Tag Archives: Narcotráfico

Contrato en Marsella

10 Jul

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Año: 1974.

Director: Robert Parrish.

Reparto: Anthony Quinn, Michael Caine, James Mason, Maureen Kerwin, Marcel Bozzuffi, Alexandra Stewart, Maurice Ronet, Patrick Floersheim, Catherine Rouvel.

Tráiler

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         En 1971, The French Connection, contra el imperio de la droga, se había convertido en un clásico instantáneo del thriller, premiado con los óscares a mejor película, director, actor, guión adaptado y montaje. Tres años después se estrena Contrato en Marsella, una producción británica con estrella invitada del otro lado del Atlántico, Anthony Quinn, que repite tema -la acción policial contra el narcotráfico-, elemento francés -la localización- y villano elegante -allí Fernando Rey, aquí James Mason-.

         Contrato en Marsella parece tratar de arraigarse también en ese desencanto crepuscular del noir del que, además, tan bien se habían apropiado algunos cineastas galos con su propia versión, el polar, entre cuyos rostros destacaba Lino Ventura, con quien comparte apellido el agente de la DEA estadounidense que interpreta Quinn, quién sabe si por homenaje. Es precisamente este personaje el que sintetiza dicha sensación pesimista. Es un hombre que camina hacia el ocaso con las manos en los bolsillos en un muelle solitario, como un héroe trágico del western. Un león ahora encadenado a la silla de la burocracia. Un amante furtivo sin derecho al último beso.

La presentación de personajes es hábil para retratar la personalidad de los sujetos. Ubicado en el jardín de una mansión mediterránea, Mason aparece rico, distinguido y presumiendo de relaciones sociales y políticas. La imagen del éxito, alcanzada por las vías del mal -¿por cuáles si no?-. En cambio, el sicario que encarna Michael Caine, tercer vértice de este excelente triángulo de protagonistas, surge en una habitación oscura y vacía, arreglando un dispositivo con precisión y paciencia mientras en la alcoba le aguarda una mujer atractiva.

         Los diálogos que entrega el libreto también contribuyen a convocar esta atmósfera de hastío y cinismo, algunos de ellos con líneas rotundas y jugosas. Contrato en Marsella es una historia de hombres que tienen que hacer su trabajo, unos limitándose al convenio -«soy un hombre de familia, no puedo cambiar el mundo»-, otros llevándolo más allá – «no me pagan suficiente por mis emociones»-. Pero, más allá de este puñado de sentencias, el guion no está del todo madurado. Según asegura en sus memorias, Caine aceptó participar en la película antes de leerlo.

A medida que avanza el relato -que necesita de unas cuantas inconsistencias forzadas para moverse hacia adelante-, el equilibrio entre los protagonismos se va descompensando cada vez más, hasta dejar a Quinn bastante desconectado de un asunto al que se le volverá a integrar con torpeza. La evolución psicológica del agente -quizás el personaje que encerraba más potencial- está poco trabajada, uno de los puntos fundamentales para explicar por qué el filme no logra alcanzar fuerza dramática. E incluso la ambigüedad y la amoralidad del asesino a sueldo queda desdibujada. Con todo, hay un par de escenas resueltas de forma curiosa, y ambas relacionadas con el baile: una danza de cortejo con coches deportivos y una ejecución con pasos de vals.

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Nota IMDB: 6.

Nota FilmAffinity: 5,7.

Nota del blog: 5,5.

Brawl in Cell Block 99

3 Ene

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Año: 2017.

Director: S. Craig Zahler.

Reparto: Vince Vaughn, Jennifer Carpenter, Don Johnson, Marc Blucas, Udo Kier, Geno Segers, Victor Almanzar, Tom Guiry, Mustafa Shakir, Willie C. Carter, Fred Melamed, Clark Johnson.

Tráiler

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          La sorpresa que supuso su debut, Bone Tomahawk, a pesar de haberse estrenado en contadas salas, no le valió sin embargo a S. Craig Zahler para conseguir la distribución en España de su segundo largometraje, Brawl in Cell Block 99, que prosigue su camino por un cine de género donde la sanguinolenta crudeza de su argumento y sus imágenes convive con un tratamiento de fondo condicionado por un irreverente humor negro.

