Tag Archives: Sobrenatural

El despertar de una nación

21 Ene

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Año: 1933.

Director: Gregory La Cava.

Reparto: Walter Huston, Franchot Tone, Karen Morley, C. Henry Gordon, David Landau, Arthur Byron, Dickie Moore.

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          A comienzos del milenio, el escritor Harold Bloom, uno de los intelectuales más influyentes de su país, sostenía que los Estados Unidos se habían convertido en «una teocracia emergente» en la que cada presidente, y cada candidato presidencial, defiende su creencia religiosa como una virtud impepinable que, luego, se ve recompensada por un electorado con sorprendentes niveles de credulidad. El siempre afilado y concienciado Aaron Sorkin lo sintetizaba en la escena inaugural de The Newsroom, en la que el periodista interpretado por Jeff Daniels, adalid del pensamiento crítico, rebatía la idea de que Estados Unidos «es el mejor país del mundo» argumentando que solo lidera tres ránkings globales, entre ellos el de «número de adultos que creen que los ángeles son reales» -los otros son el porcentaje de población encarcelada y el de gasto militar, por cierto-. En la misma línea, Margaret Atwood consideraba que, si el país norteamericano derivaba en una dictadura, la religión constituiría su piedra angular, como de hecho refleja en su serie literaria El cuento de la criada. «Fue un despertar”, declaraba tras la victoria electoral de Donald Trump en 2016 Richard B. Spencer, una de las cabezas de esa denominada ‘derecha alternativa’ que reciclaba el ultraconservadurismo de raíz machista, xenófoba y supremacista en un movimiento en cierta manera ‘chic’, moderno y revitalizado, admitido en el juego político y social contemporáneo.

          La imagen utilizada por Spencer coincide con el título en español de El despertar de una nación, en la que, tras sufrir un accidente automovilístico que lo deja en coma, un presidente recién elegido experimenta una conversión trascendental comparable a la de San Pablo y su caída del caballo. Cambiará así su frivolidad pretérita, rayana en una indiferencia criminal, por una actitud de liderazgo encaminada a resolver con enconada determinación los males que asaltan el país -el desempleo, el crimen mafioso, el hambre y la miseria-. Y, más aún, el mundo entero -la escalada belicista internacional-. Hay un detalle de realización mediante el cual se plasma sensorialmente esta milagrosa transformación: entre música de pífanos, una suave corriente entra por la ventana, meciendo las cortinas y cambiando la luz de la estancia, que se proyecta sobre el rostro del protagonista convaleciente, iluminándolo. El título original del filme es Gabriel Over the White House. La secretaria del presidente lo explicitará en un diálogo en el que describe este cambio providencial comparándolo con el encuentro del Arcángel Gabriel y el profeta Daniel.

Al personaje lo interpreta nada menos que Walter Huston, un actor con una presencia tan presidencial que ya había encarnado en dos ocasiones anteriores a Abraham Lincoln, cuyo busto y cuya pluma la película sitúa en el Despacho Oval. ‘Abe el Honesto’, uno de los mantras que dominan la política estadounidense. El hombre sencillo y honesto. El que no recurre a palabrería para aportar soluciones, el que no engaña con trucos arteros de burócrata. Una utopía fantasiosa que confunde sinceridad con simplonería.

          El despertar de una nación se estrena en 1933, con la Gran Depresión azotando los Estados Unidos y provocando un efecto en cadena en el resto del planeta que tensionará la política del Periodo de Entreguerras. Ese mismo año, Adolf Hitler es elegido canciller imperial. Es un tiempo con hambre de cirujanos de hierro que extirpen los tumores de la nación. Cuando el presidente de El despertar de una nación declara el estado de crisis y anula los poderes de un parlamento corrompido, apelando a los espíritus y principios fundacionales de la nación, sus detractores advierten de que está dando paso a una dictadura. Pero Jud Hammond tiene a Dios con él, y bajo el impulso de su «locura divina» corregirá los renglones torcidos de la política de «los cuerdos» que han propicidado «la catástrofe», el colapso de la democracia americana. Alcanzar un acuerdo con el proletariado arrasado por la falta de oportunidades a través de la creación de un ejército patriótico, acabar con la opresión del hampa sacando los tanques a las calles, negociar con puño firme las deudas suscritas por los países europeos. Francisco Franco también proclamaba ser caudillo por la gracia de Dios. In God we trust. Gott mit uns.

