Para despedir 2013, una de las películas del año en El Peliculista.
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“El cine estadounidense es muy de hombres, mientras que el de Europa es más femenino. Aquí las actrices ocupamos un lugar más importante, tal vez a causa de la larga tradición en la relación entre el director y su musa.”
Juliette Binoche
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Año: 1957.
Director: Federico Fellini.
Reparto: Giulietta Masina, François Périer, Franca Marzi, Amedeo Nazzari, Leo Cattozzo, Aldo Silvani.
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Los sueños de la clase trabajadora están fabricados en un material frágil, condenado a quebrarse en mil decepciones y desencantos. La idea, palpable durante el crudo Neorrealismo italiano, irá desarrollando nuevos y originales caminos a través la progresiva ruptura de las estrictas barreras veristas propugnadas por el movimiento, atemperado y disuelto por la evolución política, social y cinematográfica del país.
Federico Fellini, adalid del punto de vista personal y subjetivo como modo de entender y realizar el cine, expondrá la cuestión en toda su despiadada brutalidad por medio de Las noches de Cabiria.
Protagonizada por su mujer, Giulietta Masina, al igual que La Strada –película que abría las puertas del reconocimiento internacional al cineasta de Rímini-, Las noches de Cabiria acompaña a una prostituta de Roma a lo largo de sus sueños y anhelos profundos e insatisfechos, situados en abrupto contraste frente a su castradora realidad cotidiana.
Como también sucedía en La Strada, se trata de un filme íntimamente ligado a su personaje principal, dibujado con dulzura y compasión para el lucimiento de Masina, quien sería recompensada con el premio a la mejor actriz en el festival de Cannes. Las contradicciones entre su impostado orgullo exterior –al fin y al cabo, es consciente de encontrarse más cerca de refugiarse en cuevas y pórticos que de acceder a las lujosas mansiones de la Vía Véneto- y su agrio abatimiento emocional interno, podrían ser los de cualquiera.
Resulta sencillo compartir sus ilusiones, sentir en carne propia los embates de un mundo deformado e inmisericorde, empeñado en recordar lo inapelable de un destino determinado por la clase social, y aun así recobrar las fuerzas gracias a una renovada y seductora quimera, tan cándida como imprescindible como las anteriores.
En este caso, las humildes ambiciones de la vital y solitaria Cabiria se identifican con sanar las heridas de una existencia marginal, huérfana de amor y parca en porvenir. Los hombres que surgen de esa noche romana hostil y ruinosa ofrecen imágenes idílicas que tientan pero nunca colman las profundas necesidades de la desafortunada y vulnerable mujer –un ostentoso playboy de los escenarios, el buen samaritano piadoso-.
Son por tanto crueles espejismos que más tarde quedarán materializados de manera obvia por medio de un espectáculo de ilusionismo, ejemplo palmario de la influencia de la fantasía, el ensueño, la poesía y la fe en el retrato del complejo universo anímico de Cabiria y llave de paso que permite dar cuerpo y significado al definitivo tercer acto –donde precisamente la previsibilidad servirá de acicate para la amargura-.
Significaría el segundo Óscar a la mejor película de habla no inglesa para Fellini.
Nota IMDB: 8,3.
Nota FilmAffinity: 8,2.
Nota del blog: 8,5.
“Si tú le preguntas a un cineasta cuál es la película más difícil de hacer, te dicen El padrino. Dura tres horas, no hay trucos de cámara, es pura narrativa y personajes, pocos efectos especiales… Intento no perder ese criterio, aunque no esté a la altura.”
James Gray
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Año: 2000.
Director: James Gray.
Reparto: Mark Wahlberg, Joaquin Phoenix, Charlize Theron, James Caan, Ellen Burstyn, Faye Dunaway, Victor Argo, Robert Montano.
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Haciendo justicia a su proclamación como sucesor de Francis Ford Coppola, el cine negro de James Gray tiene como protagonista al hombre sometido a la presión de su entorno íntimo; el individuo encadenado, más mal que para bien, a los lazos de fidelidad de la familia (de sangre o de facto), organismo opresor responsable de escribir de antemano el destino de sus partícipes.
