Tag Archives: Herencia

Pinky

4 Mar

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Año: 1949.

Director: Elia Kazan.

Reparto: Jeanne Crain, Ethel Waters, Ethel Barrymore, William Lundigan, Evelyn Varden, Griff Barnett, Frederick O’Neal, Basil Ruysdael, Raymond Greenleaf, Dan Riss, Arthur Hunnicut, Kenny Washington.

Tráiler

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          Serie en la que Misha Green recupera los años cincuenta estadounidenses de las leyes Jim Crow para ponerlos, a través de un argumento fantástico, en diálogo con el presente del Black Lives Matter, en Territorio Lovecraft una mujer negra descubre que ha ingerido una poción que la metamorfiza en una mujer blanca, lo que le provoca un dilema entre la fidelidad a sí misma o el disfrute no solo de privilegios sociales, sino de derechos civiles básicos antes vedados por la fuerza del racismo. En Pinky, estrenada en 1949, una enfermera regresa al hogar, situado en un pueblecito de Alabama, y reconoce avergonzada ante su abuela, una limpiadora negra que se ha dejado la espalda lavando ropa para pagarle los estudios, que se ha aprovechado de la insólita palidez de su piel -de ahí su apodo, Pinky, literalmente «sonrosada»- para, por omisión, hacerse pasar por blanca. «He sido tratada como un ser humano, como una igual», alegará entre lágrimas para justificar sus motivos.

          La distancia de siete décadas entre ambas producciones habla de las dificultades del presunto país de la libertad a la hora de abordar y resolver las hondas disfunciones y desigualdades sociales que yacen en su seno, recrudecidas tras la revitalización y aceptación de una vía política ultraconservadora de esencia supremacista, xenófoba y machista. También descubre la valentía de una película que, en su momento, llegó a ser censurada en la localidad texana de Marshall por sus muestras de amor -e incluso de delictuoso deseo sexual, tanto daba- hacia una mujer negra. Curiosamente, ese mismo año también llega a las salas El color de la sangre, que lleva al cine la historia real de un doctor afroamericano y su familia que recurrieron a hacerse pasar por caucásicos en la Nueva Inglaterra de los años treinta y cuarenta para poder mejorar sus condiciones de vida.

No son las únicas obras que desarrollan una reflexión social a partir de esta ‘infiltración’ racial. Ahí está, diez años después, el caso de la joven mestiza de Imitación a la vida. El mismo 1959 en el que, desde el underground guerrillero e improvisado, John Cassavetes exponía las andanzas por un Nueva York jazzístico de tres hermanos afroamericanos, aunque de distintos todos de piel, en Sombras. A partir de esta premisa, Philip Roth continuaba examinando la médula moral de los Estados Unidos en La mancha humanacon posterior versión cinematográfica-. Otras, como la novela francesa Escupiré sobre vuestra tumbatambién adaptada a la gran pantalla– o The Black Klansman, desarrollan feroces ejercicios de violencia y venganza. Historias de conciliaciones imposibles como la que, desde Reino Unido, entregará Crimen al atardecer.

          Pinky no es especialmente optimista en este sentido, aunque es antimaniquea en la composición del paisaje humano de este villorrio que Elia Kazan -¿o quizás ese John Ford que miraba con lírica melancolía al viejo Sur y a quien había sustituido el cineasta grecoamericano después de que el todopoderoso Darryl F. Zanuck lo despidiera a la semana de comenzar el rodaje?- presenta, en primera instancia, como surgido de una ensoñación fantasmagórica, sumido en una suave fotografía que transmite cierto romanticimo ajado, colonizado por el musgo español, erizado con unos vallados que, afilados e irregulares, parecen propios de un cuento gótico. El escenario lo preside de fondo una mansión semirruinosa que, abandonada por los esclavos que la mantenían en pie, resume la decadencia de este viejo paraíso levantado desde el racismo y la reducción del ser humano a simple mercancía.

Sin renunciar a las vías de conciliación -la amistad entre la criada y la señora, producto de la convivencia y el entendimiento directo y sincero-, el relato aborda la pervivencia y sistematización de esta estructura social a través de situaciones donde la denuncia es descarnada y agresiva. Su virulencia se conserva vigente, y por eso es hoy todavía más terrible y potente. Con todo, tal vez se le pueda achacar cierto clasismo a su perspectiva: las principales actitudes de odio proceden de personajes vulgares -e incluso de aspecto desastrado, como el jefe de polícía, o vicioso, como los violadores alcoholizados-. En cambio, a excepción de la señorona litigante, chismosa y advenediza, aquellos que podrían considerarse como la élite social del lugar -la patrona, el médico, el abogado, el magistrado- no muestran una disposición negativa tan clara, si bien con determinados matices -el juez que duda de la palabra- que contribuyen a otorgarle profundidad a la mirada.

