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El general murió al amanecer

16 Feb

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Año: 1936.

Director: Lewis Milestone.

Reparto: Gary Cooper, Madeleine Carroll, Akim Tamiroff, Porter Hall, Dudley Digges, William Frawley, J.M. Kerrigan, Philip Ahn, Lee Tung Foo.

Tráiler

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          Tiene una atmósfera extrañísima El general murió al amanecer, y no sé si es por voluntad de Lewis Milestone, embriagado de una aventura exótica e imposible, o se debe a la irregularidad de la narración -en la cual incidencias como el salto del eje contribuirían a reforzar esa sensación de irrealidad-. El caso es que, por momentos, las escenas se adentran en una textura onírica. Ocurre, por ejemplo, en el compartimento de tren que comparten Gary Cooper y Madeleine Carrol, donde el tajante montaje -que ya había sido notorio en una inusual elipsis que suprime de raíz todo el proceso de seducción-, las insinuaciones, el deseo y el peligro de los personajes invocan un instante cargado de poesía, simbolismo y electricidad estática. De la misma manera, un villano arquetípico como el general Yang, bajo el que el ruso Akim Tamiroff aparece caracterizado de oriental, va más allá del maniqueísmo para invocar cierta aura fantástica y carismática, que se resuelve en un desenlace terriblemente impactante, envuelto en bruma, violencia y megalomanía.

          Entre el héroe y el malvado -a quienes se cita a veces como simples peones dentro de un tablero que nunca se ve en su totalidad y que pueden caer fácilmente víctimas de engaños o situaciones nada memorables, de nuevo en una desmitificación que hasta cierto punto quizás indeseada-, los personajes de El general murió al amanecer aparecen dudosos, erráticos e incluso patéticos y grotescos, atrapados por un lugar extraño -una provincia China diezmada por un señor de la guerra- y una tragedia particular -la muerte que acecha, la fidelidad a la sangre frente a la llamada del corazón-. En realidad, buena parte del punto de vista del relato pertenece a la joven Judy, que precisamente es una mujer que se revela contra el papel que le ha tocado en esta historia, tal y como, de hecho, la presenta Milestone en el plano, desde unas piernas cruzadas, una cerilla que prende insinuante y un rostro en sombras -o, luego, medio ocultado por el ala del sombrero-. Judy no quiere ser femme fatale y su dilema es uno de los principales motores dramáticos de la función.

          El cineasta concentra su potencia creativa en la puesta en escena, atenta al detalle -observa las manos como si se regresara al cine silente- y audaz en la utilización de recursos innovadores -la pantalla dividida-. La luz y la oscuridad, invocadas por la bella fotografía de Victor Milner, se ciernen sobre los aventureros en lucha contra la amenaza mortal y contra sí mismos -el incómodo pero anhelado beso bajo la silueta de Yang, siempre presente sobre los amantes-. Formas e imágenes que impulsan el romanticismo -amoroso principalmente, aunque también político- de la aventura, su lirismo extraordinario.

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Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 6,1.

Nota del blog: 8.

Monos

11 Nov

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Año: 2019.

Director: Alejandro Landes.

Reparto: Sofia Buenaventura, Moises Arias, Julianne Nicholson, Karen Quintero, Laura Castrillón, Deiby Rueda, Paul Cubides, Sneider Castro, Juan Giraldo, Wilson Salazar, Jorge Román.

Tráiler

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          La cabeza de un cerdo ensartada en un poste pone a las claras las referencias. Monos se aproxima a El señor de las moscas poniendo el foco sobre un comando guerrillero infantil en las profundidades de un país latinoamericano. Es el tercer largometraje del colomboecuatoriano Alejandro Landes y el primero que puede considerarse plenamente de ficción. Aunque, como en las precedentes Cocalero y Porfirio, no falte en él compromiso con la realidad.

