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Año: 2018.
Director: Jon Turteltaub.
Reparto: Jason Statham, Li Bingbing, Rainn Wilson, Ruby Rose, Winston Chao, Shuya Sophia Cai, Cliff Curtis, Jessica McNamee, Robert Taylor, Page Kennedy, Ólafur Darri Ólafsson, Masi Oka.
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Megalodón bien podría servir como ejemplo sobre cómo Hollywood lleva más de un lustro volcado hacia el mercado cinematográfico chino y viceversa. Los constantes guiños a través de actores y escenarios, además de la autocensura para adaptar las películas a las apetencias de la dictadura, son concesiones orientadas a la búsqueda del triunfo en unas taquillas que se mantienen fieles y provechosas frente a la concatenación de crisis económicas y decadencia de las salas occidentales registrada desde el comienzo del milenio. Y, dentro de esta carrera, la competencia es despiadada debido a las restricciones que pesan en el país asiático sobre las producciones extranjeras, fuertemente limitadas. Una sucesión de pasos que han ido fructificando incluso en costosas superproducciones como La gran muralla. Anhelo de estrellas, de blockbusters, que les hablen directamente a ellos, en lugar de mirarlos por encima del hombro como público -como ciudadanos- de segunda. El dinero proporciona dignidad.
Así pues, Megalodón es un buen ejemplo de ello porque, además de contar con fondos de compañías chinas, fijar localizaciones en el país -la popular playa de Sanya- y de incorporar a celebridades nativas a la cabeza del cartel -Li Bingbing-, también simboliza las pretensiones de este tipo de filmes: más grande todavía, aún más espectacular. O, como diría el jefe de policía Martin Brody en Tiburón, «vamos a necesitar un barco más grande», frase homenajeada en cualquier cinta que emule el referencial éxito de Steven Spielberg. Porque si el especimen de aquella ya era monstruoso, en Megalodón, como su propio título indica, se resucita a un extinto pariente prehistórico cuyos mayores especímenes, según estima la ciencia -es decir, excluyendo las fantasiosas licencias de la ficción-, podían alcanzar entre los 16 y los 20 metros de longitud.
Siguiendo estas premisas, Megalodón se ajusta a las convenciones del género desde una realización, a cargo de Jon Turteltaub, que es pura funcionalidad sin huella, intercambiable prácticamente con la de cualquier producción análoga y tan solo interesada en mantener la historia en movimiento. Pura cadena de montaje.
Para la coartada dramática, el argumento se organiza a través de un típico arco de redención con tintes de venganza personal en la que el héroe atormentado ha de hacer las paces consigo mismo derrotando al mal que lo había dejado profundamente herido. Y, para reforzarlo, se añaden postizos tan tópicos como improbables -la presencia de la exmujer de uno y de la hija de otra-, así como otros clichés tan sobados -el empresario ambicioso hasta lo criminal- que sorprende la falta de esa ironía autoconsciente, como disculpatoria, con la que se rebozan muchos de los blockbusters actuales. Mientras, por su parte, la criatura surge con ecos de El mundo perdido para devolver al ser humano a un estado de vulnerabilidad ante lo desconocido, lo salvaje y primigenio -la sugerencia de la neblina de la fosa-.
Se trata, por tanto, de mimbres de serie z -el megalodón es de hecho un villano recurrente en el infracine del SciFi Channel y similares- para servir la excusa del duelo entre el monstruo y un rival a su altura, Jason Statham, probablemente el único actor de acción contemporánea del que, con su apariencia granítica, su voz cazallera de rufián cockney y en definitiva su carisma rocoso, nos creemos que podría derrotar a semejante bicho tan solo raspándolo con la lija que, en vez de barba, le brota en la quijada.
En China, Megalodón recaudó más de 50 millones de dólares en su primer fin de semana, logrando el tercer puesto en la taquilla. Lo suficiente para que se anunciara poco después la intención de rodar una secuela. Misión cumplida.
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Nota IMDB: 5,6.
Nota FilmAffinity: 4,5.
Nota del blog: 4,5.
Contracrítica