Tag Archives: Pobreza

Nuevo orden

26 Feb

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Año: 2020.

Director: Michel Franco.

Reparto: Naian González Norvind, Diego Boneta, Roberto Medina, Lisa Owen, Darío Yazbek Bernal, Fernando Cuautle, Mónica del Carmen, Eligio Meléndez, Claudia Lobo, Enrique Singer, Gustavo Sánchez Parra.

Tráiler

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          Parece una época propicia para vislumbrar distopías que transcurran prácticamente a tiempo real. A la espera de la ficción de alumbre la pandemia -una distopía casi inimaginable en sí misma hace apenas un par de años-, se cuenta ya con obras que exploran los rincones oscuros del homo tecnologicusBlack Mirror-, la fragilidad del mundo contemporáneo ante una catástrofe potencial –El colapso– o la volatilidad de una sociedad prograsivamente polarizada –El cuento de la criada, La caza, el reimpulso de la saga de La purga, Hijos de la ultraderecha-. En este último territorio se encuadra Nuevo orden, donde Michel Franco se imagina una nueva revolución en un país, México, históricamente renombrado por ellas.

          Al igual que El colapso, Nuevo orden extrae su fuerza de una poderosa e impactante verosimilitud. La serie francesa la obtenía apostando por crear una experiencia inmersiva mediante el empleo del plano secuencia, destinado a convertir al espectador en un personaje más atrapado en el progresivo hundimiento de la civilización -aunque, paradójicamente, el único capítulo en el que se detenía a plantear dilemas morales y emocionales era el que destacaba sobremanera frente al resto-. En esta, procederá de su recorrido por los diferentes estamentos de la sociedad mexicana –extrapolables no obstante al tratarse de la eterna contraposición entre una clase privilegiada y otra depauperada-, representada por una multiplicidad coral de personajes y escenarios, así como de la credibilidad con la que traza la crónica del proceso -la represión, el estallido, el caos, la perpetuación-.

La película se presenta con fragmentos surrealistas y agresivos, trazos de una tensión nuclear que quedarán subterráneamente enquistados en el ambiente que se respira en la lujosa casa donde, en la introducción del relato, se celebra la boda de dos jóvenes de familias de postín. Como la madre que corretea desasosegada por los pasillos, tratando de averiguar dónde se esconde una amenaza que el público barrunta de forma tácita, entrevista a través de pistas y gestos en mitad de una multitud agobiante, a la expectativa, tensa. Un palacio en los cielos manchado, salpicado, por la agitación que se agita tras sus altos muros. La detonación definitiva de la violencia, salvaje, cruda y despiadada, es lo que abre el angular para tratar de mostrar las facetas -la desigualdad congénita, la corrupción rampante, el racismo, el clasismo, la ineficacia de un Estado fallido para hacer valer garantías y derechos, el machismo recalcitrante, el ínfimo valor de la vida del otro…- de esta realidad que Franco aspira a retratar alegóricamente.

          Con gran dominio de la atmósfera y el nervio del relato -es inusual y narrativamente encomiable que un filme con esta complejidad de puntos de vista se concentre en menos de hora y media-, el cineasta descerraja un reflejo profundamente pesimista de la naturaleza humana, desesperadamente trágico, en el que los personajes se ven arrastrados por la deshumanización, bien como víctimas -atropelladas por muerte de la conciencia en el sálvese quien pueda y por una injusticia que por su parte es sistémica-, bien como entusiastas victimarios.

Pero lo cierto es que, dentro de este lacerado y lacerante desencanto moral, Franco carga contra todo y contra todos. Reserva un puñado de caracteres para dotarlos de personalidad propia -la muchacha acaudalada, la madre e hijo sirvientes…- con el objetivo de, a partir de su individualidad, aportar matices ante unas partes enfrentadas que, por lo demás, se componen por medio de arquetipos -e incluso estereotipos- que tienden a representar esta dualidad y este conflicto de manera abstracta, limando casi cualquier detalle particular o reconocible, desideologizando en buena medida el planteamiento. Semeja preferir la perturbación, el zarandeo. Una decisión que a la postre, y probablemente de manera involuntaria aunque en cualquier caso cuestionable, termina por hacer prácticamente tábula rasa desde la barbarie e igualar las reivindicaciones de una masa que se rebela por los 60 millones de pobres del país con la situación que se vuelve en contra de una cleptocracia endémica. Con todo, es este devenir un tanto ambiguo podría admitir también cierto espacio para la reflexión y el debate.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 7.

