Crítica de Siempre Alice para Cine Archivo: de los fotogramas a su pañuelo moquero.
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Crítica de Siempre Alice para Cine Archivo: de los fotogramas a su pañuelo moquero.
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“¿Necesitamos la comedia para sobrevivir a la dura realidad? Más bien la realidad ya nos proporciona la comedia preparada para consumir.”
Borja Cobeaga
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Año: 2015.
Director: Juanma Bajo Ulloa.
Reparto: Karra Elejalde, Manuel Manquiña, Arturo Valls, María León, Albert Pla, Rosa María Sardá, Charo López, Santiago Segura, Gorka Aguinagalde, Pilar Bardem.
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Es difícil comprender cómo un cineasta independiente, con carácter y personalidad como Juanma Bajo Ulloa ha tardado 11 años –18, si se cuenta como su regreso a la comedia- para volver a la escena estrenando un proyecto como Rey Gitano, que tiene potencial de gamberrismo y mala uva, pero termina por ser una obra bastante ramplona, explotada promocionalmente como las rentas de Airbag, quizás la cinta menos característica de su universo aunque sin duda la más popular y recordada.
Apegada a la España del momento –o de siempre, advierte con tino el director y guionista-, Rey Gitano resulta una especie de cóctel entre las tiras chuscas de El Jueves y las historietas de Mortadelo y Filemón -quienes por su parte han demostrado su cintura para con la actualidad en su último álbum, El tesorero, básicamente para que la grotesca realidad no le pase por encima y le robe los chistes-. José Mari (Karra Elejalde) y Primitivo (Manuel Manquiña), representantes de las dos Españas reconciliables –recurrente y todavía exitoso caldo de cultivo humorístico, como demostró el taquillazo de Ocho apellidos vascos-, observan desde sus ojos de perdedores incurables y melancólicos el estado de la nación y, al menos a uno de ellos, el nostálgico Primitivo, le duele España.
A la caza de ADN regio por órdenes de un supuesto hijo bastardo del rey, estos dos espías dignos de la TIA recorren los callejones casposos de los poderes fácticos al sol y sombra, la decrepitud de la monarquía y los chanchullos del FMI y las potencias hegemónicas, verosímiles en sus tácticas chabacanas y sus tendencia a la farra de putas y drogas –consultar ‘bunga-bunga’ o la sección lores británicos, por ejemplo-.
Hijos de la chapuza typical spanish y el Spain is different, José Mari y Primitivo retornan al ruedo, como peces en el agua, asimilados por un presente unificado a golpe de cutrerío atávico y eterno, la misma carretera que le ha servido a José Luis Torrente para viajar desde la ranciedad del posdesarrollismo hasta las ruinas de una burbuja de ladrillo y boñiga, pasando por milagro económico de papel de plata, orquesta de pueblo y mundial de fúrbol. Aquella sobre la cual, en una autopista de pago paralela, la nobleza de rancio abolengo, no menos nauseabunda bajo sus ropajes de tela fina y sus modales de colegio concertado, ha sabido asimismo subirse al carro de la modernidad trastocando el paradigma tradicional de señorito dueño de su finca por los conceptos matemáticos de patria-empresa que el cine americano contemporáneo acostumbra a plasmar en medio de una avalancha de codicia y banderas estrelladas.
El fondo de escenario es sólido y aguerrido, pero la mayoría de sus elementos están dibujados a brochazos, transcurren a trompicones y con previsibilidad y apenas se encuentran conectados entre ellos nada más que por el talento cómico de Elejalde y Manquiña, encargados de apuntalar a base de oficio y presencia la pobre arquitectura de la función, acentuada por la anodina puesta en escena del cineasta vitoriano, falta de chispa y de ese punto de fiereza necesario para que prenda definitivamente el polvorín, a excepción de destellos puntuales.
Así, como parte integrante –aunque marginal- de este microcosmos de mugre, corrupción y fluidos, ¿merecían estos pícaros iletrados –y esta película- semejante condescendencia como las que les depara Bajo Ulloa y ser eximidos de sus pecados? En fin, concedámosles una oportunidad de gracia, que la merecen más que toda la fauna que pulula a su alrededor. Porque España –y el mundo por extensión- es una mierda… concluye apesadumbrado Primitivo.
