El precio del capitalismo; joder y ser jodido, que decía Tony Montana. Análisis crítico de Wall Street para la primera parte del especial sobre Oliver Stone en Cine Archivo.
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El precio del capitalismo; joder y ser jodido, que decía Tony Montana. Análisis crítico de Wall Street para la primera parte del especial sobre Oliver Stone en Cine Archivo.
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«El problema con una película como Jurassic Park no es lo que hacen los dinosaurios, sino lo que hace la gente.»
Alexander Payne
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Año: 2001.
Director: Joe Johnston.
Reparto: Sam Neill, William H. Macy, Téa Leoni, Alessandro Nivola, Trevor Morgan, Michael Jeter, John Diehl, Bruce A. Young, Taylor Nichols, Laura Dern.
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Viejos protagonistas, nuevos y más poderosos adversarios; idéntica ambición de explotar el gancho popular de los dinosaurios. En 2001, cuatro años después de la segunda entrega y ocho de la primera, y a pesar del cambio en la dirección –Steven Spielberg se reservará labores de productor ejecutivo, sustituido por Joe Johnston como realizador mientras que el libreto no estará basado en un original en papel de Michael Crichton pese a tomar ideas de las dos novelas utilizadas anteriormente-, el parque reabría sus taquillas, ávido de una nueva remesa de dólares cosechados entre los incondicionales de los lagartos terribles.
Parque Jurásico III es la celebración de la propia saga, repleta de autorreferencias y con un sentido del espectáculo que prefiere la redundancia a la diversificación. Más liviano -y corto, alrededor de hora y media de metraje- que sus precedentes –El mundo perdido ya adolecía de cierta pesadez-, este tercer episodio apuesta por incrementar el peso de la tecnología digital, más avanzada que en el momento de estreno de la serie, aunque sin prescindir de la fisicidad de los muñecos animatrónicos que tan buenos réditos le habían reportado hasta ahora. Johnston demuestra que no es Spielberg con una factura visual menos rotunda pero sí que, al menos, sabe conducir con ritmo un blockbuster, su principal campo de acción en el cine.
Por su parte, el guion, elaborado a seis manos y entre las que destaca Alexander Payne, interesantísimo cineasta, infiltra una mayor dosis de humor en el conjunto de la mano de la desastrosa pareja de divorciados encarnada por William H. Macy y Téa Leoni, en búsqueda de su hijo en común, desaparecido en la isla de Sorna, la zona B de InGen o su criadero de dinosaurios, con la ayuda contra su voluntad del doctor Grant (Sam Neill), protagonista del filme inaugural. A su vez, los redactores se esfuerzan (poco) en dotar de un trasfondo tridimensional a sus personajes –el drama familiar de pérdida y reconciliación; la tentación y la redención-, pero resulta tan tópico y somero que apenas aporta nada.
Respecto a las estrellas del filme, los velociraptores y los tiranosaurios quedan sustituidos –además de manera gráfica en su presentación, con un duelo entre carnívoros que deja las cosas claras en cuanto al poder del bicho en cuestión-, por el mayor depredador conocido entre los dinosaurios: el Spinosaurus Aegypciacus, menos fotogénico que los anteriores. Sin embargo, el culto al velociraptor no desaparece, sino que avanza un nuevo paso hasta dotarlos de una inteligencia que no duda en trasgredir la verosimilitud –que intuyan la desaparición de un par de huevos como un robo recobrable y no como un acto de depredación para alimento por parte de otra especie desconocida-.
Dado que al fin y al cabo Parque Jurásico III es una película sencilla de ver, que en conjunto tampoco se toma demasiado en serio y en la que siguen apareciendo dinosaurios muy curiosos, consigue pasar el corte. Y, aunque más discretos que Parque Jurásico y El mundo perdido, obtendría unos jugosos réditos en las salas del mundo entero.
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Nota IMDB: 5,9.
Nota FilmAffinity: 4,8.
Nota del blog: 5,5.