Vista desde el presente, El despertar de una nación aparece como una idealizada y enérgica curiosidad. Pero, por todo lo anterior, es una curiosidad tremendamente siniestra. Ambigua en el mejor de los casos.

Para ello, pongamos una analogía más actual. De apariencia campechana e ignorantona, George W. Bush llevaba una vida disoluta, marcada por el alcohol, hasta que, a los 40 años, gracias a la influencia de su esposa y del reverendo evangélico Billy Graham, vio la luz y, según explicaba un amigo suyo, «dijo adiós al Jack Daniels para dar la bienvenida a Jesucristo». Llegó a asegurar que Dios era su filósofo de cabecera mientras hablaba del «eje del mal» y de «cruzada» contra el terrorismo, rodeado de un personal con las mismas convicciones religiosas que él y abriendo la puerta de la Casa Blanca a los grupos de estudio de la Biblia. También afirmaba haber leído más de una decena de biografías de Abraham Lincoln. «Me conduce una misión de Dios. Dios me dijo ‘George, ve y lucha contra esos terroristas en Afganistán’. Y lo hice. Y luego Dios me dijo ‘George, ve y termina con la tiranía en Irak’. Y lo hice», declaraba en una entrevista a The Guardian.

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Nota IMDB: 6,4.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 4.

El resplandor

9 Dic

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Año: 1980.

Director: Stanley Kubrick.

Reparto: Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd, Scatman Crothers, Joe Turkel, Philip Stone, Barry Nelson.

Tráiler

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          A Stanley Kubrick puede considerársele un autor transformador de géneros. Es decir, que pone su sensibilidad, talento e intereses por encima de los códigos y las convenciones propias del terreno por donde escoge encaminar su filmografía. Por ello, a la hora de adaptar la novela El resplandor, de un escritor fundamental en el terror, Stephen King, el cineasta optaría por ahogar su dimensión sobrenatural en favor de una mayor ambigüedad, más vinculada a una exploración de la enajenación y los arrebatos de locura que pueden hacer en presa en una mente como la de Jack Torrance, arrasada por la frustración -su estancada carrera literaria-, el aislamiento absoluto -el hotel cerrado durante cinco meses de crudo invierno- y unos antecedentes que apuntaban a que el asunto se encontraba ya ahí latente -la alusión a un episodio de «exceso de fuerza» hacia su hijo-.

Pero, además, esta naturaleza maligna se enraiza a través del relato con el catálogo de depravaciones y atrocidades que se manifiestan a través de los espíritus del siniestro hotel -otro holocausto familiar, fantasmas con terribles heridas, grotescas escenas sexuales- y, de paso, con la cara B de la historia de la forja de la nación -el recuerdo de la expedición Donner, donde los pioneros hubieron de recurrir al canibalismo para sobrevivir en mitad de un territorio hostil-. Un conjunto a partir del cual se podría conformar una subrepticia mirada crítica hacia la sociedad estadounidense -la conminación a Jack para que pase a ser parte de los hombres que cumplen con su deber y que escarmientan a esposas e hijos-.

          De ahí que esos espectros no tengan entidad propia, como en el libro de King, sino que Kubrick los apunte como emanaciones de una psicología trastornada, bien la de un padre desequilibrado que vendería su alma por una cerveza, bien la de un niño con aparentes problemas de sociabilidad, bien la de una mujer al borde de un ataque de nervios. No obstante, esta premisa conduciría a ciertas contradicciones, como por ejemplo en la imposible apertura de la puerta de la despensa, o a momentos ridículos como el final del personaje de Scatman Crothers. Supongo que es complicado subvertir por completo el texto original.

          De igual manera, en el aspecto formal, Kubrick reemplaza los sustos, la impresión repentina, por una constante irritación sensorial -la estridente estética de los interiores, las desaforadas sobreactuaciones y la apariencia de los actores; la banda sonora deformada por el sintetizador y los registros sonoros que incluso convierten el rebotar aburrido de una pelota en metrónomo de lo que parecía música…-. El terror está en esa atmósfera antinatural, bajo la que se convoca la personalidad intangible y malsana del Overlook, prácticamente un estado mental. Mediante la steadycam, el objetivo se arrastra tras los pasos de los personajes en su agobiante recorrido de unos pasillos que son tan intrincados como ese laberinto de setos que les aguarda en el exterior congelado.

