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Under the Skin

23 Feb

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Año: 2013.

Director: Jonathan Glazer.

Reparto: Scarlett Johansson, Jeremy McWilliams, Michael Moreland, Adam Pearson, Paul Brannigan, Krystof Hádek, Joe Szula, Dave Acton.

Tráiler

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         Under the Skin es un perfecto ejemplo de ese concepto tan difuso como es el de la obra de culto. Presentada en el festival de Venecia en 2013 y recibida con más reproches que aplausos, la película no conseguiría lograr su distribución entre los exhibidores de España. Sin embargo, el interés que suscitaba fue convirtiéndola en una cinta reivindicada subterráneamente, al otro lado de la cadena oficial, y con un creciente prestigio crítico. Hasta tal punto que, en 2020, tendría un inesperado estreno en varias salas españolas.

         Under the Skin es ciencia ficción abstracta y existencialista, en la que desde el punto de vista de una figura exógena -lo que parece ser un extraterrestre o un ultracuerpo- se ofrece una mirada desde el exterior al ser humano. La distancia que favorece la contemplación de un conjunto. Una mirada cósmica, por así decirlo, o como así sugiere esa misteriosa escena introductoria en la que se va componiendo un ojo a partir de lo que se asemejaba a un ‘big bang’ o a una alineación astral -de la misma manera que, a continuación, el reflejo de un casco de moto dentro de un túnel parecerá una nave espacial que circula camuflada-.

Esta presentación expone la estética que caracterizará el hábitat y las acciones de ese ser sobrehumano: elusiva, sintética, conceptual, apenas definida a través de formas, luces, colores y sonidos que componen un espacio onírico, hipnótico. Su confrontación con el resto del escenario es abrupta, puesto que este relato fantástico se enclava en un lugar atípico dentro del género, como es una Escocia urbana retratada en su cotidianeidad con riguroso verismo; si bien, en un término intermedio entre ambos, Jonathan Glazer busca notas líricas a través del paisaje y los elementos -la noche, la lluvia, la niebla, la nieve-.

La criatura recorre las calles al volante de una furgoneta de transporte, rastreando tipos solitarios, corrientes. Sus interacciones con ellos son estrictamente naturales, puesto que implican a transeúntes con los que se cruzaba el equipo de rodaje, disimulado dentro del vehículo. Primero se grababa su improvisada conversación con la actriz y, luego, si se consideraba buena o adecuada la toma, se les pedía permiso para reproducirla. Scarlett Johansson, pues, funciona igualmente como un elemento extraño y perturbador dentro de este contexto. Y es que, empalmando con las referencias cósmicas, ella es una estrella que de repente se aparece entre mortales y, en paralelo, en una producción de cine relativamente modesta.

         Under the Skin gira en buena medida en torno a la interpretación de Johansson. En torno a ella, la obra también desarrolla cierta reflexión acerca de la condición de la mujer dentro de la sociedad. La criatura que encarna viste un disfraz, equiparado de inicio a la sesión de vestuario, peluquería y maquillaje que observa en las mujeres del centro comercial. En la primera mitad del metraje -que puede llegar a ser algo repetitiva-, está destinada a representar un rol de vampiresa, de femme fatale, que como una mantis religiosa atrae a sus presas bajo una promesa de sexualidad. Hasta que el traje se le agrieta, hasta que explora su rostro humano en el reflejo. En la segunda mitad, aflorada por empatía y emociones -siempre dentro de ese tono introspectivo y sinuoso de baja intensidad-, se explora su dimensión como víctima. Hay una presencia amenazadora en sus pares masculinos -que visto lo visto podrían pasar perfectamente por proxenetas- y ella se reduce de predadora a presa. Siguiendo esta línea, en el desenlace, la banda sonora -desde la que Mica Levi refuerza esa atmósfera narcotizada- sirve para trazar una inquitante identificación del extraterrestre con otro monstruo en el fondo igual de terrible, aunque más común, más grotesco.

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Nota IMDB: 6,3.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 7,5.

Robin y Marian

4 Feb

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Año: 1976.

Director: Richard Lester.

Reparto: Sean Connery, Audrey Hepburn, Robert Shaw, Richard Harris, Nichol Williamson, Kenneth Haigh, Denholm Elliott, Ronnie Barker, Ian Holm, Victoria Abril.

