Archivo | enero, 2014

El arpa birmana

31 Ene

“No es el rifle quien mata, sino un corazón endurecido.”

Stanley Kubrick

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El arpa birmana

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El arpa birmana.

Año: 1956.

Director: Kon Ichikawa.

Reparto: Shôji Yasui, Rentarô Mikuni, Jun Hamamura, Taketoshi Naitô, Shunji Kashuga, Kô Nishimura.

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            La guerra transforma a las personas. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Kon Ichikawa era un cineasta conocido sobre todo por sus comedias. Después de la Segunda Guerra Mundial, Ichikawa retrataría el horror, la barbarie y la muerte desde una de las aproximaciones más escalofriantes al conflicto: Nobi (Fuego en la llanura). En ella, el ser humano quedaba reducido a poco más que una alimaña malherida, desquiciada y antropófaga. Tres años antes, en El arpa birmana, su visión del hombre era igualmente desengañada, aunque en ella se podía rastrear todavía tibios y frágiles rescoldos de esperanza.

            En El arpa birmana, la redención del sargento Mizushima, motivada por la crisis espiritual que le provoca ver las montañas de cadáveres insepultos –registrados con total crudeza a través de imágenes espeluznantes-, es a la vez una llamada a la redención de la condición humana en su conjunto y una proclamación de la necesidad de mantener la memoria de la tragedia.

            Alejada de los estereotipos canonizados por el cine estadounidense, el pelotón japonés que protagoniza la cinta no es más que un puñado de hombres que tratan de sobrevivir en medio de una sinrazón que, afortunadamente, parece tocar a su fin (o no). Son amistosos, reflexivos y nobles y conservan su humanidad a través del uso de la música, arte universal y armonizador por excelencia. No es casual que el término de la lucha se anuncie y se materialice por medio de una canción entonada al alimón con las tropas otrora enemigas, dibujada por Ichikawa en una secuencia a la luz de la luna de elevado influjo lírico –obtenido a costa de la verosimilitud, claro-, ejemplo de una elegancia estética de la puesta en escena que es expresión directa de la delicadeza de los sentimientos manejados en el filme.

            El arpa birmana tampoco cae del todo en la revisión autoindulgente pese a omitir aspectos polémicos acerca de la cruenta actuación imperialista de Japón sobre el sureste asiático, que conocería episodios absolutamente negros. Su antibelicismo desarrolla también una mirada crítica acerca del fanatismo de los ejércitos nipones –la irracional batalla postrera de la colina-, enfervorecidos por un patriotismo mal entendido que, en primer lugar, atenta contra cualquier tipo de valor humano y, en segundo, supone un servicio inútil a la nación, necesitada de brazos enérgicos para su reconstrucción.

El encuentro en el puente entre el sargento Mizushima y sus antiguos compañeros supone entonces el trazado de dos vías cruzadas de afrontar la posguerra: el retorno al hogar con la simple satisfacción del superviviente frente al renovado sacrificio personal emprendido con el propósito de cerrar las espantosas heridas abiertas  -simbolizado en el entierro de los muertos-, alcanzar definitivamente la ansiada paz interior y alimentar el recuerdo de la degradación física y moral que la guerra puede infligir al hombre. Una remembranza imprescindible.

            En 1985, Kon Ichikawa rodaría una nueva versión de El arpa birmana, esta vez en color.

 

Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,5.

Nota del blog: 7,5.

El lobo de Wall Street

30 Ene

Sexo, drogas y acciones en stock, en El Peliculista.

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A propósito de Llewyn Davis

29 Ene

“La única diferencia entre tragedia y comedia es el punto de vista.”

Howard Hawks

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A propósito de Llewyn Davis

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A propósito de Llewyn Davis.

Año: 2013.

Directores: Joel CoenEthan Coen.

Reparto: Oscar Isaac, Carey Mulligan, Justin Timberlake, John Goodman, Garrett Hedlund, Max Casella, F. Murray Abraham.