          En cualquier caso, esta superposición de Kubrick termina dando de sí todo y acaba siendo más divertido contemplar, mirándo desde fuera la historia al igual que él, qué recursos visuales desarrolla y aplica el cineasta, y no tanto el relato de terror y locura en sí mismo que se cuenta de fondo.

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Nota IMDB: 8,4.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 7.

Lúa vermella

15 Nov

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Año: 2020.

Director: Lois Patiño.

Reparto: Rubio de Camelle, Ana Marra, Carmen Martínez, Pilar Rodlos.

Tráiler

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         En Costa da Morte, la leyenda, la creencia local, vibraba en los entresijos de un documental que exploraba el territorio y sus habitantes. Lúa vermella supone, en cierta manera, el viaje contrario. De nuevo, Lois Patiño recorre este enclave, otrora confín del mundo conocido, pero esta vez para adentrarse de forma más decidida en un relato fantástico que, sin embargo, arraiga en la realidad. El paradigma de ello es Manuel Tajes, ‘El Rubio de Camelle’, personaje central de la obra; un hombre que en vida ha rescatado cuatro decenas de cuerpos del fondo de las aguas y que en este desdoblamiento cinematográfico ha de salvar un pueblo entero. Es decir, que el cineasta trasciende esa realidad de origen para representarla en una dimensión mitológica.

         Lúa vermella es narración sensorial, no literaria. Su historia se cuenta, empapa, a través de la fuerza de la imagen, combinada además con un magnífico trabajo de sonido. Patiño, especializado en capturar las texturas y resonancias del paisaje, desarrolla planos poderosos y subyugantes. Trabajadas composiciones que contemplan una aldea hechizada, atrapada bajo la opresión de un monstruo etéreo hasta la abstracción, cuyo influjo, aparejado a la Luna roja que da nombre al filme, tiñe los fotogramas en el último tramo del metraje. Los vecinos comparecen transidos, atrapados en sus adentros, que se sienten intermediados por la voz en off. Al igual que ellos, la cámara suele estar fija, apenas se desplaza. Solo se concede movimiento a los elementos naturales, eternos y sobrecogedores; así como a las tres meigas -parte de esa vertiente mágica al otro lado del espejo- y, en último término, al Rubio, que erra como alma en pena manifestándose tan solo a través del foley, a la caza del monstruo esquivo. ¿Es el mar, que se cobra insaciable un tributo en vidas humanas? ¿Es la presa, que violenta la armonía natural?

         El emergente cine gallego, de marcada personalidad, parece desarrollar una querencia por escarbar en esta aura fabulosa de la tierra de la que nace. En la magnífica apertura de O que arde, otros monstruos perturbaban la paz de un bosque milenario. En Trinta lumes, el rural abandonado parecía desgajarse del tiempo para entrar en el terreno de la ensoñación. Con un ligero desvío, en Dead Slow Ahead, la cotidianeidad a bordo del carguero Fair Lady se desquiciaba hasta convertirse en un viaje fantasmagórico. En Lúa vermella, es este poder de las imágenes y del sonido el que induce la hipnosis que permite transformar este escenario natural, incluso constumbrista, en un universo fascinantemente fantástico.

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Nota IMDB: 6,2.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 8.

El bosque animado

25 Sep

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Año: 1987.

Director: José Luis Cuerda.

Reparto: Alfredo Landa, Tito Valverde, Alejandra Grepi, Miguel Rellán, Fernando Rey, Encarna Paso, Laura Cisneros, José Esteban Alenda, Luma Gómez, Amparo Baró, Alicia Hermida, María Isbert, Paca Gabaldón, Manuel Alexandre, Luis Ciges, Antonio Gamero.

Tráiler

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          Galicia es probablemente una de las regiones españolas que más se presta a la proximidad a cierto realismo mágico, el cual conectaría con unas raíces paganas fuertemente vinculadas a una naturaleza exhuberante y a unos modos de vida rurales vinculados a ella; a una concepción de ‘terra meiga’ apreciada como elemento definidor del «sitio distinto», como identidad propia en un mundo globalizado; pero también explotada desde el tópico amable e inocuo o incluso paternalista.

Sea como fuere, es una huella que puede apreciarse en la obra literaria de autores como Álvaro Cunqueiro o Wenceslao Fernández Flórez. En El bosque animado, este último plasmaba con sentido lírico, profunda ternura y melancólico humor ese sentimiento de un mundo que se agota, acorralado por el predatorio avance de la sociedad moderna. Las fragas de Cecebre se transformaban así en un microcosmos donde un grupo de personajes ponen en común sus quehaceres, preocupaciones y esperanzas cotidianos, participantes de un ciclo eterno donde la vida y la muerte se encuentran en fluida comunicación, con la naturaleza como hilo conductor.