Vivir su vida

14 Ene

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Año: 1962.

Director: Jean-Luc Godard.

Reparto: Anna Karina, Sady Rebbot, André S. Labarthe, Henri Attal, Peter Kassovitz, Guylaine Schlumberger, Brice Parain.

Tráiler

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           En una noche fría, sin cobijo después de romper con todo, Nana se refugia en el cine para contemplar la pasión de Juana de Arco filmada por Carl Theodor Dreyer. Jean-Luc Godard reproduce íntegros los fotogramas del cineasta danés, fijos en el rostro conmocionado de Maria Falconetti, recortado contra un severo y ascético fondo blanco. Godard ofrece la réplica con un primer plano de la sollozante Anna Karina, esta vez contra el fondo negro de la sala a oscuras. Aunque luego, a medida que la tragedia vaya haciéndose más tangible, la equiparación con el icono nacional y cinematrográfico irá siendo cada vez mayor.

Obviando el entonces censurado El soldadito, Vivir su vida es el tercer largometraje que estrena Jean-Luc Godard y el segundo junto a su por entonces pareja, Anna Karina, a quien entrega de nuevo un papel en los sórdidos márgenes de la sociedad. Si en Una mujer es una mujer interpretaba a una stripper deseosa de la maternidad, en Vivir su vida es una joven que, hastiada de todo, deja atrás a su pareja para arriesgar con una apuesta por introducirse en el hechizante mundo del cine que, a la postre, le lleva a la prostitución. Esta Juana de Arco se hibrida con la Lulú de La caja de Pandora. Y Karina es, en realidad, la argamasa que mantiene compacta esta historia narrada a través de doce escenas donde los intertítulos de presentación parecen establecerse casi como señas de guion. Escenarios y encuentros en los que la interpretación de la musa va marcando la evolución argumental y emocional de la protagonista.

           En torno a la efigie de Karina, Godard rompe con el clasicismo de la imagen, en contraste con ese desgraciado fatalismo que podría considerarse digno de los melodramas tradicionales. Una tragedia por apenas 2.000 francos. Siguiendo esta idea, Godard elabora las composiciones buscando ángulos originales con los que expresarse, incluso hurtando los personajes al espectador; la cámara oscila entre los implicados en el plano, rastrea una carcajada fugaz, deletrea los tiros de una ametralladora. El perfil de la mujer hipnóticamente observada se gira y se convierte en penetrante observadora. La voz en off se yuxtapone a la acción para detallar una guía práctica sobre el sector de la prostitución a partir de recopilaciones judiciales de la época.

En parte, quizás a Karina haya que atribuirle el mérito de que la película conserve calor humano, aunque se deba por lo menos al amor que el rebelde Godard -un autor siempre interesado en salirse de la narración o en ponerse por encima de sus convenciones- muestra hacia ella. O cuando menos a su fascinación hacia sus rasgos de cine mudo, de ojos desbocados y expresivos.

           El Paris de Vivir su vida es una ciudad triste y áspera. A pesar del estrato social y la ambientación urbana en la que se mueve Nana, y de la dinámica y vívida realización propia de la Nouvelle vague y sus armas de guerrilla, Vivir su vida no es cinéma verité. Al alimón de las experimentaciones estilísticas, las andanzas de esta mujer que persigue el sentido de su vida encuentran infiltraciones líricas provenientes del mundo del arte. Del cine, de la literatura, de la música, de la filosofía. La vida de Nana es, pues, una obra total.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 7,5.

Heaven Knows What

14 Dic

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Año: 2014.

Directores: Ben Safdie, Josh Safdie.

Reparto: Arielle Holmes, Caleb Landry Jones, Buddy Duress, Diana Singh, Benjamin Hampton, Necro.

