Año: 2016.
Directora: Maren Ade.
Reparto: Sandra Hüller, Peter Simonischek, Michael Wittenborn, Thomas Loibl, Trystan Pütter, Ingrid Bisu, Lucy Russell, Vlad Ivanov.
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En una película acerca de los tópicos que coartan la existencia y la felicidad humana en su vida en comunidad, se diría lógico que su mismo argumento nazca de dos aparentes clichés dignos de telefilme o cuanto menos profusamente sobados: el del padre que sacrifica su dignidad en favor de su descendencia y el de la persona ambiciosa que requiere de la intromisión de un elemento perturbador -e incluso perturbado- para tirar abajo los estrictos esquemas que, convertidos en imposición enfermiza, deshumanizan su vida.
Toni Erdmann explora las contradicciones que se dan en la sociedad occidental contemporánea entre la naturaleza de uno -sus apetencias, sus necesidades íntimas, sus caminos de realización personales, su forma de ser…- y los disfraces que se visten a causa de los condicionamientos ajenos -el concepto de éxito expandido a la carrera profesional, a las relaciones sociales, al deseo y su materialización consumista…-. Una incoherencia que el filme personifica en la figura de Ines (Sandra Hüller), desesperadamente insatisfecha en su espacioso apartamento, su sofisticado vestuario, sus importantes reuniones y sus fingidas llamadas telefónicas con las que se refugia de exponerse a aquellos que más la conocen y que más pueden detectar su fingimiento. Uno de ellos, precisamente, su bromista padre Winfried (Peter Simonischek), que por su parte emplea disfraces -estos literales, como si fuese un Mortadelo germano- a modo de lubricante social y, por tanto, como herramienta para reconquistar y reconducir a esa muchacha que se hunde en el vacío y el sinsentido.
Sin embargo, distanciándose del lugar común, el desarrollo del drama no tiende a la convergencia regeneradora, sino a la confrontación. A establecer un pulso entre ambos personajes y la manera en la que padecen el mundo y su propio recorrido existencial, pasado, presente y futuro. A que compitan por ver quién de los dos porta la careta más ridícula, que a lo mejor es la misma y el desafío en sí un grito de ayuda ahogado. Una evolución nada complaciente donde estos extremos -que quizás lleguen a tocarse, o no- se manifiestan en último término en la desnudez y el traje de kuker búlgaro.
La coexistencia de amargura existencial y comicidad festiva, fundidos por la pátina de patetismo que barniza la función, demuestra un posicionamiento honestamente dubitativo, que rechaza de nuevo el tópico de las lecciones morales y rehuye pudorosamente el sentimentalismo, ya que además son tendencias que comparten y aproximan a padre e hija, cada uno otorgándolas un peso diferente y con una manera distinta de asumirlas o camuflarlas.
Pero al mismo tiempo, al igual que cuando Winfred incomoda desde el segundo plano, emerge de fondo un retrato agrio -aunque tampoco demasiado complejo- de la Europa bajo el dominio de la Troika y su concepción recalcitrantemente economicista de todo lo que se encuentra bajo su bota.
Se intuye que Maren Ade, directora y guionista de la obra, vierte buena parte de su biografía en el relato, pues confiesa haberse inspirado en su progenitor para escribir el respectivo personaje y, a su vez, su particular autoexigencia puede percibirse en datos como que no le temblase la mano en desechar y refilmar dos días de rodaje al no estar contenta con los resultados obtenidos o que tardase un año en completar el trabajo de edición de la cinta. También en los 162 minutos de metraje, excesivos y que provocan caídas de interés en puntos intermedios de la narración, en especial a causa de su innecesario detenimiento en los quehaceres empresariales de la mujer.
Aunque, a pesar de esta carga privada, Ade no termine de equilibrar la credibilidad de los personajes y sus decisiones -lo que provoca distanciamientos ocasionales-, por otro lado sí es bastante más sencillo para cualquier espectador identificar esa (injusta y estúpida) sensación de vergüenza ajena que en algún momento de la juventud nos han hecho sufrir nuestros padres por el simple hecho de estar liberados de ataduras que, en aquel entonces, a nosotros aún nos atenazaban. Quizás sea cierto que la experiencia sea un grado, parece reflexionar Toni Erdmann a través de Wilfred.
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Nota IMDB: 7,8.
Nota FilmAffinity: 6,9.
Nota del blog: 7.
Contracrítica