          La adaptación de José Luis Cuerda y Rafael Azcona de El bosque animado comienza dedicándole varios minuto de metraje, en solemne y recogido tributo, al bosque atlántico que encuentra cerca del Cecebre original, en Sobrado dos Monxes. La localización, que ha de esmerarse en hallar un espacio libre de plantaciones de eucaliptos invasores, es en sí una muestra de estos apesadumbrados temores que, bajo la forma de un poste de la luz, expresaba Fernández Flórez, probablemente compartidos por dos cineastas de opuesto prisma político pero fuerte talante crítico contra los atropellos del mundo contemporáneo, algunos de ellos presentes en este rincón apartado en el que, como ocurre en todas partes, chocan los que se aprovechan contra los que solo les queda soñar -con la chica, con convertirse en un temible bandido capaz de asaltar la casa del cura, con dejar atrás el hambre-.

          Centrado el filme en los pasajes protagonizados por humanos, el cariño con el que el literato juntaba a sus personajes -casi nunca ejemplares- comparece aquí intacto, reforzado por el carisma que les imprimen actores como Alfredo Landa o Miguel Rellán. Y pueblan un escenario donde, dentro de esta atmósfera por momentos bucólica -el sol entre las ramas, el perenne canto de los pájaros- y misteriosa -la bruma que se extiende en las noches donde vagan las ánimas en pena-, las imágenes tampoco se recrean en un pintoresquismo de postal, una poesía de nostálgico sentimentalismo o un artificioso esoterismo folclórico, sino que todo está integrado con modesta, delicada y coherente naturalidad.

La escena del entierro, que es terrible pero a la vez dulce e incluso cómica, resume a la perfección el espíritu de esta obra y el complejo equilibrio que consigue el tono narrativo -cuyo camino, no obstante, es menos oscuro que a donde lo conducía el escritor-. No se comparte, por tanto, la mirada ignorante y espantada de las señoras de Madrid que buscan en la recóndita Galicia un remedio a sus problemas de nervios. Y esa misma naturalidad y coherencia se aprecia en la solidez y fluidez con la que Azcona condensa los relatos dentro de esa canción en la que se cantan las alegrías y las miserias de un rincón que es, a la par, particular y universal.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 7,4.

Nota del blog: 7,5.

El séptimo sello

27 Jul

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Año: 1957.

Director: Ingmar Bergman.

Reparto: Max von Sydow, Beng Ekerot, Gunnar Björnstrand, Nils Poppe, Bibi Andersson, Gunnel Lindblom, Åke Fridell, Inga Gill, Bertil Anderberg, Inga Landgré, Maud Hansson.

Tráiler

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         Es inevitable entrar en contacto con la fragilidad humana, chocar de improviso con la muerte. Es parte de la propia vida. Pero, al mismo tiempo, es el último y más terrible misterio.

Antonius Block compara su existencia con una búsqueda constante. En gran medida, sus temores son los de su autor, Ingmar Bergman. Es él quien se bate en duelo con una muerte que, en el oscuro siglo XIV, es dueña y señora de un mundo arrasado por la guerra, el hambre y la peste. Con todo, puede apreciarse una vocación coral, polifónica, en El séptimo sello. Al lado del caballero, comparten su camino otras gentes que ofrecen distintas aproximaciones al asunto: un descreído escudero cuya única y vitalista devoción parece ser una lujuria muy terrenal; una pareja de cómicos en comunicación con lo divino y lo humano; un predicador a quien el idealismo delirante le ha mutado en nihilismo despiadado; un pintor que trata de capturar la verdad.

         El blanco y negro de la fotografía es imponente, al igual que la tajante sobriedad de la puesta de escena, semejante a los de los ‘jidaigeki‘ de Akira Kurosawa, y que se traslada a unos diálogos tan contundentes como cargados de contenido. La angustiada mirada del caballero, vacío, en tortuosa crisis de fe, contrasta de hecho con las escenas protagonizadas por estos actores itinerantes y su hijo. Bendecidas por el sol, estas poseen un aspecto bucólico, esperanzado incluso. Aunque tampoco se encuentran libres de la irrupción de esa sordidez apocalíptica con la que el cineasta sueco expresa la desesperación de la humanidad al verse cara a cara con la Parca, la cual deja escenas, como la llegada de la comitiva de penitentes, sacadas de una película de terror. Pero hasta ellos pasan, mientras que el recuerdo de un cuenco de leche recién ordeñada, unas fresas recién cortadas, una grata compañía y un cálido atardecer puede guardarse para siempre. El séptimo sello recorre, con rotunda expresividad, desde lo espantoso hasta lo reconfortante, desde la desolación hasta, por qué no, cierto optimismo que se abre camino con duro esfuerzo.