Tráiler

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         La serendipia también es una importante fuente creativa. Josh Safdie dio con Arielle Holmes por Manhattan mientras él y su hermano Ben estaban trabajando en un proyecto que, al final, cristalizaría pasados los años en Diamantes en bruto. Por entonces, Holmes trataba de sacar la cabeza de la vida en las calles y la adicción a la heroína. Intrigados por su historia, los hermanos la animaron a ponerla blanco sobre negro y, a partir de sus escritos, compusieron Heaven Knows What. Además, Holmes iniciaría su desintoxicación para consolidare como alma mater de este proyecto, asumiendo el protagonismo de esta adaptación de sus vivencias que, como remate, está dedicada a la memoria de Ilya Leontyev, su expareja, fallecido de sobredosis. Pero esta búsqueda de realismo desde la concepción de la producción no solo se restringía a Holmes. Otra de las cabezas del reparto, Buddy Duress, penaba en la cárcel durante la promoción de la cinta como colofón a su historial de trapicheo de drogas.

         Por momentos, Heaven Knows What parece recoger la herencia del cine underground estadounidense con su cámara a pie de calle en modo guerrilla y su apariencia de urgencia, de veraz imperfección en sus planos ligeramente descentrados, trabados, interrumpidos por el ritmo urbano al que le importa un bledo las convenciones artísticas. Los movimientos de cámara, fluidos con la steadycam, y los enfoques lejanos integran a los personajes en este territorio salvaje y caótico, en perpetuo movimiento, vivo, vibrante. A veces, la protagonista desaparece en la masa, en el paisaje de esta Nueva York de mortecina luz invernal, y hay que rastrear la imagen en su busca, marginada en el rincón donde come precariamente o donde mendiga.

Pero, a pesar de estas alusiones estéticas y de afincarse en el pasado de una mujer que es a la vez testimonio y representación, Heaven Knows What no es una obra de intenciones documentales y también cuenta con recursos de ruptura, entre los que sobresale la estridente e invasiva banda sonora de ritmos electrónicos que, durante un punto climático de la introducción, de completo estrés, llega a ahogar el resto de sonidos.

         Este es el escenario donde tiene lugar una relación tóxica y destructiva que es análoga al abuso de las drogas. Hasta se subrayará verbalmente escogiendo nada menos que una frase de Hellraiser: Revelations en la que se hermana el dolor con el placer. Porque lo cierto es que ese Ilya Leontyev es un imbécil redomado y puede que, de tan cruel y balbuceante, supere incluso los límites de lo que se admite como creíble -o cuanto menos interesante-. Heaven Knows What no destaca trasladando esa fascinación que provoca en la chica. Puede que esta no sea esa su principal intención, porque además no se retrata a una persona precisamente equilibrada y también es perfectamente verosímil que un yonki ofrezca un personaje plano, aunque tampoco creo que su crudeza -no exenta de cierta ternura y cariño por cómo observa a la persona/actriz- pretenda lo contrario.

Entretenida en describir sin jucios morales los azares cotidianos de Harley/Arielle para conseguir su dosis -unas penurias suficientemente vistas de suficientes maneras distintas y con suficientes empachos de argot y acentos callejeros, que de hecho aquí podrían equipararse por ambientación, apego por la realidad urbana, drogradicción y relaciones turbulentas a los de la cargante Pánico en Needle Park-, esa vertiente de tragedia sentimental termina quedando medio perdida por el camino durante el grueso del metraje para, al final, potenciarla de nuevo para intentar imprimirle, de forma un tanto tosca, un cierre dramático al desenlace.

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Nota IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 6,5.

Humanidad y globos de papel

11 Dic

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Año: 1937.

Director: Sadao Yamanaka.

Reparto: Chôjûrô Kawarasaki, Kan’emon Nakamura, Shizue Yamagishi, Kosaburô Tachibana, Takako Misaki, Kikunojo Segawa, Sukezô Sukedakaya, Emitaro Ichikawa, Daisuke Katô, Tsuruzô Nakamura.

Tráiler

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          El pesimismo mató a Sadao Yamanaka a los 28 años. En apenas un lustro de carrera, había firmado una veintena de filmes, convirtiéndose en uno de los grandes representantes del género histórico del país, el jidaigeki, y haciendo gala de un humanismo que permitía ponerlo a la altura de otros compañeros de generación como su amigo Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi o Mikio Naruse. Humanidad y globos de papel es la última pieza de su obra, de la que tan solo se conservan tres largometrajes. Y su derrotada sentencia acerca de la imposibilidad de revertir el injusto orden de las cosas trasladaría la tragedia también al otro lado de los fotogramas. Los censores, ofendidos en su vanidad nacionalista, le retiraron la exención del permiso militar y Yamanaka fue reclutado prácticamente a la par del estreno de la película, en 1937. Un año después, fallecería de disentería en Manchuria, donde estaba destinado para combatir en la Segunda Guerra Sinojaponesa, una de esas antesalas donde comenzaba a librarse la Segunda Guerra Mundial.

