Tag Archives: Mansión

Tras el cristal

8 Ene

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Año: 1986.

Director: Agustí Villaronga.

Reparto: David Sust, Günter Meisner, Gisèla Echevarría, Marisa Paredes, Imma Colomer.

Filme

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          Günter Meisner, que había encarnado nada menos que a Adolf Hitler en las miniseries Winston Churchill: The Wilderness Years y Vientos de guerra, así como en la comedia As de ases, rechazó en primera instancia interpretar el papel que le ofrecía un joven director, Agustí Villaronga, para Tras el cristal, su debut en el largometraje. El guion acerca de un antiguo médico nazi de los campos de exterminio, refugiado en una mansión campestre del extranjero y atrapado en un pulmón de acero tras tratar de suicidarse en un infructuoso intento de atajar su sed de sangre infantil, le resultaba demasiado horrible. Finalmente, terminaría aceptando la propuesta. Según Villaronga, el actor alemán le confesó que no podía sacarse la historia de la cabeza.

          En Tras el cristal, Villaronga expone una reflexión acerca de la mórbida fascinación por el mal y de la perpetuación del horror como si fuese una enfermedad transmisible o hereditaria, donde el componente nazi recuerda a obras precedentes y posteriores como El portero de noche o Verano de corrupción. De hecho, el filme se abre sin hacer prisioneros, reflejando una tortura con trazas de fetichismo sádico en una tenebrosa bodega. Pero se trata de una escena que se contempla también con el uso de un punto de vista subjetivo, implicando al espectador que, a la postre, parece materializarse en la extraña figura de un muchacho que se ofrece a cuidar al hombre, ya tetrapléjico después de ascender desde la bodega hasta la torre para, luego, lanzarse al vacío.

El director balear afronta el tema desde una sordidez que se va infiltrando desde el relato y la imagen. La crueldad de los hechos gana terreno progresivamente dentro de un siniestro juego de poder y dominación, sin ahorrar en escenas escabrosas que comparan abusos y agonías y que se muestran para desafiar esa fascinación de mirar que podría equipararse al ojo y la cámara igualados en los primeros fotogramas. En este camino, la fastuosa mansión y la estética verniega se van deformando en un escenario grotesco y agresivo, hasta que la estancia donde se encuentra encerrado el montruo acaba quedando aislada del tiempo y el espacio, de la realidad, envuelta en una pesadilla delirante, en una fábula de terror. Y, a la par, algo semejante sucede con el rostro de David Sust, de aspecto inocente pero cada vez más afilado por las sombras.

          Con todo, es cierto que la estética de Tras el cristal padece asimismo rasgos deudores de su época que no le sientan demasiado bien, subrayando los aspectos excesivos de una narración de retratos psicológicos extremos. Como es frecuente en la década de los ochenta, se detecta particularmente en determinadas decisiones del montaje y, en especial, en la banda sonora.

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Notaa IMDB: 6,8.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota de blog: 7.

Historias de Filadelfia

17 Abr

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Año: 1940.

Director: George Cukor.

Reparto: Katharine Hepburn, Cary Grant, James Stewart, Ruth Hussey, John Howard, Virginia Weidler, Mary Nash, John Halliday, Roland Young, Henry Daniell.

Tráiler

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         En 1940, Katharine Hepburn llevaba un tiempo arrastrando la etiqueta de veneno para la taquilla de cine. Buscando refugio sobre las tablas del teatro, había triunfado protagonizando Historias de Filadelfia en Broadway, merced a un papel que su amigo Philip Barry había cosido a su medida, tomando el patrón de su personalidad independiente, decidida a romper las convenciones de género de la época, hasta el punto de resultar un tanto antipática o distante para aquellos que se sentían amenazados por su determinación transgresora. Luego, su amante por aquel entonces, Howard Hughes, compraría para ella los derechos de la obra a fin de llevarla a la gran pantalla. Además, Hepburn conseguiría un relativo control de la producción y rodearse así de gente de confianza, caso George Cukor y Cary Grant, con los que había trabajado en múltiples ocasiones anteriores. James Stewart redondearía una apuesta masculina destinada también a guardarse las espaldas en cuanto al gancho popular del proyecto se refiere.