         En este viaje, en esta búsqueda constante, Bergman arroja preguntas existencialistas y se interroga -como era especialmente recurrente en este periodo de su obra- acerca del silencio de Dios, clamoroso ante el horror que asola la Tierra. También sobre los caminos del arte y sobre su función respecto de estas cuestiones trascendentes. Su capacidad para adentrarse en las profundidades de lo metafísico y lo filosófico, su fuerza para despertar reflexiones. La resignación del pintor por su obligación de realizar frescos divertidos puede sonar a autojustificación, prorrogada acaso por ese pequeño aunque disonante tramo de comedia matrimonal asumida por un ignorante cornudo. No obstante, Antonius Block se aflige por la futilidad de la vida, si bien descubre a la par el valor tanto de los pequeños placeres como de las grandes acciones. Hay maneras quizás no de vencer a la muerte, pero sí de aceptarla con paz de espíritu, de danzar con ella, compañera inevitable, comprendiendo el miedo.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 9,5.

La posesión

24 Jul

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Año: 1981.

Director: Andrzej Zulawski.

Reparto: Sam Neill, Isabelle Adjani, Heinz Bennent, Michael Hogben, Shaun Lawnton, Carl Duering, Joanna Hofer, Maximilian Rüthlein.

Tráiler

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         Más allá de cualquier consideración, no es ocioso afirmar que La posesión es un drama de pareja como pocas veces se ha visto. Su título ya juega con la polisemia: una relación tóxica, en la que se observa a la pareja como propiedad inalienable, y un apoderamiento del espíritu por parte de un ente sobrenatural, presumiblemente diabólico o quizás divino. Con Andrzej Zulawski es difícil saber. Él mismo se encontraba exorcizando los demonios de su propio divorcio.

         En su delirio, el marido imagina a su mujer infiel como una criatura poseída mental, física y sexualmente por el mal. O al menos, a tenor de las pistas que desliza el texto, es una de las interpretaciones que se pueden trazar en este argumento que toma rasgos del melodrama familiar para deformarlos en una histeria psicótica. El Muro de Berlín, bajo el que se desarrolla una acción que también deja tras de sí alusiones alucinadas al cine de espías, ejerce asimismo de elemento simbólico acerca de una humanidad enloquecida y homicida, como podría reafirmarse igualmente en el desenlace.

De entre estas rendijas brota torrencial el fantástico. En efecto, hay alguna escena de posesión física en los túneles del metro que podría equipararse a las del clásico El exorcista, y hay criaturas abominables que nacen y se alimentan del mal -y no tienen por qué tener tentáculos-. Pero es como si se hubiera desnudado casi por completo de texturas y sugerencias a la obra de William Friedkin o a una incursión onírica de David Lynch. Más cercana probablemente a David Cronenberg -un autor para el que la degeneración moral cobra cuerpo, materia o patología, y que no por nada había plasmado las monstruosidades de su propio divorcio en Cromosoma 3, dos años anterior- es una desnudez tan patética como aterradora. Y, desde luego, incómoda, que es la sensación predominante a lo largo del metraje.

         Esos tramos donde termina de consolidarse lo grotesco ni siquiera tienen ya los constantes, raudos y perturbados movimientos de cámara que caracterizaban el arranque de la película, y que en parte regresan hacia su conclusión. Los cortes entre escenas son igualmente agresivos, conformando una mirada altamente inestable hacia un mundo enfermizo, degenerado; devorado por un cáncer que lo reduce a espacios revueltos, a ruinas arquitectónicas, a lugares vacíos e impersonales. Sam Neill se mueve como en una pesadilla lúcida, viscosa y agobiante, de la que no puede despegarse. Todo ocurre a una velocidad distinta a la normal, todo va desgarrando el tejido de lo lógico. El contacto invasivo. La hipergestualidad. Los comportamientos irracionales. La espiral de obsesión y crueldad.