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Nota IMDB: 4,1.
Nota FilmAffinity: 3,5.
Nota del blog: 5.
“En la vida no desarrollamos un argumento, simplemente vivimos. Sentimos algo, que es lo que lleva a una emoción. Y esa emoción, poco a poco, se transforma en historia.”
Andréi Zvyagintsev
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Año: 2015.
Directores: Pete Docter, Ronaldo del Carmen.
Reparto (V.O.): Amy Poehler, Phyllis Smith, Richard Kind, Bill Hader, Lewis Black, Mindy Kaling, Kaitlyn Dias, Diane Lane, Kyle MacLachlan.
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Los manuales de cine marcan como una de las claves fundamentales del estilo exponer las emociones cambiantes de los personajes sin recurrir a la explicitud, revelar su interior dejando un conveniente margen a la asimilación empática del espectador, huir del subrayado melodramático que desvirtúe un relato sensible en una horterada lacrimógena.
En cierta manera, Del revés (Inside Out) es el equivalente a ponerle subtítulos emocionales a Boyhood (Momentos de una vida). Así, el filme narra los avatares de una niña de 12 años que se enfrenta a un periodo de cambios decisivos para su existencia y su formación como persona –la mudanza de su familia desde Minnesota a San Francisco debido al trabajo de su padre-, deletreados al detalle desde las profundidades cerebrales de la protagonista, con cada emoción que siente representada por un personaje caracterizado y un color definitorio que sirve para ordenar visualmente la secuencia afectiva que cada experiencia imprime en su interior.
Sin embargo, lo que a priori se diría un canto al melodrama más obvio y epatante se convierte en una obra compleja y vibrante, que recoge el concepto del Viaje, en mayúsculas, como un proceso de trasformación interior para plasmarlo literalmente. Porque en realidad, para ser sinceros, la protagonista no es la niña en cuestión, y ni siquiera lo son las emociones personificadas –que son planas, como su valor simbólico indica, y su arco dramático pasa por que aprendan a convivir en armonía o, lo que es lo mismo, que la pequeña Riley asuma y acepte cada matiz y cada particularidad del espectro emocional, dulce o amargo, que va trazando su biografía-. La protagonista, casi como si se tratase de un documental ficcionalizado de psicología o antropología, es la naturaleza emocional del ser humano. Y la manera que tiene Del revés de ilustrar esta exposición didáctica y épica a partes iguales es arrolladoramente vívida, cálida y, sí, emocionante.
Del revés es, en primer lugar, un filme nada complaciente. Por supuesto, contiene la ración de buenismo ineludible para una película (también) destinada al público infantil –que la disfrutará a otros niveles, si bien no de forma tan completa como cualquiera que haya pasado por más trances y emociones que ellos-. Y, asimismo, las emociones retratadas se reducen a un número básico e inteligible. Pero, a partir de esos mínimos indispensables, Del revés supera con excepcional, elegante y elogiable madurez los conceptos positivos y negativos absolutos para componer un todo más turbulento, en el que la tristeza y la decepción se incorporan como una parte sustancial de la existencia, imprescindible para conformar la personalidad hasta del individuo más optimista.
La voz cantante de la acción recae en Alegría, pero su compañera de aventura, no por casualidad, es Tristeza. En este sentido, el guion plantea con sutileza que lo verdaderamente azaroso es la preeminencia como jefa de operaciones del cerebro emocional de este hada risueña que encarna los valores más empalagosos del cine infantil, de ahí que la “lectura” de la mente de la madre y el padre de la protagonista desvele, quizás a modo de profecía, que estos otros universos psicológicos se encuentran liderados por figuras alternativas, en este caso la tristeza y la ira respectivamente.