«Detesto a Spielberg y creo que le ha hecho un daño brutal al cine.»
David Trueba
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Año: 1997.
Director: Steven Spielberg.
Reparto: Jeff Goldblum, Julianne Moore, Vince Vaughn, Vanessa Lee Chester, Arliss Howard, Pete Postlethwaite, Peter Stormare, Richard Schiff, Harvey Jason, Thomas F. Duffy, Richard Attenborough, Joseph Mazzello, Ariana Richards.
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A Steven Spielberg poco le ha importado las acusaciones de reconducir al floreciente, original y comprometido artística y socialmente Nuevo Hollywood de los setenta por el oscuro sendero del espectáculo para todos los públicos, la infantilización emocional en aras de cosechar millones de dólares y la sustitución del riesgo cinematográfico por la seguridad de la taquilla. O, bueno, le ha importado solo lo justo para, de vez en cuando, intentar el asalto a un cine presuntamente serio o de prestigio –El color púrpura, El imperio del sol, La lista de Schindler, Amistad, Salvar al soldado Ryan, Munich, Lincoln-, en muchas ocasiones también cortado por patrones sobados, asequibles y premiables por la sensibilidad popular.
En su gran taquillazo de los noventa, Parque Jurásico, el rey Midas de Hollywood había tenido la suficiente perspicacia como para detectar el incalculable valor de los dinosaurios a partir de una novela del escritor de ‘best sellers’ Michael Crichton, adelantándose por unas pocas horas a propuestas como las de James Cameron, quien pretendía comprar los derechos para realizar una cinta bastante más oscura y violenta pero igualmente atractiva para el público general. Con idéntica habilidad a la de John Hammond -impulsor del ficticio ese parque atracciones creado por tipos que jugaban a ser Dios pero que no contaban con el avaricioso Newman como agente encubierto del caos-, Spielberg unía en un solo producto el entretenimiento cinematográfico de primer orden, una imagen de marca mundialmente reconocible –los dinosaurios, el logo del cráneo y la grafía del título, la partitura de John Williams– e incluso una línea de merchandising que aparecía ya en los propios fotogramas.
El parque temático estaba montado desde el comienzo del proyecto. Si el blockbuster del milenio entrante encontraría en las atracciones favoritas de Disneyworld la cantera ideal para sus producciones –Piratas del Caribe-, Parque Jurásico avanzaba ésta investigación de márquetin cinematográfico recorriendo el camino opuesto: una película destinada invariablemente a convertirse en una atracción de parque de cine.
Justo después de purgar su recaída en el comercialismo con la fallida Amistad y la exitosa Salvar al soldado Ryan, Spielberg apostaba por perpetrar un nuevo saqueo de los bolsillos del espectador empleando como arma de asalto una secuela de Parque Jurásico que prometiese más y mayores dinosaurios, El mundo perdido: Jurassic Park, también basada en la novela que continuaba el relato original de Crichton.
Ahora, el argumento del filme planteará una lucha maniquea entre ecologismo –el doctor Ian Malcolm y su familia, quienes deberán redimir los pecados de Hammond y documentar el nuevo hábitat de los monstruos en la isla de Sorna para su posterior preservación- y capitalismo –el sobrino del empresario, que pretende convertir la ínsula costarricense en un safari y luego trasladar a las bestias a una nueva localización en el continente: San Diego-.
Buenista hasta la ingenuidad en este aspecto dramático, El mundo perdido da un paso adelante en la infantilización potencial de la saga mediante un libreto construido de forma perezosa y con abundancia de clichés, extremadamente inane y endeble, limitado a ofrecer el soporte mínimo para que, haciendo gala de un pulso que todavía logra dominar una bestia de desaconsejable tamaña, Spielberg ofrezca una renovada dosis de pasión por los dinosaurios; fastuosa pero tan vacía y repetitiva que la tensión y el entusiasmo por el filme decaen irremediablemente.
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Nota IMDB: 6,5.
