Tag Archives: Femme fatale

Under the Skin

23 Feb

.

Año: 2013.

Director: Jonathan Glazer.

Reparto: Scarlett Johansson, Jeremy McWilliams, Michael Moreland, Adam Pearson, Paul Brannigan, Krystof Hádek, Joe Szula, Dave Acton.

Tráiler

.

         Under the Skin es un perfecto ejemplo de ese concepto tan difuso como es el de la obra de culto. Presentada en el festival de Venecia en 2013 y recibida con más reproches que aplausos, la película no conseguiría lograr su distribución entre los exhibidores de España. Sin embargo, el interés que suscitaba fue convirtiéndola en una cinta reivindicada subterráneamente, al otro lado de la cadena oficial, y con un creciente prestigio crítico. Hasta tal punto que, en 2020, tendría un inesperado estreno en varias salas españolas.

         Under the Skin es ciencia ficción abstracta y existencialista, en la que desde el punto de vista de una figura exógena -lo que parece ser un extraterrestre o un ultracuerpo- se ofrece una mirada desde el exterior al ser humano. La distancia que favorece la contemplación de un conjunto. Una mirada cósmica, por así decirlo, o como así sugiere esa misteriosa escena introductoria en la que se va componiendo un ojo a partir de lo que se asemejaba a un ‘big bang’ o a una alineación astral -de la misma manera que, a continuación, el reflejo de un casco de moto dentro de un túnel parecerá una nave espacial que circula camuflada-.

Esta presentación expone la estética que caracterizará el hábitat y las acciones de ese ser sobrehumano: elusiva, sintética, conceptual, apenas definida a través de formas, luces, colores y sonidos que componen un espacio onírico, hipnótico. Su confrontación con el resto del escenario es abrupta, puesto que este relato fantástico se enclava en un lugar atípico dentro del género, como es una Escocia urbana retratada en su cotidianeidad con riguroso verismo; si bien, en un término intermedio entre ambos, Jonathan Glazer busca notas líricas a través del paisaje y los elementos -la noche, la lluvia, la niebla, la nieve-.

La criatura recorre las calles al volante de una furgoneta de transporte, rastreando tipos solitarios, corrientes. Sus interacciones con ellos son estrictamente naturales, puesto que implican a transeúntes con los que se cruzaba el equipo de rodaje, disimulado dentro del vehículo. Primero se grababa su improvisada conversación con la actriz y, luego, si se consideraba buena o adecuada la toma, se les pedía permiso para reproducirla. Scarlett Johansson, pues, funciona igualmente como un elemento extraño y perturbador dentro de este contexto. Y es que, empalmando con las referencias cósmicas, ella es una estrella que de repente se aparece entre mortales y, en paralelo, en una producción de cine relativamente modesta.

         Under the Skin gira en buena medida en torno a la interpretación de Johansson. En torno a ella, la obra también desarrolla cierta reflexión acerca de la condición de la mujer dentro de la sociedad. La criatura que encarna viste un disfraz, equiparado de inicio a la sesión de vestuario, peluquería y maquillaje que observa en las mujeres del centro comercial. En la primera mitad del metraje -que puede llegar a ser algo repetitiva-, está destinada a representar un rol de vampiresa, de femme fatale, que como una mantis religiosa atrae a sus presas bajo una promesa de sexualidad. Hasta que el traje se le agrieta, hasta que explora su rostro humano en el reflejo. En la segunda mitad, aflorada por empatía y emociones -siempre dentro de ese tono introspectivo y sinuoso de baja intensidad-, se explora su dimensión como víctima. Hay una presencia amenazadora en sus pares masculinos -que visto lo visto podrían pasar perfectamente por proxenetas- y ella se reduce de predadora a presa. Siguiendo esta línea, en el desenlace, la banda sonora -desde la que Mica Levi refuerza esa atmósfera narcotizada- sirve para trazar una inquitante identificación del extraterrestre con otro monstruo en el fondo igual de terrible, aunque más común, más grotesco.