          En este sentido, Pinky trata de poner al espectador presuntamente desprejuiciado y progresista ante el espejo, utilizando para ello una figura ajena a este microsmos particular: el novio de la protagonista, un doctor bostoniano que descubre la ascendencia de su enamorada y pone a prueba sus sentimientos tanto desde el punto de vista emocional como racial. Una cuestión que, de hecho, podría girarse hacia el propio estudio, que había rechazado a candidatas como Lena Horne, afroamericana, para darle el papel a una actriz anglosajona, Jeanne Crain, a fin de rebajar inflamables polémicas como la que, aun así, terminaría estallando en Texas.

Sea como fuere, este conflicto orientado hacia la platea se combina con la tensión dramática que experimenta Pinky a raíz de su disyuntiva entre abrazar su problemática herencia o huir de ella hacia un futuro expedito. Hay un recorrido de aprendizaje, un tradicional viaje del héroe al que, sin embargo, Crain tampoco le extrae todo el jugo merced a una interpretación más bien convencionaleso sí, nominada al Óscar-, sobre todo en comparación con la conmovedora dignidad que transmite Ethel Waters –también postulada a la estatuilla en la categoría de actriz secundaria, compartiendo papeleta con otra compañera de reparto, Ethel Barrymore-.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 6,7.

Nota del blog: 9.

Nueve reinas

30 Nov

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Año: 2000.

Director: Fabián Bielinsky.

Reparto: Gastón Pauls, Ricardo Darín, Leticia Brédice, Ignasi Abadal, Tomás Fonzi, Óscar Núñez, Elisa Berenguer.

Tráiler

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         En la primera escena de Nueve reinas, Marcos, experto timador de amplio repertorio de trucos sucios, le advierte a Juan, el principiante pescado con las manos en la masa, de que no se puede hacer «la uruguaya» dos veces en el mismo establecimiento. Es ley. Nueve reinas es una película de estafas y engaños que, como «la uruguaya», no puede hacer su truco dos veces delante del mismo espectador. Aunque, al igual que la dependienta de la gasolinera, uno no recuerde en qué consistía concretamente la artimaña, sigue sabiendo que, en el fondo, en todo lo que observa hay algo que no termina de cuadrar. Y vuelta a ver se le aprecian las costuras; la cartita que desaparece, el pase de manos exagerado, la palabrería que trata de distraer, la atractiva ayudante del mago.

         Nueve reinas es una obra divertida -con algún deje (anti)estético propio del periodo y un par de interpretaciones no del todo afinadas, como la del catalán Ignasi Abadal e incluso la de Leticia Brédice- y que se maneja con agilidad en estos bajos fondos argentinos apoyada en la (inestable) complicidad que se establece entre los carismáticos personajes principales, quienes juegan a la vez el papel de maestro y aprendiz, el de amigos enredados en una relación tóxica y, por último, tal y como se sugiere a través de detalles que mantienen la incertidumbre acerca de la naturaleza del personaje al que da autoridad Ricardo Darín, el de timador y primo.

Una versión a pequeña y pobretona escala del sistema que impera sobre el país austral, según termina de componerse en el paisaje humano y social de la obra. Un pícaro sobrevive, pero solo para ser seguir siendo apaleado en una partida mayor, inalcanzable para él, donde se juega siempre con las cartas marcadas. Pero, al menos, sus lecciones de cinismo superviviente son siempre sugerentes de escuchar, reveladoras dentro de su tendencia a la generalización tajante y jactanciosa. Y de paso, sobrepasando en parte el arquetipo universal, se obtiene un satisfactorio realismo reforzando la veracidad de los hechos y la potencia del retrato personal y nacional.

         El thriller escrito y dirigido por Fabián Bielinski es, de esta manera, una colosal competición de viveza entre tipos dudosos. El joven Juan, que trata de mantener ciertos códigos morales dentro de esta cancha embarrada, nunca puede fiarse por completo de nada. Para un trilero, las casualidades no existen. El relato mantiene constante esta atmósfera de sospecha, de suspicacia bajo la que se otea la tradicional combinación de sorprendentes giros de guion tan característica del género. De hecho, Nueve reinas cierra sus fotogramas en una especie de feria bajo techo que remite a la que Paul Newman tenía en su escondrijo en El golpe, rutilante clásico en estos lares. Aunque, para ello, es tramposa. Es tramposa, por ejemplo, en el sentido de que hay actuaciones y acciones que los personajes realizan exclusivamente de cara al espectador, para engañarlo a él y no al resto de individuos sobre el escenario. De ahí que, como «la uruguaya» no convenga probar suerte más de una vez, por si nos pescan con las manos en la masa.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,8.

