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Historias de Filadelfia

17 Abr

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Año: 1940.

Director: George Cukor.

Reparto: Katharine Hepburn, Cary Grant, James Stewart, Ruth Hussey, John Howard, Virginia Weidler, Mary Nash, John Halliday, Roland Young, Henry Daniell.

Tráiler

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         En 1940, Katharine Hepburn llevaba un tiempo arrastrando la etiqueta de veneno para la taquilla de cine. Buscando refugio sobre las tablas del teatro, había triunfado protagonizando Historias de Filadelfia en Broadway, merced a un papel que su amigo Philip Barry había cosido a su medida, tomando el patrón de su personalidad independiente, decidida a romper las convenciones de género de la época, hasta el punto de resultar un tanto antipática o distante para aquellos que se sentían amenazados por su determinación transgresora. Luego, su amante por aquel entonces, Howard Hughes, compraría para ella los derechos de la obra a fin de llevarla a la gran pantalla. Además, Hepburn conseguiría un relativo control de la producción y rodearse así de gente de confianza, caso George Cukor y Cary Grant, con los que había trabajado en múltiples ocasiones anteriores. James Stewart redondearía una apuesta masculina destinada también a guardarse las espaldas en cuanto al gancho popular del proyecto se refiere.

         En efecto, Historias de Filadelfia es una comedia sofisticada de alta sociedad donde, a partir de un cuadrángulo amoroso, se pone bajo la lupa la personalidad de una mujer que, según algunos de sus pretendientes escarmentados, pertenece a una nueva estirpe, las «doncellas casadas americanas», definidas por su orgullo, arrogancia y altivez respecto de sus deberes para con sus maridos -es decir, lo opuesto a lo que posteriormente se denominará en el guion «actuar con naturalidad» o «como un ser humano»-. El célebre plano introductorio expone la situación de un vistazo: la protagonista parte en dos los palos de golf de su esposo mientras lo fulmina con la mirada desde lo alto de la escalera. Desde este punto de partida, el libreto pone en marcha una guerra de sexos que se dedica a minar la posición de Hepburn -generalmente situada por encima de sus compañeros en el encuadre- para, adentrándose en una exploración más íntima a medida que avanza el relato, descubrir que, en el fondo, es una chiquilla vulnerable que necesita amor verdadero, no adoración reverente.

         De haberlas, las afirmaciones sobre la modernidad temática de Historias de Filadelfia convendría ponerlas, pues, entre comillas. Al fin y al cabo, los juegos con los clichés hablan directamente a la sociedad de un tiempo concreto, expuesto por tanto al paso de los años y a los cambios de sensibilidad social -y humorística-. Aquí, las posiciones iniciales de autonomía y autorrespeto femenino quedan en entredicho a cambio de unos cruces de insinuaciones pícaras y sentimentales que son el material con el que se construye el enredo, siguiendo los patrones de ese subgénero denominado ‘comedy of remarriage’, que en aquella época tenía bastante tirón, con Grant como estandarte masculino -y acompañado de Hepburn ya en ejemplos previos como La fiera de mi niña-.

Los líos de acciones y de intercambios verbales se suceden a buen ritmo, con algunas muestras de chispeante ingenio. La química entre Hepburn y Grant estaba sobradamente probada, pero destaca igualmente la afinidad que la estrella luce con Stewart, en especial en una escena nocturna y climática. A pesar de que él mismo consideraba que su elección para el personaje no era demasiado adecuada, el bueno de Jimmy también demuestra que tiene talento para encarnar a cínicos desencantados y para hipar una borrachera.

         En cualquier caso, Hepburn lograría reconducir su carrera cinematográfica, nominación al Óscar incluida.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 8,1.

Nota del blog: 7.

Gato negro, gato blanco

7 May

“No hay diferencia en el humor en todo el mundo. El humor es humor, la risa es la risa. Si haces que el humor sea divertido, la gente se reirá.”

Jerry Lewis

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Gato negro, gato blanco

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Gato negro, gato blanco

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Año: 1998.