          Ambientada en el Japón feudal, Humanidad y globos de papel parece emparentarse con Los bajos fondos, de Maksim Gorki -que, precisamente, sería trasladada a ese periodo Edo por Akira Kurosawa en la cinta homónima, dos décadas posterior-. Abre sus fotogramas en el arroyo, a los pies de un vecindario miserable donde se junta todo tipo de gente, desde obreros manuales hasta samuráis sin amo. Todos ellos pugnan por sobrevivir en su día a día y, si pueden, correrse una juerga con sake y apuestas. Desde ese punto de partida, Yamanaka utiliza cierto aire y estética costumbrista con unas afiladas intenciones que se manifiestan en la indiferencia, e incluso en el humor negro, con el que los habitantes de este rincón depauperado abordan el suicidio de uno de los inquilinos del lugar, un viejo espadachín que ni espada tenía para cometer el seppuku como manda la tradición.

Pero la crueldad en la que el cineasta enmarca a los personajes encuentra su sentido dentro de una sociedad inmoral gobernada por unos poderosos que no reconocen ni la dignidad ni los méritos de los ciudadanos por debajo de ellos. Es un entorno opresivo e insalubre. El viejo samurái, se informará, es el tercer arrendatario que opta por quitarse la vida. La fatalidad que se barrunta en el relato apunta a tener que presenciar un cuarto suicidio.

En este contexto, Yamanaka se decanta por los puntos de vista de dos personajes que, a pesar de vivir puerta con puerta, muestran un origen y una personalidad antitética -o viceversa-. Son un pícaro peluquero aficionado al juego que, en un golpe de orgullo, lanza su último y arriesgado envite; y un decoroso ronin que persigue quedamente desesperado al antiguo amo de su padre para que le dé empleo. En torno a ellos, Yamanaka también dibuja las circunstancias de otros personajes secundarios, como la esposa del guerrero, que sabe y calla, o la hija del acaudalado propietario de la casa de empeños, a quien se trata de enlazar en un matrimonio concertado y a quien, en una imagen simbólica, se compara con una muñeca.

          De este conjunto de dramas parte la mirada entristecida de Yamakana, quien, con todo, expresa con delicado lirismo su dolor ante estas escenas de persecución, humillación, resignación e imposible rebeldía. Un fresco desesperanzado que, a la postre, le llevaría a compartir un destino funesto que, irónicamente, es análogo al de los personajes, cuya muerte es, en cierta manera, un amargo y postrero grito de reivindicación.

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Nota IMDB: 7,8.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 7,5.

First Cow

28 Nov

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Año: 2019.

Directora: Kelly Reichardt.

Reparto: John Magaro, Orion Lee, Toby Jones, Ewen Bremner, Scott Shepherd, Gary Farmer, Jared Kasowski, Alia Shawkat.

Tráiler

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          Una mujer encuentra y desentierra los restos de dos personas. Esqueletos aparejados, remiten a la representación de los lazos eternos que la pareja protagonista de Te querré para siempre observaba carbonizada en Pompeya, esculpida en el tiempo. Su rastro es una pregunta lanzada al presente, la invitación a una historia. «El pájaro un nido, la araña una tela, el hombre la amistad», avanzaba William Blake.

          Con First Cow, Kelly Reichardt regresa al western de Meek’s Cutoff y a la intimidad masculina de Old Joy. El género de los grandes paisajes, de la fotografía panorámica, queda concentrado en un formato más bien angosto que parece enfocarse en los personajes, que parece retratar la estrechez -social, económica- en la que penan en un mísero fuerte del Oregón apenas colonizado. «No es lugar para vacas», sentencian los pioneros ante la insólita importación de un ejemplar destinado a proporcionar leche para el té del patrón, quien, a pesar de su ridículo poder, se halla tan desubicado como el resto de tipos varados en este confín del mundo. Tampoco es lugar para la sensibilidad y la compasión de Cookie, para su búsqueda de una dulzura que, pese a todo, está fuertemente demandada. Dentro de la babélica y dura zona franca, incluso otro marginal como King-Lu, hombre de mundo pero chino al fin y al cabo, muestra más aptitudes de supervivencia en este entorno violento e inmisericorde.