          No obstante, a diferencia del primero -una obra documental- y del segundo -un documental representado desde el hiperrealismo por sus propios protagonistas-, Landes encara esta realidad conflictiva desde una tendencia a la abstracción a la que apunta ya esa ausencia de nombres y enclaves concretos, y en la que el realizador profundiza a través de la composición estética. Los niños que conforman este destacamento -los Monos que dan título a la cinta- aparecen aislados en paisajes sobrecogedores. En la montaña nebulosa primero, en la impenetrable jungla después.

Es decir, un escenario que parece desgajado casi de cualquier anclaje reconocible, lo que le sirve a Landes para dar pie a una intensa e hipnótica atmósfera que se adentra en un estadio primitivo, delimitado por unas férreas normas tribales y en el que el contacto con la problemática de fondo -el secuestro, el enfrentamiento armado- se manifiesta con tonalidades alucinadas. Las imágenes y el sonido juegan con lo lisérgico, con lo absurdo, rastreando en estas sensaciones la esencia que, de fondo, rige la situación.

          Con estas poderosas formas, Landes busca más la experiencia sensorial y subconsciente que el análisis sociopolítico, en cuyos orígenes, causas o razones no se profundiza, como tampoco se hará en el desarrollo de unos personajes perfilados desde el arquetipo. Monos contrapone en igualdad de condiciones el juego y la guerra, la inocencia y la crueldad, como preguntándose si la primera tiene cabida, o es siquiera posible, en semejante contexto. Con todo, podría entenderse que esta apuesta sugerente e inmersiva entraña una contradicción en un remate que, al igual hacía en Porfirio, termina buscando los ojos del espectador, interpelándolo frontalmente, denunciando hechos concretos con una mirada que grita.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 7,5.

La lengua de las mariposas

2 Ago

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Año: 1999.

Director: José Luis Cuerda.

Reparto: Manuel Lozano, Fernando Fernán Gómez, Uxía Blanco, Gonzalo Uriarte, Alexis de los Santos, Jesús Castejón, Guillermo Toledo, Elena Fernández, Tamar Novas, Tatán, Lara López, Celso Bugallo, Xosé Manuel Olveira ‘Pico’, Antonio Lagares, Milagros Jiménez, Eduardo Gómez.

Tráiler

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         Hablando sobre La lengua de las mariposas, se sorprendía su director, José Luis Cuerda, de que escenas como la del pasillo de los presos republicanos despertaban todavía una gran emoción entre los mayores de Allariz, el pueblo ourensano donde rodó esta adaptación de una serie de cuentos del coruñés Manuel Rivas. El cineasta lo interpretaba como una prueba de que la Guerra Civil española no era un conflicto adecuadamente sanado en Galicia. No es, por supuesto, una situación exclusiva de esta comunidad, pero en octubre de 2018 se produjo una nueva evidencia de este cierre en falso de la guerra fratricida y los posteriores cuarenta años de dictadura nacionalcatólica. Fue en la inauguración de la muestra en la que se exhibía por primera vez en España el óleo de Castelao A derradeira leición do mestre, «La última (o definitiva, tal es el sentido del término) lección del maestro», considerado el Guernika gallego por su simbolismo furibundo y doliente en denuncia de la represión del nacionalismo galleguista y las libertades republicanas promovida por el alzamiento militar de 1936 y el régimen franquista. En su interpretación de la obra durante el discurso de apertura, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, loó los valores democráticos en oposición a unos fanatismos ideológicos que conduce al totalitarismo, «presentes en el mundo actual bajo diferentes etiquetas», si bien su advertencia contra la polarización política internacional, que atribuyó a lo que entiende como corrientes políticas populistas -pese a que su partido es capaz de avalar a un alcalde como Senén Pousa en Beade, cerca de Allariz-, también incluyó una invitación a pasar página mientras se contempla un cuadro ante el que “los más viejos sentirán los ecos de aquella barbarie, y los más nuevos se preguntarán asombrados si realmente fue aquí en Galicia donde sucedió”.

