Archivo | julio, 2017

Okja

31 Jul

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Año: 2017.

Director: Bong Joon-ho.

Reparto: Seo Hyun-Ahn, Tilda Swinton, Paul Dano, Jake Gyllenhaal, Steven Yeun, Lily Collins, Daniel Henshall, Devon Bostick, Giancarlo Esposito, Shirley Henderson, Je-mun Yun, Hee-bong Byun.

Tráiler

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          Los abucheos le llegaron antes del primer fotograma, solo con la aparición del logo de la productora y distribuidora: Netflix. En el festival de Cannes de 2017, Okja desató la polémica -junto con The Meyerowitz Stories (New and Selected), de Noah Baumbach, también de Netflix, y la emisión de los primeros capítulos del regreso de la serie Twin Peaks– al alimentar el debate sobre las formas y formatos del cine y su disfrute. El certamen, riguroso en su presunta salvaguarda de los valores tradicionales del cine, fue reticente para admitir en su sección oficial una cinta que no iba a estrenarse en las salas francesas, tal y como imponen las normas del concurso, sino que su pase se iba a producir a demanda del usuario de esta plataforma de entretenimiento en streaming, visionada directamente en la televisión, el ordenador, la tablet o cualquier soporte informático que contenga la pertinente aplicación -sí llegaría no obstante a la gran pantalla en Estados Unidos, Reino Unido y Corea del Sur, donde se alzó con el cuarto puesto de la taquilla pese a sufrir el boicot de los principales exhibidores del país-.

Frente al ruido despertado, el director Bong Joon-ho se limitaba a valorar y agradecer el grado de libertad creativa que le había proporcionado Netflix, a quien respalda la tranquilidad de contar con una red que, en fechas del arranque de Cannes, rozaba los cien millones de usuarios en el mundo; cifras con las que soñaría una buena campaña de promoción de un blockbuster tradicional. El cine cambia. Necesita cambiar, de hecho, en vista del sostenido descenso de los espectadores. Quizás esta sea una nueva vía de supervivencia comercial que, si además viene acompañada de beneficios para los cineastas, cabe celebrar en lugar de únicamente resignarse a ella. A fin de cuentas, nada puede reprocharse a la calidad alcanzada por las series y otros productos de televisión durante las últimas dos décadas. ¿Acaso una obra magna como The Wire no cabe dentro de los límites del séptimo arte?

          Centrándonos en Okja, el filme acude a un esquema clásico del cine infantil -la amistad entre un niño y una criatura extraordinaria que se ve amenazada por la invasión del mundo adulto-, aunque no se limita a quedarse en una relectura más de E.T., El extraterrestre y en ella se percibe la personalidad desbordante de cineasta surcoreano, manifestada en su arrollador despliegue visual, exhuberante en la expresión de la atmósfera narrativa que atraviesa el relato -el bucolismo de la naturaleza, la frialdad estética de la multinacional, la tenebrosa, sucia y claustrofóbica sensación de terror de los laboratorios y criaderos-.

Con ello, Okja se configura así como una fábula que arremete contra el neoliberalismo de nuevo y sonriente rostro -el lavado de imagen posterior a las tropelías desveladas por la crisis económica global- y, en concreto, contra la explotación sin escrúpulos ni empatía ejercida por la industria alimentaria, como ya ensayaba con torpeza Richard Linklater en su Fast Food Nation o la risible apología vegana del Noé de Darren Aronofsky. De este modo, frente a un trasunto de la escalofriante Monsanto -aquí Mirando-, erigidos en los ‘mad doctors’ del siglo XXI, se opone la relación íntima entre la pequeña Mija y la supercerda Okja, propiedad de la factoría e imagen publicitaria de su presunta rehabilitación ética ante al mundo.