         En efecto, Historias de Filadelfia es una comedia sofisticada de alta sociedad donde, a partir de un cuadrángulo amoroso, se pone bajo la lupa la personalidad de una mujer que, según algunos de sus pretendientes escarmentados, pertenece a una nueva estirpe, las «doncellas casadas americanas», definidas por su orgullo, arrogancia y altivez respecto de sus deberes para con sus maridos -es decir, lo opuesto a lo que posteriormente se denominará en el guion «actuar con naturalidad» o «como un ser humano»-. El célebre plano introductorio expone la situación de un vistazo: la protagonista parte en dos los palos de golf de su esposo mientras lo fulmina con la mirada desde lo alto de la escalera. Desde este punto de partida, el libreto pone en marcha una guerra de sexos que se dedica a minar la posición de Hepburn -generalmente situada por encima de sus compañeros en el encuadre- para, adentrándose en una exploración más íntima a medida que avanza el relato, descubrir que, en el fondo, es una chiquilla vulnerable que necesita amor verdadero, no adoración reverente.

         De haberlas, las afirmaciones sobre la modernidad temática de Historias de Filadelfia convendría ponerlas, pues, entre comillas. Al fin y al cabo, los juegos con los clichés hablan directamente a la sociedad de un tiempo concreto, expuesto por tanto al paso de los años y a los cambios de sensibilidad social -y humorística-. Aquí, las posiciones iniciales de autonomía y autorrespeto femenino quedan en entredicho a cambio de unos cruces de insinuaciones pícaras y sentimentales que son el material con el que se construye el enredo, siguiendo los patrones de ese subgénero denominado ‘comedy of remarriage’, que en aquella época tenía bastante tirón, con Grant como estandarte masculino -y acompañado de Hepburn ya en ejemplos previos como La fiera de mi niña-.

Los líos de acciones y de intercambios verbales se suceden a buen ritmo, con algunas muestras de chispeante ingenio. La química entre Hepburn y Grant estaba sobradamente probada, pero destaca igualmente la afinidad que la estrella luce con Stewart, en especial en una escena nocturna y climática. A pesar de que él mismo consideraba que su elección para el personaje no era demasiado adecuada, el bueno de Jimmy también demuestra que tiene talento para encarnar a cínicos desencantados y para hipar una borrachera.

         En cualquier caso, Hepburn lograría reconducir su carrera cinematográfica, nominación al Óscar incluida.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 7.

La llorona

17 Nov

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Año: 2019.

Director: Jayro Bustamante.

Reparto: María Mercedes Coroy, Sabrina De La Hoz, Julio Diaz, Margarita Kénefic, María Telón, Ayla-Elea Hurtado, Juan Pablo Olyslager.

Tráiler

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          Como apunta su título, referencia a la leyenda centroamericana sobre el alma en pena de una mujer que arrastra su maldición por un espantoso pecado, La llorona es un relato de terror, con fantasmas y posesiones espectrales. Sin embargo, es una manifestación fantástica y macabra mediante la cual Jayro Bustamante denuncia un terror verdadero, concreto, persistente y, por ello, todavía más estremecedor. La búsqueda de la justicia del espíritu que atormenta la engañosa paz de los vivos se corresponde, por tanto, con la reparación a través de la memoria histórica.

          Bustamante se dio a conocer internacionalmente con su primer largometraje, Ixcanul, primer filme guatemalteco en acceder a la preselección al Óscar a la mejor película de habla no inglesa. En este debut ya comparecía un sentido crítico hacia la realidad del país, en especial en relación al inveterado racismo hacia la población indígena, que se expresaba también con el solapamiento de elementos sobrenaturales. Su segunda cinta, Temblores, en la que se aproxima a la homofobia predominante en su sociedad, prolongaba esta mirada que, ahora, se confirma de nuevo con La llorona.