Director: Emir Kusturica.

Reparto: Florijan Ajdini, Branka Katic, Bajram Severdzan, Srdjan Todorovic, Zabit Memedov, Sabri Sulejmani, Jasar Destani, Salija Ibraimova, Ljubica Adzovic, Irfan Jagli, Miki Manojlovic.

Filme

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            Al mal tiempo buena cara. Para Emir Kusturica, nada mejor que una comedia para limpiar el sinsabor de las feroces críticas recibidas, en el aspecto político, por su cinematográficamente celebrada Underground, recibida con animadversión desde cada una de las partes desmembradas de su añorada Yugoslavia. Mientras sopesaba su retirada del séptimo arte, el cineasta fue alentando su creatividad tras volcar su interés sobre la música romaní. Un estudio que, a la postre, decidiría otorgar entidad dramática construyendo a partir de sus sugerencias una trama que, por fin, fructificaría en su película más paroxística y dionisíaca, Gato negro, gato blanco.

             “Life is just a simple game / Between up and down / Life is just a simple game / Makes things go around […] / What is up and what is down / Who will buy and who will sell / Heaven sometimes covers us / But sometimes it is hell”, canta en el tema Upside Down la No Smoking Orchestra, grupo musical del que Kusturica es guitarrista y compositor. Es decir, la constatación de la existencia humana entendida como un juego kármico que se debate entre la belleza y el dolor, el amor y la guerra, la comedia y la tragedia, la vida y la muerte, el Bien y el Mal. Un concepto, por otro lado, muy unido a la concepción histórica que el realizador de Sarajevo posee también de su extinto país.

Esta dualidad presente en su obra se magnifica simbólicamente en Gato negro, gato blanco ya desde su mismo título, alusión a la suerte ambigua que, en todo momento, se cierne sobre los personajes de esta fábula caótica que comprende enredos entre mafiosos paridos por el conflicto balcánico y timadores condenados a la derrota; duelos entre los nobles sentimientos y la mercantilización de las emociones ajenas; amistades que abarcan más allá de la tumba, y la lucha entre matrimonios concertados y amores platónicos –estos últimos, siempre tan damnificados por el fatalismo en la filmografía de Kusturica-.

             La fórmula, elevada a su máximo exponente, reacciona de forma explosiva. No hay un momento de respiro en la película, arrastrada por el galope de su delirante banda sonora, firmada precisamente por los muchachos de la No Smoking Orchestra. Excesiva, barroca y delirante por definición, casi a imitación de los delincuentuchos y estraperlistas horteras que transitan por sus fotogramas para incidir a favor o en contra de la épica amorosa de dos jóvenes amantes, Gato negro, gato blanco hace del kitsch y el estrés virtud y zarandea al espectador como si le hubieran soplado en la cara ese polvo blanco que Dadan (Srdan Todorovic), criminal de guerra reconvertido a gángster bailongo, guarda en el crucifijo enjoyado que cuelga de su pecho.

Enfervorecida en su baile en espiral, el filme posee potencial para irritar al más pintado y/o para transmitirle la inmensa ternura que desprenden los encuentros y desencuentros que depara asimismo el destino burlón.

             Uno, o se sube a cabalgar un gorrino –esa escena reciclada en vídeo viral que ni recordaba que pertenecía a esta cinta– para unirse al desfile de la vida y moverse al son demencial de la Bubamara, o queda arrollado por el ímpetu de Kusturica, decido, siguiendo esa tradición mediterránea que sintetizaría filosóficamente el griego Zorba, a plantarle cara a la adversidad danzando enloquecido.

 

Nota IMDB: 8,1.

Nota FilmAffinity: 7,6.

Nota del blog: 7,5.

Ocho apellidos vascos

1 Mar

“Yo que soy más vasco / que el Árbol de Gernika / cuando juega la selección / no sé lo que me pasa / ¡¡Juega España ra-ra-ra!! / Los mundiales / ¡¡va a ganar!! / Mi conciencia / ¡¡me da igual!! / No puedo evitar gritar… / ¡¡Gora, España!! ¡¡Gora!!”