Nota del blog: 6,5.

Ran

17 Dic

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Año: 1985.

Director: Akira Kurosawa.

Reparto: Tatsuya Nakadai, Akira Terao, Jinpachi Nezu, Daisuke Ryû, Mieko Harada, Yoshiko Miyazaki, Mansai Nomura, Masayuki Yui, Pîtâ, Hisashi Igawa, Kazuo Katô, Norio Matsui.

Tráiler

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          Akira Kurosawa volvía a las letras universales de William Shakespeare -y a las leyendas de samuráis del Japón feudal y los principios escénicos y actorales del teatro noh, después de adaptar Macbeth en Trono de sangre, tres décadas atrás. La localización espacial o temporal en nada afecta al contenido de sus textos, de sus tratados sobre las pasiones y las disyuntivas humanas.

Ran, cuya trasliteración directa es ‘caos’, será la filmación más célebre de El rey Lear. El cineasta nipón consideraba además que Kagemusha: la sombra del guerrero, había sido un ensayo general para abordar la magnitud de esta obra monumental, en la que muchos veían por entonces el soberbio colofón para la carrera de un maestro que, en aquel momento, ya sufría severos problemas de visión que le hacían delegar la mayor parte del trabajo en sus ayudantes de dirección, a quienes guiaba no obstante con mano firme a partir de sus storyboards y sus pinturas, elaboradas durante largo años con meticulosidad de genio.

          Ran es una película de estética exaltada, de colosales movimientos de masas e imponente reconstrucción histórica. Pero su grandiosidad no aplasta a los personajes, sino que estimula sus conflictos. Kurosawa avanza su posterior Los sueños y sumerge la locura y la condena de Hidetora Ichimonji en una textura de pesadilla. Las ruinas abandonadas en oscuros páramos volcánicos, el maquillaje que deforma los rasgos de los personajes hasta extremos monstruosos, la banda sonora que compone un fondo sonoro sin armonía -que además enmudece en escenas sobrecogedoras como el asalto al tercer castillo-… El cielo que amenaza tormenta y se cierra sobre la cabeza de las criaturas que se arrastran por los parajes, minimizados, alejados de una cámara que prácticamente no concede primeros planos -lo que a veces también puede restarle fuerza enfática-.

Un territorio espectral, abstracto en sus ecos infernales, casi apocalíptico -una ambientación que curiosamente empleará de forma más directa Jean-Luc Godard en su adaptación del texto shakesperiano dos años después-, donde se dirimen las cruentas condenas que impone el destino justiciero sobre los personajes, desencadenantes de la espiral destructiva por sus flaquezas humanas, torpes exudaciones de sus instintos primarios -la violencia como camino para satisfacer toda ambición, la codicia que también se enraíza en los pilares familiares y los aboca a los celos y la traición; la necesidad de la venganza…-, y terroríficamente impotentes ante los sangrientos embates de los hados por esta misma causa.

          En cierta manera, Kurosawa expone el descenso a la locura del patriarca como una consecuencia irremediable tras la adquisición de consciencia sobre sus propios actos; una cuestión que se manifiesta tanto en la deriva de la narración como en ese siniestro escenario. En este contexto, destacaba el contaste luminoso que ofrecía un detalle -el hijo que corta las ramas del árbol para cobijar del sol a su anciano padre- con el que se definía con asombrosa hermosura y expresividad la naturaleza de este individuo, aislado chispazo de belleza y compasión dentro de una tragedia imbuida de fatalista pesimismo.

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Nota IMDB: 8,2.

Nota FilmAffinity: 8,1

Nota del blog: 8.

Las furias

26 Ene

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Año: 1950.

Director: Anthony Mann.

Reparto: Barbara Stanwyck, Walter Huston, Wendell Corey, Judith Anderson, Thomas Gómez, Wallace Ford, Albert Dekker, John Bromfield, Blanche Yurka.