Tráiler

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         Harto y asqueado por la sangre derramada en unas cruzadas que buscaban a Dios entre las monedas de oro de los infieles, Robin de Locksley regresa a casa con la vejez instalada en los huesos, preguntándose por el destino de su amada, Lady Marian, y, sobre todo, todavía con el ánimo dispuesto a luchar contra la tiranía de Juan Sin Tierra o quien le haya podido suceder en el linaje de tiranos encargados de someter a sus antojos a los súbditos que les correspondan por derecho divino y sanguíneo. Pero, a pesar de esta ambientación exótica, medieval, resulta sencillo compartir como propio el drama de Robin Hood. Al fin y al cabo, el guerrero cansado se cuestiona lo mismo que todos: ¿Qué provecho he sacado de mis penurias? ¿Qué es lo que realmente ha merecido la pena? ¿A dónde ha ido el día?

         De la mano de esta naturaleza tan humana del héroe, que planta media sonrisa socarrona al escuchar la leyenda que ha despertado su nombre y sus presuntas hazañas, el espíritu de Robin y Marian, así como la realización que aplica Richard Lester, es desmitificadora. Dulce, jocosa, afligida y violentamente desmitificadora. Los tesoros resguardados en inexpugnables castillos son estatuas de piedra abandonadas en un campo de nabos, la pompa regia son dementes sanguinarios ávidos de pillaje, a los soldados se les cansan los brazos de tanto batir la espada. El entierro de Ricardo Corazón de León está filmado desde lejos hasta reducirlo a una pequeña y corriente caja de madera arrastrada por una triste comitiva. La peleas son fatigadas y torponas, incluso en su aspecto visual.

         No obstante, esta vulgarización no es completa. Se trata de una película que se embebe del reencuentro, de la segunda oportunidad entre Robin y Marian, quienes, exiliados en la naturaleza espléndida que les ofrece su viejo bosque, bullente de vida, reviven sueños rotos, casi olvidados, somatizados en profundas cicatrices. Con todo, son besos prácticamente interrumpidos que, para Marian, despiertan una mezcla de felicidad y dolor, de esperanza y de pérdida inevitable. Sensaciones en conflicto que invocan esa subrepticia vibración trágica, esa sensación elegíaca que inunda todo. Un concepto postrero, este de la última aventura, la última cabalgada o la última misión, tan identificable con el western crepuscular o el noir melancólico.

La química de Sean Connery y Audrey Hepburn con sus papeles y entre ellos es la que consolida la atmósfera y realza el sabor de la obra. El filme también suponía el regreso al cine de Hepburn después de ocho años en los que, como esa Marian transformada en abadesa, había permanecido apartada de las luces, el brillo y la opresión del estrellato.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 6,5.

Nota del blog: 8.

Eyes Wide Shut

2 Feb

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Año: 1999.

Director: Stanley Kubrick.

Reparto: Tom Cruise, Nicole Kidman, Sydney Pollack, Todd Field, Julienne Davis, Vinessa Shaw, Rade Serbedzija, Leelee Sobieski, Marie Richardson, Thomas Gibson, Sky du Mont, Alan Cumming, Madison Eginton, Leon Vitali.

Tráiler

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         Al doctor Bill Harford, su mujer, Alice, le suelta de sopetón que, en su día, fantaseó impunemente con serle infiel con un oficial de la Marina. Y, entonces, al doctor Bill Harford se le desmoronan todas sus seguridades y convicciones masculinas, quedando inmerso en un tour de force de vulnerabilidad emocional, humillación personal y frustraciones sexuales. Eyes Wide Shut es la crónica de un derrumbe. Uno que sume en tal estado de aturdimiento al hombre protagonista que se le desfigura la realidad para transformársele en una pesadilla sórdida por donde corretea huérfano de todo ese poder que creía ostentar en su vida burguesa, en su vida de aspirante a élite. Un hombre miniaturizado. Un hombre emasculado. Un hombre impotente, en todos los sentidos de la palabra. Todo bajo el peso de una idea plantada en su mente, como una semilla que enraíza, germina y crece.