Nota FilmAffinity: 5,6.
Nota del blog: 5,5.
“En nuestro interior, todos tenemos un dinosaurio que lucha por salir afuera.”
Colin Mochrie
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Año: 1993.
Director: Steven Spielberg.
Reparto: Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldblum, Richard Attenborough, Joseph Mazzello, Ariana Richards, Bob Peck, Martin Ferrero, Samuel L. Jackson, Wayne Knight.
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David Foster Wallace, escritor maldito ahora reciclado en ‘trending topic’, citaba a Parque Jurásico como epítome de lo que el denominaba “porno de efectos especiales”. Además, no recuerdo qué crítico de cine se lamentaba que, siguiendo esta idea de Wallace, eran estos efectos especiales los verdaderos y únicos protagonistas del filme de Steven Spielberg, otro de los descomunales taquillazos de su rentabilísima carrera. Tienen razón… a medias. Es innegable que el uso de animación por ordenador y sobre todo el espectacular rendimiento de los animatronics componen el plato fuerte de la función que ofrece Parque Jurásico. Pero, en sí mismos, esos efectos y esas marionetas no alcanzan por sí mismos tanto valor como para convertir Parque Jurásico en una película tan popular durante tantos años –ya son más de dos décadas desde su estreno- y hasta tantas generaciones.
El mérito, pues, recae en poner ese material tecnológico y frío al servicio de unas de las criaturas más fascinantes que jamás han existido sobre la Tierra, capaces de alentar la imaginación enfebrecida de millones y millones de niños y adultos a lo largo y ancho del planeta, germen de fábulas y mitologías admiradas y aterradas desde la noche de los tiempos, tal es su potencia de impacto sobre las capas ancestrales del cerebro humano, quien se reconoce vulnerable e impotente ante semejante fuerza indomeñable de la naturaleza. Y, con ello, servir un espectáculo de cine festivo, ilusionante y gozoso, realizado con artesanal buen gusto y los imprescindibles gramos de pasión narradora.
Recuerdo al detalle cuando, de niño, acudí a verla a los cines Tomás Luis de Victoria de Ávila acompañado de mi madre, santa mujer. No llegaba a los siete años, porque tengo asimismo presente en mi memoria que mi amigo Raúl, quien también andaba por ahí con su respectiva madre sufridora, insistía vehementemente en que yo no podía entrar a ver una película no recomendada para menores de siete años. Por supuesto, el muy bastardo los había cumplido apenas un par de meses antes. El asunto -que es a donde iba todo esto-, es que un servidor, con sus seis años y once meses, asistía a la sala de cine contento como unas castañuelas pero también perfectamente consciente de que algunas de las estrellas protagonistas –el Tyrannosaurus Rex, el Triceratops, el Velociraptor,…- no pertenecían al periodo Jurásico, sino al Cretácico; que además los velociraptores no medían tanto como los ejemplares de la pantalla –dimensiones que sí alcanzaban los Deinonychus, primos suyos de la familia de los dromeosaurios-, y que los Dilophosaurus que aparecían en pantalla eran pura mamandurria nacida de a saber qué mente de Hollywood. Es decir, que un niño como yo no iba al cine a ver efectos especiales en sí mismos –bastante credibilidad y miedo les concedía a los efectos especiales de la correosa serie B-, sino a contemplar, casi como vueltos a la vida, a esos lagartos terribles que tanto me encandilaban. O, lo que es lo mismo, a comprar mi pase a distancia para ese parque jurásico que ¡vive Dios! tenía que haber existido en realidad.
Vista con un poco más de distancia, aunque con el nervio infantil por fortuna todavía palpitante, Parque Jurásico aguanta la pegada en su aspecto visual –los dinosaurios no se han acartonado demasiado, sobre todo ese colosal Tyrannosaurus Rex- y continúa siendo un entretenimiento magnífico porque su esquema, sencillísimo, se halla resuelto con una energía envidiable –Spielberg, guste o no, es un tipo que conoce su oficio al milímetro-. Las dos horas de metraje –que no es poco tiempo-, aún se pasan voladas.