Lendakaris muertos (Gora España)

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Ocho apellidos vascos

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Ocho apellidos vascos

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Año: 2013.

Director: Emilio Martínez-Lázaro.

Reparto: Dani Rovira, Clara Lago, Karra Elejalde, Carmen Machi.

Tráiler

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            Es cultural. La siempre tiritante industria española del cine sobrevive como la economía del país: a golpe de pelotazos que engrosan unas cifras globales quizás menos halagüeñas de lo que aparentan. Como Lo imposible dos años atrás, aunque más inexplicable debido a lo poco sorprendente de su propuesta –la película de Bayona al menos prometía un espectáculo colosal con estrellas internacionales poco frecuente en una producción española-, Ocho apellidos vascos es el tsunami que arrasaría las taquillas nacionales en el pasado curso, maltrechas después de los nefastos datos de 2013.

            La explicación probable es que se erigió en uno de esos fenómenos virales que se convierten en obligatorios para cada muro de Facebook o, simplemente, para aquellos que desean por ver qué demonios es eso de lo que habla todo el mundo, intensa promoción mediática mediante. El espíritu gregario del ser humano, a fin de cuentas. Evitar la espiral del silencio y demás. Un suceso, intuyo, más arbitrario que calculado, puesto que bien le podría haber ocurrido lo mismo a alguna otra comedia elaborada con ingredientes de vocación popular y profusa campaña publicitaria como, por ejemplo, Tres bodas de más, que había obtenido apreciables réditos en taquilla si bien no a semejante altura.

Ocho apellidos vascos combina el humor costumbrista-regional, fórmula también ganadora en Europa en tiempos recientes –Bienvenidos al Norte, Bienvenidos al sur-, con la clásica comedia de enredo basada en la premisa de chico conoce chica y Romeo conoce a Julieta.

En Ocho apellidos vascos, esto se traduce en chistes acerca de los contrastes entre la Andalucía de los señoritos y el PER y el País Vasco de la kale borroka y los flequillos rectos –la España estándar y tradicional contra la España de las autonomías y el nacionalismo-, enzarzadas ambas en un bucle de tensiones y acercamientos que llama a la reconciliación y el hermanamiento nacional de, en definitiva, esta España mía, esta España nuestra.

            Imagino que la película, vista como experiencia colectiva en una sala llena –ese acontecimiento tan vintage por desgracia-, influye en el disfrute y las risas a costa de unas gracias que, pese al afinado oído callejero que tienen los guipuzcoanos Borja Cobeaga y Diego San José –o quizás por ello mismo-, tampoco superan en exceso el nivel de las ocurrencias sobre tópicos que tendría un grupo de colegas tomando cañas –cabe decir que el sentido del humor y la inclinación o la aversión hacia alguna de sus múltiples variantes es una cosa muy particular-.

            De ahí que, en mi opinión, el filme le deba mucha parte de su éxito al protagonismo de Dani Rovira. Notable monologuista, debutante en un largometraje, Rovira se desenvuelve con soltura en la ejecución de los gags, está alejando de los típicos y frecuentemente irritantes galanes adolescentes televisivos y, en conclusión, cae simpático a la vista y el oído. Hace entrañable y querible al ‘lerele’ que le toca en suerte interpretar y permite que su serie de catastróficas desdichas en el exótico, terrible e incomprensible norte cerrado sean soportables.

No hay que desdeñar la ayuda que le prestan en la tarea el carisma de Karra Elejalde, el gancho de la belleza de Clara Lago y la asequibilísima ligereza de la función, característica de estas producciones de gran financiación televisiva que siempre dejan un ojo puesto en su posterior exhibición doméstica, lo que provoca que acostumbren a lucir una realización casi equiparable a la de cualquier serie (de presupuesto relativamente generoso) de la pequeña pantalla.

 

Nota IMDB: 6,6.