Es decir, un producto orgullosamente pulp que, al igual que la anterior, narra un descenso a unos infiernos que parecen literales, allí escenificados en las cavernas de unos trogloditas caníbales en plena conquista del Oeste, aquí en una sucesión de prisiones donde el protagonista ha de purgar los pecados que le impone el fatalismo que carga a las espaldas -común al del pequeño currito en tiempos de crisis económica- y, a golpe y porrazo, liberar a su esposa e hija nonata del castigo que les ha contagiado, en una clásica paradoja, por atenerse a su código ético incluso en el delito criminal.

          El viaje por los círculos del averno se tornará, por supuesto, más salvaje a cada paso, de igual manera que Zahler oscurece la fotografía, la iluminación y el vestuario de los enemigos. La de Brawl in Cell Block 99 es una narración rotunda, que trata de hacer del esquematismo abstracción y, de la tosquedad de recursos lingüísticos, brutalidad. En parte se logra de la mano de ese espíritu de serie B correosa que se divierte retomando y remodelando los clichés de este universo particular -si bien, como ocurre en sus hasta el momento tres películas, sin importarle nada la concisión narrativa de la que disfrutaban este tipo de producciones pírricas, lo que en este caso deja un relato de estructura algo irregular-.

Así, la penitenciaría de máxima seguridad a donde va a dar con sus huesos el infortunado reo es prácticamente una fortaleza distópica comandada por el villano totalitario de turno, para el que el cineasta recupera a Don Johnson -¿hay algo más serie B que recuperar a viejas glorias para dar lustre a personajes delirantes?-. Hasta los efectos especiales, basados en los trucajes físicos y desacomplejados, remiten a la exploitation de los años setenta -al igual que hace, de forma todavía más evidente, la música escogida para la banda sonora diegética-. Es otro elemento visual, de grafismo impúdico y próximo al gore, que acrecienta el impacto de la rebeldía del protagonista, un imponente Vince Vaughn que se levanta a puñetazos, pisotones y fracturas de huesos contra un porvenir que conspira contra él y se ríe en su cara.

          Zahler, en definitiva, confirma una personalidad intransferible -pese a los ecos que pueda contener el filme no estamos ante un imitador nostálgico ni ante un sampleador que fabrica juguetes únicos, como Quentin Tarantino-. La corroborará, más pulida, en su tercera entrega, Dragged Across Concrete.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,6.

Nota del blog: 6,5.

Tropic Thunder, ¡una guerra muy perra!

28 Oct

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Año: 2008.

Director: Ben Stiller.

Reparto: Ben Stiller, Robert Downey Jr., Jack Black, Brandon T. Jackson, Jay Baruchel, Nick Nolte, Tom Cruise, Danny McBride, Steve Coogan, Bill Hader, Brandon Soo Hoo, Matthew McConaughey, Tobey Maguire, Jennifer Love Hewitt, Jon Voight, Jason Bateman, Lance Bass, Alicia Silverstone, Tyra Banks.

Tráiler

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           Hay dos vetas interesantes que surgen del humor satírico de Tropic Thunder, ¡una guerra muy perra! La primera, la más obvia y predominante, es aquella en la que se realiza una burlona caricatura de Hollywood: desde sus tópicos peliculeros hasta los individuos que forman sus engranajes y que, gracias a ellos, adquieren un aura estelar que, sin embargo, contrasta con sus miserias humanas. La segunda es la que habla de la sociedad estadounidense, y que se puede extraer de la controversia generada por algunos golpes probablemente nada sutiles, pero sí bastante contundentes.