.

Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 7,5.

Arizona

29 Jul

.

Año: 1939.

Director: George Marshall.

Reparto: James Stewart, Marlene Dietrich, Charles Winninger, Brian Donlevy, Mischa Auer, Una Merkel, Samuel S. Hinds, Irene Hervey, Jack Carson, Lillian Yarbo, Tom Fadden.

Tráiler

.

          James Stewart admitía que, aunque el público se identificase con su imagen -también idealizada- de ciudadano ejemplar, en realidad soñaban con ser John Wayne, es decir, un hombre capaz de imponer sin fisuras su voluntad mediante los puños. Stewart se estrenaba en el western con Arizona. Es un debut tremendamente significativo, por completo insólito a una frontera donde la virilidad resulta esencial para sobrevivir en la ley del más fuerte. No comenzaría a encarnarlo hasta concluir Caballero sin espada, un título español que, curiosamente, en esta cinta podría readaptarse como Sheriff sin pistola. Un personaje, pues, que conecta a través de las décadas con el peregrino Ransom Stoddard que, en El hombre que mató a Liberty Valance, sellaba, utilizando libros y palabras a modo de armas, el fin del Salvaje Oeste, enterrado junto a la tumba del Tom Doniphon que, precisamente, tenía el rostro de Wayne.

          El hombre que mató a Liberty Valance dejaba una célebre sentencia, «cuando la leyenda se convierte en un hecho, se publica la leyenda». En Arizona, la misión del Thomas Jefferson Destry Jr. de Stewart, convocado por su dipsómano tío para ayudarle a hacerle frente al cacique local, es desmontar el mito. Dinamitar el romanticismo del forajido, de los duelos de revólver, del relato heroico de su propio padre. Hay una escena que podría sintetizar simbólicamente esta idea: en su cara a cara con la cabaretera que domina subrepticiamente el pueblo, le insta a que se desmaquille.

Es este un conflicto que afecta a otros habitantes del lugar, como un inmigrante ruso bajo la alargada sombra del difunto marido de su señora o un vaquero que busca resolverlo todo a golpe de gatillo desde una percepción alejada de sus posibilidades reales. Por su parte, Destry también juega con este asunto de moldes y prejuicios. Astutamente resignado, a su llegada al villorrio consiente que los lugareños lo califiquen de «afeminado» y se carcajeen a mandíbula batiente de que irrumpa esgrimiendo tan solo un canario, un parasol y modales perfectamente calmados. Su método se basa más en la anécdota ejemplar que en la intimidación, como si uno de esos campechanos personajes que Will Rogers había hecho junto a John Ford materializara su influencia en la comunidad ostentando una estrella de sheriff. Sin embargo, desde ese primer instante ya no llama a engaños la autoconfianza que demuestra Destry y la determinación de su mirada, o el ímpetu con el que defiende verbalmente su visión de la ley y el orden establecido sin violencia, no solo por idealismo, sino también por pura practicidad. La interpretación de Stewart es ligeramente exagerada, pero ello también contribuye a aportar carácter y vehemencia al personaje.

          Arizona tampoco es, por concepción y tono, una película reverente. Está bañada de un humor que por momentos coquetea con la parodia -y que es un tanto anticuado, como se percibe en una extensa pelea de chicas a tirones de pelos y arañazos-. O, mejor dicho, únicamente es devota hacia un mito, el de Marlene Dietrich, a quien le concede un puñado de planos y un par de números musicales para su exclusivo lucimiento. Mujer o demonio se titularía el filme en Latinoamérica. Como si fuera una especie de Cristo, trabajar en la redención de esta pretendida femme fatale -condición que su compañerismo hacia su criada negra, su nostalgia sureña y sus apuros de superviviente pondrían en duda- es uno de los puntales de la estrategia de Destry. Stewart sería suficientemente persuasivo en la tarea, ya que durante el rodaje viviría un conocido amorío con la diva alemana.

