Hedor de muerte en el Oeste. El análisis completo, en Bandeja de Plata. Aquí, unos simples apuntes.
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Hedor de muerte en el Oeste. El análisis completo, en Bandeja de Plata. Aquí, unos simples apuntes.
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“Lo que necesitamos ahora es algún nuevo cliché.”
Samuel Goldwyn
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Año: 1937.
Director: Henry King.
Reparto: Tyrone Power, Don Ameche, Alice Faye, Alice Brady, Brian Donlevy, Andy Devine, Tom Brown, June Storey.
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El Hollywood de los últimos años treinta encontraría en el cine catastrófico uno de sus principales activos para atraer al espectador a su redil. Si la Metro-Goldwyn-Mayer había recreado con gran éxito de público el trágico terremoto de San Francisco de 1906, otra ‘major’ como la Fox se ajustaría a dicha fórmula para sobrecoger al espectador con el devastador incendio de la ciudad de Chicago de 1871.
No obstante, en Chicago tan fatídicos hechos aguardan en la conclusión metraje como elemento fundamental para el desenlace catárquico de la trama. El guion, compuesto por Lamar Trotti y Sonya Levien a partir de una novela de Niven Busch, retrata la tumultuosa forja del país, emparejada al melodramático ascenso social de una familia de inmigrantes irlandeses, los O’Leary. En su seno confluye una sólida base moral y religiosa –la madre, encarnada por Alice Brady, ganadora del Óscar a la mejor actriz secundaria-, tras la cual se establece la dicotomía entre la honradez y la integridad del abogado Jack (Don Ameche) y la ambición maquiavélica, que no estrictamente malvada, del empresario nocturno Dion (Tyrone Power).
El antagonismo entre hermanos y el terrible incendio que acecha amenazante, destinado a arrasar los corrompidos suburbios de la ciudad americana -también parte indisociable de su propia naturaleza y de los cimientos de la nación-, dota a la historia de ampulosos resabios bíblicos y providenciales.
Más que en la faceta familiar y sentimental del relato -registrado por Henry King a través de una realización un tanto académica- y de la vertiente cataclísmica de la obra –se diría que un ensayo del megalómano productor David O. Selznick para la venidera Lo que el viento se llevó-, Chicago destaca por un aspecto secundario: la cruda descripción de los dudosos entresijos que componen panorama político de la joven Norteamérica, revestidos de una sorprendente modernidad. Los Estados Unidos que se gestaron desde la artimaña, la corruptela y el show de feria, construidoss en los sórdidos callejones y las alcoholizadas barras de los bares –rasgos que servirían para trazar un evidente paralelismo con la serie Boardwalk Empire-.
Por desgracia, se trata de un elemento temático luego sometido, al igual que el resto del argumento, a la plasmación climática de la catástrofe –la esencia espectacular del filme, en definitiva-; dueño todavía de una encomiable potencia pero, a causa de las imitaciones y del lógico progreso de los efectos especiales, más perjudicado por el paso del tiempo.
Nota IMDB: 6,9.
Nota FilmAffinity: 6,6.
Nota del blog: 7.
“Me siento incómodo en los westerns, ya que mi imagen de hombre del Oeste es John Wayne y yo a su lado soy una mierdecilla.”
Warren Oates
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Año: 1966.
Director: Monte Hellman.
Reparto: Warren Oates, Millie Perkins, Jack Nicholson, Will Hutchins.
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Auspiciado por Roger Corman y algún otro de sus ambiciosos protegidos como Jack Nicholson, con quien iniciaría una gran amistad y una fructífera colaboración –su productora común, Proteus, firma la presente cinta, si bien con importantes aportaciones financieras de Corman-, Monte Hellman emprendía una carrera hacia adelante para abrir una vía única, marginal y solitaria dentro de un género, el western, que por entonces percibía ya su propia agonía.
El Oeste de Monte Hellman posee la angostura de medios que caracterizaba a una categoría fílmica que durante buena parte de su existencia perteneció a la serie B pura. Estrecheces económicas sobre la que compondrá obras minimalistas, casi conceptuales, que beben de la atmósfera sociocultural confusa y lisérgica de finales de los sesenta, de la subversión de las convenciones cinematográficas del Nuevo Hollywood y del teatro de vanguardia que había interpretado durante el comienzo de su andadura en el arte dramático.
‘Acid western’ lo denominarán algunos, insertándolo así en el contexto de su época.