El filme posee un tratamiento verista de la ambientación, tanto en el vestuario y los objetos de época, como en la mugre y la pobreza. Sin embargo, el escenario natural alrededor es de una belleza majestuosa. La cineasta la atrapa mediante una hermosa fotografía de tonalidades apagadas. En los interiores, el trabajo de iluminacion es igualmente espléndido.

          First Cow reencuentra el viejo tema del western, de la última frontera virgen, en el sentido de una segunda oportunidad para que los desheredados persigan un nuevo comienzo, su destino manifiesto, que no es solo de prosperidad financiera, sino de realización personal, emocional. Una tierra de promisión en la que reescribir la historia desde la tábula rasa, esta vez sin renglones torcidos. Uno más dubitativo, otro más determinado, Cookie y King-Lu trazan planes para rebelarse contra su condición, tejen en el techo de su cabaña sueños de futuro que giran alrededor de esa preciosa vaca jersey. Reichardt, que conoce el desenlace, contempla sus vicisitudes con embargada ternura. Con mimbres aparentemente frugales, sin necesidad de ningún énfasis artificioso, de ningún efectismo narrativo, recompone una historia profundamente conmovedora.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,9.

Nota del blog: 8,5.

Berlín Occidente

6 Nov

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Año: 1949.

Director: Billy Wilder.

Reparto: Jean Arthur, John Lund, Marlene Dietrich, Millard Mitchell, Peter von Zerneck.

Tráiler

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         Como Roberto Rossellini, Billy Wilder también recorrió las ruinas de Berlín en su año cero tras la aniquilación del Tercer Reich. Austríaco expatriado, a él también le dolía en carne propia la reducción de Europa a un amasijo de hierro, polvo y miseria. Pero fiel a su naturaleza, su recorrido por las derruídas avenidas y monumentos de la capital alemana está relatado por medio de frases ingeniosas cuyo humor, negrísimo, está tiznado de una profunda tristeza.

Berlín Occidente no regatea la tragedia. La comedia se ambienta en la desolación más absoluta, allí donde no hay vida, sino simple supervivencia, y todo, hasta el amor -es decir, el sexo-, se convierte en mercancía de contrabando. Es un páramo creado -un término paradójico- por una máquina de destrucción como es el ejército, al que, en emulación de las películas de Hollywood, se le pide que esté conformado por una pandilla de nobles y valerosos soldados, tan prestos para la batalla sin cuartel contra el enemigo como para la camaradería y el restablecimiento de los valores más elevados. Un imposible, resuelve con honestidad Wilder, que retrata un ejército vencedor con una moral tan destrozada como la de los vencidos.

         En este contexto, el cineasta contrapone que, contra la devastación bélica, una ciudad, un país, solo puede reconstruirse mediante el sexo, mediante una atracción tan primaria como humana. A veces de conveniencia, a veces honesta. Una ‘fräulein’ con un carrito de bebé adornado con dos banderas estadounidenses.

Este es el panorama contra el que choca frontalmente la estricta congresista de Iowa encargada, junto con otros colegas del Congreso varones y más despreocupados, de inspeccionar la «malaria moral» que podría haber cundido entre las tropas encargadas de asegurar la frágil paz de posguerra en el Berlín dividido en sectores. Marca de la casa, la presentación del personaje es magnífica, con un soberbio sostenimiento del tempo del gag, extendido exageradamente mientras Jean Arthur ordena sus cosas de forma meticulosa. Berlín Occidente es la primera de las dos únicas películas en las que la actriz, estrella de la comedia, aceptaría participar después de que, en 1944, hubiera vencido su contrato con la Columbia -la segunda, además, sería un western hondamente melancólico: Raíces profundas-.