          Siguiendo la línea de fantasía subversiva de la anterior Rompenieves (Snowpiercer) -en la que, eso sí, Bong adaptaba una historia ajena-, Okja se constituye pues como una distopía contemporánea afirmada sobre problemáticas presentes, como los abusos financieros y políticos de un poder de esencia empresarial -es significativa la reproducción con la directiva de Mirando de la fotografía del equipo de Barack Obama durante la operación de captura y muerte de Osama Bin Laden-, los movimientos de reacción ciudadana, la sustitución de valores humanos por valores financieros -el explícito cambio del cerdo de carne y hueso por otro de oro-, la preponderancia de las redes sociales como canalizador de la comunicación y la corrientes de opinión…

Cuestiones que la película aborda dentro de este contexto juvenil, caricaturesco y excesivo que en ocasiones se desafora por su crueldad quizás extrema y reiterativa o, en paralelo, por la desacertada dirección de algunos actores -la lamentable y cargante imitación de Jerry Lewis que ejecuta Jake Gyllenhaal-. Sin embargo, también pretende escapar del maniqueísmo monolítico otorgando cierto dramatismo a los personajes a uno y otro lado del conflicto, con sus dudas, sus traumas y sus traiciones y, en resumen, sus razones -como parece decir ese abuelo coreano al que le sobraría entonces la desacreditación moral de su alcoholismo, por mucho cariño con el que lo críe el granjero, un cerdo es alimento desde que nace-.

          Sea como fuere, destaca sobre lo anterior la ternura y el candor que despierta el entendimiento entre Mija -un personaje cuya gran fuerza propulsa además el carisma de Seo Hyun-Ahn y su párpado inflamado- y su animal, cuyo diseño remite al cerdo, al hipopótamo, al perro y al manatí, y al que, a pesar de su elaboración por ordenador, se le consigue dotar de una entrañable fisicidad y de sentimiento a través de su mirada de ojos humanos.

En estas escenas, Bong modula con acierto el tono recurriendo a elementos chaplinescos: la fusión de la tragedia desgarrada con elementos de humor naif, en este caso las ventosidades; lo que en cualquier caso es una característica habitual en la filmografía del realizador. Y comparece asimismo una noción de la conexión con el espíritu protector y benéfico de la naturaleza que remite a Hayao Miyazaki, rasgos con los que conecta con habilidad con las emociones del espectador. Porque, ¿puede haber un amor más puro e incondicional que el de un niño por su mascota? Obviamente es una clase distinta de amor del que se profesa a las personas, que debido a su complejidad exige mayor esfuerzo por parte de uno mismo. Pero, ¿existe una relación más auténtica, entregada y reconocible por cualquiera que haya tenido un perro, un gato, una cobaya o cualquier bicho que responda a una caricia?

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 6,5.

El gigante de hierro

28 Jul

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Año: 1999.

Director: Brad Bird.

Reparto (V.O.): Eli Marienthal, Vin Diesel, Jennifer Aniston, Harry Connick Jr., Christopher McDonald, John Mahoney, M. Emmet Walsh.

Tráiler

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          Circulaba un chiste a propósito de Del revés (Inside Out): era la película en la que, definitivamente, Pixar había rizado el rizo con la premisa fundamental de la compañía de animación, quizás la más influyente y prestigiosa del cine contemporáneo y la que ha contribuido principalmente, a ojos de público y crítica -y con sus debidos matices y objeciones-, a que este género haya pasado a considerarse un asunto a compartir por niños y adultos en igualdad de condiciones. Así, si en Toy Story se había preguntado qué sucedería si los juguetes tuvieran emociones, en Bichos, una aventura en miniatura qué sucedería si los insectos tuvieran emociones, en Monstruos, S.A. qué sucedería si los monstruos tuvieran emociones, en Cars qué sucedería si los coches tuvieran emociones, en Wall·E qué sucedería si los robots tuvieran emociones… en esta última cinta el argumento ya pasaba a ser qué sucedería si las emociones tuvieran emociones.

«¿Qué ocurriría si un arma tuviese alma?» Esa fue la pregunta que Brad Bird, por entonces debutante en el largometraje animado y futuro miembro de la mesa creativa de Pixar, planteó a los ejecutivos de la Warner Brothers que, a finales de la década de los noventa, pretendían llevar al cine El hombre de hierro, un cuento que el poeta británico Ted Hughes había escrito para sus hijos. La esencia de la factoría ahora propiedad de Disney ya se encontraba en la cosmovisión de este director que se había curtido en las series televisivas Los Simpsons, El crítico y El rey de la colina. También había participado en proyectos englobados bajo la égida de Steven Spielberg, como el episodio Perro de familia de la serie Cuentos asombrosos -en la que se había ocupado del libreto y la dirección- o la película Nuestros maravillosos aliados, en la que había coescrito el guion.