El punto de partida de la obra -que incluye la simbólica participación de la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchúse inspira en el fallido proceso judicial al general Efraín Ríos Montt, uno de los dictadores latinoamericanos más despiadados del siglo pasado, condenado por genocidio después de que, bajo su corta presidencia de apenas 17 meses, fueran arrasadas unas 400 comunidades indígenas, masacradas hasta 10.000 personas y desplazadas de sus hogares otras 29.000, según calculan organizaciones de derechos humanos. Aun así, un tecnicismo dejó sin efecto los 80 años de reclusión en prisión militar y Ríos Montt -que a la postre no era más que un continuador de una funesta constante en Guatemala, en guerra civil durante más de tres décadas hasta 1996– falleció en abril de de 2018 a causa de un infarto, bajo arresto domiciliario y mientras sus abogados pleiteaban para conseguir sucesivos aplazamientos de nuevos juicios.

Bustamante encierra pues a su general en una suntuosa mansión que, a pesar del cordón policial, es franqueable para las fuerzas que sobrepasan el entendimiento humano. Desde el arranque, el cineasta sumerge la historia en una atmósfera inquietante -los rezos de la familia y la vista judicial, emparejados con un plano idéntico que se va abriendo- en la que deja percibir la presencia de lo sobrenatural por medio de la sugerencia. Pero los fantasmas del más allá invaden igualmente la casa de forma literal: son las cuartillas con los rostros y nombres de los desaparecidos o asesinados que arrojan, como envoltorio de ladrillos y piedras, la masa de manifestantes concentrada ante el lugar -un omnipresente ruido que, desde el fuera de campo y gracias a un notable trabajo en la realización, mantiene siempre viva la cuestión que subyace de fondo-. Esa parcela de realidad cruda se percibía asimismo en la separación que se traza entre los criollos y los indígenas: los rasgos de los actores, el idioma, la creencia, la posición social, en la arquitectura y en el plano…

          No obstante, La llorona es cine de terror hibridado con el drama familiar, que es la dimensión desde la que se aborda el conflicto en último término, pues es la que ofrece el punto de anclaje para trazar equivalencias entre ambos mundos -el marido desaparecido-, ahondar en la comprensión -el ponerse en la piel del otro y experimentar su trauma en primera persona- y, finalmente, aventurar un brote de redención al que Bustamante dota de un evidente peso femenino -y que, por tanto, podría conectar con la sensibilidad de Temblores y su cuestionamiento de los valores tópicos, tóxicos y cerrados de la virilidad-. A ello se llega a través de un clímax algo brusco en comparación con la exposición precedente y tras una narración de ritmo un tanto moroso, quizás equiparable a la languidez de Sabrina de la Hoz como heredera -y potencial víctima- de un monstruo auténtico.

Cabe decir que la Corte de Constitucionalidad de Guatemala vetó el pasado mayo la candidatura presidencial de la hija de Ríos Montt a las elecciones de junio. Aunque fue diputada en el Congreso guatemalteco entre 1996 y 2012 y sí había logrado presentare a los comicios de 2015, en los que obtuvo cerca del 6% de los votos.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 7.

Parásitos

4 Nov

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Año: 2019.

Director: Bong Joon-ho.

Reparto: Choi Woo-sik, Song Kang-ho, Park So-dam, Jang Hye-jin, Cho Yeo-jeong, Lee Seon-gyun, Jung Ji-so, Jung Hyun-jun, Lee Jeoung-eun, Myeong-hoon Park.