         La señorita Frost -esto es, «helada»- es uno de los vértices entre los que se desarrolla esta trama de enredos románticos. Pero el tópico juego del hombre atrapando entre la femme fatale y la chica ingenua queda superado, de nuevo, desde la amargura, puesto que las dos mujeres -los dos países- se encuentran igualadas por una desesperada necesidad de afecto -sea por meros motivos de supervivencia, sea por una descorazonadora soledad; ambos motivos terribles-. Con esta turbulenta amalgama de sentimientos, Wilder demuestra su talento para combinar el humor con el patetismo y la tragedia, en un equilibrio complejo que se sostiene con inteligencia, sensibilidad y poderoso sentido cómico.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 7,3.

Nota del blog: 8.

La mafia ya no es lo que era

30 Sep

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Año: 2019.

Director: Franco Maresco.

Tráiler

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         La mafia ya no es lo que era podría calificarse como un manifiesto de la indignación y el pesimismo de Franco Maresco, extravagante antropólogo de su Sicilia natal, que aborda aquí la celebración del veinticinco aniversario del asesinato de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino.

Narrador prominente, va relatando con irónico engolamiento, musicalizado con un jazz que le acerca en cierta manera a la voz en off de Woody Allen, su recorrido por las calles palermitanas, invadidas por estudiantes festivos o sumidas en una pobreza endémica, acompañado bien de Letizia Battaglia, comprometida fotógrafa de la crónica negra local, bien de Ciccio Mira, dudoso organizador de modestos espectáculos callejeros al mejor postor, quien ya había comparecido en su anterior Belluscone. Una storia siciliana y, testimonialmente, en Lo zio di Brooklyn.

         Maresco no pretende revelar al espectador una verdad oculta. Más bien subrayar la obviedad que aprecia en sus conciudadanos en su posicionamiento respecto de la Cosa Nostra y su persistente influencia. Su posición es agresiva. Volcado en especial sobre el tratante de cantantes neomelódicos, sumido en un perpetuo blanco y negro, invade a sus entrevistados; los arrincona y ridiculiza. Afirma traicionarlos mediante cámaras ocultas y pone el montaje en su contra. Hasta los insulta directamente. Y eso a pesar de que alguno de ellos no está en condiciones de defenderse, lo que podría servir para cuestionar moralmente al director.

La mala baba rezuma, aunque como reacción airada contra el hartazgo y la tristeza. La mafia ya no es lo que era martillea a sus personajes, delirantes y toscos, hasta obtener un retrato grotesco y deforme. Uno llega a preguntarse, de hecho, si no todo esto no es un mockumentary satírico. El público de los conciertos es igualmente feo, hortera, vulgar. Pero, antes, Maresco ya había mostrado a la juventud congregada en el homenaje a los mártires de la lucha contra la mafia como una caterva de pijos preocupados por bailar y grabar la experiencia con sus móviles. Es decir, la síntesis de la frivolización y el vaciado de significado que la posmodernidad acostumbra a aplicar a cualquier cosa que pueda traducirse en consumo.

         ¿Está justificado el cabreo de Maresco? Probablemente. Quién sabe. Servidor, que vivió en Sicilia durante un curso académico, recuerda la ambigua relación, desde el veleidoso orgullo localista hasta el púdico gesto torcido, ante las menciones del tema. Al menos, siendo él palermitano, no se le puede acusar de regodearse en una mirada de obsceno y condescendiente pintoresquismo. En esta línea, no es particularmente explicativo o siquiera demasiado considerado hacia el espectador foráneo en bastantes detalles.

         En cualquier caso, La mafia ya no es lo que era es tan realista como Crónicas marcianas podría serlo en un ensayo sobre España. El emblema de lo que empezaba a tacharse de telebasura también era, a su modo, un retrato de una España. Por cierto, llevándolo al terreno cinematográfico, un puñado de sus frikis y sus colaboradores terminarían apareciendo a lo largo de la saga de Torrente, que por su parte se anclaba en otra excrecencia de otra sociedad mediterránea, esta vez la nostalgia del nacionalcatolicismo franquista en un ambiente tan depauperado como el que captura el cineasta sículo.

Pero, devolviendo los paralelismos a Italia, también podría decirse que La mafia ya no es lo que era es al realismo prácticamente lo que películas como Feos, sucios y malos son al neorrealismo de Ladrón de bicicletas. Un paso divergente, entre furibundo y apesadumbrado, o incluso torcido, dentro de la evolución de ese cine nacional que escarbaba en las crudezas y las falencias del país.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 6.

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