Nota FilmAffinity: 6,2.

Nota del blog: 5,5.

La teta asustada

10 Feb

“Nuestra vida no es otra cosa que la herencia de nuestro país.” 

Simón Bolívar

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La teta asustada

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La teta asustada

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Año: 2009.

Directora: Claudia Llosa.

Reparto: Magaly Solier, Efraín Solís, Susi Sánchez, Marino Ballón.

Tráiler

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           Las más terribles heridas que puede sufrir un ser humano no dejan horrendas marcas en el cuerpo, ni se manifiestan en cicatrices visibles. Son heridas expuestas a un dolor duplicado: aquel que se padece en la solitaria intimidad y, frecuentemente, aquel que por añadidura provoca la incomprensión ajena hacia ese mal en cuestión, atroz pero impalpable.

           La teta asustada explora el desgarro de un país, Perú, incapaz de enterrar el trauma de su guerra intestina entre el gobierno y las guerrillas terroristas de Sendero Luminoso, de igual modo que Fausta (Magaly Solier), la protagonista del relato, es incapaz de enterrar el cadáver reciente de su madre, torturada y violada por una de las partes de la contienda.

A partir de este conflicto, la cinta describe un viaje introspectivo de sanación –una metafórica carrera contrarreloj entre una boda y un sepelio- por parte de una muchacha retraída, víctima de la afección que da nombre a la película, y la cual solo son capaces de comprender quienes han vivido tan aberrante situación –de ahí el ejemplo del entendimiento imposible con el racionalista médico limeño-.

           Como en Madeinusa, filme debut con el que se trazan ciertas líneas de encuentro, Claudia Llosa inunda de símbolos y alegorías el recorrido de la joven Fausta, que abarcan desde la escatología hasta las reminiscencias mágicas, desde la patata como otra forma de somatización del miedo hasta las palomas como concepto de redención. Las metáforas se extienden también al empleo de delicadas y terribles canciones en quechua como vehículo de comunicación por el cual los personajes exteriorizan con absoluta explicitud su estado personal.

De la misma manera, la película gravita en torno a una protagonista sometida a la tiranía de unos factores externos idiosincráticos de la sociedad peruana –la citada guerra civil, la apropiación elitista de las clases europeas, plasmada en una de las escenas más crueles de la función-, los cuales, sin embargo, le conducen progresivamente a una rebelión plena de valentía y determinación.

           Llosa atenúa el exuberante barroquismo de Madeinusa para desarrollar una narración más minimalista y concreta en la que, no obstante, como se insinuaba en la alusión al simbolismo, participan también ciertos elementos fantásticos. Por otro lado, el circunspecto intimismo de la propuesta queda acertadamente dosificado con entrañables momentos cómicos que describen la sincretista cultura de los barrios marginales de la capital y que incluso frisan en su carácter estrambótico con el surrealismo costumbrista de Emir Kusturica –además de ofrecer la oportunidad de disfrutar de la cumbia psicodélica de Los destellos-.

El arduo renacer de Fausta, su florecimiento libre de odiosas imposiciones, paralelo en definitiva al del país andino, posee por tanto calidez, sentimiento y sensibilidad y renueva la confianza en el talento de Llosa como cineasta.

           Galardonada con el Oso de oro en el festival de Berlín y nominada a mejor película de habla no inglesa en los Óscar.

 

Nota IMDB: 6,7.

Nota FilmAffinity: 5,9.

Nota del blog: 7,5.

Relatos salvajes

27 Oct

«Es complicado para los ganadores hacer comedia. La comedia es, de por sí, subversiva, y sus autores representamos a los desvalidos.”

Harold Ramis

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Relatos salvajes

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Relatos salvajes.

Año: 2014.

Director: Damián Szifrón.

Reparto: Darío Grandinetti, María Marull, Julieta Zylberberg, Rita Cortese, César Bordón, Leonardo Sbaraglia, Walter Donado, Ricardo Darín, Nancy Dupláa, Oscar Martínez, Osmar Núñez, Germán de Silva, María Onetto, Érica Rivas, Diego Gentile.