Tráiler

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         Michael Moore comentaba acerca de Joker, vencedora del último festival de Venecia, que es una película habla sobre «el Estados Unidos que Trump nos ha dejado», esto es, un país «donde los inmundamente ricos se vuelven más ricos e inmundos». La lucha de clases, la revuelta de los desesperados contra el statu quo plutócrata, es uno de los elementos que avalanza el filme hacia una violenta catársis. En Parásitos, triunfadora en el  ultimo festival de Cannes, una  familia de marginales que sobrevive a duras penas en un semisótano se las apaña para engañar a una familia acaudalada para que los vaya contratando uno a uno y poder instalarse así, como quien no quiere la cosa, en su elegante mansión. Aunque la metáfora social que subyace bajo esta tragicomedia, bañada en mala baba, es todavía más complicada gracias a los giros que se reserva el guion. Y, precisamente, el olor a inmundicia desempeñará un papel fundamental para su desenlace.

         Bong Joon-ho, que sobrevivió a su periplo internacional sin renunciar a su personalidad –Rompenieves (Snowpiercer) y Okja, precisamente dos fábulas que arremeten contra el clasismo y el ultraliberalismo-, es un autor que emplea este corrosivo sentido farsesco como una lupa con la que desvelar la injusticia, la mezquindad y el absurdo que domina la Corea contemporánea, extensible luego al resto de países de la OCDE -e incluso, poniéndola al sol, con la que achicharrar a los pobres individuos que retrata en ellas-. También es un experto en crear historias insólitas que, a la par que sorprendentes y salvajes, poseen por debajo múltiples capas críticas, sembradas de explosivas cargas de profundidad.

         En Parásitos, el cineasta coreano planta a dos familias en confrontación, conviviendo en un espacio cuya estrechez no hace más que evidenciar la honda brecha que los separa. Es difícil saber a cuál de ellas se refiere el título, si a aquellos que tratan de invadir y robar las migajas a los poderosos o a aquellos que explotan sin miramientos a quienes, por culpa de la inequidad del sistema, se ven en la obligación de subastarse hasta las últimas consecuencias por dos monedas. La miseria financiera, la miseria moral.

Bong no toma partido; los golpes se van repartiendo por igual entre unos pudientes aislados de la cruda realidad que los rodea y unos parias a quienes las circunstancias empujan a las malas artes pero que, al mismo tiempo, son gente carente de toda conciencia de clase y de solidaridad. Una dualidad que se complicará todavía más al incidir un tercer elemento en liza, el cual redobla la apuesta por las alegorías subterráneas, las lecturas socioeconómicas y el humor despiadado.

         Bong consigue llevar a buen puerto el complejo equilibrio en el que se mueve la cinta. La precisión formal con la que se filma el escenario confluye con un ajustado ritmo narrativo; el hiperbólicamente sarcástico juego con el cine de género -una intriga de surrealismo e incluso terror de interiores que firmaría Roman Polanski– engrasa la agresiva denuncia a la que va dando cuerpo -con imágenes simbólicas que despertarían la sonrisa de Luis Buñuel-. Lo indignante, lo sublime y lo grotesco del relato. El divertimento lúdico y la riqueza del fondo para debatir. La comprensión y el maltrato hacia sus personajes; la ternura y la ruindad que desprenden. Creatividad, entretenimiento, rotundidad.

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Nota IMDB: 8,5.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 8.

El unicornio

29 Jun

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Año: 1975.

Director: Louis Malle.

Reparto: Cathryn Harrison, Therese Giehse, Joe Dallesandro, Alexandra Stewart.

Tráiler

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         En los setenta, década desencantada y paranoica, Alicia no podía ir a parar al país de las maravillas. A bordo de un Honda 600 Coupe, la Alicia de El unicornio arriba a una distópica campiña francesa azotada por una guerra sin cuartel entre hombres y mujeres. El tópico cinematográfico de la guerra de sexos trasladado al argumento de manera literal. Pero, antes, la joven había abierto el filme atropellando a un inocente y pacífico tejón en una escena que sienta el tono de esta fábula atípica -o visión profética- de Louis Malle, ubicada difusamente entre lo bucólico y lo inquietante, entre el cuento de hadas y el apocalipsis bíblico, entre el sueño y la pesadilla, entre lo ancestral y lo futurista. Después, guiada por el unicornio que hace las veces de conejo blanco, la obra se desarrollará en una insólita mansión -el apartado refugio del cineasta en el mundo real- donde los animales hablan, las ancianas maman leche y los gemelos de distinto género comparten nombre.