Durante la celebración de Halloween de 2018, Shaun White, triple medallista olímpico en una modalidad del snowboard, fue el centro de la polémica y tuvo que pedir disculpas por disfrazarse de Jack el Simple, el personaje con el que el protagonista de Tropic Thunder, típico héroe del cine acción, buscaba reciclar su carrera hacia papeles cazapremios, con el resultado de un rotundo fracaso de crítica y público. «Todo el mundo sabe que no hay que hacer de retrasado total», le explicaba su compañero de reparto, ganador de cinco óscares, para aclararle cómo funcionan los gustos de la Academia norteamericana en cuanto a retratos de la discapacidad intelectual. Tal fue el revuelo con White, reprobado tanto por internautas como por entidades como por el comité de los paralímpicos estadounidenses, que incluso Ben Stiller tuvo que declarar que mantenía su disculpa por la película, ya boicoteada en su momento por idénticos motivos, y reiterar que la intención del gag «siempre fue la de burlarse de los actores que tratan de hacer lo que sea para ganar premios».

En cambio, Tropic Thunder sí se llevó palmadas en la espalda en lo referente a la cuestión racial, centrada en ese reputadísimo actor de método australiano que profundiza tanto en sus roles que, en este caso, se somete a un tratamiento de pigmentación para meterse con mayor autoridad en la piel de un sargento afroamericano. Es, al tratarse de una parodia de esta parodia, uno de los pocos ejemplos considerados positivos del denominado ‘blackface’, esto es, blancos que interpretan negros pintándose la cara apropiándose de elementos ajenos que habitualmente despreciarían o perpetuando los correspondientes estereotipos.

           Pero Ben Stiller, que dirige Tropic Thunder y escribe su guion junto a Justin Theroux y Etan Cohen -no confundir con Ethan Coen, la importancia del orden de una letra muda-, también da muestras de inteligencia narrativa y sentido de la comicidad, como ocurre en la presentación de los personajes, zanjada de un hilarante plumazo a través de tres falsos tráilers y un anuncio -una especie de mezcla entre Tom Cruise y Sylvester Stallone; otra de Daniel Day Lewis y Russel Crowe; un tercero que podría pasar por primo de Chris Farley y, por último, el clásico rapero que trata de abrir paso a su fama desde un nuevo medio-.

           Haciendo palanca sobre lugares comunes y neurosis generales, el filme consigue mantener un nivel chispeante a lo largo de su desarrollo, que hacia el final cae en esa contradicción recurrente de tener que poner un espectacular punto y final recurriendo precisamente a aquello que se parodia. Por su parte, las estrellas invitadas aportan picante, en especial un desopilante y coprolálico Cruise.

De ese juego entre lo grueso y lo fino, entre la ridiculización y el homenaje, entre lo terrenal y lo divino del cine, Tropic Thunder obtiene un notable equilibrio para convertirse en una meritoria comedia.

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Nota IMDB: 7.

Nota FilmAffinity: 5,5.

Nota del blog: 7.

Quien a hierro mata

23 Sep

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Año: 2019.

Director: Paco Plaza.

Reparto: Luis Tosar, Xan Cejudo, Ismael Martínez, Enric Auquer, María Vázquez, Dani Currás, Rebeca Montero, María Luisa Mayol, Xoel Fernández, César Valdés.

Tráiler

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         Las adicciones son crónicas. Es posible regatearlas o contenerlas, pero no desaparecen. La exposición a una posible recaída es de por vida. El narcotráfico en la costa gallega y la tragedia que arrastra toda una generación perdida son el telón de fondo tras Quien a hierro mata, película en la que Paco Plaza aparca el terror y el fantástico para, a partir de un guion ajeno por primera vez -firmado por Juan Galiñanes y Jorge Guerricaechevarría-, armar un thriller impulsado por una tragedia en espiral, que se enrosca eternamente en sí misma.

         El regreso del pasado, la resurrección del trauma, es por tanto el leit motiv que encajona al protagonista, un hombre ejemplar -un enfermero cargado de buen hacer y por tanto de empatía, en vísperas de estrenar paternidad en un matrimonio feliz- sobre el que, de improviso, resurge la sombra de una pena a duras penas entreolvidada. El odio se acumula, en el odio se recae, el odio consume.

La descomposición psicológica del personaje, enfrentado directa y encarnizadamente a la personificación sus males -reducida para mayor contraste a apenas un despojo penoso-, se combina con la trama convergente del alijo, inscrita con mayor pureza en el thriller y destinada a sembrar intriga en el desenlace que le aguarda al enfermero -aunque también posee, en sí misma, una agradecida desesperación, más afortunada que detalles pasados de rosca como las gemelas chinas y esa escena del almacén-.