          El camino que sigue la narración prevé un crescendo que amenaza con traicionar su sorprendente planteamiento, pero aun así concluye con cierta rebeldía intacta, a tenor de quién se arroga el protagonismo en el clímax e incluso, en una singular lectura política, por el remate del ruso contra el antiguo régimen.

.

Nota IMDB: 7,7.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7,5.

Croupier

23 Dic

.

Año: 1998.

Director: Mike Hodges.

Reparto: Clive Owen, Alex Kingston, Gina McKee, Kate Hardie, Nick Reding, Alexander Morton, Paul Reynolds, Ozzie Yue, Nicholas Ball.

Tráiler

.

         Una ruleta que gira en la incertidumbre, una voz en off que relata los hechos y unos ojos que miran al espectador al otro lado de la pantalla. Esos son los tres elementos sobre se levanta Croupier, que es tanto un neonoir existencialista como una exploración metalingüística que, jugando con el punto de vista del relato, reflexiona acerca de cómo se construye la ficción y la influencia recíproca que se establece con la vida del autor.

         Así pues, el protagonista es un aspirante a escritor que aprovecha su regreso al casino -el lugar donde literalmente nació- para tratar de alumbrar una obra en la que él mismo es juez y parte. Erigido en estas dos figuras de poder simbólico, desdobladas como se desdobla su imagen en el espejo, mueve los hilos de la fortuna ajena a la par que enhebra pensamientos sobre la influencia de la suerte y de la elección en el destino particular, todo encabalgado en una trama que contiene íntegros los códigos del cine negro -el antihéroe de sombras duales, la femme fatale que abre la puerta de la perdición frente a la pareja legítima que ofrece la estabilidad de la vida casera, el dilema entre la tentación y la sanación, el deseo y el peligro, el giro final…-.

De igual manera, el personaje juega contra las reglas del juego de azar, las reglas de la moralidad y las reglas de los cánones narrativos. De hecho, utiliza de forma muy marcada elementos de atmósfera para ofrecer pistas sobre el devenir de la trama -el sonido de alarma, de graznidos terroríficos, de tormenta que se desata…-, como manifestando esa autoconsciencia metaficcional. Es también evidente en el empleo de la voz de off, con el cinismo desencantado y descarnado que caracteriza al pulp, o en el vestuario que adopta el protagonista -el sombrero, el smoking- para caracterizarse o, si se prefiere, para transformarse.

         Con guion original de Paul Mayersberg, Mike Hodges maneja con soltura todas estas vertientes, incorporándolas con naturalidad a esa entretenida base argumental de género, que incluso funciona con autonomía con su estricto respeto por las constantes vitales del cine criminal. El estatismo como distanciado de Clive Owen se ajusta a lo que pide ese pecular Jack Manfred, escritor, crupier y personaje de novela.

.

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 7,5.

Instinto básico

17 Jul

.

Año: 1992.

Director: Paul Verhoeven.

Reparto: Michael Douglas, Sharon Stone, Jeanne Tripplehorn, George Dzundza, Denis Arndt, Leilani Sarelle, Bruce A. Young, Dorothy Malone, Daniel von Bargen, Wayne Knight.

Tráiler

.

         El thriller erótico -esas producciones que explotaban crimen, sexo y dominación, en especial durante la década de los noventa y bajo unas formas en buena medida inadmisibles en la era del ‘me too’- tiene un nombre propio: Instinto básico. O más todavía: Sharon Stone. Un cruce de piernas que se graba a fuego en un género y en la historia del cine.

El alto voltaje sexual de las imágenes de Instinto básico fundiría su huella en la memoria colectiva de unas cuantas generaciones. En realidad, el efecto es exactamente idéntico al que Catherine Tramell, literata envuelta en una densísima niebla de misterio homicida, suscita al grupo de machos que se enfrenta a ella en la escena. El peso de la autoridad policial, legal, moral y patriarcal que intenta empujar contra la pared a la sospechosa termina subvertido por la simple y arrolladora potencia de la carne; de la tentación y la lujuria. El deseo, apenas entrevisto, es capaz de derribar cualquier convención construida por la sociedad, tal es la fuerza primaria que alberga.