         El exceso forma parte nuclear de la oscuridad que dibuja Zulawski. Pero, ¿sobreviviría La posesión sin despeñarse en lo ridículo de faltarle Isabelle Adjani? Es probable que no, examinando en contrapartida la poco convincente sobreactuación del intérprete norirlandés. La belleza etérea de la francesa, sus ojos fuera de las órbitas, su estallido visceral y su convulso arrebato ensalzan un papel tremendamente exigente, en lo físico y lo psicológico. Se asegura que intentó suicidarse una vez concluida la transformación. Un acto que se diría tristemente acorde con esa esencia mórbida e inhumana que deja impregnada el tour de force que es este fime, hipnótico, tortuoso y malsano, y también desconcertante, kitsch y exagerado.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 7,5.

El viaje de Chihiro

13 Jul

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Año: 2001.

Director: Hayao Miyazaki.

Reparto (V.O.): Rumi Hiiragi, Miyu Irino, Mari Natsuki, Akio Nakamura, Ryūnosuke Kamiki, Yumi Tamai, Bunta Sugawara, Takashi Naito, Yasuko Sawaguchi.

Tráiler

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         Aseguraba Hayao Miyazaki que El viaje de Chihiro es una reacción contra una ficción infantil y juvenil que percibía frívola y alienante. El viaje de Chihiro es el relato del viaje iniciático que emprende una niña de 10 años inmersa en pleno cambio traumático -la adolescencia, la mudanza- que ha de valerse por sí misma para entrar en la edad adulta. Al igual que la Alicia que se adentra en el país de las maravillas -o, en una influencia local, la protagonista de Un pueblo misterioso más allá de la niebla de Sachiko Kashiwaba-, la de Chihiro es una odisea al otro lado del espejo en el que la madurez le permita recuperar y ser digna de su propio nombre, reducido a un simple número por un encantamiento. La conquista de la propia identidad.

Su adentramiento en un mundo olvidado de dioses y espíritus, ubicado en un lugar recóndito al que ni siquiera un flamante 4×4 puede llegar, sigue la llamada de los elementos, que ella aún es capaz de sentir desde su percepción todavía no contaminada por la ceguera de sus mayores. Es un microcosmos en el que Miyazaki despliega una extraordinaria imaginación, basada asimismo en un folclore que, por su parte, también amenaza con perderse en la nada, en el olvido, quizás como el reino de Fantasía de La historia interminable, al que solo puede salvar la capacidad fabuladora de un niño. Al fin y al cabo, no todos somos ya capaces de ver a un vecino como Totoro.

         Esta profusión de referencias a la tradición cultural japonesa no es en absoluto un inconveniente para la comprensión y el disfrute de la historia, dado que también tiene mucho del viaje quintaesencial del héroe -…que aquí destaca por su antiheroismo, por sus habilidades y su aspecto del todo corrientes-. Son asuntos eternos y universales, intrínsecos al ser humano, escenificados desde esa identificable personalidad del cineasta a través de un intrigante y sorprendente mundo que se rige por una magia sobrehumana, sí, pero también por elementos reconociblemente terrenales, cotidianos; todo ello integrado con perfecta coherencia, estimulándose recíprocamente.

En este recorrido, pues, aparecen valores vinculados a una visión crítica de la sociedad contemporánea, como la contaminación medioambiental -el deformado dios del río-, el consumismo desenfrenado -la voracidad de los padres y del Sin Cara- o el materialismo obsesivo -la codicia del oro, su putrefacción cuando uno es consciente de que ha perdido algo verdaderamente precioso-. Son parte de los desafíos a los que debe hacer frente Chihiro, quien desde su humanidad es, como muchos de los héroes de Miyazaki, la humilde encargada de redimir simbólicamente a sus semejantes.

         El viaje de Chihiro es una experiencia delicada y compleja, impactante e inspiradora, fascinante y emotiva. Su aventura no está infantilizada con condescendencia ni juega con el cinismo de conceder constantes guiños cómplices al público adulto, de la misma manera que su conciencia y su espiritualidad se conjugan con el rechazo de la moralina barata. Asume la mirada de la protagonista con rotunda honestidad y madurez. Chihiro se enfrenta a dificultades que no regatean los aspectos más ásperos o terribles de la vida -desde la necesidad del esfuerzo hasta la violencia y la muerte-, como tampoco lo hace con los más gratificantes -la amistad, la dignidad, la empatía, la bondad, la autorrealización-. Y su viaje es el nuestro.

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Nota IMDB: 8,6.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 10.

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