En paralelo, el empaque, la rotundidad y los matices de Luis Tosar se enfrenta en la misma medida a la aceleración y la sobreactuación de sus antagonistas, si bien no es impedimento para que los individuos que estos encarnan posean autenticidad. De hecho, ofrecen material jugoso para el lucimiento mediante el exceso, como ocurre con la comentada interpretación de Enric Auquer.

         Las dos vertientes colaboran para engrasar una narración que funciona mejor cuando se adentra en las oscuridades picológicas que cuando se encamina, en ocasiones con decisiones un tanto forzadas, hacia la resolución moral de esta tragedia personal y criminal.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6,8.

Nota del blog: 6,5.

Dredd

20 May

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Año: 2012.

Director: Pete Travis.

Reparto: Karl Urban, Olivia Thirlby, Lena Headey, Wood Harris, Domhnall Gleeson, Warrick Grier, Langley Kirkwood, Rakie Ayola.

Tráiler

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           Parece que Alex Garland se dio por vencido cuando intentaba redactar un libreto para el reboot del juez Dredd que explorase en profundidad las complejidades de un personaje que, en esencia, es una exudación satírica de las tentaciones parafascistas de unos Estados Unidos deformados desde un retrato distópico. Tras descartar hasta tres opciones previas, y con el fiasco de la adaptación cinematográfica de 1995 bien presente, el londinense escogería apenas una anécdota para lanzar las nuevas aventuras del policía, juez y ejecutor creado por John Wagner y Carlos Ezquerra, que quedan traducidas a un actioner semejante a La jungla de cristal o, mejor aún, a Redada asesina (The Raid), dado que el protagonista, acompañado de una inocente recluta, ha de abrirse camino a la fuerza en el megabloque de viviendas en que se encuentra acorralado por una mortífera dama de la droga y sus secuaces.

           La premisa no apunta alto en cuanto a posibilidades reflexivas, pero se asienta sobre una interesante e inusual ambientación futurista que en su introducción destaca, paradójicamente, por su realismo y su crudeza. Los escenarios son sobrios y reconocibles, ya que apenas se detecta en ellos la clásica estridencia con la que suele imaginarse el mañana -para luego ir sucumbiendo por el poco imaginativo paso del tiempo-. Apenas la desopilante señal luminosa del edificio de los jueces destaca en este escenario de ruinas, suciedad y pantallas que tienen su prolongación en este bloque-Estado donde se enclava la mayor parte del metraje. En contraste con esta realidad áspera y deslucida -y en un detalle significativo-, solo hay fulgor en la perspectiva alterada por los estupefacientes.

           Dredd destaca así por su contención. Hay multitud de planos lejanos -sobre todo cenitales- que presentan desde una mirada distante los sucesos que acontecen en esta megalópolis sumida en una desesperación cotidiana. La expresión de la violencia es gráfica y exagerada, acorde al espíritu original de las tintas de Ezquerra, pero también hay planos fríos en las ejecuciones que ponen en cuestión, aunque sea puntualmente, los procedimientos de los jueces y su rol dentro de esta sociedad despiadada. Frente a los bramidos de Sylvester Stallone proclamando que él es la ley, Karl Urban -que para alivio de los seguidores del cómic no se quitará jamás el casco- adopta el susurro rasposo de otro policía-justiciero, Harry, el sucio, para repartir la ley desde la punta de su Legislador. Igual ocurre con la villana, interpretada con hipnótica parquedad por Lena Headey. Los interesantes detalles de partida conducen luego a un desarrollo más rutinario de pura acción, si bien al menos solvente en su rodaje.

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Nota IMDB: 7,1.

Nota FilmAffinity: 6.

Nota del blog: 6,5.

Mula

11 Mar

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Año: 2018.

Director: Clint Eastwood.