El vitalismo de Alegría no deriva, como parece apuntar el planteamiento y los curtidos prejuicios del conocedor de los clásicos de Disney, hacia un empacho de optimismo ingenuo, engañoso y cursi –como sí lo hace, por ejemplo, el cortometraje Lava que precede a la proyección de la presente-. El relato que desarrolla Del revés es por momentos tremendamente angustioso, acorde a los cambios traumáticos que sufre Riley y a las sensaciones que el espectador reconoce en su ser, lo que despierta una penetrante, melancólica y conmovedora sensación de pérdida, similar a aquella que expresaban con extraordinario acierto otras descomunales películas de Pixar, como Toy Story 3 y, al estilo proustiano, por medio de las papilas gustativas del grisáceo crítico gastronómico Anton Ego, Ratatouille.
Con genuina y saludable honestidad, Del revés redescubre que crecer o madurar significa una exploración fascinante o dolorosa de nuevos horizontes, pero sobre todo –y es la razón por la cual los cambios dan tanto miedo-, a que algo muera en las entrañas. O se olvide, que es sinónimo.
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Nota IMDB: 8,6.
Nota FilmAffinity: 8,3.
Nota del blog: 8,5.
“Seamos lógicos, si lo analizamos todo en términos de plausibilidad o credibilidad no hay guion de ficción que resista la prueba y acabas haciendo un documental.”
Alfred Hitchcock
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Año: 1938.
Director: Alfred Hitchcock.
Reparto: Margaret Lockwood, Michael Redgrave, Paul Lukas, Dame May Whitty, Cecil Parker, Linden Travers, Naunton Wayne, Basil Radford, Philip Leaver, Catherine Lacey, Mary Clare, Emile Boreo.
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Alarma en el expreso es uno de los escalones finales que Alfred Hitchcock escalaría antes de ser reclutado finalmente por el coloso de Hollywood, desembarco que acontecería dos años y una película entre medias más tarde, de la mano del productor David O. Selznick y de Rebeca –que, no obstante, todavía parece una película con denominación de origen británica-.
Alarma en el expreso representa, sin duda, la quintaesencia del cine de Hitchcock, amén de suponer su mayor éxito de taquilla en esta etapa británica de su filmografía. Se trata de un grato divertimento en el que dos personas comunes –una mujer aventurera que vuelve a casa para formalizar un indeseable matrimonio de conveniencia y un entusiasta investigador del folclore centroeuropeo-, se ven envueltos, por azares del destino y de la Historia –el crispado clima prebélico de la Europa de 1938- en una arrolladora trama de misterio, peligro y emoción –la inexplicable e incluso cuestionada desaparición de una anciana a bordo de un tren que viaja a Londres desde un país ficticio bajo el yugo de un régimen fascista-, que además se encuentra aderezada con un malicioso y particular sentido del humor: en un principio, las supuestas actividades de espionaje provienen de una pareja de ciudadanos ingleses que, en realidad, solo están empeñados en conocer el estado de un partido de cricket en ciernes –Naunton Wayne y Basil Radford, que gracias a su excelente química repetirían dúo en cintas como Tren nocturno a Munich, Millones como nosotros y en el episodio cómico de Al morir la noche-.
Desde su costumbrista presentación en el hotel –menos interesante-, los personajes secundarios, bien tratados, aportan un elemento providencial con sus mezquindades y egoísmos particulares para dar forma a un entramado en el que la intriga parte de un juego con la mente alterada de la protagonista (Margaret Lockwood) para luego matizarse y enraizarse en un contexto más tangible, inminente y por desgracia aterrador –la insoportable tensión política del momento-, el cual revela que, en efecto, es difícil saber con certeza qué ocurre a nuestro alrededor.
Ligera y divertida, respaldada por el excelente trabajo del elenco y la firme dirección de Hitchcock, Alarma en el expreso transcurre con una notable dosificación del suspense y el acertado empleo de la inquietante atmósfera internacional, razón por la que incluso desliza un claro posicionamiento a favor de no hacer oídos sordos a la situación, ni dejarse llevar por un falaz y timorato pacifismo que solo esconde desinterés y cobardía.
No es óbice por tanto que el guion someta el absorbente aspecto psicológico del enigma –el convencimiento de la mujer acerca de una realidad que el resto de personajes le desmiente con vehemencia- a la explotación del nerviosismo y la sensación de amenaza que por entonces recorría, como un fantasma agorero, el territorio de una Europa que, pese al bucolismo del decorado, es percibida ya como inminente campo de batalla.