Tráiler

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            Dado que la música supone un componente esencial, atendido al detalle, dentro de la ambientación de su obra, no es de extrañar que los hermanos Coen escogieran para fundar su nuevo proyecto las desventuras de un cantautor de folk de comienzo de la década de los sesenta, de nombre Llewyn Davis. En correspondencia con su lógica particular, será este un panorama musical cínico, ingrato y gobernado por el humor negro. Uno digno de que Sixto ‘Sugar Man’ Rodríguez hubiera materializado su propia leyenda urbana mediante un espectacular suicido sobre el escenario. Uno que, claro está, no legará opción para la justicia poética que inesperadamente aguardaba al bueno de Rodríguez al final del camino.

            Llewyn Davis (interpretado por un acertadísimo Oscar Isaac) es un personaje surgido del repudio constante y atrapado en una odisea –uno de los grandes temas de los Coen- en forma de bucle, sin posibilidad de encontrar su hogar, su espacio en el mundo o siquiera a sí mismo. Ítaca, de hecho, ni aparece en el mapa. Es un pelele arrollado por el eterno retorno, marchitado en su transitar de sofá en sofá, de préstamo en préstamo, de desplante en desplante, de tren que se marcha en tren que se marcha. Los Coen, cuya hilarante ferocidad hacia sus criaturas es de sobra conocida, contribuyen a echar al infortunado músico una mano. Al cuello.

            Llewyn Davis es, de toda la galería de cretinos, farsantes, haraganes, infelices, botarates, parias, desarraigados y desclasados que moran en el cine de los Coen, el más patético. Lo es porque es el que más en serio quiere tomarse a sí mismo (o el único que lo hace). Ante tamaña sucesión de calamidades absurdas y cruel desamparo existencial, un filósofo hedonista como El Nota se hubiera refugiado en la liga de bolos, los Creedence o los rusos blancos, o un desdichado judío de clase media como el Larry Gopnik de Un tipo serio se hubiera preguntado por los enigmas que rigen la relación entre el hombre, su destino, las leyes divinas y Yahvé -sin recibir respuesta u obteniendo a cambio una burla vitriólica, por supuesto-.

Por su parte, y a pesar de ser la pura imagen de la decepción y el fracaso, acaso producto de su naturaleza de perdedor, quizás por un mal fario impuesto –la alusión al vudú, la aparición final sobre las tablas del bar-, Llewyn Davis persevera en engañar a su conciencia con mantras impostados sobre la verdad de su arte (o su simple trabajo, según) y la entereza de su estilo de vida, encadenando justificaciones autocondescendientes y vertiendo su odio y autodesprecio en reproches desorientados contra todo.

            El filme no propone un caso de soledad autodestructiva del artista, de marginalidad irreparable del hombre sensible o de la mística crepuscular del cantante de country apaleado por las circunstancias, motivos recurrentes en el maridaje entre música y cine. Tal y como se le insinúa en cierto pasaje, a pesar de ser un notable compositor, Davis es alguien que no conecta con el público, con la sociedad, con el universo. Promocionada sin complejos por la pareja de cineastas desde el guion y la escritura visual –impregna el celuloide una fotografía lánguida, plomiza, fría y desapacible, emanación del estado mental y anímico del protagonista-, esta antipatía conforma un áspero y malicioso desafío arrojado directamente contra la cara del espectador. Un cantante que comienza profetizando que estará “muerto y olvidado” cuando en realidad se encuentra perfectamente olvidado en vida.

            A propósito de Llewyn Davis se convierte así en una película arriesgada en su propuesta y sorprendente en su conjugación de melancolía, ternura y sarcasmo. En una obra siempre única y especial, en definitiva, al igual que la filmografía de sus autores.

 

Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 8.

Carta blanca

28 Ene

“Creo en el amor, pero no en la fidelidad. Es lo que me interesa, el amor. De lo demás prefiero no enterarme. Necesito saber que la persona a la que quiero va a estar ahí si la necesito. Creo, entonces, en la fidelidad del corazón. Sobre la del cuerpo tengo más dudas. Una traición de la carne es menos grave.”

Monica Bellucci

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Carta blanca

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Carta blanca.

Año: 2011.

Directores: Bobby Farrely, Peter Farrelly.

Reparto: Owen Wilson, Jason Sudeikis, Jenna Fischer, Christina Applegate, Nikki Whelan, Alexandra Daddario, Richard Jenkins.