Herencia de su escenario, el filme funciona como un parque de atracciones, con sus sustos en el paseo de los monstruos, sus carreras a velocidad de vértigo a un pelo de ser devorado y su aventura de supervivencia esencial. Los personajes y la trama presentan clichés –diría que parte de ellos conformados a posteriori debido a la influencia de la película-, pero considero que guardan suficiente respeto por el espectador para que éste, a pesar de su filiación por los dinosaurios y su favoritismo especial por uno ellos –el velociraptor, obviamente-, permanezca de lado de los frágiles humanos, puesto que, si bien elementales, los percibe como sus pares y no se distancia de ellos, indiferente a su suerte.
En conclusión, Parque Jurásico posee la acción trepidante, una sensación de peligro bien plasmada y la consistencia dramática justa para acompañar y complementar de forma adecuada esta ofrenda de veneración hacia su colosal protagonista: el dinosaurio. No es simple porno de efectos especiales.
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Nota IMDB: 8,1.
Nota FilmAffinity: 7.
Nota del blog: 7.
“El cine es el arte de la mujer, o sea, de la actriz. El cometido del director consiste en conseguir que las mujeres hagan cosas hermosas. Es mi opinión: los grandes momentos del cine se dan cuando hay coincidencia entre las dotes de un director y las de una actriz dirigida por él.”
François Truffaut
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Año: 2013.
Director: Lorenz Merz.
Reparto: Lolita Chammah.
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Las óperas primas acostumbran a ser tan imperfectas como reveladoras de las intenciones de sus autores.
En el caso de Lorenz Merz, director de fotografía en varias producciones de su Suiza natal y dueño en su haber de dos cortometrajes previos, su salto al largo presenta un ejercicio de estilo de elevadas aspiraciones formales y que, en consecuencia, apuesta por el poder la imagen y la composición estética de la atmósfera en detrimento de un guion minimalista y prácticamente huérfano de diálogos para, en definitiva, narrar el viaje existencial de Zoë, una joven que huye desesperadamente de una relación que se intuye traumática y probablemente también de sí misma
Fascinado por el rostro y la presencia de Lolita Chammah -distante y compasible, dulce y agresivo, gélido y carnal, y encargado de sostener una gran parte del peso del filme con ese mismo hechizo innato-, Merz compone en Cherry Pie una road movie impresa en colores desvaídos y terminales en la que todo es desamparo, soledad y ausencia.
El desarrollo de la propuesta describe una traslación lírica y surrealista –y un poco a macha martillo- entre una realidad cruda, capturada con imágenes inquietas, desorientadas, con un montaje cortado a hachazos, y un proclamado proceso de desaparición personal que se va conformando sobre imágenes cada vez más pausadas, con metáforas y registro sonoro a juego.
En el proceso, el áspero verismo de los fotogramas queda sustituido por estilización fabulosa y poética, paralelo a que, dentro de un cambio de piel ritual, la chica se desprenda de su negro abrigo urbano para enfundarse una fantasiosa chaqueta de pelaje blanco, completada con fuerte maquillaje y una nueva e inesperada localización del escenario.
Abrazada al cripticismo del símbolo, la abstracción y la sugerencia onírica, garantes de una libre interpretación de la obra al gusto de cada cual, Cherry Pie surge como un atractivo experimento visual que sin embargo se asienta sobre un armazón que suena más a hueco de lo que es conveniente.
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Nota IMDB: 6,1.
Nota FilmAffinity: 5,4.
Nota del blog: 6.
“La vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido.”
William Shakespeare
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Año: 2001.
Directores: Joel Coen, Ethan Coen.
Reparto: Billy Bob Thornton, Frances McDormand, Michael Badalucco, James Gandolfini, Katherine Borowitz, Jon Polito, Scarlett Johansson, Richard Jenkins, Tony Shalhoub.