Filmes abstractos y desolados por el absurdo, en A través del huracán (Forajidos salvajes) y El tiroteo, los desarraigados personajes son poco más que peleles arrastrados a la fuerza por la hostilidad de su entorno, víctimas de una cacería sin cuartel manifestada de manera explícita en el territorio: yermo, árido, azotado por la furia implacable de los elementos, carente de vida.
En El tiroteo, dos míseros mineros contratados por una mujer anónima persiguen la sombra de un hombre a lo largo del desierto mientras huyen a la vez de la persecución de una figura fantasmagórica y amenazante, siempre con la silueta de la muerte al acecho desde el pasado –el presunto asesinato de un lugareño y un niño por el hermano de uno de ellos- y desde el futuro –su propio fin encadenado a una marcha enajenada, obsesiva y suicida-.
Cabalgan, pero se diría que no avanzan.
El argumento, de innegociable laconismo, hermético hasta lo irreal, nace hosco, incómodo. Poco a poco, se adentra en un viaje tan desquiciado como sugestivo, marcado por pulsiones enigmáticas y destructivas y rodeado de un infierno de colores calizos, hasta abrazarse a un desenlace metafísico.
El poderoso carisma sucio de los geniales Oates y Nicholson, así como la pobreza de la producción, revelada en el montaje brusco y el sonido crudo, contribuyen a inducir ese estado hipnótico y alucinado en el que se mueven los protagonistas de una odisea descabellada, rumbo hacia la muerte, hacia la nada.
Junto con A través del huracán, El tiroteo no se estrenaría en televisión hasta 1968. Tres años más tarde, ambas serían recuperadas para las salas estadounidenses gracias a la creciente popularidad de Jack Nicholson.
Nota IMDB: 6,8.
Nota FilmAffinity: 6,2.
Nota del blog: 7,5.
“Wes Anderson es el principito de Saint-Exupéry ya crecido.”
F. Murray Abraham
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Año: 2012.
Director: Wes Anderson.
Reparto: Jared Gilman, Kara Hayward, Bruce Willis, Frances McDormand, Bill Murray, Edward Norton, Harvey Keitel, Jason Schwartzman, Tilda Swinton, Bob Balaban.
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A pesar de que el singular universo de Wes Anderson se encuentra poblado por criaturas de madurez frustrada a golpe de cruel realidad y de individuos que mantienen todavía un estrecho vínculo y una intensa comunicación con su espíritu infantil, Moonrise Kingdom supone la primera inmersión pura del director en el punto de vista de la niñez.
Como cualquier película con niños -género irregular y poco amigo de las medias tintas-, las posibilidades de éxito de Moonrise Kingdom pasan por la capacidad de identificación del espectador hacia los chavales en cuestión y por la empatía que generen sus actos y aventuras.
Al respecto, Anderson compone unos personajes genuinamente suyos, idénticos e intercambiables con cualquiera de los protagonistas de sus obras precedentes. Es decir, que ni son niños ni son adultos, aunque al menos en este caso sí se encuentren en la incierta frontera de decisiones que determinará su existencia futura. El instante clave que diferencia entre proseguir en el camino de una felicidad posible o convertirse en cambio en melancólicos juguetes rotos –disyuntiva escenificada en la confrontación especular entre el protagonista y el capitán Sharp de Bruce Willis-.
Son, en definitiva, una caricatura que entremezcla memorias privadas, la aflicción del inadaptado irreparable, el desprecio hacia las convenciones sociales y la reivindicación de una manera personal e intransferible de sentir el mundo y experimentar los sentimientos.
El asunto es que se trata de personajes totalmente pasados de vueltas. Acordes a la pedante afición de Anderson por la artificiosidad, la deconstrucción y la autoconsciencia, son monigotes a los que se les ven los hilos y con los que es difícil inspirarse y revivir los coloridos días del primer amor que pretende al mismo tiempo evocar el filme por medio de un lenguaje visual que fusiona el recuerdo cálido e idealizado de una época, la concepción magnificada y teatral del mundo propia de un niño zarandeado por las incomprensibles y tiránicas personas mayores, los dramas sociofamiliares dickensianos, el ‘cartoon’ marca ACME y las viñetas de tebeo –de ahí los surrealistas detalles de ‘slapstick’ rayanos con la estética de Jean-Pierre Jeunet o incluso, por qué no, con la de Javier Fesser-.