Tráiler

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          Sostienen los tópicos del cine que el western es una actualización de la tragedia griega: un espacio mitológico y atemporal en el que se dirimen con virulencia los dilemas esenciales del ser humano, sus inquietudes vitales y sus conflictos inexorables. Desde su mismo título, Las furias invoca esta solemne trascendencia de los clásicos, y en su argumento conviven tremendos complejos familiares, ambición congénita y anhelos de poder. Ya advierte el texto inicial de que este Nuevo México es un territorio de hombres que crean reinos de tierras y ganado; señores feudales que dominan acres y voluntades.

          El de Las furias es, pues, un Oeste melodramático y grandilocuente, de pasiones exaltadas y excesivas. Demasiado explícito en esas filiaciones trágicas antes citadas, al estilo de memorables obras quasibíblicas como Río Rojo o de desaforado romanticismo como Duelo al sol, que se tomaba con inmoderada seriedad el paso del género a la categoría de arte mayor, que había sido propiciada fundamentalmente por John Ford y La diligencia, amén de su obra posterior -esta sí marcada por una sencillez estructural que, en cambio, servía para acoger complejísimos asuntos existenciales, morales, sociales e históricos-. No por casualidad, Las furias comparte novelista original con la película de King Vidor: Niven Busch, que es además uno de los firmantes del libreto de otro western antiguotestamentario, El forastero, y de otro más de torrencial contenido psicológico, Perseguido, nuevos indicativos de que asumía el género con elevadas pretensiones.

          Con todo, Anthony Mann -que por ejemplo expresará con superior contundencia estás premisas trágicas en la espinosa serie de westerns que filmará junto a James Stewart-, desarrolla el drama con imágenes cargadas de intensidad. La omnipresencia y omnipotencia del patriarca con su posición dominante sobre el escenario, la proximidad incestuosa hacia su hija –el mito de Electra-, los juegos de sustitución entre la figura ausente de la madre, la presente del padre y la novedosa de la amante –el mito de Edipo-; el crepúsculo y la decadencia de este coloso que hasta genera canciones populares… Shakespeare, Freud, la forja de una nación.

Planos que concilian el abundante simbolismo mítico y psicológico del relato con una majestuosa potencia artística, incluso rayana en el esteticismo -el descenso al exilio por una escalera oblicua inundada por la sombra, los rezos previos al ahorcamiento…-. El empleo del paisaje, con unos opresivos cielos nocturnos, de coléricas formaciones nubosas, completan este escenario rimbombante y terrible. La fuerza de la imagen sostiene por tanto la ciclópea -e irregular- arquitectura que propone el texto, acometido por actores arrolladores como Barbara Stanwyck o Walter Huston en el que será su último filme.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7.

La doncella (The Handmaiden)

15 Nov

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Año: 2016.

Director: Park Chan-wook.

Reparto: Tae-ri Kim, Min-hee Kim, Jung-woo Ha, Jin-woong Ho, So-ri Moon.

Tráiler

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           La doncella (The Handmaiden) supone el regreso a Corea del Sur de Park Chan-wook después de su aventura americana, Stoker, así como la recuperación de su trabajo como guionista, al que había renunciado en la anterior para desgracia de la producción, que no obstante mantenía unas cuantas líneas recurrentes de la filmografía del cineasta. Porque en La doncella, una vez más, nada es lo que parece. Tanto o más cuando narra la historia de una estafa protagonizada por dos trileros de barrio bajo coreano y una noble japonesa inocente y frágil, a la que pretenden desplumar su herencia por medio de un matrimonio engañoso y su posterior traslado tras los muros del manicomio.

           Park, libre de nuevo de los grilletes de Hollywood, desencadena igualmente su laberíntica arquitectura argumental para acompañarla de su no menos elaborado estilo formal, abigarrado y en ocasiones excesivo, por ejemplo, en el uso de los movimientos de cámara, tan insistentes y raudos como los giros de guion que propicia la estructura dual del relato: el anverso contra su reverso, el truco sobre el truco.

Por medio de estas maniobras pirotécnicas, el filme permanece en constante fluidez, mutando incesantemente para entretenimiento del espectador, que a partir de una intriga sobre fraudes choca repentina y violentamente en su viaje contra un dilema amoroso donde se discute sobre las inclinaciones viscerales del ser humano hacia ambiciones materiales o sentimentales. Y, más tarde aún, contra una farsa sobre la liberación femenina contra todo y contra todos. Virajes, transformaciones y sobresaltos entremezclados todas ellos con literatura erótica, terror psicológico, teatro de la crueldad y fantasía romántica; siempre sin moderación alguna -y hasta provocando evidentes contradicciones discursivas, en el caso de las escenas de alto voltaje sexual-.