Tráiler

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            Lo reconozco. Siento cierto deleite cuando algo similar al destino ejerce de justiciero defensor de la humanidad y castiga la maldad mediocre (o la simple estupidez) con una crueldad igualmente proporcionada. Además de los premios Darwin y sus parientes televisivos Mil maneras de morir y Vergüenza ajena, así como de películas como La cena de los idiotas, hay un video casero en internet que me hace creer en que, quizás, y solo quizás, sí exista una fuerza superior que, desde el hiperespacio, mueve los hilos y se regocija observando a las criaturas vivientes. La historia es la siguiente: un imbécil de competición saca medio cuerpo del coche en marcha para arrearle una colleja a un pobre ciclista. El imbécil falla. La inercia del movimiento le deja en posición horizontal, paralelo a la carretera. Su cara se estampa contra otro coche aparcado junto a la acera.

            Uno de los denominadores comunes de los cinco episodios -más el prólogo- de Relatos salvajes es, en cierta manera, esa relación kármica de causa-efecto, acción-retribución, provocación-venganza. Una asociación, eso sí, siempre embadurnada con un humor negrísimo, ya sea por su macabra (y desternillante) violenciaEl más fuerte, con Leonardo Sbaraglia, se lleva aquí la palma-, sea por el brutal retrato social que arrojan, caso de los sketches del restaurante de carretera, el del ingeniero acosado por la grúa municipal –ojo al enrabietado mensaje de ambas conclusiones, un pelín forzado en el aspecto familiar del segundo, pero fantasías las dos de jugosísimo debate- y, sobre todo, el titulado La propuesta, un tanto destemplado en su ritmo interno pero agrio y ferocísimo en su lectura.  

Son los tres ejemplos que sobresalen de la anécdota ocurrente e insólita para arremeter sin piedad contra un sistema infecto que condena al individuo a emprender reacciones descabelladas y delirantes para devolver la agresión recibida, habitualmente impune por los mecanismos de autoprotección que prevé el poder oficial y fáctico.

            Como toda película de capítulos –un esquema más adaptado a la escritura de Damián Szifrón, en cuya carrera predominan las series televisivas y los cortometrajes-, la estructura de Relatos salvajes se sostiene cuando el dinamismo y la chispa cómica fluyen sin descanso, apoyada en un casting impecable por el talento de los intérpretes y por la adecuación de su apariencia a sus correspondientes personajes y estereotipos.

La sorprendente causticidad del comienzo, la suculenta originalidad y la agilidad de los tres primeros cuentos atrapa al público en una espiral de tensión nerviosa, a la espera de la hecatombe física o moral de la propuesta y, por tanto, de su corrosivo gag. El arrollador vigor inicial se empieza a resentir a partir del cuarto segmento de un filme que, por desgracia, va de más a menos y finaliza en trayectoria descendente de la mano de una fábula menos inspirada y más estirada en comparación con el resto, al menos para un servidor. Aunque es fácil que se pueda opinar lo contrario: debido al hartazgo y la consecuente necesidad de satisfacción que esconde su trasfondo social y emocional, cada historia puede conectar con el espectador de manera muy particular.

 

Nota IMDB: 8,4.

Nota FilmAffinity: 8.

Nota del blog: 7.

Tres bodas de más

19 Dic

La despedida de soltero, en El Peliculista.

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La fiera de mi niña

21 Oct

“Nunca me gustaron las chicas delgadas, pero Katherine Hepburn tenía un aura que le convertía en la mujer más magnética que había visto en mi vida y que probablemente veré. Uno se sentía obligado a mirarla, a escucharla, sin posibilidad de escape.”

Cary Grant

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La fiera de mi niña

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La fiera de mi niña.

Año: 1938.

Director: Howard Hawks.

Reparto: Katharine Hepburn, Cary Grant, May Robson, Charles Ruggles, Walter Catlett, George Irving, Fritz Feld, Barry Fitzgerald.