Con estas palabras, y tal como le reprocharon posteriormente, entre otros, los grupos de la oposición parlamentaria, el dirigente del PP se cuidó de condenar expresamente a los golpistas que fueron directamente responsables de la ejecución el 17 de agosto de 1936 de Alexandre Bóveda, el intelectual y político galleguista a quien Castelao, que entrega su rostro al del maestro que yace fusilado ante sus alumnos, rinde homenaje en esta pintura creada en el exilio y que amplía una de las estampas de su libro Galicia mártir. Ante estas medias tintas de Feijóo, una constante en el discurso y la acción política de la formación conservadora, fundada por un ministro de Francisco Franco, las declaraciones del resto de partidos incidieron en la necesidad de completar adecuadamente la labor de la memoria histórica para saldar definitivamente las cuentas con un pasado negrísimo y aún reciente y palpable, incluida la exhumación e identificación de los cuerpos de los ajusticiados, la reparación de su recuerdo y su dignidad y la supresión de los privilegios que todavía detentan los herederos del dictador como, sin salir de Galicia, ocurre por ejemplo con el expolio de bienes patrimoniales como el pazo de Meirás o las esculturas de Abraham e Isaac del Pórtico de la Gloria. 

         A derradeira leición do mestre era además la joya de la corona de una exposición en la que se profundizaba en la labor de Castelao como maestro de escuela y en la que se reflejaba el papel de la educación pública para, a pesar de la precariedad rampante, erigirse en una herramienta esencial contra la intolerancia y en favor de la igualdad y de la libertad moral e intelectual del individuo, dentro de un proyecto cercenado a sangre y fuego por una rebelión militar de filiaciones fascistas que tuvo precisamente en los docentes una de sus presas predilectas, como recordaba la abultada lista de ajusticiamientos recogidos por la muestra.

La lengua de las mariposas es una aproximación primero literaria y después cinematográfica a estos hechos, a cómo este aprendizaje humanista queda truncado literalmente a pedradas y espumarajos, símbolo de una generación que ha de vender su alma para sobrevivir en medio de la ignorancia, el clasismo y la brutalidad. Cuerda, encargado tanto de la realización como de ayudar a Rafael Azcona a traducir a libreto los textos de Rivas, establece esta escisión desde la mirada infantil, aterrada en su sensiblidad por la violencia que se adivina en el mundo adulto -«la letra que con sangre entra» y la Guerra del Rif como figuras equivalentes-. Y, en contraposición, sitúa a un mentor luminoso, que a través de las lecciones y de la amistad abre sus ojos a la vida pese a las nubes tormentosas que van oscureciendo el escenario. Las enseñanzas del maestro versan sobre las maravillas que el mundo alberga, pero asimismo sobre el infierno que pueden ser los otros.

         La película consigue manifestar con hermosura, lirismo y crudeza esa colisión entre las miradas soñadoras de dos iguales, el pequeño Gorrión y el veterano don Gregorio, frente a una realidad enferma y enajenada que conspira contra ellos, amenazando los valores que definen las esencias más elevadas del ser humano -el entusiasmo, la solidaridad, la comprensión, la lealtad, la libertad, el amor-. Hay una notable delicadeza y precisión para construir, plasmar y entrecruzar ese retrato de la ilusión del niño que descubre la vida con el espíritu curtido aunque irreductible contra desencantos del anciano profesor. Ayuda el emotivo contraste entre la frescura de Manuel Lozano y la rotundidad -sutil rotundidad- de un tótem viviente como Fernando Fernán Gómez. Al mismo tiempo, no se regodea en subrayar la sinrazón presente y la muerte que se avecina, intermediada por personajes que compone de un par de pinceladas para dar cuerpo con ellas a una atmósfera de fondo inquietante y cada vez más tangible. No se abusa por tanto de personajes monolíticos como el del cacique, que funcionan prácticamente como estereotipos.

         Azcona ensambla con naturalidad los tres relatos cortos de los que se compone el filme, apoyado fundamentalmente en la veracidad y la emoción de ese registro humano e histórico, de lo que obtiene pasajes conmovedores como el clímax final, donde se condensa esta lucha insoportable y eterna entre la libertad y la barbarie, el odio y el amor, entre un hermano y otro.

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Nota IMDB: 7,6.

Nota FilmAffinity: 7,5.

Nota del blog: 8.