         Catherine Tramell es un símbolo. La femme fatale explícita. La devoradora de hombres. La diosa ancestral que somete a los mortales ofuscando su razón a través de una llamada animal. El eros y el tánatos colisionando bajo una mirada insinuante, bajo la provocación incesante. La investigación que emprende Nick Curran, policía de la ciudad de San Francisco, es una carrera de resistencia contra ese impulso prácticamente irrefrenable, dada la magnitud de los cantos de sirena que, cree, envenenan sus oídos.

Pero Paul Verhoeven, un agitador holandés que había conseguido infiltrarse en los cuarteles de Hollywood como si fuese un agente doble, un cineasta al que le apasiona hurgar en las relaciones de poder que se establecen por medio de la sexualidad desatada, no se detiene en las evocaciones atávicas de la guerra de sexos. A partir de la novela original de Joe Eszterhas, Verhoeven empareja las pulsiones de violencia sexual y criminal de la presunta asesina con las del presunto garante de la ley, de manera que va desnudando la hipocresía que la sociedad trata de ocultar bajo ropajes de falsa dignidad. La mirada provocativa de Tramell también sirve para aplicar dosis de corrosiva ironía a la hora de estimar la respetabilidad como asunto político o de trazar un retrato del policía como psicótico brazo ejecutor.

         Hay abundante sarcasmo en el juego del ratón y el gato que desarrolla Instinto básico, a pesar de los matices de duda que, en el desenlace, devuelven el personaje de Tramell desde la figura abstracta hacia cierto comportamiento humano, digno de un análisis psicológico que no le hacía falta y, peor aún, que tampoco le convenía demasiado. Hasta entonces, su estrategia para fustigar a sus perseguidores había sido enfrentarles a un espejo. Una imagen que, como reflejo contrario, evisceraba sus instintos más elementales. Y los arrojaba asimismo contra una reproducción mimética de sus actos y consecuencias, incluso puestas negro sobre blanco en textos literarios. La tensión de ese choque constante, sumado a la insoportable temperatura alcanzada por el caldeamiento erótico de la protagonista, es la que conduce a aquellos hombres que siguen su rastro al desquiciamiento, la locura y la muerte. En el caso de Curran, se plasma en resonancias autodestructivas. El eros y el tánatos.

Desde ese juego laberíntico de incertidumbres, perturbaciones y dualidades, Verhoeven consigue que uno se divierta tanto como la malintencionada Catherine Tramell. La electricidad erótica se transmite también febril a la intriga policíaca. La fusión de ambas, con ejemplos paradigmáticos como el celebérrimo y ya citado interrogatorio, convoca planos de una privilegiada energía expresiva. Incluso, al igual que la ayudante sexi del mago, puede distraer la atención respecto de unos procedimientos policiales harto cuestionables -no se practica ni una sola prueba de ADN en unos escenarios que desbordan fluidos de toda índole- o de que el desopilante enredo de la trama termine siendo excesivo por necesidad.

         Aunque, regresando otra vez a una perspectiva contemporánea, en la que el rol de la mujer dentro de la industria y dentro de la pantalla de cine ha tenido una transformación tan importante como indispensable, cabe preguntarse de nuevo si, en vista de la carrera de Sharon Stone, catapultada como icono sexual y objeto de deseo -esa elocuente expresión-, era ella quien dominaba la función a su antojo. Aun con las vueltas de tuerca que pueda tener, la sirena no deja de ser en el fondo una criatura mitológica construida desde un punto de vista muy concreto.

.

Nota IMDB: 6,9.

Nota Filmaffinity: 6,5.