         Al recibir el golpe, Harford se adentra en las sombras, enfundado en negro, hundido en la noche. La idea seminal medra. La atmósfera de misterio se despliega a medida que su dominio de la situación y su estabilidad mental se desbarata, con lo que la intriga va vibrando hasta alcanzar su cénit en esa célebre escena de la sociedad secreta y la orgía de máscaras venecianas, embriagadora, siniestra y perturbadora. Stanley Kubrick pone en confrontación y lucha las tonalidades cálidas, doradas, con las frías, azuladas, a la par que desliza incisivas invasiones de un color agresivo y sexual como el rojo. El segundo vals de Dmitri Shostakovich gira y gira, obsesivo, en una espiral sofocante.

La odisea de Harford dibuja una escisión entre la vida cotidiana de la pareja -el montaje paralelo de las rutinas de cada cual que se expone antes de la confesión, detalles tan anticinematográficos como secarse los genitales tras la micción o aplicarse desodorante en las axilas- y esta dimensión de fantasía y tormento en la que se adentra el médico despechado -y aun así, de un aspecto más real que la proyección puramente platónica que le desvelaba su esposa-. La minimalista e intigante música de piano sigue los pasos de Harford en su descenso a los infiernos, donde el deseo -el sexo- tiene constantemente su contrapartida de peligro -las amenazas de la secta, el destierro del poeta Ovidio, el sida, la sobredosis-. Cuando este concluye, el sonido de fondo vuelve a recuperar los ruidos diarios de la ciudad. Pero, tras el colapso, es un mundo en el que ya no se encuentran certezas, seguridades.

         Eyes Wide Shut traza un venenoso estudio del matimonio como mascarada en la que, al final, el único contacto cierto parece ser el sexual, a través del cual se mide el equilibrio de sus componentes y en el que se vierten y desfogan sueños y fabulaciones generalmente vedados por las convenciones sociales. Los ojos cerrados de par en par. La ilusoria felicidad de las luces navideñas. Las calles de Nueva York recreadas en estudios de grabación ingleses. El resto de la vida en sociedad es también una mascarada, con sus ritos, sus reglamentos y sus relaciones asimétricas de poder, posesión y ambición.

         Estableciendo un juego entre realidades que refuerza y amplía el planteamiento de la obra, a lo largo del metraje a Tom Cruise lo llaman maricón y enano, y un fornido actor rueda escenas sexuales relativamente gráficas con su entonces esposa. Las habladurías maliciosas y los complejos del actor aparecen reflejados en pantalla, mientras la estrella todopoderosa, el novio de América, expresa con intensidad que se diría propia el azoramiento de su personaje. Nicole Kidman, por su parte, aparece como una mujer relegada a un segundo plano tras su marido, prácticamente reducida al hogar, lucida con entusiasmo en las fiestas, sin verdadera autonomía profesional y personal.

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Nota IMDB: 7,4.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 8,5.

Enrique V

28 Ene

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Año: 1944.

Director: Laurence Olivier.

Reparto: Laurence Olivier, Robert Newton, Leslie Banks, Felix Aylmer, Robert Helpmann, Renée Asherson, Max Adrian, Leo Genn, Ralph Truman.

Tráiler

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        La patria de Laurence Olivier es el teatro. El teatro shakesperiano, en concreto, a quien llevaba entregando su talento desde los diez años. En coherencia con ello, su primera película como director, Enrique V, se adentra ya en la obra del dramaturgo inglés, el pilar fundamental de su filmografía en este apartado. De esta manera, una cinta concebida desde la producción para enardecer la moral de victoria de las tropas británicas durante la Segunda Guerra Mundial -se cuenta que con instrucciones del mismísimo Winston Churchill– es, sobre todo, una declaración de amor por The Globe. Por ese universo mágico donde, en apenas unos metros cuadrados de tablas, el espectador puede transportarse a un mundo donde comparecen las grandezas y las miserias de la humanidad, la épica y las emociones. Para este lugar prodigioso es el primer plano de Enrique V.

        Enrique V es, literalmente, teatro filmado. No en su acepción despectiva, esa que se refiere a dejar la cámara delante del decorado y limitarse a rodar lo que declaman los actores. Hay una creatividad formal Enrique V. De hecho, desde ese comienzo en The Globe -que recorre el escenario, la platea y las bambalinas, con las reacciones del público, los apuros de los actores y la transformación que se invoca entre ambas partes-, Olivier traza una hermosa elipsis para, a través del decorado, materializar ese acto de imaginación -sobre el que no obstante se insiste demasiado desde la voz en off, rompiendo en parte el encantamiento- en una puesta en escena puramente cinematográfica, lo que permite engrandecer la espectacularidad de los escenarios y los movimientos de masas, si bien manteniendo sin prejuicios la artificialidad propia del teatro. Esto es, su maquillaje exagerado, su colorido impactante, sus interpretaciones histriónicas, sus arquetipos conocidos de antemano. También su narrativa engolada y plúmbea. Siguiendo en el Reino Unido, apenas unos años después Michael Powell y Emeric Pressburger emprenderán un proyecto semejante, aunque por su parte centrado en la ópera, con Los cuentos de Hoffmann, todavía más decidida en estas premisas.