Su remake de 1979, La dama del expreso, hundiría definitivamente los legendarios estudios Hammer, que no volverían a producir un filme hasta 2008.
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Nota IMDB: 8.
Nota FilmAffinity: 7,4.
Nota del blog: 7,5.
“La obligación que tiene todo ser humano es rentabilizar sus opciones para ser feliz. Nosotros deberíamos aclararle a la mayoría que el éxito es una excepción. Los seres humanos de vez en cuando triunfan. Pero habitualmente se desarrollan, combaten, se esfuerzan, y ganan de vez en cuando. Muy de vez en cuando.”
Marcelo Bielsa
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Año: 1999.
Director: Oliver Stone.
Reparto: Al Pacino, Jamie Foxx, Cameron Díaz, Dennis Quaid, LL Cool J, Lawrence Taylor, Jim Brown, James Woods, Matthew Modine, Bill Bellamy, Andrew Bryniarski, Lela Rochon, Lauren Holly, Ann-Margret, Aaron Eckhart, Elizabeth Berkley, John C. McGinley, Charlton Heston.
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En cierto modo, los guiones de Oliver Stone El precio del poder y Wall Street abordan uno de los pilares de la cultura americana: la gloria, el éxito, ser el número uno. Probablemente, la visión más cercana y popular de esta concepción de la gloria tan influenciada por la cultura capitalista sea la del triunfo deportivo: la épica del guerrero concentrada en una cancha donde un juego determinado se desarrolla a emulación de los parámetros conflicto bélico; del enfrentamiento a vida o muerte entre el bien y el mal, nosotros y ellos, nuestro destino luminoso contra aquellos que nos lo pretenden arrebatar.
En Un domingo cualquiera, Stone plasma este sentido épico desde la misma introducción de la película, en la que los jugadores de fútbol americano aparecen como sombras de héroes eternos, que bregan poderosos e incansables por alcanzar el Olimpo bajo la ira de los elementos, con resonancias incluso de futuras inmersiones históricas del director como Alejandro Magno, la epopeya hecha vida. Esta estética continúa en la plasmación de los lances atléticos, repletos de fotogramas nerviosos, un montaje vertiginoso, ruido de fieras al acecho y la tradicional grandiosidad del ralentí.
En este sentido, a la par que se desarrollan las luchas por el poder entre cuatro figuras estereotipadas –la propietaria rica e ignorante y el entrenador crepuscular de vuelta de todo, la estrella declinante y la estrella ascendente-, el filme parece convertirse en el típico videoclip hiphopero de la MTv –aunque de más de dos horas-, todo chulería, lujo y victimista lucha de yo contra todos –en definitiva, otra imagen contemporánea del éxito-. Los partidos lo piden por momentos, y algunas secuencias poseen fuerza visual, pero también redunda y agota.
En paralelo a los códigos del cine deportivo, Stone trata de formular un retrato coral y completivo del entorno del fútbol americano, sometido a una vorágine de presiones y tentaciones que abarca desde los presupuestos anuales de la franquicia hasta el anhelo de convertirse en leyenda, pasando por las presiones mediáticas, los intereses contractuales y las intrigas de vestuario, todo ello calculado en frías e indiscutibles estadísticas. El poder, el dinero, el individualismo; elementos corruptores en un juego de equipo y que, si bien de forma ligera y desaprovechada, Stone hace que apunten y reproduzcan hacia el sistema social imperante en los Estados Unidos -“esto se fue al carajo en cuanto permitieron hacer un descanso para la publicidad”-, entremezclado con el racismo, el clasismo y esa cultura de la competitividad a ultranza y despiadada antes citada, incapaz de reconocer segundos puestos. Recuerden lo que decía Albert Camus acerca del deporte rey: “todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.
Recelosa de este análisis negativo del negocio, la NFL rechazaría otorgar su licencia para el uso de nombres o franquicias asociadas a su liga, y hasta advertiría a los jugadores en activo de las dañinas repercusiones derivadas de una eventual participación en el proyecto –desafiarían las recomendaciones de la federación futbolistas como Terrell Owens, entre otros, dentro de un elenco que incluye asimismo a ex profesionales como Jim Brown o Lawrence Taylor-.