Nota del blog: 7,5.

La parada de los monstruos

11 Feb

.

Año: 1932.

Director: Tod Browning.

Reparto: Harry Earles, Olga Baclanova, Wallace Ford, Leila Hyams, Henry Victor, Daisy Earles, Rose Dione, Edward Brophy, Matt McHugh, Roscoe Ates, Daisy Hilton, Violet Hilton, Schlitze, Angelo Rossitto, Johnny Eck, Frances O’Connor, Prince Randian, Josephine Joseph, Koo Koo, Elvira Snow, Jenny Lee Snow, Peter Robinson, Olga Roderick, Martha Morris.

Tráiler

.

          En su juventud, Tod Browning había desempeñado multitud de trabajos en el circo y las ferias de variedades, un universo que lo había fascinado desde la infancia. Antes de dar su salto el cine, que no dejaba de ser otro espectáculo de barraca de feria, Browning había encontrado su espacio en este mundo extraño donde lo grotesco y lo más allá de lo marginal comparte dimensión con lo increíble y lo maravilloso, unificado por el lenguaje de la atracción, del asombro, de lo extraordinario. Esta realidad alternativa, que se desarrolla oculta a la sociedad convencional como un magnético y morboso rincón de misterios desplazados por la uniformidad deseable, forma parte de la concepción misma que Browning desarrollará en su obra cinematográfica, donde el circo y la rareza surgen como elementos recurrentes que, debido a ese conocimiento e identificación existencial, se abordan desde una mirada por completo ajena a las fronteras que delimitan la normalidad y la deformidad -aunque en el plano de la apariencia, no en el moral-.

La parada de los monstruos es su paradigma. La radicalidad de su discurso en defensa de la diferencia, enunciado por aquellos que son considerados diferentes, la pagaría con el repudio entre los compañeros de producción -repugnados por compartir comedor con los cuerpos maltrechos de muchos de los participantes en el rodaje-, el desastre en la taquilla, el veto en numerosas salas de otros tantos países y el comienzo de su decadencia artística, que para más inri venía de alcanzar su cénit con Drácula.

          Browning había configurado La parada de los monstruos a partir de la sugerencia del actor Harry Earles de adaptar la novela Spurs, en la que un enano de circo sufre la estafa continuada de una femme fatale con las formas de una sensual trapecista, contra la que terminará clamando venganza. Esta premisa seminal se preservará -con Earles asumiendo el primer personaje- pero con una vuelta de tuerca que, a pesar de las clasificaciones argumentales, no deriva tanto el filme hacia el cine de terror, sino más bien hacia un intenso drama en el que se arremete contra la verdadera desfiguración del espíritu humano para redefinir a la especie sobre la base de un valor inmarcesible: la dignidad.

El relato, de tendencia maniquea, establece tres tipos de personajes: los villanos -seres de belleza y fuerza sobrehumana, con nombres de semidioses y reinas-, los ‘freaks’ y monstruos -dotados de un sentido solidario de la comunidad- y varias figuras empáticas, comprensivas y amables que, en cierta manera, sirven para guiar la posición del espectador.

          De este modo, la crueldad colisiona contra el lirismo, el amor contra la depredación, la maldad contra la benevolencia. Browning se detiene a observar embelesado y a mostrar al espectador con sus ojos la vida cotidiana de unas personas insólitas, dotadas de deseos, sentimientos y honorabilidad, equiparables en definitiva a los de cualquiera de los asistentes a la platea, acepte o no el brindis de hermanamiento que se le propone desde la pantalla. «Estos podrían ser ustedes por un capricho de nacimiento», advierte ya en la introducción de una película en la que las mutilaciones y desvíos impuestos desde la jefatura de producción perturbarían incluso el osado mensaje concebido por el realizador, al igual que aspectos narrativos como el montaje. Pero el choque resultante conserva toda su potencia poética, primero, y terrible después, cuando -en una aparente contradicción conceptual- se desencadena un horror que, esta vez sí, posee una atmósfera propia de dicho género, de tiniebla y elementos desatados.