          Este bagaje es patente en El gigante de hierro, que podría haber venido avalada perfectamente por el sello Amblin. A pesar de la ascendencia literaria antes citada, el relato, que cuenta con notables añadiduras de Bird, es claramente deudor de la icónica E.T., El extraterrestre. No solo por las muy semejantes líneas maestras que vertebran la historia -el visitante de los cielos acogido por un niño con carencias afectivas por la ausencia del padre, la comprensión humana de la inocencia infantil frente a la incomprensión y el miedo de los adultos-, que habían sido releídos ya en la citada Nuestros maravillosos aliados; sino también por detalles que completan la atmósfera sentimental y referencial del filme -la ambientación en el espacio rural de los Estados Unidos como corazón del país, el refugio y la expresividad social de la cultura popular, en este caso la ciencia ficción de serie B y los cómics de tiempos del red scare, repletos de invasiones alegóricas-.

          De este modo, El gigante de hierro explora una relación pura y honesta entre extraños que queda enmarcada en unos años cincuenta definidos por la paranoia anticomunista, enfervorecida después de que la Unión Soviética probase la bomba atómica en 1949 y su lanzamiento del primer satélite Sputnik en 1957; hechos que habían conducido a profecías tan apocalípticas y demenciales como la teoría de la destrucción mutua asegurada -el conflicto nuclear total entre ambas potencias que desencadenaría el fin del mundo-. En las imágenes, esta alarma candente de la Guerra Fría -exudada en el cine fantacientífico del periodo y en los cortos didácticos de Duck and Cover donde la tortuga Bert enseñaba a los niños a sobrevivir a una explosión nuclear-, contrasta agudamente, como lo hacía por aquel entonces, con la idealización del American Way of Life plasmada en el arte de Norman Rockwell, colorista, apacible y sonriente.

Pero, sobre todo, en lo que supone el tema esencial de la obra, el claustrofóbico clima de horror hacia el Otro se contrapone a la amistad entre un niño dueño de las virtudes más renombradas de la infancia -la candidez sentimental, la flexibilidad mental- y una criatura insólita que, desde el desconocimiento, acoge en su ser una inquietante dualidad -el benefactor, el destructor-. A partir de este último concepto, surge también una aproximación a otro arco tradicional en el cine infantil, como es el de la capacidad del individuo para modelar su futuro y su moral con independencia de las imposiciones del entorno.

          Vistos los componentes narrativos, es inevitable considerar que el El gigante de hierro es una película previsible, especialmente si se aborda desde una óptica adulta que ya experimentó en su momento su correspondiente porción de cine infantil. Por ello, donde destaca El gigante de hierro es en el calor, la simpatía y la emoción que, a pesar de este esquema predecible, es capaz de invocar su fondo desde una sincera sensibilidad.

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Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7,5.

Dunkerque

26 Jul

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Año: 2017.

Director: Christopher Nolan.

Reparto: Fionn Whitehead, Aneurin Barnard, Mark Rylance, Barry Keoghan, Tom Glynn-Carney, Cillian Murphy, Tom Hardy, Jack Lowden, Kenneth Branagh, James D’Arcy, Harry Styles.

Tráiler

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         Como prestigioso director de blockbusters, el estilo narrativo de Christopher Nolan tiende al encadenamiento constante y la acumulación de escenas climáticas, a la construcción de colosales arquitecturas de montaje cuyos ramales colisionan entre sí a ritmo trepidante. El frenesí bélico, por tanto, semeja campo abonado para la aplicación de esta estructura de altas revoluciones, de tensión límite sostenida con tiralíneas.

En este sentido, Dunkerque reconstruye esta batalla y evacuación aliada en la Segunda Guerra Mundial frente al entonces imparable enemigo nazi utilizando como plantilla el esquema que Nolan aplicaba en la operación central de Origen, donde tres capas del subconsciente, desplegadas en diferentes espacios temporales, convergían a contrarreloj en dirección a un mismo objetivo. Y es similar asimismo a la que se desarrollaba a través de distintas dimensiones espaciotemporales en la todavía más ambiciosa Interstellar. Esto es, tres escenarios -el espigón de la ciudad sitiada, la travesía de una embarcación de ocio levada para el rescate del contingente y la misión de un avión de combate de la RAF; tierra, mar y aire- que avanzan de dificultad en dificultad, de peligro en peligro, de imposible en imposible, hasta el desenlace ansiado, mientras desde la banda sonora de Hans Zimmer -traductor musical del torbellino gramatical del cineasta británico- no deja de sonar el tictac del cronómetro.