Donbass

27 Abr

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Año: 2018.

Director: Sergei Loznitsa.

Reparto: Lyudmila Smorodina, Boris Kamorzin, Irina Plesnyayeva, Vadim Dubovsky, Thorsten Merten, Oleksandr Techynskyi, Sergey Russkin, Alexander Zamuraev, Georgiy Deliev, Valeriy Antonyuk, Evgeny Chistyakov, Konstantin Itunin, Sergey Kolesov, Svletana Kolesova.

Tráiler

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          “Fue una farsa digna de Ionesco”, exclamaba Sergei Loznitsa, director nacido en Bielorrusia pero criado en Ucrania, acerca de las purgas stalinistas que recordaba en su documental The Trial. Loznitsa, que asimismo había dejado testimonio gráfico del Euromaidan ucraniano que se llevaría por delante el gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich, parece querer encadenar estos fraudes históricos con el presente de la posverdad y las ‘fake news’, un neologismo que no deja de hacer referencia a unos bulos de toda la vida que, en la actualidad, encuentran nuevos medios de expresión y difusión -y que, precisamente, abrían también aquella Maidan-. De este modo, en esta introducción del filme, lo que parece el rodaje de una película de saldo se convierte de repente en la portada de un informativo de televisión que graba una crónica sobre la presunta vida de los ciudadanos bajo asedio de Nueva Rusia o, desde el otro bando, de los óblasts de Donetsk y Lugansk sometidos a ocupación rusa.

Contra la mentira y la escenificación oficial, aparece la verdad desenmascarada desde un plano general, sostenido durante el tiempo justo, para recoger la secuencia al completo. Este es el principio que domina los doce pequeños episodios -más epílogo circular- que, a modo de collage, componen la visión de Loznitsa sobre un conflicto candente y en el cual la desinformación desempeña un papel capital dentro de una guerra civil que, por momentos, se antoja poco menos que incomprensible desde el exterior. Una ‘verdad’ que, no hay que olvidar, está servida por una película, por otra obra de ficción que igualmente es todo guion y puesta en escena; una dramatización elaborada además desde una clara postura contraria a las injerencias rusas en su calidad, especialmente, de heredera del imperialismo soviético, cuya retórica, organización y simbolismo están muy presentes en esta autodenominada unión de repúblicas populares. Estamos por tanto ante una denuncia envuelta en una paradoja que puede perfectamente desacreditarla de raíz. O cuanto menos suscitar el debate.

          Ahora bien, este punto de vista determinado y parcial no es óbice para que Donbass posea una contundente verosimilitud -inspirada en ocasiones en vídeos domésticos- en su retrato del absurdo que anida en este pavoroso escenario bélico, extrapolable por supuesto a prácticamente cualquier lugar que atraviese una tesitura semejante. Loznitsa organiza este absurdo con una estructura de autoconfesos ecos buñuelianos, a través de la cual eviscera los profundos males que aquejan este país que se construye sobre su desintegración, con toda autoridad institucional, legal y moral suspendida.

          De tono cercano al de una tragicomedia que se ha quedado desangelada por el desastre, aparecen viñetas donde el humor brota de la pura incredulidad frente a lo grotesco de la situación, combinados con otros en los que el estallido de una violencia despiadada en mitad de ese contexto costumbrista y cotidiano hiela la sangre. El realismo de Donbass adquiere así tintes surrealistas. Las tomas son largas -algunas en exceso-, con abundantes planos secuencia que renuncian al montaje -no por nada un recurso definitorio del cine-, y se mantienen atentas a ese naturalismo bajo el que se tambalean los frágiles cimientos de los engaños. Una gramática que, por otra parte, deja tras de sí un pulso narrativo depresivo que, en algún instante, puede ahogar un tanto el relato.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 7.

Mando siniestro

6 Ago

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Año: 1940.

Director: Raoul Walsh.

Reparto: John Wayne, Claire Trevor, Walter Pidgeon, Roy Rogers, George ‘Gabby’ Hayes, Porter Hall, Marjorie Main, Raymond Walburn, Helen MacKellar.