Después de sorprender con su opera prima, la estimable Cuestión de sangre (Little Odessa), por la que recibiría el León de plata como mejor director en el festival de Venecia, Gray retornaba tras las cámaras con La otra cara del crimen, basada en parte en una trama de corrupción en la que se había visto envuelto su padre un par de décadas atrás. Los seis años que median entre una y otra cinta reflejan la meticulosidad de uno de los últimos autores del Hollywood industrializado.
Escrita con estilo clásico y elegante, con un tempo que deja respirar a las escenas y el pulso psicológico de los personajes, ajeno a las convenciones adrenalínicas y epidérmicas del thriller comercial –la violencia, por ejemplo, nunca aparecerá en primer plano-, La otra cara del crimen ilustra la lucha de un exconvicto (el inoperante Mark Wahlberg, elección inadecuada) contra la fatalidad impuesta por su contexto familiar y privado y, a la vez, por redimirse y recobrar su sitio usurpado en ese mismo ambiente consanguíneo. Una tragedia escenificada en un presente sombrío y pesimista, condicionado y en conflicto con las deudas emocionales y criminales del pasado.
La fotografía de tonos pictoricistas inunda de sombras el celuloide, acompañado desde la partitura por notas musicales graves, luctuosas, mientras que el registro sonoro servirá para acentuar la intensidad dramática de ciertas escenas clave, si bien quizás de manera un tanto reiterativa y por ello progresivamente menos eficaz.
Es una atmósfera que reclama cierta herencia de El padrino, aunque el abuso inmoderado de esta filiación estética y anímica desemboca en un exceso de afectación que acaba por lastrar los resultados del filme.
La película resulta más lograda e interesante en ese acercamiento a la mezcla y difuminación entre negocios legales e ilegales que en la vertiente melodramática y emocional del relato, en la que se entretejen tímidas alusiones a los prejuicios raciales –otro elemento que en definitiva ayuda a delimitar ese círculo familiar- con notas de amor prohibido y un conflicto de celos románticos un tanto pillado por los pelos. El forzado desenlace trágico de este último tema demuestra que La otra cara del crimen funciona mejor cuando se mueve desde la sutileza y apuesta por desarrollar su propia personalidad.
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Nota IMDB: 6,4.
Nota FilmAffinity: 6,1.
Nota del blog: 6.
“Los únicos monstruos que existen son los que tenemos dentro de nosotros mismos. Sin embargo, parece que el mercado exija siempre al vampiro con los caninos afilados y saliendo del ataúd o bien la desagradable cara de la criatura de cartón piedra.”
Mario Bava
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Año: 1965.
Director: Roman Polanski.
Reparto: Catherine Deneuve, Ian Hendry, John Fraser, Yvonne Furneaux, Patrick Wymark.
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En su segundo largometraje, rodado en inglés y ambientado en Londres, el cineasta polaco Roman Polanski encontraba las claves del cine que le haría célebre: películas de terror psicológico, escenificadas en un lugar en principio cotidiano y seguro como la propia vivienda y en los que los protagonistas sufren el hostigamiento de una amenaza que parece provenir del interior de su mente, arrasada por el impacto traumas y trastornos somatizados en forma de desasosegantes paranoias y alucinaciones.
Repulsión -a la que seguirían La semilla del diablo y El quimérico inquilino para configurar la denominada “trilogía de los apartamentos”-, se adentra en la degradación terminal de la cordura de una joven (Catherine Deneuve) cuya animadversión patológica hacia el género masculino se materializa a través de recurrentes delirios de violación.
Polanski traslada la perspectiva perturbada de la muchacha a la atmósfera densa, enfermiza y claustrofóbica que domina el filme, que permite sentir en carne propia el acoso sudoroso y hediondo, cargado de tensión sexual, que cree sufrir por parte de los hombres –todos ellos culpables bajo su punto de vista, independientemente de sus intenciones-.
La constante y enervante incidencia del apartado de sonido –el reloj, las campanas, los gemidos sexuales de la hermana,…- impregna de manera paulatina una sensación de inquietud, la cual se acentúa al máximo gracias a la naturaleza de la protagonista y la interpretación que de ella hace Deneuve: ausente y sonámbula, desvalida, irritante, enajenada y siniestra a partes iguales, atrincherada en un refugio decrépito que, en paralelo a su descenso a la demencia, parece a su vez desmoronarse sobre su ser, lo que incrementa esa sensación de agobio y acorralamiento anteriormente apuntada.