En consecuencia, el romanticismo de la película parece construido con el mismo cartón piedra que la obra escolar que se representa en la iglesia del pueblo. Y esto provoca que, a fin de cuentas, a uno le traiga al pairo la osada huida amorosa de Sam Shakusky y Suzy Bishop cuando debería ser todo lo contrario.
Moonrise Kingdom es un filme que invita a dejarse llevar por su simpatía y sus extravagantes ocurrencias, con momentos reivindicables en su frescura y originalidad –casi todo lo que implica a esa ingeniosa tropa de khaki scouts-. Pero Anderson demuestra no poseer el talento auditivo de Hayao Miyazaki para captar las peculiaridades de la infancia –no digamos ya de Yasujirô Ozu-, ni el saludable matiz siniestro de los niños trotamundos de Alexander Mackendrick, ni el adorable encanto de los exacerbados y fantasiosos recuerdos de marginalidad de Tim Burton, ni el romanticismo operístico del genial Léolo ‘Lozzone’ esculpido por Jean-Claude Lauzon. Ni alcanza, cabe decir, el desaforado, humorístico y macabro sentido del delirio de los citados Jeunet y Fesser.
Bien es cierto que, inamovible en su atalaya autoral –mantener unas señas de identidad es algo siempre respetable-, Anderson tampoco pretende tal cosa y que, en su mayor parte, fundamenta la adscripción a la propuesta sobre la fidelidad o devoción que despierta su sensibilidad única –como dato, es probablemente la cinta que más adhesión ha generado de toda su filmografía-. Pero es lícito creer que, descargada de tanto ataque de amaneramiento y autoría, Moonrise Kingdom funcionaría mejor. Al menos para un servidor, que reconoce no comulgar en exceso con el intransferible estilo de su creador.
Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 7,2.
Nota del blog: 5,5.
«Lograr que un niño vaya de asombro en asombro, que descubra lo que pasa en el edificio de enfrente en un viaje emocional para el público… Eso es hacer cine.»
David Fincher
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Año: 2009.
Director: Wes Anderson.
Reparto (V.O.): George Clooney, Meryl Streep, Jason Schwartzman, Eric Chase Anderson, Wallace Wolodarsky, Bill Murray, Willem Dafoe, Michael Gambon.
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A tenor de su innegociable candidez, sus fotogramas bullentes de colorido e inesperado surrealismo y su caricaturesco sentido del absurdo y lo estrafalario, era lícito pensar que, en vista de toda esta influencia recibida, Wes Anderson podía encontrar en el cine de animación un nicho extremadamente favorable para desarrollar sus proyectos.
Fantástico Sr. Fox es el único filme de Anderson encuadrado en el género de la animación y el único en el que adapta un texto ajeno, El Superzorro de Roald Dahl, cuya brevedad le permitirá sin embargo disponer de “mucho espacio para divagar”, según reconocerá el propio cineasta. En lo que respecta a las líneas principales del argumento, este añadido específico se concentrará en la incorporación de un preludio y un tercer acto a la trama original.
Estos elementos atípicos en su filmografía no suponen un obstáculo para la aparición de la acentuada sensibilidad del director texano, la cual se revela en el aspecto temático a través del elogio del individuo extraño y marginal, la exploración de unos vínculos familiares quebradizos y la reivindicación de la propia e indomable naturaleza como imprescindible medio para alcanzar la realización existencial. La puesta en escena forma parte asimismo de su inconfundible patrimonio estilístico: viva, pulcra y resplandeciente, desbordante de una seductora creatividad visual capturada gracias a un encantador uso del stop-motion, pleno de sabor y personalidad.
La base literaria preestablecida, firmada por uno de los más estimulantes novelistas de literatura para niños, propicia por un lado que Anderson pueda dar rienda suelta a su pasión de cuenta cuentos y que, al mismo tiempo, no pierda el pie con su tendencia a abandonarse a la afectada, impostada y autocomplaciente infantilización de los personajes y de la acción, defecto recurrente que suele lastrar su obra.
Las aventuras del señor Fox (soberbio trabajo de voz de George Clooney), un zorro que somatiza su particular crisis de los cuarenta con el testarudo retorno a su vocación de ladrón de gallinas, patos y sidra, quedan plasmadas en una película chispeante, ocurrente y que canaliza con apasionantes resultados el entusiasmo y el ingenio narrativo del autor.
Fantástico Sr. Fox regala una fábula ágil, divertidísima e insólita, poseída además por un espíritu rebelde e inconformista de contagiosa vitalidad.
Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 7,3.
Nota del blog: 8,5.
Contracrítica