         Por momentos parece que Alejandro Jodorowsky se ha apoderado de los fotogramas, delirantes y dotados de un simbolismo abierto a amplias interpretaciones. Se diría intuir en ellos motivos religiosos de diversas extracciones -cristianos, con una cohorte de ángeles y querubines en un limbo extraño; hindúes merced a la decisiva pintura del Ramayana; del romanticismo pagano, con unas criaturas fantásticas que habitan una granja donde se canta la leyenda de Tristán e Isolda– desde los que parte una especie de pecado original que condena al enloquecido ser humano -el enfrentamiento entre hermanos, el enfrentamiento entre sexos-. O no. Es lo que tiene la escritura automática del surrealismo, para bien y para mal.

         Malle sumerge el relato en un estado hipnótico e irracional, cautivador pero, al mismo tiempo, subrepticiamente desasosegante. No hay sol ni sombra en su fotografía, donde la belleza del campo aparece húmeda y apagada por las nubes. Hay sensualidad y sexualidad en sus imágenes, imaginación y locura, candor y violencia, vida y muerte. El unicornio, pues, es tan desconcertante como sugerente.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 6,1.

Nota del blog: 7.

Jurassic World: El reino caído

18 Jun

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Año: 2018.

Director: Juan Antonio Bayona.

Reparto: Chris Pratt, Bryce Dallas Howard, Isabella Sermon, Rafe Spall, Justice Smith, Daniella Pineda, Ted Levine, Toby Jones, BD Wong, James Cromwell, Geraldine Chaplin, Jeff Goldblum.

Tráiler

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          Hay una tendencia en el cine comercial hacia la marca, hacia la franquicia como estrategia. Los antiguos estudios se han reciclado en casas mercantiles, como Marvel o Star Wars, explican los expertos. El cine se serializa mediante la repetición o la reformulación de una receta preestablecida que se controla con visión de conjunto, con independencia de unos capítulos muy pautados, en los que la voz propia del cineasta -que en muchas ocasiones ha sido fan antes que realizador del producto- posee un escasísimo margen de maniobra dentro de esta uniformización del conjunto, que mediante libretos diseñados en base a estrategias casi estrictamente mercadotécnicas, busca tanto la aprobación explícita del otrora ‘friki’ -erigido en ente social normalizado a través de su condición de consumidor poderoso- como la capitalización de su pasión, hasta exprimir la última gota entrega tras entrega. El sentido de la maravilla se agota antes o después. La sorpresa acostumbra a quedarse fuera de la ecuación, pues es un valor artística y económicamente volátil y, además, fugaz por naturaleza.

          «Parque Jurásico fue mi Star Wars«, sostiene Chris Pratt en una declaración orgullosamente generacional. Parque Jurásico es otra de estas marcas refundadas y apenas remozadas. Jurassic World mostraba su autoreconocimiento posmoderno como consciente juguete nostálgico prácticamente como única novedad. Con unos cuantos diálogos de lectura claramente metalingüística -y disculpatoria por parte de los guionistas-, la película llegaba a admitir la imposibilidad de asombrar ya a nadie con una galería de dinosaurios corrientes y molientes. De ahí el indominux rex -que tampoco es que fuese la repanocha de imaginación-. Pero muerto el bicho más grande, ¿ahora qué? El estallido de la isla Nublar, de primeras, recalca la necesidad de clausurar definitivamente el parque.