         Desde el primer momento, Dunkerque apabulla al espectador y lo empuja contra la butaca. El caos, bien organizado visualmente, eleva la adrenalina a la par que el instinto de supervivencia mueve al soldado raso o que el templado aviador persigue, derriba y escapa de los stukas alemanes. El sonido es ensordecedor, los proyectiles parecen caer en la sala y las balas rebotar en sus paredes. El suelo tiembla con los estallidos y también con el ritmo y el volumen creciente de la partitura del compositor alemán. La guerra como espectáculo. Dunkerque es una película tremendamente dinámica. Nolan hace gala de su férreo dominio del tempo y el montaje, que coordina y encaja al milímetro este rompecabezas de tres caras. Su pretensión apunta a sentir la batalla, no tanto a crear un marco reflexivo entorno a ella. Quizás por esta razón, debajo del ruido y la furia -y del entretenimiento-, hay cierta sensación de vacío, de ausencia de alma.

         Si la aparatosidad formal y conceptual de Interstellar servía para exponer un discurso sensiblero, en Dunkerque el apartado humano, más allá de apuntes sobre el salvajismo del hombre reducido a bestia que intenta salvar su pellejo, es más escaso que contenido. O, mejor dicho, cuando aparece es un tanto tópico -la abnegación del piloto Farrier- o directamente pueril -el pequeño George, orgulloso de hacer algo verdaderamente grande, personificación del sacrificio civil británico en el conflicto-.

La obra agradece que, con relativa honestidad, el guion no abunde en exceso en melodramatismos heroicos -dejando de lado el enfático alegato final- y que, por encima de ello, el tercio de la playa consiga arrojar imágenes de inquietante, penetrante y fantasmagórica desesperación -el episodio del amanecer que sigue al torpedeo del barco de rescate-. Protagonizada por Fionn Whitehead -un actor que parece sacado del Free Cinema-, es esta la trama más sugerente y con mayores posibilidades -cinematográficas y filosóficas-, sobre todo en comparación con todo lo que ocurre a bordo del bote de recreo, a pesar de que cuenta aquí con la sólida presencia de Mark Rylance. Pero al compartir metraje con los otros dos segmentos, su potencial se diluye en parte y desaprovecha.

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Nota IMDB: 8,7.

Nota FilmAffinity: 7,7.

Nota del blog: 7.

Cotton Club

24 Jul

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Año: 1984.

Director: Francis Ford Coppola.

Reparto: Richard Gere, Diane Lane, Gregory Hines, Lonette McKee, James Remar, Bob Hoskins, Fred Gwynne, Nicolas Cage, Maurice Hines, Laurence Fishburne, Tom Waits.

Tráiler

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          Renqueante tras el descalabro de Corazonada y alternando ya con Rebeldes y La ley de la calle el encargo de supervivencia con la resistencia de su espíritu autoral -en el cual la grandilocuencia de Hollywood se da la mano con la experimentación europea-, Francis Ford Coppola asumía de la mano del productor Robert Evans una producción lujosa en la que se pretende revivir el oasis del Cotton Club de Harlem durante la década de los veinte y los treinta de la Ley seca, la debacle económica de 1929, los mafiosos armados con una ‘tommy gun’ y la conformación de una identidad musical popular norteamericana. Un material con el que Coppola trascenderá la recuperación verista de este pedazo insólito de historia para adentrarse en un ensueño cinéfilo donde convergen multitud de relatos, de géneros, de recursos cinematográficos y de tonalidades.

          Cotton Club presenta un juego coqueto e inevitablemente irregular, dominado por la fantasía del cine. Desde los créditos iniciales, Coppola juega con la representación, recuperando la grafía, la iluminación y los encadenados propios de las películas de la época, en especial del emergente cine de gángsteres que, en paralelo, aflora asimismo dentro del argumento del filme, donde comparecen igualmente melodramas románticos, dramas sociales y relatos de ascenso y superación personal; todos ellos enmarcados dentro del entorno del musical, el artificio por definición. A ello se añade el homenaje explícito a personalidades artísticas y criminales del periodo, que resucitan en pantalla –Duke Ellington, Gloria Swanson, Charles Chaplin, James Cagney, Owney Madden, Big Frenchy Demange, Dutch Schultz…- o parecen transmutarse en alguno de los protagonistas -el papel de Richard Gere, que cumple con la planta del galán clásico, parece parcialmente inspirado en la biografía de George Raft-.