        Bajo esta concepción artística, el relato sigue a Enrique V en su reivindicación de los ducados franceses de Aquitania, Guyena, Gascuña y Normandía, con clímax en la batalla de Azincourt y su conocida e influyente -el cine da precisamente buena muestra de ello- arenga a sus ejércitos en inferioridad numérica. Entre tanto, hay momentos donde se combinan las cuitas monárquicas con las plebeyas, dejando también tras de sí un puñado de secundarios difusos. Casi como un postizo queda, en último término, la seducción de la princesa Catalina de Valois, a la que no consigue integrarse con naturalidad en el conjunto.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 6.

Cuando los dinosaurios dominaban la tierra

11 Ene

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Año: 1970.

Director: Val Guest.

Reparto: Victoria Vetri, Robin Hawdon, Patrick Allen, Drewe Henley, Sean Caffrey, Magda Konopka, Imogen Hassall, Patrick Holt, Carol Hawkins.

Tráiler

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         A mediados de la década de los sesenta, a la Hammer le dio por explotar un filón consistente en turgentes mujeres prehistóricas en apuros entre alimañas antediluvianas y, peor aún, hombres primitivos con tremebundas pelucas y barbas postizas. El bikini de piel de Raquel Welch en Hace un millón de años -en realidad un remake de la producción estadounidense de 1940 del mismo nombre– se había convertido en un icono pop automático que se intentaría replicar en Mujeres prehistóricas -explícito título a cargo de Michael Carreras, guionista en la anterior-; Cuando los dinosaurios dominaban la tierra y Criaturas olvidadas del mundo -de nuevo con el tándem formado por Don Chaffey en la dirección y Carreras en el libreto-.

         Cuando los dinosaurios dominaban la tierra, en concreto, se basa en un planteamiento del que J.G. Ballard sentó las bases y Val Guest terminó de dar forma, si bien posee elementos similares respecto de la primera entrega de esta especie de serie exploitation -el antagonismo entre una tribu violenta que mora en las ásperas montañas y otra más tolerante que habita la más apacible costa, el inevitable amor prohibido entre dos representantes de ambas cosmovisiones-, e incluso de la segunda -la enconada enemistad entre rubios y morenos-.

Para heredar la despampanante lubricidad de Welch, la productora británica volvería a confiar en una norteamericana, Victoria Vetri, cuyas curvas la habían convertido en playmate del mes en septiembre de 1967. El estilismo volvería a realzarlas con un sugerente sujetador de piel un par de tallas por debajo de lo recomendable. La escasez material de la prehistoria, evidentemente. No obstante, de interpretación limitadísima y personaje algo pánfilo, no alcanza la presencia de la bolivianoestadounidense.

Para la otra parte del espectáculo, los monstruos, se recurriría a un modelaje y stop-motion semejante al canonizado por el maestro Ray Harryhausen -comparecen un par de plesiosaurios, un chasmosaurus, un rhamphorhynchus, un megalosaurius de interpretación vintage, unas babosas colosales y varios cangrejos gigantes que podrían pasar por ancestros de los de La isla misteriosa-, así como, puntualmente, un varano y un caimán disfrazados.

         Con estos ingredientes elementales y un presupuesto inferior al que lucía Hace un millón de años -con todo, los efectos especiales cosecharían una nominación al Óscar-, Guest se las ingenia para enhebrar una aventura sencilla pero sostenida con buen pulso, tanto o más si se tiene en cuenta que los diálogos son en un lenguaje inventado en el que apenas se emplea un puñado de voces -aprender el idioma, que es perfectamente posible en la hora y media de metraje, puede ser otro juguete para divertirse-.

