“Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla.”
Friedrich Nietzsche
Persona
Año: 1966.
Director: Ingmar Bergman.
Reparto: Bibi Andersson, Liv Ullman.
Somos uno y somos muchos. De cara a la familia, en el trabajo, con los amigos, ante uno mismo. Cambios en la personalidad ligeros, pronunciados, insignificantes o reveladores que nos permiten adaptarnos a un entorno también mutante, construido con reglas y convenciones que acotan y definen el comportamiento necesario para encajar. Para adaptarnos a ese caos irracional y monstruoso que es la ‘normalidad’.
A Ingmar Bergman, uno de los principales exégetas del ser humano del Séptimo Arte, tales contradicciones íntimas no le eran ajenas, sino que constituían el fondo de un opresivo drama existencial que, en muchas ocasiones, rozaría en su tratamiento unas formas más propias del cine de terror, caso de La hora del lobo –promocionada como la única película de dicho género del sueco- o, retrocediendo dos años, de Persona, cuyo título, de evidente significación, reza también así, en español, en el original.
En una de sus películas estilísticamente más vanguardistas, Bergman expone un caso de duplicación de personalidad –si no de auténtico vampirismo de identidad- entre dos mujeres: una afamada actriz que ha decidido quedarse muda (Liv Ullman) y la joven enfermera a cargo de ella (Bibi Andersson), aisladas ambas en una remota casa costera. Un mismo espíritu escindido metafórica y visualmente en dos cuerpos o dos individuos que, producto del contacto, de la adaptación social contaminante, fusionan su personalidad en una sola.
Persona revela una vez más las constantes que abrumaban al realizador sueco, que esgrime la mudez de su protagonista como respuesta lógica y natural ante un mundo que ha perdido el norte, su aislamiento voluntario -un suicidio en vida- como contestación a la insoportable hipocresía de la sociedad, al absurdo teatro de la vida.
Frente a un argumento mínimo, centrado en el análisis metafísico más que en desarrollar un relato de esquema aristotélico, el ritmo queda sostenido por el arrollador poder visual que Bergman despliega en la pantalla, sin desmerecer por supuesto al intenso magnetismo de Andersson, encargada de cargar casi en solitario con los diálogos y la evolución dramática de ambos personajes, progresivamente intercambiados gracias a la hábil construcción de las líneas de diálogo y la soberbia puesta en escena, llena de simbolismo en el empleo de elementos físicos como el minimalista escenario, el encuadre de las intérpretes o el complejo uso de primeros planos de sus rostros.
Bergman, decíamos, hace uso de recursos visuales que demuestran lo buen director de terror que hubiera sido. El grave blanco y negro se conjuga con el uso de la luz y la oscuridad –blancura cáustica en ciertos escenarios, turbias y expresivas sombras en escenarios y sobre todo rostros para certificar estados anímicos, angustiosa negrura en otras ocasiones- para recrear con absoluta precisión la atmósfera adecuada a cada fase de la historia, ajustada la visión tormentosa y desquiciada de su protagonista.
Un personaje sobre la que la figura de esa actriz inexpresiva –la frigidez afectiva del artista, el fingimiento constante y cotidiano-, cada vez más fantasmagórica a medida que progresa la cinta, actúa en funciones de temible subconsciente acusador, reflejo de una existencia de continuas insatisfacciones y humillaciones, de alter ego desnudo de filtros sociales.
Paralelamente, el desasosiego que comienza durante la apertura por el uso de imágenes agresivas e inconexas, engarzadas a empellones por un montaje acelerado y estridente, tiene su continuación en turbadoras escenas que, materialización del tenue pero perceptible hedor malsano que sobrevuela todo el filme, juegan con el suspense y el morbo –Ullman pelando fruta con un cuchillo y al borde del colapso nervioso; la escena de los cristales rotos en el suelo del jardín- para hipnotizar a la fuerza al espectador y encerrarlo ante la pantalla consigo mismo.
El verdadero terror es trascendente, sucede en abstracto.
Nota IMDB: 8,2.
Nota FilmAffinity: 8,2.
Nota del blog: 8.
Contracrítica