Reparto: Clint Eastwood, Bradley Cooper, Dianne Wiest, Michael Peña, Taissa Farmiga, Ignacio Serricchio, Alison Eastwood, Laurence Fishburne, Andy Garcia, Clifton Collins Jr., Lobo Sebastian, Eugene Cordero.

Tráiler

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            El pasado diciembre, Clint Eastwood presentaba oficialmente a su hija secreta de 64 años, Laurie, a quien había tenido en una infidelidad a su primera esposa, Maggie Johnson, y a quien no conoció hasta que ella cumplió la treintena. Fue durante la première de Mula, un evento que el veterano cineasta disfrutó además en compañía de los otros siete hijos que ha tenido de seis mujeres diferentes, unidos y sonrientes en lo que una de ellas, Alison -que precisamente encarna en el filme a una hija semiabandonada-, describió como una gran familia.

            Eastwood lleva tiempo ajustando cuentas. Durante esta etapa crepuscular de su carrera, tanto desde la silla de director –Sin perdón, Los puentes de Madison, Poder absoluto, Deuda de sangre, Space Cowboys, Million Dollar Baby, Gran Torino– como de simple actor asalariado –En la línea de fuego, Golpe de efecto-, sus apariciones en pantalla están marcadas, o como mínimo condicionadas, por los conceptos de redención y segunda oportunidad, especialmente en lo que a relaciones familiares se refiere. También por la revisión de su propio mito cinematográfico: el pistolero impasible y letal, el justiciero implacable, el tipo duro que no rinde cuentas a nadie. Aunque su excusa argumental –basada en la historia real de Leo Sharp– apunta al cine de género de la mano de un nonagenario que convierte en insólito transportista de droga para el cártel de Sinaloa, Mula, el regreso del californiano al protagonismo tras seis años de retiro, es por tanto una reincidencia en esta constante temática, que además muestra curiosos puntos de conexión con The Old Man and the Gun, el reciente colofón de otra leyenda viva: Robert Redford.

            De este modo, a través de una intriga criminal sencilla, con algún nexo bastante objetable -esa manera de entrar a formar parte del entramado mafioso-, pero realmente entretenida y narrada con un pulso narrativo ejemplar, Mula va componiendo el drama de un anciano que trata de reconciliarse con su familia, con la sociedad y consigo mismo por el camino del dinero fácil. Vender su alma para recuperar su alma. Esta vertiente intimista no está exenta de tópicos y de insistencia en el mensaje acerca del auténtico valor de las cosas, amén de algún ramal al que no se termina de dar cierre -la conexión pseudopaternal con el lugarteniente mexicano-; pero en los momentos en los que puede acercarse incluso a cierto sentimentalismo se sostiene gracias al carisma y la intensidad interpretativa de Eastwood. El papel se ajusta a la perfección a sus inclinaciones, dotado asimismo de esos detalles irónicos y metalingüísticos que pueden rastrearse en este último tramo de su filmografía y que, chisposos y efectivos, refuerzan el atractivo del personaje, perfectamente interrelacionado con el astro.

            Esta mirada personal se extiende además a otras lecturas críticas que Eastwood hace de la sociedad estadounidense, por supuesto siempre a su manera, con su característica autonomía ideológica. La inmersión de este civil cualquiera en el siniestro submundo del narcotráfico -que por sus métodos y lógica representa la cara B del capitalismo salvaje, no lo olvidemos- deja constancia de las dificultades que atraviesa el pequeño empresario y el trabajador corriente a consecuencia de la devastadora crisis económica y de su desprotección dentro de un sistema que nada garantiza a quien nada tiene, si bien esta vertiente de la solución desesperada de una clase media presa de las circunstancias está menos acentuada que en otras obras semejantes como la comedia británica El jardín de la alegría o las series Weeds y Breaking Bad.