Tráiler

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           Para los temibles hermanos Farrelly, la frustración del varón adulto pasa por el mismo lugar que la frustración del varón adolescente y que la frustración del varón joven: el sexo. Bajo este prisma y con la excusa de recrear una de las fantasías a priori ansiadas por el hombre casado, la libertad de acción para el adulterio, Carta blanca amaga con cargar contra la institución del matrimonio, fundamentado en una premisa de monogamia establecida en conflicto directo con los bajos instintos y la efervescencia hormonal idiosincrásica de la naturaleza masculina, persistente, duradera e insaciable a lo largo de los años.

El asunto es que, tal y como sucede también en las comedias facturadas por Judd Apatow, la transgresión se limita a permanecer en el chiste soez y en el uso de un lenguaje sexual explícito. La andanada crítica que apunta contra las convenciones familiares y sexuales gira en el aire como un boomerang y se convierte en una oda al cuento de hadas, aunque con sus rimas rebosantes de términos escatológicos.

           Es una lástima, porque Carta blanca contiene ideas estimables camufladas entre su aparentemente incorrecto planteamiento, luego traicionadas en parte. La capacidad de humillar a sus protagonistas obtiene unos excelentes réditos humorísticos, en buena medida gracias a la entereza de Owen Wilson y Jason Sudeikis en su función de peleles destinados a recibir estopa de todo tipo. No se confundan, ambos son la extrapolación de un género masculino al que, como decíamos, su primitiva naturaleza de sátiro irredimible le condena a permanecer en perpetuo codeo con el patetismo y el ridículo.

Sí, el brochazo y la sal gruesa dominan un panorama trillado, revisado, imitado, plagiado y empeorado hasta cotas inimaginables, aunque cabe decir que unos cuantos gags logran hacer blanco en la diana. Cazan liebres con calibre para elefantes, por supuesto, pero se cobran la pieza

           En el momento en el que los Farrelly comienzan a sentir piedad por sus personajes es cuando la obra pierde enteros de manera vertiginosa en su fondo argumental y su efectividad cómica, ahogada en la sensiblería, el lugar común de la comedia romántica y un conservadurismo inmaduro que, disfrazado de ternura y más allá de su justificación teórico-práctica o no, se convierte en convencido tradicionalista.

 

Nota IMDB: 5,2.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 6.

Luz silenciosa

27 Ene

“El cine es el arte de esculpir en el tiempo.”

Andrei Tarkovsky

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Luz silenciosa

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Luz silenciosa.

Año: 2007.

Director: Carlos Reygadas.

Reparto: Cornelio Wall, Maria Pankratz, Miriam Toews, Peter Wall, Jacobo Klassen, Elizabeth Fehr.

Tráiler

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            El amor no entiende de fe, de leyes sociales o de hábitos de vida. Luz silenciosa narra los dilemas románticos de un hombre que, casualmente, es miembro de una comunidad menonita del estado mexicano de Chihuahua, descendiente directa del movimiento anabaptista fundado en Países Bajos en el siglo XVI.

            En consonancia con su cine de pronunciada autoría artística, Carlos Reygadas, director con amplio reconocimiento desde festivales y crítica especializada –Cámara de Oro en la Quincena de realizadores de Cannes por su opera prima Japón, premio del Jurado en el festival de Cannes por la presente, premio al Mejor Director con Post Tenebras Lux en el mismo certamen-, dibuja una película que destila su esencia poética de la milagrosa belleza de la naturaleza, desapercibida en medio del hecho cotidiano, y de la resonancia mística de las imágenes. El guion, sucinto y escaso de diálogos, es aquí por tanto un acompañamiento de la escritura visual.

En cierta manera, son lecturas y evocaciones que remiten a poetas del séptimo arte como Andrei Tarkovsky o Terrence Malick, además por supuesto de a Ingmar Bergman, al que cita directamente. Reygadas esgrime recursos estéticos y simbólicos similares a los que caracterizan el cine del segundo, como la conexión metafísica entre lo divino y lo creado -naturaleza y ser humano-, el empleo del trasluz y una notable cantidad de movimientos de cámara –más atemperada e inadvertida por su combinación por las tomas fijas y prolongadas en el tiempo-. Por el contrario, presenta a su vez otras tantas diferencias evidentes y personales: la exclusión de la banda sonora, la supresión de reflexiones en voz en off o la elección de actores no profesionales como garantía de frescura y espontaneidad –e interpretaciones mediocres, todo sea dicho-, en este caso escogidos entre auténticos menonitas que se expresan en su idioma particular, el plautdietsch.