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         Mando siniestro es el estreno de la fructífera relación artística entre el director Raoul Walsh y el escritor W.R. Burnett, que se prolongará de aquí en adelante en El último refugio y su relectura como western Juntos hasta la muerte; en Background to the Danger, The Man I Love y, sin que esta vez llegara a buen puerto, San Antonio. Pero Mando siniestro también es el reencuentro entre Walsh y John Wayne, a quien había rodado en su primer papel protagonista en otro western, La gran jornada, después de descubrirlo, según cuenta la leyenda, moviendo muebles por los platós como si fuesen de papel -historia que luego John Ford se atribuiría dudosamente a sí mismo en relación a la nueve años posterior La diligencia-.

         Mando siniestro es un western ambientado en el preludio y la posterior sanguinolencia fratricida de la Guerra de Secesión estadounidense, el cual aborda desde el punto de vista de un hombre sencillo y desarraigado pero de hondo patriotismo y firme sentido de la justicia que se ve envuelto en una lucha que queda reflejada con escaso romanticismo -incluso con tono humorístico inicialmente, inevitablemente trágico más tarde-, aunque luego las acciones de los personajes tiendan a ello.

         El estilo clásico de Walsh navega entre las sombras de un conflicto que, en contraste, acierta a retratar con desalentadora crudeza y sin maniqueismos, si bien sin alcanzar la altura lírica que podría reclamar Ford o la asfixiante y tensa noción del peligro de Howard Hawks, otros clásicos coetáneos. En cualquier caso, dentro de este choque entre contenido y estética, llama la atención por ejemplo la descarnada y certera interpretación economicista de la contienda, escéptica hacia proclamas tradicionalistas, que se pone en boca de un ciudadano corriente que esgrime que su única aspiración es poder vivir del trabajo honrado.

Pero, a pesar de ello, el libreto de Burnett completa con razonable naturalismo y matización el retrato de las personas que, de un modo u otro, terminan formando parte de uno de los dos bandos, con la familia McCloud a la cabeza: el banquero como financiador del sur y como pilar de la comunidad; el niño pijo que juega irresponsablemente a ser vaquero y luego tiene que lidiar con su conciencia; la mujer de clase alta con los pies en la tierra.

Por el contrario, la composición del antagonista resulta un tanto más forzada en su exaltación novelesca, y eso que, paradójicamente, está inspirado en William Quantrill y sus cruentos irregulares. Con todo, no deja de ser sorprendente e intrigante su frustración de hombre culto -una figura impotente ante la primacía que el simplón honesto tiene sobre la sociedad estadounidense, según apunta también el filme- tornada en odio desenfrenado, complementado con apuntes psicológicos acerca del peso de la herencia y una relación maternofilial igualmente anómala.

         Siguiendo esta línea, la traslación simbólica de la guerra civil a un triángulo amoroso no termina de lograr fuerza dramática ni romántica. Este planteamiento estará mejor resuelto en la posterior Una pistola al amanecer, otro filme ambientado en el mismo periodo y en una localización semejante, pero decididamente más destemplado y agresivo.

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Nota IMDB: 6,9.

Nota FilmAffinity: 6,4.

Nota del blog: 6,5.

La gran prueba

30 May

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Año: 1956.

Director: William Wyler.

Reparto: Gary Cooper, Dorothy McGuire, Anthony Perkins, Phyllis Love, Richard Eyer, Peter Mark Richman, Robert Middleton, Joel Fluellen, Walter Catlett.

Tráiler

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         La gran prueba se estrenaría en tiempos de la crisis del canal de Suez y de la invasión soviética de Hungría, y apenas tres años después del armisticio entre las dos Coreas. Por su parte, el filme se ambienta históricamente en tiempos de la Guerra de Secesión estadounidense. El conflicto bélico, pues, es el tema que circunda y acosa una obra que posee un engañoso aspecto de comedia familiar costumbrista, centrada en los avatares de una familia de cuáqueros de la Indiana meridional.