          Cotton Club equivale a ver una película en la que se acumulan y de la que nacen otras múltiples películas, que se comunican y enfrentan, como parte de un universo donde todo realismo ha sido sustituido por la esencia romántica del séptimo arte; por sus convenciones, sus códigos, sus arquetipos y su glamour. Una idea que quedará definitivamente sintetizada en un desenlace muy trabajado y ocurrente donde el escenario del cabaret y el supuesto escenario ‘real’ de la obra -la estación de Grand Central- quedan unificados en un laberinto de entradas, pasillos y bambalinas por donde confluyen y se entremezcla el nutrido coro de personajes principales.

En cierta manera, por permanecer en el ámbito de los cineastas del Nuevo Hollywood y del universo de los clubes nocturnos como reflejo de la construcción de los Estados Unidos, también recuerda al sainete que tenía lugar dentro de ese recuerdo nostálgico de la libertad del teatro del burlesque que era La noche del escándalo Minsky’s de William Friedkin.

          Este juego de malabares implica la descompensación del conjunto, donde unas cuantas líneas del relato se desarrollan atropelladamente o parecen no explotar, el aparato formal cae en ocasiones en el amaneramiento y donde la confusión de narraciones y tonalidades genera un notable desconcierto e incluso, a veces, no se termina de adivinar donde termina la teatralización y comienza la parodia, quizás provocada de forma involuntaria. Sobresalen ramas como la protagonizada por Bob Hoskins y Fred Gwynne -con una gran química y calado cómico que se aprecia en escenas como la del reloj-, el embrujo de Diane Lane y un buen puñado de secuencias de gran fuerza visual y creativa, puro cine.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7.

A Swedish Love Story

21 Jul

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Año: 1970.

Director: Roy Andersson.

Reparto: Rolf Sohlman, Ann-Sofie Kylin, Bertil Nörstrom, Margreth Weivers, Lennart Tellfeit, Maud Backéus, Anita Lindblom, Lennart Tollén, Björn Andrésen.

Tráiler

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          Admirador del Gordo y el Flaco y de Luis Buñuel, rastreador de la pintura en busca de inspiración y comparado con Ingmar Bergman en su introspección existencialista, aunque filtrada en esta ocasión desde el humor patético y estoico del slapstick de Buster Keaton, que a su vez se traduce al celuloide con la parquedad rítmica de Alain Resnais y el transitar hacia la nada del teatro del absurdo. Roy Andersson es un especimen único del cine que irrumpió en el largometraje con A Swedish Love Story, una película engañosamente realista. Esto es, dentro del clasicismo de su argumento -el romance de una pareja de adolescentes que escapan de la opresión del mundo adulto a través del amor- se percibe ya la visita del insólito universo -triste y lánguido hasta la caricatura abstracta, si bien extrañamente humano, tierno, cómico y hasta tenuemente optimista- que se irá configurando y consolidando en su obra posterior, donde apenas figuran otros cuatro largos y un puñado de cortos.

          A Swedish Love Story narra con calidez y emoción este rito de paso, universal y reconocible a lo largo del desarrollo del cortejo y del idilio juvenil. Pero, en definitiva, lo inserta en el marco de una fallida sociedad sueca donde los adultos ejercen como auténticas criaturas inmaduras e incompletas. Caprichosos, frustrados, cínicos, crueles, incapaces de aguantarse a sí mismos, estos oponen una claustrofóbica barrera de niebla frente a los rayos de luminosidad, a las promesas de esperanza, que Pär y Annika encuentran en un amor sincero y cándido, presente e inmediato, durante el cual, gracias a que la corrupción espiritual de la madurez aún no ha hecho mella en ellos, ni siquiera poseen las artimañas suficientes para imitar los juegos de humillación y desprecio de sus progenitores. El carácter rebelde, genuino y soleado del romance, y la belleza sensible, cotidiana y natural de sus fotogramas, parece conectar incluso con otros amantes proscritos como los de Malas tierras -tres años posterior-, marginales en un mundo deshumanizado y desnaturalizado que no puede comprender ya, ni transigir, con la pureza y la intensidad de sus sentimientos.

         No obstante, el avance de la miseria adulta en el último tercio del filme no es menos interesante, por lo desconcertante de esta expresión insospechadamente satírica de un entorno terrible en su mezquindad, su violencia -moral y física- y su ridiculez.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 7.