Del relato, hay apartados particularmente desafinantes -las pequeñas escenas cómicas- y herramientas tan básicas como forzadas -ese megalosaurius con el don de la oportunidad-, pero también se atreve a introducir reflexiones críticas acerca de la propagación y el contagio del fanatismo en un contexto de pánico colectivo que responde a la consciencia de la vulnerabilidad ante la desgracia y lo desconocido. El espectacular paisaje canario constituye además un decorado estimulante y épico para este tebeo en movimiento y a todo color.

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Nota IMDB: 5,2.

Nota FilmAffinity: 5,3.

Nota del blog: 6,5.

El resplandor

9 Dic

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Año: 1980.

Director: Stanley Kubrick.

Reparto: Jack Nicholson, Shelley Duvall, Danny Lloyd, Scatman Crothers, Joe Turkel, Philip Stone, Barry Nelson.

Tráiler

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          A Stanley Kubrick puede considerársele un autor transformador de géneros. Es decir, que pone su sensibilidad, talento e intereses por encima de los códigos y las convenciones propias del terreno por donde escoge encaminar su filmografía. Por ello, a la hora de adaptar la novela El resplandor, de un escritor fundamental en el terror, Stephen King, el cineasta optaría por ahogar su dimensión sobrenatural en favor de una mayor ambigüedad, más vinculada a una exploración de la enajenación y los arrebatos de locura que pueden hacer en presa en una mente como la de Jack Torrance, arrasada por la frustración -su estancada carrera literaria-, el aislamiento absoluto -el hotel cerrado durante cinco meses de crudo invierno- y unos antecedentes que apuntaban a que el asunto se encontraba ya ahí latente -la alusión a un episodio de «exceso de fuerza» hacia su hijo-.

Pero, además, esta naturaleza maligna se enraiza a través del relato con el catálogo de depravaciones y atrocidades que se manifiestan a través de los espíritus del siniestro hotel -otro holocausto familiar, fantasmas con terribles heridas, grotescas escenas sexuales- y, de paso, con la cara B de la historia de la forja de la nación -el recuerdo de la expedición Donner, donde los pioneros hubieron de recurrir al canibalismo para sobrevivir en mitad de un territorio hostil-. Un conjunto a partir del cual se podría conformar una subrepticia mirada crítica hacia la sociedad estadounidense -la conminación a Jack para que pase a ser parte de los hombres que cumplen con su deber y que escarmientan a esposas e hijos-.

          De ahí que esos espectros no tengan entidad propia, como en el libro de King, sino que Kubrick los apunte como emanaciones de una psicología trastornada, bien la de un padre desequilibrado que vendería su alma por una cerveza, bien la de un niño con aparentes problemas de sociabilidad, bien la de una mujer al borde de un ataque de nervios. No obstante, esta premisa conduciría a ciertas contradicciones, como por ejemplo en la imposible apertura de la puerta de la despensa, o a momentos ridículos como el final del personaje de Scatman Crothers. Supongo que es complicado subvertir por completo el texto original.

          De igual manera, en el aspecto formal, Kubrick reemplaza los sustos, la impresión repentina, por una constante irritación sensorial -la estridente estética de los interiores, las desaforadas sobreactuaciones y la apariencia de los actores; la banda sonora deformada por el sintetizador y los registros sonoros que incluso convierten el rebotar aburrido de una pelota en metrónomo de lo que parecía música…-. El terror está en esa atmósfera antinatural, bajo la que se convoca la personalidad intangible y malsana del Overlook, prácticamente un estado mental. Mediante la steadycam, el objetivo se arrastra tras los pasos de los personajes en su agobiante recorrido de unos pasillos que son tan intrincados como ese laberinto de setos que les aguarda en el exterior congelado.

          En cualquier caso, esta superposición de Kubrick termina dando de sí todo y acaba siendo más divertido contemplar, mirándo desde fuera la historia al igual que él, qué recursos visuales desarrolla y aplica el cineasta, y no tanto el relato de terror y locura en sí mismo que se cuenta de fondo.

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Nota IMDB: 8,4.

Nota FilmAffinity: 8,2.

Nota del blog: 7.

Las cuatro plumas

20 Nov

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Año: 1939.

Director: Zoltan Korda.

Reparto: John Clements, June Duprez, Ralph Richardson, C. Aubrey Smith, Allan Jeayes, Frederick Culley, Jack Allen, Donald Gray, John Laurie, Henry Oscar.