En contraste con la cierta redundancia en la exposición de las malsanas fantasías de la mujer -a pesar de su utilidad para describir con progresiva intensidad el resquebrajamiento de los últimos muros de la razón-, destaca la sutileza, elegancia y expresividad con la que Polanski describe las raíces psicológicas del caso: una mirada casual capturada en una fotografía que es capaz de decirlo todo mediante la pura insinuación.
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Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 7,6.
Nota del blog: 7.
“Lars von Trier necesita a las mujeres. Las envidia y las odia por ello. Así que tiene que destruirlas.”
Björk
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Año: 2009.
Director: Lars von Trier.
Reparto: Charlotte Gaingsbourg, Willem Dafoe.
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Cierto resquemor y despecho se le nota a Lars von Trier, cineasta y provocador. No le vale hacer como Álex de la Iglesia y calificar de brujas a todo el género femenino sin distinción. Von Trier, un hombre que no se anda con minucias, las eleva un peldaño más en la escala del mal: a la categoría de Anticristo redivivo.
Anticristo es una película mutante. El filme comienza luciendo una apariencia de prólogo moralista, envuelto en un solemne blanco y negro, maneras litúrgicas, un aria de Haendel –la misma que se canta en la taberna de Amanece, que no es poco, hay que decirlo- e imágenes de sexo explícito. Una secuencia en la cual se equipara una acción, el orgasmo desbocado una pareja, con una consecuencia, la trágica muerte de un niño inocente.
En su estado larvario, la obra se adentra en los frágiles límites que separan la cordura de los infiernos de la sinrazón, planteada como la lucha contra el dolor y la culpa de un matrimonio en el que se establecen dos aproximaciones antagónicas hacia un mismo hecho luctuoso: la racional y psicologista de él (Willem Dafoe, encarnación del Mesías en La última tentación de Cristo, ojo) y la emocional y desgarrada de ella (Charlotte Gaingsbourg, premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes por este exigente trabajo).
En el plano formal, el director danés juega con la luz y la oscuridad para describir un combate íntimo y épico, imbuido de una atmósfera onírica y angustiosa cuyas desasosegantes imágenes, repletas de una fuerza malsana y enfermiza, van torciendo poco a poco el recorrido de la película, como respondiendo a esa llamada maléfica que parece componer el incesante repiqueteo de las bellotas y el registro de sonidos que materializan la atmósfera, hacia una lectura sobrenatural y desaforadamente negativa de la condición humana en general, femenina particular.
Desde una postura tétrica y pesimista, Anticristo se propone desvelar el caos como denominador común de la existencia, la preponderancia de la muerte y de lo grotesco frente a la penosa casualidad y el desolador absurdo de la vida.
La cinta cautiva y perturba en este aspecto trágico, en el que esos tres mendigos que pululan por el escenario –el dolor, el sufrimiento y la desesperación- bien podrían haber representado el papel de las tres erinias de la mitología griega. En cambio, tras la definitiva metamorfosis del relato, la que otorga significado a las referencias religiosas que venía manejando el guion –el Edén perdido, la tentación y el pecado original, la bruja y su dominación mediante el sexo, el diablo-, es cuando Anticristo pierde los papeles, el halo surrealista se le descabalga para dar paso al exceso y el puro delirio conceptual y visual -nefasto conservar la atención absorbida por la narración-, y comienza a soltar exabruptos misóginos de como poco dudosa justificación.
Una película enajenada (y para mal).
Nota IMDB: 6,5.
Nota FilmAffinity: 6.
Nota del blog: 5.
“Para escribir el guion de una buena película hacen falta dos años, para rodarla dos meses, para efectuar el montaje dos semanas, para dar los últimos retoques dos días, para verla dos horas, y para olvidarla dos minutos.”
Joseph L. Mankiewicz
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Año: 1966.
Director: René Clément.
Reparto: Jean-Paul Belmondo, Charles Boyer, Leslie Caron, Jean-Pierre Cassel, Alain Delon, Kirk Douglas, Glenn Ford, Gert Fröbe, Yves Montand, Anthony Perkins, Michel Piccoli, Simone Signoret, Robert Stark, Jean-Louis Trintignant, Pierre Vaneck, Marie Versini, Orson Welles.
