“El fin de una película es siempre el fin de una vida.”
Sam Peckinpah
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Clave: Omega
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Año: 1983.
Director: Sam Peckinpah.
Reparto: Rutger Hauer, John Hurt, Craig T. Nelson, Meg Foster, Dennis Hopper, Chris Sarandon, Burt Lancaster.
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Clave: Omega, punto y final de Sam Peckinpah, grande del Séptimo Arte. No iba a ser esta una clausura épica, gloriosa, a la altura del talento de un cineasta complejo, turbio, apasionado, enérgico, emocionante. También un marginado de la industria por su inconformismo patológico. Una rebeldía que se hacía extensible a su propia vida, castigada por los excesos de años de desenfreno, de existencia ardorosa sentida a flor de piel hasta lo autodestructivo. Como sus personajes, como su cine.
Es esta una despedida triste, sometida a las apetencias de un arte convertido en negocio, sin alma, ni vergüenza. Un thriller plano que adapta las escrituras de Robert Ludlum, superventas de la versión literaria del género.
Una trama bastante inverosímil sobre espías dobles, equívocos entre apariencia y realidad, el poder cegador de los mass media y el peligro de las razones de Estado en el manejo de la seguridad nacional. Peckinpah no podrá siquiera, pese a sus deseos, contar con su equipo habitual de intérpretes y colaboradores, así como tampoco gozará, caso más habitual a lo largo de su carrera, del control sobre el montaje definitivo del filme.
De esta manera, el californiano no podrá sino más que tirar de oficio para intentar sacar adelante una trama de acción no demasiado interesante confeccionada para mayor lucimiento de un Rutger Hauer en la cresta de la ola. El rubicundo actor encarna aquí a un líder de opinión forzado a traicionar a sus “muy liberales” amigos –intérpretes del ala conservadora de Hollywood como Craig T. Nelson o Dennis Hopper-, presuntos agentes comunistas, para convertirlos en dobles espías al servicio de la CIA en una operación orquestada por un eficiente trabajador (John Hurt) despechado por la muerte de su mujer, consentida, sin saberlo, por el jefe de todo, un ambicioso, envanecido y otoñal Burt Lancaster que se limita a aportar carisma y nómina.
Son los últimos estertores de la Guerra Fría, los de los ultranacionalistas años de Reagan, siempre dispuesto a promover la producción cinematográfica como un instrumento más de propaganda –a esta época pertenecen horrores militaristas del calibre de Amanecer rojo, Delta Force,…-.
Los personajes y su epopeya personal, generalmente frente a un mundo que los repudia, la verdadera y menos reconocida virtud de Peckinpah, aparecen simples y sin aliento, a excepción de ese amargo titiritero de Hurt. La furia del director, su firma y rasgo más recordado, todavía se hace sentir a cuentagotas, en especial en una nervuda primera persecución, mientras que en otras secuencias, como la del juego del ratón y el gato en la oscuridad del bosque, aparece ya mucho más desbravada.
Se pueden entrever aún constantes del pesimismo vital de Bloody Sam. Ese espíritu desencantado capaz de calificar a la verdad como una mentira no descubierta y a la madurez como etapa de decadencia, resignación, conformismo y cambio a peor, además del sentido desengaño hacia los dogmas establecidos por el dictado común de los medios de la comunicación, o la turbiedad sexual del espía, figura equiparable y equiparada a la del voyeur.
Sin embargo, todo ello no consigue ocultar la condición de Clave: Omega de cine alimenticio de escasa relevancia y preocupantemente convencional, lo que sin embargo no es óbice para deparar un poco creíble desenlace del relato, sin duda afectado por esa eterna incomprensión y tiranía del productor que Peckinpah hubo de sufrir a lo largo de su carrera.
Por lo menos, se puede decir que no aburre.
El ingrato adiós de un gigante.
Nota IMDB: 5,8.
Nota FilmAffinity: 5,7.
Nota del blog: 5.
Contracrítica