Filme

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         Hay un gag recurrente en Las cuatro plumas. Con sus aires de patriarca antiguo, el general Burroughs rememora su actuación durante la célebre carga de la brigada ligera británica en la Batalla de Balaclava, episodio de la Guerra de Crimea. Narra con tono épico su audaz liderazgo, aunque utilizando siempre nueces, manzanas, frutas y un dedo de vino para reconstruir el sangriento campo de batalla; una disposición que, combinada con su obcecada insistencia en el tema, ya traza unos rasgos irónicos sobre unos hechos que, no obstante, pocos años atrás habían servido como material legendario y heroico para el cine con, precisamente, La carga de la Brigada Ligera. Pero lo que el general Burroughs cuenta reiteradamente con tanta solemnidad es, en realidad, un desastre bélico en el que se perdería a la mitad del contingente. Al respecto, la Historia especula sobre los motivos que hay detrás de esta acción militar, desde rivalidades entre los aristrócratas al mando de los diferentes cuerpos hasta un intento de revertir, con un alto coste humano, las acusaciones de cobardía que, al parecer, se lanzaban contra la División de Caballería.

         Este último es, precisamente, el tema sobre el que gira Las cuatro plumas, basada en la popular novela del escritor, militar y político A.E.W. Mason y que, por aquel 1939, ya contaba con tres adaptaciones previas a la gran pantalla -y aún tendrá otro par posteriores a esta-. Como se comprueba con la ridiculización del general Burroughs, el filme pone en tela de juicio las hazañas militares que conforman parte esencial de la mitología del Imperio británico. De hecho, terminará por revelarse que tal muestra de arrojo de Burroughs no fue sino la carrera espantada de un caballo asustadizo que, a la postre, arrastró consigo a todo el regimiento. Desde ese sarcasmo, quedarán definitivamente desactivadas las severas advertencias de ese arrogante grupo de vejestorios que trata de amedrentar con cruentas anécdotas a un adolescente sensible para que prosiga la tradición familiar de entregar su vida al Ejército mientras, además, se lamentan por las comodidades que debilitan a las nuevas generaciones.

A diferencia del Lord Jim de Joseph Conrad, Las cuatro plumas no someterá al protagonista a un viaje íntimo y torturado hacia la raíz de su presunta flaqueza, hacia sus tormentos tanto impuestos como autoinfligidos. En lugar de eso, esta aparente cobardía del oficial que renuncia a su rango a fin de priorizar su deber familiar supone la espita que hace explosionar una aventura prodigiosa, rodada a todo color, con impresionantes escenario naturales en Sudán el auténtico tablero de la Guerra Mahdista que enmarca la ordalía de Harry Faversham- y entre amenazadores nativos que, para mayor realismo, a diferencia de los usos habituales de la época, no son occidentales burdamente maquillados -cosa que, a día de hoy, se agradece bastante-.

         Esta espectacularidad de la producción da una primera muestra de la ambigüedad que, en parte, condiciona el relato. Porque, a pesar de que se mantiene esa tendencia al retrato patético de las glorias militares -la alusión al «gran trabajo» de un capitán que amanece en un campo sembrado de cadáveres tras una derrota devenida por una serie de catastróficas desdichas-, la prueba de redención del protagonista, en la que este debe hacer un alarde de valor prácticamente suicida, también se encuentra estrechamente vinculada a la redención de un imperio que pugna por recuperar un terreno dejado de la mano de Dios pero que, en cualquier caso, considera que le pertenece y que, para más inri, le ha sido arrebatado por un tirano degenerado que se deleita contemplando torturas.

No obstante, no deja de tener su lógica en la medida de que Harry Faversham significa una refundación -más que una ruptura revolucionaria- de esa tradición que trataba de imponerle su padre y sus vetustos compañeros de batallitas. Es decir, una actualización de los valores nacionales en la que el coraje, en definitiva, cobra mayor sentido cuando se emplea no por cuestiones abstractas por completo rancias -el cumplimiento de las órdenes de un superior, la pretensión de escribir una página en la Historia o en la mitología nacional, el alarde de virilidad-, sino por asuntos concretos con plena vigencia humana -la fidelidad a la pareja, la responsabilidad con los camaradas, el compromiso solidario-. De ahí que también se ensalce como último testimonio de valor, con estética grave y ensalzadora, la decisión de Durrance.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota Filmaffinity: 7.

Nota del blog: 7.

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