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Cineasta de vocación internacional y generalista, al contrario de lo que habían supuesto los nuevos autores surgidos del Cahiers du Cinema y la Nouvelle Vague, René Clément se ampararía en el éxito de sus películas en los Estados Unidos –Óscar a la mejor película en lengua no inglesa con Demasiado tarde y Juegos prohibidos; nominación con Gervaise– para acceder a producciones de holgado presupuesto y elencos repletos de celebridades procedentes de uno u otro lado del Atlántico.
Sin embargo, no todo el mundo tolera bien los banquetes pantagruélicos.
¿Arde París? recrea la hora más crítica de la capital francesa durante la Segunda Guerra Mundial: la de la amenaza cierta de perecer junto a sus ya derrotados captores nazis, amordazados por las órdenes delirantes de su líder supremo, fiera malherida y cegada por la desesperación y la sicosis.
Bajo el ala de un tema propicio, el del periodo de ocupación alemana de Francia -profusamente abordado en su trayectoria a través de cintas como La batalla del riel, Los malditos, Juegos prohibidos y El día y la hora-, Clément se rodea de un reparto cuajado de quilates, un equipo artístico de altura –destacan el novelista Gore Vidal y el emergente Francis Ford Coppola en la escritura del guion- y unos medios técnicos ostentosos para dar pie a una de esas voluminosas superproducciones bélicas de alientos documentales que proliferaron en el cambio de década entre los sesenta y los setenta (La batalla de Inglaterra, El día más largo, Patton, Tora! Tora! Tora!,…).
Este principio implicará aquí incluso la utilización de imágenes reales de archivo –repescadas recientemente por la espectacular serie documental Apocalipsis: La Segunda Guerra Mundial-, asimiladas al celuloide por medio del solemne blanco y negro de reminiscencias europeas que preside la fotografía, semejante a aquella con la que John Frankenheimer había rodado un par de años atrás El tren, también ambientada en la Francia bajo el yugo nazi.
La función queda dominada desde el primer momento por el chovinista tono laudatorio y de homenaje a las fuerzas de la Resistencia galas y al impulso de los generales Leclerc y De Gaulle para la liberación definitiva de la gran dama francesa por parte de los aliados. Obviamente, ninguna mención merece la frágil y fracasada oposición precedente de las tropas contra el conquistador huno, no digamos acerca de la formación del régimen fascista de Vichy o los episodios de colaboracionismo con el invasor –este último, un simple grano de arena en el inmenso desierto del metraje-.
En consecuencia, ¿Arde París? aboga por el protagonismo colectivo, factor que permite a su vez explotar el gancho que ofrece la breve aparición de rostros estelares -Kirk Douglas, Glenn Ford, Gert Fröbe, Orson Welles, Anthony Perkins, Robert Stack, Charles Boyer, Yves Montand, Leslie Caron, Jean-Paul Belmondo, Simone Signoret, Alain Delon, Michel Piccoli-.
O, lo que es lo mismo, una apuesta por la luz rutilante y ostentosa que cubra las tinieblas provocadas por la absoluta superficialidad de la narración, tópica e insustancial en sus retrato humanos y dramáticos, magra en su carácter didáctico y por ende paupérrima y aburrida en su teórico núcleo vital: el aspecto épico.
Poco caso se le hace al verdadero meollo de la cuestión, el cual, más que ese planísimo heroísmo popular, reside en los dilemas morales del general von Choltitz (encarnado además un actor talentudo como Fröbe), un hombre en la encrucijada que traza afrontar la ira homicida del Führer, cumplir su ingrato deber como soldado o ceder a los dictados de la humanidad y el sentido común más elementales.
Carencias estas que comportan finalmente que el pulso del filme no resista bien su caudaloso minutaje y quede ahogado en su propia desmesura.
Nota IMDB: 6,7.
Nota FilmAffinity: 7.
Nota del blog: 5,5.
Después de retorcerme en la butaca como un mamón durante todo el primer capítulo (¿no podían haber cogido las águilas-taxi desde el principio?), prometí que esta peli me la iba a ahorrar… pero business is business. El Peliculista acude a visitar la Tierra Media con la boina, la cesta y la gallina.
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Contracrítica