Es más notoria todavía en su tratamiento del racismo, que aborda igualmente según lo entiende él, un señor mayor encuadrado toda su vida en una categoría social a priori privilegiada y que se declara harto de los ‘lloriqueos’ de las nuevas generaciones. Dentro de esta concepción se enmarca pues su denuncia contra la persistencia de los prejuicios étnicos -la manera en la que los agentes de la DEA filtran a sus sospechosos- y de los atropellos directos contra sus libertades ciudadanas y hasta su integridad física -la interceptación de un conductor latino, una escena tan directa que parece un apunte forzado-, las cuales se matizan de forma paralela en su protesta contra las imposiciones de la corrección política -el empleo de términos considerados vejatorios-. Es decir, que la visión del autor distingue y contrapone el racismo factual frente a unos hábitos quizás anticuados pero que no entiende ofensivos, pues no se encuentran respaldados realmente por hechos o actitudes denigrantes. En definitiva, una vuelta al agradecido Walt Kowalski del «¿qué tramáis, morenos?», a los códigos westernianos del entendimiento, el respeto y la fidelidad entre los individuos de un país libre.

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Nota IMDB: 7,2.

Nota FilmAffinity: 7.

Nota del blog: 7.

Pájaros de verano

8 Mar

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Año: 2018.

Directores: Ciro Guerra, Cristina Gallego.

Reparto: José Acosta, Carmiña Martínez, Natalia Reyes, Juan Bautista Martínez, José Vicente, Jhon Narváez, Greider Meza, Aslenis Márquez, José Naider, Luisa Alfaro, Sergio Coen.

Tráiler

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         En tiempos de la consagración del narcotraficante como icono pop, con El patrón del mal, Narcos, Escobar: Paraíso perdido y Loving Pablo como puntas de lanza del renacimiento de la figura de Pablo Escobar en el caso de Colombia, otra producción del país sudamericano, Pájaros de verano, ofrece una vuelta de tuerca a la temática al ambientar su relato en el seno de una comunidad indígena que sufre una profunda transformación a cuenta de los réditos de venderle marihuana al gringo -la conocida como bonanza marimbera de los años setenta y los primeros ochenta-.

En una analogía un tanto brusca, la obra podría equipararse a pasar los códigos del cine de mafia por el filtro del realismo mágico acuñado literariamente en el país o, cuanto menos, de la cosmovisión de los wayúu, un mundo a espaldas de los arijunas, del extranjero. Este enfoque diferencial se manifiesta en el influjo del simbolismo esotérico, de la creencia, del presentimiento y de lo onírico -aparte de imágenes próximas al surrealismo, como esa arquitectura moderna plantada en mitad del desierto de La Guajira- como planos espirituales comunicantes con la realidad material, esta última progresivamente colonizada por el culto a la acumulación de riquezas y por la crueldad física. De este juego nacen fotogramas de estética poderosa y una atmósfera anómala y penetrante.

         A través de estos mimbres, Pájaros de verano entrega una película acerca de la venta del alma de un pueblo aborigen y su inexorable corrupción bajo la influencia contaminante de las fuerzas exteriores que lo cercan. No obstante, su tono pesimista apunta asimismo hacia el interior de la tribu de la mano de una matriarca que parece sacada de un texto shakesperiano pero cuyo arco dramático a fin de cuentas, en vista de su defensa fundamentalista y maquiavélica de la familia, es el que encontrará finalmente equivalencias con el arquetipo del capo mafioso romántico, como un Michael Corleone que se debate entre el misticismo de su naturaleza y el tajante pragmatismo de sus actos.

         El fatalismo propio del género no se cierne pues sobre el individuo, sino que se extiende a un pueblo por entero, enraizada en dos clanes que protagonizan un enfrentamiento de evocaciones ancestrales y mitológicas, enzarzados en una espiral de sangre irresoluble que lleva consigo la marca de la condenación. Porque la cinta se aleja tanto de la glamurosa épica del gángster como del regodeo en el exotismo en su retrato etnográfico, y su adscripción se ajusta más a una tragedia lírica y violenta que al thriller propiamente dicho a pesar del componente de intriga de su argumento, pero en Pájaros de verano están muy presentes los cánones tradicionales del filme criminal. Es evidente en su estructura narrativa, que dibuja el característico proceso de ascenso, caída y quizás redención que lleva haciendo fortuna desde la década de los treinta.

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Nota IMDB: 7,9.

Nota FilmAffinity: 7,4.

nota del blog: 7,5.

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