           La doncella resulta arrebatadora por esa misma descarada, audaz y divertidísima desmesura, incluso a pesar de defectos como la renuncia de Park a la concisión narrativa, en especial en las fases más explicativas de la función, donde la obra corre el riesgo de perder su complejo equilibrio. Malsana, sarcástica, voyeurística, hechizante. Potentísima. La arrolladora factura visual no es un artificio puramente esteticista, sino que aparte de para deslumbrar la retina sirve también para sumergirse hasta la cabeza en las relaciones de este triángulo delictivo y amoroso, en las migajas de suspense que deja tras de sí la acción, en el estado mental y afectivo que atraviesan los personajes. En la descomunal caja de juegos y sorpresas que conforma este particular universo, en definitiva.

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Nota IMDB: 8,1. 

Nota FilmAffinity: 7,5.

Nota del blog: 8,5.

Los peces rojos

25 Feb

Como un thriller salido de la mente torturada de Charlie Kaufman y ambientado en la España depauperada de los cincuenta. Los peces rojos, un peliculón como la copa de un pino para la sección de cine clásico de Bandeja de Plata.

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Phoenix

29 Sep

“Creo que el mejor cine, la mejor música y a mejor literatura vienen de Europa. Pero es muy difícil posicionarlo porque el mercado está lleno de basura de mierda, lo cual indica que las expectativas de la audiencia son bajas.” 

Peter Greenaway

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Phoenix

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Phoenix

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Año: 2014.

Director: Christian Petzold.

Reparto: Nina Hoss, Ronald Zehrfeld, Nina Kunzendorf, Imogen Kogge.

Tráiler

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            “Es preferible crear una cara nueva: los resultados nunca son iguales cuando se quiere conseguir el rostro que teníamos y, además, una nueva cara significa una nueva vida”, le aconseja un cirujano a Nelly Lenz (Nina Hoss), protagonista de Phoenix; una mujer retornada del más allá tras ser dada por muerta por el pelotón de ejecución nazi responsable de limpiar su campo de concentración justo antes de capitular en la Segunda Guerra Mundial.

            Nelly Lenz representa el conflicto de todo un país y de todo un pueblo –el judío, o más bien cualquiera que haya sido masacrado por el monstruo del nazismo y, por extensión, el totalitarismo-. Esto es, el combate entre la necesidad de olvidar el horror y la dificultad para desprenderse de la vida previa a ese horror. El imperativo psicológico y social de asumir el trauma y crearse una existencia nueva, puesto que intentar recrear la existencia pasada, exactamente como era entonces, como si nada hubiese sucedido, es imposible.

Para Nelly, esta disyuntiva se manifiesta en sus testarudos intentos de resucitar el calor de su matrimonio junto al pianista Johnny (Ronald Zehrfeld), indemne después del conflicto, y el tormento que le producen los obstáculos que se encontrará en su empeño, sutilmente señalados y distribuidos por el guion: las cruces y los círculos sobre las fotos íntimas, los rumores y las certezas sobre su tragedia, las actitudes y las reacciones de los allegados, etcétera.

            La recreación aludida por el cirujano al comienzo del filme -ese término de lecturas metalingüísticas tan asociado a la naturaleza del séptimo arte-, se expande desde la acepción física a la sentimental: debido a su reconstrucción estética, Nelly acepta el plan de Johnny, quien no la reconoce, para hacerse pasar por su mujer –es decir, por ella misma-, a la que él considera indudablemente fallecida, con el propósito de percibir la herencia de su familia, aniquilada por el monstruo. El encuentro entre los dos amantes y desconocidos se debate entre el romance y el duelo, entretejido en un todo tortuoso y crispado, anhelante y esperanzado.

            Phoenix desarrolla un poderoso juego entre realidad y ficción, entre ilusión y realidad, en el que las claves se aportan con elegancia y un gran sentido de la tensión emocional. Quizás le falta un punto de garra y los intérpretes, sobre todo Zehrfeld, no son especialmente intensos, pero desde luego rehúye con meritoria habilidad de las espurias tentaciones del sentimentalismo y el tremendismo que podrían lastrar, lastimosamente, semejante argumento.

Así, el drama afectivo se conjuga con una intriga privada pero también histórica, que nace del amargo choque entre el perdón y la justicia. Dos corrientes arrolladoras que confluyen para definir con rotundidad la atmósfera social de un país desfigurado que debe saldar cuentas consigo mismo para ponerse en pie y recobrar el paso.

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Nota IMDB: 7,3.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 7,5.