.

Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 8.

Carne

1 Oct

.

Año: 1932.

Director: John Ford.

Reparto: Wallace Beery, Karen Morley, Ricardo Cortez, Jean Hersholt, John Miljan, Herman Bing, Vince Barnett, Greta Meyer, Edward Brophy, Ward Bond.

.

         En Barton Fink, el prestigioso novelista W.P. Mayhew, guionista a sueldo de las majors de Hollywood, ofrece (disperso) consejo al atribulado protagonista, bloqueado en su misión de redactar un libreto para una película de lucha libre protagonizada por Wallace Beery, mientras a su vez él mismo naufraga en un alcoholismo con el que mata el hastío y la infertilidad que le produce su cambio de arte. Los hermanos Joel y Ethan Coen, grandes aficionados a la referencia posmoderna, semejan hacer aquí una caricatura -con licencias- del nobel William Faulkner y su trabajo en la industria del cine, dado el parecido físico que con él guarda el actor John Mahoney y la coincidencia con su participación en Carne, una cinta ambientada en el mundillo del wrestling, dirigida por John Ford y protagonizada precisamente por Wallace Beery.

         En cierta manera -como también ocurre en otros casos como El delator-, y a pesar de su condición de encargo -del que incluso terminaría por suprimir su nombre en los créditos de realización- en Carne se diría que Ford le ha entregado el papel principal a uno de esos personajes secundarios tan habituales en su filmografía: sencillos y robustos tabernícolas propensos a la cogorza y a la pelea multitudinaria, que, con el humor de su perspectiva rudimentariamente vitalista, relajan las congojas heroicas o románticas de los líderes tradicionales de la función.

En su presentación ante el público, el gigante Polokai destroza con facilidad a su no menos gargantuesco rival de lucha libre ante el fervor de la concurrencia de un biergärten alemán, para después sumergirse jocosamente en el barril que emplea a modo de tina de baño mientras despacha de un par de tragos una jarra de cinco litros de cerveza y, a continuación, regresar a su trabajo como camarero en esa misma cantina, que atiende con similares modos de Hércules de pueblo.

         Pero Carne no es una comedia, sino un melodrama. Por así decirlo, está a medio camino de El ángel azul -quizás influye esa ascendencia germana- y King Kong, puesto que, al igual que en ambas, la caída y humillación del coloso amable la precipita una rubia, aquí una pícara estadounidense enredada en un tumultuoso romance con un truhán de su misma nacionalidad que camina constantemente entre el presidio y la estafa.

Cariñoso hacia sus criaturas, Ford matiza por tanto esta condición de femme fatale para retratar con elegante desgarro la personalidad confusa de una mujer atrapada en una trampa idéntica a la que ella tiende sobre el noble Polokai, un individuo al que Beery -que venía de ganar un Óscar por El campeón– sabe imprimir un carisma tremendamente entrañable, si bien su honestidad ejemplar termina por acusar esa naturaleza exageradamente ingenua y simplona.

         El triángulo no es solo amoroso, sino moral -y de tormento-. Correlacionado con una mirada crítica a esos Estados Unidos corrompidos por la avidez material del capitalismo -puede que haya un eco capriano en esa rebelión del tipo común frente al putrefacto sistema amañado que trata de someterlo-, este rasgo añade un leve punto de distinción a un relato que, a causa de la estereotipación formulística de sus mecanismos y la abundancia del diálogo propia del periodo e impropia de las mejores obras del cineasta, resulta inevitablemente previsible, por más que Ford aplique una textura de triste lirismo a las imágenes y dote de dinamismo a la narración y de nervio a la acción.

Con todo, Carne le serviría al autor para continuar madurando su talento para dotar al drama de ternura y de pinceladas de ese humor extemporáneo, tan blanco en su concepción como hondo en su sentido humano.