No obstante, Un domingo cualquiera resulta una cinta bastante acomodaticia en líneas generales, respetuosa con las claves de moralina y redención clásicos del género, con su cámara lenta enardecedora y con sus recurrentes (e insoportables) discursos motivadores, luego tantas veces reciclados por los propios deportistas al otro lado de la pantalla cerrando así un curioso círculo de retroalimentación.
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Nota IMDB: 6,7.
Nota FilmAffinity: 6,2.
Nota del blog: 6.
«El racismo se justifica, como el machismo, por la herencia genética: los pobres no están jodidos por culpa de la historia, sino por obra de la biología. En la sangre llevan su destino y, para peor, los cromosomas de la inferioridad suelen mezclarse con las malas semillas del crimen. Cuando se acerca un pobre de piel oscura, el peligrosímetro enciende la luz roja, y suena la alarma.»
Eduardo Galeano
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Año: 1963.
Director: Guy Green.
Reparto: Charlton Heston, Yvette Mimieux, George Chakiris, Frances Nuyen, James Darren, Aline MacMahon, Elizabeth Allen, Marc Marno.
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El señor de Hawaii es una película sobre el cambio. Sus fotogramas recogen las convulsiones de una sociedad, la estadounidense, que en plena Guerra Fría y en plena evolución, se cuestiona a sí misma y sus ideales. El racismo, la igualdad entre géneros y el clasismo son varios de los mimbres que urden la espesa trama del filme, enhebrados con filamentos de megalómana tragedia shakesperiana en el empleo del poder y la sangre como signos de una maldición inexorable, transmitida y heredada a través de los tiempos y el destino.
No parece casual, pues, que el protagonista, Richard Howland (Charlton Heston), un terrateniente isleño a punto de transformar su ascendencia sobre el recién creado Estado en un sillón senatorial en Washington, sea conocido en todo Hawái como ‘el rey’, benefactor caciquil y paternalista de los nativos y trabajadores a su cargo. El peso que porta su apellido, y la hipocresía elitista del ‘haole’ –individuo de ancestro europeos-, comienza a revelarse cuando su hermana pequeña, Sloane (Yvette Mimieux), le desvela sus intenciones de casarse con un ‘kama’aina’ -lugareño hawaiano-.
A partir de ahí, El señor de Hawaii comienza a trazar la metafórica y literal caída de este monarca obsoleto y a desmontar el paraíso tropical del archipiélago, como si de fichas de dominó se tratase, para sacar a la luz los innumerables antagonismos y conflictos que subyacen bajo la alfombra de la sociedad norteamericana. Simbólicamente, por tanto, la función tampoco se aleja demasiado de una cinta de catástrofes épicas, como las sacudidas por una erupción volcánica o un tifón –íntimo, en este caso- que se abaten sobre estos territorios exóticos y coloniales, siempre ajenos a la naturaleza del hombre blanco.
Sin embargo, pese a la abundancia de material explosivo –o quizás debido a ello-, el británico Guy Green no consigue dotar de intensidad y desgarro a la obra, que termina por ser más un melodrama un tanto plúmbeo que una ácida película de compromiso social, por lo que se desinfla poco a poco.
El filme condensa su potencia en el texto del guion y, en consecuencia, priman las exposiciones discursivas, y no tanto la narración por medio de la fuerza de la imagen, que desaprovecha incluso las atronadoras lecturas sexuales de unos vínculos entre personajes sorprendentemente ambiguas –las relaciones del ‘rey’ con su hermana y su cuñada-. Por desgracia, le falta atrevimiento para empuñar el detonador y reventarlo todo por los aires.
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Nota IMDB: 6.
Nota FilmAffinity: 5,5.
Nota del blog: 6.
“El mundo está lleno de quejicas. Pero el hecho es que ya nada está garantizado. No importa que seas el Papa de Roma, el Presidente de los Estados Unidos o el hombre del año: siempre hay algo que puede salir mal”. Los Coen te dejan claro lo que es su cine y lo que es la vida humana en general desde la primera escena de su filmografía. Análisis de Sangre fácil para Ultramundo.
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Contracrítica