De hecho, el primer filme comercial en color de William Wyler se abre en una granja casi idealizada, donde la voz en off de un niño relata su humorística enemistad contra el ganso de su madre. Y, a continuación, se traza el retrato de los Birdwell y sus preocupaciones cotidianas: robar los dulces de la despensa, conseguir la atención de los chicos, las carreras de caballos con el vecino, el liderazgo espiritual de la comunidad… Será este el punto de vista desde el que afronte la guerra La gran prueba, una retitulación española de fuertes reminiscencias religiosas e ideológicas, análogas no obstante a las que ya tenía Friendly Persuasion -«persuasión amistosa», en traducción literal-, referencia a la actitud con la que los cuáqueros abordan los conflictos.

         De este modo, la intriga acerca de esta gran prueba de fe se mantiene permanentemente de fondo, si bien el relato parece estar más centrado en el drama familiar e intimista, en la descripción de sus circunstancias existenciales y psicológicas, y en su confrontación frente a la sociedad que la rodea. En una constante de la película, este último punto no es monolítico, como se aprecia en una comparativa amable -la iglesia vecina, desbordante de música y color frente al silencio y las tonalidades apagadas de los cuáqueros- y en otra algo más turbia -la feria de las vanidades, donde habitan maravillas y vicios a partes iguales-.

La narrativa textual y visual de La gran prueba demuestra una notable inteligencia expresiva para exponer las dudas, contradicciones e impulsos de los protagonistas, con por ejemplo en el acertado empleo de la elipsis para sugerir referencias sexuales -en la finca de las amazonas Hudspeth, en la noche en el granero de los Birdwell, en su ático…-. Ayudados además por un reparto bien dirigido -desde la vis cómica de clásicos como Gary Cooper hasta la actuación más moderna de Anthony Perkins, promocionado como parte de la nueva ola que personalizaba James Dean-, se trata de detalles, rugosidades y contrapuntos que contribuyen a dotar de complejidad a los personajes y a su historia, siempre de camino al dilema último que antecede a las conclusiones. Unas reflexiones que, como decíamos, enfilan directamente hacia una interrogación acerca de la naturaleza bélica o pacífica del ser humano, acerca de la discusión entre el deber social y la convicción moral, acerca de la firmeza de la doctrina y la flexibilidad de actuación frente al mal mayor -con un escobazo como clave resolutiva-.

         Dentro de este estilo, hay contadas situaciones que, por otro lado, a día de hoy se perciben como más naifs -el gag del órgano y el consejo de ancianos-, lo que se extiende a determinadas extracciones morales del relato. Ocurre por ejemplo con la simplista manifestación de la diferencia entre teoría y práctica de un fundamentalista religioso y su comparación con la comprensión de otros individuos alejados en principio de estos sólidos preceptos de fe y humanísticos, o con su lectura a propósito del perdón y la reconciliación, aun así de potente impuso emocional. Según cada cual, serán rasgos entrañables o reconfortantes en el mejor de los casos; reblandecidos o avejentados en el peor.

Pero todo ello forma parte igualmente del intento de matización del conflicto, que posee otros puntos más rotundos a través de determinados aldabonazos del guion firmado por el interesante ‘blacklisted’ Michael Wilson -«los rebeldes son gente como nosotros», reflexiona el soldado; «¿y aun así los disparas?», inquiere sorprendido el niño-; de la plasmación de la batalla como un cúmulo de horrores sin heroismo dominado por el miedo y la lástima; de los poderosos clímax interpretativos que entrega Perkins en estas estruendosas aunque antiépicas escenas, o del silencio en el que se dirime la disyuntiva que atenaza al cabeza de familia, un Cooper que, a pesar de haber rodado años atrás Solo ante el peligro -o quizás por ello-, no estaba demasiado convencido sobre el perfil de su personaje, para el que se había barajado otros nombres de virilidad menos tajante, como el de Montgomery Clift.

         Una de las películas favoritas de Ronald Reagan, se la regalaría en VHS al jefe de Estado de la Unión Soviética Mijaíl Gorbachov en las postrimerías de otro conflicto, la Guerra Fría. Además, cosecharía la Palma de oro en el festival de Cannes.