Tráiler

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            Pocos géneros o subgéneros han cumplido con la eficacia de la screwball comedy una de las principales misiones del séptimo arte: el alejamiento momentáneo de la prosaica realidad por medio de una experiencia transferida desde el celuloide hasta el espectador encerrado en esa mágica habitación oscura que es la sala de cine.

Este tipo de comedia alocada y desternillante no es sino producto directo de un periodo histórico tan negativo como la Gran Depresión de los años treinta. Frente a la miseria económica y la desesperación, la screwball comedy desplegaba un escenario dominado por un caos ilógico pero humorístico donde un puñado de personajes sofisticados, excéntricos y atractivos quedan enmarañados en una y mil aventuras delirantes, por lo general a causa del impulso arrollador de sus atípicas heroínas: mujeres autónomas, libres y pudientes en obstinada persecución de sus deseos y anhelos sentimentales y sociales.

            Pese a estrenarse en un contexto menos flagelado por la crisis y a haberse saldado con un notable fracaso en taquilla, La fiera de mi niña es sin embargo considerada como el paradigma de la screwball comedy.

A cargo de su realización se encuentra Howard Hawks, maestro versatilísmo capaz de medir al milímetro el montaje y la puesta en escena para imprimir un ritmo frenético al relato, sea cual sea el terreno al que pertenezca el filme –si bien supone un elemento de vital importancia para obtener la sensación de desquiciamiento esencial en este tipo de cintas, de las cuales precisamente había contribuido a sentar sus códigos en La comedia de la vida-. Dos estrellas indiscutibles como Cary Grant, galán universal con una especial vis cómica, y Katherine Hepburn, el rostro femenino de los años treinta, icono del feminismo emancipado y neófita en estas lides burlescas, completaban desde el protagonismo el carácter estelar de esta producción de la RKO.

La desenfrenada retahíla de gags incrementa hasta cotas desconocidas y difícilmente superables la insensatez característica de la screwball comedy gracias a ese auténtico torbellino de la naturaleza que es Susan Vance (Hepburn), despiadado agente del destino encomendado con asombrosa vehemencia a la absoluta devastación de la vida pretérita de un apocado paleontólogo, David Huxley (Grant), hombre en vísperas de un frío matrimonio y un gris futuro de trabajo devoto y constante.

Es, en definitiva, la liberación de los corsés racionales y sociales del hombre de a pie, cristalizado en el amanecer de una vida romántica plena, por muy demencial e incluso físicamente peligrosa que esta amenace ser -el proceso intermedio a este traumático renacimiento espiritual y emocional es de todo menos un plácido camino de rosas-.

             La fiera de mi niña es una película implacable. Quizás no es un relato de especial trascendencia intelectual y sacarle más lecturas de las que posee en un primer vistazo sería forzar demasiado el argumento, pero lo cierto es que nunca dejan de ocurrir cosas, la narración de las mismas es ejemplar en cuanto a tempo cómico y elegancia formal, la química entre los actores es magnífica y, por tanto, es difícil apartar los ojos y la mente de la pantalla. El libreto de Dudley Nichols y Hagar Wilde, autor de la historia original, encadena situaciones cada vez más enloquecidas y absurdas a lo largo de un crescendo rodado a velocidad de vértigo y especialmente cruel con su parte masculina, un pobre individuo que bastante tiene con mantener la dignidad –factor hilarante en sí mismo, dado su calvario- e incluso sobrevivir a las circunstancias (es decir, a la mujer) que lo atropellan.

Así las cosas, uno nunca sabe si compadecerse o reírse del infortunado. No le queda más remedio que, a tenor de la ferocidad humorística de las situaciones, proceder con entusiasmo a lo segundo.

             En 1964, Hawks filmaría una revisión corregida y aumentada de La fiera de mi niña: Su juego favorito.

 

Nota IMDB: 8.

Nota FilmAffinity: 8,1. 

Nota del blog: 7,5.

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