            Tal y como se puede observar por medio del reloj de pared que preside el comedor familiar, las sigilosas elipsis que cabalgan a lo largo de las estaciones y en modo último por la estructura circular del filme, circundada por un amanecer y un atardecer –en su anterior Batalla en el cielo, el mecanismo de apertura y clausura había sido nada menos que una explícita felación-, Reygadas convierte el tiempo en una dimensión maleable, ajustada a la subjetividad del protagonista, a sus fantasías y anhelos. Un tiempo que se encuentra en directa relación con las pulsiones amorosas: la fidelidad sentimental a la esposa y la familia o la irrefrenable realización romántica del espíritu en brazos de una amante.

A través de su desafío contra las normas religiosas y sociales imperantes, el buen granjero –también bastante caradura, apoyado interesadamente en las férreas estructuras patriarcales de su sociedad- se pregunta si algo tan precioso como este amor irresistible, inesperado e incierto es obra de Dios, fuerza creadora, o del Diablo, fuerza destructora; si es justificable a ojos de la ley civil o, en cambio, abyecto y condenable. El metafórico y esotérico desenlace desnuda las claves y facilita las respuestas.

            Con el compás que marca la cadencia parsimoniosa de los fotogramas, emulación de los imperturbables ritmos naturales de la vida, Luz silenciosa no está exenta por otro lado de unos cuantos detalles de autocomplacencia autoral. La excesiva dilatación de ciertas escenas, que confirman que al filme no le hubiera sentado mal un podado de tijera, recarga por momentos la afectación lírica de la propuesta y exagera el desafío que plantean al espectador.

 

Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7,5.

Prisionero del odio

26 Ene

“Es importante realizar documentales, porque permiten acceder al fondo de la verdad. Pero no siempre se pueden hacer, y el público está acostumbrado a la ficción. La ficción, además, permite componer mejores metáforas y abrir más puntos de vista.”

Costantin Costa-Gavras

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Prisionero del odio

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Prisionero del odio.

Año: 1936.

Director: John Ford.

Reparto: Warner Baxter, Gloria Stuart, Claude Gillingwater, Ernest Withman, Douglas Wood, John Carradine, Harry Carey.

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            Las situaciones críticas son las que miden la verdadera catadura de una nación. En contraposición con el ejemplo inspirador de Abraham Lincoln, que abraza sinceramente el himno enemigo después de su derrota en aras de la necesaria reconciliación, Prisionero del odio recoge el arbitrario juicio y la barbárica condena aplicada al doctor Samuel A. Mudd, acusado de participar en la conspiración para el magnicidio del Presidentedonde la mano ejecutora sería la de John Wilkes Booth.

            John Ford, enconado humanista y defensor de los derechos del individuo, analiza las vergüenzas de la muchedumbre como animal irracional e incontenible por medio de un caso ejemplar. Es cierto que reduce cualquier tipo de matiz acerca de la inocencia de Mudd en el asesinato de Lincoln -hecho histórico no del todo aclarado-, pero es innegable el buen juicio y la ferocidad crítica de su discurso, además del convencimiento, la solidez y el poder emotivo con que lo expresa.

            Esa citada y abrupta contradicción entre el cerrilismo psicótico de la colectividad herida y el sentido común, la mesura y la tolerancia que el asesinado líder esgrimía como principio ineludible, hasta en los peores momentos, llena de amargura las progresivas conclusiones que el filme extrae a partir de un proceso judicial en el que, con el fin de apaciguar torpemente un dolor salvaje, el Estado miope e impotente deja en suspenso cualquier garantía básica de civilización –presunción de inocencia, justicia equitativa, compasión hacia el prójimo, valores morales,…-.

Un precioso y frágil legado arrasado no por una bala, sino por las teas de la turbamulta. Resulta curioso comparar las similitudes entre la masa exultante que aclama al Lincoln victorioso y la masa furibunda que clama por la sangre; esa misma masa que, individualizada, se horroriza ante la visión de un ahorcamiento.