Sodoma y Gomorra

20 Jul

Robert Aldrich juega con las cartas que recibe y se adentra en una visión mediterránea, ávida de pecados y lascivia, sobre el castigo bíblico para Sodoma y Gomorra. Para la primera parte del especial de Cine Archivo acerca del cineasta estadounidense.

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La guerra del planeta de los simios

15 Jul

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Año: 2017.

Director: Matt Reeves.

Reparto: Andy Serkis, Woody Harrelson, Karin Konoval, Steve Zahn, Amiah Miller, Terry Notary, Ty Olsson, Michael AdamthwaiteSara Canning, Devyn Dalton, Gabriel Chavarria, Toby Kebbell.

Tráiler

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          El origen del planeta de los simios contenía en su primera mitad una intensa reflexión acerca del diferente, del inquietante desconocido, del Otro; un notable punto de partida que asentaba el principal arco temático de este ‘reboot’ en el que los profusos guiños al resto de la saga tienden a imponer una reversión del punto de vista del relato. El amanecer del planeta de los simios abundaba con acierto en esta cuestión a través de un esquema propio de un western fronterizo, en el que dos culturas colisionan impulsadas por la tensión y el miedo que genera el puro instinto de la supervivencia. La guerra del planeta de los simios conserva buena parte de la solidez dramática de sus predecesoras para cerrar con dignidad una trilogía que demuestra las posibilidades de conciliación entre los valores comerciales de un producto y la madurez artística del mismo. En ella, mientras que el chimpancé César perfecciona su comunicación verbal, los humanos la reducen, voluntaria e involuntariamente, a una guturalización primitiva.

          De nuevo con Matt Reeves en la dirección, también posee resonancias westernianas la introducción de La guerra del planeta de los simios, donde se presenta una cabalgada monomaníaca alimentada por el odio y emprendida en una atmósfera luctuosa y terminal, todo cansancio y tristeza, acorde al contexto físico y sentimental de un César que sufre las pruebas del patriarca bíblico que parece encarnar y coherente con la constatación de la imposibilidad de la utopía que emergía en el episodio anterior. En este sentido, el filme resulta más conseguido -o cuanto menos más intrigante- cuando se aproxima a Sin perdón o Centauros del desierto, a su tono de pesimismo espectral -hasta cabría entender al extravagante chimpancé que ejerce de alivio humorístico como un Mose Harper sacado de su mecedora-, y no tanto a Apocalypse Now, otra obra magna que ejerce de gran foco de gravedad de la función, a la que se dedican insistentes referencias tanto con el aspecto y el discurso de su propio coronel desquiciado -allí Kurtz, aquí McCullough-, como por la ciudadela donde se le rinde culto, la música de Jimi Hendrix que se escucha o incluso las pintadas explícitamente alusivas que adornan el lugar.

Puede entreverse con ello que, aun tratándose la heterofobia de un tema universal a la especie humana, la serie sigue conjurando particularmente los demonios históricos de los Estados Unidos, puesto que después de plantear una equivalencia entre los primates y los indígenas norteamericanos en El amanecer del planeta de los simios, se diría que ahora el escenario se traslada solapadamente al delirio marcial de la Guerra de Vietnam -es curioso que los dos blockbusters de la temporada protagonizados por hominoideos excepcionales, Kong: La Isla Calavera y la presente, recurran a este trauma nacional para dotar de contenido trágico a su argumento-. «Historia, historia, historia», mantiene grabado McCullough en la pared de su guarida.

          McCullough y la confrontación con su ejército se desarrollan pues con cierta caída en el tópico -lo que abarca la sobreactuación de Woody Harrelson-, al mismo tiempo que el conflicto dramático -el mensaje político por un lado, las contradicciones internas de César por otro, finalmente más descuidadas- cede terreno a la acción evasiva, manifestada en la incursión en el subgénero bélico de las fugas de campos de concentración. Con todo y ello, y a pesar de que el guion deja algunos detalles de fragilidad lógica, esta faceta de La guerra del planeta de los simios sabe ser entretenida -la batalla en el bosque de la apertura era ya una buena muestra de su talento para la espectacularidad- y modera las ínfulas de grandilocuencia de una obra en la que se corre el riesgo de excederse en la dotación de atributos humanos a los animales protagonistas, hasta el punto de que pudieran convertirse no en simios pensantes, sino en personas ridículamente disfrazadas.

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Nota IMDB: 8,3.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 6,5.