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Nota IMDB: 7,5.

Nota FilmAffinity: 7,1.

Nota del blog: 8.

Territorio comanche

2 May

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Año: 1996.

Director: Gerardo Herrero.

Reparto: Imanol Arias, Carmelo Gómez, Cecilia Dopazo, Mirta Zecevic, Gastón Pauls, Bruno Todeschini, Natasa Lusetic, Ecija Ojdanic.

Tráiler

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           «Durante la época dura, en Sarajevo, a eso le llamaban ir de shopping. Se ponían el casco y los chalecos y se pegaban a una pared en la ciudad vieja, a oirlas venir. Cuando alguna caía cerca, iban corriendo y grababan la humareda, las llamas, los escombros. Los voluntarios sacando a las víctimas». Territorio comanche traslada al cine la recopilación de reflexiones, nociones, atmósferas, anécdotas y pesares de las dos décadas como corresponsal de guerra, con siete participaciones en guerras civiles, que Arturo Pérez-Reverte había condensado en el libro del mismo título, escenificado en la Sarajevo asediada por los serbios en las Guerras yugoslavas de los noventa, la resurrección del monstruo en el satisfecho continente europeo. En torno al puente de Bijelo Polje.

           La fotografía plomiza y la iluminación tenebrosa de los fotogramas, cernidos sobre una ciudad mortuoria y fantasmagórica, se asimila al desencanto pesimista del periodista y escritor, con gotas de cinismo autoprotector y cierta voluntad ecuánime en el rescate de los restos humanos bajo las ruinas del horror. Hombre que siempre ha procurado cultivar y defender bien su personaje público, esa es la composición a partir del cual se modela a su alter ego, aquí caracterizado sobre Imanol Arias, y, con sus variaciones personales, a su visceral compañero de fatigas bélicas, un homenaje a José Luis Márquez que por su parte asume Carmelo Gómez, sempiterna cámara al hombro. Sin embargo, es una ambiciosa presentadora recién llegada (la argentina Cecilia Dopazo) la que detenta el punto de vista del relato, puesto que su condición de novata con pretensiones frente a estos perros tristes y viejos es la que ofrece las condiciones ideales para, a través de la pantalla, introducir al espectador, virgen en estas lides, en lo más crudo de un conflicto que, como todos los conflictos, es sinrazón, barbarie, caos, abuso y miseria.

           Por su credibilidad y viveza, la captura de la acción bélica en la que se mueven este circo ambulante de reporteros de guerra -la tensión, la amenaza y la fatiga e impotencia moral que se respira- ofrece una de las principales virtudes de la cinta.

Territorio comanche también puja por trasladar la convivencia, las motivaciones y las turbias cicatrices detrás de este grupo de seres perdidos y encontrados, obsesivamente inmersos en un cometido que ni siquiera tienen la certeza de que sirva para algo, para ese objetivo que no es tanto cambiar la tragedia como conocerla, desenmascararla y comprenderla -y eso por aquel entonces, ya que ahora probablemente se les pueda considerar una especie extinta-. Para este propósito, que probablemente fuese uno de los principales intereses de la prosa de Pérez-Reverte, el filme compone con solidez la superficie pero no logra rascar mucho más allá de ella, no termina de extraer el calado o la entidad que se puede intuir en el material de base, lo que hace cojear un tanto al conjunto, lastrado asimismo por decisiones artísticas poco pulidas, como el uso de la banda sonora que termina por rematar negativamente la estridencia de una especie de escena climática que tiene lugar llegando al desenlace.

Algo semejante ocurre con las deliberaciones y exposiciones acerca de la impotencia del observador y de la función del periodismo en la guerra, del papel de los medios -los domingueros contra los que gusta arremeter ferozmente al cartaginés, que a buen seguro hubiera arrojado más artillería de mortero sobre ellos- y en consecuencia del espectador que los alimenta; cuestión que se queda en un buen apunte -que puede que tampoco sea poca cosa-.

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Nota IMDB: 6,5.

Nota FilmAffinity: 5,8.

Nota del blog: 6,5.

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