca del devenir de la vida, formuladas por una galería de personajes heterogéneos encargados de componer ante el objetivo una visión particular y caleidoscópica pero que, sin embargo, suelen coincidir en mostrar cierta desorientación a propósito de las incógnitas que plantea futuro, las cuales afrontan en general por medio de la improvisación instintiva, quién sabe si acertada o no.
Este maremágnum de inquietudes y ambiciones artísticas y filosóficas se condensa en Boyhood (Momentos de una vida), una película filmada a lo largo de doce años y que captura el proceso de crecimiento y maduración de un niño texano de siete años (Ellar Coltrane) que comparte rasgos biográficos con Linklater –la localización, el divorcio, el empleo paterno-, si bien, al mismo tiempo, fruto de este insólito sistema de producción –basado en el rodaje anual de unos 10 o 15 minutos de película-, desnuda ante la cámara su propia experiencia natural.
Boyhood, como en la existencia misma, se compone de un cúmulo de instantes que, independientemente de su relevancia biográfica o de su mayor o menor impacto emocional, van sumando capas a la identidad del protagonista. El descubrimiento del amor y el odio de entre las personas más cercanas, la intuición de la muerte y el sexo, la experimentación y el juego, la ilusión y la decepción, la ganancia y la pérdida sentimental,… Retazos de emociones y vivencias disgregados que, inaprensiblemente, conforman la tupida malla intelectual y afectiva que constituye la intimidad de un individuo.
En este sentido, Boyhood equivale a ojear los viejos álbumes de fotos una tarde nostálgica de domingo. Uno puede reavivar tenuemente las brasas del pasado, repasar las huellas biológicas innatas y la adquisición de comportamientos y actitudes que permanecerán impresos en la carne y en la sangre hasta la muerte.
Pero, a su vez, en su aspecto a mi juicio más satisfactorio –no es Boyhood la película en la que más fielmente haya sentido reflejada mi infancia o que me haya hecho retrotraerme a ella con mayor exactitud-, el filme arroja preguntas y dudas existenciales para las que no tiene respuesta. Y así lo reconoce, más allá de que sus personajes lo acepten de mejor o peor grado –las alegorías beatlemaníacas del padre, la desesperación del nido vacío de la madre-. Basta con contemplar la evolución física y mental de los chavales para constatar lo dolorosamente inaprensible del tiempo. El tempus fugit. Crecen muy deprisa, insistirá en advertirle a uno cualquier padre que se precie –y que probablemente albergará otro factor privado más para disfrutar la propuesta-.
En media hora, siempre demasiado corta, siempre demasiado fugaz -quizás incluso dentro del tempo interno de la película-, Coltrane atraviesa la infancia para adentrarse en los asfixiantes vericuetos de la adolescencia, de los cuales siempre es complicado salir impune, y afrontar una madurez que, en vista de los ejemplos del entorno, zarandeados por la incertidumbre constante que sirve como definición de la vida, parece reducirse a simple etiqueta de catalogación.
A pesar de que Linklater juega alguna carta melodramática –el alcoholismo-, es en la ausencia de dramatización explícita donde Boyhood resulta más reconocible y conmovedora –la complicidad con los familiares, los descubrimientos autodidactas, la ausencia de certezas-.
Es ahí cuando, después de compartir esa mirada atrás de álbum fotográfico, a uno le sobreviene la sensación de envejecimiento irreparable. Esa sensación de que parece que no nos ocurre nada mientras, en realidad, nos está ocurriendo todo. De que, como dice un personaje, son los instantes los que le atrapan a uno sin remedio y no al revés, con toda su carga de alegrías, lamentaciones, heroicidades mínimas y humillaciones absurdas, aprendizajes y desasosiegos, desafíos y sueños. La sensación de que la vida –el metraje-, se nos escapa entre los dedos.
Nota IMDB: 8,4.
Nota FilmAffinity: 7,6.
Nota del blog: 8,5.
Contracrítica