            Ford despoja la máscara de la rugosa y corrompida cara oculta de América, la que se aferra a la agresividad histérica y embiste en vez de sentarse, recapacitar y redoblar con el debido convencimiento las virtudes humanas que lo han convertido en adalid de la libertad y la igualdad. Una imagen contundente, valiosa y todavía vigente, vista la enajenada soflama seudopatriótica y peligrosamente filofascista enfervorecida tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001.

            Por desgracia, menor intensidad luce la descripción de las atrocidades sufridas por el infortunado médico (un concentrado y estimable Warner Baxter), más superficial y armada con ligereza por medio de unos cuantos recursos manidos de crueldad y desesperación. Acaso más lúdica y espectacular, esta segunda vertiente resta cierta entidad a un conjunto, no obstante, con fuerza de sobra para arrear una buena ristra de atinados y devastadores mazazos contra la sociedad norteamericana.

 

Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7.

Election

25 Ene

“Hoy las naciones no existen. Existen las grandes sociedades industriales.”

Pier Paolo Pasolini

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Election

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Election.

Año: 2005.

Director: Johnnie To.

Reparto: Simon Yam, Tony Leung Ka Fai, Louis Koo, Nick Cheung, Ka Tung Lam, Siu-Fai Cheung, Suet Lam, Bing-Man Tam, Tian-Lin Wang, Chung Wang.

Tráiler

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            Si la Cosa Nostra nacía como un Estado paralelo destinado a proteger al pueblo siciliano contra las arbitrariedades y la rapiña de los aristócratas terratenientes locales, las tríadas chinas hallan su origen en una sociedad secreta fundada en el siglo XVII por monjes shaolines y destinada a combatir a la invasora dinastía Quing. Para sus miembros, la causa común prima sobre todo tipo de interés particular o espurio.

Parte de ese pálpito romántico y mitificado sobrevivía en El padrino, como, de igual manera -si bien con un malicioso giro sarcástico-, sobrevive en Election, testimonio fílmico acerca de unas tríadas hongkonesas amenazadas por la asunción de la soberanía de la excolonia británica por parte del gigante chino y, en especial, por su mutación pareja al signo de los tiempos. De su mezcla histórica y primigenia entre clan familiar, institución religiosa y corporación empresarial-delictiva, se impone irrefrenable el Dios del dinero y el negocio a cualquier precio, sin duda favorecido y estimulado por el desentendimiento de la organización respecto a los códigos legales y éticos de la sociedad exterior.

            Johnnie To, en la que sería su primera obra estrenada comercialmente en España, se adentra en las entrañas de la bestia para dilucidar sus mecanismos de funcionamiento, su jerarquía, objetivos y motivaciones; en este caso con el pretexto de unos accidentados comicios al cargo bianual de presidente de los Wo Sing, una de las numerosísimas tríadas prósperamente establecidas en Hong Kong. A través de la competición democrática, económica y criminal de los dos candidatos, de idéntica ambición pero antagónicos en su metodología –mesurado y tradicional uno, estridente e iconoclasta otro-, To describe una realidad cierta y tolerada por la autoridad civil –durante la anexión de la excolonia, desde el gobierno chino se dejaron caer varias alusiones a un supuesto servicio patriótico de estas mafias-, en buena medida debido a su relevancia económica y su desmesurado poder logístico y marcial.

A su vez, To narra con nervio esta pugna feroz, en el que la cínica imagen pseudomística, fraternal y honorable entra en colisión con las puñaladas traperas, la corrupción casposa y la voracidad inagotable que dominan el proceso electoral y las estrategias cotidianas de la tríada. La tradición, a bofetadas con la modernidad. Coscorrones que, a decir verdad, trascienden a la propia organización mafiosa, un producto más de la sociedad, de espaldas a ella pero paralela en su evolución.

El tratamiento de la violencia combina la espectacularidad de escenas vertiginosas y coreografiadas junto con una crudeza bastante cáustica, aplicadas de uno u otro modo en servicio de la construcción del discurso del filme. Enmarañado en una miríada de facciones, intereses cruzados, traiciones y negociaciones, Election resulta un filme arrollador, repleto de adrenalina aunque confuso y de acción difícil de seguir por momentos.

            Contaría con una segunda parte, un año posterior.

 

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 7.

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