La parte irredimiblemente tonta de Jurassic World no era ceder a la tentación de ver luchar a un velociraptor junto a un tiranosaurio, el uno cabalgando a lomos del otro. Esa es la indulgencia friki que decíamos. La parte tonta era la trama militar, que ni siquiera tenía gracia como delirio. Pues bien, esa visión presuntamente crítica de la utilización del dinosaurio como superarma biológica centra en gran medida Jurassic World: El reino caído. En realidad, esta decisión parece una evidencia del agotamiento de las posibilidades argumentales de la saga, y de que Derek Connolly y Colin Trevorrow -que cede la silla de director a Juan Antonio Bayona- no saben bien qué hacer con lo que tienen entre manos. El juguete del dinosaurio está bastante visto, perdido el impulso de esta nueva reedición. Al respecto, intentan redoblar la apuesta crítica con una roma admonición acerca de las apocalípticas consecuencias del ser humano que juega a ser Dios, de lo monstruoso como parte íntima de la propia naturaleza de la especie.

          El carisma campechano y relajado de la pareja Chris Pratt-Bryce Dallas Howard, y la presencia de Ted Levine como villano chusquero, apenas logran evitar que Jurassic World: El reino caído, construida sobre clichés del género que hasta ya habían estado presentes en anteriores capítulos de la serie, caiga en la molicie durante sus dos primeros tercios.

En su tramo final, Bayona -un realizador que ha hecho del «parece Made in USA» su sello de prestigio- trata por fin de reconducir el espectáculo hacia un nuevo terreno, el terror gótico -el caserón, la noche, la niña inocente y el monstruo que llama a la puerta-. Pero tampoco funciona. El monstruo está sobreexpuesto, los movimientos de cámara son demasiado artificiosos y no hay sugerencia. Al igual que en todo el metraje precedente, los sustos y los alivios se conocen al dedillo.

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Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 6,1.

Nota del blog: 4.

La ciénaga

19 Mar

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Año: 2001.

Directora: Lucrecia Martel.

Reparto: Graciela Borges, Mercedes Morán, Martín Adjemián, Leonora Balcarce, Silvia Baylé, Sofía Bertolotto, Juan Cruz Bordeu, Noelia Bravo Herrera, María Micoll Ellero, Andrea López, Sebastián Montagna, Franco Veneranda, Diego Baenas, Daniel Valenzuela, Fabio Villafane.

Tráiler

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         Como emulando el alegórico estanque-vertedero de El ángel borracho, Lucrecia Martel arracima a sus desdichados personajes entorno a una piscina de aguas pútridas, corrompida por la decadencia y la dejadez que dominan el lugar y a sus gentes.

Paralizados como dinosaurios viejos que contemplan el cielo a la espera del meteorito que los extinga definitivamente, los terratenientes de La ciénaga reciben con estupor el agua de la tormenta que se cierne permanentemente sobre ellos y mueven sus traseros, cuadrados con la forma de los asientos, con un arrastrar de zombi.

         Martel arranca a la ofensiva, trazando el marco general levemente satírico donde detallará el retrato de una clase embargada por la decrepitud. La hacienda huele a sudor, a alcohol revenido, a sábanas mil veces usadas, a perro sucio, a sexualidad frustrada o a medio contener.

La realización de la cineasta argentina es hábil transmitiendo estas sensaciones, que se derivan en excreciones sociales y vicios como el racismo expansivo, el clasismo endogámico, el alcoholismo, los celos, la envidia, la ignorancia… de nuevo con sus pares físicos -las malformaciones en los ojos y en los dientes-.

Sus criaturas se repliegan en sí mismas acosadas por el chirrido constante de los insectos, por el incesante crujido del trueno, advertencia de un diluvio sanador que no termina de desencadenarse.

         La visión familiar de Martel se asimila a una visión nacional también empantanada, repleta de fracturas, oquedades y quistes. Probablemente, esta inmersión retratística, estática y no narrativa en su estancamiento consustancial, tampoco requería de un remate de tragedia explícita.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,9.

Nota del blog: 7,5.

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