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Si el Meursault de El extranjero mataba a un hombre porque hacía calor, el Ed Crane de El hombre que nunca estuvo allí, esposo cornudo, barbero consumido por la desidia de una existencia que no comprende, siempre a remolque de las circunstancias adversas que se mofan de él, acabará con la vida de un hombre por una vaga ambición de emprender un negocio de tintorería en seco.
A emulación de la opus magna de Albert Camus, El hombre que nunca estuvo allí es el retrato que Joel y Ethan Coen -tipos vitriólicos e irreverentes contra todo y contra todos- realizan del hombre moderno, alienado por el absurdo que le condena a ser un pelele patético en manos del destino, concepto capital de ese cine negro en el que los cineastas decidirán inscribir el filme. La obra goza de una soberbia fotografía en blanco y negro que recupera la estética noir de finales de los años cuarenta, lo que se extiende a la poderosísima voz en off con la que Cane (acertado Billy Bob Thornton) relata su serie de desventuras, las cuales, en lugar de hacerle escapar de su perenne estupor, tan solo consiguen apretar cada vez más y más la soga que su infortunio innato tiende alrededor de su pescuezo.
Por supuesto, los Coen aplicarán a las hechuras del género una idéntica falta de respeto a la que profesan a sus desdichadas criaturas. El argumento y los personajes rezuman ironía involuntaria, bien manifiesta, bien a través de pequeños, desconcertantes e iconoclastas detalles insertos en el guion, la ambientación, la trama o el estilo narrativo –con el caso palmario del asesinato en cuestión, apenas una interrupción en un monólogo interno a pesar de ser un teórico punto climático y determinante en el devenir de la historia-.
Pero las gotas de despiadada sátira no actúan destruyendo el fondo trágico del relato por medio de la perversión de sus códigos y sus convenciones, sino que, por el contrario, lo acentúa. El ridículo, de nuevo, recae sobre los abrumados hombros de los personajes que avanzan a tientas por los fotogramas, tratando de agarrarse a mentiras propias y ajenas para no caer bajo la rueda de unos hados que conducen ciegos, demenciales e ininteligibles. «Los hechos no tienen sentido», juzgará el petulante abogado Freddy Riedenschneider (Tony Shalhoub), embebido de las teorías acerca del principio de incertidumbre de Werner Heisenberg.
El hombre que nunca estuvo allí narra la caída del individuo que trata de sacar la cabeza sobre la muchedumbre aborregada pero que se despeña después de descubrir que los pilares sobre los que asienta sus convicciones y que consideraba firmes e incuestionables son, en realidad, simples invenciones falaces. Ni el sueño americano de una vida acomodada en los tranquilos suburbios es tan feliz como se anuncia en las postales, ni la pureza redentora es tan pura, ni la verdad siquiera es admisible o libera de los problemas, ni la redención es en absoluto posible.
Encadenado a la perturbación provocada por ese nimio desvío, fruto de una ambición que probablemente tampoco deseaba seriamente, Crane da tumbos por la pantalla al son que le marcan sus creadores, que al mismo tiempo juegan traviesos con el espectador confundiéndole en una maraña en la que acaso uno solo puede elucubrar dónde se encuentra la realidad o si todo el asunto pertenece al campo la imaginación, duda que quedaría introducida por el capítulo de la mujer de Crane y el vendedor de suelos asfaltados. ¿Se trata de un flashback? ¿Es parte del filme o punto exterior y real desde donde se crea el filme?, como planteaba José Luis Hurtado en Miradas de Cine. ¿Tienen sentido los hechos que experimenta Crane? ¿De qué manera, o en qué dimensión? ¿Es la película una mentira más dentro de un mundo de mentiras?
“Nuestra mirada lo cambia todo, lo que ha ocurrido no existe”, prosigue Riedenschneider obnubilado por su propia labia.
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Nota IMDB: 7,6.
Nota FilmAffinity: 7,3.
Nota del blog: 8,5.
Contracrítica