.

Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 6,3.

Nota del blog: 6,5.

Green Fish

24 Ago

.

Año: 1997.

Director: Lee Chang-Dong.

Reparto: Suk-kyu HanHye-jin ShimSeong-kun Mun, Kang-ho SongJae-yeong Jeong, Myung Gye-nam, Han Seon-kyu, Jung Jin-young, Ji-hye Oh.

.

         En 1997, en plena fiebre asiática en los festivales internacionales, el hasta entonces profesor de instituto, novelista y guionista Lee Chang-Dong -que andando el tiempo llegará incluso a ser ministro de Cultura y Turismo de Corea del Sur- se pondrá por primera vez tras las cámaras para entregar Green Fish, una cinta con esquema de cine negro pero que, en realidad, es una tragicomedia cruel que arremete contra la sociedad y la familia coreana.

         Fundada sobre la premisa del ciudadano común enmarañado en una trama mafiosa -en concreto a través de la variante de la atracción irresistible por ‘la mujer del gángster’-, Green Fish comienza, de hecho, con un aspecto de comedia costumbrista en la que, inmediatamente después de trazar el círculo de su destino por medio de un encuentro casual y de un pañuelo rojo al viento, el humor -físico y conceptual- hunde en un inmisericorde patetismo al protagonista del filme, un joven recién licenciado del ejército, más bien inocentón y devorado por la desidia de su lánguida vida en los márgenes rurales de Seúl. Y lo hace con insistencia. Ni siquiera había sido lírico el vuelo de la prenda fetichista, apretujada contra su cara pasmada desde una toma subjetiva.

Esta será la constante que predominará durante la primera mitad de una obra poblada por criaturas fallidas, maltrechas y tristes, que vagan en pos de unos sueños -la chica, la reconciliación familiar, la cúspide de la pirámide criminal…- de los que, a la hora de la verdad, solo obtienen desilusiones, humillaciones y palizas. Porque incluso el jefecillo mafioso que acoge al chaval en su organización -dedicada a poco más que a chanchullos casi infantiles- es un hombre impotente y lamentable ante determinadas circunstancias, de igual manera que su contacto en la policía no será más que un inspectorucho al que hay que pagarle el favor de arreglarle los cuernos que su mujer le pone en brazos de un diácono. Por no entrar en la triste figura de la sufrida cantante a la que el argumento le reserva la función, o así, de femme fatale.

         Sin embargo, de forma un tanto inconstante -si bien los restos de comicidad satírica no desaparecerán incluso en los clímax más violentos, como muestra la escena del baño-, Lee Chang-Dong conduce luego el tono de Green Fish hacia terrenos más dramáticos y oscuros, que quizás, con todo, no sean sino otra expresión del absurdo que ahoga la vida de los personajes, en evidente contraste con el luminoso epílogo de la película, que posee de fondo un toque casi irreal, dada la situación que refleja. Antes, en cierto punto de la narración, el cineasta ya había abierto un claro soleado entre la nocturnidad y los agresivos neones rojos y verdes de la gran ciudad donde el protagonista busca a su objeto de deseo mientras lidia como puede con los encargos del hampa. Un claro de luz que se abre en su regreso a la familia -es una vuelta también al espacio campestre alejado de la corrupción moral urbana, al modo del noir clásico-, pero que aun así terminaba sumido entre nubes.

La razón es que, a partir de esta combinación de sarcasmo y de lamento, de acidez y amargura, Green Fish se debate en los conflictos de una profunda tensión familiar, producto de la desestructuración del entorno íntimo del protagonista a raíz probablemente de la muerte del padre, y del vacío de motivaciones que le hace encontrar nuevos referentes y trasladar sus firmes fidelidades hacia círculos menos aconsejables -la figura del capo como, literalmente, «hermano mayor»-. La resolución de esta dicotomía es la que asesta el golpe final al relato.

.

Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 7,5.

A %d blogueros les gusta esto: